En los últimos días, la situación interna del Partido Obrero ha sido materia de debate político en los principales medios de comunicación del país y ha tenido amplia difusión por las redes sociales. La cuestión ha ocupado la primera plana de los diarios y decenas de programas de radio y televisión que se interesaron por el debate, requiriendo la opinión de dirigentes del PO. Más importante, aún, es la preocupación -que compartimos- que ha abierto en el seno de amplias capas de los trabajadores y la juventud la ruptura que ha anunciado públicamente Altamira con el Partido Obrero. Bien visto, esta amplia cobertura refleja el lugar ganado por el Partido Obrero en el país, ante los sectores más combativos y politizados, pero también ante el conjunto de la población y las distintas clases sociales. Esta característica del Partido Obrero lo distingue de otras organizaciones que se reclaman de la IV Internacional e incluso de la izquierda radical, tanto en la Argentina como a nivel internacional. En resumen, el Partido Obrero es una construcción histórica con raíces profundas y un programa que, al menos parcialmente, ha logrado una influencia de masas.
Este lugar único conquistado por el Partido Obrero obliga a caracterizar la fractura llevada adelante por el grupo que comanda Jorge Altamira como un atentado criminal, no sólo contra la organización que fundó hace 55 años, sino también contra el proletariado de nuestro país y las masas explotadas. Esta caracterización se agrava aún más cuando se tiene en cuenta la metodología con la que es llevada adelante, poniendo en duda por medio de denuncias públicas el carácter democrático de nuestro partido. Es imposible ignorar que este hecho ocurre en medio de la campaña electoral, atentando también contra la lucha que el Frente de Izquierda-Unidad debe librar contra todos los bloques capitalistas. Debemos admitir aquí una línea política coherente de parte de Jorge Altamira, quien previo a protagonizar esta ruptura, había atacado públicamente a su partido por el balance electoral de Córdoba, acusando de desvíos políticos ‘policlasistas’ y ‘feministas’ que, por supuesto, jamás se encargó de demostrar. Hizo lo mismo luego de otras elecciones provinciales, y más importante aún, cuestionó también el programa de formación del Frente de Izquierda-Unidad, a pesar de que los 22 puntos de la plataforma acordada se colocan de modo categórico en la defensa del gobierno de los trabajadores en oposición a todas las variantes capitalistas.
XXVI Congreso
La ruptura provocada por Jorge Altamira se da a sólo dos meses de finalizado el XXVI Congreso del PO que, sin lugar a dudas, fue una escuela de debate político y ejemplo de democracia interna. Entre enero y abril se publicaron 17 boletines internos de debate, con más de 300 textos elaborados por la militancia. Por su extensión, estos textos podrían ocupar varios tomos de una biblioteca. Se puso a consideración la situación política nacional, la internacional y el balance de actividades del propio partido. El aporte al debate fue del conjunto de la militancia, abarcando a dirigentes con más experiencia y compañeras y compañeros más nuevos. Los debates fueron procesados en las reuniones de círculos y en plenarios realizados especialmente para considerar los documentos y votar sobre las conclusiones alcanzadas. A fin del debate congresal se votaron delegados que concurrieron al XXVI Congreso. Allí, durante cuatro días, se debatió y se resolvieron las tesis políticas y las orientaciones de trabajo y se votó el Comité Nacional del Partido Obrero. Durante el proceso del debate congresal se realizó también una Conferencia Electoral Nacional con delegados electos, que votó un impulso a la campaña del PO y del FIT, y nominó varios candidatos, entre ellos a Romina del Plá para la fórmula presidencial. Acusar de burocrático a un partido que despliega una democracia interna de esta intensidad es una calumnia, que ya sería indignante si viene de nuestros adversarios políticos, pero se convierte es absolutamente repudiable cuando el calumniador es un dirigente histórico de la organización.
