El compañero Pablo Giachello ha decidido impugnar el artículo “Panorama mundial”, que escribió Jorge Altamira para el último número de En defensa del marxismo. Ese artículo, Giachello no lo aclara, representa un balance político de la última Conferencia Internacional y del informe que fue expuesto por el mismo Altamira en el último Congreso del partido. Pablo presentó inicialmente esta crítica, de modo verbal, en la última reunión de Comité Nacional.
La otra curiosidad del texto de Pablo Giachello es que él critica una frase dentro de un artículo extenso sobre la situación mundial del momento. ¿Se puede concluir de esto que avala el conjunto de la tesis que está expuesta en ese artículo? No. Increíblemente, Giachello no cuestiona al conjunto de esa tesis, ni las conclusiones del Conferencia Internacional de abril, ni el informe al Congreso del partido -ni qué decir de la campaña desarrollada por la Comisión Internacional, e incluso por otros compañeros que no pertenecen a ella, para difundir las conclusiones de la conferencia y del congreso. En resumen, cuestiona dos renglones de un artículo extenso, que desarrolla la crisis mundial en sus diferentes manifestaciones -los choques entre Trump y Corea del Norte, la guerra comercial entre China y Estados Unidos, el agravamiento de la crisis financiera internacional, entre otras. Giachello sólo pone el ojo en dos renglones referidos a América Latina, donde está escrito: “la burguesía ha perdido la iniciativa estratégica”, que “ha pasado, al menos, potencialmente, a la izquierda independiente de los bloques capitalistas” (“al menos”) (!!!).
Pablo no se toma el trabajo de señalar si estos dos renglones se encuentran en contradicción o en conformidad con el artículo en su conjunto. Si el planteo de esos dos renglones se encuentra en sintonía con la conclusión general, entonces debería haber criticado el artículo en su conjunto. Pero no, se ensaña con los dos renglones.
“Sentencia histórica”
Ya en tren de criticar la “pérdida de la iniciativa estratégica” de la burguesía, Giachello admite que esa categoría, valdría, sí, pero sólo como “sentencia histórica”. Este señalamiento, sin embargo, partió del propio Altamira en el citado intercambio del Comité Nacional, cuando le señaló a Pablo que la “pérdida de iniciativa estratégica” es la consecuencia lógica y práctica de la “decadencia histórica del capitalismo”. Se refiere, claro, a la etapa de podredumbre del capitalismo, de los monopolios y la tesis de “guerras y revoluciones”, que desarrollaron la III y la IV Internacional. Cuando Pablo, en su texto, concede que la pérdida de iniciativa de la burguesía debe rebajarse a la condición de “sentencia histórica”, se desinteresa de la historia, que no pasaría de ser una sentencia. Parece que no ha reparado en el primer parágrafo del “Programa de Transición”, a saber, que existe una “crisis histórica de la humanidad”. Naturalmente, esta categoría -o “sentencia”- se manifiesta en forma concreta, no en la fantasía ideológica, en el agotamiento de las fronteras nacionales y el nacionalismo como movimiento históricamente progresivo; en el fracaso del reformismo; en la estrategia política de la transición (pasaje de las lucha inmediatas a la revolución), en la inviabilidad de los partidos amplios, parlamentaristas y sindicaleros. La historia es concreta, lo circunstancial es aleatorio. En nombre de esta “sentencia histórica”, Trotsky denunciaba la caducidad del reformismo, con su división entre programa mínimo y máximo; las 21 Tesis de la Internacional Comunista denunciaban, por esa misma razón, el parlamentarismo de la socialdemocracia como un régimen de cooptación política de la aristocracia obrera por parte del Estado capitalista. El “Programa de Transición” nos enseñó a enlazar esa lucha cotidiana con una salida de poder, a partir del señalamiento de la etapa de decadencia histórica del capitalismo.
