La vil acusación difundida por Jorge Altamira y Marcelo Ramal en sus últimos textos, afirmando que el partido estaría en un estado avanzado de burocratización por responsabilidad directa de la dirección, o de una mayoría de ella, representa un salto gigantesco en el debate pre-congresal. Un salto hacia atrás, claro, que coloca la cuestión en otro plano y que debe dilucidarse sin la menor dilación, ya que está en juego nada más y nada menos que el carácter revolucionario del partido. La alusión repetida por ambos en sus textos al libro de Trotsky, El nuevo curso, escrito para combatir la burocratización staliniana en 1923, cobra un sentido temerario, porque analoga a la dirección del PO con la burocracia stalinista en su estado embrionario. En un partido como el PO, que se reclama de la IV Internacional, no puede haber acusación más grave. A la luz de esta denuncia, todo debate sobre las consignas resulta secundario. ¿O qué sentido tiene debatir si la consigna debe focalizar sólo en un fuera Macri o si debe abarcar a todo el régimen corrupto de kirchneristas, macristas y pejotistas, si el partido está burocratizado en un sentido similar que el PC de la URSS en 1923? O igualmente, ¿qué interés podría tener cuestionar que algunos textos presentados como alternativos omiten olímpicamente una caracterización sobre el estado de la lucha de clases y la conciencia de las masas si el partido está al borde de ser devorado por una burocracia que repite los métodos stalinistas? Altamira y Ramal, incluso, van más allá de lo que afirmara un documento presentado por el Comité de Berazategui el año pasado, donde se denunciaba también una burocratización de la dirección, y se afirmaba que existía una base material basada en ‘privilegios’ de rentas para sus miembros y sus parejas. Cuando se presentó ese texto infame en el Comité Nacional voté con mis dos manos para que se publique en Boletín Interno. Propuse, a la vez, junto con otros compañeros, una investigación para determinar si la denuncia era real o no. Finalmente, los números presentados por la Comisión de finanzas arrojaron un resultado exactamente contrario a los que hacía suponer el Comité de Berazategui. Los privilegios (aquí sin comillas) económicos existían, y eran mayores a lo que cualquiera podía suponer, pero no eran beneficiarios precisamente los compañeros pertenecientes a la supuesta ‘mayoría’. No es casual que luego de que esta denuncia se convirtiera en un búmeran, el tema de las rentas haya sido eliminado del debate.
Ahora, frente a estas difamaciones temerarias que hablan de un partido burocratizado y una dirección stalinista, corresponde actuar del mismo modo, poniendo blanco sobre negro las cosas. Tenemos por delante el siguiente dilema: ¿se desarrolla en el PO, o en su dirección, una creciente burocratización, como afirman Altamira o Ramal? ¿O contrariamente a ello, el PO está recuperando su régimen interno luego de una desarticulación o quiebre, que fue consecuencia de un método de dirección ultra-personal, que en determinado grado de desarrollo del partido pudo servir para impulsar su desarrollo pero, ya en una fase superior del PO, se transformó en una traba absoluta para poder sortear los nuevos desafíos que nos planteaba y que nos plantea la lucha de clases? El texto que sigue a continuación se inclina claramente por esta última caracterización. Y más aún: afirma que la actual crisis del partido se reduce, en lo esencial, a la resistencia que genera aún en un sector del partido superar este método de dirección personal y el intento condenado al fracaso de volver a un estado anterior, que es presentado o añorado como el ideal.
De dónde venimos…
En el XXIV Congreso de 2016, el tema excluyente fue lo que llamamos la “quiebra del régimen interno” del partido. Concretamente, nos referíamos a que el PO como partido centralizado estaba en un estado avanzado de disolución. Sus organismos de dirección habían dejado de funcionar. Un comité central ampliado, elegido en el XXIII Congreso, no se reunió ni una sola vez durante dos años. ¡El Congreso mismo del partido no fue convocado en 2015 y se dejó pasar un año sin que se realizara! El comité central sí se reunía, es cierto, pero de modo ultra-irregular. Entre reunión y reunión, podían pasar varios meses sin ningún tipo de funcionamiento. El Comité Ejecutivo, que asumía las funciones del comité nacional entre reunión y reunión, también tenía un funcionamiento errático. Muchos de sus miembros electos participaban sólo parcialmente de las decisiones porque eran excluidos de las reuniones, que se hacían en bares, con sólo algunos de sus integrantes. Si esto ocurría con los organismos votados por el congreso, no se podía esperar tampoco un funcionamiento adecuado de las comisiones del Comité Central. Ni qué hablar de los boletines internos, que se publicaban muy espaciadamente para informar alguna que otra resolución.
Esta disolución de los organismos de dirección, sin embargo, no equivalía a la desaparición del partido. Se adoptaban decisiones, sólo que no pasaban por los organismos de dirección votados por el congreso. Se publicaba la Prensa Obrera semanalmente, aunque su contenido general no era el resultado de una orientación fijada por el Comité Nacional ni muchas veces tampoco por el Comité Ejecutivo. Se gastaban recursos, pero no eran parte de un presupuesto presentado ante ningún organismo. En estas condiciones, hablar de democracia interna era, como mínimo, una entelequia. En un partido revolucionario, esa democracia consiste en el funcionamiento de los organismos, desde la dirección para abajo, con su respectivo rendimiento de cuentas. Nada de ello ocurría.
