La dimensión de esta tragedia se puede ver en las frívolas cifras que da el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) o, incluso, la Oficina Europea de Policía (Europol).
En 2015 hubo 856.000 casos de migración por mar. En enero de 2016 hubo 60.000 casos en solo un mes, que entraron a Grecia, a pesar del mal clima y las tormentas. En dos días, el 17 y 18 de febrero, entraron entre 4.600 y 4.800 personas. En la semana del 12 al 18 de febrero, fueron 11.790. En el primer mes de 2016 se reportaron 403 muertes en el mar Egeo, la mayoría, niños.
El destino de los niños es el aspecto más brutal de esta tragedia. Según la Europol, de más o menos 270.000 menores que entraron en Europa en 2015, más de 10.000 desaparecieron y cayeron en manos de bandas de traficantes y redes de prostitución infantil. Sin embargo, no apareció ningún niño ni se desmanteló ninguna red de trata, lo cual demuestra la indiferencia criminal o, dicho más sutilmente, la “negligencia benigna” e incluso la falta de protección por parte de las autoridades estatales correspondientes. Mientras tanto, el tráfico de personas, especialmente de niños y chicas muy jóvenes, se ha convertido en un negocio muy lucrativo: en la segunda mitad de 2015, los traficantes lograron ganancias de aproximadamente 3.000 millones de euros, según la Europol.
Una manifestación típica de la actitud del Estado europeo hacia los refugiados en general, y hacia los niños en particular, es la siguiente: según un informe de la Acnur: “el 15 de febrero de 2016, las autoridades austríacas le informaron a la policía de Eslovenia que a los niños que no estén acompañados o que estén separados de sus padres y que no pidan asilo en Austria ni expresen su interés en pedir asilo en Alemania, se los llevará a Eslovenia, independientemente de si los acogen familias o no”.
De las miles de personas que todos los días intentan entrar a Europa a través de Grecia, aquellos “suertudos” que logran eludir la muerte en el mar y las operaciones para repeler la entrada -llevadas a cabo por las fuerzas policiales, por la agencia Frontex de la Unión Europea y, muy pronto, por las patrullas de la Otan-, continúan su odisea como reclusos en los nuevos campos de concentración militarizados, mal llamados “puestos de control fronterizos” y “campos de traslado”. Cuando llegue el momento, aquéllos que estén autorizados a continuar su travesía en los Balcanes, en dirección al norte y al oeste de Europa, deberán atravesar una jungla llena de obstáculos y riesgos.
Deben moverse en condiciones sumamente inhumanas, sin comida ni refugio, bajo la lluvia y con climas fríos, teniendo que parar en todas las fronteras, desde Eidomeni, en la frontera entre Grecia y Macedonia, hasta Alemania, donde los Estados locales, con el respaldo de la Unión Europea, levantaron vallas electrificadas con alambres de púas. Además, sufren una represión brutal por parte de la policía antidisturbios, explotación por parte de las mafias y ataques terroristas que ejecutan bandas locales y tropas de asalto fascistas.
Los refugiados ya no se enfrentan solamente a la “fortaleza” europea como en años o décadas anteriores de migraciones en masa, sino a una Unión Europea que se desintegra rápidamente por divisiones nacionalistas antagónicas.
Los “planes” que fomentaban la Unión Europea y Alemania a mediados de 2015 para el “manejo de las oleadas migratorias”, el “reparto proporcional de refugiados”, etcétera, fallaron rotundamente. Todos los países de la UE comenzaron a tomar medidas unilaterales, restablecieron los controles fronterizos y desmantelaron, poco a poco, el espacio de Schengen, que era un área libre de controles para los ciudadanos de la UE. Después de la adopción del euro, la moneda corriente de Europa, Schengen fue el segundo pilar y gran “logro” de la integración capitalista europea, y ahora se desmorona.