Siempre en el terreno de la “sentencia histórica”, Giachello no se olvida que estamos en la “etapa de senilidad y descomposición del capitalismo”. Pero Pablo usa esta caracterización de un modo negativo; la desecha como categoría concreta y la relega para un tiempo futuro indeterminado. Algo similar hicieron Mandel y el Secretariado Unificado, cuando teorizaron sus ondas largas y una nueva época del capitalismo tardío, para negar un derrumbe del capital que, sin embargo, se hizo patente pocos años después. Estamos ante una desnaturalización de la caracterización de la época, que pone en cuestión el desarrollo de una política internacionalista. Lo que ocurre es, sin embargo, lo contrario, pues se repiten las oportunidades de saltos políticos, que la izquierda no es capaz de aprovechar, esto desde el Mayo de 1968 a las revoluciones árabes. La izquierda acogió el Argentinazo con una lucha faccional feroz, sea en el movimiento piquetero o las asambleas populares, y luego en las elecciones de 2003; no es porque la iniciativa la tenga la burguesía, que buena parte de ella apoyó a la burguesía agraria en 2008, precisamente, en medio de una gran fractura del frente burgués. ¿Y el ascenso de huelgas que dio lugar al PT? La guerrilla sandinista llegó al poder mediante una gigantesca revolución, cuando se encontraba dividida en tres y en retroceso, incluso relativamente desmoralizada, porque supo operar desde la defensiva ante un régimen en crisis política, por un lado, y una enorme bronca popular, por el otro, como consecuencia de las demoras en reconstruir a Managua, después del terremoto que la destruyó, y la corruptela subsiguiente. Incluso los partidos del Foro de São Paulo llegaron al gobierno como recursos del capital, ante situaciones de crisis políticas y derrumbes económicos, potencialmente revolucionarios. El árbol tiene uvas, pero los zorros le echan la culpa al árbol por su incapacidad para arrancarlas. El planteo de Pablo, lamentablemente, es derrotista.
Lenin juzgaba a esa “etapa de senilidad” -el imperialismo- dialécticamente, esto es, como la reproducción ampliada de todas las contradicciones del régimen social capitalista. El “capitalismo senil” abre “una época de transición”, dice, entre el estadio histórico del capitalismo y el socialismo. El capital no cesa de funcionar y pelea políticamente su sobrevivencia, cuando la democracia clásica de su historia se agota y la sustituye por Estados policiales y guerras. Ha impuesto la restauración capitalista para enfrentarse enseguida a un conflicto mortal con las potencias que emergieron de esa restauración, en tanto que los Estados restauracionistas trocaron el impasse del socialismo en un solo país por una crisis capitalista mundial que los llevará a nuevas revoluciones. ¿El Brexit es la evidencia de la iniciativa histórica del capital o la disolución creciente de la Unión Europea?
“Panorama mundial” se ocupa de situar la “sentencia histórica” en los términos de una nueva transición al interior de la crisis mundial. Caracteriza, por un lado, al agotamiento de la tentativa de rescate con la cual se abordó la bancarrota de 2007-2008 -el emisionismo desenfrenado para salvar a los bancos y, por otro lado, el “agotamiento relativo de la etapa de ganancias extraordinarias ofrecidas por la integración al mercado mundial de China o Rusia” -o sea, los límites de la restauración capitalista para operar como factor contrarrestante de la declinación capitalista. La “ingobernabilidad” de América Latina, que Giachello descarta, es un resultado de esta nueva etapa de la crisis. No deviene, por lo tanto, de una “sentencia histórica” -sino de estas determinaciones concretas, que el texto desarrolla extensamente. El capital sobrante que financió las burbujas especulativas de los países emergentes -e inflacionó los precios de sus materias primas- refluye hoy para escapar de un derrumbe de esos emergentes y por presión del Tesoro norteamericano, que necesita financiar un déficit explosivo. Desde el “Panorama mundial” hasta hoy, se ha consumado un golpe militar en Brasil, que recibió un apoyo electoral plebiscitario, las típicas características del bonapartismo. El bonapartismo es un típico régimen de excepción, más aún cuando es senil. México es otro ejemplo: ha ganado un “outsider” en forma plebiscitaria y enfrenta enseguida una movilización migratoria, que replica la crisis Europa-Medio Oriente en territorio latinoamericano. El ingreso de los Trump y Netanyahu a la política de América Latina también traslada las guerras de Medio Oriente a América Latina.
