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El marxismo y la liberación de la mujer trabajadora

De la Internacional Socialista de Mujeres a la Revolución Rusa

Clara Zetkin, a través de su revista Die Gleichheit y de sus intervenciones en los congresos de la Segunda Internacional (1889-1914) y del Partido Socialdemócrata alemán, sentó las bases para la creación de un movimiento de mujeres proletario que llegaría a tener más de 170.000 miembros antes de 1914, un movimiento basado en el principio de una separación organizativa y programática tajante de las feministas (Frauenrechtlerinnen) como movimiento policlasista que aboga por la extensión de los derechos democráticos a las mujeres en el marco de la sociedad burguesa. Con la celebración del Primer Congreso Internacional de Mujeres Socialistas en 1907, en Stuttgart, la ciudad en la que Zetkin editaba su periódico, Die Gleichheit, se transformó en el órgano de la Internacional Socialista de Mujeres. El segundo congreso de dicha organización proclamó el principio de celebrar un Día Internacional de la Mujer con manifestaciones a favor del sufragio universal femenino en todo el mundo. Después del estallido de la Primera Guerra Mundial, en abril de 1915, la Internacional Socialista de Mujeres celebró una conferencia en Berna. Esta fue la primera reunión socialista internacional en la que se proclamó el principio “¡Guerra a la guerra!”. La manifestación del Día de la Mujer en Rusia, en 1917, fue el puntapié inicial para el estallido de la Revolución de Febrero. Luego de la revolución bolchevique de octubre, Zetkin, como miembro fundador de la Liga Espartaco y del Partido Comunista alemán, se pondría al frente de la Internacional Comunista de Mujeres. El artículo cierra con una breve reseña de las reformas democráticas en las relaciones entre los sexos introducidas en Rusia por los bolcheviques (tales como el derecho al divorcio y al aborto) y su reversión por Stalin.

Las revoluciones burguesas y el feminismo

El documento más famoso aprobado por la Asamblea Nacional francesa es la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (26 de agosto de 1789). De esta declaración proviene la ideología de los derechos humanos, y en ella abrevaron las corrientes que buscaron hacer extensivos dichos derechos a los grupos excluidos de la misma, tales como el feminismo. La Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, redactada en 1791 por Olympe de Gouges (Marie Gouze), copiaba punto por punto la Déclaration des droits de l’homme y la transformaba en una Déclaration des droits de la femme. El reclamo por la extensión del derecho de ciudadanía a las mujeres -es decir, por la igualdad de derechos jurídicos y políticos para ambos sexos- quedó trunco: la Convención rechazó el proyecto, y Olympe de Gouges misma, cercana a los girondinos y enemiga de Marat y de Robespierre, fue ejecutada en la guillotina el 3 de noviembre de 1793. La revolución francesa permitió que las mujeres participaran por primera vez en política, pero el 30 de octubre de 1793, la Convención Nacional decretó que “los clubes y sociedades populares de mujeres, bajo cualquier denominación, están prohibidos”. Entre las pocas demandas del protofeminismo francés que fueron adoptadas, cabe mencionar la ley del 20 de septiembre de 1792 autorizando el divorcio, la cual fue conservada por los redactores del Código Civil, pero derogada bajo la Restauración por la ley del 8 de mayo de 1816, y no sería restaurada hasta la Tercera República, con la ley de 27 de julio de 1884.

Durante la revolución de 1848, el desarrollo incipiente de un protofeminismo francés se manifestó en la aparición del periódico La Voz de la Mujer (Voix des femmes), del cual se publicaron 45 números entre el 19 de marzo y el 17 de junio de 1848. La Voz de la Mujer fue editada por un comité compuesto, entre otras, por Eugénie Niboyet, Desirée Gay y Jeanne Deroin. Estas mujeres demandaban el acceso a una educación pública igualitaria para los dos sexos, el derecho a controlar sus propiedades y sus ingresos (que pasaban a ser manejados por sus maridos) dentro del matrimonio, el derecho al divorcio y a la custodia de los niños, así como el derecho al sufragio y a presentarse como candidatas en las elecciones. La masacre de 3.000 obreros parisinos por la burguesía en las llamadas “jornadas de junio” de 1848, el ascenso de Luis Bonaparte y el fin de la segunda república francesa con la proclamación del segundo imperio, el 2 de diciembre de 1852, puso fin temporalmente a estos intentos de organización feminista en Francia.

Del otro lado del Atlántico, la exclusión de las mujeres de los congresos del movimiento abolicionista dio lugar a la “Declaración de sentimientos”, adoptada por la Convención de Seneca Falls, Nueva York, en julio de 1848 -la primera convención sobre los derechos de la mujer en los Estados Unidos. Sus demandas eran muy similares a las de sus contrapartes francesas, e incluían explícitamente la reivindicación del sufragio femenino. Todas estas corrientes protofeministas confluyeron eventualmente en el movimiento sufragista (por el otorgamiento del derecho a voto a las mujeres), también conocido como la “primera ola feminista”, que tuvo su mayor desarrollo organizativo en los Estados Unidos, un país en el cual la política obrera siempre fue particularmente débil2.

La Primera Internacional y la Comuna de París

La liberación de la mujer trabajadora no ocupó un lugar central en los debates de la Asociación Internacional de los Trabajadores, también conocida como Primera Internacional (1864-76), si bien corresponde a los marxistas el honor de haber combatido las posiciones misóginas de los seguidores del teórico del anarquismo, Proudhon, que se oponían a la participación de las mujeres en el trabajo fabril (para Proudhon, la participación de las mujeres en política era una aberración y las mujeres tenían que elegir entre dos roles básicos: ama de casa o prostituta).

Contra esta concepción aberrante del socialismo, que tenía su origen en el carácter artesanal y campesino de gran parte de la producción de Francia a mediados del siglo XIX, Marx defendió la idea de que la liberación de la mujer pasaba por su integración al proceso social de producción y por la abolición, junto con la explotación de clase, de la esclavitud doméstica, a través de la socialización de las tareas domésticas y de la educación de los niños. En el primer tomo de El capital leemos:

Por terrible y repugnante que parezca la disolución del viejo régimen familiar dentro del sistema capitalista, no deja de ser cierto que la gran industria, al asignar a las mujeres, los adolescentes y los niños de uno u otro sexo, fuera de la esfera doméstica, un papel decisivo en los procesos socialmente organizados de la producción, crea el nuevo fundamento económico en que descansará una forma superior de la familia y de la relación entre ambos sexos. Es tan absurdo, por supuesto, tener por absoluta la forma cristiano-germánica de la familia como lo sería considerar como tal la forma que imperaba entre los antiguos romanos o la de los antiguos griegos, o la oriental, todas las cuales, por lo demás, configuran una secuencia histórica de desarrollo. Es evidente, asimismo, que la composición del personal obrero, la combinación de individuos de uno u otro sexo y de las más diferentes edades, aunque en su forma espontáneamente brutal, capitalista -en la que el obrero existe para el proceso de producción, y no el proceso de producción para el obrero- constituye una fuente pestífera de descomposición y esclavitud, bajo las condiciones adecuadas ha de trastrocarse, a la inversa, en fuente de desarrollo humano (Marx, 1867, vol. 2: 596).

Y si bien el Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores estaba compuesto inicialmente sólo por hombres, el 25 de junio de 1867 fue admitida una famosa defensora del ateísmo en Inglaterra, Harriet Law (una segunda mujer entra a formar parte del Consejo General a partir de febrero de 1868, de apellido Morgan). Apoyando las tesis de Marx contra Proudhon, Harriet Law interviene en la sesión del 4 de agosto de 1868, afirmando “que las máquinas han hecho a las mujeres menos dependientes de los hombres que en el pasado y que terminarán emancipándolas de la esclavitud doméstica. Se ve obligada a protestar con respecto a los puntos de vista adoptados sobre el trabajo de las mujeres” (Rubel, 2010: 371). La firma de Harriet Law aparece entre las de los demás miembros del Consejo en el opúsculo escrito por Marx y Engels contra Bakunin y sus adeptos en Suiza: Las supuestas escisiones en la Internacional (Ginebra, 1872).

Las reivindicaciones de las mujeres trabajadoras no ocuparon un lugar central en los debates y en las medidas adoptadas por el primer gobierno obrero de la historia, la Comuna de París -una experiencia acotada a una sola ciudad y por un período de sólo 72 días (del 18 de marzo al 28 de mayo de 1871)- si bien durante su breve existencia la mujeres pudieron una vez más hablar en público y participar en las actividades de los clubes. Además de las extraordinarias enseñanzas que Marx extrajo de esta limitada experiencia, que constituyen hasta el día de hoy los criterios para determinar hasta qué punto un Estado constituye o no un Estado obrero, los dos borradores de redacción del Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores (mejor conocido como “La guerra civil en Francia”) contienen intuiciones sobre la situación de las mujeres que Marx no pudo desarrollar en el texto definitivo. Por ejemplo: “La Comuna ordenó a las municipalidades que no distinguieran entre las mujeres llamadas ilegítimas, las madres y las viudas de los guardias nacionales con respecto a la dieta de 75 centavos. Las prostitutas, hasta ese momento reservadas a los ‘hombres del orden’ de París, que, por su ‘seguridad’, éstos mantenían personalmente sometidas a la autoridad arbitraria de la policía, fueron liberadas por la Comuna de esta esclavitud degradante. La Comuna barrió la tierra sobre la que florecía la prostitución y a los hombres que la hacían florecer” (Rubel, 2010: 373-4).

El Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) y la Segunda Internacional (1889-1916)

Toda estas experiencias no constituyeron, desde el punto de vista del movimiento de las mujeres proletarias socialistas, sino la antesala de una verdadera experiencia de masas, de carácter internacional, pero que tuvo lugar bajo la égida del Partido Socialdemócrata alemán (Sozialdemokratische Partei Deutschlands, SPD) y de su periódico femenino, Die Gleichheit: Zeitschrift fur die Interessen der Arbeiterinnen (La igualdad: periódico para los intereses de las trabajadoras), editado por Clara Zetkin (1857-1933), la gran amiga de Rosa Luxemburg (ambas serían, luego del colapso de la Segunda Internacional durante la Primera Guerra Mundial, miembros fundadores y dirigentes de primera línea del Partido Comunista alemán).

El movimiento de mujeres socialistas contaba con un profundo bagaje teórico. En primer término, estaba el libro pionero del principal dirigente del Partido Socialdemócrata alemán, el obrero tornero August Bebel, titulado La mujer y el socialismo, publicado en 1879 en Suiza, a causa de las leyes contra los socialistas vigentes en Alemania. Ya en 1875, en el Congreso para la unificación de los socialistas alemanes celebrado en Gotha, Bebel había incluido en el programa reivindicativo el derecho a voto para ambos sexos. Según Clara Zetkin, “las debilidades teóricas y las lagunas científicas” de este libro quedan reducidas a nada si se comparan con su gran importancia histórica: “El efecto de la crítica despiadada de la sociedad burguesa y de la afirmación del futuro socialista como ‘férrea necesidad histórica’ fue extraordinario, y se acrecentó debido a la atmósfera instaurada por las leyes excepcionales contra los socialdemócratas” (Zetkin, 1928). En dicho libro, Bebel afirmaba:

Si este trabajo no tuviese otro objetivo que el de demostrar la necesidad de la igualdad jurídica completa de la mujer con el hombre, sobre el terreno de la presente sociedad, no lo hubiera acometido, porque habría sido un trabajo parcial incapaz de ofrecer una solución de la cuestión. Una real y completa emancipación de la mujer -por la cual entiendo que la mujer no sólo debe ser jurídicamente igual al hombre, sino también económicamente libre e independiente del mismo y lo más parecida posible al mismo en su educación– es, en la organización económica y política actual, tan imposible como lo es la solución de la cuestión obrera (Bebel, 1879: 3-4).

El libro de Bebel afirmaba inequívocamente: “Sólo mediante la transformación completa de la sociedad y su reconstrucción sobre una base socialista, es posible la liberación real y completa de las mujeres, no hay un segundo camino” (Bebel, 1879: 160).

Las obreras socialistas alemanas contaban, además, con la obra de Friedrich Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, cuya primera edición data de 1884 y cuyo pasaje central reza:

La familia individual (Einzelfamilie) moderna se funda en la esclavitud doméstica (Haussklaverei) franca o más o menos disimulada de la mujer, y la sociedad moderna es una masa cuyas moléculas son las familias individuales. Hoy, en la mayoría de los casos, el hombre tiene que ganar los medios de vida, que alimentar a la familia, por lo menos en las clases no poseedoras; y esto le da una posición preponderante que no necesita ser privilegiada de un modo especial por la ley. El hombre es, en la familia, el burgués, la mujer representa en ella al proletario. Pero, en el mundo industrial, el carácter específico de la opresión económica que pesa sobre el proletariado no se manifiesta en todo su rigor, sino una vez suprimidos todos los privilegios legales de la clase de los capitalistas y establecida jurídicamente la plena igualdad de las dos clases. La república democrática no suprime el antagonismo entre las dos clases; por el contrario, no hace más que suministrar el terreno en que se lleva a su término la lucha por resolver este antagonismo. Y, de igual modo, el carácter particular del predominio del hombre sobre la mujer en la familia moderna, así como la necesidad y la manera de establecer una igualdad social efectiva de ambos, no se manifestarán con toda nitidez sino cuando el hombre y la mujer tengan, según la ley, derechos absolutamente iguales. Entonces se verá que la liberación (Befreiung) de la mujer exige, como condición primera, la reincorporación de todo el sexo femenino a la industria social, lo que, a su vez, requiere que se suprima la familia individual como unidad económica de la sociedad (Engels, 1884: 93-94).

En su polémica con Eugen Dühring, Engels ofrecía la siguiente reflexión sobre los socialistas utópicos franceses: “Para ellos, la libre asociación de los hombres y la transformación del trabajo privado doméstico en una industria pública significaban, al mismo tiempo, la socialización de la educación de la juventud y, con ella, una relación recíproca realmente libre entre los miembros de la familia” (Engels, 1878: 315-316 de la edición española). Al mismo tiempo, Engels hacía suyo el principio del socialista utópico Charles Fourier, según el cual “en cualquier sociedad, el grado de emancipación de la mujer es el criterio natural de la emancipación general” (Engels, ídem: 256).

En 1878, el gobierno puso fuera de la ley al SPD y, hasta 1890, la afiliación en él fue ilegal. Esto ahuyentó a las feministas burguesas y a los elementos oportunistas del partido. Paradójicamente, esto creó las condiciones para el surgimiento de un poderoso movimiento político independiente de la clase obrera y, como parte del mismo, de un movimiento de mujeres proletarias socialistas de masas, que constituiría la columna vertebral de la Internacional Socialista de Mujeres, de la misma manera que el SPD constituyó la columna vertebral de la Segunda Internacional.

El programa de Erfurt -adoptado por el SPD en su congreso de 1891 para reemplazar al antiguo programa de Gotha criticado por Marx- exigía el “derecho al sufragio universal, igual y directo mediante el voto secreto para todos los ciudadanos de más de 20 años de edad, sin distinción de sexo, para todas las elecciones y referendos”, así como la “abolición de todas las leyes que colocan a las mujeres en desventaja con relación al hombre en todas las cuestiones de derecho público y privado”.3

Clara Zetkin y la revista Die Gleichheit (1891-1917)

La líder del movimiento de mujeres del SPD, Clara Zetkin, pronunció un discurso en el congreso fundacional de la Segunda Internacional, celebrado en París en 1889, pidiendo que se pronunciara sobre “la cuestión de principio” del trabajo femenino, argumentando que “la cuestión de la emancipación de la mujer, esto es, en última instancia, la cuestión del trabajo de la mujer, es una cuestión económica” y que “con el desarrollo económico presente, el trabajo de la mujer es una necesidad”. Procedió entonces a atacar a las feministas como una corriente política burguesa, con estas palabras:

Las trabajadoras, que aspiran a la igualdad social, no esperan nada para su emancipación del movimiento de mujeres de la burguesía, que supuestamente lucha por los derechos de la mujer. Este edificio está construido sobre la arena y no tiene ninguna base real. Las trabajadoras están absolutamente convencidas de que la cuestión de la emancipación de la mujer no es una cuestión aislada existente por sí misma, sino que es una parte de la gran cuestión social. Se dan cuenta con perfecta claridad de que esta cuestión nunca podrá ser resuelta en la sociedad actual, sino sólo después de una transformación completa de la sociedad (Internationalen Arbeiter-Congresses zu Paris, 1889: 81).

La producción industrial había vuelto innecesaria la actividad económica de las mujeres en la familia, que antes de la introducción de la maquinaria producía gran parte de los productos que se consumían en la misma. La gran industria había hecho inútil la producción de bienes en el hogar y para la familia mediante el trabajo doméstico de las mujeres. Al mismo tiempo, la gran industria había creado el terreno para la actividad de las mujeres en la sociedad. La mujer había penetrado en la industria, lo cual, bajo el capitalismo, cobraba la forma perversa de un aumento en el ejército industrial de reserva y de una disminución de los salarios. Los trabajadores casados debían ahora contar necesariamente con el trabajo remunerado de las mujeres. De esta forma, la esposa había sido liberada de la dependencia económica del marido.

Sin embargo, esta independencia económica de la mujer beneficiaba, por el momento, no a la propia mujer, sino a los capitalistas. La mujer liberada de su dependencia económica del hombre había sido arrojada a la dominación económica del capitalista. Sólo el sistema capitalista era la causa de que el trabajo de las mujeres tuviera consecuencias negativas: de que condujera a una mayor duración de la jornada de trabajo, en lugar de causar una reducción significativa de la misma; de que no fuera sinónimo de un aumento de la riqueza de la sociedad; es decir, de una mayor riqueza de cada miembro individual de la sociedad, sino sólo de un aumento en las ganancias de un puñado de capitalistas y, al mismo tiempo, de un empobrecimiento cada vez mayor de las masas.

Por lo tanto, no existía una verdadera oposición entre los intereses de los trabajadores y los de las trabajadoras, sino un conflicto irreconciliable entre los intereses del capital y los del trabajo. A pesar de que apoyaban ambas demandas, las mujeres trabajadoras no esperaban su emancipación completa ni de la admisión de mujeres a las así llamadas profesiones liberales ni del derecho al voto: “La emancipación de la mujer, como la de todo el género humano, sólo podrá ser obra de la emancipación del trabajo del yugo del capital. Sólo en una sociedad socialista las mujeres, como los trabajadores, entrarán en la plena posesión de sus derechos”. Teniendo en cuenta estos hechos, las mujeres que eran serias en sus deseos de liberación, no tenían otra opción que unirse al Partido Socialista, el único que aspiraba a la emancipación de los trabajadores (Internationalen Arbeiter-Congresses zu Paris 1889, págs. 80-84).

El congreso de París hizo lugar a la propuesta de Zetkin en la resolución sobre la “legislación internacional del trabajo”, la cual incluía el siguiente punto: “El Congreso declara que es un deber de los trabajadores aceptar a las trabajadoras en sus filas, en igualdad de condiciones, y hacer prevalecer el principio ‘a igual trabajo, igual salario’ para los trabajadores de ambos sexos, con independencia de su nacionalidad” (Le Congrès marxiste de 1889, pág. 37).

En el mismo año del congreso de París, Zetkin publicó su ensayo “La cuestión de las trabajadoras y de las mujeres en el presente”, cuya conclusión (Resumé) reza:

En conclusión, hagamos un resumen de los puntos principales de nuestra exposición.

Las condiciones de producción han revolucionado la condición de la mujer en su base económica, privando de justificación a sus actividades como ama de casa y educadora en la familia y, de hecho, privándola de la oportunidad de ejercerlas.

Las condiciones de producción, simultáneamente con la destrucción de la antigua actividad de las mujeres dentro de la familia, han sentado las bases para sus nuevas actividades dentro de la sociedad.

El nuevo rol de la mujer tiene como resultado su independencia económica del hombre, asestándole de este modo un golpe mortal a la tutela política y social de éste sobre la mujer.

La mujer liberada del hombre cae, sin embargo, en la sociedad de hoy, en dependencia de los capitalistas, transformándose de una esclava doméstica en una esclava asalariada.

La cuestión de la plena emancipación de la mujer, por lo tanto, resulta ser, en última y decisiva instancia, ante todo una cuestión económica, que está siempre en la conexión más íntima con la cuestión de los trabajadores y puede ser finalmente resuelta sólo en relación con ella.

La causa de las mujeres y la causa de los trabajadores son inseparables y encontrarán su solución final sólo en una sociedad socialista, basada en la emancipación del trabajo de los capitalistas.

La mujer puede esperar, pues, su completa emancipación sólo del partido socialista. El movimiento de las meras “feministas” (Die Bewegung der bloßen “Frauenrechtlerinnen’), a lo sumo, puede alcanzar ciertos logros en algunos puntos, pero ni ahora ni nunca puede resolver la cuestión de la mujer.

