En una columna de opinión aparecida el 22 de febrero en Página/12, uno de los economistas K, Andrés Asiain, impugna la caracterización sobre la quiebra del Banco Central desarrollada en las páginas de Prensa Obrera y acusa al Partido Obrero de “monetarista de izquierda”. Cita, al respecto, un extracto de uno de los artículos aparecidos en nuestro periódico, en el que se advertía que la política oficial estaba conduciendo a “un defol de la deuda del Tesoro con el Banco Central y una devaluación del peso. O sea que el reequilibrio financiero pasa por un golpe inflacionario contra los trabajadores” (Ramal, 2014). El análisis que acabamos de transcribir sería, según el columnista, un calco de la derecha. La Nación publicó, seis meses después, un editorial con idéntico título (“La quiebra del Banco Central”), lo cual sería un testimonio de la confluencia de sectores de espectros ideológicos aparentemente opuestos.
Andrés Asiain señala que el error fundamental consiste en confundir el Banco Central y los bancos comerciales. El Banco Central, a diferencia de los últimos nombrados, tiene el monopolio de la emisión, que puede utilizar para cubrir los vencimientos de sus deudas. No sería necesario, según el autor, “el cobro religioso de las amortizaciones e intereses de la deuda que el gobierno nacional mantiene con el Central, ya que la institución monetaria puede refinanciarlos hasta la eternidad, sin que ello ponga en riesgo su estabilidad financiera” (Asiain, 2015). En virtud de este curioso razonamiento, la conclusión del autor es que el fantasma de una cesación de pagos que se viene agitando no tiene el menor fundamento.
Fetichismo K
No hace falta apelar a otras tiendas. Asiain, un hombre del riñón kirchnerista, se encarga de decir que los préstamos otorgados por el Banco Central al Tesoro se van a arrastrar hasta la eternidad -o sea, no se van a pagar nunca. Es la confesión de que los certificados que tiene el BCRA son créditos incobrables y que, por lo tanto, no son más que títulos basura. Su valor tiende a cero. Basta tener en cuenta que el 60 por ciento de los activos del BCRA incluyen estos pagarés para saber que no tiene nada de exagerado plantear que el Central está técnicamente fundido.
Pero lo más atrevido es la afirmación del autor de que esto no es relevante porque la capacidad de emisión sería infinita. El Banco Central podría emitir todo lo que se le antojase y con eso cubrir sus compromisos; lo más absurdo de todo es la afirmación de que esto sería inocuo para la economía y que no tendría ninguna consecuencia sobre el nivel de precios.
Los economistas K se presentan como enemigos acérrimos de los ambientes académicos tradicionales y hasta se jactan, muchos de ellos, de haber abrevado e inspirado en el marxismo. Esto no impide que terminen transformando el dinero en un fetiche, una de las premisas usuales de la economía burguesa. Es bien sabido que esta última reniega de la teoría del valor trabajo -es decir, independiza el valor con respecto del trabajo, su fuente generadora. A partir de esta premisa han proliferado, a lo largo de la historia, tentativas y proyectos fantasiosos para crear riqueza o aumentar los niveles de ingreso por fuera o al margen del trabajo productivo.
Si el Estado pudiera emitir billetes libremente, sin que éstos perdieran su poder de compra, se habría encontrado una forma fácil de generar riqueza haciendo funcionar “la máquina de imprimir”. No hay mucha diferencia con las prácticas primitivas de los brujos o alquimistas, que trataban de encontrar la fórmula para transformar los objetos en oro o metal precioso. La versión antigua y su réplica moderna tienen en común que parten de otorgar al dinero una vida propia y la cualidad intrínseca y milagrosa de crear valor.
