Buscar
Close this search box.

“Populismo radical”


Para quienes hayan interpretado el seguidismo del PTS al kirchnerismo, en los primeros meses de la gestión macrista, como una maniobra circunstancial que se presentaba bajo el paraguas todo-terreno de la “resistencia a la ofensiva neo-liberal”, dos artículos recientes publicados en su prensa muestran todo lo contrario -que responden a una estrategia política general. La crítica a ese seguidismo que pretendió presentarlo en su momento como una lucha faccional, encuentra en esos artículos los principios políticos que explican su contenido político. Al final, la mentada “resistencia anti-neoliberal” no dejó de ser, en ningún momento, sino una colaboración de toda la oposición patronal y la burocracia sindical, incluido el FpV y el sindicalismo K, con el gobierno de Macri, y solamente cobró una forma real con las luchas obreras y sindicales impulsadas por las organizaciones de base en los lugares de trabajo, y por la izquierda combativa.


 


A cien años de la Revolución de Octubre


 


En el artículo “La clase obrera, la izquierda y el populismo de derecha”, los autores se alinean con la campaña política que atribuye la responsabilidad de la victoria de Trump a la “clase obrera blanca” de los Estados Unidos, aunque achican el espectro a “los hombres blancos de 45 a 60 años” – ¡“heterosexuales”! Mediante este procedimiento reserva para la clase obrera “precaria, juvenil, mujeres, latinos, árabes, africanos, americanos (¿?), gays, lesbianas, etc.”, el campo social de la oposición a Trump. Esta caracterización implica que Trump va a gobernar, al menos en parte, para satisfacer las reivindicaciones de los trabajadores blancos de la segunda y tercera edad con curiosidades sexuales estrechas. Nada indica que esto vaya a ocurrir, sino todo lo contrario: Trump va a hacer el gobierno del ajuste, y esa gestión deberá compactar en la lucha al proletariado norteamericano sin distinguir sus preferencias beisboleras. El descuartizamiento social de la clase obrera por sus condiciones nacionales o de género no debe nublar la realidad de que los “blancos” constituyen todavía la inmensa mayoría del proletariado.


 


Estamos ante una operación ‘metodológica’ que apunta sustituir el antagonismo de clases por un enfrentamiento entre populismos -uno de derecha, el otro de izquierda. El de ‘izquierda’ votó por la belicista Hillary Clinton, e incluso le dio tres millones de votos de ventaja sobre Trump. Los autores de artículo aseguran, para salvar su enfoque esquemático, que “no lo hicieron con entusiasmo”. Clinton, en oposición a Trump, sería por lo menos ‘race or gender friendly’ -lo cual no es cierto, porque la violencia racial y de género no ha dejado de crecer en Estados Unidos. La divisoria que establece el PTS contrapone horizontalmente al proletariado norteamericano en identidades y reivindicaciones nacionales o de género, privándolo de la cohesión necesaria para poder luchar por el poder político.


 


La explotación capitalista es un hecho objetivo que desarrolla el antagonismo de clases, con independencia de la imagen que se tracen del capitalismo las distintas clases sociales. Imaginemos por un momento a qué conclusiones políticas hubieran llegado Lenin y Trotsky si hubieran procedido de un modo similar con el proletariado ruso, cruzado por numerosas nacionalidades y confesiones religiosas. En oposición al parcelamiento de clase hicieron lo contrario: defendieron la unidad política de la clase obrera contra cualquier preferencia nacional o racial; es así que le negó a la tendencia socialista judía, el Bund, el derecho a una existencia autónoma dentro de la socialdemocracia rusa. Todo lo contrario de una federación de nacionalidades, la socialdemocracia rusa (¡que defendía el principio de la autodeterminación nacional!) era un partido obrero único en todo el territorio del Imperio. En Rusia, una vanguardia obrera y un proletariado homogéneos, reunieron ese inmenso espacio atomizado y sus reivindicaciones bajo la consigna unificadora del poder a los soviets y la dictadura del proletariado.


 


Reduccionismo y populismo


 


Las elecciones norteamericanas de noviembre pasado fueron harto más complejas que una escisión del electorado, racial o de género, viejos o imberbes. La prensa norteamericana e internacional informó en forma abundante acerca del voto de la “clase obrera blanca” y la no blanca por el centroizquierdista Bernie Sanders. Sanders le ganó en veinte estados a Hillary Clinton y en especial en los mismos estados vitales -Wisconsin, Michigan y Ohio- donde la derrota de Clinton permitió el triunfo de Trump en el Colegio Electoral. De acuerdo con las encuestas realizadas con posterioridad a las primarias, Sanders tenía la posibilidad de derrotar a Trump y a Clinton, en una pelea de a tres, con una candidatura independiente. Los articulistas en cuestión caen en un “reduccionismo” auténtico, al disolver una crisis política en los sectores populares en un sociologismo elemental que enfrenta a blancos y negros, así como a las categorías de géneros entre sí.