El deber del partido obrero socialista es allanar el camino para la solución de la cuestión de la mujer mediante la organización y la formación político-económica de aquellas capas femeninas, cuya actividad ha sido alterada de la manera más amplia y profunda como consecuencia de las nuevas condiciones de producción: mediante la organización de las trabajadoras industriales.

La organización y formación de las trabajadoras industriales es no sólo el paso más importante para elevar la situación de las mujeres, sino que es también un factor significativo para el progreso más rápido y más fuerte del movimiento obrero en general y, por lo tanto, constituye también un factor de la mayor importancia para una rápida transformación de las condiciones sociales existentes (Zetkin, 1889: 39-40).

En el tercer congreso de la Internacional Socialista, celebrado en Zurich en 1893, tuvo lugar lo que Ottilie Baader llamó “una ruptura oficial con la ideología feminista” (ein offizieller Bruch mit den frauenrechtlerischen Gedankengängen), porque hasta entonces Zetkin se había negado a levantar la demanda de legislación protectora para el trabajo femenino (Baader, 1907a: 15). Zetkin presentó la siguiente resolución, que fue aprobada:

Considerando:

Que el movimiento de mujeres burgués rechaza cualquier legislación protectora especial a favor de las trabajadoras como una intromisión en la libertad de la mujer y en su igualdad de derechos con el hombre; Que al hacer esto, por un lado, desconoce el carácter de nuestra sociedad contemporánea, que está basada en la explotación de la clase trabajadora, de las mujeres tanto como de los hombres; que, por otro lado, desconoce el rol especial de la mujer creado por la diferenciación de los sexos, especialmente su rol como madre, tan importante para el futuro.

El Congreso Internacional de Zúrich declara:

Es el deber de los representantes de los trabajadores de todos los países abogar firmemente por la protección legal de las trabajadoras mediante la introducción de las siguientes medidas:

1- la introducción de una jornada de trabajo legal máxima de ocho horas diarias para las mujeres, y de seis horas diarias para las adolescentes menores de 18 años;

2- fijación de un día de descanso ininterrumpido de 36 horas semanales;

3- prohibición del trabajo nocturno;

4- prohibición del trabajo femenino en todos los establecimientos insalubres;

5- prohibición del trabajo de mujeres embarazadas dos semanas antes y cuatro semanas después del parto;

6- contratación de inspectoras del trabajo en número suficiente en todas las ramas de la industria que emplean mujeres;

7- aplicación de todas las reglas mencionadas más arriba a todas las mujeres ocupadas en fábricas, talleres, tiendas, en el trabajo doméstico o en el trabajo rural (citado en Baader, 1907a: 15-16).

En Alemania, adonde regresó en 1891, Zetkin encontró un marco para la consecución de sus objetivos como editora del periódico Die Gleichheit: Zeitschrift für die Interessen der Arbeiterinnen (La igualdad Diario para los intereses de las trabajadoras), editado por Dietz en Stuttgart, la ciudad en la que residía Clara Zetkin. Die Gleichheit reemplazó al periódico Arbeiterin (Trabajadora), editado por Emma Ihrer, la pionera del trabajo femenino en la Socialdemocracia alemana.4 El número de muestra de Die Gleichheit, fechado el 28 de diciembre de 1891, formulaba un conciso programa socialista:

Die Gleichheit (…) se basa en la convicción de que la causa última de la milenaria posición social inferior del sexo femenino no debe ser buscada en la legislación “hecha por los hombres” imperante, sino en las relaciones de propiedad determinadas por las condiciones económicas. Aún si hoy cambiamos toda nuestra legislación a fin de poner al sexo femenino en igualdad de condiciones jurídicas con el varón, de todas maneras para la gran mayoría de las mujeres (…) continuará la esclavización social en su forma más dura: la dependencia económica de sus explotadores (citado en Richebächer, 1982: 180-181).

Zetkin ganó paulatinamente a las trabajadoras para la socialde- mocracia, a pesar de que las mujeres tenían prohibido unirse a un partido político: las “leyes de asociación” de Prusia, que excluían a las mujeres de la vida política, no fueron modificadas hasta 1908. En los congresos, las mujeres enviaban a sus delegadas, elegidas en asambleas segregadas por sexo debido a las limitaciones legales.

Las polémicas de Clara Zetkin con las feministas

Durante la época de las Leyes Antisocialistas en Alemania, de 1878 a 1890, cuando el Partido Socialdemócrata fue proscrito y sus líderes, incluyendo Zetkin, vivían en el exilio, el movimiento de mujeres burgués fue cómplice de su represión. Dicha hostilidad continuó luego de la caducidad de las Leyes Antisocialistas en 1890: el Bund Deutscher Frauenvereine, por ejemplo, fundado en marzo de 1894 como organización coordinadora del movimiento feminista burgués (inspirada en el International Council of Women, creado en 1893, en ocasión de la feria mundial de Chicago), prohibió a sus miembros pertenecer a las asociaciones femeninas socialdemócratas (Richebächer, 1982: 193). No es de extrañar, pues, que tanto por motivos ideológicos como por su amarga experiencia, Zetkin exigiera una separación tajante (reinliche Scheidung) del movimiento de mujeres socialistas del feminismo burgués (ver Apéndice I y Zetkin, 1894b).

La negativa de Clara Zetkin a apoyar las iniciativas del feminismo como movimiento burgués la llevaron a chocar públicamente con la redacción del órgano central del SPD, Vorwärts, el 24 de enero de 1895. El periódico había publicado, el 9 de enero de 1895, una petición redactada por las feministas Minna Cauer y Lily Braun, junto con una afiliada del SPD, Adele Gehrard, escrita en nombre de las “mujeres alemanas de todas las clases y de todos los partidos”. El documento llamaba a poner fin a las leyes de reunión y asociación que restringían la actividad política de las mujeres en la mayoría de los estados alemanes. Vorwärts publicó la petición junto con una declaración de apoyo, recomendando que los miembros del Partido la firmaran. Zetkin también reimprimió la petición en Die Gleichheit, pero acompañada de esta advertencia: “Recomendamos decididamente a todos los miembros con conciencia de clase del proletariado no apoyar esta petición de ninguna manera”. En opinión de Zetkin, “la petición se originó en círculos burgueses y literalmente exuda un espíritu burgués, en algunos detalles incluso un espíritu burgués limitado”. Entre otras cosas, Zetkin criticaba el hecho de que las mujeres burguesas no hubieran buscado llegar de antemano a un entendimiento común con las obreras, lo que revelaba su desprecio por las mujeres de la clase trabajadora. Zetkin reivindicaba la posición del Partido, según la cual “la cuestión de la mujer sólo puede ser comprendida y resuelta en relación con la cuestión social general”. El Partido representaba a los intereses de los trabajadores de ambos sexos y luchaba por la conquista de las libertades democráticas con mucha más seriedad que las feministas (una versión en inglés de la carta de protesta de Zetkin al Vorwärts, del 12 de enero de 1895, así como de su respuesta del 25 de enero de 1895, aparece en Zetkin, 2015: 60-71).

Fue sólo con grandes dificultades que Zetkin consiguió que Vorwärts publicara su carta. Zetkin escribió una carta de quince páginas a Engels, explicando en detalle las razones de su actitud inflexible hacia la petición feminista. En dicha carta, Zetkin afirmaba su convicción de que, siempre y cuando, las feministas de las clases explotadoras como Lily Braun se movieran dentro de su propio círculo, no era necesario criticarlas. Pero cuando traían sus ideas feministas a las mujeres de la clase trabajadora, tenían que ser criticadas. Dicha vigilancia era tanto más necesaria porque “la tendencia hacia el oportunismo y el reformismo es ya bastante fuerte y crece con la expansión del Partido” (Zetkin, 2015: 188). Engels comentó, en una carta a Víctor Adler, fechada el 28 de enero de 1895: “Luise está especialmente contenta con el decidido rechazo de la petición de la Liga de Mujeres. Pégale una mirada al artículo de Clara Zetkin en el suplemento del Vorwärts del jueves. Clara tiene razón y ha tenido que luchar mucho para que su artículo fuera publicado. ¡Bravo Clara!” (Engels, 1895. Sobre este tema, ver Staude, 1977).

En septiembre de 1896 se celebró un congreso feminista en Berlín, en el que Clara Zetkin intervino, según sus propias palabras, “no como participante en el congreso, sino como oyente, como oponente (Gegnerin)” (Zetkin, 1896e: 394). Zetkin comenzaba afirmado la existencia de “puntos de contacto” entre marxistas y feministas, pero nada más:

Entre el movimiento de mujeres burgués y el movimiento de mujeres proletarias existen puntos de contacto. Todas aquellas demandas de reforma planteadas para poner fin a la esclavitud sexual de la mujer son demandas que también nosotras apoyamos, por las cuales hemos luchado durante años con una claridad y un sentido de propósito que hasta ahora el movimiento de las mujeres burgués aún no mostrado. Hemos estado luchando durante años por la igualdad política del sexo femenino, por el derecho de asociación y por el derecho al voto. ¿Qué congreso de mujeres burgués alemán se ha atrevido alguna vez a formular esta demanda oficialmente? Se ha pronunciado aquí nuevamente, con toda corrección, la consigna: marchar por separado y golpear juntos. No podemos ir de la mano con las mujeres burguesas, porque nuestra lucha es principalmente una lucha de clases en contra de la burguesía y en contra de la sociedad capitalista. También en relación a la táctica, no podemos seguir los pasos del movimiento de mujeres burgués. Ustedes dirigen peticiones de reforma no sólo a las autoridades legislativas, sino también a Su Majestad Imperial y al gobierno. ¿Quién puede exigirnos a nosotros, que somos republicanos, que nos rebajemos a peticionar a un monarca? (Zetkin, 1896e: 394-395).

Zetkin finalizaba exhortando a las feministas a apoyar las demandas planteadas por las mujeres trabajadoras y reafirmando el principio de absoluta separación entre marxistas y feministas, ya que ambas se encontraban “en campos diferentes”:

Si el movimiento de mujeres burgués quiere hacer algo que beneficie también a las llamadas hermanas más pobres, entonces se debe pronunciar, en primer lugar, por la igualdad política plena de los sexos, porque de esa manera la trabajadora tendrá derecho a luchar económica y políticamente junto con su marido en contra de la burguesía.

El movimiento de mujeres burgués también debería pronunciarse por una reforma del sistema tributario, para reducir la carga impositiva sobre los pobres, por la abolición de las ordenanzas sobre personal doméstico (Gesindeordnungen) y por la jornada de ocho horas sin distinción de sexo. La buena disposición de las mujeres burguesas para promover las organizaciones de trabajadoras sólo puede beneficiar a las mujeres proletarias si estas organizaciones son estructuradas como organizaciones de lucha contra el capital, y no como tertulias de café sobre la armonía. Si el movimiento de mujeres burgués defiende estas reformas, funcionará en paralelo con nosotras. Sabremos apreciar si ustedes consiguen algo en este campo que sea de utilidad para las trabajadoras. Pero si una acción paralela es posible, esto no quiere decir que se trata de una acción común. Aún si tenemos puntos de contacto, nos encontramos en campos diferentes. Para nosotros, en primer lugar está el principio: la mujer proletaria lleva adelante una lucha de clases junto con sus compañeros masculinos, y no una lucha contra los privilegios del sexo masculino, mientras que el movimiento de mujeres burgués, de acuerdo con todo su desarrollo, considera a esta última como su tarea histórica (Zetkin, 1896e: 396).

En sus polémicas con las feministas, Zetkin ofrecía variaciones sobre la idea de que no existe ninguna “naturaleza femenina” que coloque a las mujeres de las clases explotadoras del lado de las obreras; sus intereses son, por el contrario, contradictorios e irreconciliables; las mujeres de la clase obrera deben, por lo tanto, organizarse separadamente de las mujeres de las clases dominantes y luchar por la expropiación de la burguesía juntamente con los varones de su clase, al mismo tiempo que avanzan sus propias reivindicaciones como sexo oprimido, desde la igualdad de derechos políticos hasta leyes protectoras del trabajo (Zetkin, 1896b, 1896c, 1896d).

Si bien Zetkin apoyaba las demandas de las feministas (libertad de estudio y de actividad profesional, derecho al sufragio), deploraba su ideal de mujer liberada que rechazaba el matrimonio y los hijos (Ehe-und Kinderlosigkeit) como una transformación de la necesidad en virtud, ya que, en realidad, era el capitalismo el que impedía el desarrollo individual de la mujer casada y con hijos. Uno de sus escritos de 1899, titulado “El estudiante y la mujer”, llevaba como subtítulo: “En lugar de feminismo: revolución social” (Statt Frauenrechtelei: Soziale Revolution) (Zetkin, 1899).

Zetkin, que había tenido que sacar adelante sola dos niños pequeños luego de enviudar, expresó sucintamente su concepción de la cuestión de la mujer y sus diferencias con las feministas en su discurso en el Arbeiterheim de Viena el 22 de abril de 1908:

La cuestión de la mujer es, en última instancia, una cuestión de los niños (eine Kinderfrage). El capitalismo no tiene ninguna consideración por el hecho de que la mujer no es solamente un ser humano, sino un ser humano femenino (ein weiblicher Mensch). No tiene ninguna consideración por el hecho de que la mujer quiere ser completamente humana sin dejar de ser en plenitud mujer, esposa y madre. En el sistema capitalista, el trabajo domina a los personas. Por eso, a la mujer le quedan sólo las migajas de tiempo y energía sobrantes para su actividad de madre, y de este hecho resultan los conflictos más graves.

Las feministas (Frauenrechtlerinnen) creen que es muy fácil cumplir ambas funciones. Esto puede ser cierto cuando la actividad profesional no es considerada más que como una forma dinámica de ociosidad y el nacimiento del niño aparece como un accidente desagradable. Pero quienes desean seriamente ser verdaderas compañeras de sus parejas y educadoras de sus hijos, se desgarran constantemente entre estas tareas.

Sólo el sistema socialista cambiará esta situación. Sólo entonces el trabajo de las mujeres fuera de la casa les dejará el tiempo suficiente para cumplir con sus responsabilidades familiares. Se crearán instituciones públicas que las asistirán enormemente en esta tarea. Eso no quiere decir que la educación en el hogar dejará de tener importancia. Un tipo de educación debe complementar a la otra. También necesitamos la educación familiar, para que los niños desarrollen una personalidad propia. Pero el sistema socialista también restaurará completamente al hombre en sus deberes como padre; la educación no será meramente un trabajo de mujeres (Zetkin, 1908).

Zetkin definió en forma aún más epigramática sus diferencias con el feminismo en su Historia del movimiento de mujeres proletario en Alemania: “así como la emancipación del proletariado sólo es posible mediante la eliminación de las relaciones de producción capitalistas, también la emancipación de la mujer sólo es posible a través de la abolición de la propiedad privada” (“wie die Befreiung des Proletariats nur durch die Aufhebung der kapitalistischen Produktionsverhältnisse, so auch die Emanzipation der Frau nur durch die Abschaffung des Privateigentums möglich ist. ’) (Zetkin, 1928: Kapitel 4).

A pesar de todo esto, las ideas de Clara Zetkin, como las de su amiga y compañera Rosa Luxemburg, son violentadas a menudo incluso por sus biógrafos: Gilbert Badia, por ejemplo, publicó un libro titulado Clara Zetkin: feminista sin fronteras (Badia, 1993). Gisela Notz indicó correctamente:

Es ocioso reembalar a Zetkin en cajas en las que ella nunca hubiera querido estar. Ella no fue ni feminista ni “feminista de izquierda”; estos últimos términos eran desconocidos en su tiempo. Las feministas para ella eran las “burguesas”. Las socialistas que, como la “Unión de mujeres y muchachas trabajadoras”, fundada en Berlín en 1873, aceptaban exclusivamente a mujeres como miembros, fueron objeto de sus críticas, porque impulsaban la “segregación entre las mujeres y los hombres”, que ella odiaba y consideraba ineficaz. Lamentó la “tendencia feminista (feministische Tendenz) de líderes prominentes del movimiento de Berlín”, que habían estado influenciadas por “ideas feministas” (frauenrechtlerischen Gedankengängen) (Notz, 2008: 12, citando a Zetkin, 1928: 143).

La intervención de Clara Zetkin en el congreso de Gotha del SPD (1896)

Clara Zetkin formuló las bases teóricas para la orientación del movimiento de mujeres socialistas en un discurso pronunciado ante el congreso del SPD en Gotha en 1896 (Zetkin, 1896a). Zetkin creía que la contradicción en el seno de la familia entre el hombre como propietario y la mujer como no propietaria había sido la base de la dependencia económica y de la falta de derechos sociales del sexo femenino. Las máquinas, el modo moderno de producción, empezaron gradualmente a socavar la producción autónoma de la familia, planteando a millones de mujeres el problema de encontrar una nueva fuente de sustento, un propósito serio en la vida, una actividad que al mismo tiempo fuese también emocionalmente gratificante. Millones de mujeres se vieron obligadas a buscar sus medios de vida y el contenido de su vida fuera de la casa, en la sociedad. Entonces, empezaron a tomar conciencia de que la falta de derechos hacía muy difícil la salvaguarda de sus intereses, y a partir de ese momento surgió la cuestión femenina moderna.

La cuestión femenina sólo existía en el seno de aquellas clases de la sociedad que eran producto del modo de producción capitalista. No existía una cuestión femenina en la clase campesina, aunque su economía natural estuviera ya muy restringida y llena de grietas. Por lo tanto, la cuestión femenina se planteaba para las mujeres del proletariado, de la pequeña burguesía, de los estratos intelectuales y de la gran burguesía, y presentaba distintas características según la situación de clase de estos grupos.

Luego de postular la existencia de una “cuestión femenina” diferente para cada clase de la sociedad, Zetkin procedía a analizarlas. Las mujeres de la gran burguesía, gracias a su patrimonio, podían desarrollar libremente su propia individualidad, seguir sus propias inclinaciones, trasladando al personal de servicio asalariado las cargas de sus roles como esposa y madre. Estas mujeres estaban, ante todo, preocupadas por adquirir la libertad de administrar sus propiedades. Sus demandas eran “la última etapa de la emancipación de la propiedad privada”.

Las características de la cuestión femenina en los círculos de la pequeña y mediana burguesía y en el seno de las intelectuales burguesas eran diferentes. En la medida en que el capitalismo avanzaba, la producción de la pequeña y media burguesía iban acercándose progresivamente a su destrucción. Las mujeres de las clases medias debían conquistar ante todo la igualdad económica con el hombre y sólo lo podían conseguir mediante dos reivindicaciones: la igualdad de derechos en la formación profesional y en la práctica profesional -es decir, la libre competencia entre el hombre y la mujer. “La competencia de las mujeres en las profesiones liberales es la fuerza motriz de la resistencia de los hombres contra las demandas de las feministas burguesas (bürgerlichen Frauenrechtlerinnen)”.

Aquí Zetkin introduce un elemento inesperado, que muestra la delicadeza de su análisis:

Hasta ahora he esbozado solamente el factor original, puramente económico. Sin embargo, seríamos injustos con el movimiento de mujeres burgués si sólo quisiéramos reducirlo a motivos económicos. No, también incluye un aspecto moral y espiritual mucho más profundo. La mujer burguesa no sólo pide ganarse su propio pan, sino también tener una vida espiritual y desarrollar su propia personalidad. Es precisamente en estos estratos donde encontramos aquellas figuras trágicas como Nora (la protagonista del drama de Henrik Ibsen, Casa de muñecas), tan interesantes desde el punto de vista psicológico: mujeres cansadas de vivir como muñecas en una casa de muñecas, que desean participar en el desarrollo de la cultura moderna; y tanto en el aspecto económico como desde el punto de vista moral-espiritual, las aspiraciones de las feministas burguesas (bürgerlichen Frauenrechtlerinnen) están plenamente justificadas (Zetkin, 1896a: 162-163).5

La mujer del proletariado había conquistado su independencia económica, pero ni como ser humano ni como mujer, ni como esposa tenía la oportunidad de desarrollar plenamente su individualidad. Para su tarea de esposa y de madre sólo le quedaban las pocas horas que le dejaba libres la producción capitalista. Zetkin aconsejaba separar tajantemente a las mujeres trabajadoras de las feministas burguesas, tanto en el plano organizativo como desde el punto de vista político-programático:

Por ello, la lucha por la liberación de la mujer proletaria no puede ser una lucha similar a la que desarrolla la mujer burguesa contra el hombre de su clase; por el contrario, la suya es una lucha con el hombre de su clase contra la clase capitalista. La mujer proletaria no necesita luchar contra el hombre de su clase para derribar las barreras que éste ha levantado contra la libre competencia. Las necesidades de explotación del capital y el desarrollo del modo de producción moderno la han colocado en una posición absolutamente desfavorable en esta lucha. Por el contrario, deben levantarse nuevas barreras contra la explotación de la mujer proletaria; es necesario restaurarle y asegurar sus derechos como esposa y como madre.

El objetivo final de su lucha no es la libre competencia con el hombre, sino la conquista del poder político por parte del proletariado. La mujer proletaria combate codo a codo con el hombre de su clase contra la sociedad capitalista. Por supuesto, apoya también las reivindicaciones del movimiento de mujeres burgués. Pero la consecución de estas reivindicaciones sólo representa para ella un medio para un fin, para que pueda entrar en la lucha al lado del proletario equipada con las mismas armas (Zetkin, 1896a: 163).