Esta crisis del régimen partidario era la expresión concentrada de una organización dirigida durante un lapso muy prolongado de tiempo con una impronta acentuadamente personalista. Durante una fase del desarrollo del PO, esta forma de dirección pudo ser, quizás, inevitable. Expresaba una insuficiencia en su desarrollo político, organizativo y, probablemente, una falta de maduración de los cuadros de dirección. En estas condiciones, la dirección personal de un partido podía servir para superar esas falencias y concentrar la capacidad de decisión en una sola persona.
Donde más se expresaba esa concentración era en la Prensa Obrera. Los artículos enviados eran corregidos en su totalidad por Jorge Altamira. Muchas veces, la versión final tenía poco que ver con la original y los autores conocían la versión final de su artículo una vez que eran publicados. Otras veces, los artículos eran rechazados in límine y enviados a que sean reelaborados. En otros casos eran amputados. En varias ocasiones, esa reelaboración podía insumir varias versiones antes que el artículo viera la luz. Este método podría ser cuestionado desde el punto de vista de la democracia interna. ¡Los que ahora pregonan transformar a la Prensa Obrera o a nuestro sitio en un foro de debates podrían escandalizarse ante esta metodología! Pero sería más prudente no precipitarse ni juzgar sobre la base de preceptos morales abstractos. Es que a pesar de las desventajas obvias que este método deja expuesto, la prensa servía para impulsar la orientación del partido.
El carácter personal de la dirección partidaria se puso de manifiesto de un modo palmario con la llamada renovación o rotación de la dirección. Sucede que el primer ensayo de esta política fue impulsado por Jorge Altamira, proponiendo que una serie de dirigentes históricos del partido no se presenten a la elección del Comité Nacional. Altamira más adelante se incluyó entre éstos, para que la rotación ocurriera porque el partido no la había tomado completamente, al menos en la magnitud propuesta, y no integró la dirección durante un año. Sin embargo, las tareas que él llevaba adelante siguieron bajo su dominio. Así, la elaboración de la Prensa Obrera, órgano máximo de difusión del partido, seguía bajo su dirección, es decir estaba fuera de la órbita del Comité Nacional. Sucedía lo mismo con la revista teórica En defensa del marxismo. En cambio, el resto de los compañeros rotados sí vieron cambiar sus funciones. Cuando muchas veces se invoca de modo positivo estas rotaciones, se elude analizarla concretamente. Visto retrospectivamente debe señalarse que, al menos en relación a Altamira, ésta fue formal y agravó la dirección personal del partido al dejar fuera de la órbita del Comité Nacional, nada y nada menos, que los órganos de elaboración y difusión como son la Prensa Obrera y la revista teórica.
Este régimen partidario recorre gran parte de nuestra historia, durante la cual el PO se desarrolló librando importantes batallas políticas, desarrollando una corriente propia sobre la base de una delimitación de la izquierda democratizante y el nacionalismo, e interviniendo activamente en la lucha de clases. Este desarrollo político, y el hecho de que el PO siempre conservó su carácter de partido revolucionario en las diferentes etapas políticas de nuestra historia, puede explicar el hecho de que no se cuestionara durante muchos años un método de dirección que tenía la desventaja enorme de asentarse en un método personal, con todas las falencias que esto implica. Sin embargo, esa explicación, siendo correcta, no elimina la responsabilidad colectiva de la misma dirección en haber hecho funcionar al partido sobre un régimen interno muy defectuoso.
Este manejo personal del partido, sin embargo, encontró sus límites. Lo que con reservas podía ser compatible con el desarrollo de un partido pequeño, con pocas responsabilidades en frentes y con poca extensión territorial, se reveló como una traba para un partido con un desarrollo mayor, que ya reclamaba un trabajo de dirección que incluyera a decenas de compañeros asumiendo distintas tareas de modo efectivo y con una relativa autonomía de decisiones, que debía luego ser centralizado en un Comité Nacional mensual. Ocurría otro tanto con el trabajo de elaboración y con las publicaciones partidarias. La emergencia de las redes sociales y las noticias distribuidas por internet convirtió en obsoleto un periódico semanal que salía los jueves, pero que los artículos cerraban el sábado o el lunes previo, y que requería una corrección personal en todos los casos. El pasaje a un trabajo cotidiano de elaboración, muchas veces de artículos que comenten en tiempo real distintos sucesos, requería modificar drásticamente los métodos de trabajo, la planificación de la actividad y la forma de aprobación de los artículos.
Cuando el PO requería pegar un salto y pasar de una dirección personal a una colectiva, ocurrió lo contrario. El régimen del partido entró en crisis, porque no pudo procesar adecuadamente los cambios necesarios que reclamaba la nueva situación y las tareas que de ella se desprendían. Del mismo modo que en la sociedad las relaciones de producción no se adaptan automáticamente a los cambios producidos en los medios de producción, en el partido también se operó una inercia que produjo una crisis, cuyos efectos aún no han sido debidamente superados. La crisis actual del partido se reduce a esta transición, o mejor dicho, a las resistencias que genera esa transición que es inevitable en su sentido general.
