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La situación mundial después de la victoria de Trump

Informe internacional al XXIV Congreso del Partido Obrero

  1. Crisis mundial y ascenso de Trump

El triunfo de Donald Trump implica un salto en la crisis mundial: Estados Unidos se ha convertido en epicentro político de esa crisis luego de haber sido su epicentro y motor económico y financiero.

No estamos frente a una crisis de representación sino del conjunto del régimen político. La irrupción de Trump es el punto culminante de un derrumbe general de las instituciones y partidos que se venían registrando con anterioridad. El ascenso, en su momento, de Barack Obama, ya daba cuenta de este proceso. La experiencia de una presidencia negra fue un recurso “extremo”, desde el lado liberal, para apaciguar una crisis de conjunto y los antagonismos de clase. Ese intento fallido, cuyo telón de fondo fue el agravamiento de la bancarrota capitalista, ha abierto paso, ahora, a otra tentativa excepcional, pero esta vez comandada por un chovinista blanco. Se trata de una tentativa de tipo bonapartista: el establecimiento de un poder personal, capaz de operar por encima del Congreso, que apunta a obtener los recursos políticos y la capacidad de movilización social para poner en pie un Estado policial y emprender una guerra económica internacional.

La asunción de Trump ha acelerado tendencias políticas que se encontraban en pleno desarrollo. El campo principal de disputa se encuentra dentro mismo de los Estados Unidos.

En torno del decreto que prohíbe el ingreso de inmigrantes se procesa una pulseada estratégica. La Justicia bloqueó la aplicación del veto migratorio y provocó la reacción presidencial dirigida a remover este escollo. Por ahora, la batalla legal no le ha sido favorable a Trump y ha trascendido que existen vacilaciones en el gobierno a la hora de continuar con la medida. Un revés del gobierno sería un golpe a su tentativa por avanzar hacia un régimen bonapartista. Trump deberá demostrar si es capaz de abrirse paso en esa dirección, y reunir los recursos políticos y económicos que necesita para gobernar en esa línea. Por eso el presidente deslizó inicialmente la posibilidad de llevar la batalla legal hasta la Corte, lo que a su vez ha puesto en el orden del día la cuestión clave de la composición de ese tribunal. Aún resta nombrar al noveno integrante del cuerpo, en un cuadro de paridad de fuerzas entre el ala liberal y la conservadora. La Casa Blanca no oculta su interés por acelerar la designación del miembro faltante, lo que le permitiría a Trump contar con una Corte afín. Pero un fracaso de este operativo podría acelerar el impeachment, extremo que ya insinúan algunos círculos de la burguesía.

El decretazo contra los inmigrantes ha puesto de relieve la enorme fractura del Estado yanqui, que se extiende a todos sus estamentos e instituciones: Estados federales han tomado la iniciativa de interponer causas judiciales, mientras municipios, el cuerpo diplomático y hasta funcionarios de la propia administración central han repudiado la resolución presidencial y se niegan a colaborar con su aplicación.

Esta fractura se nutre de una gran división de la burguesía imperialista. Importantes sectores de la burguesía yanqui, encabezados por las principales empresas de Silicon Valley, se oponen el decreto inmigratorio de Trump. Ese rechazo es un tiro por elevación contra toda la orientación económica del nuevo gobierno. Su proteccionismo choca con el esquema global de negocios y producción que impera en muchas de las grandes corporaciones estadounidenses.

Al reparo de esta crisis política y división en desarrollo se ha colado la movilización popular. Las protestas contra el decretazo, con manifestaciones en aeropuertos y centros urbanos norteamericanos se suma la irrupción del movimiento de la mujer en repudio a las expresiones misóginas y agraviantes de Trump y su conducta provocadora.

La reacción popular se encuentra bajo la tutela de la burguesía y la pequeña burguesía liberales, y es usada para impulsar un revival demócrata. Asistimos a un proceso contradictorio. Por un lado encarna un repudio popular a la política derechista, xenófoba y discriminatoria de Trump y en defensa de los derechos democráticos. Al mismo tiempo es clara la dirección patronal de ese movimiento. Se trata de un frente de contención encabezado por el Partido Demócrata y que incluye al papa Francisco, y apunta a enchalecar al movimiento anti-Trump bajo su tutela.

La hipocresía está a la vista, si se piensa que bajo la administración demócrata se alcanzó un record de 2,5 millones de deportaciones. Viene al caso recordar que la política inicial de Obama y de los demócratas fue colocar paños fríos a la conmoción popular que provocó el triunfo de Trump, y exhortar en favor de una “cooperación” con el nuevo gobierno. La masiva y honda reacción que provocó la ascensión del magnate y sus primeras medidas los obligaron a acomodar de apuro su libreto. La política conciliadora y de apaciguamiento de los demócratas empieza a dejar secuelas entre sus simpatizantes, como lo testimonian los choques crecientes del activismo con la cúpula partidaria. Ese fenómeno se observa desde el desarrollo del movimiento Black Lives Matters contra el aumento de los asesinatos contra negros por las fuerzas de seguridad bajo la administración Obama, hasta la insistencia de que Sanders presentara una candidatura independiente contra Hillary y contra Trump, reforzada luego por la divulgación de las manipulaciones electorales contra éste en la interna.

Contradictoriamente, existe un sector de trabajadores que abriga expectativas en Trump, cuya política xenófoba y su demagogia nacionalista ha introducido una cuña divisionista entre los explotados. Esa adhesión está atada con alambres y puede pincharse rápidamente en caso de que las promesas presidenciales se frustren. Eso no ha impedido que la burocracia sindical, enrolada históricamente en el Partido Demócrata —y hasta el propio Sanders— ofrezca colaborar con Trump en defensa del “empleo americano”.

El desafío que presenta este nuevo escenario es el de darle a la irrupción de masas una fisonomía política independiente. Es necesario separar a los trabajadores y la juventud de la tutela burguesa —tanto la de carácter liberal como aquella de cuño nacionalista— y defender la independencia de clase.

En la transición que se abre Trump deberá probar que tiene los medios para gobernar. El bonapartismo es una estación a la que necesita arribar, lo que plantea una alteración del régimen político yanqui y eso no será un tránsito indoloro; por el contrario, implicará necesariamente choques y crisis. El escenario que se abre es convulsivo en extremo. De hecho las condiciones de la elección hacen que el gobierno asuma con un fuerte grado de rechazo popular (su legitimidad está cuestionada incluso por los resultados de la votación, ya que su oponente obtuvo 2 millones de votos más y por las denuncias de fraude).

Para los trabajadores norteamericanos se abre una gran experiencia. La escalada contra los inmigrantes puede tener el correlato, como ya lo anticipan los episodios actuales, de una etapa de rebeliones, sobre todo de las minorías negra y latina. Ni hablar de la reacción de la clase obrera americana frente a un ataque a sus condiciones laborales. La demagogia proteccionista de Trump no asegura que aumente el empleo —lo más probable es que termine en un fiasco— pero servirá de excusa para atacar conquistas laborales y el salario (el pretendido impuesto a la importación de mercancías procedentes de México será trasladado a los precios). Con el pretexto de mejorar la competitividad norteamericana Trump promueve un deterioro de las condiciones de vida de los trabajadores.

A las variantes y opciones patronales en disputa, es necesario oponerles un rumbo y un programa político propio que enarbole la defensa integral de los derechos democráticos y reivindicaciones sociales de los trabajadores, para que la crisis la paguen los capitalistas. Un programa de transición para Estados Unidos debe plantear el control obrero de la producción, impuestos extraordinarios y progresivos a los capitalistas, la nacionalización de la banca y el comercio exterior y la gestión de los trabajadores en materia económica, de modo de colocar los recursos al servicio de las necesidades populares. Del mismo modo es necesario defender incondicionalmente el derecho de los pueblos a su autodeterminación, desmantelar Guantánamo y todas las bases militares, el retiro de las tropas y de la asistencia militar en Medio Oriente y en todo el planeta y poner fin a los tratados y pactos diplomáticos, económicos y militares, por medio de los cuales Estados Unidos somete a los pueblos del globo.

La bancarrota capitalista, y la descomposición y barbarie que ésta provoca en todos los planos, pone en el orden del día la necesidad de una reorganización integral del país sobre nuevas bases sociales. Sobre estas premisas, es necesario construir un partido obrero que abrace la estrategia de gobierno de trabajadores.

Bases económicas de la crisis

El ascenso de Trump es una expresión del agravamiento de la crisis mundial y, al mismo tiempo, una tentativa por remontarla en momentos en que se observa un impasse económico en la burguesía mundial.

La fuerza que han tomado las tendencias nacionalistas en Europa, así como el Brexit y la victoria de Trump, obedece al fracaso de las tentativas de reactivación económica, principalmente en Estados Unidos y la Unión Europea (UE), por medio de los rescates bancarios. Son la expresión del agotamiento de una etapa política.

El rescate más consistente, el norteamericano, no ha recuperado la tasa de crecimiento potencial del PBI, o sea ni la tasa de crecimiento de la productividad ni de la inversión y mucho menos de los salarios (la demanda de consumo final).

Hasta hace poco se decía que lo peor de la crisis mundial había pasado. Para ello se exhibían síntomas de recuperación en Estados Unidos. Pero esas proyecciones se han evaporado. The Wall Street Journal advierte sobre el “descenso más prolongado de la productividad laboral en Estados Unidos desde fines de los años 70” (WSJ, 11/8). Asistimos al tercer trimestre consecutivo de una baja de la productividad —el período más largo desde 1979—, lo que ilustra el empantanamiento en la economía. El crecimiento económico de Estados Unidos en el segundo trimestre fue solamente del 1,2 por ciento. Pero ese impasse integra una tendencia mundial. En Europa el crecimiento económico apenas ascendió al 0,3 por ciento. El crecimiento chino continúa en brusco declive, y gran parte de América latina se encuentra en retroceso.

El telón de fondo de estos datos es una crisis enorme de sobreproducción, o sea un exceso de capitales y mercancías en relación con sus posibilidades de valorización. Esto nutre las tendencias deflacionarias y la caída de los beneficios y, de la mano de ello, un retraimiento de la inversión.

En 2015 el informe anual del FMI señalaba que la caída de la inversión privada estaba en el centro del fracaso de la recuperación de la economía global desde la crisis de 2008, a pesar del crédito a bajísimas tasas de interés y, sobre todo, del rescate multimillonario de los bancos emprendido por los Estados de las principales potencias y sus bancos centrales. En el trimestre más reciente, la inversión privada en Estados Unidos cayó 9,7 por ciento, el tercer peor descenso trimestral. Esta caída en la inversión en los países capitalistas avanzados está en la base del desmoronamiento de la productividad.

Las grandes empresas han acumulado billones de dólares en efectivo y no los invierten ni en la producción ni en la investigación y desarrollo. Utilizan esos fondos para recomprar acciones, aumentar sus dividendos y llevar a cabo fusiones y adquisiciones. Esto explica la paradoja de que el desempeño productivo sea cada vez más magro, mientras el precio de las acciones en las bolsas mundiales alcanza niveles récord. Cuando se examinan los balances se observa que una porción significativa de sus utilidades corporativas provienen de colocaciones financieras.

Esta hipertrofia del sector financiero ha terminado por socavar la base industrial norteamericana. Su contracara es un aumento de la especulación y una inflación de activos, que no es otra cosa que capital ficticio.

La economía mundial se encuentra sentada sobre una bomba de tiempo constituida por una masa de capital ficticio equivalente a diez veces el PBI mundial. Estamos frente a créditos y títulos y bonos públicos y privados del orden de los 160 billones de dólares. El capital accionario que se cotiza en forma pública es de 70 billones. A esto se agrega los llamados derivados que se contratan como garantía del mercado de bonos, acciones y préstamos. Parte de ellos se negocian en mercados públicos, otra parte son transacciones privadas. El valor nominal de este capital ficticio (con todas sus operaciones superpuestas) se encuentra, probablemente, en torno a los mil billones de dólares, contra un PBI mundial que asciende a sólo 80 billones.

Una de las cosas que le ha dado a la crisis un carácter más explosivo es que el capitalismo tiene en el mecanismo de la quiebra una forma de restablecer la tasa de ganancia y eliminar capital sobrante; el fenómeno actual es que hay un bloqueo a las quiebras porque la desaparición de ese capital sobrante produciría un cataclismo.

La quiebra es una manifestación de la inviabilidad del capitalismo y la vía para salir de esa inviabilidad. Paradójicamente, un capitalismo que no promueve las quiebras, se quiebra como capitalismo. El capitalismo necesita de las quiebras porque sólo con ellas, en un momento de crisis, puede la parte solvente continuar en operaciones. Pero en este caso la dimensión económica y social de la quiebra sería enorme. La interconexión internacional y la magnitud de los capitales en circulación no tienen comparación posible con el pasado. Ante esta perspectiva se alientan los rescates por parte de los Estados, pero esa postergación genera contradicciones más amplias y explosivas. Este escenario, en que el capital “bicicletea” las quiebras a fuerza de subsidios y auxilio estatal, ha alimentado la tesis que sostienen algunos representantes conspicuos de la burguesía: el capitalismo habría entrado en un estancamiento de largo alcance, un “estancamiento secular” —como lo llaman los especialistas de establishment—, que presenta la perspectiva de una declinación del capitalismo más serena que un derrumbe abrupto. Excluido un colapso, la crisis capitalista quedaría reducida a una crisis crónica que se prolongaría en el tiempo. Un enfoque similar es enarbolado por sectores de la izquierda, que hablan de la existencia de una “crisis orgánica” a la que privan de un alcance catastrófico.

Uno de los síntomas más salientes del fenómeno es el interés negativo. Gran parte de la liquidez y el crédito barato generados por la ayuda estatal ha ido a parar al circuito financiero. Esa sobreabundancia de fondos no se ha orientado a la inversión productiva sino que ha buscado refugio en los bonos más seguros. Unos 13 billones de dólares en bonos públicos se compran y venden con rendimientos negativos.

Las tasas de interés ultra bajas e incluso negativas han impactado directamente en los fondos de pensiones y las compañías de seguros. Otros grandes damnificados son los bancos. En un escenario de tipos de interés negativos, ahorristas e inversores evitan realizar depósitos (deberían pagar por ello). Es un fenómeno prácticamente inédito en la historia del capitalismo y, por sus dimensiones, inconcebible antes de la crisis financiera de 2008. Su significado de fondo es que existe un exceso de capital monetario (sobreacumulación) sin condiciones de ser convertido redituablemente a capital productivo. La salida a esta crisis implica una destrucción en masa de ese capital que flota en los circuitos especulativos. Las diferentes fracciones capitalistas no admitirán “concertar” esa liquidación de capitales sobrantes, la cual deberá, por lo tanto, cobrar la forma de choques y antagonismos crecientes.