Los K son tributarios también de esta concepción y sucumben a ella por la sencilla razón de que buscan una vía de crecimiento y distribución del ingreso compatible con el régimen de explotación vigente. La pretensión sería estimular el consumo y el poder adquisitivo sin alterar las relaciones sociales existentes. Se termina convirtiendo la cantidad de dinero en una panacea, a partir de la acción y el arbitraje del Estado. Es por esto que Marx, en El capital, criticaba las fantasías sobre la posibilidad de que el Estado pudiera realizar “curas milagrosas económicas” manipulando la emisión monetaria (Marx, 1999: 1234). Y también advertía contra las falacias de que fuera “posible superar, gracias al incremento de los medios de circulación, las contradicciones que emanan de la naturaleza de la mercancía y que, por consiguiente, se manifiestan en la circulación mercantil” (ídem: 148).
La emisión monetaria que viene haciendo el BCRA para financiar el déficit fiscal tiene un carácter retrógrado. Antes de dilucidar sus efectos inflacionarios, tenemos que subrayar que su finalidad es pagar la deuda pública y los subsidios capitalistas. O sea que, con independencia de las consecuencias económicas ulteriores, su función principal es rescatar al capital en desmedro del trabajo. Estamos en presencia de un estatismo reaccionario. Contra lo que los kirchneristas proclaman, la emisión monetaria promueve una distribución regresiva de ingresos.
A esto hay que agregar sus efectos inflacionarios, porque la emisión destinada al financiamiento parasitario del déficit fiscal genera la desvalorización de los billetes, de manera que disminuye su poder adquisitivo y, por lo tanto, el de los salarios. Estamos frente a una segunda confiscación de los trabajadores.
El enfoque que planteamos está en sintonía con la teoría monetaria de Marx. Cuando los apologistas K de la emisión nos cuestionan y denuncian que abrazamos la teoría cuantitativa del dinero, no saben de lo que hablan.
El marxismo se opone por el vértice a la teoría cuantitativa: “los precios no son altos o bajos porque circule mucho o poco dinero, sino que circula mucho o poco dinero porque los precios son altos o bajos” (Marx, 1989: 129). Pero Marx también afirma que la emisión monetaria desvaloriza el billete. Rolando Astarita señala correctamente que “las dos afirmaciones están contenidas en la teoría de Marx y las dos son perfectamente compatibles. La primera afirmación es el eje de la crítica de Marx a la teoría cuantitativa. Esto es, dados los precios y dada la velocidad de circulación y la masa de mercancías, sólo circula la cantidad de dinero necesaria, y el resto se atesora. Sin embargo, Marx también sostiene que la emisión de billetes sin el respaldo correspondiente los desvaloriza” (Astarita, 2011).
Marx y sus falsificadores
Los economistas K pretenden oponer al supuesto “monetarismo” de la izquierda marxista, incluido el Partido Obrero, lo que sería, según ellos, la auténtica concepción de Marx. Pero, en su afán por tratar de encontrar un respaldo teórico en la obra de Marx, manipulan las citas y confunden conceptos y cuestiones bien diferentes.
Marx distingue las leyes de la circulación del dinero (aquí encaja su crítica a la teoría cuantitativa) de lo que él llama la “ley específica de la circulación de billetes” (Marx, 1999: 156) que dice que la cantidad de papel moneda (estamos hablando del billete de curso forzoso) que ha de circular, representando simbólicamente al oro o la plata, habría de limitarse a la cantidad de oro o plata que circularían si no estuviera el billete. Si la cantidad de papel supera esa medida -o sea, la cantidad de monedas de oro o plata que dice representar-, inevitablemente terminará por representar simbólicamente una menor cantidad de oro o plata. “Esto no tiene nada que ver con la teoría cuantitativa. Aquí lo único que se está diciendo es que el valor del signo depende de la relación entre su cantidad y el dinero mercancía en lugar del cual circula -y que representa. Por eso constituye un grueso error confundir esta relación específica entre signo y respaldo con la teoría cuantitativa. Observemos que la misma relación se puede establecer en el caso en que el billete en circulación sean pesos y el respaldo sean dólares o euros” (Astarita, 2011).