Las “sentencias” o categorías históricas no son un cuadro en la pared. El desafío de los revolucionarios es examinar su desarrollo en las condiciones de nuestra actuación. Las categorías históricas y su verificación constituyen una unidad contradictoria entre la época y el momento político: separarlas, como se hace en el caso de Giachello, conduce al empirismo -o sea, al seguidismo a la corriente política dominante. La burguesía se sirve de su dominio de clase y lo presenta ante las masas como “natural” y eterno, para ocultar que ha perdido la iniciativa histórica y ocultar la tendencia a la disolución del régimen social que lidera. Del mismo modo, trabaja por inocular en las masas la conciencia de una sociedad inmodificable. Nosotros tenemos que resolver esa contradicción a través de una acción política sistemática, a través de la propaganda, la agitación y la organización.
Guerras, revoluciones e “Iniciativas estratégicas”
El artículo de Altamira señala que la crisis mundial “acentúa la lucha de clases y la tendencia a la guerra, de un lado, y la revolución, del otro”: ¿o la guerra puede separarse de la revolución y de la guerra nacional contra el imperialismo? La caracterización de la etapa en “Panorama mundial” vuelve a reencontrarse con la “sentencia histórica” -en este caso, de Lenin, que aludía al imperialismo como época de “guerras y revoluciones”. “Panorama Mundial” señala, en definitiva, que se han quebrado los precarios equilibrios económicos y políticos preexistentes, y que un nuevo equilibrio sólo podrá alcanzarse a través de choques entre las clases y crisis políticas de fondo. Esa nueva ruptura gigantesca de equilibrios es, precisamente, lo que está ocurriendo en América Latina. La bonanza relativa financiada por la liquidez internacional y los altos precios ha llegado a su fin, obligando a los regímenes continentales a resarcirse de la crisis a costa de brutales ajustes contra las masas. Nuestra literatura, incluyendo a Giachello, ha repetido centenares de veces que la bancarrota de 2001/2 no se ha cerrado, algo que constituye un absurdo descomunal si no se lo entiende en un sentido histórico-concreto.
Lo que Giachello presenta como “iniciativa estratégica” de la burguesía continental es, sencillamente, la reacción más o menos improvisada de las clases dominantes para remontar la bancarrota de sus países. Se desarrolla un revulsivo fenomenal de la lucha de clases: la “pacífica” Costa Rica ha sido sacudida con huelgas masivas contra la reforma jubilatoria; por esta misma cuestión, el sandinismo ha sido enfrentado por una rebelión popular, que le ha quitado su legitimidad histórica en la conciencia del pueblo. El proceso peruano, que había quedado monopolizado entre variantes derechistas, asiste ahora al hundimiento de todas ellas. La pretensión de pacificar Colombia a través de la cooptación del campesinado a un desarrollo capitalista agrario ha vuelto a fracasar y, en consecuencia, recrudece la guerra civil en el campo. La tarea de un partido revolucionario no es disculparse por su caracterización de la declinación catastrófica del capitalismo, sino ponerla en evidencia en la etapa política concreta. ¿O ahora vamos a adherir a la tesis de “la crisis orgánica” de Gramsci, que sus epígonos han utilizado para rechazar la decadencia del capitalismo y la época de guerras y revoluciones? La posición de Pablo, que no es solamente de él, es una regresión teórica y política en la historia de nuestro partido.