Los beneficios de la banca están siendo estrangulados y los ahorristas podrían retirar sus depósitos para evitar que su entidad financiera les cobre por tener dinero. Un cortocircuito de esta naturaleza podría llevar al colapso del crédito, lo cual acentuaría las tendencias recesivas y conduciría a una depresión. Esta bomba de tiempo podría estallar ante cualquier viraje de la política monetaria. Por caso, un aumento sucesivo de la tasa de interés provocaría un descenso de la cotización de los bonos y traería aparejado pérdidas importantes de sus tenedores, que compraron a precios muy elevados esperando una suba aún mayor.

Este panorama se constata en las reacciones bruscas y contradictorias de los distintos bancos centrales. El Banco de Japón ha decidido poner un límite a su política de estímulo y dinero barato e intervenir para mantener las tasas de interés de largo plazo en territorio positivo y, con ello, aliviar a los fondos de pensiones, bancos y compañías de seguros, aunque esto conspire en forma inmediata con las tentativas dirigidas a reanimar la actividad económica promovida por el gobierno y que, de todos modos, resultó un fracaso.

La Reserva Federal ha resuelto también aumentar la tasa de interés. El mercado de bonos se ha transformado en un talón de Aquiles, con el agregado de que la crisis inmobiliaria sigue sin resolverse y está en marcha una nueva burbuja en la bolsa. Los bancos centrales reconocen que estas crecientes contradicciones y desequilibrios en la economía los están dejando sin respuestas ni municiones.

La otra cuestión es la tendencia al retroceso del comercio mundial en relación con el conjunto de la producción internacional (que también retrocede respecto de su tendencia histórica). Ha vuelto a caer después de recuperarse de un desplome en 2010/11. Esta situación refleja el estancamiento de la inversión mundial, incluso el retroceso, si se computa el desgaste y la obsolescencia. Ocurre que la ganancia esperada de una inversión adicional es reducida o nula – tanto para los mercados establecidos como para las llamadas nuevas tecnologías.

El agravamiento de la bancarrota capitalista explica la creciente rivalidad entre los Estados y, con ello, las tendencias a la guerra económica. La guerra económica es, por un lado, una disputa por la participación en un mercado que se encoge, pero por sobre todo una pelea por mercados potenciales que se encuentran cautivos. La restauración del capitalismo en China y en Rusia fue una expresión de esta última pelea. Sin el restablecimiento de la tasa de beneficio y del crecimiento del comercio mundial y de la inversión, aquella gigantesca montaña de capital ficticio de un billón de dólares debe desmoronarse inevitablemente, con riesgo mortal para el capitalismo. Por otro lado, sin embargo, ninguna recuperación de la economía es posible sin medidas que afecten en forma directa o indirecta ese capital ficticio, o sea sin pasar por una violenta desvalorización de esos capitales. En eso consiste la crisis mundial.

La reacción nacionalista

La reacción nacionalista expresa, por un lado, el fracaso de los rescates y por el otro, el agotamiento de la llamada globalización. La tasa de beneficio de las corporaciones internacionales que aprovecharon la apertura de la economía resultante de las restauraciones capitalistas en China y en Rusia están en franca declinación. En los últimos cinco años, los beneficios de las multinacionales han caído un 25% (The Economist). El repliegue nacionalista tiene su fundamento en los límites alcanzados por la acumulación de capital, bajo la integración global de toda la cadena de valor.

Esta integración productiva a escala internacional, la reducción de costos salariales que permitía la explotación de fuerza de trabajo más barata, una carga fiscal menor por incentivos fiscales y la posición dominante que ganaba en el mercado mundial produjeron, por un lado, una elevación fenomenal de la tasa de ganancia y, por otro, un aumento también fantástico de beneficios para los inversores accionarios y los socios bancarios y financieros. Este mismo desarrollo, sin embargo, desató, contradictoriamente, fenómenos de sobreproducción, aumentos de salarios y el desarrollo de una industria periférica local que comenzó a pelear por el reparto de la tasa global de ganancia.

La base social de esta reacción nacionalista (nacionalismo reaccionario) es, de todos modos, por el momento, débil. Enfrenta la oposición de sectores de la burguesía fuertemente vinculados con las inversiones internacionales o con la tercerización internacional de su producción. Y para la mayoría de la burguesía el abandono de los métodos “democráticos” resulta aún prematuro y peligroso, porque aceleraría una polarización que no ve deseable ni funcional en estos momentos.

La reacción nacionalista, por otro lado, no tiene un carácter uniforme: es ofensiva en Estados Unidos y defensiva en la Unión Europea, y aún más en los casos de los Estados periféricos. Mientras el nacionalismo europeo se propone defender los mercados nacionales, o incluso de la zona euro, es incorrecto considerar los planteos de Trump como una defensa del mercado norteamericano. Esgrime el proteccionismo para arrancar concesiones estratégicas en los mercados rivales.

La política económica del presidente norteamericano está plagada, sin embargo, de contradicciones. El gran plan de obras públicas que ha anunciado apunta a una salida a la deflación, con la expectativa de que el gasto o la demanda derroten a la baja creciente de la tasa de ganancia. El aporte privado a dicha reactivación, a la que el presidente apuesta, choca sin embargo con el hecho de que los bancos y el capital son reticentes a invertir productivamente por la saturación de los mercados ya reinante. Los bancos, al igual que una serie de corporaciones líderes, están sentados sobre una montaña de dinero pero no la colocan en términos productivos. Que inviertan en obra pública es una ilusión infundada. Trump deberá recurrir a otros mecanismos. El plan de obras públicas, sumado a la baja de impuestos que Trump propone, va a agigantar el déficit fiscal y obligará a un mayor endeudamiento, con la consiguiente desvalorización de la deuda pública norteamericana. Para que el plan de obras públicas tenga el efecto deseado —aumento del consumo y la producción— tendrá que aplicarse una serie de regulaciones que implicarían cerrar el mercado norteamericano a los productos importados, cuando Trump se propone abrir la economía china. A su vez la política de favorecer la competitividad entra en contradicción con la suba de la tasa de interés que ha ido de la mano de un fortalecimiento del dólar en relación con las otras divisas del mundo, una vez conocido el resultado de los comicios norteamericanos.

Estas contradicciones, de todos modos, no deben hacer perder de vista que la política de Trump tiene un hilo conductor que va desde el establecimiento de un Estado autoritario a la militarización y el fomento de la guerra comercial y económica a escala internacional; por lo tanto, a la guerra misma. Los nombramientos hechos en el gabinete siguen esa línea directriz. Trump se orienta hacia una política de salvataje de la economía yanqui sobre la base de un salto en la desestabilización de la economía mundial. Esa tentativa por salir de la crisis, puede ser la que haga detonar todas las relaciones y equilibrios internacionales que aún se conservan.

El anuncio de una “guerra económica” por parte del presidente se inscribe en una tendencia ya en desarrollo. Asistimos a un recrudecimiento de las rivalidades y choques interimperialistas. Una sanción —multa supermillonaria— que le aplicó la Justicia estadounidense al Deutsche Bank se produce apenas semanas después de que a Apple se le impusiera otra multa de 13.000 millones de euros en Irlanda por elusión de impuestos, y que Dublin anunciara que estaba estudiando los casos de otras corporaciones americanas. Se ha interpretado a la multa de la Justicia estadounidense contra el Deutsche como una represalia frente a esa decisión adoptada en suelo europeo. Además, los tribunales norteamericanos venían de imponerle una multa multimillonaria a Volkswagen por infringir en sus modelos las normas ecológicas en vigencia, lo que fue interpretado como una tentativa para poner un freno a la creciente competencia alemana en el mercado yanqui. Muy pocas semanas atrás se conoció la noticia del fracaso de las tratativas entre Estados Unidos y Europa en torno al tratado de libre comercio que se negociaba desde hacía varios años. El Brexit se inscribe en esa misma dirección. El magnate yanqui busca explotar al máximo las vulnerabilidades de sus rivales. La baja de impuestos a los bancos, y a las empresas en general, del 35 al 15%, representa una guerra fiscal contra una Europa que no podría responder del mismo modo.

La burguesía que se opone a este giro nacionalista sostiene que el remedio a la crisis de la globalización y del mercado mundial basado en ella, es…. más globalización. En el actual contexto, eso significa un desmantelamiento mayor de las barreras de protección en China, Rusia e India, y también en Estados Unidos. Una mayor dosis de globalización sobre las ruinas de la globalización supone necesariamente mayores violencias y guerras que las que ya se han atravesado.

El mundo asiste a una guerra intestina en la clase capitalista, que va ganando espacio público a toda velocidad y se convierte en el tema de debate de masas muy amplias. Se desarrollan, a partir de estas premisas, condiciones prerrevolucionarias.

La sociedad capitalista ingresa en un período de transición de características más catastróficas aún.

El rumbo de la restauración

El muro al ingreso de las mercancías chinas que pregona Trump es un pretexto para forzar una mayor apertura económica de Beijing al capital yanqui (bancos, bolsa, empresas estatales, etc.) y avanzar a una segunda etapa de la restauración capitalista. El impasse que se vive en la imposibilidad de encontrar una salida a la crisis capitalista empuja al imperialismo a abordar una nueva ofensiva colonizadora. Ya el acuerdo Transpacífico impulsado por Obama apuntaba en esa dirección.

¿Dónde están parados China y Rusia? ¿Han ingresado, como sostienen ciertos analistas y hasta sectores de la izquierda, en el podio de los países imperialistas?

En el caso de Rusia todo su proceso económico es de retroceso de las fuerzas productivas y de la industria. Desde la disolución de la Unión Soviética hasta hoy, fue aumentando cada vez más su dependencia de la exportación de gas y petróleo. Su condición semicolonial se acentúa. La intervención bonapartista de Putin es una tentativa de contrarrestar las tendencias a la disolución nacional que ya se mostraron bajo la presidencia de Boris Yeltsin, y que eran y son alentadas por el imperialismo.

El idilio entre Trump y Putin no implica que Rusia resurja como una primera potencia. El acercamiento disimula un ultimátum: ahora tiene que abrirse una negociación, que incluye una transición controlada, en Siria, incluido el futuro del régimen de Al Assad y un reparto de su territorio, un arreglo del conflicto en Ucrania, alejamiento de Irán, etc.

El objetivo último de Estados Unidos es la colonización de la ex URSS (la elección de un aliado de Putin ligado a Exxon como secretario de Estado no es una cuña de Rusia contra EEUU; al contrario, expresa una tentativa de colonización). Por eso no es correcto pensar que se trata de un acuerdo permanente. Hitler pactó con la URSS y la invadió al poco tiempo. Rusia está cada vez más vulnerable, es más dependiente que nunca del petróleo y del gas cuyos precios están en caída. La incursión de Putin en Siria fue una forma de contrarrestar estas tendencias disolventes.

En cuanto a China, aún se abrigan expectativas de que no sólo se habría completado allí el proceso de restauración capitalista; además se habría convertido, en el camino, en una potencia capaz de salvar al conjunto de la economía mundial.

China, primer exportador de mercancías y segundo importador a nivel mundial, ya ha jugado dos veces un rol de contención respecto de la crisis capitalista internacional: en la crisis asiática de finales de los 90 y en el estallido 2007/2008, al cual el Estado Chino respondió con una inversión del 25 por ciento de su PBI. Gran parte de ese gasto consistió en subsidios, préstamos y créditos al sector industrial, en especial a las empresas estatales de la industria pesada. También se invirtió en desarrollar el mercado interno, sustituir importaciones y ampliar la frontera tecnológica.

¿Cuál fue el resultado de esta política de estímulo a la producción post 2008?

La consecuencia fue una crisis de sobreinversión y sobreproducción, lo que trajo aparejada una caída imparable en la tasa de ganancia por exceso de capital invertido. China viene reduciendo el ritmo de crecimiento de su economía hasta alcanzar 6,7 % anual, luego de casi dos décadas en un promedio del 10%. La sobreproducción afecta casi todas las ramas de la economía, pero se concentra en las empresas de carácter estratégico: carbón, astilleros, acero, fuentes de millones de empleos. China sola produce tanto acero como para abastecer casi todo el actual consumo del mercado mundial. El Estado, con su banca estatizada, tiene que bombear continuamente fondos a la economía, sosteniendo una estructura industrial que subsiste de manera parasitaria a expensas de un crecimiento descomunal de la deuda (250% del PBI en 2015 contra 160% en 2005). La amenaza de un desplome se manifiesta en la fuga de capitales, que no cesa. El sistema bancario, mayormente en manos del Estado, está en serio peligro, sobreexpuesto a créditos de recuperación dudosa. En ese contexto, sectores de la burocracia gubernamental han comenzado a alentar una política de mayor asociación y apertura con el capital extranjero. Pero el gran capital internacional pone como exigencia la eliminación total del intervencionismo y el proteccionismo, tanto industrial como financiero. El acuerdo transpacífico que había impulsado Obama iba en esa dirección, Trump no plantea una diferencia de objetivos sino de métodos o de ritmos. Esa diferencia tiene, de todos modos, una importancia cualitativa.

En cualquier caso, la reestructuración de la economía china no será un paseo. Sólo con la quiebra y liquidación del capital sobrante, y la consiguiente desaparición de millones de empleos, el capitalismo puede reconstituir la tasa de ganancia. Una mayor apertura china al capital extranjero acarreará una ola de quiebras que sacudirá las bases precarias de la industrialización de las últimas décadas. En ese escenario se inscribe la transición del régimen político hacia un bonapartismo, posiblemente tardío, con el presidente Xi Jinping en un lugar de poder y arbitraje, en detrimento de la burocracia estatal y del propio PCCh. En los últimos años se han extendido y radicalizado las manifestaciones obreras. Sólo durante 2016 se registraron 2400 huelgas en todo el país.