Es sabido que las falencias pueden estar ocultas durante un tiempo prolongado, ya que hace falta que ocurran ciertos sucesos para que sean puestas de manifiesto. En nuestro caso, ese hecho fue, sin dudas, la derrota de las Paso de 2015. Como bien señala Guillermo Kane en una reciente minuta publicada en el Boletín Interno [“¿Qué está en juego en el debate que atraviesa el Partido Obrero hacia su XXVI Congreso?”], la crisis del PO es precedente a las Paso de 2015. Para que se entienda bien: no es que la derrota de las Paso nos creó una crisis, sino que perdimos las Paso porque teníamos una crisis. ¿Qué tipo de crisis? La de un régimen de partido quebrado, porque el manejo personal de la dirección se había transformado en un bloqueo. Hay que hacer notar que ese manejo personal tenía una peculiaridad si lo compara con otros partidos de izquierda, que tienen manejos similares. En el caso del PO, quien ejercía ese manejo personal era, a la vez, nuestra principal figura pública y candidato. Se reunían todas las condiciones para la adopción de medidas y decisiones arbitrarias, como por ejemplo la autopercepción de un candidato sobre su propia atracción sobre el electorado sin pasar por ninguna fase de verificación.
Llegamos al choque de las Paso mal preparados. Un contraste alcanza con demostrarlo: mientras el PTS había puesto en pie La Izquierda Diario con decenas de corresponsales, nosotros impulsamos el “Altamira responde”. Se podrá objetar el carácter democratizante y superficial de muchos artículos de La Izquierda Diario, y aún más, reconocer en la iniciativa una tendencia disolutoria del PTS para pretender transformarse en fuerzas amplias del tipo Podemos. Pero eso no quita que el armado de una red de corresponsales en todo el país resulte más atractivo que las respuestas personales de un dirigente sobre los temas más diversos. Así, llegamos a una competencia interna sin la preparación adecuada, lo cual era el resultado de una quiebra del régimen interno de un partido de combate. Siguiendo el refrán de que no hay mal que por bien no venga, el papel positivo de la derrota de las Paso fue hacernos ver dónde estábamos parados.
En el período posterior de la derrota de las Paso, Jorge Altamira abandonó directamente el Comité Ejecutivo del PO. Fue un error inadmisible que esa decisión, que fue de hecho y nunca estuvo por escrito, no le fuese informada a la militancia por medio del Boletín Interno. En el Congreso del PO posterior, invocando la rotación, retiró su postulación al Comité Nacional. Pero, a diferencia de lo sucedido en su primera salida de la dirección, esta vez sí se hizo efectiva de modo real, ya que decidió abandonar también el Comité de Redacción y otros organismos en los que participaba. Fue la etapa donde sus posiciones fueron difundidas desde su Facebook personal, restando colaboración con los organismos del partido. En un partido como el PO, sus miembros participan de organismos y cumplen funciones establecidas por éstos. Nada de esto ocurría con Altamira, que pasó de ser el director de Prensa Obrera a alternativizar a nuestro principal órgano publicando sus artículos en una página personal. Cuando desde la dirección le propusimos que mande sus artículos a la Prensa Obrera, puso como condición para su publicación que figure que eran extraídos de su página de Facebook. Erróneamente, una vez más, admitimos ese reclamo, si bien lo considerábamos por completo equivocado. De hecho nadie, salvo él, tenía ese tratamiento.
Durante el período que Altamira se ubicó fuera de todos los organismos partidarios, la dirección electa por el Congreso tuvo que hacerse cargo de modo efectivo del PO. La deserción de Altamira en la dirección luego de la derrota obligó a recurrir a lo que siempre debió ocurrir, que es trabajar sobre un método colectivo que asegure las reuniones regulares del Comité Nacional, de su Ejecutivo, la salida de los boletines internos, la realización de los congresos y la convocatoria a conferencias especiales cuando hiciese falta para que el partido participe de las principales decisiones. Fue así que se convocaron congresos de la UJS, del PdT, una conferencia de organización y conferencias electorales en los distritos. En vez de apoyar este rumbo político, que significaba un avance en relación con lo que conocía el partido como acción de democracia interna, Altamira se opuso a todas las resoluciones. Fue lo que sucedió, por ejemplo, con las conferencias electorales de principios de 2017, que prepararon al partido para una dura lucha electoral luego de la derrota de las Paso de 2015. Altamira las consideró un hecho de violencia política y mandó textos al Boletín Interno en su contra. En Vicente López, por ejemplo, invocando su posición, los militantes que defendían esta tesitura llegaron al extremo de plantear que se levante el plenario que debía elegir los delegados para dicha conferencia. Altamira pudo concurrir a la misma y dar su posición. La militancia presente no compartió su posición y decidió lanzar los candidatos. Existía la convicción profunda que demorar el lanzamiento, colocaba al partido en inferioridad de condiciones para una negociación al interior del FIT. Importa marcar esta actitud porque, como señalé más arriba, la responsabilidad sobre ese manejo personal del partido era del colectivo de la dirección. Y con el tiempo trascurrido, carece de sentido entrar en un pase de facturas. La crítica concreta no consiste en impugnar esa etapa, sino en resistir los cambios una vez que se reunieron las condiciones para avanzar en una dirección colectiva. Y cuando esto sucede, además, recurrir a injurias inadmisibles en un partido de la IV Internacional, como es la de calificar a la dirección de burocrática y sugerir que recorre el mismo camino que el stalinismo.