La sociedad burguesa no se oponía fundamentalmente a las demandas del movimiento de mujeres burgués, como lo demostraban las reformas que ya se habían introducido en el área del derecho público y privado, en varios Estados, en favor de la mujer. La burguesía alemana temía que la realización de estas reformas sólo presentara ventajas para la socialdemocracia:

Ciertamente, el temor de la democracia burguesa es muy miope. Aunque las mujeres consiguieran la igualdad de derechos políticos, nada cambiaría en las relaciones de fuerza reales. La mujer proletaria se coloca en el campo del proletariado y la burguesa se coloca en el campo de la burguesía. No debemos dejarnos engañar por las tendencias socialistas en el seno del movimiento de mujeres burgués, que sólo ocurren mientras las mujeres burguesas se sienten oprimidas (Zetkin, 1896a: 164).

Cuanto más traicionaba su misión la democracia burguesa, tanto más correspondía a la socialdemocracia apoyar la causa de la igualdad política de las mujeres.

Según Zetkin, la publicación del libro de August Bebel, La mujer y el socialismo, en 1879, más allá de sus méritos o deficiencias, había constituido un acontecimiento histórico, ya que por primera vez se había dejado en claro a los compañeros qué relación tiene la cuestión de la mujer con el desarrollo histórico; por primera vez se había oído la llamada: sólo podemos conquistar el futuro si ganamos a las mujeres como compañeras de lucha.

Zetkin pasaba entonces a desarrollar las conclusiones prácticas para la agitación socialista entre las mujeres:

El principio-guía debe ser el siguiente: no debemos llevar adelante ninguna agitación específicamente femenina, sino agitación socialista entre las mujeres. No debemos poner en primer plano los intereses momentáneos mezquinos del mundo de la mujer: nuestra tarea debe ser la conquista de la mujer proletaria moderna para la lucha de clases. No tenemos tareas especiales para la agitación entre las mujeres. Las reformas que se deben conseguir para las mujeres en el marco del sistema social existente ya están incluidas en el programa mínimo de nuestro partido.

(…) La agitación entre las mujeres debe unirse a los problemas que revisten una importancia prioritaria para todo el movimiento proletario. La tarea principal consiste en despertar la conciencia de clase en las mujeres y hacer que participen en la lucha de clases. La sindicación de las trabajadoras es extremadamente difícil (en particular porque) las mujeres están empleadas en el trabajo domiciliario. Luego también tenemos que lidiar con la percepción generalizada de las chicas jóvenes de que la actividad industrial es para ellas algo temporal, que termina con el matrimonio. Para muchas mujeres, el resultado final es un doble deber, ya que deben trabajar en la fábrica y en la familia. Tanto más necesario es el establecimiento de una jornada de trabajo legal para las trabajadoras (Zetkin, 1896a: 165).

En Alemania, además, debía llevarse adelante una lucha planificada contra la violación de las leyes sobre el derecho de reunión y por la consecución de la plena libertad de asociación. Para todo ello era necesaria la elección de delegadas entre las mujeres (Vertrauenspersonen), cuya tarea fuera promover y dirigir, de modo unitario y planificado, la organización económica y sindical entre las mujeres. (Los socialdemócratas crearon la figura de las Vertrauenspersonen o “personas de confianza” porque, según la legislación sobre asociaciones de Prusia hasta 1908, las mujeres no podían pertenecer a organizaciones políticas, las cuales eran perseguidas, prohibidas y disueltas; pero una persona podía, a título individual, coordinar y organizar al trabajo de agitación y las actividades entre las mujeres).

Zetkin proponía la publicación de una serie de folletos destinados a las mujeres proletarias que trataran específicamente de sus problemas, y concluía afirmando:

Porque así como los proletarios sólo pueden alcanzar su liberación si luchan juntos, sin distinción de nacionalidad ni de profesión, sólo pueden alcanzar su liberación si luchan juntos sin distinción de sexo. La inclusión de la gran masa de las mujeres proletarias en la lucha de liberación del proletariado es una de las condiciones previas para la victoria de la idea socialista, para el desarrollo de la sociedad socialista. Sólo la sociedad socialista podrá resolver el conflicto provocado en nuestros días por el empleo de la mujer. Cuando la familia, en tanto que unidad económica, desaparezca, y en su lugar surja la familia como unidad moral, la mujer será capaz de promover su propia individualidad en calidad de compañera al lado del hombre, con iguales derechos jurídicos, con las mismas aspiraciones y capacidades creativas y, al mismo tiempo, podrá desempeñar plenamente su papel de esposa y de madre (Zetkin, 1896a: 167-168).

En sus palabras finales, Zetkin contestó a las objeciones que le habían sido hechas, resaltando una vez más el abismo que separaba a las mujeres proletarias de las feministas burguesas:

He sido acusada de ser demasiado teórica. El debate ha demostrado cuán necesario es adoptar una posición de principio frente al feminismo burgués (bürgerlichen Frauenrechtlerei). La compañera Lowenherz ha dicho que tenemos todos los motivos para ir de la mano con las feministas burguesas (bürgerlichen Frauenrechtlerinnen) porque ellas defienden muchas de las demandas que nosotras también defendemos. No estoy de acuerdo. Este punto de vista corresponde a la creencia de que existe un “movimiento de mujeres” como tal, en sí mismo. Creemos que sólo existe un movimiento de mujeres en conexión con el desarrollo histórico y que, por lo tanto, existe un movimiento de mujeres burgués y un movimiento de mujeres proletario, que no tienen más en común que la socialdemocracia y la sociedad burguesa. Rechazamos a las feministas burguesas, no porque no apoyemos lo poco que ellas representan, sino porque ellas impugnan lo mucho que nosotras representamos, lo que constituye el contenido esencial de nuestras demandas, no sólo con respecto al futuro, sino también en relación con las demandas mínimas que planteamos hoy en el marco de la sociedad burguesa. Los proyectos educativos, por ejemplo, son ilusorios si los niños proletarios deben, al mismo tiempo, trabajar para ganarse la vida. Exigimos no sólo el pan del espíritu, sino también el pan del cuerpo. Y sería absurdo si nosotras, que tenemos detrás el poder social compacto de la socialdemocracia, quisiéramos unirnos a las mujeres burguesas, que no tienen detrás de sí potencia alguna. Una cosa más nos separa: la táctica. ¿Deben acaso las proletarias con conciencia de clase ir con peticiones al trono del emperador y de los gobiernos? La compañera Lowenherz dice que debemos dejar que las feministas burguesas agiten para nosotras porque no tenemos agitadoras entrenadas (…) No es sólo una cuestión de lo que se demanda, sino con qué propósito se lo hace. Cuando las mujeres burguesas plantean demandas, no lo hacen con el fin de proporcionarle armas adicionales al proletariado en la lucha por su liberación, sino impulsadas por la mala conciencia de la burguesía, con el fin de cerrar con sus demandas la boca del proletariado. Pero queremos que, en la hora del colapso de la sociedad burguesa, al final del desarrollo capitalista, el proletariado no se encuentre como el esclavo que acaba de romper sus cadenas, sino como una personalidad completamente desarrollada física, mental y moralmente. Y, desde este punto de vista, no es posible entre la sociedad burguesa y la sociedad proletaria ninguna comunidad (Zetkin, 1896a: 173).

En base a la moción y al discurso de Clara Zetkin, el Congreso del Partido Socialdemócrata alemán celebrado en la ciudad de Gotha en 1896 adoptó una resolución programática sobre la cuestión de la mujer, reproducida en el Apéndice II.

Durante la controversia revisionista (1898-1903), Zetkin asoció al movimiento de mujeres del SPD con la corriente “ortodoxa”, mientras que el líder revisionista Eduard Bernstein buscó la alianza del movimiento de mujeres burgués, escribiendo por ejemplo en Neue Bahnen: Organ des Allgemeinen Deutschen Frauenvereins (Richebacher, 1982: 165-166). El revisionismo fue oficialmente rechazado por el Partido en 1903, y esto permitió a Zetkin derrotar a las partidarias de aquél, que también defendían la cooperación con el feminismo burgués.

El movimiento de mujeres del SPD antes de la primera guerra mundial

En 1895, el Partido presentó por primera vez una moción en favor del sufragio femenino en el Reichstag alemán, algo que repetiría en los años siguientes. Los socialdemócratas estaban casi solos en su continua oposición al Código Civil represivo en el Reichstag. En un famoso discurso pronunciado en el Reichstag, el 13 de enero de 1898, su líder, August Bebel (un tornero de profesión), pidió la despenalización de la homosexualidad mediante la eliminación del Párrafo 175, apoyando la petición impulsada por el Comité Científico-Humanitario de Magnus Hirschfeld, creado el año anterior (Verhandlungen des Deutschen Reichstags, 16, Sitzung, Donnerstag den 13. Januar 1898). Exigieron una y otra vez mayor protección para las trabajadoras. Apoyaban el salario igual por trabajo igual y pedían guarderías para las madres trabajadoras. Las mujeres del SPD afirmaban también que era su deber asumir la herencia olvidada del liberalismo alemán, que una asustada y reaccionaria burguesía había abandonado, y como consecuencia de ello insistían en la igualdad de la mujer en la enseñanza y en la vida profesional. El partido criticó las leyes alemanas sobre el aborto y favoreció el acceso a los anticonceptivos (Evans 1980: 192).

A partir de 1900, el ala femenina del SPD comenzó a celebrar una conferencia bienal de mujeres (Frauenkonferenz) juntamente con el congreso del partido. La primera, celebrada en Maguncia (Mainz) en septiembre de 1900, contó con la presencia de veinte delegadas y eligió como delegada central (Zentralvertrauensperson) a Ottilie Baader. En dicha conferencia, Lily Braun, la representante más conocida del ala reformista del movimiento de mujeres socialdemócrata, presentó una moción proponiendo una redefinición de la relación con el movimiento de mujeres burgués. En el informe sobre la conferencia se lee:

Un corto debate tuvo lugar sobre la moción de la compañera Braun de precisar la posición del movimiento proletario de mujeres hacia el movimiento de mujeres burgués. No surgieron diferencias de opinión al respecto. Las compañeras Zetkin, Ihrer, Zietz y Menger, y el compañero Ledebour coincidieron en la opinión de que no existe ningún motivo para sujetar a una revisión la posición de principios del movimiento de mujeres proletario hacia el movimiento de mujeres burgués. En qué medida compañeras individuales pueden trabajar juntamente con feministas (Frauenrechtlerinnen) y otros elementos burgueses, de vez en cuando y temporalmente, en áreas que están fueran del movimiento socialista o que éste último aún no puede abarcar, eso debe dejarse librado a la discreción personal, al gusto, al sentido del tacto y a la importancia de circunstancias especiales. La precondición para tales actividades es que actúen en todas partes como socialdemócratas (Bericht, 1900: 256-257)

La Segunda Conferencia de las Mujeres Socialistas, celebrada en Munich en septiembre de 1902, adoptó resoluciones a favor del derecho al voto y de la admisión de las mujeres a las asociaciones políticas, así como de la adopción de medidas legales para proteger a las mujeres, los niños y las trabajadoras domésticas. La Tercera Conferencia de Mujeres Socialistas, celebrada en Bremen en septiembre de 1904, seleccionó a Luise Zietz como copresidente junto con Clara Zetkin. Para entonces, Die Gleichheit ya alcanzaba una tirada de 12.000 ejemplares.

A la Quinta Conferencia de Mujeres Socialistas, celebrada en Nuremberg en septiembre de 1908, asistieron 74 delegadas. Fue adoptado un estatuto de organización, refrendado más tarde por el Congreso del Partido, ya que la nueva Ley Nacional de Asociaciones (Reichsvereinsgesetz) del 15 de mayo de 1908 permitió, por primera vez, la afiliación de las mujeres a los partidos políticos. A partir de entonces, cada compañera estaba obligada a unirse a la organización del Partido Socialdemócrata de su área. Los miembros femeninos debían estar representados en proporción a su número en el Ejecutivo (Vorstand), al cual debía pertenecer al menos una compañera. El Ejecutivo aprovechó la oportunidad para cooptar a la menos radical, Luise Zietz, en lugar de Zetkin, la cual llegó a considerar la posibilidad de retirarse de la actividad política ante esta afrenta (Richebacher, 1982: 245-246).

Esta actitud hostil de la naciente burocracia partidaria hacia Zetkin, que era la líder histórica del movimiento de mujeres socialista alemán, coincidió con la actitud de la creciente burocracia sindical, cuyo principal representante, el líder de la confederación sindical Carl Legien, amenazó en 1908 con lanzar un periódico sindical femenino para competir con Die Gleichheit, debido al apoyo que éste brindaba a la agitación en favor de la huelga de masas, una consigna que Rosa Luxemburg y Zetkin consideraban como la principal enseñanza de la revolución rusa de 1905 y que era anatema para los líderes sindicales (Richebacher, 1982: 236, 240).

En 1910, cuando el Ejecutivo se negó a convocar una conferencia de mujeres antes del congreso del partido celebrado en Magdeburg y la aplazó para el año siguiente, alegando dificultades financieras, tanto Zietz como Otilie Baader apoyaron la decisión, en contra de la posición de Zetkin, la cual quería darle una regularidad anual a las conferencias de mujeres del SPD (Richebacher, 1982: 256-260). Finalmente, el Buró Femenino (Frauenbureau) del SPD fue disuelto en 1912 y la agitación entre las mujeres encomendada a una Secretaría del Ejecutivo, puesto para el cual fue electa Zietz (Richebacher, 1982: 267).

Esta marginalización creciente de la toma de decisiones del ala femenina del SPD, por la burocracia partidaria en conjunción con la sindical, fue velada en aquel entonces por el crecimiento espectacular del movimiento de mujeres del SPD, el cual pasó de 4.000 miembros en 1905 a 10.943 en 1907, 82.642 en 1910 y 174.754 en 1914 (Richebácher, 1982: 247 y 312, nota 1). Además de esto, sus agitadoras tomaron parte activa en la sindicalización de las mujeres trabajadoras, consiguiendo un total de casi 216.000 mujeres sindicalizadas inmediatamente antes del estallido de la Primera Guerra Mundial. La revista de Zetkin, Die Gleichheit, también aumentó rápidamente su tirada, alcanzando 124.000 suscriptores en 1914. Todo ello contribuyó a hacer del movimiento de mujeres de la socialdemocracia alemana el primer movimiento de masas en favor de la emancipación de las mujeres organizado por la clase trabajadora. Convocó manifestaciones y desfiles impresionantes en favor del sufragio femenino en toda Alemania a partir de 1911 (Evans, 1980: 192).

El movimiento de mujeres trabajadoras socialistas en otros países

El movimiento de mujeres de la socialdemocracia austríaca era el más desarrollado después del alemán. En 1913 incluía a 28.058 mujeres en 312 diferentes filiales locales, y en junio de 1914 su periódico, Arbeiterinnen-Zeitung, tiraba 29.000 ejemplares (Evans, 1980: 199). El mayor movimiento de mujeres socialistas después de los de Alemania y Austria fue el de Finlandia, que contaba con 10.000 miembros (de un total de 45.000 afiliados socialdemócratas) ya en 1905. En Francia, el movimiento socialista era relativamente débil: en 1914, cuando los socialistas contaban con más de 90.000 miembros (mientras que el SPD en Alemania contaba con más de un millón), la afiliación femenina no pasaba de 1.000 y hubo sólo una delegada en el congreso del Partido (Evans, 1980: 208).

Mientras que la organización de mujeres socialistas en Alemania era al menos diez veces más grande que el movimiento sufragista, en Norteamérica esta proporción era al revés. El movimiento norteamericano de mujeres socialistas no contaba con más de 15.000 miembros en su momento culminante en 1912 (el Socialist Party of America tenía un promedio de 117.984 afiliados cotizantes en 1912; el comité de mujeres calculaba la afiliación femenina en un 10% del total en 1911 y en un 15% en 1912), mientras que el movimiento sufragista burgués contaba ya con 75.000 miembros en 1910 (Evans, 1980: 204-105). Esta debilidad del movimiento de mujeres socialistas se correspondía con la debilidad relativa de los partidos socialistas en los países anglosajones, un fenómeno que volvía a las socialistas de dichos países vulnerables a las presiones del feminismo burgués, claramente evidente en el caso de Gran Bretaña, en el que las socialistas adoptaban posiciones sumamente conciliadoras hacia las tácticas de las sufragistas, ajenas a las del movimiento obrero (incendios, rotura de escaparates, etc.), e incluso hacia su estrategia reaccionaria (algunas de ellas apoyaban el sufragio restringido; es decir, el voto calificado femenino).

La Primera Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas en Stuttgart (1907)

La celebración en agosto de 1907 de la Primera Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas (Erste Internationale Konferenz Sozialistischer Frauen) en Stuttgart, pensada para coincidir con el congreso de la Internacional Socialista, que tuvo lugar el mismo mes en dicha ciudad, fue una victoria política para Clara Zetkin. Quince nacionalidades diferentes estuvieron representadas en las 59 delegadas. Inglaterra había enviado 19 representantes, 16 de Alemania, siete de Austria, tres de Hungría, tres de Francia, dos de Bohemia; Bélgica, Holanda, Suiza, Finlandia, Estados Unidos habían enviado una delegada cada uno. Italia estuvo representada por Angélica Balabanoff, Rusia por una delegada de Estonia, que se escuchó con menos frecuencia que Alexandra Kollontai, y por tres observadoras (una del Bund, la segunda de los socialdemócratas de San Petersburgo, la tercera enviada por las obreras textiles de Lódz). Asistió también una invitada hindú: la señora Camay, de Bombay. Die Gleichheit destacaba la presencia sindical: la compañera Boschel de Viena, así como la delegada suiza (Margarethe Faas-Hardegger) recibieron el mandato de sus respectivas confederaciones sindicales. Lo mismo sucedió con dos mujeres alemanas, incluyendo la activista Emma Ihrer, vieja militante socialdemócrata de la era anterior a Zetkin. Por último, la delegada de Finlandia también representaba una unión de trabajadoras especializadas y, además, acababa de ser elegida al Parlamento. En 1907, en Stuttgart, solamente las finlandesas tenían el derecho al voto, obtenido un año antes gracias a la revolución rusa de 1905, así que la cuestión del sufragio femenino estaba estrechamente asociada a la lucha revolucionaria para ellas.

Ottilie Baader pronunció el discurso de bienvenida, invitó a la prensa no socialista a abandonar el lugar y propuso el orden del día. Su agenda incluía tres puntos: 1) la presentación de informes sobre los movimientos de mujeres socialistas en los diferentes países; 2) el establecimiento de relaciones regulares entre las compañeras organizadas de los diferentes países, y 3) el derecho al voto de la mujer (Baader, 1907b: 123). Clara Zetkin fue elegida presidente de la reunión.

El informe de las socialdemócratas alemanas a la conferencia aclaraba que “la mujer proletaria tiene los mismos intereses que el varón: obtener reformas en lucha contra la sociedad capitalista y un día abolirla completamente”. Para poder participar en la lucha de su clase contra el capitalismo, sin restricciones y con toda su pujanza, la proletaria necesitaba especialmente la igualdad de derechos políticos y sociales como mujer. Pero “la completa igualdad de derechos para el sexo femenino no es para la mujer trabajadora, como para la mujer burguesa, el ‘objetivo final’ de sus aspiraciones. Para ella es sólo un medio con miras a un fin, que es la lucha contra el sistema capitalista y su derrocamiento. La mujer trabajadora no puede contentarse con una reforma de la sociedad contemporánea, sino que debe aspirar a una revolución del orden burgués (…) En suma, el movimiento de mujeres socialistas de Alemania es, en su esencia más profunda, sólo un miembro del movimiento obrero socialista general”. En cuanto al feminismo burgués, la autora del informe, Ottilie Baader, afirmaba:

Las proletarias están ligadas por la más profunda solidaridad de intereses de clase con el proletariado masculino, y están separadas, por una contradicción insalvable de situación de clase y de intereses de clase, de las mujeres burguesas. Así como el movimiento de mujeres socialistas está ligado en solidaridad constante con el movimiento obrero revolucionario por los objetivos compartidos y por los medios para alcanzarlo, está, por otro lado, profunda y fundamentalmente separado del movimiento de mujeres burgués. Las reformas a las que éste aspira son incapaces de abolir la opresión política y social de la enorme mayoría del sexo femenino por las clases propietarias y explotadoras. El movimiento de mujeres socialistas es, por el contrario, una parte del movimiento proletario- revolucionario. Su objetivo es la revolución social y la supresión de la sociedad burguesa. Lucha por la igualdad de derechos del sexo femenino, así como por las otras reformas que demanda al igual que el movimiento de mujeres burgués, como medios hacia un fin, que es la lucha contra el orden capitalista y por su derrocamiento, mientras que las sufragistas burguesas quieren apoyar y mantener dicho orden social a través del sufragio femenino. Alguien podría quizás opinar que, a pesar de todo, en la lucha por las reformas en cuestión sería posible de vez en cuando hacer causa común entre los movimientos de mujeres socialista y burgués, y que ambos podrían marchar separados, pero golpear juntos. Esto queda excluido por la insuficiencia de las demandas que presentan las sufragistas, y por la endeblez con las que las defienden. Semejante “marchar separados y golpear juntos” sólo sería posible al precio de que las mujeres socialistas retrocedieran en lugar de avanzar, de que moderaran sus demandas (Baader, 1907a: 6-7).