China, en su camino particular hacia la restauración capitalista, ha intentado no sólo sortear la crisis sino desarrollar sus fuerzas productivas, rodeado por la descomposición general del capital. Esa tentativa de desarrollo coloca al país en un lugar único y original en la historia. Empresas de capital chino se han convertido en competidoras de las grandes corporaciones extranjeras, incluidas las tecnológicas. Tres cuartas partes de los componentes de esas industrias son de origen local, cuando una década atrás ese rubro se sustentaba casi totalmente en insumos importados. China, asimismo, se ha transformado en una gran exportadora no sólo de mercancías sino también de capitales (una de las características clásicas para reconocer la transformación de un país capitalista en imperialista). Pero la exportación de capitales se da básicamente en sectores periféricos de los países atrasados China tiene bloqueado por el dominio imperialista, fundamentalmente yanqui, la posibilidad de invertir en los mercados imperialistas. Justamente ése fue uno de los factores que precipitó el Brexit: el acuerdo que intentó llevar adelante el gobierno conservador del primer ministro, David Cameron, con China, adhiriendo al Banco de Inversión chino (para fortalecer a la City financiera londinense), entregando el complejo siderúrgico británico. Por eso, el Brexit tuvo el aval político de Trump, que busca por ese medio poner un límite a la expansión china. Beijing logró una importante acumulación “primitiva” de capital y comenzó a disputar el mercado de exportación de capitales. Pero este notable salto, lejos de atenuar, contradictoriamente ha acentuado la dependencia y vulnerabilidad económica del gigante asiático. La crisis capitalista mundial de sobreproducción se expresa en China en su manera más cruda. El gigante asiático no puede sustraerse del dominio del capital y del mercado mundial, como advierte Trotsky respecto de la Unión Soviética en los tiempos del debate sobre el “socialismo en un solo país”. La economía mundial no es la sumatoria de economías nacionales. El mercado mundial está dominado por el capital imperialista, que impone su dominio por medio de ese mecanismo.

La transición al capitalismo de China y Rusia se hizo hasta ahora en forma relativamente pacífica. Se ingresa ahora en un nuevo periodo de carácter más violento, en que la lucha de clases dentro de ambos espacios se incrementará ante la tentativa del capital de completar el proceso de restauración capitalista inconcluso.

  1. Europa

Los hechos del último año han confirmado nuestro análisis de cómo la crisis capitalista internacional desarrolla fuertes tendencias a la disolución de la Unión Europea. En primer lugar la victoria en el referéndum británico del Brexit, o sea el mandato para la ruptura con la UE. La derrota del referendo de apoyo a las reformas políticas pedidas por el primer ministro italiano, Matteo Renzi, fue otra muestra de la crisis de la UE.

El Brexit ha puesto en el orden del día la amenaza de disolución de la Unión Europea (UE). Es cierto que las tendencias a la disgregación ya estaban fuertemente instaladas en el escenario europeo. Pero la salida de Gran Bretaña representa un salto en este proceso. En contraste con el escenario idílico de “armonía” y “cooperación” que pintaron sus promotores y apologistas, la Unión Europea ha emergido con su verdadero rostro. La UE no constituye una superación histórica de las fronteras nacionales ni de los enfrentamientos entre las naciones europeas. Su creación ha apuntado al rescate de Estados nacionales devaluados y desacreditados. La pretensión de crear una burguesía europea única se ha mostrado como el vehículo para algunas burguesías (en particular la alemana y hasta cierto punto la francesa asociada a ella) a explotar a los otros integrantes. La dislocación de la síntesis paneuropea no sólo significa la reaparición de las rivalidades nacionales.

La tendencia a la disolución de la UE ha hecho recrudecer por todas partes las tendencias a escisiones regionales (Escocia, Irlanda del Norte, Gibraltar, pasando por los planteos de independencia catalanes).

Las tendencias centrífugas se nutren del impasse económico del viejo continente que sigue creciendo. Europa arrastra una recesión y está al borde de la depresión. El parate ha multiplicado la cartera de créditos de dudosa cobrabilidad o directamente incobrables. Las empresas no pueden devolver los préstamos, que se fueron incrementando vertiginosamente debido a sucesivos refinanciamientos. Según los cálculos del FMI, el monto de los créditos con riegos de cobrabilidad se aproxima a un billón de dólares.

En consecuencia, el sistema bancario europeo está contra las cuerdas, de modo tal que al referirse a las instituciones crediticias europeas se habla de los “zombi banks”. La banca italiana es el caso más visible porque lidera el ranking europeo de incobrables, con el 20 por ciento de su cartera de créditos en esa condición. Ese es el resultado de 15 años de estancamiento. La quiebra industrial ha llevado a la desaparición de miles de empresas y a un desempleo del 11 por ciento. Los sucesivos rescates no han servido para revertir esta situación, pero sí para llevar la deuda pública a las nubes, equivalente al 130% de su PBI.

Pero Italia es sólo la punta del iceberg. España no ha logrado revertir las secuelas de su burbuja inmobiliaria y financiera, y Portugal debe hacer frente al colapso del banco Santo Espirito. El sistema bancario griego está al borde del abismo, pese a los sucesivos rescates.

Trump y Europa: vientos de guerra comercial, y de la otra

El golpe del Brexit se cobró entre sus primeras víctimas, como quedó dicho, a las negociaciones en curso entre Estados Unidos y la Unión Europea en torno del Tratado de Libre Comercio bilateral. Gran Bretaña era el principal aliado de Estados Unidos en el continente y el más entusiasta en el fomento del acuerdo, de modo que el pacto queda sin base real. El 25% de las exportaciones de Estados Unidos hacia la Unión Europea tienen por destino suelo británico. El hundimiento de las negociaciones ha sido acompañado por una escalada de golpes económicos entre Washington y Bruselas. Las sanciones al Deustche Bank, las denuncias por evasión de impuestos a Apple en Irlanda y el anuncio de sanciones a Volkswagen en Estados Unidos son parte de las primeras salvas de la guerra comercial en ciernes. El TTIP ha caído presa y víctima de la bancarrota capitalista, que ha potenciado las tendencias proteccionistas y la guerra comercial entre las diferentes potencias capitalistas. Las tentativas por fomentar una mayor integración o coordinación entre las naciones entran en choque con el creciente dislocamiento y fractura de la economía mundial.

Peter Navarro, encargado de comercio de Donald Trump, ya ha acusado a Alemania de efectuar maniobras monetarias, considerando que el Euro está “groseramente subvaluado”. El semanario alemán Die Zeit publicó un informe llamado “Contraataque”, donde dice que la UE ya se prepara para una guerra comercial con Estados Unidos. Dice que se proponen “reaccionar a las tarifas punitorias de los norteamericanos con medidas retaliatorias” y que están buscando un acuerdo de libre comercio con México y varios Estados asiáticos.

En el Reino Unido, la implementación del Brexit, ahora votada en la Cámara de los Comunes, sigue siendo un fortísimo factor de división de la burguesía local. La primera ministra conservadora, Theresa May, usa la amenaza de un “Brexit duro” para negociar la continuidad de condiciones comerciales favorables con Europa, vitales para el Reino Unido. Por otra parte, la revista progre-liberal The Guardian promocionó la carta abierta de 43 diputados laboristas, conservadores, liberales y verdes, que le reclaman a May cuidar la relación con el continente y desautorizan al mismo tiempo la adaptación de Jeremy Corbyn al voto parlamentario al Brexit.

El presidente de Francia, François Hollande; y la primera ministra alemana, Angela Merkel, están pactando una hoja de ruta para una Unión Europea sin el Reino Unido, lo que implica, por elevación, una mayor autonomía respecto de los Estados Unidos, con su correlato en el campo militar. “Europa debe dotarse de todas las capacidades militares y de los medios industriales necesarios, para construir su autonomía estratégica”, ha declarado el jefe del Estado francés. Hollande quiere que la Unión Europea cree un fondo de seguridad y defensa y la formación de un ejército europeo con una fuerza militar operativa desplazable a lugares en conflicto.

Joachim Gauck, el presidente alemán, declaró: “La hora ha llegado para que los países europeos y en particular Alemania, que por muchos años siguió los pasos de Estados Unidos, tome más confianza y autonomía. Europa debe aumentar sus capacidades defensivas”. Una experta en relaciones internacionales del “izquierdista” Die Linke pidió al gobierno alemán que “salga de la subordinación a las políticas de Estados Unidos y reemplace la OTAN con un sistema de seguridad colectiva que incluya a Rusia”.

De la crisis económica a la crisis política

La reforma política que impulsó el primer ministro de Italia, Mateo Renzi, se orientaba a reforzar los poderes del Ejecutivo en detrimento del parlamento mediante la reducción de las facultades y del número de bancas del Senado y limitando las autonomías regionales. Esa reforma había sido precedida por una modificación previa del régimen electoral, que concentró la representación política en el partido ganador con el propósito de neutralizar la creciente fragmentación política que enfrenta el país. Ese giro bonapartista tenía el propósito de crear un Ejecutivo fuerte, capaz de pilotear la crisis y contar con los resortes necesarios para imponer un ajuste severo contra las masas.

Renzi ya había impuesto una reforma laboral que flexibiliza los contratos y la estabilidad laborales, como un modo de descargar el peso de la creciente bancarrota capitalista sobre los hombros de los trabajadores.

Sobre esta base crean las condiciones, por un lado, para imponer privatizaciones y concesiones a inversores y, por otro, para ratificar la vía judicial rápida para los casos de quiebras de bancos y la ejecución de deudas impagas. El referendo, en una palabra, era la expresión política de una salida capitalista a la crisis feroz del sistema bancario de la península.

Otra de las manifestaciones más agudas de la crisis política es la crisis de los refugiados, que se sigue desarrollando sin vías de solución. La raíz de esta catástrofe es la guerra imperialista, que vuelve como un bumerán sobre sus promotores y acelera las tendencias centrífugas de la Unión Europea. Por otra parte, la proliferación de facciones militares fragmentadas y con alta capacidad de destrucción, estimuladas y financiadas en su momento por el imperialismo, provocan una sucesión de atentados en las capitales europeas. Estos atentados han sido explotados para reforzar las agresiones imperialistas y el aparato represivo de los Estados europeos. Este despliegue represivo ha resultado útil para atacar la movilización popular de estos países, donde hay procesos de lucha de la juventud y del movimiento obrero contra reformas laborales flexibilizadoras, pero en cambio no han impedido la consumación de nuevos atentados.

La crisis europea no se quedó en los “eslabones débiles”

La crisis capitalista en Europa, que tuvo episodios dramáticos en países “periféricos” como España y Grecia, se ha asentado ya definitivamente en su centro político y económico: Alemania. El caso más claro de esto es la crisis del Deutsche Bank, que ha encendido las alarmas del mundo de las finanzas a escala global. Un “Lehman Brothers europeo” provocaría una bancarrota en cadena de bancos europeos y su onda expansiva se trasladaría al resto del mundo.

Una de las medidas a las que ha apelado la banca para contrarrestar la crisis es reducir sus costos operativos mediante recortes de personal y cierre de sucursales, y una política de fusiones, racionalización y quiebras controladas. En esa línea el gobierno alemán promueve la unión entre el Deutsche y el Commerzbank. Pero el remedio podría ser peor que la enfermedad, pues se trata de dos bancos en dificultades.

Este empantanamiento ha puesto en el orden del día la necesidad y urgencia de un rescate. Pero lejos de haber un criterio común, esta cuestión ha abierto una gran deliberación en las filas de la clase capitalista. Hay quienes proponen que el Estado socorra a los bancos y se enfrentan con quienes pretenden que los platos rotos los paguen los propios accionistas y acreedores, incluidos los ahorristas. Las normas puestas en vigencia prohíben el uso de fondos públicos para el salva- taje de bancos. Esa reglamentación, votada hace sólo dos años, fue impulsada por el gobierno alemán, que no estaba dispuesto a cargar sobre sus espaldas el rescate económico de sus socios continentales. Además, abandonarlos a su propia suerte era una vía para acentuar el copamiento económico del continente, en pos de transformar a Europa en un protectorado alemán.

Ahora, Merkel y su gobierno se ven enredados en un gran dilema.

Si el Estado auxilia al Deutsche, sería imposible evitar el efecto contagio, pues en la lista de espera de los rescates está anotada una parte importante de la banca europea.

Pero si no se abre la canilla, el perjuicio puede resultar peor aún. Colocar el rescate en manos de los acreedores y los depositantes sanciona una quiebra, lo cual iría de la mano de un gran despojo y confiscación de los ahorristas. La caída de un banco de semejantes dimensiones desataría una corrida bancaria ingobernable y dejaría en la cornisa al conjunto del sistema financiero. El gobierno procura eludir esas opciones extremas, pero la demora en definiciones podría conducir a que la salida a ese impasse sea impuesta por los “mercados”.

La reacción nacionalista en Europa

La libre circulación en el marco de la Unión Europea imperialista ha sido una herramienta para fortalecer la competencia entre trabajadores. Lejos de ser una vía de progreso social, la UE, en el marco de la actual bancarrota mundial, acentuó las penurias sociales de la población. Por eso el rechazo de los trabajadores.

Ese odio popular genuino contra el status quo de la Unión Europea de los planes de austeridad, es explotado con éxito creciente por una serie de fuerzas nacionalistas de derecha, xenófobas, que combinan el ataque a los inmigrantes con el proteccionismo industrial o monetario. Los amigos de Trump y de la ultraderechista francesa Marine Le Pen han levantado cabeza en cada país europeo y tratan de instalar la idea de un ascenso general de su corriente. Pero no hay una marcha en flecha hacia gobiernos derechistas. Todavía se desenvuelve un proceso político de características no resueltas. La reciente experiencia del Brexit enseña que la crisis devora a todos los actores, incluidos sus ganadores. Los primeros arrastrados por el torbellino que desató el Brexit fueron sus promotores nacionalistas y de derecha.

Los “antisistema” italianos han demostrado que tampoco pueden sustraerse a sus propias limitaciones de clase y al régimen social del que son tributarios. El Movimiento Cinco Estrellas (M5E) en su corto tiempo de vida demostró que no está dispuesto ni tiene intención de sacar los pies del sistema. La alcaldesa de Roma, que integra esa formación, ha sufrido una crisis de gabinete salpicada por denuncias de corrupción en medio de un desgobierno general. La capital italiana se encuentra envuelta en un caos, con las calles repletas de basura y el transporte público paralizado. Los “grillini” han revelado rápidamente su incapacidad de abrir un rumbo alternativo y superador a los partidos tradicionales, lo que ha acelerado la crisis en su frente interno.

La reacción nacionalista tropieza también con la reacción popular contra el ajuste, aunque todavía tenga un carácter circunscripto. La prolongada lucha de obreros y estudiantes contra la reforma laboral de Hollande, que el fascistoide Frente Nacional apoyaba, ha servido para quitarle inercia al crecimiento de Le Pen, limitando su margen de maniobra y mostrando su carácter virulentamente anti-obrero.

Polarización ficticia

Los trabajadores de Europa están atrapados en una polarización falsa alrededor de la disputa entre dos bloques capitalistas. Se los llama a optar entre permanecer o retirarse de la UE, cuando ambas salidas están unidas a una política de ataque en regla a los trabajadores.