Giachello confunde a una supuesta “iniciativa estratégica” de la burguesía con la presión social y política de la burguesía contra los explotados, en el marco de la crisis o bancarrota del capital. El capitalismo decadente es, obviamente, más implacable y sanguinario que el de ascenso. Es su naturaleza, no tiene nada que ver con una capacidad para impulsar el desarrollo histórico. Pero, según Marx, es esto lo que determina históricamente la revolución: el grado alcanzado por la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción. ¿O el compañero Giachello cree que “Panorama…” exagera este conflicto irreconciliable? La crisis y la agudización de la lucha de clases provocan mayores luchas y produce desplazamientos políticos al interior del movimiento de las masas. De cara a esta realidad, Giachello recae en el clásico “pesimismo” que envuelve en estas horas al centroizquierismo o nacionalismo continentales, que responsabilizan a la ‘inmadurez de las condiciones objetivas’ sus propios fracasos políticos. Pablo tiene que contestar a esta pregunta: ¿las condiciones objetivas están o no maduras para la revolución? Si lo están, la ausencia de victorias revolucionarias y aún las derrotas obedecen a una crisis de dirección, la cual sostiene que no están maduras, y no a una iniciativa histórica del capital. Si no entendemos esto, no entendemos tampoco el carácter de nuestras diferencias con IS y el PTS, que son las mismas que tiene Giachello con los planteos del Partido Obrero, a lo largo de su historia.
Un réquiem a la izquierda revolucionaria
Pablo coloca en cuestión la posibilidad de un desarrollo revolucionario planteado a partir de un programa y una estrategia política. Dice que la “iniciativa estratégica” no podría pasar a manos de la izquierda revolucionaria, siquiera potencialmente, porque esa izquierda es “raquítica o virtualmente inexistente” en el continente. ¿Es este un método militante para considerar las condiciones de nuestro desarrollo político? Desde luego que no. Las condiciones de existencia de una izquierda revolucionaria son una clase explotada y subversiva, por un lado, y la caducidad histórica del régimen de explotación existente, del otro.
Abolida la decadencia de la burguesía, pasamos, con una lógica implacable, a la abolición de la posibilidad de desarrollo de la izquierda revolucionaria.
Ciertamente, el recuento de fuerzas en una lucha es una exigencia que no se puede soslayar: cuanto más débiles, más empeño hay que poner en desarrollarlas; en primer lugar, explicando la decadencia del capital, el carácter de la época. Giachello pretende, al revés, determinar el carácter de la época y los desafíos que impone a la izquierda revolucionaria, de acuerdo con las fuerzas que esa izquierda haya acumulado. Es una estructura lógica derrotista. La Tesis de la Conferencia Latinoamericana de 2016, escrita, por otra parte, por el imputado en esta ocasión, plantea el desarrollo de una estrategia política para intervenir en la crisis y, de este modo, superar el “raquitismo”. Giachello nos plantea el camino opuesto, a saber, constatar el “raquitismo” para condicionar el desarrollo de una estrategia. Señala, en primer lugar, que “descartados los oportunistas y los que carecen de un planteo de poder”, la izquierda que tendría, “al menos potencialmente”, la iniciativa estratégica, es la que participa de la CRCI o de sus actividades. Pero, a la hora de la CRCI, Giachello nos llama a “indagar sobre nuestro propio desarrollo y el de las corrientes con las que comulgamos política y programáticamente” -o sea, que ni la CRCI revista como una izquierda con potencialidad. Nuestras “convocatorias modestas -dice- desmienten de plano la tesis de que la iniciativa estratégica, potencialmente, habría pasado, en América Latina, a manos de la izquierda independiente del capital”. Giachello no sabe que acaba dar una puntada a una revisión de la historia de los bolcheviques: mientras los Estados imperialistas tenían tanta iniciativa que podían mandar a la muerte a millones de personas en la Primera Guerra Mundial, la izquierda raquítica de entonces, la de Zimmerwald y Kienthal, no llenaba, según Rosa Luxemburgo, un sofá. Fue, sin embargo, la que dos o tres años más tarde encabezaría la Revolución de Octubre y fundaría la III Internacional.