La conferencia de Stuttgart adoptó, por 47 votos contra once votos de las austríacas, las suizas y las inglesas, una resolución en favor del sufragio femenino, en la que se afirmaba:

La demanda del sufragio femenino es producto de las revoluciones económicas y sociales causadas por el sistema capitalista de producción, en especial de la revolución operada en el trabajo, la posición y la conciencia de la mujer. Es esencialmente una consecuencia del principio democrá- tico-burgués que reclama la eliminación de todas las diferencias sociales que no se basan en la propiedad, y que proclama tanto en el área de la vida privada como de la vida pública la completa igualdad de derechos jurídicos de todos los mayores de edad. Por esta razón, el sufragio femenino siempre ha sido demandado por pensadores individuales en relación con cada lucha en la que la burguesía participó por la democratización de los derechos políticos, como una condición necesaria para su emancipación política y para su dominio de clase. Sin embargo, el sufragio femenino recibió por primera vez su fuerza impulsora como demanda de masas como resultado de la creciente actividad económica de las mujeres y, sobre todo, debido a la inclusión del proletariado femenino en la industria moderna. El sufragio femenino es un correlato de la emancipación económica de la mujer de la casa y de su independencia económica de la familia gracias a su trabajo pago (Beschluß, 1907: 1).

Sin embargo, debido a las contradicciones de clase, que tenían tanta influencia en el mundo de las mujeres como en el de los hombres, el valor y el objeto principal del sufragio eran diferentes para las mujeres de las diferentes clases sociales.

El valor del derecho al sufragio como arma en la lucha social está en proporción inversa al tamaño de la propiedad que posee el individuo y al poder social que confiere dicha propiedad. Su objeto principal es diferente, de acuerdo con la posición de clase: o bien la igualdad jurídica completa del sexo femenino, o bien la emancipación social del proletariado a través de la conquista del poder político para la abolición de la dominación de clase y para la introducción de la sociedad socialista, que es la única garantía para la completa emancipación de la mujer como ser humano. Como consecuencia de las contradicciones de clase entre las mujeres, el movimiento de mujeres burgués no marcha unido, en filas cerradas y desplegando sus fuerzas al máximo, en apoyo del sufragio universal de la mujer. Las mujeres proletarias, en consecuencia, deben confiar en sus propias fuerzas y en las de su clase para la conquista de sus plenos derechos políticos (Beschluß, 1907:1).

En los partidos reaccionarios gobernantes crecía la tendencia a fortalecer el poder político de la propiedad a través de la introducción de un sufragio femenino limitado (censitario). La primera Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, por ende, llamaba a todos los partidos socialistas del mundo a priorizar la lucha por el sufragio femenino y declaraba:

El movimiento de mujeres socialistas de todos los países rechaza el sufragio femenino limitada como una falsificación y una burla al principio de la igualdad de derechos del sexo femenino. Lucha por la única expresión concreta y viva de este principio: el derecho al sufragio universal de la mujer para todas las mujeres adultas, sin limitación alguna en lo referente a la propiedad, al pago de impuestos, al grado de educación o a cualquier otra condición que excluya a los miembros de la clase obrera del disfrute de ese derecho. El movimiento de mujeres socialistas lleva adelante su lucha no en alianza con las feministas burguesas (bürgerlichen Frauenrechtlerinnen), sino en asociación con los partidos socialistas, los cuales luchan por el sufragio femenino como una de las demandas que desde el punto de vista de principio y de la práctica es más importante para una completa democratización del derecho al sufragio (Beschluß, 1907: 2).

La conferencia también decidió estrechar los lazos entre las compañeras de los diferentes países mediante la creación de una oficina central (Zentrale), de un Secretariado Internacional al cual se enviarían anualmente informes sobre la cuestión de la mujer en los respectivos países, así como informes regulares sobre todos los eventos importantes. Se determinó que la redacción de la revista Die Gleichheit cumpliría dicha función de oficina central hasta la reunión de la siguiente Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas. Las compañeras de los diferentes países debían ocuparse de publicar los informes en los órganos de prensa partidarios de sus respectivos países.

En el artículo aparecido en Die Gleichheit, haciendo un balance de la conferencia de Stuttgart, se hace la siguiente referencia a la situación en el Reino Unido, donde las mujeres socialistas actuaban en conjunto con el movimiento burgués de las suffragettes:

En Inglaterra, una parte de las socialistas no está completamente libre de concepciones feministas burguesas (bürgerlich frauenrechtlerischen Gedankengängen) y, por lo tanto, también en la lucha por la igualdad de derechos políticos del sexo femenino no se diferencian tácticamente con absoluta claridad del movimiento de mujeres burgués (bürgerlichen Frauenbewegung). Sería ir demasiado lejos intentar explicar en el marco de este artículo las razones históricas que explican este fenómeno. No faltan compañeras en Inglaterra que, con las mejores intenciones de servir a la liberación de su sexo y a los intereses del proletariado, luchan junto con las feministas burguesas (bürgerlichen Frauenrechtlerinnen) por un sufragio femenino limitado (censitario). Y en su lucha por ese derecho (que ellas consideran como un primer paso necesario hacia la igualdad de derechos políticos del sexo femenino en principio y en la práctica), ellas, como muchas feministas burguesas y, de hecho, mucho más que la mayoría de éstas, han invertido una enorme energía y capacidad de sacrificio. (Dicha línea había sido aprobada por el Independent Labour Party, pero no por la Social Democratic Federation). Dadas estas circunstancias, era de esperar que una parte de las delegadas inglesas no aceptaran una resolución que rechazaba explícitamente y en los términos más inequívocos el sufragio femenino limitado y que ponía fin a la asociación de las compañeras con las feministas burguesas (Die Gleichheit, 1907: 150-151).

En Stuttgart, Clara Zetkin había recibido el apoyo entusiasta de Rosa Luxemburg. En su carácter de único miembro femenino de Buró Socialista Internacional (BSI) en Bruselas, Rosa creía que era mucho más conveniente ubicar la oficina central de la Internacional Socialista de Mujeres en Stuttgart, como lo había propuesto Zetkin. Según Rosa, el BSI era un organismo cuyas decisiones eran a menudo ignoradas por los partidos socialistas nacionales. Los tiempos en los que Marx era el centro del movimiento internacional del proletariado habían pasado, y un punto central para el movimiento socialista obrero internacional no podía ser creado por medios puramente mecánicos. Pero Rosa veía esto como una oportunidad para las mujeres socialistas: si éstas conseguían establecer un centro de autoridad moral, capaz de atraer el interés de los países miembros de la Internacional, podían convertirse en un centro vital y eficaz del movimiento socialista. Rosa concluía señalando que las mujeres socialistas podían convertirse en el “centro moral de la Internacional” si aceptaban las propuestas de las compañeras alemanas (Erste Internationale Konferenz Sozialistischer Frauen, Stuttgart 1907: 135-136).

Alexandra Kollontai también estuvo presente en la conferencia de Stuttgart. Kollontai intervino apoyando la moción de Zetkin sobre el sufragio universal femenino y dijo lo siguiente sobre las características del movimiento de mujeres socialistas en Rusia luego de la revolución de 1905:

No hemos tenido hasta ahora en Rusia un movimiento específico de trabajadoras o de mujeres. Las trabajadoras con conciencia de clase han tomado parte en el movimiento de liberación al lado de los varones, en el mismo marco (organizativo). La socialdemocracia rusa también ha representado siempre los intereses de las trabajadoras, y las mujeres rusas con conciencia de clase se han unido en gran número al Partido Socialdemócrata y a los sindicatos, sobre todo a los sindicatos, que han crecido muy rápidamente. Ahora, sin embargo, tenemos que pasar por un momento difícil en Rusia. El movimiento de mujeres proletarias ha encontrado un nuevo enemigo en el movimiento de mujeres burgués, del cual no existían trazos hace tan sólo tres años atrás. Ahora ha brotado como un hongo después de la lluvia. Hay mujeres kadetes-radicales que son políticamente muy decididas, pero totalmente atrasadas en lo que concierne a la legislación social. También hay mujeres progresistas y, finalmente, una “Unión de mujeres auténticamente rusas”, que están ávidas de beber la sangre de nuestros abnegados luchadores revolucionarios. ¡Una bella organización del bello sexo! Ahora debemos luchar contra todas estas mujeres burguesas, y así proseguimos la lucha contra el absolutismo, hombres y mujeres juntos. ¡Las vamos a derrotar, y esta derrota será una victoria para todo el mundo! (fuertes aplausos) (Erste Internationale Konferenz Sozialistischer Frauen, Stuttgart 1907: 131-132).

El congreso de la Segunda Internacional celebrado en Stuttgart simultáneamente con la Primera Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, el cual adoptó una famosa resolución “contra el militarismo y el imperialismo”, redactada por Rosa Luxemburg y Lenin (reproducida en Joll, 1976: 182-184), incluía en su orden del día una moción que proclamaba como “el deber de los partidos socialistas de todos los países agitar enérgicamente para la introducción del sufragio femenino universal”, finalmente adoptada como resolución luego de un largo discurso de Zetkin (versión castellana parcial en Zetkin, 1976). De dicho discurso rescatamos el siguiente pasaje:

Las proletarias no deben contar, por tanto, con el apoyo de las mujeres burguesas en la lucha por su derecho al sufragio; las contradicciones de clase excluyen la posibilidad de que se unan con el movimiento de mujeres burgués. Con ello no queremos decir que deban rechazar a las feministas burguesas (die bürgerlichen Frauenrechtlerinnen) si éstas, en la lucha por el sufragio universal femenino, se colocaran detrás y lado de aquéllas para golpear juntas, aún marchando separadas. Pero las proletarias deben ser perfectamente conscientes de que no pueden conquistar el derecho al voto mediante una lucha del sexo femenino sin distinción de clase contra el sexo masculino, sino sólo con la lucha de clase de todos los explotados, sin distinción de sexo, contra todos los explotadores, también sin distinción de sexo (Internationaler Sozialis- ten-Kongress zu Stuttgart, 1907: 42).

En un artículo sobre el Congreso Socialista Internacional de Stuttgart, Lenin afirmaba:

El congreso reconoció que, en la campaña por el sufragio femenino, era indispensable defender integralmente los principios del socialismo y la igualdad de los derechos entre hombres y mujeres, sin desfigurarlos por ninguna consideración de oportunidad. Un desacuerdo muy interesante se manifestó en torno de esto en el seno de la comisión. Los austríacos (Víctor Adler, Adelheid Popp) aprobaban esta táctica en la lucha por el derecho a voto universal para los hombres: para conquistar este derecho estimaban oportuno, en la campaña de agitación, no poner en primer plano la reivindicación del derecho al voto femenino. Los socialdemócratas alemanes, en particular Clara Zetkin, habían protestado ya contra este punto de vista en el momento en el que los austríacos mantenían su campaña en favor del sufragio universal. Zetkin había declarado en la prensa que en ningún caso había que dejar en la sombra la reivindicación del derecho a voto para las mujeres, que los austríacos habían actuado como oportunistas, sacrificando los principios por razones de conveniencia y que, lejos de debilitarlos, habrían amplificado el alcance de su agitación y la fuerza del movimiento popular si hubieran puesto la misma energía en reivindicar el derecho a voto para las mujeres. En la comisión, Zietz, otra mujer eminente de la socialdemocracia alemana, se alía plenamente con al punto de vista de Zetkin. La enmienda de Adler, justificación indirecta de la táctica austríaca, fue rechazada por doce votos contra nueve (esta enmienda pide solamente que no haya interrupción en la lucha por el derecho a voto acordado verdaderamente a todos los ciudadanos, y no que la lucha por el derecho a voto esté siempre ligada a la reivindicación de igualdad de derechos entre hombres y mujeres). Nada expresa mejor el punto de vista de la comisión y del congreso que las palabras siguientes, pronunciadas por la susodicha Zietz en la Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas (que tuvo lugar en Stuttgart al mismo tiempo que el congreso): “Por principio, debemos exigir todo lo que consideramos como justo -dijo Zietz- y solamente en el caso en el que nuestras fuerzas no sean suficientes para mantener la lucha aceptaremos lo que podamos obtener. Esa ha sido siempre la táctica de la socialdemocracia. Cuanto más modestas sean nuestras reivindicaciones, más modestas serán las concesiones del gobierno”. A la luz de esta discusión entre las mujeres socialdemócratas austríacas y alemanas, el lector puede ver con qué severidad los mejores marxistas juzgan la más mínima desviación de la táctica revolucionaria consecuente y fiel a los principios (Lenin, 1907: 90-91).

En su Historia del movimiento de mujeres proletario en Alemania, escrito 21 años más tarde, en 1928, Zetkin recordaba la Conferencia de Mujeres y el Congreso de la Segunda Internacional en Sttugart con un dejo de amargura:

En agosto de 1907 se reunió en el mismo sitio (la Liederhalle en Stuttgart) el primer congreso internacional de trabajadores que tuvo lugar en Alemania. Nos referimos a aquel memorable Congreso de la II Internacional que adoptó solemnemente una resolución por la cual los partidos socialdemócratas de todos los países se comprometían a que, en caso de guerra, aprovecharían la situación para derrocar al capitalismo. El mismo congreso decidió, además, que todos los partidos socialdemócratas tenían el deber de dirigir las luchas por el derecho de voto, incluido el derecho a voto para las mujeres; o sea, derecho a voto universal, igual, secreto y directo para todos los mayores de edad sin discriminación de sexo. Y con ello rechazaba cualquier concesión oportunista, tanto hacia los partidos liberales, que temían el derecho de voto de las mujeres, como a las corrientes feministas (frauenrechtlerische Strömungen) que se hubieran contentado con el “derecho de voto para las damas”. El Congreso de la II Internacional hacía suya con ello la resolución de la Primera Conferencia Femenina Socialista Internacional, que lo había precedido, y que había dado vida por primera vez a la unión ideológica y organizativa del movimiento femenino socialista de los distintos países. También esta conferencia tuvo su sede en la Liederhalle. El epílogo de estos dos congresos y de sus resoluciones lo escribió la guerra mundial, con la traición de la solidaridad proletaria internacional y con la renuncia al derecho de voto de la mujer por parte de los socialistas franceses y belgas en la postguerra (Zetkin, 1976, que incluye tres capítulos de Zetkin, 1928).


La Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, celebrada en Copenhague, Dinamarca (1910) y la proclamación del Día de la Mujer.

La invitación a la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas celebrada en Copenhague, Dinamarca, en agosto de 1910, rezaba: “Invitamos a las mujeres socialistas organizadas de todos los países -sin distinción del grupo o del partido al que pertenezcan- a enviar representantes a la conferencia, así como a todas las organizaciones de trabajadoras que reconozcan el principio de la lucha de clases” (Zweite Internationale Sozialistische Frauenkonferenz, 1910a: 1). Rosa Luxemburg no tomó parte en la conferencia, pero sí en el congreso de la Segunda Internacional, celebrado simultáneamente en Copenhague.

En la conferencia de Stuttgart, Clara Zetkin fue reelegida por un período de tres años y, por unanimidad, presidente de la Internacional de Mujeres Socialistas. En esta capacidad abrió las sesiones de la conferencia de Copenhague, delante de una delegación casi el doble de grande que la de la conferencia de Stuttgart, con un discurso que concluía con las siguientes palabras:

La mujer está interesada, aún más que el hombre, en la construcción de la sociedad socialista; debe anhelar a dicha sociedad no sólo como proletaria, sino también en su carácter de mujer (Weib), la cual puede desarrollarse como ser humano solamente en el marco del socialismo.

La igualdad jurídica entre el hombre y la mujer no es suficiente. Aún si las feministas burguesas (bürgerlichen Frauenrechtlerinnen) consiguen la realización de sus demandas, quedan nuevos problemas por resolver para el mundo de la mujer y surgen nuevos conflictos. Sólo donde el feminismo burgués pierde toda efectividad, más allá del muro de la sociedad capitalista, está ubicado el completo desarrollo de todas las mujeres como seres humanos. La sociedad socialista creará, por primera vez, las precondiciones materiales y morales para que cada mujer (Frau), sin dejar de ser una mujer (Weib), pueda desarrollarse plenamente como ser humano. El camino que debemos transitar es duro. Millones de nuestras hermanas sufren de hambre en el desierto capitalista. Cientos de miles caen en el pantano de la prostitución. Buscamos los medios de aliviar sus sufrimientos. Pero debemos transitar el camino a través de la sociedad capitalista con implacable necesidad, aunque nos cueste sangre y lágrimas. Debemos comprender y revolucionar las condiciones sociales, para que el proletariado femenino represente una parte de la fuerza y de la voluntad de acción para la transformación. Tenemos un objetivo firme ante nuestros ojos: no solamente la mujer liberada (befreite Weib), sino un ideal aún más elevado: ¡toda la humanidad liberada! (ovación) (Zweite Internationale Sozialistische Frauenkonferenz, 1910b: 1).

En la conferencia de Stuttgart había habido 59 delegadas socialistas de 15 nacionalidades, mientras que en Copenhague el número de nacionalidades representadas había aumentado a 17 y el número de delegadas a más de 100. Pero existía un déficit notable: la ausencia de delegadas de los países latinos, con la excepción de un grupo de delegadas de Lisboa. Esto contrastaba con “la representación alemana de 82.000 mujeres organizadas políticamente y 140.000 mujeres organizadas sindicalmente, con la representación austríaca de 10.000 mujeres organizadas políticamente y 50.000 mujeres organizadas sindicalmente” (Zweite Internationale Sozialistische Frauenkonferenz, 1910b: 1).

El informe de las socialistas alemanas a la Segunda Conferencia de Mujeres, presentado por Ottilie Bader y Luise Zietz, comenzaba indicando que la abolición, en 1908, de las leyes que limitaban el derecho de reunión y de asociación, abolición que finalmente permitía a las mujeres participar en asambleas políticas públicas y ser miembros de partidos y asociaciones políticas, había resultado, no en la creación de una organización separada de mujeres, sino en la integración plena de las compañeras al Partido Socialdemócrata alemán (Luise Zietz había pasado a ser miembro del Comité Central o Parteivorstand) y en la creación de una organización unificada:

La creación de una organización política unificada para hombres y mujeres, en la medida en que lo permiten las leyes, era la consecuencia lógica de nuestra posición de principio sobre la cuestión de la mujer. Estuvo dictada por el reconocimiento del hecho de que la cuestión de la mujer es una parte de la cuestión social y sólo puede encontrar su solución juntamente con ésta última; en otras palabras: que la liberación de la mujer del doble yugo de la esclavitud asalariada y sexual sólo puede ser el resultado del derrocamiento del capitalismo (Baader y Zietz, 1910: 3).

Al mismo tiempo, existía en el Partido Socialdemócrata alemán una Oficina Central para las compañeras, el Buro Femenino (Frauenbureau), que atendía a las necesidades específicas de las madres, los niños, etc. El informe señalaba también que, para entonces, Die Gleichheit ya alcanzaba una tirada de 82.000 ejemplares. El informe de la comisión sindical indicaba que en 1908 el número de trabajadoras sindicalizadas en Alemania llegaba a 139.119 (Hanna, 1910: 14). A esto se sumaban informes de las socialistas de Austria, Silesia, la Polonia austríaca, Bohemia, Suiza, Holanda, Gran Bretaña, Dinamarca, Suecia, Noruega, Finlandia, Rusia, Portugal y Estados Unidos.

El informe sobre Rusia, presentado por Alexandra Kollontai, señalaba que en la época de la primera Duma las socialistas habían hecho, por primera vez, el intento de desarrollar una agitación especial entre las mujeres. Clubes de trabajadoras habían sido creados en San Petersburgo en la primavera de 1906, que sin embargo habían sido rápidamente disueltos por la policía. Las socialdemócratas rusas habían organizado asambleas públicas para obreras y, desde octubre de 1907, asociaciones educativas para proletarias, que contaban con entre 200 y 300 miembros, pero que duraron tan sólo cinco meses, porque algunos compañeros y compañeras temían que estas asociaciones degeneraran en mero “feminismo” (Frauenrechtelei). Las compañeras desarrollaron una activa propaganda con motivo del congreso pan- ruso de mujeres de 1909. Treinta representantes de las trabajadoras habían sido elegidas en asambleas de mujeres, y tomaron parte activa en el congreso.