Quienes abogan por la salida de la UE sostienen una política de- valuatoria (salir del euro y volver a sus monedas locales) y, por ese medio, lograr una mayor “competitividad”, lo que iría de la mano con una desvalorización de la fuerza de trabajo.

Un resultado semejante, por otras vías, es el que depara la permanencia en la UE, a través de la imposición de ajustes y recortes de conquistas sociales y laborales. Las ilusiones en que la Unión Europea podía ser una vía de progreso se ha desvanecido y la decepción empieza a traducirse en una rebelión popular. Es el caso de Francia, que vive una profunda movilización contra la reforma laboral.

La atomización nacional del capital monopolista en Europa no ha sido superada ni por la creación de un Banco Central ni por una moneda única. Las “ventajas” que prometía la política de libre comercio se ha transformado en su contrario, en un factor de agravamiento de la crisis. Los Estados nacionales son más que nunca las herramientas de los monopolios en la lucha por la supremacía en el mercado mundial. Esta disputa, a su turno, alienta la competencia ruinosa entre trabajadores, que los Estados imponen mediante ajustes en regla.

La izquierda quedó atenazada entre estas dos variantes capitalistas, y como furgón de cola de los bloques en disputa. Una franja mayoritaria de la izquierda democratizante rechaza plantear la ruptura de la UE. Considera que la unificación continental, aún en los términos actuales, es un eslabón y un estadio progresivo en la batalla por una “Europa social”. Dirigentes de la izquierda aggiornada del régimen, a su turno, coquetean con las posturas nacionalistas y xenófobas, con lo que muestran su carácter profundamente reaccionario. Por ejemplo, el ascendente líder de la izquierda laborista Jeremy Corbyn ha admitido el derecho de los Estados a imponer cupos de inmigración. Un candidato del izquierdista partido alemán Die Linke ha reivindicado el derecho de los Estados a deportar inmigrantes, e intenta justificarse con el argumento de que no se le deben dejar los problemas de la competencia por salario “a la derecha”.

Syriza, el recurso del frente popular y las medidas de austeridad

El gobierno de Syriza ha sido el caso más desarrollado hasta ahora en materia de colaboración de clases para contener y desactivar la tendencia a una lucha de masas contra los planes de austeridad. Su actuación recuerda que el uso del frente popular es una poderosa herramienta de desmovilización: no a todo Kerensky le sigue un Octubre.

Como se vio en Brasil y Uruguay, los gobiernos del PT y el Frente Amplio, y su orientación de subordinación a los mandatos del capital financiero, han sido un factor de desmoralización de las masas durante una etapa prolongada.

La constitución de bloques de ese tipo, con la participación de la socialdemocracia, el centroizquierda, los restos del estalinismo y la diáspora del pseudo-trotskismo democratizante —en general encabezado por el denominado Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional— se está discutiendo en una gran cantidad de países europeos como variante de recambio frente a la crisis de los partidos tradicionales y los choques con las masas; es decir, para buscarle una salida a la crisis capitalista bajo los términos de la burguesía.

El primer ministro griego, Alexis Tsipras, ha tenido algunos tironeos con Merkel alrededor de los términos de las renegociaciones de deuda y las medidas de ajuste que lleva adelante su gobierno bajo la tutela permanente de la troika, el rechazo a la cual fue el estandarte electoral de Syriza. Ha recortado subsidios a jubilados, anunciado privatizaciones de gas natural, autopistas y empresas de electricidad. En los últimos tiempos la represión a jubilados, trabajadores e inmigrantes se ha vuelto moneda corriente. Esa orientación ha llevado a una drástica caída en el apoyo a Tsipras, con cifras de encuestas que lo colocan debajo del 10%. En noviembre, Tsipras reorganizó su gabinete para avanzar con su plan de guerra contra las masas. Removió a críticos de los planes de privatizaciones y colocó en su lugar funcionarios más integrados a las relaciones con el capital financiero europeo, y un ministro de Educación que no alterara el esquema de educación religiosa en las escuelas defendido por la Iglesia ortodoxa. Creció la participación de los derechistas de Anel (Griegos Independientes) y de políticos emigrados de los partidos patronales Pasok y Nueva Democracia.

Los paros aislados, de 24 horas, se han seguido sucediendo contra el gobierno de Syriza, organizados cuidadosamente por la burocracia sindical ligada al PC para descomprimir, sin dar una continuidad que resulte en un verdadero proceso de radicalización y desestabilice al gobierno del ajuste. Ese carácter aislado de los paros y la ausencia de una dirección revolucionaria le dan a Tsipras un margen de maniobra para imponer el ajuste.

El pacto de devolución de refugiados a Turquía impulsado por la UE llevó en Grecia a concentrar cada vez más refugiados en los campos. La escisión de Syriza encabezada por el ex-ministro de Finanzas Yanis Varoufakis y el Partido Comunista han propuesto la vuelta al dracma, o sea la devaluación de la moneda y del trabajo asalariado, lo cual los coloca como una variante de nacionalismo patronal.

Frente a la falta de una alternativa política propia de la clase obrera para hacer frente a esta situación, el EEK (Partido Revolucionario de Trabajadores) ha lanzado una campaña por una Conferencia Nacional independiente de todas las organizaciones, colectividades y partidos de la clase trabajadora y del movimiento popular para discutir, elaborar y promover una alternativa socialista para salir de la crisis y un plan de acción.

Podemos: una fuerza del orden burgués

La prolongada crisis para formar gobierno luego de las elecciones de diciembre del 2015 en España fue un empantanamiento político inédito, expresión del agotamiento del régimen. Durante ese lapso, Rajoy fue presidente “en funciones”, el parlamento no sesionó ni se aprobaron leyes durante todo el año. Mientras tanto la izquierda del régimen estuvo yendo y viniendo con el minué de los acuerdos parlamentarios, sin protagonizar ningún proceso de movilización contra el brutal ajuste llevado adelante por el Estado español, la UE y las patronales.

En las elecciones de junio de 2016, Podemos participó en los comicios en alianza con Izquierda Unida. La iniciativa, impulsada por Pablo Iglesias a pesar de las resistencias de otros sectores, resultó un fracaso: la caída arrastró incluso a En Comú Podém, Mareas y Compromís, las coaliciones regionales en las que participa Podemos, que retrocedieron en Catalunya, Galicia y Valencia. La fracción disidente de Podemos, encabezada por Iñigo Errejón, fue partidaria de formar gobierno con el PSOE y el derechista Ciudadanos, y no acordaba con acercarse a la “vieja izquierda” de IU.

Toda la campaña electoral de Unidos Podemos fue deliberadamente conservadora: Iglesias y el coordinador general de Izquierda Unida, Alberto Garzón, buscaron presentarse como la “nueva socialdemocracia” y los defensores de la “ley y el orden”. Confiados en obtener el segundo lugar, centraron la intervención en mostrarse “confiables” y en tender la mano al PSOE para formar un gobierno conjunto: no se privaron de reivindicar al ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero, quien gobernaba cuando estalló el movimiento de los “indignados”, como “el mejor presidente de la democracia”. El slogan de campaña, completamente despolitizado, fue “la sonrisa de un país”. Luego de la elección mantuvo la misma línea: “rechazó la etiqueta de ‘antisistema’” y aclaró que “más allá de ideologías, lo importante es el respeto por las instituciones, el respeto por la ley, el respeto por la separación de poderes”.

La investidura de Rajoy fue finalmente posible, después de varios intentos fallidos, gracias a la decisión del comité federal del PSOE de pasar del voto en contra a la abstención en la segunda ronda de votaciones. Fue inocultable en esta decisión —un verdadero golpe interno en el PSOE— la presión de la monarquía y la burguesía del Estado español, expresada en la campaña furiosa del Grupo Prisa (principal multimedios, dueño de El País) en favor de la abstención del PSOE, pero también de la burguesía europea y el imperialismo. Dicho desenlace terminó por destrozar al PSOE.

Las cosas no han quedado mejor en Podemos, que ha visto profundizarse su grieta interna. Por un lado Pablo Iglesias, con el concurso de la fracción del SU, Anticapitalistas, ha lanzado una campaña llamada “Volver a las calles” junto a la burocracia sindical ligada a IU y el PSOE. La aparición mediática de Iglesias y otros dirigentes en algunos conflictos gremiales procura lavarle la cara a la burocracia, que lleva adelante la consabida desmoralización mediante huelgas y protestas parciales que tanto rédito dieron en Grecia. La colaboración de Iglesias les es muy útil a los burócratas de la UGT ligados al PSOE en un momento en que son repudiados por facilitar la conformación de un nuevo gobierno de Rajoy. Por el otro, la tendencia de Iñigo Errejón busca consolidar un bloque parlamentario opositor con el PSOE. Al mismo tiempo ha llevado acusaciones públicas de verticalismo y personalismo hacia Iglesias, mostrando la impostura del “basismo” de los movimientistas (como con Luis Zamora en Argentina). El congreso de Podemos a principios de febrero estuvo cruzado por amenazas de ruptura e Iglesias ha anunciado que pretende la disolución de toda tendencia interna; además, ha presentado como ultimátum que si el congreso no vota sus documentos políticos y el elenco de dirección que él pretende, renunciará a la dirección. Los peligros de ruptura están a flor de piel. Hubo una lucha incluso sobre los sistemas de votación en el congreso.

En Barcelona, la alcaldesa Ada Colau, ex activista anti-desalojos, respaldada por una coalición que integran Podemos y la CUP, ha protagonizado operativos de detenciones y deportaciones en masa de inmigrantes que son vendedores callejeros y enfrentó una huelga del subterráneo ilegalizando el paro y movilizando rompehuelgas con el argumento patronal de los “servicios mínimos”.

El partido izquierdista del independentismo catalán, la CUP, dio su voto de confianza al presidente regional, luego de que justamente la CUP había bloqueado su presupuesto para 2017 por “ajustador”. El chantaje del jefe de Estado se llevó puestos a los izquierdistas, que privilegiaron la continuidad de un gobierno “independentista” que busca una negociación separada con la UE respecto al Estado español, en los términos de la austeridad que exige la troika.

La izquierda española que logró contener los ascensos de lucha de los “indignados” hace cinco años sigue haciendo los deberes para que la burguesía los valore como alternativa de recambio en futuras crisis.

Francia: el movimiento obrero contra la reforma laboral

Las movilizaciones obreras y estudiantiles contra la reforma laboral impulsada por el primer ministro socialista François Hollande llegaron a un pico sin precedentes en la historia reciente de Francia con 1.2 millones de personas en las calles en marzo. A diferencia de las grandes luchas de 2010 en defensa de las jubilaciones; y en 2006, de los jóvenes contra la precariedad, es una lucha contra un gobierno socialista. La “izquierda” del PS —que dirige el sindicato estudiantil y la central Force Ouvriere— jugó simultáneamente a la liquidación del gobierno y al desgaste del proceso de lucha. El PS se negó a dar los votos parlamentarios a Hollande, con lo cual virtualmente se quebró como partido de gobierno. Mientras tanto, la burocracia sindical y estudiantil fue levantando las huelgas a cambio de concesiones puntuales, como fondos para los sindicatos. Toda la salida consistía en que Hollande asumiera la responsabilidad por utilizar las prerrogativas de la Constitución Nacional, que le permiten saltearse el debate parlamentario y transformar el proyecto en ley. Hollande logró hacer pasar el decretazo pero pagó un precio muy caro, pues el PS se ha derrumbado, víctima también él de la crisis capitalista.

Aunque algunas huelgas fueron muy importantes y llegaron a ensayar coordinaciones intersindicales por fuera de la burocracia sindical, el movimiento se fue apagando. Colaboraron en esto los sectores autonomistas y basistas que trabajaban para escindir a los contingentes juveniles del movimiento obrero, organizando asambleas de “la noche en pie” con una línea pequeño burguesa, con los rasgos más discursivos y dispersos de los indignados españoles u el Occupy estadounidense.

El Nuevo Partido Anticapitalista ha perdido toda vigencia. Ha retrocedido en términos militantes y su mayoría política está desesperada por encontrar una alianza centrista. Después de soñar con Syriza, ahora sueña con Podemos sin mayor eco popular ni militante.

La conformación de un frente popular se fue prefigurando durante el conflicto con una declaración política común del ex precandidato socialista Jean-Luc Melenchon con el NPA y el PC, que no presentaba delimitación alguna con la burocracia sino “proseguir y ampliar en las próximas semanas este despertar de las energías ciudadanas”. La declaración evidentemente tenía por objetivo prefigurar una presentación electoral en 2017, no intervenir en el movimiento de lucha.

Benoit Hamon, el candidato de la izquierda del PS que ganó la interna de su partido, anunció precisamente que tiene la intención de proponer a Melenchon (Frente de Izquierda/Francia Insumisa) y al candidato ecologista Yannick Jadot “construir una mayoría gubernamental coherente”. Un sector del Partido Comunista, que apoya a Melenchon, se declaró entusiasmado con la idea. Al mismo tiempo, un sondeo reveló que el 69% de los militantes de Francia Insumisa son partidarios de integrar un frente de izquierda detrás de la candidatura de Hamon. Lo más probable es que se apreste a votar en la segunda vuelta al candidato burgués liberal contra el candidato nacional-fascista. Es decir, que sea una colectora frentepopulista del liberalismo. La constitución de una alternativa de izquierda revolucionaria pasa por una batalla política contra el frentepopulismo, por la independencia de clase y el frente único obrero.

Las elecciones alemanas también parecen ser la oportunidad para constituir un frente de colaboración de clases. El SPD anunció que no renovaría su apoyo a la coalición de Merkel y ha realizado una reunión con los Verdes y Die Linke (Partido de Izquierda) para conformar una coalición de gobierno. La suma de estos tres partidos en las encuestas está entre un 45 y un 50% de intención de votos. Un frente de este tipo ofrece la posibilidad de un recambio de Merkel en el contexto de crisis económica, despidos y pauperización, mientras al mismo tiempo se defiende el proyecto imperialista de Alemania en el corazón de la UE.

Reino Unido: entre el inicio de luchas de masas y el rearmado laborista

La presidencia de Jeremy Corbyn en el Partido Laborista británico luego de su aplastante derrota electoral en el 2015 ha sido un intento de darle un atractivo de masas al partido que, bajo el dominio de Tony Blair, se había vuelto sinónimo de guerra imperialista y ofensiva contra los trabajadores. Su plataforma fue la oposición a la guerra y a las medidas de austeridad. En 2016 pudo retener su liderazgo en la interna laborista frente a un intento de destituirlo por parte de la organización parlamentaria del laborismo —controlada por su ala derecha. La respuesta de Corbyn a este desafío a su liderazgo y a la crisis política nacional generada por el Brexit ha sido la de reforzar la confianza de la burguesía en su compromiso con el régimen.