“Esa izquierda -dice Giachello- ha llegado a esta fase de la crisis en condiciones modestas, por razones que debemos indagar.”Esa “modestia” invalidaría ahora que la CRCI o sus organizaciones afines, aún trabajando con una orientación adecuada, pudieran emprender una “iniciativa estratégica”. El círculo, como se ve, se ha cerrado sobre sí mismo. Giachello reitera un método que ha poblado la historia de las sectas pretendidamente trotskistas a lo largo de su historia, que encubren su propio fracaso, en momentos políticos cruciales, con la especie de que “lamentablemente, no existe una dirección revolucionaria”. De esa manera, la izquierda presente autojustifica su propia inacción, en lugar de presentar un balance de su política a la luz de los hechos. Nosotros siempre hemos actuado con el método antagónico: una determinada caracterización nos ha llevado a formular una política y un programa para el impulso de una organización revolucionaria, sin especular con el mayor o menor de nuestro “raquitismo” y de quienes estuvieran dispuestos a adoptarlo. Es el método que siguió Trotsky en los años ’30, orientando a los núcleos más golpeados y escasos de una vanguardia golpeada por el doble flagelo del fascismo y el estalinismo. Con ese mismo método, fundó la Cuarta Internacional. La IV Internacional nació, como la III, de la unión de la estrategia con el “raquitismo”, dicho para entendernos. Giachello, con su método, cuestiona la oportunidad de la fundación de la Cuarta; él la dejaría para dentro de unas décadas más. Giachello, a su modo, sin embargo, tiene razón, porque ochenta años más tarde no hemos alcanzado el objetivo. Pero precisamente por esto, la clase obrera no pudo defender a la URSS contra la restauración capitalista ni frenar la descomposición social de la humanidad. O sea que la IV debía ser fundada, sin importar el tiempo que demorara su conversión en una organización de masas. Interesante, sin embargo, es cómo la defensa de la iniciativa histórica de la burguesía lleva, vía raquitismo, al escepticismo, para decirlo en términos moderados, sobre la posibilidad de reconstruir la Cuarta Internacional.
Giachello termina su caracterización de la CRCI con una pregunta -“debemos indagarnos sobre nuestro desarrollo”. Pero él sabe, o debiera saber, que no existen las preguntas allí donde no están las respuestas. Interpelar la lucha por la IV, en los términos así expuestos, lleva, por un lado, a un liquidacionismo, o sea al nacional-trotskismo (después de todo, nosotros seríamos la única izquierda no raquítica) o, por otro lado, al “partido único” o “amplio”, donde dejaríamos de lado la estrategia para resolver el raquitismo. El liquidacionismo sería la renuncia a continuar la lucha por el desarrollo de núcleos revolucionarios en el continente. La renuncia a un método -programa, lucha política, organización-, para poner a la organización por la organización misma, sin programa. Eso es el método de los partidos “amplios” o “anticapitalistas” que propugnan el PTS y otras corrientes del morenismo. Para Giachello, “los aciertos tácticos, en toda la fase previa a los momentos de alza de la lucha de las masas, sólo si encarnan en una organización pueden transformar a ésta en una fuerza social y política capaz de candidatearse a la lucha por el poder”. ¿Pero qué son los “aciertos tácticos” sin una finalidad estratégica? Jorge Altamira ha relatado, en charlas, que, en 2002, Lula interpeló a los delegados al Congreso del PT si “quieren llegar al gobierno”. Cuando escuchó un estruendoso sí, respondió: “entonces van a tener que tragar sapos”. Un fenomenal “acierto táctico” en la perspectiva estratégica de la colaboración con el imperialismo. No solamente hay que tener una estrategia, los luchadores y las masas deben conocerla: no se pasa de la conciencia inmediata a la socialista por medio de un agregado de luchas; tiene que estar presente en el programa y la propaganda y agitación política del partido revolucionario. La “organización” no crea la política revolucionaria, es esta la que crea aquella.