Durante el debate congresal, Jorge Altamira pudo llevar adelante la defensa de sus posiciones políticas. Presentó un documento alternativo al de la dirección nacional sobre la situación política argentina. Votó el documento internacional que elaboraron los miembros de la Comisión Internacional sin su colaboración y rechazó el documento de informe de actividades pero sin presentar uno alternativo o una crítica de conjunto. Durante el desarrollo del propio XXVI Congreso se le otorgó un tiempo preferencial para defender sus posiciones. Las posiciones de Altamira, sin embargo, quedaron en franca minoría y no fue electo para el Comité Nacional. Los documentos presentados por la dirección obtuvieron el 80% de los votos de los delegados y un porcentaje similar votó la tesis presentada por la dirección en la Conferencia Electoral Nacional. Una posterior Conferencia Electoral de la Ciudad de Buenos Aires, realizada a mediados de junio, votó la candidatura a jefe de Gobierno de Gabriel Solano por el 94,5% de los votos contra el 5,5% obtenido por Marcelo Ramal. A pesar de la relación de fuerza abrumadora que expresó la posición de la militancia, Jorge Altamira atacó públicamente en su Facebook esa votación como un acto antidemocrático.
Concluido el XXVI Congreso, el Comité Nacional electo les propuso a Altamira y Ramal que continúen en las tareas de que venían llevando adelante, uno en la comisión internacional y el otro en el comité de redacción de Prensa Obrera. Ambos rechazaron esta propuesta integradora. En vez de reivindicar la amplia democracia interna del PO, sus congresos anuales y sus debates por escrito y en plenarios en todo el país, contrastándolo con el punterismo de la política capitalista, Altamira está dedicando su tiempo a cuestionar a su propio partido por los medios de comunicación, echando mano a las mentiras y falsificaciones más groseras.
Debates
Los debates que cruzaron el XXVI Congreso comenzaron mucho antes de los tres meses fijados en el Estatuto partidario. Hacia fin de 2018, y de modo algo casual, se desenvolvió un debate por escrito acerca de lo se denominó “la iniciativa estratégica de la burguesía”. A raíz de una polémica suscitada por un artículo de Altamira en nuestra revista En Defensa del Marxismo, que afirmaba que en Brasil y en América Latina la burguesía había perdido la iniciativa y que ella pasaba a manos potencialmente de la clase obrera y la izquierda revolucionaria, se desenvolvió una polémica altamente clarificadora sobre cuestiones políticas, de estrategia y de método. La tesis de Altamira contrastaba con el resultado electoral en Brasil, donde Bolsonaro se había logrado imponer en las elecciones, mientras la izquierda que se reclama revolucionaria había quedado reducida a una marginalidad absoluta. El grupo de Altamira defendió tozudamente esa tesis, afirmando que, en la época imperialista, la burguesía estaba imposibilitada de tener una iniciativa estratégica. Así, las guerras mundiales, el fascismo para evitar la extensión del bolchevismo a toda Europa, las guerras fratricidas armadas por el imperialismo -como sucedió en Yugoslavia-, la restauración capitalista de los Estados obreros, eran presentadas como expresiones de la crisis mundial y no como acciones de la propia clase capitalista para defender con uñas y dientes su dominio de clase. En un desbarranque ajeno al marxismo, Marcelo Ramal llegó a afirmar que el fascismo no era la estrategia contrarrevolucionaria de la clase capitalista sino una manifestación de la crisis. La lucha de clases real era sacrificada y se invertía los términos fundamentales del marxismo: el motor de la sociedad dejaba de ser la lucha de clases y ese lugar lo ocupaba la “crisis capitalista”. El sujeto se transformaba en objeto pasivo de la determinación material.
El grupo de Altamira pretendió encubrir esta ruptura con el marxismo, acusando a la dirección del partido de un giro ‘anticatastrofista’. Pero el giro es de Altamira. Como varios se lo señalaron en textos publicados en nuestros boletines internos, se confundía deliberadamente la crisis mundial y la bancarrota capitalista, como categoría específica que muestra una decadencia histórica del régimen social actual -y cuya profundización plantea desestabilizaciones y crisis políticas, y la emergencia de situaciones revolucionarias- con la incapacidad de acción de la burguesía y el imperialismo. Se ignoraba las conclusiones fundamentales presentadas por Trotsky en el III Congreso de la Internacional Comunista, cuando en su famoso texto titulado “Una escuela de estrategia revolucionaria”, demuestra cómo contradictoriamente la burguesía alcanza su mayor perspicacia política, lograda sobre la experiencia de siglos de ejercer su acción de clase dirigente, cuando las bases materiales de su dominación están perimidas y se demuestra incapaz de desarrollar la fuerzas productivas de la sociedad. Esta contradicción sirve para mostrar la vigencia de la revolución socialista, en oposición a quienes la han archivado en nombre del triunfo del capitalismo, y refuerza la necesidad de la construcción de partidos revolucionarios a nivel nacional e internacional, pues la burguesía no va a entregar su poder por el simple hecho de que su régimen esté en decadencia, sino que habrá que arrebatárselo por medio de una revolución social. Esta conclusión, a simple vista elemental para un militante de la IV Internacional, fue calificada como ‘anticatastrofista’ por Altamira y su grupo, mostrando su retroceso a posiciones fatalistas o mecanicistas que ignoran la centralidad de la lucha de clases y las tareas de la construcción del partido y de una vanguardia obrera.