Corbyn renunció a la presidencia de la coalición Stop the War (detengan la guerra) de la cual fue fundador, y votó a favor de los bombardeos aéreos en Siria y por la continuidad de los programas de armas nucleares Trident. Instruyó a los muchos concejos municipales laboristas a proseguir con la política de ajustes brutales impulsada por el gobierno conservador.

Corbyn ha anunciado en los meses posteriores al Brexit que ha cambiado su posición sobre la libre circulación de personas, y se declara ahora abierto a estudiar la implementación de cupos de trabajadores de otros países europeos, tal cual lo venía planteando los conservadores y la derecha laborista. El laborismo de Corbyn discute también la formación de una “alianza progresista” con los liberales y el Partido Nacionalista Escocés (SNP) para obtener una mayoría parlamentaria y desplazar a los conservadores, haciendo concesiones al independentis- mo escocés y galés. Toda la política de Corbyn ha recibido el apoyo de la izquierda democratizante británica que se declara trotskista, como el Socialist Workers Party (de Cliff y Callinicos, reivindicadores de la URSS como capitalismo de estado), Socialist Party (antiguamente Militant) y Alliance for Workers Liberty. El partido Left UNITA, parte del Partido de Izquierda Europeo, formado a instancias del cineasta Ken Loach e integrado entre otros por la sección local del SU, votó disolverse en Momentum, una plataforma movimientista de apoyo a Corbyn, que hasta principios de año estaba abierto a los grupos de izquierda democratizante que operaban por afuera del laborismo.

Los meses siguientes a la votación del Brexit y al cambio de Cameron por Theresa May vieron un aumento en conflictos y movilizaciones. En noviembre, 15.000 estudiantes y docentes marcharon en Londres en oposición a los ataques del gobierno contra la educación terciaria y universitaria que reducían la asistencia financiera a estudiantes de bajos recursos e introduce un sistema de evaluación educativa para determinar un ranking que influencia el precio de los aranceles a la educación universitaria y terciaria. En enero del 2017 se desencadenaron importantes huelgas de trabajadores del subterráneo, ferroviarios y aeronáuticos, contra despidos y flexibilización, y por aumentos salariales. Corbyn, a fin de no ser una amenaza para un gobierno debilitado por sucesivas crisis, se limitó a decir que “las autoridades deben juntarse con pasajeros y trabajadores para buscar una solución”. El alcalde laborista de Londres, Sadiq Khan, consideró un gran error la medida y llamó a conciliar las diferencias. “No debería haber paros en el transporte. Quiero cero horas de huelga durante mi mandato.” Las declaraciones están hechas a la medida del gobierno torie de Theresa May, que busca implementar a partir de marzo una legislación que declare ilegales las huelgas en los servicios públicos.

Las huelgas, surgidas de la iniciativa de los trabajadores de base, muestran que existe una oposición creciente a las políticas antiobreras del gobierno y la burguesía. Expresan, también, un rechazo a la traición del Partido Laborista y un choque directo contra la podredumbre sindical; fueron por eso los trabajadores quienes tomaron la ofensiva. A esto hay que agregar la reacción popular contra Trump en el país. Miles de manifestantes ganaron la calle en oposición al magnate y en rechazo a los compromisos asumidos con éste por la primera ministra británica.

Si se observa el panorama europeo, se tienen un escenario y una polarización política dominados por la burguesía, la liberal y la nacionalista. Los trabajadores pagan cara la bancarrota política y teórica de la izquierda. La izquierda democratizante colabora con la burocracia sindical en el desgaste de las rebeliones de masas que genera cotidianamente la crisis capitalista; y prepara bloques de colaboración de clases para servir de sostén a la Unión Europea imperialista en crisis. Las tendencias a la disolución de la UE, que van de la mano del derrumbe de los regímenes políticos y de grandes convulsiones sociales, ponen en el orden del día la ruptura de la UE y la lucha por los Estados Unidos socialistas de Europa.

La crisis mundial ha provocado escisiones cada vez mayores en la burguesía mundial y crisis políticas más severas, sin suscitar todavía grandes acciones directas de los trabajadores, pero hacia eso marchan los países desarrollados, inevitablemente.

III. Medio oriente

Trump se verá obligado a diseñar una estrategia para sacar a Estados Unidos del completo empantanamiento en el que se encuentra la intervención de la OTAN en Medio Oriente. La situación de la región es caótica y el esquema de alianzas con diferentes grupos armados, facciones y gobiernos es extremadamente volátil. La entrada del gobierno sirio en Alepo no significa la finalización de la guerra; por el contrario, los factores explosivos se multiplican.

La guerra en Siria

Si bien el punto de origen de la guerra civil en Siria es el levantamiento popular contra el régimen dictatorial de Bashar al-Asad, inscripto en el marco de la primavera árabe, la insurrección del 2011 fue confiscada por las grandes potencias mundiales y los Estados de los países vecinos. Se transformó en una guerra civil con fuertes componentes confesionales, una guerra por procuración donde las potencias imperialistas y burguesas de la zona dirimían sus zonas de influencia. Durante la rebelión popular, los insurrectos no fueron apoyados internacionalmente; el copamiento posterior se apoyó en un reflujo del movimiento que abrió paso a la capitalización de la crisis por parte del imperialismo. Por medio de una liquidación primero y conversión después, la rebelión cedió su lugar a una guerra manejada por los grandes aparatos militares de la región y del imperialismo.

Igual que en Irak y en Libia la guerra llevó a la desintegración estatal y permitió que diferentes grupos armados tomaran el control de vastas zonas y ciudades con el apoyo militar y financiero de las potencias regionales y de la OTAN. Los intereses contrapuestos de las facciones del bando rebelde y las contradicciones insalvables del bloque imperialista, dieron lugar a una inestabilidad de enfrentamientos cruzados, alianzas fugaces y cambios de bando constantes, todo lo cual constituyó un verdadero caos que escapó del control del imperialismo yanqui.

La incursión directa de Rusia en 2015 produjo un giro en el curso de la guerra e inclinó la balanza en favor del régimen de al-Asad, permitiéndole la reconquista de Alepo. Putin intervino en la guerra por dos razones; primero, porque necesitaba defender Siria como área de influencia estratégica; segundo, porque tal como lo dijo él mismo en la ONU, necesitaba evitar que se repitiera la situación de Libia, donde quedó afuera del reparto de los recursos del país tras la caída de Muamar Gadafi. La ocupación de Crimea, la guerra de Ucrania y ahora Siria, son reacciones de Rusia ante una ofensiva colonizadora del imperialismo en el ex espacio soviético, en momentos que su economía recibe de lleno el impacto de la bancarrota internacional (caída de los precios del petróleo y el gas), a lo que se agregan las sanciones económicas de Occidente, que han debilitado seriamente al régimen ruso.

La guerra está lejos de haber concluido. Apenas había ocupado Alepo, el ejército sirio fue desalojado de la ciudad de Palmira por ISIS. La mayor parte de la provincia de Iblid, en el norte de Siria, sigue en manos rebeldes, al igual que en otros puntos dispersos del país. El desalojo de ISIS de Mosul, en Irak, avanza con enorme lentitud y costos humanos elevados. Existen denuncias que la coalición montada por Estados Unidos habría abierto un corredor para que los milicianos de ISIS puedan juntarse con los que operan en el norte de Siria (Raqa), a una distancia de apenas 300 kilómetros, para dar batalla a los rusos.

El vasto territorio sirio-iraquí bajo control de las milicias shiitas pro-iraníes, Hizbollah y la Guardia Revolucionaria iraní, ha potenciado el recelo del régimen sionista y del sector de la burguesía norteamericana partidaria de rever el acuerdo nuclear con Teherán.

El descuartizamiento de Siria sería un enorme retroceso histórico, lo mismo con Irak o Líbano (tampoco importa que esos países hayan sido creaciones artificiales realizadas hace casi un siglo, como si la historia conociera algún caso de Estado nacional químicamente puro). Significaría una atomización sin precedentes de los explotados de la región. Pero está claro, por lo que ocurre, que esas unidades son inviables en los marcos sociales e históricos actuales, signados por la explotación capitalista. En ese contexto, una proliferación de Estados autónomos no sería otra cosa que una ficción de Estados, apéndices directos y peones de las grandes potencias y de los regímenes reaccionarios de la región. Es necesaria una unidad socialista, en el marco de una Federación de Estados Socialistas de Medio Oriente, que incluya a una República Palestina en sus territorios históricos. Y el pleno derecho a la autodeterminación nacional del pueblo kurdo en un Kurdistan laico y socialista.

Apoyamos la lucha entablada por la población kurda en Rojava ( Siria) por la expulsión de Estado Islámico, del mismo modo que apoyamos la resistencia de movimiento nacional kurdo en Turquía en la medida que una victoria de estas luchas constituyen un golpe al régimen turco, que es uno de los bastiones del orden imperialista en la región. Al mismo tiempo, alentamos e impulsamos la unidad de los explotados de toda la región, en oposición a las tendencias a su atomización política y balcanización. En tanto los revolucionarios socialistas de Medio Oriente no clarifiquen las cuestiones nacionales que están en juego en la crisis y en la guerra actuales, en el marco de la descomposición capitalista, no podrán jugar un rol histórico independiente.

Irán e Israel

Ante la avanzada de Estado Islámico y la aparición constante de nuevos frentes de conflicto, Obama debió recostarse como recurso de emergencia en Rusia e Irán y sentarse a negociar.

La cuestión iraní es muy sensible, ya que una parte del lobby sionista (el primer ministro, Benjamín Netanyahu) con mucho peso en el Partido Republicano (Trump), rechaza el acuerdo nuclear con los iraníes y es partidaria de una salida militar. Esta tendencia se ha recrudecido a partir de los avatares últimos de la guerra en la región. La caída de Alepo y la expulsión de ISIS de Mosul, que podrían precipitarse en forma inminente, dejarían un amplio corredor territorial, que va desde Teherán hasta el Mediterráneo, bajo control iraní. Esto refuerza las presiones por pasar de una política de compromisos a otra de confrontación con el régimen de los ayatolás.

A fines de 2016 el Congreso norteamericano votó, de común acuerdo entre republicanos y demócratas (excepto Sanders) en ambas cámaras, extender por diez años más la aplicación de sanciones económicas a Irán. Trump anticipó que no está dispuesto a ceder a las presiones de Teherán, y en las conversaciones con Rusia el distanciamiento entre Moscú e Irán es una de las prendas de negociación.

Otro factor de crisis es la política de extensión indiscriminada de asentamientos israelíes en territorio ocupado, y la ruptura del diálogo con la Autoridad Palestina. Las colonias judías en territorio palestino se expanden vertiginosamente, lo que deja al desnudo la inviabilidad de la solución basada en la existencia de dos Estados establecida en su momento por los acuerdos de Oslo (1993). El Estado de Israel sólo puede existir sobre la base del despojo y la expulsión de la población palestina, no hay un punto de conciliación posible. Por eso Palestina sigue siendo un gran volcán que más temprano que tarde entrará nuevamente en erupción.

La reciente votación en la ONU, con el aval de Washington, de rechazo a la extensión de los asentamientos sionistas en territorio palestino, tuvo algo de farsa cuando faltaban pocos días para que Obama abandonara su cargo. Aunque no deja de colarse el impasse de la política internacional del imperialismo, que hace agua simultáneamente en distintos frentes.

Por otra parte, la declaración de la ONU no pasa de una condena tímida y pusilánime. Rechaza nuevos asentamientos sin condenar los instalados hasta ahora. Más que un cuestionamiento de la colonización sionista es una oficialización de esa práctica con la bendición de la comunidad internacional.

La adaptación desde hace años de la Autoridad Palestina a esta escalada le provocó una gran pérdida de legitimidad. En menor medida sucede lo mismo con Hamas, que presionada también por Irán y Rusia ha establecido un nuevo acuerdo de “unidad” con la Autoridad Palestina. La estrategia puramente diplomática de los líderes palestinos, de aprovechar los cortocircuitos entre Obama y Netanyahu, confirma que se colocan en un callejón sin salida ante la tendencia actual al alineamiento de Trump con el gobierno sionista. La crisis política y el agravamiento de las penurias de las masas por la crisis económica, dejan planteada la necesidad de una nueva dirección política revolucionaria del pueblo palestino en su territorio histórico. La autodeterminación, unidad e independencia nacionales de Palestina siguen siendo el centro de la cuestión de Medio Oriente, cuya resolución exige ponerle fin al Estado sionista y forjar una república socialista única de Palestina en todo su territorio histórico. La lucha contra el sionismo, el racismo y el antisemitismo debe tener un alcance internacional y debe servir para unir a los trabajadores musulmanes, judíos y del mundo por la expulsión del imperialismo del Medio Oriente.

Por una república democrática, laica y socialista en todo el territorio histórico de Palestina.

Turquía

Luego de décadas de persecución, el régimen turco otorgó, unos años atrás, una cierta autonomía al movimiento kurdo dentro de su propio país a cambio del acceso al petróleo proveniente de las zonas bajo control kurdo. Ante la extensión del PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán) —ala izquierda del movimiento kurdo—, en una franja de territorio cada vez más amplia y el avance electoral de su partido legal en Turquía (el HDP), el gobierno del presidente Recep Erdogan dio marcha atrás con los acuerdos, alertado por la posible formación de un Kurdistán autónomo que incluya una franja del actual territorio turco. El apoyo de Turquía a Estado Islámico, utilizado como mascarón de proa en la lucha contra el movimiento kurdo, fue a su vez una fuente de choques con sus aliados occidentales.

La división en el ejército turco y el retiro del apoyo occidental, fundamentalmente después del acuerdo de Erdogan con Rusia, dieron lugar al intento de golpe de Estado de julio de 2016. El régimen denuncia la implicancia de Estados Unidos y la UE en las maniobras golpistas, lo cual implica una crisis diplomática gigante que hace peligrar la permanencia en la OTAN de su segundo ejército más poderoso. La perspectiva de un “Turxit” plantea un escenario explosivo en toda la región.

El panorama después del golpe es de un reforzamiento del estado de excepción hacia el interior del régimen. Los diputados e intendentes del HDP, el partido kurdo, fueron encarcelados y el movimiento kurdo sometido a una ofensiva represiva. Sin embargo las contradicciones económicas y políticas del régimen son explosivas. El asesinato del embajador ruso en Ankara a manos de un policía turco miembro de Al Qaeda (ex aliado de Turquía) es un botón de muestra de la tendencia a la desintegración política y militar que corroe al régimen.