Este método personal de Altamira se vio incluso en el Congreso XXIV. Luego de plantear reiteradas veces que debíamos preparar las Paso, en oposición a la campaña que venía haciendo el partido por una lista única del FIT, en la previa al congreso publicó en Facebook un texto que gira un 100% sus posiciones y adopta las que criticó hasta el día previo sin que medie explicación alguna sobre el cambio de posición. En la Comisión Política llegó al absurdo de proponer, en oposición a la resolución política presentada por la dirección saliente, que se vote …su posteo de Facebook. ¿Qué un congreso de un partido vote como resolución un posteo de Facebook? Parece mentira, y hasta triste, pero es así. Los delegados presentes en la comisión rechazaron tal pretensión, mostrando una conciencia política de que no se puede permitir tal desprecio y maltrato de un partido. Se impuso un ‘instinto de supervivencia’, mostrando las reservas de los cuadros del PO para construir el partido en condiciones incluso muy complejas. En ese congreso, los delegados votaron al Comité Nacional a mucho de los cuadros que habían sido rotados. El Partido apeló a sus mejores reservas para superar un golpe imprevisto.
A dónde vamos…
Este método personal de dirección, que eclosionó en 2014-1015, fue superado traumáticamente por un trabajo de dirección colectiva. Las reuniones del Comité Nacional se regularizaron, lo mismo que las del Comité Ejecutivo. ¡Las reuniones se hacen en el local central y no en bares, con los miembros votados por el partido y no por los seleccionados por una persona! Los boletines internos han aparecido sistemáticamente, publicando todos los planteos que llegan. Los congresos fueron convocados siguiendo los estatutos, con los documentos respectivos publicados en tiempo y forma. Con mayor retraso, el método de dirección colectivo abarcó también a las finanzas, terminando con una diferenciación en las rentas que había sido arreglado a espaldas del Comité Nacional.
El salto metodológico, en relación con el pasado, ha sido enorme. Naturalmente, un método de funcionamiento regular de los organismos no asegura que sus resoluciones sean correctas, pero sí brinda las bases para que se pueda debatir la política del partido en tiempo real y verificarla a partir de la propia acción práctica. Como se ve, no es poca cosa. Sin embargo, este método de dirección colectiva ha enfrentado y sigue enfrentando una resistencia política de parte de una fracción minoritaria de la dirección, y de un sector de la militancia partidaria. Existe el intento de volver al estadio anterior, sin ver que es imposible históricamente y perjudicial políticamente. Por eso, los intentos en esa dirección están condenados al fracaso, pero mientras se persevere con ese propósito, perjudican y bloquean el desarrollo del partido.
Es llamativo observar cómo se invierten los argumentos y las posiciones en función de este propósito. Como señalamos antes, cuando Altamira dirigía la Prensa Obrera no salía ningún artículo (no exagero un ápice, ningún artículo) sin su aprobación política. Ahora, en cambio, se reclama que la prensa o nuestro portal publiquen cualquier artículo sin que se establezca una diferenciación elemental entre los artículos que reflejan un debate de los organismos del partido, de los que son posiciones personales de los dirigentes o militantes. Ramal critica que hemos planteado que algunos artículos de Altamira vayan como “opinión” y ve en eso una política de censura. ¡Pero Ramal omite la cuestión concreta de que el partido debe tener una orientación! Veamos: en oportunidad de la lucha por el aborto legal, Altamira manda un artículo para que se convoque, en Plaza de Mayo, una asamblea de mujeres que vote una campaña de firmas para presentar en el Poder Judicial, para que éste convoque una consulta popular. Dejemos de lado que Altamira había atacado la consulta popular creando confusión en el partido. Pero, ahora, la vía judicial parecía un sin sentido. La orientación era distinta a la que había planteado el Comité Ejecutivo, que planteaba reclamar esa consulta con un movimiento de lucha al Congreso, especialmente a la Cámara de Diputados, que había votado favorablemente el proyecto dándole media sanción. ¿Qué hacemos? ¿Qué debe hacer un militante del partido, qué orientación lleva a una asamblea de un lugar de estudio o de trabajo que debate el tema? Publicar las dos posiciones como si tuviesen la misma jerarquía, convertiría a la prensa en una especie de góndola donde cada militante se sirve la que más le gusta. El partido no golpearía con un solo puño, sino que se dividiría hacia afuera. Fomentar eso es la liquidación del PO, lisa y llanamente. ¿Qué solución encontramos a este entuerto? Publicar el artículo de Altamira, como opinión. ¿Es un acto de censura? Más democracia que esto es imposible, es un hecho que jamás pasaba cuando Altamira dirigía personalmente la salida de la prensa. El partido está basado en organismos. Los editoriales son debatidos por el Comité Ejecutivo. Los proyectos editoriales son enviados a sus miembros para una aprobación. Ver en esto un hecho totalitario es querer desquiciar al PO como partido de combate. ¿Y si un compañero tiene una divergencia o una posición que no es compartida? Entonces podemos publicar el artículo, aclarando que se trata de una opinión del propio compañero. Por esta vía aseguramos la libertad de posición y la unidad de acción del partido. O sea, el centralismo democrático. ¿Esto vale para todas las posiciones? Esa respuesta debe ser concreta. Habrá que ver cuál es el tenor de la divergencia, qué forma es la correcta para su abordaje, en relación con las tareas más generales del partido en cada momento. Un partido tiene derecho, y también la obligación, de organizar sus polémicas según sean las necesidades de cada momento.