El desacuerdo interno entre el feminismo burgués (bürgerlichen Frauenrechtelei) y el incipiente movimiento de mujeres proletarias salió claramente a la luz. Tuvo lugar una polémica, que proporcionó estímulo y esclarecimiento a las proletarias. Luego de la conclusión del congreso, la cuestión de la mujer fue discutida en asambleas de trabajadores en Petersburgo y en las provincias. Algunos sindicatos, como la federación de trabajadores textiles y gráficos de Petersburgo, los trabajadores textiles y costureras en Bakú y las costureras en Moscú tomaron la decisión de crear comisiones especiales de agitación entre las mujeres, a fin de impulsar el desarrollo ulterior del movimiento de mujeres proletario y de ganar a las trabajadoras para el Partido y para los sindicatos (Kollontai, 1910: 74-75).

Al igual que el movimiento obrero y la izquierda en su conjunto, el movimiento de mujeres proletario también había sufrido los golpes de la reacción que siguió a la revolución de 1905. “Pero el congreso para la lucha contra la prostitución, que tuvo lugar en abril de 1910 en San Petersburgo, reavivó la actividad de los círculos de trabajadoras en Petersburgo y Moscú. Asambleas públicas y secretas tuvieron lugar, e incluso una representante de las trabajadoras de Moscú fue enviada como delegada al congreso”. Kollontai concluía presentando estadísticas parciales que mostraban que “el número de trabajadoras organizadas en una forma u otra en Rusia es muy pequeño, tanto en términos absolutos como en proporción al número de trabajadores varones organizados, aunque todas la organizaciones proletarias tienen miembros femeninos y las mujeres están incorporadas al Partido Socialdemócrata clandestino, a los sindicatos legales y semi-legales, a las asociaciones de educación de los trabajadores, etc.” (Kollontai, 1910: 75).

El informe sobre Estados Unidos, presentado por Mary Wood- Simmons, Winnie Branstetter y Theresa Malkiel, indicaba que aún en 1904 hubo sólo cinco delegadas femeninas en el congreso del Partido Socialista norteamericano, mientras que en el congreso de Chicago de 1908 hubo 19 delegadas y fue creado un Comité Nacional Femenino, cuya misión específica era agitar por el socialismo entre las mujeres. Y, como al pasar, señalaba un hecho trascendental: “Poco tiempo después (el 28 de febrero de 1909) tuvo lugar por primera vez el ‘Día de la Mujer’, un evento que ha despertado la atención de nuestros enemigos y el reconocimiento de todos los hombres y mujeres de pensamiento libre” (Wood-Simons, Branstetter y Malkiel, 1910: 82).

La Conferencia de Copenhague adoptó cinco resoluciones. La primera era una declaración de simpatía con la lucha por la liberación de Finlandia, que incluía la defensa del sufragio universal femenino obtenido en aquel país como resultado de la revolución rusa de 1905 “en una lucha en dos frentes -contra el enemigo exterior, el zarismo ruso, y el enemigo interior, las clases poseedoras- mediante la huelga general revolucionaria” (Resolutionen undBeschlüsse, 1910: 9).

La segunda resolución adoptada por la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas se titulaba “Por el mantenimiento de la paz” y decía lo siguiente:

La segunda Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas en Copenhague se sitúa en el tema de la lucha contra la guerra en el terreno de las resoluciones adoptadas por los congresos Socialistas Internacionales celebrados en París, Londres y Stuttgart. Ella ve las causas de las guerras en los antagonismos sociales creados por el sistema de producción capitalista y, por lo tanto, espera la salvaguardia de la paz sólo de la acción enérgica y consciente del proletariado y del triunfo del socialismo.

El deber de las mujeres socialistas es colaborar con las labores de mantenimiento de la paz en el espíritu de las resoluciones del Congreso Socialista Internacional de Stuttgart. A tal fin, debemos promover la instrucción del proletariado femenino sobre las causas de la guerra y sus bases -el orden capitalista-, así como sobre los objetivos del socialismo; debemos, por lo tanto, fortalecer en la totalidad de la clase obrera la conciencia del poder que puede y debe movilizar en determinadas circunstancias para garantizar la paz, gracias al papel que desempeña en la vida económica de la sociedad moderna. A tal fin, las trabajadoras tienen que asegurar, a través de la educación de sus hijos como socialistas, que el proletariado en lucha, el ejército de la paz, sea cada vez mayor y más numeroso (Resolutionen undBeschlüsse, 1910: 9).

Recordemos que la resolución sobre el militarismo adoptada por el congreso de Stuttgart en 1907, redactada por Rosa Luxemburg y Lenin, al mismo tiempo que instaba a la clase obrera y a sus representantes parlamentarios a “hacer toda clase de esfuerzos para evitar la guerra por todos los medios que parezcan efectivos”, concluía con la siguientes palabras: “En caso de que a pesar de todo estalle la guerra, es su obligación intervenir a fin de ponerle término en seguida, y con toda su fuerza aprovechar la crisis económica y política creada por la guerra para agitar los estratos más profundos del pueblo y precipitar la caída de la dominación capitalista” (Joll, 1976: 184).

La tercera resolución adoptada por la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas versaba sobre el sufragio femenino y reafirmaba la resolución adoptada por la primera Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas celebrada en Stuttgart en 1907, insistiendo en que dicho sufragio debía ser universal y no estar sujeto a ningún tipo de restricción de propiedad, impuestos, educación, etc. (Résolutions de la Conférence Internationale des Femmes Socialistes: 490-491).

Asimismo, reafirmaba el principio según el cual “el movimiento de mujeres socialistas no conduce su lucha en alianza con las sufragistas burguesas (with the bourgeois Womens Righters), sino en común con los partidos socialistas que, en general, luchan por el derecho al sufragio universal como una de las reformas más importantes desde el punto de vista de los principios y de la práctica para la democratización completa del derecho al sufragio” (Wood-Simons, 1910: 19-24).

Según el informe aparecido en Die Gleichheit, esta resolución condujo a un debate porque “desgraciadamente, una parte no insignificante de las compañeras inglesas, a pesar de todas las decisiones de los congresos partidarios y sindicales de su propio país, así como de la Conferencia Internacional de Stuttgart, insiste enérgicamente en unirse con feministas burguesas (mit bürgerlichen Frauenrechtlerinnen) en aras del sufragio femenino limitado”. Charlotte Despard, una líder sufragista, había defendido esta “táctica de compromiso” en la Conferencia de Copenhague, posición que había sido refutada por Dora Montefiore, “la benemérita pionera del sufragio universal”. La resolución de Copenhague, reafirmando el principio del sufragio universal femenino sostenido en Stuttgart, constituía, según el informe aparecido en Die Gleichheit, “una condena indirecta de la posición de las compañeras y de los compañeros que en Inglaterra han apoyado la demanda del sufragio femenino limitado en primer lugar”. En este contexto, los informes y discursos de las compañeras norteamericanas habían sido particularmente valiosos. “Constituyeron una magnífica refutación de la fábula repetida a menudo acerca de la sororidad (Schwesternschaft: hermandad) del sexo femenino, acerca de la comprensión de los intereses proletarios allí donde florece el movimiento de mujeres burgués y sus demandas políticas son implementadas” (Zweite Internationale Sozialistische Frauenkonferenz, 1910c: 387-388).

La cuarta resolución adoptada por la Conferencia de Copenhague en 1910 trataba de “La protección social para la madre y los niños” e incluía una serie de medidas destinadas a proteger a las mujeres trabajadoras, especialmente a las embarazadas, así como a sus hijos. La demanda de prohibir el trabajo nocturno de las mujeres había encontrado la oposición de las delegadas danesas y suecas, las cuales, según el informe aparecido en Die Gleichheit, habían expresado “los lugares comunes feministas (die fauenrechtlerischen Gemeinplätze) acerca del ‘derecho de la mujer al trabajo’, acerca de la mecánica ‘igualdad entre los sexos’” (Zweite Internationale Sozialistische Frauenkonferenz, 1910c: 388).

Finalmente, una quinta resolución versaba sobre la lucha contra el alza en el costo de vida (inflación), que fue un flagelo muy importante en los años inmediatamente previos al estallido de la Primera Guerra Mundial (Resolutionen und Beschlüsse, 1910: 9).

En la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, la representante alemana, Luise Zietz, siguiendo el ejemplo de las socialistas norteamericanas mencionado más arriba, propuso la creación de un “Día Internacional de la Mujer”, a celebrarse anualmente. Su propuesta fue secundada por su compañera Clara Zetkin. Las delegadas (100 mujeres procedentes de 17 países) estuvieron de acuerdo con la idea, manera de promover la igualdad de derechos, incluyendo el sufragio, para las mujeres. El punto 3 del orden del día, titulado “Formas y medios del trabajo práctico para la conquista del sufragio universal femenino”, incluía la siguiente moción de “Clara Zetkin, Kate Duncker y otras compañeras”:

En las manifestaciones anuales del Primero de Mayo -cualquiera sea la forma que éstas asuman-, la demanda de plena igualdad política de los sexos debe ser proclamada y sustanciada. De acuerdo con las organizaciones políticas y sindicales con conciencia de clase del proletariado de sus respectivos países, las mujeres socialistas de todas las nacionalidades tienen que organizar un Día de la Mujer (Frauentag) especial, el cual, ante todo, tiene que promover la propaganda del sufragio femenino. Esta demanda debe ser discutida en relación con toda la cuestión de la mujer, según la concepción socialista. El Día de la Mujer debe tener un carácter internacional, y ser cuidadosamente preparado (Zweite Internationale Konferenz Sozialistischer Frauen in Kopenhagen, 1910: 3).

En su informe, Die Gleichheit señalaba que “las sugerencias sobre la posible labor práctica uniforme para la introducción del sufragio femenino fueron aprobadas por unanimidad”. Ahora las compañeras debían poner en práctica dichas sugerencias. “Esto es válido sobre todo para la resolución de aplicar un nuevo medio de agitación en la forma de un ‘Día de la Mujer’, sin que nos hagamos ilusiones acerca de que significará un cambio transcendental para la conquista de los derechos políticos de la mujer, pero con la firme voluntad de darle el mayor alcance práctico que un Día de la Mujer bien preparado puede y, finalmente, debe tener” (Zweite Internationale Sozialistische Frauenkonferenz, 1910c: 388).

Al año siguiente, el 19 de marzo de 1911, el Día Internacional de la Mujer fue celebrado por primera vez, por más de un millón de personas en todo el mundo. En 1917, las manifestaciones con motivo del Día Internacional de la Mujer en San Petersburgo iniciaron la revolución de febrero (el 8 de marzo del calendario gregoriano cayó en el último jueves de febrero, según el calendario juliano, que era el que se usaba en Rusia).

Las polémicas de Rosa Luxemburg con las feministas

Es en este contexto en el que deben ser leídas las polémicas de Rosa Luxemburg -a quien no solamente la literatura académica, sino también parte de la izquierda, insiste en atribuir el mote de feminista6– con las sufragistas. En “El voto femenino y la lucha de clases”, un discurso pronunciado en las Segundas Jornadas de Mujeres Socialdemócratas celebradas en Stuttgart, el 12 de mayo de 1912, Rosa Luxemburg recordaba que Die Gleichheit tenía “más de cien mil suscriptoras”, y llamaba a no “subestimar la importancia de la lucha por el sufragio femenino”, ya que “el extraordinario despertar político y sindical de las masas proletarias femeninas en los últimos quince años ha sido posible sólo gracias a que las mujeres trabajadoras, a pesar de estar privadas de sus derechos, se interesaron vivamente por las luchas políticas y parlamentarias de su clase”. Recordaba que había sido “el apasionado empuje de las mujeres proletarias mismas” el que había forzado “al Estado policíaco pruso-germano a renunciar al famoso ‘sector de mujeres’ (el ‘sector de mujeres’ instituido en 1902 por el ministro prusiano Von Hammerstein obligaba a reservar en las reuniones políticas una sección especial para las mujeres) en las reuniones y abrir las puertas de las organizaciones políticas a las mujeres. Gracias al derecho de asociación y de reunión, las mujeres proletarias han tomado una parte activísima en la vida parlamentaria y en las campañas electorales. La consecuencia inevitable, el resultado lógico del movimiento es que hoy millones de mujeres proletarias reclaman desafiantes y llenas de confianza: ¡Queremos el voto!” (Luxemburg, 1912: 109-110).

Y aquí Rosa Luxemburg pasaba a enfatizar dos puntos que separaban a las mujeres proletarias socialistas de las feministas: la lucha por el voto femenino era una tarea de la clase obrera (tanto hombres como mujeres) y estaba ligada a una lucha más general por la conquista de derechos democráticos, cuya conclusión lógica en la Alemania monárquica era la proclamación de la república: “El objetivo es el voto femenino, pero el movimiento de masas para conseguirlo no es tarea para las mujeres solamente, sino una responsabilidad común de clase, de las mujeres y de los hombres del proletariado. Porque la actual ausencia de derechos de las mujeres en Alemania es sólo un eslabón de la cadena de la reacción: la monarquía” (Luxemburg, 1912: 110-111).

Rosa Luxemburg procedía, entonces, a realizar un ataque en regla contra el feminismo burgués (sufragismo):

El voto femenino aterra al actual Estado capitalista porque tras él están los millones de mujeres que reforzarían al enemigo interior; es decir, a la socialdemocracia. Si se tratara del voto de las damas burguesas, el Estado capitalista sólo podría esperar de ellas un apoyo eficaz a la reacción. La mayoría de estas mujeres burguesas, que actúan como leonas en la lucha contra los “privilegios masculinos”, se alinearían como dóciles corderitos en las filas de la reacción conservadora y clerical si tuvieran derecho al voto. Serían incluso mucho más reaccionarias que la parte masculina de su clase. A excepción de las pocas que tienen alguna profesión o trabajo, las mujeres de la burguesía no participan en la producción social; no son más que co-consumidoras del plusvalor que sus hombres extraen del proletariado, son parásitos de los parásitos del cuerpo social. Y los consumidores son, a menudo, mucho más crueles que los agentes directos de la dominación y la explotación de clase a la hora de defender su “derecho” a una existencia parasitaria. La historia de todas las grandes luchas revolucionarias lo confirma de una forma horrible. Tras la caída de los jacobinos en la gran revolución francesa, cuando Robespierre fue llevado al patíbulo, las prostitutas de la burguesía ebria de victoria (Lustweiber der siegestrunkenen Bourgeoisie), desnudas en las calles, bailaban desvergonzadas de alegría alrededor del héroe caído de la revolución.

Y en 1871, en París, cuando la heroica Comuna obrera fue aplastada con ametralladoras, las mujeres frenéticas de la burguesía fueron incluso más lejos que sus hombres bestiales en su sangrienta venganza contra el proletariado derrotado. Las mujeres de las clases propietarias defenderán siempre fanáticamente la explotación y la esclavitud del pueblo trabajador, gracias a las cuales reciben de segunda mano los medios para su existencia socialmente inútil (Luxemburg, 1912: 111-112, corregido en base al original alemán).

En un artículo escrito dos años más tarde, el 5 de marzo de 1914, en ocasión de la celebración del Día de la Mujer por los partidos socialistas del mundo -al cual llamaba “el Día de la Mujer Trabajadora” (Der Tag der Proletarierin)-, Luxemburg enfatizaba la diferencia entre el movimiento de mujeres obreras socialistas y el feminismo (sufragismo):

La mujer burguesa no está interesada realmente en los derechos políticos, porque no ejerce ninguna función económica en la sociedad, porque goza de los frutos maduros de la dominación de clase. La reivindicación de la igualdad de derechos para la mujer es, en lo que concierne a las mujeres burguesas, pura ideología de débiles grupos aislados, sin raíces materiales, un fantasma del antagonismo entre el hombre y la mujer, una extravagancia. De ahí el carácter bufonesco del movimiento sufragista.

La proletaria necesita derechos políticos, porque en la sociedad ejerce la misma función económica que el proletario, trabaja como un esclavo de la misma manera para el capital, mantiene igualmente al Estado, y es explotada y dominada al igual que el proletario. Tiene los mismos intereses y necesita las mismas armas para defenderse. Sus exigencias políticas están profundamente arraigadas en el abismo social que separa a la clase de los explotados de la clase de los explotadores, no en el antagonismo entre el hombre y la mujer, sino en el antagonismo entre el capital y el trabajo (Luxemburg, 1914: 411).

Rosa Luxemburg concluía su artículo con estas consideraciones:

Formalmente, los derechos políticos de la mujer pueden ser acomodados armoniosamente en el Estado burgués. El ejemplo de Finlandia, de los Estados norteamericanos y de algunos otros lugares demuestra que la igualdad de derechos de las mujeres ni derroca al Estado ni socava el dominio del capital. Pero como en la actualidad los derechos políticos de la mujer son, en realidad, una demanda de clase puramente proletaria, para la Alemania capitalista de hoy son como la trompeta del Juicio Final.

Al igual que la república, que la milicia, que la jornada de ocho horas, el derecho de la mujer al voto sólo puede triunfar o ser derrotado junto con toda la lucha de clases del proletariado, sólo puede ser defendido con los métodos de lucha y los instrumentos de poder del proletariado.

Las feministas burguesas (Bürgerliche Frauenrechtlerinnen) desean adquirir derechos políticos, para entonces poder participar en la vida política.

La mujer proletaria sólo puede seguir el camino de la lucha obrera, la cual, por el contrario, primero obtiene cada pulgada de potencia real, y sólo entonces adquiere derechos legales. [En el partido revolucionario], al lado del hombre trabajador, la mujer trabajadora sacude los pilares del orden existente de la sociedad, y antes de que ésta le conceda la apariencia de sus derechos, ayudará a enterrar este orden social en sus escombros (Luxemburg, 1914: 411-412).

Estas citas muestran claramente cuán arbitrario es confundir las posiciones del marxismo (una corriente dentro del movimiento obrero, su ala revolucionaria, que aspira a destruir el capitalismo y reemplazarlo por el socialismo) con las del feminismo (un movimiento democrático policlasista que aspira a la ampliación de los derechos de las mujeres en el marco de la sociedad capitalista). En los escritos de Rosa Luxemburg vemos claramente cómo, aún cuando confluyen en la consecución de un mismo objetivo como el sufragio universal, ambas corrientes parten de postulados teóricos diametralmente opuestos, operan con métodos diferentes y aspiran a objetivos últimos contrapuestos.

La Conferencia de mujeres socialistas, celebrada en Berna (abril de 1915)

La Tercera Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas debía tener lugar en Viena el 21 y 22 de agosto de 1914, simultáneamente con el congreso de la Segunda Internacional, y tenía un orden del día similar al de la Conferencia de Copenhague: la lucha por el sufragio universal femenino, legislación laboral protectora y asistencia social para la mujer trabajadora y sus hijos, lucha contra el alza en el costo de vida -finalmente reemplazada por un informe sobre las movilizaciones del Día de la Mujer. Pero ni la conferencia ni el congreso de Viena pudieron reunirse debido al estallido de la Primera Guerra Mundial (ver los documentos reunidos en Haupt, 1965).

En noviembre de 1914, el Comité Central del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, a través del comité de redacción de Rabotnitsa (Trabajadora) -una revista fundada en 1914 en San Petersburgo, cuyo consejo de redacción estaba compuesto, entre otras, por las bolcheviques Nadezhda Krupskaya e Inessa Armand- envió una carta a Clara Zetkin sugiriendo la convocatoria de una conferencia no oficial con el fin de unir a la izquierda de la Segunda Internacional. Un mes después, esta carta -que contenía los principales postulados del manifiesto del Comité Central del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia y que instaba a las mujeres de todos los países “a permanecer fieles al socialismo” y a “enrolar a las trabajadoras en la lucha contra todo tipo de paz civil y en favor de una guerra contra la guerra, una guerra estrechamente conectada con la guerra civil y la revolución social”- fue ligeramente modificada y remitida como una circular a las mujeres de la izquierda de los partidos socialistas de Alemania, Austria, Inglaterra, Francia, Bulgaria, Holanda, y los países escandinavos (Gankin y Fisher, 1940: 286).

La conferencia fue finalmente convocada por Clara Zetkin como secretaria de la Oficina Internacional de Mujeres Socialistas. Zetkin se comprometió a no invitar a las organizaciones que se habían convertido en chovinistas y tenía la intención de celebrar la conferencia a pesar de la oposición prevista de las direcciones de los partidos socialdemó- cratas de Alemania y Austria. Las mujeres alemanas se vieron obliga- das a asistir sin la sanción oficial de su partido, y no hubo delegadas austríacas presentes.

En abril de 1915, 30 mujeres socialistas provenientes de ocho países (Inglaterra, Alemania, Francia, Rusia, Polonia, Holanda, Italia y Suiza) se reunieron en Berna, por primera vez desde el estallido de la Primera Guerra Mundial, en agosto de 1914, en el marco de la tercera y última Conferencia de Mujeres Socialistas. Además de las delegadas alemanas, de las cuales había siete incluyendo Zetkin, había cuatro delegadas de Inglaterra representando el Independent Labour Party y ciertas organizaciones socialistas en el International Women’s Council británico, tres de Holanda, dos de Suiza, una de Italia, y una de la Presidencia Regional de la Socialdemocracia de Polonia y Lituania.