La autoridad de Alemania, como la fuerza motriz de la economía europea, y de Angela Merkel, como la personificación de la supremacía política en Europa, se convirtieron en cosa del pasado después del verano (del hemisferio norte) de 2015. Incluso fracasó el pacto Merkel-Erdogan, que establecía la entrega de 3.000 millones de euros a Turquía y la promesa de renegociar su entrada a la UE, con el fin de amortiguar las oleadas de refugiados de Siria y del Medio Oriente. Una muestra reciente y muy significativa de que Berlín y Bruselas perdieron el control fue una reunión en Viena, realizada inmediatamente después de la cumbre de la Unión Europea del 18 y 19 de febrero de 2016. Austria convocó a nueve países balcánicos (Albania, Kosovo, Montenegro, Bosnia, Macedonia, Croacia, Serbia y Eslovenia), ignorando completamente las deliberaciones de la cumbre de la UE del día anterior. Lo que pomposamente llamaron “conferencia para manejar en conjunto la migración” fue, en realidad, un acuerdo para promover el cierre de facto de la ruta de los Balcanes y una exclusión de facto de Grecia del espacio de Schengen, por medio del cierre de sus fronteras con los países vecinos que no pertenecen al Schengen, en principio, con Macedonia. Una autoridad de la UE hizo un comentario de mal gusto sobre que fue “un intento improvisado de reconstruir un nuevo imperio austrohúngaro”. El Acnur advierte sobre un “posible caos”. El ministro de Relaciones Exteriores de Grecia, Nikos Kotzias, se quedó claramente corto cuando habló de un “acto unilateral y poco amigable”.
La “crisis migratoria” interactúa con todas las contradicciones inconclusas de una Unión Europea que quedó vulnerable y frágil después de la crisis capitalista mundial de 2008, con una economía estancada, con una deuda soberana sin resolver, con una crisis bancaria, con la zona euro en grandes problemas, con los trabajadores y las clases populares que ya sufrieron por años el desempleo crónico en masa y brutales ajustes.
Las fuerzas centrífugas se reforzaron en toda la UE. Después del peligro que supone una salida de Grecia de la zona euro, que siempre es posible, la perspectiva de una salida de Gran Bretaña cristaliza la crisis de la Unión Europea en su conjunto.
Todas las heridas históricas del continente, posteriores a la caída del muro de Berlín y al colapso de la Unión Soviética, se abrieron nuevamente, como lo demuestra de forma dramática la situación en Ucrania.
Al principio, el impacto de la crisis capitalista mundial reveló una enorme grieta y desequilibrios en la UE y en la zona euro entre el norte y el sur; ahora, la “crisis migratoria” muestra la grieta entre Europa occidental y Europa del este, con el grupo Visegrád (Hungría, Polonia, la República Checa y Eslovaquia) desafiando a Alemania en su propia zona de influencia en “Mitteleuropa” (Europa central).
Las oleadas de refugiados se encuentran en Europa con un panorama social totalmente cambiado por la crisis sistémica-estructural del capitalismo, lo cual trae nuevos cambios dramáticos en el panorama político de todo Europa, y esto no excluye a su núcleo duro, la mismísima Alemania.
Grecia es un microcosmos de la gran crisis de la UE. Al ser el eslabón débil y el chivo expiatorio de la zona euro, y por ser la puerta de entrada de la oleada de migrantes desde el Medio Oriente, Grecia se convierte en el punto de partida de la desintegración de espacio de Schengen (¡y se la culpa por eso!). La valla de la Unión Europea en la frontera de Macedonia fue, incluso antes del “acto unilateral” de Austria, una medida para atrapar a los refugiados en Grecia, que, además de ser un país empobrecido y en quiebra, también se transformaría en una “caja negra” para las víctimas “indeseables” de las guerras y de la destrucción que orquestó el “civilizado” occidente, no sólo Estados Unidos sino también la misma Unión Europea, como en Siria y en Libia.