Tenemos ahora la posición de Altamira cuestionando que el Informe Político votado por el Comité Nacional haya sido publicado en la revista En defensa del marxismo. La posición asombra, porque hemos seguido un método que repite un hecho que ya hemos realizado en el pasado, defendiendo el principio de dar a conocer nuestros textos públicamente para interesar a la izquierda y a los trabajadores con nuestras posiciones. En la revista, sin embargo, hay textos personales del propio Altamira y también de Ramal. Pero, según su crítica, hicimos mal en publicar el del Comité Nacional. ¡Textos personales sí, pero de los organismos de dirección electos por el congreso no! Aquí la única censura que existe es la que Altamira quiere aplicarle al Comité Nacional del partido porque, ¡horror!, osó votar un documento que no cuenta con su aprobación.
Al no reconocérsele las prerrogativas de una dirección personal, la respuesta de Altamira y de su grupo es querer desquiciar al partido. Es lo que sucedió en el reciente Congreso de Tribuna Docente, donde un grupo organizado quiso romperlo, queriendo hacer votar planteos que no se correspondían con la orientación fijada por los organismos de dirección y que lejos estaban de ser el eje de la convocatoria, cuyo propósito era debatir cómo enfrentábamos los desafíos de la lucha docente, y cómo reclutamos y desarrollamos la agrupación. En dos textos consecutivos, Ramal reivindica esta acción liquidadora, una acción irresponsable impropia de un miembro de la dirección. Para que se entienda bien: quisieron convertir al Congreso de Tribuna Docente en un escenario de disputas. Le hicieron a Tribuna y al PO lo que nosotros no le hicimos, no le hacemos ni le haremos a las otras tendencias con las que hacemos asambleas o plenarios de frente único. Saludo por ello la respuesta contundente dada por la dirección de Tribuna Docente al texto irresponsable de Ramal. Muestra las reservas de lucha que anidan en nuestros cuadros.
Contra lo que sostienen Altamira y Ramal, en el partido no hay una burocracia sino que impera la más amplia democracia. Todo se ha publicado en el Boletín Interno, incluso textos insultantes contra la dirección. Hemos preferido pecar por defecto y publicar incluso lo impublicable. Laura Kohn se fue del partido denunciando falta de democracia, luego de que se le publicasen 17 minutas en el Boletín Interno en un lapso menor a un año. Sí, leyeron bien: 17 minutas. Quisieron tomar el Boletín Interno por asalto, y como el partido no cayó en su maniobra, se fueron por la puerta de atrás haciendo escandaletes públicos por las redes sociales. Lo mismo sucedió con Maximiliano Jozami. La línea de Altamira y Ramal lleva a eso. La lógica es de hierro. Cuando convencen a un militante que el partido está copado por una burocracia, ese militante se funde porque nadie quiere dar la vida por un partido burocrático. Conviene recordar que, en el pasado, el Boletín Interno o no salía o no se publicaban muchos textos que llegaban. Cuando la dirección publicó un texto de Santiago Gándara y Antonio Roselló cuestionando el uso de Altamira en Facebook, Altamira criticó esa publicación en un texto del Boletín Interno. Allí señaló que “llamó la atención al Comité Nacional de que así como en el periódico tiene su método interno y no se publica lo que no sea aprobado por la redacción, en el Boletín Interno debe ocurrir lo mismo, y cuando se observa un trabajo liquidacionista hay que hablar con los compañeros y caracterizar lo que están haciendo, y no publicar cualquier cosa, en la peor versión liberal”. Se ve que Altamira tiene una posición cuando se lo critica a él y otra opuesta cuando la crítica es a la dirección del PO.