Después de Alemania, Rusia tuvo la mayor representación, con dos delegadas de la Comisión de Organización menchevique y cuatro del Comité Central bolchevique, incluyendo a Inessa Armand. Sólo había una francesa, Louise Saumonneau. Dos delegadas belgas enviaron a decir que su gobierno les había negado el pasaporte, y cartas de saludo fueron enviados por Teresa Schlesinger desde Austria, por Alexandra Kollontai desde Noruega, por el Comité Central del Partido Socialista polaco (Levitsa), y por las dos secciones de la socialdemocracia de Polonia y Lituania.

Lenin acompañó a la delegación bolchevique en Berna, que incluía su mujer a Krupskaya y a Lilina Zinoviev. Aunque las mujeres presentes provenían de los elementos de izquierda de los partidos socialistas de sus respectivos países, estaban a la derecha de las posiciones de las delegadas bolcheviques, las cuales llamaban a luchar contra la Burgfrieden (la paz civil), contra el lema de la “defensa de la patria”, contra la votación de los créditos de guerra, contra el ingreso de socialistas en gabinetes burgueses, y en pos de promover la confraternización en las trincheras, de romper tanto con los chovinistas como con el centro kautskista y de conformar una Tercera Internacional revolucionaria. Llevaban incluso su razonamiento hasta el derrotismo revolucionario, afirmando que “en la lucha contra la guerra, el proletariado debe perseverar hasta el final y no debe temer una derrota de la patria. Dicha derrota tan sólo facilitaría la lucha revolucionaria y la guerra civil del proletariado” (Gankin and Fisher, 1940: 294). Las delegadas bolcheviques creían que la conferencia podía convertirse en el núcleo de la futura Tercera Internacional si adoptaba una posición decidida contra el oportunismo.

Pero quedó claro que las delegadas que se reunieron, hablaban diferentes idiomas. La concepción predominante era que la tarea fundamental era la lucha por la paz, no la transformación de la guerra imperialista en una guerra civil. Una ruptura con los líderes que habían traicionado el socialismo no fue sugerida por nadie. En los debates que siguieron a la presentación de la moción de la delegación bolchevique por Inessa Armand, aunque las delegadas decían compartir la opinión de las bolcheviques, las objeciones fueron las siguientes: una conferencia por la paz no es el lugar para discutir estas cuestiones; el examen de la conducta de los partidos socialistas es una cuestión propia de congresos internacionales de carácter general; esta conferencia no debería transformarse en un tribunal para emitir veredictos unilaterales; una discusión de estas cuestiones podría suscitar una innecesaria agudización de las relaciones y crearía nuevos obstáculos para las actividades por la paz; el tiempo de llamar a la revolución aún no había llegado; cuando los trabajadores hubiesen regresado del frente, cuando en cada familia una o más personas faltara, y a esto se sumara la ruina material, la ira sería tan grande que la revolución estallaría inevitablemente. La resolución revolucionaria fue rechazada por 21 votos contra seis de la delegación rusa. Incluso la iniciativa de las delegadas bolcheviques de editar un boletín internacional, o al menos de organizar la colaboración en los periódicos de los socialistas de diferentes países, fue rechazada.

Esta circunstancia imprimió un sello definido a la labor de la conferencia, y las resoluciones adoptadas reflejaron lo que Krupskaya llamó el “pacifismo santurrón de las inglesas y las holandesas” (Gankin and Fisher, 1940: 288), a las que Zetkin y las alemanas hicieron concesiones con el fin de evitar un colapso de la conferencia. Una resolución contra la carestía de la vida, que hacía un llamamiento a las trabajadoras para una lucha más decidida contra la inflación y la especulación, fue aceptada por unanimidad.

Hacia el final de sus sesiones, la Conferencia de Berna aprobó una resolución de simpatía y aprobación hacia todos los intentos de restablecer la paz, a la cual se opusieron las delegadas bolcheviques. La resolución rezaba: “La conferencia da la bienvenida de buena gana a todos los intentos no socialistas dirigidos hacia el logro de la paz, acoge con especial simpatía el movimiento internacional de las mujeres no socialistas en favor de la paz, y envía su saludo fraterno al congreso internacional de pacifistas que se llevará a cabo en la Haya en un futuro próximo” (Gankin and Fisher, 1940: 294).

Esta resolución, que fue introducida de manera inesperada por las delegadas inglesas, provocó una protesta por parte de las delegadas bolcheviques, que deseaban llamar a las mujeres socialistas a la acción y no esperaban nada del congreso pacifista. En su opinión, esta resolución parecía burlarse de todo el trabajo de la conferencia. Sin embargo, la resolución fue aceptada por los votos de todas las delegadas, con la excepción de las delegadas rusas bolcheviques y de la delegada de Polonia.

La resolución, aceptada por unanimidad, protestando contra la detención y el procesamiento de los representantes socialdemócratas en la Duma y en contra de la detención de Rosa Luxemburg en Alemania, no pudo rectificar la línea pacifista impartida a la conferencia por la mayoría de las delegaciones.7

La Conferencia de Berna lanzó un famoso “Manifiesto”, traducido y distribuido en cientos de miles de copias, que proclamaba:

¡Mujeres del pueblo trabajador! ¿Dónde están sus maridos? ¿Dónde están sus hijos? Por ocho meses han estado en los campos de batalla… ¿Cuál es el propósito de esta guerra que les inflige un sufrimiento tan terrible?… ¿Quién se beneficia con la guerra? Sólo una pequeña minoría en cada nación. La guerra beneficia a los capitalistas en general. No la defensa de la patria, sino su expansión es el propósito de esta guerra. Tales son los deseos del orden capitalista. Dado que sus maridos e hijos no pueden hablar, son ustedes quienes deben proclamarlo incansablemente: los trabajadores de todos los países son hermanos. Sólo la voluntad unida del pueblo trabajador puede poner fin a esta masacre. Sólo el socialismo significa la paz futura para la humanidad. ¡Abajo el capitalismo, que sacrifica a cientos de miles de personas por la riqueza y el poder de los propietarios. ¡Abajo la guerra! ¡Adelante hacia el socialismo! (Internationale Sozialistische Frauenkonferenz 1915a, versión inglesa en Gankin yFisher, 1940: 295-297).

Más profunda analíticamente y significativa políticamente que el manifiesto fue la resolución adoptada por la Conferencia de Berna, la cual fue elaborada por Clara Zetkin en consulta con las socialistas holandesas y enviada a la sección británica, que se reunió antes de la conferencia (Phillips, 1915: 650). La resolución atribuía las causas de la Primera Guerra Mundial al “imperialismo capitalista”, declaraba la “¡Guerra a esta guerra!” y recordaba la frase final de la resolución sobre el militarismo del congreso de Stuttgart, la cual concluía afirmando que “en caso de que a pesar de todo estalle la guerra”, el deber de los partidos socialistas de todos los países era “aprovechar la crisis económica y política creada por la guerra para agitar los estratos más profundos del pueblo y precipitar la caída de la dominación capitalista” (Internationale Sozialistische Frauenkonferenz, 1915b: versión inglesa en Gankin y Fisher, 1940: 297-300).

En una Declaración del Comité Central del Partido Obrero So- cialdemócrata de Rusia, los bolcheviques ofrecieron la siguiente evaluación de la Conferencia de Berna: “La conferencia no ha cumplido totalmente la tarea que le había sido impuesta por los acontecimientos”. La conferencia podría haber “puesto la piedra basal de la futura Internacional”. No lo había hecho, pero aún así:

Incluso dentro de los límites restringidos, fijados por la mayoría, la conferencia de mujeres socialistas tuvo una gran importancia. Fue la primera conferencia internacional real desde el comienzo de la guerra en la que las mujeres socialistas de los países beligerantes que, de una manera u otra, había ido “contra la corriente” se reunieron. Es posible que hayan expresado, de forma incompleta y bastante insuficiente en su resolución, su actitud hacia los eventos y tareas contemporáneas; sin embargo, algo se ha logrado en este sentido, y a medida en que la lucha por la paz asuma formas revolucionarias, la conferencia asistirá en la unificación de la lucha revolucionaria internacional del proletariado (…) Dos concepciones del mundo, dos tácticas se han enfrentado. Por un lado, la táctica de la unidad nacional y la defensa de la patria; por el otro, la táctica de la lucha de clases y la unidad internacional del proletariado, una táctica que, desde el comienzo de la guerra, ha sido adoptada por el Comité Central y por nuestro grupo de trabajo socialdemócrata en la Duma, la táctica del socialismo revolucionario. La incompatibilidad, el carácter irreconciliable de estas dos tácticas será mejor y más comprendido por sus defensores. La Internacional que no traicione el ideal socialista sólo puede restaurarse mediante la unión del proletariado bajo la bandera del socialismo revolucionario y por medio de una separación decisiva del socialpatriotismo y del oportunismo. Las representantes de la mayoría en la conferencia han dado solamente un paso adelante tímido e indeciso, pero la vida las llevará más allá y las radicalizará (Sotsial-Demokrat, N° 42, del 21 de mayo de 1915, suplemento, pág. 2, citado en Gankin y Fisher, 1940: 300-301. Lenin ofreció una evaluación más crítica de la Conferencia de Berna en Lenin, 1915c).

La primavera del año 1915 en Alemania estuvo signada por protestas y manifestaciones contra la guerra y el alza en el costo de vida, que en noviembre y diciembre llegaron a reunir en Berlín a 15.000 personas, y en las cuales las mujeres jugaron un papel decisivo. Aunque el Ejecutivo del SPD se negó obstinadamente a convocar una conferencia de mujeres, éstas consiguieron reunir, en septiembre de 1916, una conferencia de funcionarias del gran Berlín, en la que tomaron parte compañeras de Stettin, Braunschweig, Leipzig, Düsseldorf y Stuttgart. En dicha conferencia, Kate Duncker defendió las posiciones del grupo Die Internationale, que ya comenzaba a hacer circular ilegalmente las Cartas de Espartaco (Spartakusbriefe), con las cuales sería conocido más tarde el movimiento Liga Espartaquista. Sus posiciones fueron apoyadas por la mayoría de las participantes en la conferencia, incluyendo a Luise Zietz. Condenando la política de la dirección del partido, aprobaron una resolución en favor de la paz y contra el alza en el costo de vida, publicada en Die Gleichheit (Richebacher, 1982: 284-285). En represalia por estas actividades, Zetkin fue privada de sus posiciones como secretaria de la Mujer en el Comité Central del SPD y en el consejo editorial de Die Gleichheit en 1917, cuando tanto ella como el grupo Espartaco se unieron al nuevo Partido Socialdemó- crata Independiente (Sachse, 2008).

La Revolución Rusa y los primeros decretos del gobierno soviético

En su Historia de la revolución rusa, Trotsky recuerda que las mujeres trabajadoras fueron la vanguardia de la revolución de febrero:

El 23 de febrero (en el calendario juliano; 8 de marzo en el calendario gregoriano) era el Día Internacional de la Mujer. Los elementos socialde- mócratas se proponían festejarlo en la forma tradicional: con asambleas, discursos, manifiestos, etc. A nadie se le pasó por la mente que el Día de la Mujer pudiera convertirse en el primer día de la revolución. Ninguna organización hizo un llamamiento a la huelga para ese día. La organización bolchevique más combativa de todas, el Comité de la barriada obrera de Viborg, aconsejó que no se fuese a la huelga (…) Tal era la posición del Comité, al parecer unánimemente aceptada, en vísperas del 23 de febrero. Al día siguiente, haciendo caso omiso de sus instrucciones, se declararon en huelga las obreras de algunas fábricas textiles y enviaron delegadas a los metalúrgicos, pidiéndoles que secundaran el movimiento (…) Es evidente, pues, que la Revolución de Febrero empezó desde abajo, venciendo la resistencia de las propias organizaciones revolucionarias; con la particularidad de que esta espontánea iniciativa corrió a cargo de la parte más oprimida y cohibida del proletariado: las obreras del ramo textil, entre las cuales hay que suponer que habría no pocas mujeres casadas con soldados. Las colas estacionadas a las puertas de las panaderías, cada vez mayores, se encargaron de dar el último empujón (…) Manifestaciones de mujeres en que figuraban solamente obreras se dirigían en masa a la Duma municipal pidiendo pan. Era como pedir peras al olmo. Salieron a relucir, en distintas partes de la ciudad, banderas rojas, cuyas leyendas testimoniaban que los trabajadores querían pan, pero no querían, en cambio, la autocracia ni la guerra (Trotsky, 1973, Tomo 1: 106-107).

La revolución de febrero dio lugar a una dinámica de doble poder entre el gobierno provisional y los soviets que culminó con la toma del poder por los bolcheviques en octubre de 1917. La revolución bolchevique tuvo un carácter combinado: fue la combinación de una revolución obrera socialista en las ciudades con una revolución de- mocrático-burguesa respaldada por una gran revuelta campesina en las zonas rurales, en las cuales residía la aplastante mayoría (el 84%) de la población (Lewin, 2005: 61). La legislación soviética temprana también tiene, en consecuencia, un carácter combinado, que refleja este proceso de revolución permanente -es decir, de combinación de las tareas democráticas y socialistas en la revolución. Así, entre los primeros decretos del gobierno soviético encontramos medidas de carácter democrático (la paz, la reforma agraria, la jornada de trabajo de ocho horas, la separación de la Iglesia y el Estado, la introducción del calendario gregoriano y del sistema métrico decimal), junto con medidas de carácter transicional (el control obrero en la industria, la anulación de las deudas de Estado, la nacionalización de la banca y del comercio exterior, la elección de los oficiales en el ejército), y otras de carácter socialista (la nacionalización de los ferrocarriles y de la gran industria, el establecimiento del Ejército Rojo obrero y campesino, el servicio obligatorio universal de trabajo, etc.).

Entre las medidas de carácter democrático destinadas a impulsar la liberación de la mujer trabajadora se cuentan los decretos sobre el matrimonio civil y el divorcio del 18-19 de diciembre de 1917, el Código de Leyes sobre el estado civil y las relaciones domésticas, el matrimonio, la familia y la tutela, del 16 de septiembre de 1918, y el decreto sobre la legalización del aborto promulgado el 10 de noviembre de 1920. Según Elizabeth Brainerd:

Para poner esta revolución en la legislación familiar en perspectiva, prácticamente ningún otro país en el mundo había puesto en práctica dicha legislación liberal sobre el divorcio a principios de 1920 (aunque muchos países occidentales habían secularizado el matrimonio en ese momento).

En los Estados Unidos, por ejemplo, el divorcio unilateral -el divorcio a petición de uno o ambos cónyuges- sólo se volvió disponible por primera vez en 1969 en el Estado de California, casi medio siglo después de que el divorcio unilateral estuviera disponible en la Unión Soviética (Brainerd, 2016).

El Código familiar de 1918 y el decreto legalizando el aborto (10 de noviembre de 1920)

El primer Código de Leyes de la República Soviética de Rusia sobre el estado civil y las relaciones domésticas, el matrimonio, la familia y la tutela fue aprobado por el Comité Ejecutivo Central de toda Rusia el 16 de septiembre de 1918. Se guiaba por los principios expresados en dos decretos sobre el matrimonio y el divorcio del 18 de diciembre de 1917, y en un decreto del 27 de abril de 1918 aboliendo el derecho de herencia.

El editor en jefe del Colegio de Leyes, A. G. Hoichbarg, en el prólogo a una edición del Código publicado por el Comisariado del Pueblo de Justicia en Moscú, escribía lo siguiente acerca de la transi- toriedad de la dictadura del proletariado según la legislación soviética:

Es de entenderse que, en la publicación de sus códigos, el gobierno del proletariado dedicado a establecer el socialismo en Rusia no busca que sean de larga duración. No desea establecer “códigos eternos”. No desea emular a la burguesía, que siempre ha tratado de reforzar su posición con la ayuda de este tipo de códigos eternos (…) El gobierno proletario construye sus leyes de manera tal que cada día de su existencia haga su permanencia menos necesaria (…) Por ejemplo, la Constitución Soviética, basada en el principio de la supremacía política y la dictadura del proletariado, está concebida de tal manera que cada día de su aplicación, rompiendo la resistencia y la organización de las clases de los antiguos opresores y uniendo a los antiguos oprimidos, disminuya la necesidad de esta forma de constitución, de esta supremacía política por la fuerza, y de la supremacía política por la fuerza en general (…) El poder proletario francamente reconoce que sus leyes no deben ser duraderas, que están hechas para satisfacer las necesidades de un período de transición, cuya duración desea fervientemente acortar. Este período de transición es inevitable; podemos adoptar medidas para acortar su duración, pero no podemos saltar por encima de él (The Marriage Laws of Soviet Russia, 1921: 5-6).

El prefacio al Código Familiar de 1918 señalaba que, al igual que el conjunto de la legislación soviética temprana, el Código contenía medidas de carácter democrático, transicional y socialista, y que “la mezcla de los tres estratos que componen el código ofrece un registro instructivo para el historiador, que va a aprender de ellos, como el geólogo aprende de las formaciones de rocas superpuestas, las diversas etapas de la lucha revolucionaria” (The Marriage Laws of Soviet Russia, 1921: 11). Según el prefacio:

En este código de leyes relativas al estado civil y las relaciones domésticas pueden discernirse tres tipos de medidas que lo marcan como la expresión característica del poder proletario en su lucha por efectuar la transición del antiguo orden al nuevo. Hay, en primer lugar, disposiciones revolucionarias agresivas, orientadas hacia la destrucción del viejo orden; en segundo lugar, contiene medidas transicionales que, reconociendo la supervivencia obstinada de las viejas condiciones dentro del nuevo orden, operan para acelerar su desaparición; y, por último, hay aquí también formas verdaderamente socialistas, los fundamentos constructivos de la nueva organización. En la primera categoría, entre los rasgos agresivamente revolucionarios de este código, se encuentran los golpes secos asestados contra las viejas opresiones, contra los antiguos privilegios de clase y los tabúes bárbaros. Tales son las cláusulas dirigidas contra el dominio de las relaciones humanas por el poder temporal de un clero corrupto, las disposiciones sobre la abolición de la herencia, el reconocimiento de la obligación social del cuidado de los niños, el restablecimiento de la familia sobre la base de la ascendencia y la eliminación de las discriminaciones crueles contra los llamados hijos “ilegítimos”. Estas disposiciones, sin duda, no son todas esencialmente socialistas. Ciertas reformas en estas direcciones se han logrado en los estados burgueses de Occidente. Pero, en Rusia, el proletariado debió llevar a cabo muchos cambios revolucionarios que la burguesía había fracasado en lograr.

El lector occidental, que está al menos familiarizado, si no totalmente habituado, a ideas tales como la separación de la Iglesia y el Estado, la igualdad de los sexos y el reconocimiento de los derechos de los niños “ilegítimos”, debe recordar constantemente la pesada carga impuesta al proletariado ruso por el atraso económico y social del país en el momento de la revolución. El significado completo de un logro como este código sólo puede ser comprendido a la luz de estas dificultades especiales que enfrenta la lucha del proletariado en Rusia. Los trabajadores rusos no sólo tuvieron que destruir el capitalismo; también tuvieron que arrasar con los restos del feudalismo que la burguesía rusa había sido demasiado inerte y tímida como para eliminar. Su éxito en esta doble tarea es la medida de su fuerza creativa y de su capacidad (The Marriage Laws of Soviet Russia, 1921: 7).

El prefacio al Código Familiar de 1918 también señalaba lo siguiente en cuanto a la contribución de la legislación soviética a la liberación de la mujer trabajadora:

El código es una excelente refutación de aquellos psicópatas que difunden chismes enfermizos acerca de una supuesta “nacionalización de las mujeres”. Las leyes se distinguen, quizá por encima de todo, por su reconocimiento de la función social y de la situación económica de las mujeres. Pueden ser leídas, de principio a fin, sin revelar ningún rastro de las antiguas discriminaciones económicas, políticas y jurídicas entre los sexos. Se hace tabla rasa. Nada queda de la antigua esclavitud o los viejos tabúes. Esto, en sí mismo, por supuesto, no es una solución completa de la “cuestión de la mujer”. Ninguna ley puede aniquilar las costumbres y los prejuicios. Eso se debe dejar a otros procesos. Pero este código abre el camino. “Se establece -dice Hochberg- absoluta igualdad de hombres y mujeres ante la ley. En la medida en que es posible liberar a las mujeres en el período de transición, antes del establecimiento completo del socialismo, esta ley las libera y permite su más fácil aceptación de los principios del socialismo, que finalmente las liberará” (The Marriage Laws of Soviet Russia, 1921: 11-12).

Quizá la provisión más sorprendente del Código Familiar de 1918 haya sido la prohibición de las adopciones, basada en la premisa de que una crianza socializada sería más beneficiosa para los niños huérfanos: “La adopción de niños, ya sea que tengan o no relación de parentesco con sus adoptantes, no se permitirá después de que la presente ley entre en vigor. Ninguna adopción, después de la fecha indicada en esta sección, dará lugar a derechos u obligaciones para los adoptantes o los adoptados” (The Marriage Laws of Soviet Russia, 1921: 65).