Esta distinción queda muy clara en otro pasaje de la obra de Marx: “la cantidad de los billetes de papel está determinada por la cantidad de dinero de oro que los mismos representan en la circulación y, puesto que sólo son signos de valor en la medida en que lo representan, su valor está simplemente determinado por su cantidad. Por lo tanto, mientras que la cantidad del oro circulante depende de los precios de las mercancías, el valor de los billetes de papel circulante depende exclusivamente, por el contrario, de su propia cantidad” (Marx, 1980: 107-108).
Marx explica que la emisión parece abolir la ley económica (que dice que los precios de las mercancías no están determinados por la cantidad de dinero): “Es imposible arrojar fuera de la circulación a los billetes que ya se hallan dentro de ella (…) Separados de su existencia funcional, se transforman en indignos colgajos de papel. Sin embargo, este poder del Estado es mera apariencia. Podrá lanzar a la circulación la cantidad de billetes de papel que quiera con la denominación monetaria que desee, pero con este acto mecánico cesa su control. Una vez que la circulación se adueña de él, el signo de valor o papel moneda sucumbe a sus leyes inmanentes” (ídem: 108). Dichas leyes se sintetizan en la premisa de que el valor del billete depende de la relación entre su cantidad y el respaldo en lugar del cual circula. Las leyes de la circulación aparecen invertidas: “En la circulación de los signos de valor, todas las leyes de la circulación real de dinero aparecen invertidas y puestas cabeza abajo. Mientras que el oro circula porque tiene valor, el papel tiene valor porque circula. Mientras que, con un valor de cambio determinado de las mercancías, la cantidad del oro circulante depende de su propio valor, el valor del papel depende de su cantidad circulante. Mientras que la cantidad del oro circulante aumenta o disminuye con el aumento o la disminución de los precios de las mercancías, éstos parecen aumentar o disminuir con el cambio en la cantidad de papel circulante” (ídem: 110).
Algo más sobre la teoría cuantitativa
La teoría monetarista -o teoría cuantitativa- sostiene que si aumenta la cantidad de dinero aumenta el nivel de precios.
Montesquieu lo expresaba así: “La fijación del precio de las cosas depende siempre, y en lo fundamental, de la proporción que existe entre el total de las cosas y el total de los signos” (citado por Marx, 1999:151-152). David Hume, quien postuló la idea de los ajustes automáticos de la balanza de pagos, también consideró que el valor del dinero estaba determinado por la relación entre su cantidad y la cantidad de bienes por los cuales se habría de cambiar. Más tarde, David Ricardo también adhirió a la teoría cuantitativa, aunque defendía la teoría del valor trabajo. Finalmente, la teoría adquirió su formulación clásica con Irving Fisher, a principios del siglo XX. Fisher propuso la fórmula que todavía hoy aparece en los manuales de macroeconomía, para introducir a los alumnos en la teoría monetaria:
MV = PT
M es la masa de dinero; V es la velocidad de circulación del dinero, T son las transacciones y P el nivel de precios.
Debido a que los mercados tienden al pleno uso de los recursos, T está “dada”, y no se puede modificar; por lo menos, no en el corto plazo. A su vez, y siempre según Fisher, la velocidad del dinero es estable (no rígida, sino estable), porque depende de factores institucionales. Por último, la masa de dinero es exógena a la economía. Esto significa que puede ampliarse “desde fuera”: el dinero “se inyecta”.
Establecidas así las cosas, tenemos todos los elementos para comprender las relaciones causales de la teoría cuantitativa. Según ésta, si aumenta la masa monetaria, dado que V es estable, y T está dada, sólo pueden aumentar los precios (para un desarrollo pormenorizado de este tema ver Astarita, 2011).
Los críticos
En oposición a la teoría cuantitativa, hay una larga tradición crítica. Una tradición que podemos remontar a James Steuart Tooke y John Fullarton, y que luego recoge Marx.