En un salto al vacío, Altamira y Ramal han asumido la defensa de la acción liquidadora y desmoralizante que un pequeño grupo de militantes, que se reconoce de la “minoría”, realiza en las redes sociales contra el PO, sus dirigentes y planteos políticos. Según Altamira, esa acción sería el resultado de que le cerramos las puertas para que se expresen. ¿Pero no hay acaso un Boletín Interno, donde se publica todo lo que llega, incluso insultos contra la dirección del partido? ¿No tenemos una prensa donde se desarrollan las posiciones? La afirmación de Altamira es una calumnia contra el partido y un acto que brega por su desmoralización. Aquí no se trata de controlar lo que cada compañera o compañero publica en sus redes; no somos policías ni tenemos comisarios encargados de controlar a nadie. Lo que denunciamos es una cosa muy distinta: una acción organizada, planificada, y posiblemente centralizada, para hacer campaña en las redes sociales banalizando los debates partidarios e insultando a militantes del partido. ¿Cómo entender que, antes que concluya la Conferencia Electoral, ya en las redes sociales de compañeros que reivindican a la ‘minoría’ se realizaban publicaciones alusivas a los debates, incluyendo ataques a la candidatura de Romina? ¿Se puede tolerar que inmediatamente después de concluida la conferencia, la intervención de Altamira fuese distribuida copiosamente por WhatsApp entre militantes internos y más allá de la frontera del partido, siendo que el tenor del debate era claramente interno? Esa grabación es un hecho delatorio, jamás ocurrido en el PO en un congreso o conferencia, que son mecanismos estatutarios más reducidos pero reservados a debates especiales de la organización, y también intrigante, porque se distribuye un audio editado sin las correspondientes respuestas. Lo que no parecen entender Altamira y Ramal es que esa acción en las redes no es sólo violatoria del centralismo democrático; eso, si se quiere, es lo menos importante. Lo sustancial es que nos desprestigia ante la vanguardia y la izquierda, nos presenta como un partido poco serio, y aleja al trabajador que pretende acercarse. Es lo que ocurrió efectivamente en el Congreso de Tribuna, según distintas denuncias. Para decirlo con todas las letras: es una acción liquidadora del partido. Quien no lo vea así es porque ha decidido privilegiar la acción fraccional por sobre los intereses más generales del partido.
Mesianismo
Sintetizando: la crisis actual del partido se reduce en lo esencial a la resistencia que genera en Altamira y en el grupo que le responde superar el método de dirección personal que hizo eclosión en 2014-2015, pero que viene muy de atrás. Para ocultar este hecho, Altamira y Ramal buscan darle un carácter programático y hasta estratégico. Lo ha puesto por escrito Ramal para escándalo de todo el partido, cuando señaló que Altamira sería una especie de “hombre-programa”. Este mesianismo personal es tan incompatible con el marxismo y con la IV Internacional, que el propio Ramal se vio obligado a decir que se trata de un hecho excepcional, muy poco común, pero que nosotros hemos tenido la suerte de conocer esa excepción. La tesis del “hombre-programa”, como lo señalé en un texto anterior y como lo hicieron también varios compañeros, es peligrosísima. Al atribuirle a una persona que encarna el programa socialista, cualquier crítica a esa persona se convierte en una renuncia al programa. De ahí se derivan acusaciones tales como que “somos democratizantes”, “parlamentaristas”, “renunciamos a la lucha por el poder” y sandeces de ese estilo. En su crítica al balance de actividades, Ramal afirma en un texto para el olvido que seríamos seguidores de Eduard Bernstein -o sea, de aquel socialista alemán que renunció a la revolución para postular que el socialismo sería alcanzado vía reformas. ¿De qué habla Ramal? Deduce esta afirmación tan disparatada como insultante del hecho de que el Informe de Actividades, en un lugar, caracteriza que el acercamiento de los obreros al partido está motivado inicialmente en nuestra participación en las luchas más que por una atracción ideológica o política. Ramal podría opinar en un sentido contrario y mostrar las evidencias que tiene para sostener su punto de vista. Pero Ramal no sostiene nada, sólo nos acusa de reformistas para reservarse para él el lugar del revolucionario.
La tesis del “hombre-programa” no sólo debe ser rechazada por mesiánica, sino especialmente por ser incompatible con el desarrollo de un método partidario sano. Es que sustituye la necesaria relación crítica que debe existir entre los militantes, por una relación de subordinación. ¿Cómo se puede debatir con alguien, si parto de la premisa de que concentra el programa revolucionario en su persona? Mejor me callo, por las dudas. ¿Cómo puedo cuestionar su posición sin que inmediatamente ese cuestionamiento no sea entendido como un rechazo al programa socialista? Compañeros: no estoy especulando ni un minuto. Es lo que en buena medida sucedía en el pasado en el partido y se pretende que vuelva a suceder. La tesis del “hombre-programa” es la envoltura ideológica del intento de volver a un régimen de partido de manejo personal. Altamira se vale de esa misma tesis para acusar a la dirección de actuar como “fracción”; estamos ante el clásico chiste del gallego que va con su auto en sentido contrario a todos los autos y piensa que son ellos los que van a contramano y no él.