La prohibición de las adopciones sería revertida en el Código Familiar de 1926, redactado en el marco de la NEP, del aislamiento de la Revolución Rusa, y de la enorme miseria generada por los efectos combinados del atraso histórico de Rusia (en la que la servidumbre fue abolida en 1861, cinco siglos después que en Inglaterra) y de los millones de muertos y la devastación económica causados por la Primera Guerra Mundial, la guerra civil y la guerra ruso-polaca, que habían dejado como saldo, en el año 1922, al menos 7 millones de niños sin hogar (besprizorniki), reducidos al vagabundeo, la limosna, la delincuencia y la prostitución (Ball, 1994: 1).

Dadas estas brutales condiciones de atraso y miseria, es sorprendente que la Rusia soviética se convirtiera en el primer Estado del mundo en legalizar el aborto mediante un decreto promulgado el 10 de noviembre de 1920, el cual permitía “que este tipo de operaciones se practique libremente y sin ningún cargo en los hospitales soviéticos, donde las condiciones necesarias para minimizar el daño de la operación estén aseguradas”. Con este decreto, la Unión Soviética se convirtió en el primer país del mundo en otorgar a las mujeres la posibilidad legal y gratuita de interrumpir el embarazo. Dada la importancia y el carácter absolutamente pionero de esta legislación, el decreto sobre la legalización del aborto se produce íntegramente en el Apéndice III.

En su artículo conmemorando el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, escrito el 7 de marzo de 1921, Lenin afirmaba:

Bajo el capitalismo, la mitad femenina del género humano sufre una doble opresión. La obrera y la campesina están oprimidas por el capital, y, por encima de ello, aún en las repúblicas burguesas más democráticas, para empezar, ellas no disponen de los mismos derechos que el hombre, puesto que la ley no les concede la igualdad con los hombres; y después -y esto es lo esencial-, viven en la “esclavitud del hogar”, se convierten en las “esclavas domésticas” que sufren el yugo del trabajo más mezquino, más oscuro, más pesado, el más embrutecedor, el trabajo de la cocina y, en general, el trabajo doméstico.

La revolución bolchevique, soviética, arranca las raíces de la opresión y de la desigualdad de las mujeres de forma más profunda que ningún partido ni ninguna revolución en el mundo. Aquí, en la Rusia soviética, no ha quedado rastro alguno de la desigualdad jurídica entre el hombre y la mujer. El poder soviético ha abolido completamente la desigualdad particularmente innoble, abyecta e hipócrita en el derecho del matrimonio y de la familia, la desigualdad concerniente a los niños.

Todo ello no es más que un paso en la emancipación de la mujer. Sin embargo, ninguna de las repúblicas burguesas, incluso la más democrática, se ha atrevido a dar este primer paso. No se han atrevido por miedo de la “sacrosanta propiedad privada”.

El segundo y más importante paso fue la abolición de la propiedad privada sobre la tierra, las fábricas y los talleres; eso, y sólo eso, abre la vía a la emancipación completa y real de la mujer, a su liberación de la “esclavitud doméstica”, mediante la transición del trabajo doméstico en el pequeño hogar individual a los servicios domésticos socializados a gran escala.

Este paso es difícil, puesto que se trata de la transformación del “orden” más enraizado, habitual, firme, empedernido (a decir verdad, no es un “orden”, sino infamia y barbarie). Pero este paso ha empezado a darse, la obra ha comenzado, nos hemos comprometido con la nueva vía (Lenin, 1921: 162).

A diferencia de las feministas, quienes se limitan a exigir una nueva división de las tareas domésticas dentro de la familia a fin de reducir la proporción de trabajo doméstico que cae sobre los hombros de las mujeres, los teóricos bolcheviques buscaban transferir las tareas domésticas a la esfera pública. La socialización del trabajo doméstico a través de la creación de comedores, lavanderías y guarderías comunales, y mediante la educación de los niños por buenos maestros pagados por el Estado, era la clave de la emancipación de las mujeres, ya que les permitiría integrarse a la producción social, tanto material como intelectual, así como a la esfera pública, en condiciones de igualdad con los hombres. De esta manera, se eliminaría la dependencia económica de las mujeres de los hombres y se promovería una nueva libertad en las relaciones entre los sexos (Trotsky, 1923: 42).

Pero los primeros intentos hechos en este sentido por el gobierno bolchevique debieron ser revertidos porque las revueltas campesinas y el aislamiento de la revolución condujeron en marzo de 1921 al abandono del comunismo de guerra y a la adopción de la Nueva Política Económica (NEP), una suerte de capitalismo de Estado bajo el cual se restauró el comercio privado entre la ciudad y el campo, y se estableció que las industrias, agrupadas en ramas de producción, debían manejarse por criterios contables de rentabilidad. Los efectos negativos de la NEP sobre la situación de las mujeres trabajadoras incluyeron reducciones drásticas en los servicios sociales y establecimientos para el cuidado de niños (guarderías pagas, desaparición de los comedores comunales), el aumento del desempleo femenino y la reaparición de la prostitución (Goldman, 2011).

La Internacional de Mujeres Comunistas

La Tercera Internacional formuló claramente, desde su primer congreso en marzo de 1919, su actitud frente al problema de la participación de las mujeres. A iniciativa suya y con su apoyo fue convocada la Primera Conferencia de Mujeres Comunistas y, en 1920, fue fundada la Secretaría Internacional para la Propaganda entre las Mujeres, con representación permanente en el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista.

La Internacional Comunista creó una rama femenina autónoma en abril de 1920, la cual organizó la primera de una serie de cuatro conferencias internacionales de Mujeres Comunistas en Moscú entre el 30 de julio y el 2 de agosto de 1920, durante el Segundo Congreso de la Comintern (el llamamiento de la conferencia “A las mujeres trabajadoras del mundo” se puede encontrar en Riddell, 1991, vol. 2: 972-976). Tesis detalladas “para el Movimiento de Mujeres Comunistas” fueron elaboradas para su presentación al Segundo Congreso de la Comintern, pero fueron consideradas en lugar de ello por el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, el cual las publicó más tarde, en 1920 (ver Riddell, 1991, vol. 2: 977-1001).

Un Secretariado Internacional de la Mujer fue creado por la Internacional Comunista en octubre de 1920, pero su actividad sistemática comenzó sólo después de la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Comunistas celebrada en junio de 1921. El Secretariado Internacional de la Mujer estaba inicialmente compuesto de seis miembros: Clara Zetkin y Hertha Sturm, por Alemania; Collier, por Francia, y tres secretarias pertenecientes al Ejecutivo de la Internacional Comunista en Rusia: Kollontai, Lilina y Kasparova. Kollontai era también miembro del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista (Kollontai, 1921: 203).

La Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Comunistas se celebró en Moscú entre el 9 y 15 de junio de 1921, en vísperas del Tercer Congreso de la Comintern. La Primera Conferencia Internacional de Mujeres Comunistas en Moscú había reunido a sólo 20 delegadas de 16 países, además de algunos invitados. Sin embargo, para la Segunda Conferencia llegaron representantes de 28 países. Ochenta y dos delegadas participaron, de las cuales 62 tenían voto decisivo y 21 voces sin voto.

En el Tercer Congreso de la Comintern, celebrado en junio-julio de 1921, Zetkin presentó un informe que condujo a la adopción de unas “Tesis para la propaganda entre las mujeres” (versión española en Internacional Comunista 1919-1922, Vol. 2: 151-169). El informe de Zetkin señalaba que “No hay ninguna organización especial de las mujeres comunistas. Sólo hay un movimiento, una organización de mujeres comunistas dentro del Partido Comunista, junto con los hombres comunistas. Las tareas y los objetivos de los comunistas son nuestras tareas y objetivos. Aquí no hay espíritu de facción o de particularismo que pueda de cualquier forma dividir y desviar las fuerzas revolucionarias de sus grandes objetivos de conquistar el poder político por el proletariado y construir una sociedad comunista” (Riddell, 2015: 784). Al mismo tiempo, Zetkin proponía la creación de “estructuras especiales” para el trabajo femenino: comités de Mujeres dentro de los partidos comunistas para vincularse con las masas de mujeres y llevar adelante la agitación entre ellas. Zetkin también pidió dirigir la atención de las células comunistas en los sindicatos a la urgente tarea de abarcar las trabajadoras en su actividad, tanto en la lucha sindical contra los explotadores como en la lucha contra la burocracia sindical (Riddell, 2015: 785-786).

En cuanto a las conexiones internacionales entre las mujeres comunistas de cada país y la Secretaría de la Mujer en Moscú, Zetkin propuso que los partidos comunistas eligieran un corresponsal internacional de las mujeres en cada país. Estas corresponsales mantendrían las comunicaciones entre sí y con la Secretaría en Moscú. Zetkin también pidió establecer un órgano auxiliar en Europa occidental que podrían ayudar a la Secretaría Internacional de la Mujer en Moscú (Riddell, 2015: 786). Las iniciativas de Zetkin fueron apoyadas por Kollontai (Riddell, 2015: 791-794).

En su informe, Zetkin enfatizó la importancia excepcional de que, a diferencia de las conferencias de Mujeres Socialistas, en las conferencias Internacionales de Mujeres Comunistas participaran trabajadoras del Medio Oriente y del Extremo Oriente, señalando: “el hecho de que las mujeres de Oriente llegaron a nosotros nos muestra la importancia excepcionalmente amplia de la lucha revolucionaria de la Tercera Internacional. Es la primera, y hasta ahora la única organización que realmente inspira la esperanza y la confianza de los pueblos orientales; es la primera Internacional en abrazar a toda la humanidad” (Riddell, 2015: 783).

En consonancia con el informe de Zetkin, el Tercer Congreso de la Internacional Comunista adoptó unas “Tesis para la propaganda entre las mujeres”, las cuales, retomando los postulados tácticos del antiguo Movimiento de Mujeres Socialistas, llamaban a la conformación de “un organismo especial que funcione en el seno del partido” para con ducir la agitación y la organización de las trabajadoras e intentaban “disuadir a las obreras de todos los países de cualquier tipo de colaboración y de coalición con las feministas burguesas” (Internacional Comunista 1919-1922, Vol. 2, pp. 153, 155). Las Tesis afirmaban:

El Tercer Congreso de la Internacional Comunista confirma los principios fundamentales del marxismo revolucionario según los cuales no existen problemas “específicamente femeninos”. Toda relación de la obrera con el feminismo burgués (…) no hace sino debilitar las fuerzas del proletariado y, al retardar la revolución social, impide a la vez la realización del comunismo; es decir, la liberación de la mujer. Sólo llegaremos al comunismo mediante la unión en la lucha de todos los explotados y no por la unión de las fuerzas femeninas de las dos clases opositoras. La lucha de la mujer contra su doble opresión, el capitalismo y la dependencia familiar y doméstica, debe adoptar en la próxima fase de su desarrollo un carácter internacional, transformándose en lucha del proletariado de ambos sexos por la dictadura y el régimen soviético bajo la bandera de la Tercera Internacional (Internacional Comunista 19191922, Vol. 2: 154).

Asimismo, en consonancia con la afirmación de Zetkin de que la Tercera Internacional era la primera en movilizar y organizar a las trabajadoras de Oriente, las “Tesis para la propaganda entre las mujeres” incluían una sección sobre “El trabajo político del Partido con las mujeres en los países económicamente atrasados (Oriente)” (Internacional Comunista 1919-1922, Vol. 2: 162-163).

En su introducción a la edición rusa de las “Tesis para la propaganda entre las mujeres”, Zetkin explicaba que, mientras en Rusia el movimiento de mujeres burgués no había desempeñado un rol significativo y la lucha por la completa igualdad de derechos sociales y humanos de la mujer había sido desde un comienzo una parte del movimiento revolucionario, en Europa Occidental “el movimiento de mujeres socialistas tuvo que desarrollarse desde sus comienzos, tanto en la teoría como en la práctica, ideológica y organizativamente, en lucha contra el feminismo burgués (unter Kämpfen mit der bürgerlichen Frauenrechtlerei). Allí el movimiento de mujeres comunistas debe aún hoy luchar contra el feminismo burgués por el corazón de las mujeres trabajadoras y de las amas de casa del pueblo trabajador” (Zetkin, 1921: 664). Los cambios políticos de posguerra habían hecho que las mujeres recibieran el derecho al voto en toda una serie de países como Alemania, Austria, etc. (pero no en Francia, Bélgica y Suiza):

En este período revolucionario, las ideologías feministas de todos los partidos y poderes burgueses son utilizadas para impedir que las mujeres del pueblo trabajador se agrupen bajo la bandera del comunismo para el asalto contra el capitalismo y su Estado. Las concepciones feministas, que los partidos burgueses solían repudiar como una herejía, son hoy en día atesoradas como una piedra basal del muro ante el cual se romperá “la marea roja del bolchevismo” […] El feminismo les sirve para inocular entre las masas más amplias de mujeres la fe supersticiosa en la democracia burguesa (Zetkin, 1921: 665).

Esta propaganda era particularmente mentirosa porque “en todos los países con sufragio femenino, el número de mujeres que ocupa posiciones de liderazgo real en los órganos de gobierno y administración es pequeño, de hecho absolutamente insignificante” (Zetkin, 1921: 665).

Zetkin, como miembro fundador de la Liga Espartaco y del Partido Comunista alemán, se puso al frente de la nueva Internacional de Mujeres Comunistas, editando la revista Die Kommunistische Fraueninternationale. Un total de 25 números de la revista aparecieron durante sus cinco años de existencia, desde 1921 a 1925. A principios de 1922 fue creado el Secretariado Femenino Internacional de Berlín, para facilitar el trabajo de organización de las trabajadoras en Europa Occidental.

En su informe al Cuarto Congreso de la Internacional Comunista, celebrado en noviembre de 1922, Zetkin, haciéndose eco de las tradiciones de la vieja Internacional de Mujeres Socialistas, enfatizó la importancia de la agitación en torno del Día de la Mujer para movilizar a las trabajadoras detrás del Partido Comunista (Riddell, 2011: 845-846). Al mismo tiempo, para demostrar la manera en que las mujeres comunistas en cada país, en acuerdo con y bajo la dirección de su partido, habían utilizado cada oportunidad para despertar a las masas de mujeres proletarias, para ganarlas y llevarlas a la lucha contra el orden capitalista, ofreció el ejemplo de la lucha de los comunistas alemanes contra los apartados 218 y 219 del Código Penal, que ilegalizaban el aborto y penalizaban a las mujeres que se lo practicaran: “En Alemania, la lucha contra el llamado párrafo del aborto proporcionó el punto de partida para una campaña muy amplia y exitosa contra la justicia de clase burguesa y contra el Estado burgués” (Riddell, 2011: 846).

Durante los debates sobre el “Trabajo comunista entre las mujeres” que tuvieron lugar en dicho congreso, el 27 de noviembre 1922, la delegada Hertha Sturm, de Alemania, describió como “trastornos de la infancia, las etapas iniciales por las que todos pasamos en algún momento” el hecho de que “en los países latinos, donde las compañeras tienen que llevar a cabo una fuerte lucha contra las actitudes peque- ñoburguesas de sus propios compañeros, notamos algunos impulsos feministas” (Riddell, 2011: 856). Por su parte, la delegada Sofia Smi- dovich afirmaba que en Rusia, después de la revolución de 1905: “Las defensoras burguesas de los derechos de la mujer hicieron un intento de extender su influencia entre las trabajadoras rusas, pero los instintos de clase de estas mujeres, dirigidas por el Partido, les ayudaron a formarse una opinión precisa del contenido burgués de la propaganda feminista” (Riddell, 2011: 867). Al mismo tiempo, precisaba que el Partido Comunista ruso incluía en ese momento 29.773 mujeres, lo cual constituía alrededor de un diez por ciento de sus miembros (Riddell, 2011: 864).

La opresión renovada de la mujer bajo el estalinismo

El aborto fue re-penalizado por orden de Stalin el 29 de junio de 1936, con el objetivo de elevar la tasa de natalidad para ocultar el déficit demográfico causado por la hambruna de 1932-1933, un resultado de la colectivización forzosa del agro, la cual dejó un saldo de 7 millones de muertos, 4 millones de ellos en Ucrania y 1.800.000 en Kazajistán (Marie, 2003: 504). Se promulgaron leyes para forzar a las mujeres a cumplir el rol de madre: una disposición de 1941 imponía un impuesto a las personas sin hijos y, en 1944, un tributo fue impuesto a las personas que no tenían más de dos hijos (Kos-Rabcewicz Zubkowski, 1961: 106).

Un retroceso similar tuvo lugar en el terreno del divorcio: el primer decreto del 19 de diciembre de 1917 había introducido el divorcio: a) por acuerdo mutuo de los cónyuges, formulado ante el oficial del estado civil (art. 91), quien tenía atribuciones para redactar un acta verificando la veracidad de acuerdo mutuo (art. 92); b) por una demanda de divorcio presentada por uno de los cónyuges, ante los tribunales competentes. El artículo 140 del Código de 1926, precisaba: “En el caso de que la petición de divorcio sea sometida por solo uno de los esposos, una copia de la decisión del oficial del registro civil, debe ser enviada al otro esposo, en la dirección indicada en la petición”. Según este Código de 1926, el divorcio no era más que un estado “de hecho”, del cual los únicos jueces eran los interesados. Bajo Stalin, por el contrario, el decreto del 27 de junio de 1936 exigía la presencia de ambos cónyuges en las oficinas del registro civil y la anotación del divorcio en los pasaportes de los divorciados. La misma ley aumentó los derechos de registro del divorcio a 50 rublos por el primer divorcio y 150 por el segundo y subsiguientes. La pensión alimenticia para los hijos se elevó de un cuarto a la mitad del salario, lo que fue un arma adicional contra los divorcios. La “destrucción de un matrimonio” se debía considerar como una “cosa seria” (Kos-Rabcewicz Zubkowski, 1961: 100; ver también el análisis de Trotsky: “Termidor en el hogar”, en La revolución traicionada, Capítulo VII: La familia, la juventud, la cultura).

La publicación de la revista Die Kommunistische Fraueninternationale (“La Internacional de Mujeres Comunistas”), el órgano de la Internacional de Mujeres Comunistas editado por Clara Zetkin, fue suspendida en mayo de 1925, y la sede del movimiento de mujeres comunistas reorganizado fue trasladado desde Berlín a Moscú en 1926, como parte de la decisión de terminar con el status semi-autónomo del Secretariado Internacional de Mujeres Comunistas, el cual fue finalmente disuelto (Marie, 2010: 462). De manera similar, el Zhenotdel (Departamento de Mujeres del Comité Central del Partido Comunista Ruso), organizado en agosto de 1919, cuya primera dirigente fue Inessa Armand, fue clausurado por orden de Stalin en 1930.

En 1940, la inversión del derecho familiar era completa: el Edicto sobre la Familia de ese año repudiaba los resabios de la legislación revolucionaria de los años 1920, al retirar el reconocimiento del matrimonio de facto, prohibir los juicios por paternidad, reintroducir la categoría de hijos ilegítimos y transferir el divorcio de regreso a los tribunales. Las disposiciones más revolucionarias de los códigos familiares de 1918 y 1926 fueron erradicadas. De manera similar, la homosexualidad masculina, descriminalizada en Rusia con la introducción del Código Criminal de 1922, fue re-penalizada por el decreto de Stalin del 17 de diciembre de 1933, que coincidió con razzias de homosexuales por la OGPU (policía secreta) en Moscú, Leningrado, Kharkov y Odessa (Healey, 1993: 40).

Conclusiones

El movimiento de mujeres proletarias en Alemania se estructuró en torno del principio de “separación tajante” (reinliche Scheidung) entre el marxismo y el feminismo; es decir, entre las mujeres trabajadoras -las cuales luchan contra su opresión como sexo en el marco de una lucha más general por el derrocamiento del capitalismo junto con sus compañeros de clase- y un movimiento democrático policlasista que aspira a hacer extensivos los derechos humanos a las mujeres en el marco de la sociedad capitalista. Desde el punto de vista táctico, el movimiento de mujeres socialistas rechazaba incluso la consigna “marchar separadas y golpear juntas”, debido a las concesiones de las feministas a la sociedad burguesa, tales como dirigir peticiones a monarcas (Zetkin, 1896e: 395) o aceptar el principio de sufragio censita- rio para las mujeres (Baader, 1907a: 7). Por el contrario, las socialistas llamaban a las feministas a apoyar las demandas del movimiento de mujeres proletarias, tales como la igualdad política plena de los sexos, la reforma del sistema tributario para reducir la carga impositiva sobre los pobres, la jornada de ocho horas sin distinción de sexo, legislación laboral protectora para la mujer y la madre trabajadora, etc.