Steuart ve al dinero como medio de pago y medio de compra, y ambos como demanda de dinero en efectivo; para este economista, la situación del comercio, de la manufactura, del modo de vida y de los gastos tradicionales de los habitantes son los factores que “regulan y determinan” la cantidad de la demanda de dinero en efectivo. El “precio de mercado de la mercancía resulta determinado por la intrincada operación de demanda y competencia totalmente independientes de la masa de oro y plata existente en un país”; ¿qué sucede, entonces, con el oro y la plata que no se requieren como moneda? “Se acumulan como tesoro o se elabora como material de artículos suntuarios”, contesta Steuart.
Marx califica de falsa la premisa de Ricardo de que el oro es sólo moneda, “por lo cual todo el oro importado incrementaría el dinero circulante, haciendo aumentar los precios en consecuencia, mientras que todo el oro que se exporte reduciría la moneda, provocando, por lo tanto, la baja de los precios, es una premisa teórica que en este caso se convierte en el experimento práctico de hacer circular tanta moneda como oro existente haya en cada caso (…), la teoría de Ricardo aísla el dinero en su forma fluida como medio de circulación, concluye por atribuirle al aumento y a la disminución de los metales preciosos una influencia absoluta sobre la economía burguesa, tal como jamás la había soñado la superstición del sistema monetario”.
Basándose en la investigación de Thomas Tooke, de los precios de las mercancías desde 1793 hasta 1856, Marx señala que “la vinculación directa entre los precios y la cantidad de los medios de circulación, tal como la postula la teoría, es una simple quimera, que la expansión y contracción de los medios de circulación, manteniéndose constante el valor de los metales preciosos, es siempre efecto y nunca causa de las fluctuaciones de precios, que la circulación dineraria en general es sólo un movimiento secundario, y que, en el proceso real de la producción, el dinero adquiere aún muy otras determinaciones formales que la del medio de circulación” (Marx, 1980: 180).
Marx es un crítico de Hume y Ricardo con respecto al dinero metálico y su determinación de los precios y se acerca, hasta retomar como suyas, a las posiciones de James Steuart, fundamentadas con la investigación de Tooke. La misma ley que vimos para el oro, con relación a los precios de las mercancías, se aplica para la moneda subsidiaria -es decir, de las monedas de oro o metálicas que entran en circulación en reemplazo del oro o el metálico puro. No hay duda de que Marx determina la cantidad de dinero por los precios de las mercancías, y no los precios por la cantidad de dinero.
Es necesario, por último, analizar el papel moneda de curso obligatorio. En los países con circulación desarrollada de mercancías, la necesidad de la circulación de dinero obliga a la desmetalización de la moneda y se adoptan otros símbolos o signos, como el papel, que sin tener valor implícito representa al valor del oro.
El papel moneda ya no obedece a las mismas leyes que se aplican en el patrón metálico, las leyes se violan desde fuera con la intervención del Estado y la emisión de billetes de papel, las leyes aparecen invertidas y puestas de cabeza, el papel parece que tiene valor, el poder del Estado es sólo apariencia, el papel moneda sucumbe a sus leyes inmanentes y, finalmente, Marx afirma que los precios de las mercancías “parecen aumentar o disminuir con el cambio en la cantidad de papel circulante” (ídem: 110).
Según la teoría cuantitativa, el Banco Central inicia el proceso de creación de dinero y los bancos son transmisores y multiplicadores de esa emisión original. En cambio, para los adversarios del monetarismo, la creación de dinero es un proceso esencialmente endógeno: los iniciadores del proceso de creación de dinero son las empresas, que solicitan créditos a los bancos. Los bancos otorgan los créditos y el Central genera el respaldo a estos créditos. El dinero se genera y aumenta conforme se expande la actividad económica.