Las presiones de la Unión Europea sobre Grecia para que cree “puestos de control fronterizos” y “campos de traslado para inmigrantes” tienen un solo propósito: posibilitarle a los otros países europeos que manden a los refugiados de vuelta a Grecia, considerado el primer país de entrada, conforme a lo dispuesto por la Convención de Dublin, de la cual se excluyó a Grecia de facto en 2011 por las condiciones inhumanas en los lugares de detención para los inmigrantes, como es el caso del centro de reclusión de Amygdaleza.
Hasta ahora, en Grecia hay 10.000 lugares para refugiados cerca de Atenas y otros 2.000 en Tesalónica. Según el gobierno de Grecia, incluso si unos pocos miles se asientan en este país quebrado económicamente, no habría esperanzas para ellos, y mucho menos para los cientos de miles o más que los países de la UE pretenden atrapar o expulsar a la “caja negra” griega.
Si se implementan estos planes inhumanos, Grecia, obviamente, se convertirá en un “cementerio de almas”, como dijo Yannis Mouzalas, el ministro de Migraciones de Grecia, a esta altura, acertadamente.
Es probable que esta barbarie europea, “blanca” y “cristiana” no signifique nada en un continente donde hay campos de concentración, como Buchenwald, que se abrieron nuevamente para los refugiados estos últimos años; en un continente donde el Estado danés aprueba una ley nazi para confiscar el dinero y las joyas de aquéllos que buscan asilo político; donde las autoridades noruegas deportan inmigrantes a la frontera del Ártico; donde los justicieros suecos persiguen a los inmigrantes, y donde mafias atacan a caravanas de refugiados en la República Checa, Alemania, Grecia, Hungría y Gran Bretaña. Estos ataques no son hechos aislados, no son acciones “espontáneas” de individuos o grupos “políticamente confundidos”, “desorientados” o ultraconservadores. Son el producto tóxico de la xenofobia y el racismo fomentado por el Estado, especialmente por políticos burgueses que le dan prioridad a su reelección por sobre la vida humana. Ellos y sus políticas son responsables, en primer lugar, por el ascenso de la extrema derecha en Europa, del Frente Nacional de Marine Le Pen, de Alternativa para Alemania, del movimiento islamófobo Pegida o de los pro-nazi Amanecer Dorado.
En el caso de Grecia, es notable cómo, a pesar de las condiciones sociales desastrosas, se ha desarrollado un movimiento popular de solidaridad hacia los refugiados, un movimiento muy poderoso que se formó desde abajo, sumado a movilizaciones constantes contra la xenofobia, contra la represión del Estado hacia los inmigrantes y contra las mafias fascistas de Amanecer Dorado.
No es un accidente que las autoridades estatales, al igual que la Unión Europea y la Otan, rechacen e intenten evitar y/o prohibir cualquier contacto o fraternización entre redes de solidaridad del pueblo y organizaciones de trabajadores con los refugiados. Esto lo hacen militarizando los “puestos de control” y los campos de refugiados, y autorizando el contacto solamente con ONG oficiales y financiadas por los medios “convencionales”.
Junto con la militarización del “manejo de la crisis migratoria”, llega ahora una acontecimiento incluso más siniestro: el despliegue de fuerzas de la Otan en el Egeo y en las fronteras de Turquía y Grecia, con el consentimiento de la UE, y de los gobiernos de Tsipras y de Erdogan. El fin es, aparentemente, controlar los flujos migratorios, bajo la excusa de combatir el “contrabando” y “superar las debilidades de los controles locales de ambos Estados”.
Esta militarización/otanización del Egeo y de las fronteras de Turquía y Grecia abre una nueva etapa, y más peligrosa. El objetivo real no se limita a frenar las imparables oleadas migratorias. Se está erigiendo un frente amplio y represivo de las fuerzas de la Otan desde el mar Báltico hasta el Mar Negro y el Mediterráneo. Europa y el mundo han entrado en una fase post Guerra Fría. De hecho, con el despliegue de las fuerzas de la Otan en esta zona neurálgica, se fusiona el frente de confrontación en Europa del este (Ucrania) con las guerras del Medio Oriente, donde están involucrados tanto Rusia como la Otan.