Guerra y crisis mundial

La guerra del Medio Oriente es parte de una confrontación de alcance internacional, y por eso expresa la tendencia a la guerra mundial. Ese escenario empieza a generar una reconfiguración de alianzas, aunque sea parcial, de parte de las principales potencias imperialistas. Como ya se señaló en este documento, el flamante gobierno inglés que sustituyó a Cameron estaría desandando los pasos que dio su antecesor de “aproximación” a China. Ese giro de alianzas colocaría a Rusia en la misma fila con Estados Unidos, Gran Bretaña y Japón, frente a un bloque de la UE y China acompañado por numerosos Estados de la periferia económica mundial. Esos bloques están lejos de ser sólidos —como ocurrió en el preludio de la primera y la segunda guerras mundiales— y están expuestos a giros y realineamientos en una situación extremadamente volátil.

Asistimos a conflictos de características internacionales, que no se limitan, sin embargo, a una suma de antagonismos regionales con el auxilio ocasional de las grandes potencias. Se ha formado un bloque entre los Estados petroleros de un lado y el sionismo del otro, para imponer un cambio de régimen en Irán. Este bloque fue secundado inicialmente por Turquía, que ha dado una voltereta súbita, aunque probablemente no será la última. Este choque expresa la pugna económica y la agudización de la crisis social en todo Medio Oriente. En la misma línea se explica el establecimiento de la dictadura en Egipto. El retroceso de las revoluciones de la “primavera árabe”, incluso con derrotas enormes, desató un vacío de poder en toda la región, que ha incrementado la intervención de las grandes potencias imperialistas.

La reversión de la primavera árabe y su trastrocamiento en guerras civiles prolongadas entre facciones militares, confrontaciones tribales y confesionales y la injerencia imperialista, no es, sin embargo, un panorama cristalizado. La bancarrota capitalista que está como gran telón de fondo de las rebeliones y levantamientos continúa su desarrollo y sigue haciendo su trabajo implacable de topo.

Prueba de ello es que en Egipto el golpe contra el presidente Mohamed Morsi y los Hermanos Musulmanes no logra sortear la crisis económica que había hecho detonar al gobierno de Hosni Mubarak. El intento de legitimar el régimen golpista mediante elecciones tropezó con una enorme abstención y denuncias de fraude.

La crisis del régimen saudí, principal punto de apoyo del gobierno egipcio, es un terremoto no sólo para los golpistas de Egipto sino para toda la región. La caída de Alepo constituye una dura derrota para Arabia Saudita, empeñada en el financiamiento y el apoyo a Al Qaeda y los rebeldes sirios. Por otro lado el gobierno saudí del rey Salmán bin Abdulaziz se encuentra embarcado en la guerra civil de Yemen para sofocar la rebelión de los hutíes, respaldados por Irán. El incremento del gasto militar y la caída de los precios del petróleo golpean las finanzas y la economía del país, y las reservas se encuentran en caída libre. La monarquía intentó revertir la crisis con un brutal ajuste. A pesar de la estricta prohibición de las huelgas, en 2016 registraron un importante incremento en hospitales, empresas petroleras y la construcción.

Esas manifestaciones se unen a la crisis mayor que provocaría el estallido del régimen turco de Erdoğan.

Visto este panorama, las tendencias disolventes de la crisis capitalista pueden desatar grandes convulsiones sociales y políticas que podrían reabrir el curso de la primavera árabe. Los campos políticos que chocan en Yemen o en Siria no tienen ninguna progresividad: el apoyo militar a un bando o al otro sólo ofrece una salida de devastación y barbarie al servicio de los intereses del imperialismo.

Es necesario un programa y la acción unitaria de los trabajadores de todo Medio Oriente en la lucha por la expulsión del imperialismo, por encima de diferencias culturales o religiosas. Abajo la guerra. Fuera la intervención imperialista y las dictaduras y regímenes reaccionarios de la región. Por la autodeterminación del pueblo kurdo en un Kurdistán laico y socialista. Esa unidad e integración es inviable en los marcos sociales e históricos actuales, signados por la explotación capitalista. Es necesaria una unidad socialista en el marco de una Federación de Estados Socialistas de Medio Oriente.

IV -América Latina

En este capítulo partimos de la realización de la Conferencia de Montevideo, convocada por el PT de Uruguay y el PO de la Argentina — con la participación de delegaciones de Brasil (TC), Venezuela (OO) y Chile (POR) —, que aprobó las “Tesis de la Conferencia sobre América Latina”, que están incorporadas al debate del XXIV Congreso Nacional del PO para su aprobación y constituyen el punto de partida para cualquier balance, análisis y propuesta a desarrollar.

El derrumbe del nacionalismo burgués

El proceso de implosión y derrumbe de las experiencias nacionalistas burguesas en América latina —como resultado político concreto de la bancarrota capitalista mundial— se ha profundizado.

La experiencia del PT en Brasil tuvo un final vergonzoso. Dilma Rousseff fue expulsada del poder sin resistencia alguna. El PT cumplió a fondo con el papel histórico de los “frentes populares”: defender el Estado burgués y su gobernabilidad y, en caso de crisis, desmovilizar y desmoralizar a las masas trabajadoras abriéndole paso a la derecha.

En Venezuela, a su turno, la crisis continúa profundizándose. La mediación papal buscó armar un compromiso entre el gobierno y la oposición que permitiera una transición controlada. El chavismo que llegó al poder sobre la base de la movilización popular y se apoyó en pronunciamientos plebiscitarios, se ha transformado en un régimen de facto, que se sostiene apoyado básicamente en las FFAA, que han ido asumiendo un creciente papel protagónico (distribución de alimentos, etc.) en el régimen bonapartista. Aunque el chavismo bate el parche sobre la supuesta “lealtad” de las Fuerzas Armadas, y la exhibe como una “guardia pretoriana” del proceso bolivariano, la militarización del país constituye un síntoma inconfundible de descomposición del régimen y tiene un contenido reaccionario, al colocar al ejército de árbitro de la situación política, lo cual prepara el terreno para el relevo del chavismo y la emergencia de un nuevo orden político.

La crisis económica, entretanto, se profundiza y coloca a Venezuela al borde de una catástrofe. En su debacle, el régimen no ha dejado, sin embargo, de pagar ni por un solo instante la deuda externa: es —como lo fueron los Kirchner— un pagador serial a costa del hambre del pueblo venezolano. Más de 60.000 millones de dólares han sido pagados en los últimos tres años. El gobierno ha hipotecado las reservas de oro del Banco Central, y ahora ha entregado el 100% de los activos de la petrolera estatal Pdvsa en Estados Unidos (la cadena Citgo: refinerías, estaciones de servicios, etc.) bajo gravosas hipotecas a manos de monopolios petroleros internacionales. Pero los dólares recogidos no se dirigen a resolver el desabastecimiento de alimentos y remedios que asola al pueblo trabajador sino a seguir pagando religiosamente los intereses y amortizaciones de la deuda. El chavismo surgió y se afianzó disputando la renta petrolera a los monopolios extranjeros; ahora, el círculo se cierra con la entrega de partes importantes de Pdvsa a esos mismos pulpos.

En Bolivia, Evo Morales hace la plancha mientras la situación se deteriora crecientemente. Su gobierno —que todavía cuenta con el respaldo mayoritario de la burguesía— se esfuerza por transformarse en el instrumento del ajuste contra las masas: la reducción de los gastos sociales en el Presupuesto Nacional ha provocado la crisis de la falta de agua potable en grandes sectores de La Paz y las principales ciudades del país; este año no se pagó el doble aguinaldo (una conquista arrancada bajo el gobierno de Evo), mientras se acrecientan la desocupación y el trabajo en negro y tercerizado.

El impasse de las alternativas derechistas

El vacío creado por el desplome de los gobiernos nacionalistas burgueses ha sido “llenado” provisoriamente por gobiernos derechistas.

Pero los gobiernos derechistas que reemplazan a los regímenes nacionalistas burgueses en bancarrota, tampoco pueden remontar las crisis económico-sociales que asolan a sus países. Temer esta acuciado por crecientes denuncias de corrupción (Odebrecht) contra él mismo y todo su equipo, tan graves o peores aún que las que se lanzaron sobre los desplazados del PT.

No se nos puede escapar, sin embargo, que este hecho no ha impedido que Temer siga adelante con su agenda antiobrera. Por ejemplo, la prohibición de aumentar el gasto social en los presupuestos durante los próximos 20 años. Están en marcha fuertes ataques contra los trabajadores: una reforma laboral que permite extender la jornada de trabajo hasta 12 horas diarias, fraccionamiento de las vacaciones, etc.; o una reforma previsional que aumenta la edad de retiro de las mujeres de 60 a 65 años, entre otras cosas. Ante el malestar social creciente, el gobierno ha invitado a las burocracias de las centrales obreras a discutir de qué manera se van a aplicar los cambios como parte una política de cooptación que apunta a bloquear el desarrollo de un movimiento de lucha nacional de los trabajadores por canales independientes.

Es necesario, sin embargo, tener en cuenta que Temer debe operar en medio de los condicionamientos que le imponen la crisis mundial y los grandes desequilibrios internos que hereda. El PBI sigue en caída y el país está sumergido en una fuerte recesión, la peor de la historia del Brasil. Por otra parte, las medidas de ajuste que está tomando todavía tienen que imponerse ante la clase obrera y las masas explotadas.

En la Argentina, Macri también tropieza con esos condicionamientos. A pesar del fortísimo endeudamiento externo, la economía no cesa de caer. La “lluvia de dólares” prometida no se dirige hacia el aparato productivo sino a pagarles a los fondos buitre y “honrar” la deuda con el capital financiero y/o para realizar bicicletas financieras con la garantía de un dólar estable y altas tasas de interés en moneda local. El capital imperialista no pretende invertir en nuevos sectores productivos, sólo quiere posicionarse en el marco de la crisis actual, copando activos (Petrobras, Pdvsa, Vaca Muerta, etc.) a precios de remate, para monopolizar bajo su control las fuentes de materias primas.

La crisis capitalista mundial no sólo ha producido un desplome de los precios de las materias primas (petróleo, minerales, soja); también ha provocado una creciente fuga de capitales hacia los países centrales, incrementada enormemente por el triunfo de Trump. Quienes apostaron a un ciclo de endeudamiento, como el caso de Macri, han visto naufragar todos sus planes, en momentos en que se fortalece el dólar y tienden a devaluarse las monedas rivales de la divisa norteamericana en especial de los países emergentes, que ven retraerse la inversión y encarecerse el crédito.

América latina, en definitiva, sufre una crisis de sus regímenes políticos que expresa una fractura de fondo de sus Estados y economías, lo que pone en cuestión sus sistemas de dominación.

Un ejemplo ilustrativo es Colombia. Igual que el Brexit o el referéndum en Italia, el NO en el país latinoamericano a los acuerdos de paz, puso de manifiesto (y profundizó a la vez) una enorme crisis política.

El rechazo al referéndum fue utilizado para darle un contenido más derechista y arrancar más concesiones a las FARC, que aceptaron nuevos condicionamientos impuestos por la burguesía. Sin embargo, el ex presidente Álvaro Uribe califica de “cosméticas” las reformas del acuerdo y exige que la guerrilla pague los costos de la guerra civil.

Se trata de una “paz” tardía, puesto que los presupuestos políticos y económicos que impulsaron el acuerdo quedaron minados en consecuencia de los cambios en la situación mundial. La lluvia de inversiones que se auguraba a partir de los acuerdos de paz ha quedado en el recuerdo por el retroceso en la actividad minera, petrolera y alimenticia, atribuible a la crisis capitalista internacional.

El cambio de frente hacia una mayor asociación con el capital financiero internacional no ha resuelto los problemas de las naciones latinoamericanas. Los desequilibrios propios que se fueron acumulando en forma explosiva se han potenciado con la bancarrota capitalista mundial. Los ataques a las condiciones de vida de las masas, mezclados con la recesión económica y las presiones del capital financiero imperialista, auguran una etapa de mayor crisis y conflictividad. Los regímenes nacionalistas burgueses que persisten (Bolivia por ejemplo) o los frentepopulistas que se autoproclaman “progresistas” (como Uruguay o Chile), intentan llevar ellos adelante los ajustes que reclama el gran capital contra los salarios y condiciones de vida de las masas trabajadoras.

Los movimientos nacionalistas burgueses, en la actualidad, colaboran políticamente con los gobiernos derechistas, actúan como bomberos de los focos de resistencia social y tratan de sostenerse como eventuales alternativas electorales en próximos comicios. Son cómplices de los planes de ajuste en marcha y temen que sean derrotados por el movimiento de lucha de las masas, porque eso reabriría inmediatamente situaciones de crisis políticas revolucionarias y de lucha por el poder.

En la Argentina, el kirchnerismo y sus fracciones le han dado gobernabilidad al gobierno derechista de Macri al habilitarle las votaciones en el Congreso Nacional para que se pague la deuda ilegítima a los llamados fondos buitre, al aprobarle un presupuesto de ajuste y súper-endeudamiento y mantener el impuesto al salario. Las burocracias peronistas de los sindicatos y de los movimientos sociales han establecido treguas —a cambio de prebendas de cooptación— con el gobierno macrista.

Izquierda y chavismo

La crisis sistémica del capitalismo, que plantea una crisis de poder, es también una gran oportunidad para el desarrollo de la izquierda revolucionaria. La condición sine qua non es que la izquierda se aparte en términos revolucionarios de las fracciones derechistas que usan argumentos demo-liberales contra los rasgos totalitarios de los bonapartismos nacionalistas burgueses y su accionar corrupto. Y, por supuesto, que se delimite del nacionalismo burgués que gira de la regimentación a la represión a las masas, y se postula como alternativa para llevar adelante los ajustes contra las condiciones de vida de los trabajadores.