Este debate tuvo una manifestación en la Conferencia Latinoamericana, realizada en noviembre pasado. Allí Altamira y su grupo desarrollaron una argumentación curiosa, que no pudieron sostener hasta el final. Imbuidos de la tesis equívoca de la incapacidad de la burguesía de tener iniciativa, dieron un paso más y negaron que exista en Argentina y en América Latina una “ofensiva capitalista”. Los intentos de avanzar en las reformas laboral y previsional en Brasil y en nuestro país, y más en general las disputas entre las potencias por la apropiación de los recursos naturales de la región, eran simplemente negados en nombre de la “crisis”. Esto porque justamente la hondura de la crisis, lejos de negar la ofensiva la potencia, en tanto la única vía de salida que tiene la clase capitalista es reforzar la explotación de la clase obrera para incrementar la tasa de beneficio.
De espaldas a las masas
Cuando aún esta polémica no había concluido, comenzó formalmente el período de debate del XXVI Congreso del PO, lo que permitió juzgar su verdadero alcance. Ante la tesis política presentada por la mayoría del Comité Nacional saliente, Altamira presentó un texto propio en el que estaba ausente por completo un análisis de la lucha de clases del país, las relaciones de fuerzas establecidas y las posiciones de las distintas tendencias que actúan en el movimiento de las masas. El documento admitía esta falencia y prometía subsanarla en un futuro, cosa que a seis meses de su presentación aún no sucedió. Pero la omisión era coherente con el debate que se había suscitado meses atrás. Es que si finalmente el sujeto pasa a ser la “crisis” y no las clases en la lucha que desarrollan entre sí, entonces qué importancia tiene analizar el estado de situación del movimiento obrero y su vanguardia. Teníamos el fatalismo y el mecanicismo en su concepción más pura expresado en un documento congresal. El desconocimiento de la lucha de clases llevó a que el grupo referenciado en Altamira considere que la máxima leninista de tener “el oído pegado a las masas” conduce a la adaptación… a la democracia burguesa. ¡La sorpresa entre los cuadros y la militancia no podía ser mayor! Dirigentes históricos del PO revisando el ABC del marxismo. Ni cabe decir que las consecuencias de esta posición se hicieron sentir de inmediato.
Ignorando las evidencias más irrefutables, el grupo de Altamira negaba que el kirchnerismo y el nacionalismo sean un obstáculo para la conquista de las masas. Mientras el partido se esforzaba, mediante la acción y la agitación políticas, en superar los bloqueos del kirchnerismo o la burocracia sindical y piquetera, Altamira rechazó el planteo de “derrotar el plan de ajuste de Macri y los gobernadores” como “derrotista” (!). Mientras la militancia se esforzaba con todo en sacar las durísimas luchas del período (Interpack o Textilana) de su aislamiento, Altamira negaba que estuvieran aisladas. Mientras el PO intervenía en todas las luchas y organizaba enormes movilizaciones, como las del Polo Obrero, Altamira denunciaba a su propio partido por electoralista, teorizando sobre una tendencia a la rebelión popular que sería un resultado de la crisis de régimen y no de la intervención concreta de los sectores combativos. Mientras tanto, proponía las consignas utilizadas por el PO en 2001 (Fuera Macri, Asamblea Constituyente), ignorando la diferencia entre una situación marcada por la rebelión popular y la crisis actual, donde la burocracia, el PJ y la expectativa electoral en un sector de las masas le han garantizado una tregua al macrismo. Siguiendo la tesis de que el peronismo no es un bloqueo para la izquierda, Altamira propuso la consigna “Fuera Macri” para elecciones provinciales en donde el macrismo no pasó el 20% de los votos, como en Tucumán o Córdoba. El Partido Obrero se jugó durante todo el gobierno de Macri a promover la rebelión popular contra el macrismo, pero no vamos a caer en la trampa de utilizar este eslogan como una consigna electoral que sea funcional al recambio fondomonetarista del PJ.