Reserva, base monetaria y soberanía
El monetarismo excluye una política monetaria autónoma. El Banco Central, de acuerdo a este criterio, debería restringirse a actuar como una suerte de caja de conversión. La base monetaria debería ser similar al nivel de reservas, lo cual -como lo admite Andrés Asiain- no blinda al país en caso de una corrida, ya que el dinero en circulación excede holgadamente la base monetaria, si tenemos en cuenta que los bancos comerciales crean también dinero, a lo cual había que agregar las colocaciones e inversiones financieras que rápidamente se pueden hacer líquidas. Pero eso no puede ser un pretexto y pantalla para una piedra libre y una invitación a una emisión ilimitada. Sin embargo, esto es lo que sostiene Asiain sin pelos en la lengua, con el argumento de que “el dinero en circulación es un pasivo sui generis, ya que no es convertible y no debe tener respaldo en reservas”, amparándose en que las razones son sólo “estructurales” (Asiain, 2015). Así, por ejemplo, el Banco Central, en su informe de la programación monetaria para 2013, atribuye las causas de la inflación a “la presencia de desequilibrios en la estructura productiva, los ‘cuellos de botella’ en determinados sectores, la puja distributiva, la formación oligopólica de precios y los shocks exógenos de precios internacionales”.
La relación entre reservas y base monetaria no tienen por qué ser del 100 por ciento, como lo proclamaba Domingo Cavallo bajo la convertibilidad, sino que el nivel de ambas variables debería estar subordinado a las necesidades del proceso económico, dirigido a apuntalar un desarrollo independiente y soberano del país. Esto no ocurrió en los ’90, cuando las reservas fueron el reaseguro para que los acreedores pudieran disponer de las divisas necesarias en el momento que decidieran salir del país, que fue lo que terminó sucediendo, provocando el vaciamiento en pocos meses de la arcas del Banco Central. El corralito consecuente tuvo como destinatario al pueblo argentino, que fue el que terminó soportando la confiscación de sus ahorros.
Bajo la época K, la política oficial ha consistido en el uso las reservas para pagar la deuda usuraria, incluso al extremo de bloquear las importaciones y paralizar el funcionamiento de la industria y el aparato productivo. La Presidenta se jacta de ser una pagadora serial, admitiendo que el país ha desembolsado 180.000 millones de dólares durante la llamada “década ganada”. Es un precio muy caro para un país que necesitaría esos recursos para satisfacer necesidades sociales apremiantes, como salud, vivienda o educación. El “desendeudamiento” ha tenido como contrapartida un endeudamiento interno, y la principal fuente de financiamiento ha sido el Banco Central. Esto tampoco ha sido gratuito. El costo ha sido un encarecimiento del crédito, que viene siendo acaparado preferentemente por el Estado, minando posibilidades de fi- nanciamiento al conjunto de la economía nacional. Los grandes beneficiados han sido los bancos, los cuales han cosechado utilidades siderales prestándole al Estado. Sólo por sus inversiones en letras de tesorería, se calcula que este año embaldosarían unos 10.000 millones de dólares.
Que la “patria financiera” esté al tope de ranking de beneficios empresarios es un balance lapidario de la gestión K.
La relación entre reservas y circulante no es una relación mecánica. Para sostenerse, la paridad establecida no necesariamente exige la convertibilidad de toda la base monetaria a la moneda respaldo. Se trata de una relación compleja y sometida a múltiples mediaciones, hasta políticas. Esto se aplica incluso al patrón oro. Durante largos períodos, durante el siglo XIX, el Banco de Inglaterra mantenía una reserva en oro relativamente pequeña con relación a la base monetaria. Sin embargo, en tanto se mantenía la confianza en la convertibilidad a la paridad establecida oficialmente, la libra conservaba su valor. Algo similar se aplica a la relación entre las monedas nacionales y las reservas internacionales.