Hay quienes en la izquierda critican la pusilanimidad del gobierno del PT de Brasil, que no resistió el golpe parlamentario, pero… apoyan al régimen de Maduro que sí estaría resistiendo los intentos de revocatoria de la derecha del MUD. No analizan su evolución concreta: el chavismo no sólo ha sido impotente para modificar la realidad productiva de Venezuela y desarrollar sus fuerzas productivas; además está provocando una desorganización económica insostenible, cuya principal víctima es el propio pueblo trabajador: masivas devaluaciones monetarias, pago puntual de la deuda externa a costa del sacrificio popular, hipotecamiento y/o venta-entrega de empresas estatales (Pdvsa) y asociación minoritaria del Estado con los monopolios petroleros, entre otras cosas. El llamado “socialismo del siglo XXI” proclamado por el chavismo ha mostrado su fracaso y su impostura. Fue un intento de demostrar que había un camino diferente al de la revolución cubana de 1959, que expropió a los capitalistas y al imperialismo. Acá, en cambio, se trataba de redistribuir la riqueza rentista, pero dejando en pie la propiedad capitalista y el Estado burgués. El compromiso con el Papa dio garantías de que Maduro no avanzaría con expropiaciones ni milicias populares en el desarrollo de la actual crisis. La derecha teme ir a un levantamiento popular por la posibilidad de que la polarización derive en un autogolpe de Maduro apoyado en las Fuerzas Armadas (a las que cuida con esmero aumentando su presupuesto y reequipamiento, asociando a sus mandos a la rapiña de la importación y distribución del racionamiento). Día a día se acrecienta en Venezuela la desmoralización y ruptura de sectores combativos del movimiento obrero y del activismo con el chavismo corrupto. Pero una parte de esta ruptura, en particular la de sectores de la izquierda, va confluir con la campaña del revocatorio de la derecha.

La izquierda y la clase obrera no tienen una posición autónoma en esta lucha entre el MUD y el régimen de Maduro. El capitalismo venezolano avanza a grandes pasos hacia una descomposición general: la crisis provocada por el cambio de moneda no es una reacción inmadura del gobierno sino un recurso extremo, vestido con ropaje verborrágico, para imponer un “corralito” que impida extraer dinero de los bancos (como sucedió con Domingo Cavallo en la Argentina en 2001). Es urgente dotar al vasto activismo obrero y de izquierda de una posición independiente y de cierto peso en la crisis nacional, instándolo a que rompa con el chavismo, crecientemente antiobrero y entregador, y no caiga en brazos de la demagogia liberal “derecho- humanista” de la derecha. Es necesario dar los pasos necesarios para constituir una Conferencia del Movimiento Obrero Combativo y de la Izquierda para aprobar un programa de independencia política, delimitándose de la derecha liberal y del podrido nacionalismo burgués, dos caras del impasse capitalista. Y, lo fundamental, un curso de acción: luchar contra el desabastecimiento promoviendo la constitución de asambleas populares que elijan comités de control y gestión para evitar los negociados. Asambleas fabriles y sindicales para reclamar la convocatoria a paritarias y la imposición del ajuste automático de los salarios frente a la inflación. Terminar con el flagelo de la desocupación y la tercerización impulsadas por las patronales a caballo de la crisis, que todo el personal pase a planta permanente y se repartan las horas de trabajo sin disminuir salarios. La fuga de capitales plantea el problema de la nacionalización de la banca y del comercio exterior bajo control directo de las asambleas obreras.

El desafío es poner en pie una izquierda revolucionaria, que supere al nacionalismo burgués y busque entroncar con la clase obrera y las masas desposeídas de la ciudad y del campo.

El tembladeral Temer

Al igual que Macri en la Argentina, el gobierno Temer ha hecho de “batalla contra la corrupción” uno de sus caballitos de la. Pero, como el bumerán, ahora las investigaciones y trascendidos salpican directamente al staff oficialista y al propio Temer, desacreditándolo ante las clases medias.

Las denuncias de corrupción crecen en forma proporcional a los escollos de Temer para pilotear la crisis. Habrá que ver si el actual presidente logra reunir los recursos políticos y económicos para gobernar. La línea mayoritaria que prevalece en la burguesía es apuntalar esta transición, pero si empieza el naufragio muy probablemente se precipite una convocatoria a elecciones adelantadas.

Una gran confusión anida en la izquierda y se extiende a la clase obrera y entre los explotados. Para enfrentar la ofensiva de Temer ¿hay que apoyarse en el PT que está ahora en la oposición? Toda una gama de partidos de izquierda coquetea con esta idea, a veces con el subterfugio de referirse a la “izquierda del PT”. Pero este es un juego que se desarrolló así durante largo tiempo: la “izquierda del PT” se adapta a la derecha, bajo protesta. Es necesaria la ruptura abierta con el PT y el reagrupamiento revolucionario de la clase obrera y la izquierda. En la vanguardia obrera y la izquierda se abrió el debate en torno a la necesidad de preparar un plan de lucha y una huelga general para hacer realidad la consigna de “Fora Temer”. Las burocracias de la CUT y los sindicatos juegan con la idea de la “preparación” de la huelga general para no pasar de las palabras, aunque en cierto momento pueden convocar a un paro aislado para descomprimir la presión que irá creciendo en las fábricas y sindicatos. Ahora mantienen aisladas las luchas de resistencia a estos ataques. Toda la energía de los revolucionarios debe estar concentrada en este terreno: agitar sobre la clase obrera, preparar las condiciones para echar a las burocracias y recuperar los sindicatos, coordinar las luchas, preparar un Congreso Nacional del movimiento obrero combativo y de la izquierda, que seguramente será jalonado por congresos de bases estaduales.

Pero gran parte de la izquierda tiene el foco colocado en torno a una visión electoralista. La CUT y la izquierda del PT (Frente Sin Miedo y otros) han resucitado la consigna de “diretas ja”. Otros sectores piden la convocatoria a “elecciones generales”, no sólo a presidenciales. Otra corriente sostiene que es mejor como consigna el reclamo de elecciones para una Asamblea Constituyente soberana. No tienen como eje fundamental desarrollar la resistencia en defensa de las condiciones de vida de las masas y sus conquistas, señalando abiertamente la necesidad de derrotar la ofensiva ajustadora, de marchar a una huelga general y crear en esa lucha las condiciones para provocar la caída revolucionaria del gobierno golpista de Temer. Para que la Constituyente sea soberana debe ser convocada por un gobierno revolucionario surgido del derrocamiento, también revolucionario, de la dictadura constitucional de Temer. El combustible de la lucha en este momento es la resistencia al ataque antiobrero y entreguista y levantar un programa propio frente a la crisis. En primer lugar, la indexación automática de los salarios frente al proceso inflacionario que se insinúa, el reparto de las horas de trabajo existentes sin disminuir salarios para enfrentar la desocupación, la reincorporación de los cesanteados por el gobierno de Temer y las patronales, el pago en término de los salarios en los Estados y municipios frente al chantaje del gobierno federal que quiere forzar a despidos masivos, y así sucesivamente.

El electoralismo ha inficionado en forma oportunista a diversos sectores de la izquierda, que con el afán de figurar en la “chapa” electoral han sido tributarios de candidaturas burguesas y oportunistas, como las del PSOL en San Pablo (Eloisa Erundina) o en Rio (Marcelo Freixo) para enfrentar a “la derecha”. Una caída del gobierno de Temer bajo la iniciativa popular sería un factor importante para el desarrollo de la lucha política y de clases del continente.

Bolivia, Uruguay y Chile

En Bolivia, el gobierno de Evo Morales sigue el libreto general de la crisis del resto de los regímenes nacionalistas burgueses, acuciado por la crisis capitalista mundial (caída de los precios del petróleo, los minerales, la soja y otros productos primarios). Pero la burguesía aún lo respalda porque mantiene capacidad de contención sobre las masas trabajadoras, campesinas e indígenas, aunque se va deteriorando. Por primera vez Evo perdió en el referéndum realizado en febrero del 2016, para votar si podía ser reelecto nuevamente en diciembre del 2019, evidenciando una desmovilización de la base electoral del MAS y un creciente malestar. Pero, el gobierno ha ido piloteando crisis y movilizaciones como la reciente por falta de agua potable en las principales ciudades del país. Un reciente Congreso del MAS ha lanzado la consigna de imponer la reelección de Evo, lo que es anticonstitucional y preanuncia fuertes debates y eventualmente crisis políticas y nuevos referéndum. Una parte de la izquierda ha querido diferenciarse del nacionalismo burgués indígena de Evo Morales impulsando una “herramienta electoral”, un Partido de los Trabajadores dirigido por la burocracia sindical. Ese curso ha implosionado porque esa misma burocracia ha sido cooptada por el gobierno. Otro sector de la izquierda tiene un planteo ultrista abstracto, repudia intervenir en la lucha política electoral; por lo tanto, renuncia en la práctica a presentar en ese terreno una alternativa opositora revolucionaria y socialista a la del nacionalismo indigenista.

Un partido que lucha por la revolución socialista no puede saltearse ninguna etapa de la experiencia y la evolución política de las masas y eso obliga a intervenir en todos los terrenos, incluido el electoral, disputándole al nacionalismo burgués su influencia popular. La tribuna electoral es un campo más de lucha y delimitación con los partidos patronales y debe ser aprovechado como un terreno de agitación socialista y de organización de los explotados, incluida la conquista de posiciones parlamentarias para ese fin.

Los frentes populares de Uruguay y Chile siguen el mismo derrotero que hemos analizado para los regímenes nacionalistas burgueses.

El Frente Amplio en Uruguay acompañó a los gobiernos derechistas de Macri y Temer en bloquear la asistencia del gobierno de Venezuela a la última reunión del Mercosur. Y se empeña en ser el que opere el ajuste contra las masas, lo ha despertado resistencias importantes en huelgas (como la docente) y movilizaciones estudiantiles. Es fundamental crear también una alternativa política independiente de clase, delimitado del frentepopulismo. El Partido de los Trabajadores del Uruguay está empeñado en esa tarea, y va abriéndose paso en sectores de la vanguardia la idea de romper con el frente de colaboración de clases y crear una alternativa partidaria de la lucha de clases y del gobierno de los trabajadores. Al igual que en Brasil, la llamada izquierda del Frente Amplio considera que debe dar la batalla “adentro”, que se trata de “un gobierno en disputa”. Pero eso es erróneo. El FA llevara a la desorganización y desmoralización del movimiento sindical y obrero.

En Chile, la colaboración de clases se ha desarrollado en torno del gobierno de Michelle Bachelet, que ha incorporado ahora a sus estructuras al viejo PC. La Nueva Mayoría ha puesto en marcha reformas cosméticas menores con el propósito de salvar la herencia reaccionaria del pinochetismo. La burguesía duda si el gobierno tendrá esa capacidad de contención, toda vez que crecientemente las masas han ganado la calle contra el sistema de jubilación privada y los estudiantes contra la arancelización de las universidades.

Masivas movilizaciones ponen en evidencia el desgaste del centroizquierda en Chile y han erosionado y puesto en cuestión no sólo al gobierno sino al conjunto del régimen político y sus instituciones, completamente desacreditadas a los ojos del pueblo. Una peculiaridad es que Chile, a diferencia de Argentina y Brasil, ya transitó una frustrada y reciente experiencia de un gobierno de la derecha (Sebastián Piñera), lo que conspira respecto de las posibilidades de esa corriente de aprovechar el agotamiento de la Concertación. La izquierda debe emerger con un planteo político propio frente a la crisis. La consigna de Asamblea Constituyente puede jugar un papel en esa perspectiva, oponiéndole a las reformas truchas y reaccionarias que impulsa el gobierno, la necesidad de una reorganización integral del país, de su régimen político y económico y de sus instituciones, sobre nuevas bases sociales, para barrer con la herencia de la dictadura, poner fin al régimen de las AFP y de los aranceles, por el 82 % móvil y la universidad gratuita, por un salario equivalente a la canasta familiar. Sólo un gobierno de trabajadores será capaz de convocar una Asamblea Constituyente soberana y con poder.

La demora en poner en pie una alternativa obrera y socialista resalta el avance de sectores pequeñoburgueses, como se evidenció en el reciente triunfo del centroizquierda autonomista en Valparaíso y la constitución, ahora, del Frente Amplio. El común denominador del planteo autonomista consiste en la lucha contra la corrupción mediante la depuración del personal político de la burguesía, sin alterar las bases de la organización social.

México y Cuba

El ascenso de Trump al gobierno yanqui altera las relaciones políticas, sociales y económicas en el continente.

Debe ser estudiado cómo se refracta eso particularmente en México y Cuba.

Los acuerdos cubano-norteamericanos entran en una nueva crisis por la victoria de Donald Trump. Debe subrayarse, en ese punto, que Obama no levantó el bloqueo; apenas lo moderó y con cuentagotas, y la economía sigue recibiendo los golpes generados por el embargo.

Este proceso se desenvuelve cuando la bancarrota capitalista empeora en extremo las condiciones económicas de Cuba. La crisis venezolana afecta directamente a la isla, que ve reducirse el flujo de petróleo subsidiado y, aunque la caída de los precios la beneficia, La Habana se ve obligada a conseguirlo en el mercado internacional. Además, los precios del níquel, principal generador de divisas junto con el turismo, tocaron el año pasado su mínimo histórico en 12 años. El mismo derrumbe se verifica en la explotación azucarera.

El ministro de Economía y Planificación cubano, Ricardo Cabrisas, elaboró un plan de austeridad: “Se deberán identificar las posibilidades para sustituir importaciones, reducir al mínimo los gastos no imprescindibles, usar eficientemente los recursos que se entregan y evitar el pago de salarios sin respaldo productivo”.

Trump es partidario de endurecer las relaciones con Cuba con vista a acelerar el ritmo de restauración capitalista y responder así a las presiones de la colonia de gusanos anticastristas más duros. Vamos un escenario atravesado por un incremento de las presiones y el chantaje imperialista. Una reconversión capitalista en la isla produciría una situación explosiva por el grado de convulsión social y penurias que acarrearía, sin que un ataque de semejantes dimensiones redunde en un futuro venturoso para la isla que quedaría confinada a la actividad turística y a la especulación inmobiliaria, o sea a compartir el destino que hoy el imperialismo le depara a los restantes países centroamericanos. La crisis mundial pone a los trabajadores cubanos ante ajustes similares a los que sufren sus compañeros de todo el mundo.

Por lo pronto, transcurrido un año de deshielo, de las inversiones para 2017 sólo el 6,5% tienen participación extranjera. Es decir, las prometidas inversiones no se verifican en momentos en que se produce un repliegue internacional de las inversiones.

La transición política en Cuba se decidirá en el terreno de la lucha de clases dentro del país y, sobre todo, en el plano internacional. Estamos frente a un proceso abierto. Junto a las tendencias restauradoras se presenta la necesidad de desarrollar otra tendencia, favorable al levantamiento incondicional del bloqueo y opuesta al régimen burocrático y partidaria de la democracia obrera, la defensa de las conquistas de la revolución y a la libertad de organización política y sindical de la clase obrera.