Altamira afirmaba, por ejemplo, que el movimiento de la mujer ya había roto con los partidos burgueses y chocaba directamente contra el Estado, cuando el Plenario de Trabajadoras combatía dentro del movimiento de mujeres contra la influencia del kirchnerismo. Pronosticó una “situación pre-revolucionaria” si el proyecto del aborto era rechazado en el Senado. Luego, se opuso en forma vergonzante a la propuesta del PdT de una consulta popular por el aborto, sosteniendo que debían presentarse las firmas “en sede judicial” para evitar el Parlamento. ¡Cuando la ley debe ser votada por el Congreso! Altamira ha rechazado la reivindicación política que el PO y el PdT hacen de toda la marea verde, criticando aspectos parciales como las leyes de reforma de la Educación Sexual Integral o el uso del lenguaje inclusivo. En el fondo, rechaza que desarrollemos una intervención revolucionaria y de clase en el movimiento de mujer, descartando el protagonismo que ha suscitado en el propio PO y FIT como una presión “feminista”.
Al rechazo al Frente de Izquierda, Altamira sumó luego la denuncia del Plenario Sindical Combativo, tildándolo de ser un acuerdo con “sectas”. El PSC ha reagrupado a la inmensa mayoría de los sectores de lucha en el movimiento obrero argentino y posibilitado una intervención común en conflictos obreros y paros nacionales. El grupo de Altamira ha ninguneado sistemáticamente el desarrollo del Polo Obrero, tildando de “asistencial” a una fuerza que ha conmovido al país con sus planes de lucha, tejiendo un frente único de acción muy importante contra la cooptación de Macri, Carolina Stanley y el triunvirato papal de organizaciones sociales. La posición de Altamira se opone a las vías de desarrollo político que el partido se abre en las masas.
Propagandismo y elecciones
Estas afirmaciones descabelladas fueron luego evolucionando a posiciones antielectorales. En un documento del grupo altamirista se afirmaba que “preferimos 2.000 obreros a 10 diputados”, como si la conquista de la clase obrera en esta etapa puede oponerse a la intervención revolucionaria en el proceso electoral. Este cretinismo antielectoral, viniendo de Altamira, fue especialmente llamativo, dado que fue quien, en 2011, desarrolló la posición de que la formación del Frente de Izquierda permitió recuperar la política socialista en las elecciones, priorizando y permitiendo una demarcación de clase sobre las peleas entre la izquierda. El cambio de posición, sin duda, estuvo motivado por el lugar que a Altamira le tocó jugar en cada momento. Cuando era él el candidato, la intervención electoral de los revolucionarios tenía determinado peso, y cuando él no fue candidato otro. Así, la subjetividad reemplazó el análisis objetivo de la acción política.
Conforme desarrollaba estas posiciones, Altamira fue virando a una crítica ultrista y fantasiosa de la política del PO en las legislaturas y parlamentos. Denunció el voto en favor de la ley Micaela, ignorando nuestra propia posición, explicando los límites de esa iniciativa y el hecho de que la ley fue un reclamo concreto de familiares de víctimas de femicidios. Denunció el proyecto de Guillermo Kane de juicio político a la gobernadora Vidal por la masacre de Sandra y Rubén en Moreno, sosteniendo que el mismo, para prosperar, debía contar con el aval del PJ y el massismo. ¡Cuando, justamente, el proyecto sirvió para desenmascarar el sostén de estos bloques a Vidal! Mientras nuestros parlamentarios estaban en las calles enfrentando el plan de ajuste, Altamira desarrolló la tesis de una adaptación “parlamentarista” del PO. Un sinsentido, que sostuvo recurriendo a la falsificación de las intervenciones parlamentarias de Romina del Plá en el debate interno.