 


Los articulistas no mezquinan sus conclusiones que se derivan de su construcción arbitraria: “Hoy más que nunca -dicen-, esta clase obrera feminizada y multirracial puede transformarse en sujeto hegemónico, jugando su parte en la lucha por mejores salarios, por la reducción de la jornada de trabajo, contra la precarización y mejores condiciones de trabajo, así como por la demandas específicas de todos los sectores oprimidos, como las mujeres que pelean contra el patriarcado, la lucha de los gays, lesbianas y trans, y el pueblo de color que lucha contra el racismo”.


Obsérvese que en este catálogo de luchas imprecisas, la única lucha que los autores no le sugieren al “proletariado feminizado” es por el gobierno de trabajadores y el socialismo. La descripción de las penurias sociales no llega siquiera a ser un programa (que es reemplazado por un eufemismo: las “demandas específicas”), por la simple razón que ninguna de ellas, a fondo, es realizable sin el derrocamiento de la burguesía. ¿Qué clase de “sujeto” es aquel que no tiene programa de poder y qué hegemonía puede desarrollar saltando de un lado a otro para apoyar demandas de carácter indeterminado? El populismo no es otra cosa que el agrupamiento de las diversas clases en un bloque indiferenciado, en este caso con la excusa de la raza, el género, la edad y las orientaciones sexuales.


 


Es instructivo que Trump haya ganado las elecciones luego de ocho años de un espejismo “populista” (y ‘progre’ por añadidura), pues estaba presidido por un negro, en el país por excelencia de la esclavización de la población africana y de la trata de negros. La persecución racial y el asesinato de negros, sin embargo, alcanzaron un récord y aumentó como nunca el trabajo precario -como ha ocurrido en todo el mundo y más abruptamente en Europa. Trump emerge ahora como una tentativa bonapartista para arbitrar la crisis norteamericana, luego de 220 años de sistema parlamentario. La oposición al populismo y al bonapartismo debe ser planteada en términos socialistas, no en términos de otro populismo, en este caso de ‘izquierda’, que articula identidades en términos ajenos al antagonismo de clase y a la lucha de clases. Es necesario ofrecer una perspectiva socialista. Es lo que hicieron las pocas dos decenas de activistas (aunque mil veces más numerosos, probablemente, que los que hoy hay en Estados Unidos) que formaron el Grupo de Emancipación del Trabajo, en Rusia, del cual nacieron la socialdemocracia revolucionaria y el bolchevismo -en una lucha franca contra el populismo ruso.


 


Los socialistas y el populismo


 


El giro político que se desarrolla en Estados Unidos abunda en antecedentes históricos. La primera victoria contra el “populismo de derecha” la obtuvo la Comuna de París, cuando ocupó el poder contra Napoleón III -el protagonista del “18 Brumario de Luis Bonaparte”. La segunda victoria, del socialismo alemán, que impuso la derogación de las leyes antisocialistas y acabó con el ‘populista’ Bismarck, inició el período de desarrollo de los grandes partidos obreros que luego formarían la II Internacional. La tercera fue en el movimiento obrero ruso -cuando la socialdemocracia derrotó políticamente a, precisamente, los populistas. Lo que propone el PTS, un frente anti-racial, de género, generacional: es, medido en esta escala, un populismo de baja graduación. Después de todo, la gran consigna del PTS, “abajo la casta política, con salarios docentes”, copiada a Podemos y usada hasta la náusea por Trump, es populismo puro y destilado, que el PTS presenta como “un avance para la democracia”, y no como el resultado de la instalación de un gobierno obrero.


 


El párrafo de conclusión del artículo que comentamos es un manifiesto del populismo en tamaño ‘blister’. Dice: “Para confrontar la demagogia de la derecha, es necesario articular un programa radical (¿?), anticapitalista y de clase para enfrentar la crisis”. En este párrafo hay más desaciertos que palabras. Por ejemplo: ¿Luchar contra “la demagogia de derecha” o luchar contra el gobierno de Trump? ¿Un programa para “enfrentar la crisis” o para derrotar al gobierno y desarrollar las condiciones para voltearlo por medio de una lucha de clases? ¿”Programa radical” o programa de transición hacia el gobierno de trabajadores? Nada de esto, los articulistas insisten y persisten.


 


Chequeemos: “Un programa que propone medidas radicales contra la desocupación masiva, contra el trabajo precario, por los plenos derechos para los inmigrantes, mujeres y jóvenes (¡viejos afuera!), contra todo tipo de discriminación sobre una base de raza, sexo o nacionalidad, por la renacionalización de los servicios básicos (como la electricidad) y transporte, y por poner fin a la especulación privada a costa del pueblo trabajador, entre otras. Esto es, medidas que cuestionan a los capitalistas que se han enriquecido durante la crisis y los políticos corruptos a su servicio”. Este es un programa de vaguedades populistas.