Dicha política de clase ha sido objeto de innumerables críticas por parte de la historiografía académica. Richard Evans, por ejemplo, las acusa de “rigidez táctica” (Evans, 1980: 197). Lo cierto es que esta política de separación tajante entre las mujeres de las clases explotadoras y explotadas sentó las bases programáticas para el desarrollo de un movimiento de masas de mujeres trabajadoras absolutamente sin precedentes, que llegó a contar con 174.754 miembros en 1914 (Richebacher, 1982: 312, nota 1). Dicho movimiento, nucleado en torno a la revista Die Gleichheit editada por Clara Zetkin en Stuttgart, se transformó, a su vez, en el eje en torno del cual se configuró la Internacional Socialista de Mujeres a partir de 1907, de la misma manera que el Partido Socialdemócrata de Alemania conformó la columna vertebral de la Segunda Internacional.

La Internacional Socialista de Mujeres aglutinaba en su seno toda una serie de tendencias, desde un ala anglosajona dispuesta a hacer concesiones a las sufragistas -lo cual reflejaba la debilidad de la política de clase en Gran Bretaña y los Estados Unidos- hasta la política intransigente de las alemanas y de las rusas, que tenían tras de sí organizaciones obreras marxistas de masas. Fue la política consecuente de clase la que prevaleció, como lo evidencia el hecho de que el periódico Die Gleichheit de Clara Zetkin se transformó en el órgano oficial de la nueva Internacional Socialista de Mujeres. En su haber se cuenta la proclamación del Día Internacional de la Mujer por la Segunda Conferencia Socialista Internacional de Mujeres, reunida en Copenhague en 1910. Celebrado por primera vez en 1911, con imponentes manifestaciones en favor del sufragio universal femenino, el Día de la Mujer, organizado por los partidos socialistas obreros agrupados en la Segunda Internacional, tenía claramente el carácter de un Día Internacional de la Mujer Trabajadora, y como tal constituyó el disparador para las manifestaciones de trabajadoras en San Petersburgo en 1917, que dieron origen a la revolución de febrero (según el calendario juliano entonces vigente, marzo según el calendario gregoriano) en Rusia. Además, la Internacional Socialista de Mujeres mantuvo viva la llama del internacionalismo proletario en el medio de la barbarie imperialista desatada durante la Primera Guerra Mundial, con la celebración de la Conferencia de Berna en abril de 1915 y la proclamación del principio ¡Guerra a la guerra!

La revolución bolchevique de octubre de 1917 dio lugar a la creación de la Internacional Comunista o Tercera Internacional en marzo de 1919, la cual creó un Secretariado Internacional de la Mujer que contaba entre sus miembros a Clara Zetkin y Alexandra Kollontai. Las “Tesis para la propaganda entre las mujeres”, adoptadas por el Tercer Congreso de la Internacional Comunista en junio-julio de 1921, a iniciativa de Zetkin, retenían el concepto de “separación tajante” entre las trabajadoras y las mujeres de otras clases sociales, que había sentado las bases para el accionar de la Internacional Socialista de Mujeres, y llamaban a “disuadir a las obreras de todos los países de cualquier tipo de colaboración y de coalición con las feministas burguesas” (Internacional Comunista 1919-1922, Vol. 2: 155). Al mismo tiempo, su campo de acción se extendía a escala mundial, al incorporar por primera vez a las trabajadoras de Oriente (y, más generalmente, de los países coloniales y semicoloniales) a la organización de mujeres proletarias comunistas.

La historiografía sobre el movimiento de mujeres comunistas evidencia la misma tendencia a violentar las ideas de sus protagonistas que la historiografía sobre el movimiento de mujeres socialistas. El 2 de enero de 1920, Inessa Armand, una prominente líder bolchevique, envió una carta escrita en francés a todos los partidos de la Internacional Comunista, instándolos a que llevaran adelante un trabajo de agitación y organización entre las obreras, en la cual señaló explícitamente: “Desde hace un año estamos realizando un trabajo propagandístico bastante importante entre las mujeres obreras. Naturalmente, la finalidad de esta propaganda no es de ninguna manera feminista (Le but de cette propagande nest naturellement aucunement féministe -subrayado por Inessa Armand). Nuestro único objetivo es atraer a la masa de las obreras a la lucha del proletariado contra el imperialismo” (citada en Marie, 2010: 451-486 de la edición original en francés). A pesar de esto, el biógrafo de Inessa Armand tituló su biografía Inessa Armand Revolutionary and Feminist (Carter Elwood, 2002).

La revolución bolchevique adoptó en el curso de sus primeros tres años todas las medidas democráticas por las que el movimiento de mujeres socialistas venía luchando desde hacía décadas, incluyendo la completa igualdad jurídica y política de la mujer, el matrimonio civil, el derecho al divorcio, la eliminación de la patria potestad y de la distinción entre hijos “legítimos” e “ilegítimos”, e incluso el derecho al aborto, legalizado por un decreto del 18 de noviembre de 1920 -una medida absolutamente pionera a nivel internacional. En otras palabras, la política de clase contra clase demostró ser mucho más efectiva para la consecución de los objetivos de las propias feministas que su política de “frente popular femenino” con un programa estrictamente democrático que no va más allá de la sociedad burguesa.

Al mismo tiempo, el atraso de la sociedad rusa y el aislamiento de la revolución bolchevique, luego del fracaso de las revoluciones alemana, húngara e italiana, impidieron llevar a cabo las tareas estrictamente socialistas que los marxistas consideran indispensables para una verdadera liberación de la mujer: la socialización de las labores domésticas mediante la creación de una red integral de comedores, lavanderías, guarderías y escuelas, que permitan la independencia económica absoluta de la mujer mediante su integración plena a los procesos de producción social, tanto materiales como intelectuales, y a la vida pública. Esta tarea, como tantas otras facetas del programa que nos legaron los bolcheviques y el marxismo, será llevada a la práctica por las revoluciones del siglo XXI.

Apéndice I: Clara Zetkin, “Separación tajante” (1894)

Fuente: Clara Zetkin, “Reinliche Scheidung”, Die Gleichheit, 1894, Jg. 4, H. 8, pág. 63, reimpreso en Elke Frederiksen (ed.), Die Frauenfrage in Deutschland 1865-1915, Stuttgart: Reclam, 1981, pág. 107.

El 28 y 29 de marzo se celebró en Berlín un congreso de feministas burguesas (bürgerlicher Frauenrechtlerinnen) con el propósito de establecer una federación de asociaciones de mujeres sin ánimo de lucro en Alemania. Nuestros lectores saben que el feminismo (Frauenrechtelei) burgués y el movimiento de las mujeres proletarias son dos movimientos sociales fundamentalmente diferentes, de modo que el último puede decir al primero con completa justificación: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos” (Isaías 55: 8-9). No tenemos, por lo tanto, ningún motivo para informar en este momento sobre dicho congreso, y ello tanto menos, puesto que el programa en base al cual se fundó la Asociación es muy vago y falto de contenido, y no va más allá de frases generales acerca de la “cooperación organizada de las asociaciones de mujeres para preservar los más altos valores de la familia, para combatir la ignorancia y la injusticia”, etc., etc.

Las sufragistas sólo tuvieron un animado debate sobre la posición a adoptar por la nueva asociación ante la socialdemocracia. La gran mayoría de las oradoras se manifestó en contra de la inclusión de “asociaciones abiertamente socialdemocráticas”. La justificación de dicha posición -“No queremos asustar al resto de los elementos y queremos desterrar la política de la Asociación”- es en sí misma indiferente, pero característica de la naturaleza incolora, sumisa y lloriqueante del feminismo alemán. ¡Mientras que las feministas burguesas luchan en todos los demás países con toda energía, precisamente para la concesión de la igualdad política, en Alemania ni siquiera se atreven a ocuparse oficialmente de política!

En cuanto a la opinión sobre la socialdemocracia, las venerables damas se levantaron un poco tarde con su declaración. Ciertamente el movimiento de mujeres proletarias en Alemania, debido a circunstancias especiales, sufría en sus comienzos de desviaciones feministas burguesas (bürgerlich frauenrechtlerisch). Pero se ha vuelto consciente de su plena oposición, irreconciliable, con el feminismo burgués (bürgerlichen Frauenrechtelei). Esto lo ha expresado claramente en los últimos años; ha declarado que se ha comprometido plenamente con el principio de la lucha de clases, que se encuentra totalmente en el terreno de la socialdemocracia. El verano pasado, en el Congreso Internacional de Zúrich, fueron precisamente las representantes de las mujeres proletarias con conciencia de clase de Alemania quienes, en debida forma y con toda nitidez y decisión, rechazaron cualquier terreno común entre el feminismo burgués y el movimiento de trabajadoras. Los esfuerzos de las feministas de mantenerse virginalmente puras de cualquier contacto con “asociaciones abiertamente social- democráticas” son, por ende, fútiles. Las damas pueden estar seguras de que, incluso sin sus declaraciones, a ninguna organización de mujeres proletarias conscientes se le ocurriría ni en sueños buscar una conexión con la Asociación. El movimiento de trabajadoras alemán ha superado hace ya tiempo las prédicas feministas sobre la armonía de intereses. Toda organización consciente de mujeres proletarias sabe que dicha conexión implicaría una traición a sus principios.

Debido a que las feministas burguesas aspiran a conseguir las reformas en favor del sexo femenino en el marco de la sociedad burguesa, a través de una lucha entre los sexos y en contraste con los hombres de su propia clase, no cuestionan la existencia misma de dicha sociedad. Las mujeres proletarias, en cambio, se esfuerzan a través de una lucha de clase contra clase, en estrecha comunión de ideas y de armas con los hombres de su clase -los cuales reconocen plenamente su igualdad- por la eliminación de la sociedad burguesa en beneficio de todo el proletariado. Las reformas en favor del sexo femenino y en favor de la clase obrera son para ellas únicamente un medio para un fin, mientras que para las mujeres burguesas las reformas del primer tipo son la meta final. El feminismo (Frauenrechtelei) burgués no es más que un movimiento de reforma, mientras que el movimiento de mujeres proletarias es y debe ser revolucionario.

Apéndice II: Resolución sobre la agitación entre las mujeres, adoptada por el congreso del Partido Socialdemócrata alemán, celebrado en Gotha, en base al informe de Clara Zetkin (octubre, 1896)

Fuente: Protokoll über die Verhandlungen des Parteitages der Sozialdemokratischen Partei Deutschlands. Abgehalten zu Gotha vom 11. bis 16. Oktober 1896, Berlin 1896, S. 174-175.

La moderna cuestión de la mujer es el resultado de las transformaciones económicas operadas por el modo de producción capitalista. Se presenta, por lo tanto, en las diferentes clases que son propias de la sociedad moderna, pero asume en cada una de ellas una forma diferente. En la clase de la alta burguesía (der oberen Zehntausend), la mujer, como dueña de su propia fortuna, es económicamente independiente del hombre, pero como esposa está todavía legalmente sujeta a él y generalmente no puede disponer libremente de sus bienes. La propiedad, en esta clase, conduce a matrimonios por consideraciones monetarias y a su contraparte, el adulterio; promueve la disolución de la vida familiar y le permite a la mujer eludir sus deberes como esposa y madre. En primer plano de las demandas que presentan las mujeres de esta clase se encuentra la protección legal de la propiedad de sus bienes y el derecho a la libre disposición de los mismos. La lucha por la emancipación de esta clase de mujeres es una lucha por la eliminación de todas las diferencias sociales que no se basan en la propiedad. La realización de sus demandas constituye la última etapa en la emancipación de la propiedad privada.

En la pequeña y mediana burguesía, así como en la intelectualidad burguesa, la familia se descompone por los fenómenos concomitantes de la producción capitalista. Crece el número de mujeres solteras que dependen de sus propios méritos; crece el número de familias que ya no pueden subsistir con los ingresos del hombre. Los miembros femeninos de estas capas son empujados al trabajo remunerado en el ámbito de las profesiones liberales. En primer plano de sus demandas, por lo tanto, se encuentra el derecho a la igualdad en el empleo y la formación profesional para ambos sexos, a fin de desarrollar una competencia totalmente libre en todos los campos. La lucha de las mujeres por estas demandas es una lucha de intereses económicos entre los hombres y las mujeres de estas capas sociales. Y puesto que toda lucha de intereses económicos es una lucha política, ésta impulsa a las mujeres a la demanda de la igualdad política con los hombres. Sólo mediante la consecución de estas demandas, la mujer de la pequeña y mediana burguesía consigue la plena igualdad con los hombres.

En el proletariado, la necesidad de explotación del capital obligó a la mujer a tomar un empleo remunerado y destruyó la familia. Gracias a su empleo, la mujer proletaria es económicamente igual al hombre de su clase. Pero esta igualdad significa que ella, como el proletario, es explotada por los capitalistas, sólo que más duramente que él. La lucha por la emancipación de las proletarias no es, por lo tanto, una lucha contra los hombres de su propia clase, sino una lucha junto con los hombres de su clase contra la clase capitalista. El objetivo inmediato de esta lucha es la construcción de barreras contra la explotación capitalista. Su objetivo final es el dominio político del proletariado, con el propósito de eliminar todo dominio de clase y de construir una sociedad socialista.

Como luchadora en esta lucha de clases, la proletaria necesita la igualdad de derechos jurídicos y políticos con el hombre al igual que las mujeres de la pequeña y mediana burguesía, y que la mujer de la intelectualidad burguesa. Como trabajadora independiente requiere también la libre disposición sobre sus ingresos (salario) y sobre su propia persona, como la mujer de la gran burguesía. Pero a pesar de todos los puntos de contacto en las demandas de reforma legal y política, la proletaria, en los intereses económicos decisivos, no tiene nada en común con las mujeres de las otras clases. La emancipación de las mujeres proletarias, por tanto, no puede ser el trabajo de las mujeres de todas las clases, sino únicamente el trabajo de todo el proletariado, sin distinción de sexo.

Por lo tanto, la agitación entre las mujeres proletarias debe ser, en primer lugar, la agitación socialista. Su tarea principal es despertar a las mujeres proletarias a la conciencia de clase y ganarlas para la lucha de clases. La trabajadora debe pasar de ser una competidora barata del hombre (en el mercado de trabajo) a ser su compañera en la lucha, debe pasar de ser una fuerza inhibidora a ser una fuerza impulsora y activa en la lucha de clases. La agitación proletaria entre las mujeres debe, por consiguiente, mantenerse estrictamente en el marco del movimiento obrero en general, y debe basarse en todas las cuestiones que son de particular importancia para la clase obrera. Salvo que existan tareas urgentes específicas, debemos propugnar en la agitación reformas que interesen a las proletarias como trabajadoras y como mujeres. En particular, debemos agitar:

1) por la extensión de la protección legal de las trabajadoras, especialmente por la introducción de la jornada legal de ocho horas, al menos inicialmente para las trabajadoras;

2) por la introducción de inspectores fabriles;

3) por el derecho al sufragio activo y pasivo de las trabajadoras y empleadas en los tribunales laborales (Gewerbegerichten);

4) por igual remuneración por igual trabajo sin distinción de sexo;

5) por la igualdad de derechos políticos plena de las mujeres con los hombres, en especial por el derecho ilimitado de reunión, asamblea y asociación;

6) por la igualdad de educación y la libertad de ocupación de ambos sexos;

7) por la eliminación de las ordenanzas sobre personal doméstico (Gesindeordnungen).

Junto con la agitación verbal, la agitación escrita debe ser utilizada hascia las mujeres proletarias. El principal medio para la agitación y el esclarecimiento entre las masas de proletarias aún indiferentes debe ser la distribución periódica de folletos, que traten de cuestiones prácticas específicas. Para una formación e instrucción adicionales se deben utilizar folletos especiales, adecuados para acercar a las proletarias al socialismo, como trabajadoras, como esposas y, sobre todo, como madres. La prensa socialista debe operar sistemáticamente para el esclarecimiento económico y político de las mujeres proletarias.

Apéndice III: Decreto soviético sobre el aborto (18 de noviembre de 1920)

Fuente: N. A. Semashko, Health Protection in the USSR, London: Go- llancz, 1934, págs. 82-84.

Comisariado del Pueblo de Salud: “Sobre la protección de la salud de las mujeres” (18 de noviembre de 1920)

Durante las últimas décadas, el número de mujeres que recurren a la interrupción artificial del embarazo ha crecido tanto en Occidente como en este país. La legislación de todos los países combate este mal mediante el castigo de la mujer que decide tener un aborto y del médico que lo practica. Sin arrojar resultados favorables, este método de lucha contra el aborto ha impulsado la práctica de abortos clandestinos y ha hecho de las mujeres víctimas de charlatanes mercenarios y a menudo ignorantes, que hacen una profesión de las operaciones secretas. Como resultado, hasta el 50 por ciento de estas mujeres desarrollan infecciones en el transcurso de la operación, y hasta el 4 por ciento de ellas mueren.

El gobierno obrero y campesino es consciente de este grave mal a la comunidad. Combate este mal por la propaganda contra los abortos entre las mujeres trabajadoras. Al trabajar por el socialismo, y la introducción de la protección de la maternidad y la infancia en gran escala, se siente seguro de lograr la desaparición gradual de este mal. Pero en la medida en que las supervivencias morales del pasado y las difíciles condiciones económicas de la actualidad todavía obligan a muchas mujeres a recurrir a esta operación, los comisariados del Pueblo de Salud y de Justicia, deseosos de proteger la salud de las mujeres, y teniendo en cuenta que el método de la represión en este campo ha fracasado por completo en lograr este objetivo, han decidido:

1) permitir que este tipo de operaciones se practique libremente y sin ningún cargo en los hospitales soviéticos, donde las condiciones necesarias para minimizar el daño de la operación estén aseguradas;

2) prohibir absolutamente a cualquiera que no sea un médico llevar a cabo esta operación;

3) cualquier enfermera o partera que fuera encontrada culpable de realizar una operación de este tipo será privada del derecho a la práctica y juzgada por un tribunal popular;

4) un doctor que lleve a cabo un aborto en su práctica privada con fi nes mercenarios será llamado a rendir cuentas ante un tribunal popular.

Comisario del Pueblo de Salud, N. Semashko.

Comisario del Pueblo de Justicia, Kurskii.

NOTAS

1. Cintia Frencia, ex legisladora del Partido Obrero en Córdoba y dirigente del Plenario de Trabajadoras, es docente en la Universidad Nacional de Córdoba (cfrencia@gmail. com). Daniel Gaido es investigador adjunto del Conicet y docente en la Universidad Nacional de Córdoba ([email protected]).

2. Ver la versión castellana de los capítulos iniciales del libro de Clara Zetkin, Sobre la historia del movimiento de mujeres proletarias de Alemania (Zetkin, 1928), en Zetkin (1976).

3. Protokoll über die Verhandlungen des Parteitages der Sozialdemokratischen Partei Deutschlands. Abhegalten zu Erfurt vol. 14, bis 20. Oktober 1891, Berlín, 1891, pág. 5. En Francia, fue sólo después de una campaña enérgica de las mujeres que el Partido Socialista votó, quince años después, en el Congreso de Limoges en 1906, una resolución a favor del sufragio femenino universal.

4. Emma Ihrer fue la autora de folletos como Die Organisationen der Arbeiterinnen Deutschlands, ihre Entstehung und Entwicklung, bearbeitet und zusammengestellt von Emma Ihrer, Berlín, 1893, im Selbstverlage der Verfasserin (15 págs.) y Die Arbeiterinnen im Klassenkampf. Anfänge der Arbeiterinnen-Bewegung, ihr Gegensatz zur bürgerlichen Frauenbewegung und ihre nächsten Aufgaben, Hamburg: Verlag der Generalkommission der Gewerkschaften Deutschlands, 1898 (64 págs.).

5. Esto demuestra la falacia de la acusación de Richard Evans, un historiador hostil a la posición marxista, que califi có al rechazo de Clara Zetkin al “feminismo burgués” como “salvaje” (Evans, 1986: 248) y “brutal” (Evans, 1986: n. 17). Evans enfatizó en su ensayo “lo profundo de la división” entre el movimiento de mujeres socialistas y el feminismo (Evans, 1986: 253) y, sin embargo, tituló su libro Las feministas (Evans, 1980).

6. Esta falta de respeto por sus ideas es particularmente evidente en el libro de Raya Dunayevskaya sobre Rosa Luxemburg, que incluso dedica el capítulo séptimo a una discusión de “Rosa Luxemburgo como feminista”, en directa contradicción con los escritos de la propia Luxemburg (Dunayevskaya, 1982).

7. Olga Ravich: “Mezhdunarodnaia zhenskaia sotsialisticheskaia konferentsiia 1915″, Proletarskaia Revoliutsiia, N° 10 (45), 1925, págs. 165-77. Versión inglesa en Gankin y Fisher (1940: 289-295). La descripción de la conferencia contenida en este artículo corresponde a la ofrecida más brevemente en el informe ofi cial: “Internationale Sozialistische Frauenkonferenz in Bern. Offi zieller Verhandlungsbericht”, Berner Tagwacht: offi zielles Publikationsorgan der Sozialdemokratischen Partei der Schweiz, Bern, Samstag, 3. April 1915, Jg. 23, Nr. 77, Beilage S. 1-2, y en “Eine internationale Konferenz sozialistischer Frauen”, Die Gleichheit: Zeitschrift für die Interessen der Arbeiterinnen, Stuttgart, 1915, Jg. 25, Nr. 15, S. 85-87.

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