Este retroceso político y teórico del grupo de Altamira mostró su tendencia a convertirse en un grupo propagandista, ante las dificultades y bloqueos que objetivamente presenta la lucha de clases para conquistar a las masas para nuestras posiciones y organizar a la vanguardia en un partido revolucionario. Esta involución política manifiesta vino de la mano de las consignas que este grupo planteó y de una revisión del método del Programa de Transición de la IV Internacional. Mientras éste busca trazar un puente entre la conciencia actual de los trabajadores y la toma del poder por la clase obrera, superando por esa vía la contradicción entre las madurez de las condiciones objetivas de la revolución y la inmadurez subjetiva, el grupo de Altamira renuncia a estas consignas transicionales en nombre de “planteos de poder”, como la Asamblea Constituyente que, para colmo, son consignas que deben usarse de modo episódico, en tanto se trata de planteos democrático-burgueses que pueden ser usados por las fuerzas del régimen en su propio beneficio. El método del Programa de Transición es otro: la cuestión del poder atraviesa el conjunto del programa, articulando un sistema de consignas que impulsa la intervención de la clase obrera en choque con la clase capitalista. El Programa de Transición incluso valora las consignas llamadas ‘mínimas’, en tanto éstas sirvan para movilizar a los trabajadores contra el Estado, sus partidos y la clase capitalista. El eje del programa de transición es la conquista de las masas para superar el atraso subjetivo que impide terminar con el régimen de dominación del capital, largamente perimido por la historia. El grupo de Altamira ignora este método simplemente porque ha renunciado a conquistar a las masas a través de una lucha implacable de partido.
Régimen interno y partido de combate
El debate del XXVI Congreso conectó esta polémica de fondo con el régimen interno del Partido. Lo hizo de un modo peculiar, ante la denuncia sin fundamento de Altamira de que el partido estaba en un estado avanzado de burocratización. Pero la amplitud de la polémica por sí misma alcanzaba a refutar la tesis altamirista. Más aún, el debate suscitado en el partido, las polémicas en el Comité Nacional que eran de conocimiento de toda la militancia, los congresos regulares realizados anualmente, junto con conferencias especiales convocadas para distintos temas, mostraba una superación del régimen existente en el pasado, que tenía una impronta personalista extrema por parte de Altamira. El crecimiento del partido, de su influencia y de su militancia había impactado positivamente dentro del PO, pasando de un régimen de dirección fuertemente personal a uno colectivo. Esa transición no se hacía sin superar resistencias. El grupo altamirista vio en esa modificación un retroceso estratégico porque identificaba al programa del Partido Obrero con el propio Altamira. En un texto interno, Marcelo Ramal llegó al extremo de calificar a Altamira como el “hombre programa”. El retroceso a grupo propagandista fue acompañado con una alta dosis de mesianismo personalista.
Luego de quedar en minoría en el reciente XXVI Congreso, Altamira y su grupo pretenden ahora una nueva modificación del régimen interno, pero que modifica radicalmente el carácter del propio partido. El PO es un partido de combate, basado en un programa revolucionario. Su régimen interno está adaptado a esa definición estratégica. El Estatuto del PO habilita el derecho de tendencia y fracción, para desarrollar lealmente el debate interno en el partido que puede asumir, en determinadas situaciones, la forma de una dura lucha política. A la vez, este amplio debate interno que, repetimos, puede alcanzar la formación de tendencias o fracciones, va de la mano de la defensa de la unidad de acción del partido sobre la base de lo que se vota democráticamente en los organismos partidarios. La realización de congresos anuales del PO es la expresión consecuente de este método político. Ahora bien, el grupo de Altamira se ha autoproclamado “fracción pública” para actuar como un partido propio, desarrollando hacia fuera de la organización sus propios planteos y actividades. Pero nuestro Estatuto no habilita tal “fracción pública” por una cuestión estratégica y no disciplinaria, que tiene que ver con la defensa de la unidad de acción de partido. Un principio innegociable, que proyecta al interior de la organización la defensa del frente único de clase. Por otro lado, la diferencia entre una fracción y una organización separada es el reconocimiento obligatorio para la fracción del congreso y el Comité Nacional que el congreso elige, algo que el grupo de Altamira se ha negado a hacer.