Quiero ser claro: si el partido no rechaza la tesis del “hombre-programa” no tenemos futuro. La buena noticia es que, como quedó demostrado en todas las últimas instancias partidarias, ese rechazo es ya muy mayoritario. La resistencia ofrecida por el sector que orienta Altamira y Ramal fracasa por el instinto de sobrevivencia del propio partido, y por las inconsistencias y arbitrariedades que han puesto en evidencia ambos. En los últimos dos congresos esto fue puesto de manifiesto. Hacer el recuento de esas contradicciones llevaría un libro entero, y ya varios compañeros y compañeras se han referido a eso en textos muy interesantes. Permítanme señalar sólo la última arbitrariedad: luego de rechazar, Ramal y Altamira, el llamado al FIT de establecer un acuerdo integral, incluyendo programa y candidaturas, y de acusarnos de electoralistas (en un texto Altamira me acusa de que me pasé al “hay 2019”), Altamira presentó una propuesta de declaración a la Conferencia Electoral que en el título (sí ¡en el título!) llama a “votar por el Frente de Izquierda”. Un absurdo completo porque la fase de la campaña electoral en la que estamos no es la de llamar a votar sino la estructurar nuestro propio bloque y reagrupamiento de fuerzas. Pero no es solo eso. Altamira, luego de acusarnos de que no nos delimitamos del PTS, presentó una declaración donde embellece al FIT diciendo que actúa como bloque en el movimiento obrero, cuando sabemos que el PTS sabotea el Plenario Sindical Clasista y que dividió, por ejemplo, la lista de Aten y produjo la derrota de la seccional de la capital neuquina. Al final de su texto, Altamira plantea llamar a formar una lista de toda la izquierda, cuando en un texto de febrero criticaba esa posición que, sin embargo, había defendido en diciembre. ¿Por qué estas idas y venidas? ¿Por qué tantos bandazos, que confunden al partido haciéndolo perder tiempo en debates improvisados y antojadizos? En la conferencia sucedió un absurdo del tamaño de una casa. Ramal presentó una declaración contraria al acuerdo integral y a la nominación de candidatos, mientras Altamira presentó una declaración donde “urge” al FIT a alcanzar de inmediato ese acuerdo. Sin embargo, votaron juntos… En su intervención, Altamira señaló que su texto había sido escrito a las 4 a.m. del mismo sábado de la conferencia y enviado de inmediato para su distribución entre los delegados. Aquí vemos que la tesis del “hombre-programa” es hermana gemela de la improvisación y la arbitrariedad. El texto presentado por el Comité Nacional siguió otro método. Se debatió primero en una reunión de CEN. Luego de resolvió que un compañero lo escriba. El texto fue girado al CEN para su debate y luego a todo el Comité Nacional. Recién aprobado fue a la conferencia. El debate colectivo en el partido es el equivalente al control de calidad que realiza una fábrica. Lo otro son aventuras.
En textos presentados al Comité Nacional por Altamira y Ramal, que ellos mismos pidieron no publicar en el Boletín Interno, expresaron esta defensa del método de dirección personal del partido bajo la forma embellecida de que el Comité Ejecutivo debía actuar como una “dirección estratégica”, diferenciada de otros organismos encargados de aplicar las decisiones y orientaciones de emanadas de esa dirección. En varias oportunidades protesté frente ante esta concepción, algo que también hicieron varias compañeras y compañeros. En el peronismo, recordarán los más viejos o sabrán lo que leyeron la historia, esa división en la dirección estaba casi formalizada. Perón era el depositario de la conducción “estratégica” y delegaba la “táctica” en otros dirigentes. Está claro que, en el PO, repetir esa división en la dirección es inadmisible. Pero hilando más fino, la idea de un CEN que se encargue de la “dirección estratégica”, diferenciado de las actividades generales de la organización, conduce a un CEN que se desentiende del propio partido y del resultado de sus orientaciones. Por nuestra propia experiencia y los debates que nos han recorrido en los últimos largos años, estaba claro que la cosa iba a ser así: la dirección estratégica daba orientaciones correctas, pero el problema era que estaban mal aplicadas. Así, la dirección estratégica caía siempre de pie. En un momento se ensayó esta idea de Altamira, y se expresó en un CEN integrado sólo por tres compañeros, el número ideal para reunirse en la mesa de un bar. Esa experiencia fracasó en lo que canta un gallo. Volver a eso es repetir esos resultados. Mi posición al respecto, que me llevó a oponerme a esta concepción de dirección, incorporaba el hecho de que no puede existir tal división en el trabajo. Y que en el fondo expresaba una concepción equivocada sobre lo que se considera una línea acertada o desacertada, ya que ese juicio no puede hacerse ignorando los resultados de esa orientación. Una elaboración puede ser en general correcta pero superficial, si no concluye en determinar de modo preciso en cómo se la lleva adelante. La aplicación de una orientación se desprende de una caracterización que debe tener en cuenta todas las determinaciones concretas, como ser el estado de las masas, del propio partido, los instrumentos que poseemos para hacer tal o cual tarea, etc. etc. La dirección estratégica de un partido revolucionario involucra todas las fases de la actividad. Quien haya estudiado la actividad de Lenin podrá apreciar el interés con el que seguía la venta de la prensa, las colectas en puertas de fábrica, etc., y las conclusiones políticas que sacaba de esas actividades. En el PO, en cambio, la aplicación de hecho de esa división en el trabajo de la dirección nos llevó a menoscabar el trabajo de organización, considerándolo de orden inferior.