En el marco de esta relación compleja, existe la posibilidad de que se desencadenen procesos inflacionarios debido a la pérdida de valor del equivalente doméstico con relación a las divisas de respaldo. Una lectura interesante es la que hace el economista e historiador Guillermo Vitelli, cuando sostiene que las grandes rupturas de la estabilidad de precios en Argentina, al menos a partir de 1948, estuvieron vinculadas con las devaluaciones de la moneda, no a la emisión monetaria. El tipo de cambio inicia la estampida: “Esta fue la mecánica impulsora de la ruptura que tiene validez de carácter universal, ya que en todo quiebre, cualquiera haya sido su explicación (…) el tipo de cambio fue el precio que siempre creció previa o simultáneamente a su inicio, anticipándose en su expansión a los restantes precios” (Vitelli, 1986: 90). Lo mismo se aplica a la inflación que arranca con la devaluación de 2001-2002. De ahí también que en procesos de alta inflación, las funciones del dinero local son cumplidas, en grado cada vez mayor, por el dinero-divisa, refugio último de valor. En cuanto medida de valor, los precios -inmobiliarios, vehículos y otros- se fijan en dólares; los atesoramientos pasan al dólar; se utiliza la divisa como medio de pago (cancelación de deudas hipotecarias y similares) y, en el extremo, la moneda respaldo se utiliza como medio de cambio. En cualquier caso, se profundiza la desvalorización del equivalente local, elevando más y más los precios. Ocurre porque el dinero está perdiendo valor por su relación con el respaldo, y esto se traduce en el aumento de los precios domésticos (Astarita, 2013).
Monetarismo nac & pop
Por otra parte, si la emisión monetaria para financiar el déficit fiscal -como sostienen Asiain y los kirchneristas en general- no provoca inflación, ¿por qué razón el gobierno se empeña en esterilizar el dinero en circulación? La realidad es que el Banco Central viene aplicando a rajatabla la receta monetarista; a saber: controlar la cantidad de dinero mediante la esterilización monetaria, dando lugar a un negocio excepcional para los bancos.
YPF, a su turno, acaba de hacer una emisión propia de deuda externa. Es un calco de lo que hacía Martínez de Hoz, quien endeudó a YPF en dólares a cambio de pesos. Pedir dólares para invertir en pesos es, sin embargo, una práctica característica del monetarismo, que los K venían denostando, atribuyéndola al neoliberalismo. Ambas son manifestaciones de bancarrota política y sometimiento nacional.
El monetarismo sostiene que, en una economía abierta, con tipo de cambio fijo, el gobierno no puede tener una política monetaria autónoma. Es lo que se conoce como el trilema: o bien se renuncia al tipo de cambio fijo o a la política monetaria, o a la economía abierta, porque las tres cosas no se pueden tener al mismo tiempo. Si hay excedente en la balanza de pagos y el Banco Central no quiere que la moneda se aprecie y sostiene el tipo de cambio, entonces debe absorber las divisas que entran emitiendo moneda nacional. Pero, si hace esto, crece la base monetaria y, por el principio del multiplicador, también la masa monetaria, lo cual -según el esquema monetarista- generaría inflación.
Esta tesis no tiene presente que quienes liquidan dólares a cambio de pesos son empresarios capitalistas, los cuales de esta manera cierran el ciclo de valorización de sus capitales. Por eso es absurda la idea de que “el BCRA emite más pesos de los que la gente quiere tener en sus bolsillos” (Martín Redrado dixit). “Si los exportadores liquidan dólares es porque quieren tener pesos. Y estos capitalistas toman entonces la decisión de relanzar, o no, ese dinero al circuito de valorización. En la medida en que en el siguiente ciclo contraten más mano de obra y medios de producción, se amplía la producción, y no existe una razón particular para que aumenten los precios de los bienes.
Por eso, en este escenario, la creación de dinero a causa del excedente comercial significa el aumento de la masa monetaria que está respondiendo al incremento de la actividad económica” (Astarita, 2013).
Además, es importante comprender que los capitalistas lanzan a la circulación el dinero que es necesario para la realización del circuito de valorización, y el resto lo atesoran, como subrayaba Marx. En los sistemas bancarios y monetarios modernos, ese aumento de las tenencias monetarias representa el aumento de los depósitos bancarios y de la capacidad prestable.