El planteo de Altamira pretende modificar drásticamente el carácter del PO. Con su nueva concepción, en vez de un partido de combate pasaríamos a ser un “partido de tendencias”, del tipo el PSOL de Brasil o el Partido Anticapitalista de Francia. En estos partidos, las tendencias actúan como partidos independientes, con su programa, propaganda y actividades. Sus congresos no son la instancia suprema de resolución de lo que el partido hará unificadamente, sino un registro de la relación de fuerzas establecida entre las distintas tendencias. Una versión de este partido nos fue propuesto por el PTS el año pasado. El Comité Nacional del PO rechazó dicho planteo, mostrando que la propuesta encubría un retroceso programático a posiciones movimientistas y democratizantes. En cambio, Jorge Altamira por su cuenta, en un “Altamira responde”, le pareció que la propuesta era saludable y llamó a abrir un debate para concretarla. El carácter del partido está determinado por sus objetivos estratégicos. Los llamados ‘partidos de tendencias’ que acabamos de enumerar se han formado sobre la base de renunciar al programa revolucionario. En el caso del Secretariado Unificado, esto llegó al extremo de que retiren de su programa la dictadura del proletariado. En el caso de Altamira y su grupo, la involución cobra otra forma: la de pretender transformar al PO en un grupo propagandístico, que renuncie a la conquista de la vanguardia obrera y a través de ella de las masas. En ese sentido, Altamira sigue un curso similar al de Guillermo Lora, dirigente histórico del POR boliviano, que nunca renunció de palabra al programa revolucionario pero destruyó al POR hasta reducirlo a una secta impotente. En el POR, ese retroceso estuvo determinado por las dificultades que encontró para superar al nacionalismo burgués boliviano, que al día de hoy sigue primando sobre las masas obreras y campesinas. Lora decidió reemplazar al Programa de Transición y su método político por el llamado a las masas a que se eleven al programa revolucionario, condenando al POR a la pasividad. Los cuadros del PO tuvieron la posibilidad de ver esta involución del POR y crearon los anticuerpos para evitar que la historia se repita en nuestro partido.
Las divergencias planteadas por el grupo rupturista bien podrían ser parte del debate del propio partido. Nuestro método de congresos anuales regulares y la publicación de las posiciones en boletines internos ofrecían el marco para desarrollar una lucha política leal. La decisión de Altamira de avanzar en una ruptura, autoproclamando una fracción pública que es, de hecho, otro partido, muestra un grado pronunciado de descomposición política. La tesis del “hombre- programa” defendida hasta el bochorno por Ramal ha encubierto con un barniz revolucionario una posición pequeño-burguesa de priorizar apetitos personales sobre el propio partido.
La vigencia del PO
La asimilación crítica de esta experiencia del POR fue reforzada por la acción del Partido Obrero, que ha conquistado para sus filas a cuadros revolucionarios probados de distintas generaciones de revolucionarios. En el PO están los cuadros que vienen de los ’60 y ’70, que fundaron la organización y atravesaron la criminal dictadura de Videla y Massera, junto con quienes se incorporaron en la lucha contra la experiencia democrática del alfonsinismo, los que enfrentaron la década del ’90, en momentos de restauración capitalista a nivel internacional. Estos cuadros y la inmensa mayoría de la militancia es la protagonista ahora de una lucha de importancia histórica y estratégica: defender al Partido Obrero contra una fracción liquidacionista impulsada por su fundador. La vitalidad de nuestro partido, su carácter revolucionario y sus reservas enormes de lucha están permitiendo lograr lo que ningún otro partido que se reclama de la IV Internacional lograra hasta el momento, que es superar las tendencias liquidacionistas cuando éstas vienen de su dirigente fundador. El golpe que implica para el Partido Obrero la ruptura precipitada por Altamira deja, sin embargo, este saldo favorable, que pasa a ser parte de nuestro acervo político y teórico.
La vigencia histórica de nuestro partido está asegurada por sus cuadros y su militancia, que han asimilado las lecciones de la lucha de clases, incluso cuando ésta impacta dentro de su propia organización.
La política de nuestro Partido Obrero, frente a esta escisión artificiosamente provocada es y será que todos aquellos dirigentes y compañeros que quieran reincorporarse, con honestidad a la lucha revolucionaria del Partido Obrero, tienen aquí su lugar.
Más que nunca, ¡viva el Partido Obrero! ¡Vamos por la unidad internacional de los trabajadores, por la refundación de la IV Internacional y el socialismo!
04/07/2019