Desafíos
Debo insistir para que quede claro: la crisis actual del partido se reduce, en lo esencial, a la resistencia a superar definitivamente el método de manejo personal del partido. La tesis del “hombre-programa” sustentada por Ramal no es otra cosa que darle un envoltorio ‘revolucionario’ a esa pretensión. Las acusaciones de que somos reformistas, parlamentaristas, empiristas, democratizantes, anti-catastrofistas, etc., etc., van en la misma dirección. Las de que somos stalinistas, son ya una calumnia inadmisible, que coloca en cuestión hasta las relaciones personales entre compañeras y compañeros. Continuar estos debates es una pérdida de tiempo, un camino inconducente que le hacen pagar al partido un alto costo de oportunidad, porque nos mete para dentro y nos impide aprovechar y explotar las oportunidades políticas. La tarea del XXVI Congreso es superar definitivamente esta situación y retomar un camino de crecimiento para el PO.
La falsa caracterización sobre el partido que difunden Altamira y Ramal nos lleva a no centrar el debate donde sí debiera prestarse la mayor atención. Se ha llegado a plantear que nuestro déficit de crecimiento es la falta de consignas de poder y que no tenemos bloqueos por parte del nacionalismo. Esto está lejos de ser así, nuestros problemas reales son de otro tipo. Justamente, tenemos que abordar las medidas políticas y organizativas para superar estos bloqueos.
La situación política que atravesamos requiere pegar un salto en nuestra intervención política. Tenemos una página que debe ser mejorada sustancialmente. Luego de los avances de los últimos años, estamos estancados y debemos darnos un plan preciso de desarrollo, que involucre a todo el partido. Avanzamos, bajo el liderazgo del “Colo” Rath, en una secretaría de propaganda y formación, que retrocedió luego de su muerte sin que podamos hasta ahora terminar de revertir la situación. Tenemos severos problemas de organización, o para ser más preciso aún, de asegurar el cumplimiento de las tareas votadas. Tenemos una presencia en las redes sociales que no está a la altura ni del partido ni de sus necesidades inmediatas. Necesitamos una secretaría de organización más fuerte, de la que participen más miembros del Comité Nacional, y un Comité de Redacción con mayor dinamismo para la página y el periódico impreso. Debemos darnos un debate serio sobre la función de Prensa Obrera impresa, de qué característica debe tomar para que no se termine convirtiendo en un refrito de artículos publicados en la web. Tenemos un desafío enorme que tiene que ver con defender las finanzas del Partido, que están en una situación delicada.
Tenemos, a su vez, problemas complejos de desarrollo en una cantidad de provincias y frentes que deben ser mejor debatidos políticamente. Es el caso, por ejemplo, de Jujuy, donde el FIT aparece segundo en las encuestas planteando desafíos políticos importantes para el partido, que arranca de atrás en relación con el PTS. En el pasado impulsamos una alianza con el “Perro” Santillán, que ahora ha girado a posiciones filo K. ¿Cómo abordamos las oportunidades políticas? Tenemos un desarrollo importante en agrupaciones industriales golpeadas por el derrumbe industrial, ¿cuáles son las líneas de resistencia que podemos armarnos?; una situación inédita en la UBA, que nos llevó a un acuerdo complejo integrando a los K a la Fuba. Tenemos el crecimiento del Polo Obrero, que nos presenta el desafío de desarrollar un reclutamiento y asimilación al partido de los compañeros más dinámicos. El partido tiene que discutir estos problemas en el marco del debate congresal, en un marco de camaradería, para salir para adelante y superar los problemas políticos. En cambio, ocurre lo contrario, porque muchísimos compañeros y compañeras se guardan sus críticas por temor a que sean instrumentadas con una finalidad liquidacionista.
La lista de problemas reales que tenemos es inmensa y debiera ser el eje de los debates, en vez de estar todo el tiempo refutando las falsas caracterizaciones de que el partido se está yendo al reformismo o al parlamentarismo. O de abrir debates que llaman la atención, porque se cuestionan posiciones históricas del partido, que entran en revisión sólo por un afán faccional. Por ejemplo, Altamira y Ramal nos tuvieron debatiendo durante meses la idea insólita y reñida con el marxismo y, por lo tanto, con el propio PO, que la burguesía no podía tener iniciativa estratégica en la época imperialista. ¡Y ahora acaban de aprobar, sin el menor cuestionamiento, un informe internacional que dice explícitamente lo contrario!
Sintetizando, el problema que tenemos es debatir problemas que no tenemos, en vez de poner el foco en los problemas que debemos superar. No es un juego de palabras, sino la caracterización de este proceso pre-congresal.
La dirección que sea electa en el próximo congreso deberá superar esta fragmentación partidaria y enfocarse en una superación de los problemas reales del partido. Probablemente eso reclamará modificaciones en la composición y en la organización de la propia dirección. El trabajo colectivo de la dirección es una conquista de los últimos años y debemos valernos de ello para encarar los desafíos enormes que tiene nuestro PO.
21/3/19