El ministro de Economía, Axel Kicillof, ha sostenido reiteradamente que la inflación no es un problema para los trabajadores. Esto no resiste el menor análisis de la historia pasada ni reciente. Está claro que el ministro no da puntada sin hilo y hoy tenemos los resultados, porque detrás de estas aseveraciones antojadizas se ha puesto en marcha la cruzada para colocar un techo a los salarios. La inflación (que, mal que le pese a los K, tiene una de sus principales fuentes en la emisión) es reconocida plenamente a los acreedores de la deuda, pero se disimula su alcance a la hora de la negociación salarial. Los K actúan con dos varas muy distintas, según cuál sea el destinatario de las medidas que promueve.
Asiain sostiene que otros bancos centrales están en peor estado que el argentino. Habría que desempolvar el viejo dicho, no por eso menos acertado, que dice: “mal de muchos, consuelo de tontos”. Según Asiain, si nos aferráramos al mismo parámetro que se utiliza para juzgar la situación del BCRA, habría que concluir que “estaría quebrada la mayor parte de los bancos centrales del mundo”. A Asiain no le entra en la cabeza que eso es precisamente lo que está ocurriendo, y en esto estriba la envergadura de la actual bancarrota capitalista, que ha adquirido un alcance internacional. La economía mundial está sentada en un tembladeral, porque el defol inicial de los bancos y empresarios se ha transformado en un “defol soberano” -es decir, un virtual estado de cesación pagos en que han entrado los Estados y sus bancos centrales. Ahí tenemos a Grecia al borde del colapso y el posible contagio que esto podría provocar en todo el continente europeo, llevándose puesta a la Unión Europea. El Estado norteamericano estuvo al borde del defol el año pasado hasta que el Congreso aprobó aumentar los topes de endeudamiento que habían llegado a su techo. Lo mismo se extiende a un conjunto de Estados y municipios norteamericanos. Hay que agregar que, en el último año, esta situación se ha propagado con fuerza a los países emergentes, que sufren por partida doble la caída de los precios internacionales de los commodities y de materias primas, y la fuga de capitales, replanteando un escenario de defol. El libreto K, por más que pretende disimularse con un ropaje distinto, no difiere del que vienen ejecutando los gobiernos y metrópolis imperialistas: rescatar al capital haciéndole pagar la crisis a los trabajadores. Esta política no es novedosa, es la receta que vino aplicado el kirchnerismo a lo largo de todo su mandato. El país, luego de una década K, se aproxima a una nueva bancarrota.
Pablo Heller es economista, docente en las carreras de Historia y Sociología de la Universidad de Buenos Aires e investigador del Instituto Gino Germani. Dirigente del Partido Obrero, fue asesor de numerosos colectivos de trabajadores, como Sasetru Gestión Obrera, Hospital Francés, Parmalat y Transportes del Oeste-Ecotrans. Es autor de Fábricas Ocupadas (Argentina 2000-2004) y coautor de otros libros tales como Contra la cultura del trabajo y Un mundo maravilloso (capitalismo y socialismo en la escena contemporánea). Sus artículos aparecen regularmente en Prensa Obrera y En defensa del marxismo.
Bibliografía
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Astarita, Rolando (2011): “Emisión monetaria y una crítica desafortunada”. Disponible online en www.cor.to/astaritamonetar.
—.— (2013): “Debate sobre la inflación en Argentina IV”. Disponible online en www.cor.to/astaritainflaci
Banco Central de la República Argentina (2012): Programación 2013. Objetivos y planes para el desarrollo de la política monetaria, financiera, crediticia y cambiaría. Ciudad de Buenos Aires, diciembre.
Marx, Karl (1980): Contribución a la critica de la economía política, México, Siglo XXI.
—.— (1989): Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858, México, Siglo XXI.
—.— (1999): El capital, México, Siglo XXI.
Ramal, Marcelo (2014): “La quiebra del Banco Central”. Prensa Obrera N° 1.320, 26 de junio de 2014.
Vitelli, Guillermo (1986): Cuarenta años de inflación en Argentina: 1945-1985, Buenos Aires, Legasa.