México se encuentra en un estado de sublevación popular, cuando la lucha de los maestros de Oaxaca o la movilización por la masacre de Ayotzinapa sigue viva en la conciencia de amplios sectores de las masas. El “gasolinazo” empalma con aumentos del 30% promedio en la electricidad, el gas y numerosos servicios básicos, mientras la moneda sufre una desvalorización sin tregua. Este tarifazo general fue la gota que rebalsa el vaso, teniendo en cuenta la postración ya reinante en las masas mexicanas. Con 55 millones de pobres, 11 millones que reciben menos de un dólar al día, México es uno de los tres países con el salario mínimo más bajo del continente.

El presidente, Enrique Peña Nieto, llega al final de su mandato con la economía en ruinas, bajo el impacto de la bancarrota capitalista mundial.

La caída de los precios del petróleo fue un mazazo fiscal ya que la producción petrolera azteca es la segunda en importancia de América latina y su industria extractiva una fuente de ingresos fundamental. Pemex, la petrolera estatal, es una empresa en crisis, con pérdidas de 40.000 millones de dólares, deudas por casi 100.000 millones y una serie de viejas refinerías que operan al 60% de su capacidad por culpa de la falta de inversión (en 2016 debió importar de Estados Unidos poco más de la mitad de los barriles de gasolina que se consumen al día en el país). La deuda externa mexicana, entretanto, asciende a 160 mil millones de dólares y aumentó un 30% en los últimos cinco años. En el presupuesto de este año el pago de los intereses de deuda supera la inversión pública.

En los últimos años, a partir de la firma del “Pacto por México”, el PRD, el PAN y el PRI consensuaron todas las reformas de ajuste y privatización reclamadas por el imperialismo y el capital financiero. Tanto la reforma educativa, contra la cual se movilizaron el magisterio y la juventud a mediados del año pasado, como la reforma energética en la cual se encuadra el actual tarifazo fueron votadas en el Congreso bajo el común acuerdo de los tres grandes aparatos políticos mexicanos. Se decía que el sentido de la reforma energética era bajar los precios al terminar con el monopolio de la petrolera estatal, pero la liberación de tarifas y el quite de subsidios causaron el efecto contrario. Lo que emerge de la privatización de la estatal Pemex es la cartelización de las tarifas de los combustibles —como lo han hecho CFK, primero, y Macri en Argentina.

La elección de Trump termina de completar un cuadro de desastre para México. El flamante presidente norteamericano está empeñado en una ofensiva por la repatriación de capitales en todos los rubros. La devaluación y la fuga de capitales, mientras tanto, no cesan desde que se conoció el resultado de las elecciones norteamericanas. Trump tiene el ojo puesto en la privatización de Pemex y es por lo tanto un responsable directo del gasolinazo. El ascenso de Trump ha acelerado la crisis en México y por lo tanto en Estados Unidos.

Peña Nieto ya declaró que está dispuesto a “modernizar el Nafta” y “tender puentes” con Trump. La reposición en el gabinete del ex ministro de Hacienda, de estrechísimos lazos con el magnate estadounidense, significa que el oficialismo ha decidido someterse a sus exigencias. De forma oportunista el PAN y el PRD salieron a cuestionar la política del gobierno aprovechando que la popularidad del presidente está en caída libre, pero ellos fueron los garantes de su política y conviven en una coalición de gobierno desde hace años.

El “populista” en estos acontecimientos es el centroizquierdista Andrés Manuel López Obrador, primero en las encuestas para las elecciones de principios de 2018. Obrador denuncia al gobierno, como lo aconsejan los manuales, pero prefiere por sobre todo el cronograma electoral. El zapatismo, a su turno, presentará la candidatura de una mujer indígena. Dicha corriente ha permanecido ajena a los grandes acontecimientos políticos y sociales que conmovieron México en los últimos años. Este distanciamiento se expresa, en la actualidad, en su nula intervención en la rebelión contra el gasolinazo. La inserción del zapatismo en el sistema político e institucional tiene como punto de arranque una profunda adaptación al orden social imperante.

La debacle del plan económico de Peña Nieto y la respuesta de la rebelión popular, ha abierto una nueva etapa en México, potencialmente revolucionaria.

Junto a la consigna “Fuera Peña Nieto”, levantada por franjas cada vez más amplias de la población, ponemos en consideración y llamamos a impulsar la convocatoria de una Asamblea Constituyente convocada por un comité de asambleas populares, sindicatos y comités de empresa combativos, las organizaciones campesinas y el movimiento estudiantil y de la mujer. Esa Asamblea Constituyente deberá aplicar de inmediato el programa de esas organizaciones, al mismo tiempo que desarma a las bandas paramilitares y militares, y arma a los trabajadores.

El movimiento de la mujer

Como un factor revulsivo de la lucha de clases debemos sumar el auge del movimiento de las mujeres contra los femicidios, la violencia contra las mujeres y su superexplotación. La tendencia a la acción directa, a la movilización y la huelga, se está desarrollando en toda América latina e indica un nuevo afluente, el anuncio de la participación del gran ejército de las mujeres proletarias y campesinas junto a los trabajadores. Asistimos a un ascenso del movimiento de mujeres que se expresó en las movilizaciones por Ni Una Menos y el paro de mujeres en Argentina, Uruguay, Chile, Bolivia, Brasil y México, así como en distintos países europeos. El método de la huelga fue también el de las mujeres polacas, que hicieron retroceder al gobierno clerical en sus pretensiones de restringir aún más el acceso al aborto legal. Las masivas movilizaciones de este año fueron acicateadas por la crisis de régimen y un hartazgo generalizado. Sin embargo, la orientación política predominante de los sectores organizados del movimiento de mujeres carece de una perspectiva estratégica que supere los límites del feminismo burgués y pequeño burgués (de conciliación de clases). El próximo 8 de marzo marchamos a una gran jornada de lucha internacional, que tendrá, seguramente, uno de sus epicentros en Estados Unidos. La reivindicación de los derechos de la mujer va estar entrelazado con el movimiento anti-Trump que se está desarrolla en los Estados Unidos y en el mundo. La tutela política que ejerce la burguesía liberal, atada al Partido Demócrata, en la oposición política a Trump se extiende al propio movimiento de la mujer, lo que hace que los derechos laborales y reivindicaciones sociales esté ausentes o relegados.

El gobierno de Macri en la Argentina ha seguido los pasos de CFK en materia de subordinación clerical, protección a las redes de trata y desatención de la violencia de género, con el desamparo cada vez mayor de las mujeres víctimas. En Chile, el gobierno de la Nueva Mayoría, presidido por Bachelet, una mujer, no representó en absoluto un progreso para las mujeres de la clase obrera, que sufren la agudización de la precarización y la violencia, la indefensión de las víctimas y la clandestinidad del aborto. En Paraguay los datos oficiales indican que 6 de cada 10 mujeres han sufrido algún tipo de violencia. El gobierno de Horacio Cartes niega el derecho al aborto y es responsable de que cada día dos niñas víctimas de abuso sean obligadas a llevar un embarazo a término y de que se multipliquen los asesinatos. Uruguay también sufre elevadísimos niveles de violencia contra las mujeres con un saldo altísimo de femicidios. El gobierno de Tabaré Vázquez fue el encargado de vetar la despenalización del aborto en su primer mandato, y reforzó la presencia clerical en las escuelas públicas.

Estamos frente a un recrudecimiento de la violencia de género y del flagelo de la trata en connivencia con los poderes del Estado. La tendencia general de los gobiernos latinoamericanos ha sido pactar con la Iglesia, lo que ha implicado una nueva vuelta de tuerca contra el derecho al aborto, la educación sexual, el laicismo y la escuela pública. Asistimos asimismo a un retroceso en materia de derechos laborales femeninos, que han sido entregados por la burocracia sindical de todos los colores cuando se acentúa el flagelo de la precarización que afecta al conjunto de la clase obrera.

La Iglesia católica ha tomado mayor protagonismo en el continente como salvavidas de la clase capitalista en materia de contención social. También las iglesias evangélicas están interviniendo (Brasil, por ejemplo) para contener el desarrollo de la tendencia a la rebelión social. Para las mujeres la creciente influencia clerical en las instituciones estatales expresa la reproducción de una ideología oscurantista y de tutelaje sobre sus cuerpos y sus conciencias, así como la negación de derechos elementales.

El desarrollo de una corriente socialista revolucionaria en el continente debe incorporar este frente de lucha en su estrategia. En este terreno es necesario librar una lucha para dotar al movimiento de una ideología clasista y socialista y alejarlo del feminismo democratizante de colaboración de clases. La conquista de las mujeres proletarias y de los sectores oprimidos a la lucha por la revolución socialista es indispensable para el triunfo de esta causa.

  1. Conclusiones , crisis políticas, situaciones revolucionarias y reorganización de la clase obrera

Asistimos a una ruptura del viejo equilibrio político en Estados Unidos y del sistema de alianzas internacionales —que se entrelazan uno con otro. El pasaje brusco de un cuadro político a otro, en el marco de crisis financieras y económicas inevitables, plantea la inevitabilidad de fuertes crisis políticas y la creación de situaciones revolucionarias. Como se sabe, el desenlace de estas situaciones depende, al menos casi siempre, de la preparación de las fuerzas en disputa.

El tránsito de Estados Unidos al bonapartismo no será un paseo; podría atravesar por referendos, enmiendas constitucionales o incluso asambleas constituyentes y hasta un impeachment. La movilización política popular se acentuará, en especial si Trump lanza una ofensiva chovinista contra los inmigrantes, sean hispanos o musulmanes, y también los reclamos y los conflictos en las grandes fábricas y eventualmente en los sindicatos. La Unión Europea deberá enfrentar la crisis de una salida de Gran Bretaña (y Gran Bretaña las consecuencias de esta crisis en el orden nacional), además de las crisis bancarias en todos sus estados así como eventuales triunfos electorales del “populismo”. En el Medio Oriente, desangrado por la barbarie imperialista, el estallido del régimen de Erdogan en Turquía podría abrir nuevas posibilidades al frustrado proceso revolucionario que comenzó en Egipto. Todo indica, por otro lado, que Trump y Putin podrían buscar un acuerdo sobre las espaldas del pueblo y los trabajadores de Ucrania.

El desarrollo de estas crisis y la capacidad de articular una respuesta por parte de los explotados, diseñará los grandes ejes de la reorganización política de la clase obrera en el mundo entero. No se puede escapar que la bancarrota capitalista y su tendencia al estallido de crisis políticas y de poder, y a la creación de situaciones revolucionarias, coexisten aún con la falta de una respuesta histórica equivalente por parte de la clase obrera. Es probable que las primeras grandes señales vengan de China, donde se produce desde hace tiempo una vigorosa recuperación del proletariado, y del mismo modo en gran parte de Asia. La clase obrera está librando luchas significativas contra la bancarrota capitalista, que indican su esfuerzo para dejar atrás el ciclo de derrotas de todo un período histórico.

En medio de este cuadro, la izquierda atraviesa una gran involución política y teórica. Mientras la bancarrota capitalista tiende a agravarse, la línea dominante en la izquierda es acentuar sus compromisos con el orden social vigente. Esto se constata, como lo señalamos en este documento, en los casos emblemáticos de Podemos (España) o Syriza (Grecia) y podemos decir que se extiende a todas las formaciones de izquierda democratizante en Europa. Vale también para América latina, donde naufragan las corrientes tributarias del nacionalismo burgués y del llamado “progresismo”. La denominada “izquierda radical” no ha logrado sustraerse de este escenario y ha terminado por hacer seguidismo y/o actuando de furgón de cola de la burguesía, del Estado capitalista y sus partidos, sacrificando una estrategia de independencia de clase.

De esta crisis de la izquierda no escapa tampoco la CRCI. El agrupamiento internacional del cual somos uno de sus fundadores y animadores ha entrado en la parálisis y ha dejado de existir como organización centralizada. Las razones y bases políticas de esa situación es materia de un documento especial que incluye propuestas dirigidas a revitalizar su accionar.

El programa y la trayectoria política de la CRCI son una base fundamental para la continuidad de la tarea de poner en pie una acción política independiente y un reagrupamiento internacional de la vanguardia obrera revolucionaria.

Quienes explicamos que la restauración del capitalismo en los Estados obreros burocratizados no era el fin de la historia sino un factor de acumulación de contradicciones que llevaría la crisis mundial a un estadio superior, hemos visto nuestros planteos confirmados por los violentos giros de la situación. Estamos ante la continuidad y el agravamiento de la crisis capitalista a lo largo de casi una década, que se transforman en crisis políticas que golpean a los Estados y los partidos y generan choques de masas y rebeliones populares. Quienes vimos que la crisis capitalista era la partera de una etapa catastrófica y convulsiva, y expresaba la continuidad de la etapa histórica abierta por la Revolución de Octubre —o sea, una etapa de guerras y revoluciones— tenemos la posibilidad de orientarnos en el nuevo cuadro con una política revolucionaria. En cambio, los izquierdistas que dieron por concluido este ciclo histórico se integran a los regímenes políticos de la burguesía como variantes democratizantes.

La refundación inmediata de la IV Internacional es una tarea de primer orden, estratégica. Esta nueva etapa de convulsiones políticas extraordinarias arranca con el nacionalismo burgués y el centroizquierdismo a nuestras espaldas, golpeados por nuevos fracasos. La tentativa de sustituir el socialismo del siglo XX (Revolución de Octubre), por el del siglo XXI (chavismo o “socialismo de mercado”) no ha pasado la prueba de la historia. La crisis mundial revalida las reivindicaciones y el método político de la IV Internacional.

A partir de esas consideraciones, aspiramos a abrir la discusión con la vanguardia obrera y juvenil de nuestro país sobre las perspectivas políticas que se desprenden de la presente situación mundial. El involucramiento de los luchadores de la clase obrera y la juventud en este proceso, es fundamental para encarar las grandes responsabilidades y desafíos que enfrentamos en la etapa que se abre. Del mismo modo, nos proponemos hacer extensiva esta tarea a nivel internacional, y en primer lugar en Latinoamérica. La publicación de este Documento Internacional con el cual abrimos el debate del XXIV Congreso Nacional del PO será acompañado por una campaña a de colocación, discusión y divulgación a través de charlas, debates, plenarios y actividades públicas. Esta actividad va unida simultáneamente con retomar y dar un nuevo impuso a la divulgación de las Tesis Latinoamericanas aprobadas en la reciente Conferencia realizada en Montevideo y las Tesis Programáticas aprobadas en el Congreso de Fundación de la CRCI en 2004, documentos indispensables a la hora de sentar las bases de un polo y un reagrupamiento revolucionario internacional de la clase obrera.

A cargo de la elaboración y edición final del documento, sobre la base de la labor realizada por la Comisión Internacional y otros miembros del Comité Nacional. El texto fue discutido y aprobado por el Comité Nacional.

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