 


Este programa no tiene ni el más mínimo carácter de transición, no digamos socialista, porque ni siquiera establece reivindicaciones concretas ni plantea la lucha por el poder. Es un recetario de ‘contras’, que se explica como una tentativa de disimular las posiciones de clase diversas del movimiento que postula. Llama “programa de clase” a reivindicaciones que están por debajo de cualquier petitorio sindical, no hablemos de un gobierno de trabajadores. La expresión “anti-capitalista” se usa en la versión democratizante y populista: medidas contrarias a la política del capital en un momento dado, que la burguesía incluso puede admitir como un recurso último en una crisis severa, pero no se refiere al derrocamiento del capital. ¡No reivindica la consigna transitoria fundamental del control obrero de la producción. ¿No es increíble que se proponga acabar con la especulación, cuando ella es inherente no ya al capitalismo sino al régimen mercantil en general, y que solamente podría empezar desaparecer bajo el gobierno obrero y el socialismo (que los autores no mencionan ni como furcio)?


 


El legado imperecedero de Marx


 


El crítico insuperable del populismo fue naturalmente Carlos Marx, en esa pieza magistral que se llama “Crítica al Programa de Gotha”, el programa que sirvió a la unificación de los socialistas alemanes en 1871. Este programa era un legado del estatista Lasalle, quien planteaba la colaboración de los socialistas con el Estado capitalista sobre la base de un programa de asistencia y protección social. Cuando Marx criticó esa unificación, debido a su programa Populista (“Estado de todo el pueblo”), aclaró, sin embargo, que “un paso adelante del movimiento obrero real vale más que una docena de programas”. Significaba con ello que valoraba la unión de fuerzas obreras, pero no las concesiones programáticas de principio. Por eso planteó un frente de actividades comunes entre las fracciones lassallanas (Lasalle) y las marxistas, pero de ninguna manera en un partido que tendría un carácter populista.


 


El PTS, al revés de Marx, se entrega con gusto al populismo y lo promueve sin el consuelo de un paso adelante del movimiento obrero real. Esgrime el populismo para defender la juntada con grupos anónimos en la ‘madre patria’ o con el desbande K, que no son un paso adelante en nada o que es un redondo paso atrás. El Frente de Izquierda, del cual hemos sido fuerza motriz, sí ha sido un paso adelante para el movimiento obrero real, sin mezclar marxismo y socialismo, por un lado, y doctrinas identitarias y populismo, por el otro. El Partido Obrero sigue en forma rabiosa la recomendación de Marx de impulsar todo paso adelante del movimiento obrero real, avanzando siempre hacia un programa obrero y socialista. La lucha política en el Frente de Izquierda es una lucha entre el populismo y el democratismo, de un lado, y el marxismo y el socialismo, del otro. Es una lucha de primer orden para asegurar un desarrollo revolucionario de la clase obrera de Argentina.


 


El PTS dice que lleva adelante esta línea de “anticapitalismo radical”, en España, para dar una salida al “fracaso del reformismo”. Con ese fin impulsa “una iniciativa que intenta reagrupar a todos aquellos que están de acuerdo con levantar un programa obrero y anticapitalista”. Así planteado, estamos ante una operación ideológica de sustitución del “reformismo”, cuando un programa debe partir de una caracterización histórica objetiva del momento presente. Repite el esquema de derrotar la “demagogia” de Trump, en lugar de plantear una política para enfrentarlo y ponerle fin. De otro lado, es una proclama de disolución política en el vacío: una alianza con nadie (ni los nombra) por medio de concesiones programático-estratégicas anticipadas: ni gobierno de trabajadores ni dictadura del proletariado, ni socialismo -un Podemos en pañales. Esta es la conclusión que saca en otro artículo en la prensa del PTS, “Syriza y Podemos: un balance necesario”, el cual repite, letra por letra, lo que uno y otro decían cuando, como profetizó el radical mendocino Baglini, todavía estaban lejos del gobierno. A saber, anticapitalismo, movimientismo, pluralismo de identidades, y así de seguido.


 


Capital mundial del populismo


 


El abordaje del PTS frente al kirchnerismo residual está fundado en el ‘populismo radical’. El planteo viene de lejos, pues el PTS reivindica el entrismo que desarrolló Nahuel Moreno en el peronismo, cuando se puso a las “órdenes del general Perón”. La actualidad del populismo en Argentina es, precisamente, la presencia -ahora decadente- del peronismo. Su función como contenedor estratégico de la clase obrera lo ha reconocido hasta el gorilaje más rancio -desde Onganía hasta el monumento de Perón que construyó Macri, y la continua cooptación de punteros peronistas por parte del macrismo. Para que los trabajadores de Argentina tomen el poder es necesario derrotar el populismo, no importa cuán radical se presente, en la clase obrera y la juventud. A este propósito, y ninguno otro, debe servir el Frente de Izquierda y los Trabajadores.


 

Temas relacionados:

Artículos relacionados