La crisis de desintegración en la UE se suma al caos del Medio Oriente con las consecuencias más impredecibles, explosivas y peligrosas.
Europa se enfrenta no solo a una profunda crisis social, económica y política: el impase de la UE, sumado a una “crisis migratoria” sin precedentes, la deja en una encrucijada, en un momento decisivo.
Bajo las condiciones actuales de una insoluble crisis capitalista mundial, que se agravará muchísimo en el próximo período, ni la Unión Europea ni las oleadas de refugiados pudieron encontrar una solución. Ambas crisis se interrelacionan y encuentran su origen en la globalización capitalista y su implosión de 2007-2008.
La presente Gran Migración es completamente diferente a otras oleadas migratorias del pasado, que surgieron a raíz de la escasez de medios de vida y las oportunidades en los centros de expansión económica, y particularmente en los centros de expansión industrial en los siglos XIX y XX, que fueron un factor de atracción para los inmigrantes. Ahora, la Gran Migración se ubica en un contexto de sobreacumulación de capital, de desindustrialización en los países capitalistas más avanzados y una depresión creciente.
El “desplazamiento de gente y el problema de refugiados más grande desde el fin de la segunda guerra mundial”, como se lo describe oficialmente, surge cuando las condiciones de vida de los refugiados fueron destruidas a causa de una globalización capitalista muy desarrollada y de guerras brutales; y después por la implosión de aquella globalización, con todas sus implicancias sociales, políticas y geopolíticas. “La peor crisis desde el crack de 1929 y la Gran Depresión de los años 30”, según las mismas fuentes oficiales.
Esta implosión que produjo “la peor crisis desde el crack de 1929 y la Gran Depresión de los años 30” y “el desplazamiento de gente y el problema de refugiados más grande” que hay ahora, es el fundamento histórico-material que tienen en común. Una solución real debe enfrentar esta base en todas sus expresiones para arrancar de raíz las causas de esta catástrofe, las causas sociales sistémicas de las guerras, de los desplazamientos, del desempleo masivo, de la pobreza, del racismo y de la xenofobia.
Con esta orientación estratégica, las fuerzas de emancipación deben unirse y luchar:
-Por tirar abajo las vallas, los campos de concentración de refugiados y todas las leyes antiinmigrantes.
-Por la construcción de redes de solidaridad por toda Europa con los refugiados, para que se vinculen con las organizaciones populares y con los trabajadores de Europa; resistir ante la criminalización de la militancia o del trabajo solidario del pueblo.
-Contra la xenofobia, el racismo, la extrema derecha y las mafias fascistas.
Para terminar con las guerras imperialistas, las guerras ‘proxy’ (subsidiarias, por procuración) y las divisiones reaccionarias en fracciones étnicas y religiosas en Siria y en el Medio Oriente.
-Por la disolución de la Otan, de sus bases militares y de su maquinaria de guerra.
-Por tirar abajo la “fortaleza” europea del gran capital.
Europa está en una encrucijada: o termina enterrada bajo las ruinas del fracaso de la Unión Europea, que se desintegra por divisiones nacionalistas al servicio de los intereses de la clase dominante o se unifica en base a nuevas relaciones sociales, con un carácter socialista e internacionalista, que incluirían la incorporación de los refugiados y de las víctimas de la misma bancarrota mundial de un capitalismo en decadencia.
Ahora más que nunca, la advertencia de Rosa Luxemburgo es urgente y vital:
¡Socialismo mundial o barbarie!
Savas Michael-Matsas es dirigente del Partido Revolucionario de los Trabajadores (EEK) de Grecia. Ponencia presentada en “Crises and Victims”, Taller sobre refugiados, migrantes y discursos anti-refugiados, Universidad Corvinus de Budapest, febrero de 2016, organizado por la revista de crítica social Eszmélet, Karl Polányi Center y Rosa Luxemburg Foundation.