El compañero no se interroga sobre la lucha política que libraron el Partido Obrero, la CRCI, y antes la Tendencia Cuarta Internacionalista, para desarrollar organizaciones revolucionarias en el continente. Nosotros constituimos grupos y organizaciones a partir de planteos y delimitaciones políticas definidas, no hemos nacido ayer. Los retrocesos -o incluso rupturas- siempre estuvieron, en última instancia, asociados a esas luchas y presiones políticas. La que fuera nuestra organización en Brasil, Causa Operaria, rompió con la CRCI alegando razones organizativas. A poco de andar, sin embargo, terminó en descomposición, como tributaria del petismo. Pero por el método que hemos seguido, la lucha por una organización revolucionaria en Brasil ha quedado documentada en textos extraordinarios, publicados en Internacionalismo o En defensa del marxismo, en experiencias enormes de lucha política y sindical, que van a contribuir a los cimientos de los objetivos que hoy tenemos en ese país. Lo mismo vale, en un plano más general, para la lucha política librada contra el Secretariado Unificado y su adaptación democratizante (“democracia socialista”), la degeneración sectaria del lorismo o el morenismo. El Partido Obrero no existiría sin esa lucha internacional y las delimitaciones con los grupos “raquíticos”, todo al revés de lo que describe Giachello, para quién seríamos el fruto maduro de una semilla sembrada en el territorio nacional. El método que nos propone Giachello para el desarrollo de una acción internacional debiera conducir a la incineración de todos los libros, folletos y periódicos de nuestros 55 años de lucha política como Partido Obrero y como corriente internacional. ¿Qué habría sobre la mesa de materiales que ponemos en la entrada de nuestras actividades?
Brasil, Argentina, Asamblea Constituyente
El compañero arremete, por último, contra lo que sería un “abordaje objetivista de la crisis, despreciando el carácter concreto de la lucha de clases”. Una cosa sería “la crisis capitalista” -o sea, la deuda brasileña igualando al PBI, la bancarrota industrial, etcétera. Otra cosa “la lucha de clases y las fuerzas políticas que intervienen”. Giachello borra de un plumazo, con esa acusación, otra de las luchas estratégicas del Partido Obrero, a saber, la de haber asumido como punto de partida de nuestra acción la “tendencia del capital a su autodisolución”. Finalmente, la subjetividad revolucionaria se desarrolla como la conciencia de una cierta condición objetiva -a saber, la de la declinación capitalista.
Giachello razona que la crisis “le resta a la burguesía brasileña (o argentina) las bases para un régimen estable” pero, al mismo tiempo, reivindica que “la obliga a redoblar su ofensiva contra las masas”. ¿Y entonces? ¿La táctica subordina a la estrategia? ¿En algún lugar, la “ofensiva” creó las “bases para un régimen estable”? ¡El capitalismo viene en declive, en Argentina, desde la crisis del ’30! ¿Qué es un régimen estable, la vieja democracia que nunca existió? En las condiciones de decadencia del capital, el único régimen estable es la barbarie -el ingreso a otro estado de civilización. Socialismo o barbarie significa, exactamente, lo siguiente: sin iniciativa revolucionaria socialista, el destino de la sociedad, bajo la iniciativa de la burguesía, es la barbarie. Cuando decimos que la crisis del capital crea las condiciones de la iniciativa revolucionaria en el período, estamos diciendo que la historia interpela al proletariado y a su vanguardia. A este desafío gigante, el compañero Giachello dice: “no, gracias, estoy elucubrando una táctica para cuando haya un alza. Cuando pique la carnada remonto el hilo”. ¿En qué escenario histórico pretende Giachello desarrollar una dirección revolucionaria? Si el derrumbe social y político de los regímenes continentales no hubiera tenido lugar, la posibilidad de una iniciativa estratégica, siquiera “potencial” (Jorge Altamira), de la izquierda revolucionaria sería una ficción, sólo apta para blanquistas, que apoyaban sus conspiraciones políticas en consideraciones tácticas.
La “ofensiva capitalista” -que Giachello señala para Brasil y Argentina- es la expresión de una agudización de la lucha las clases; de otro modo, no pueden entenderse la caída de ministros y el debilitamiento del gobierno cada vez que hay grandes jornadas, como el 2×1, el 8 de Marzo y las jornadas por el aborto legal, el 14 y 18 de diciembre, y las movilizaciones de organizaciones sociales o luchas parciales de estudiantes y de obreros, incluidas las ocupaciones de fábrica y los paros generales. El choque dentro de la clase capitalista, el gobierno, el Poder Judicial, es incesante. Está muy bien denunciar los ataques del capital e incluso “exagerarlos”, para incentivar la lucha para derrotarlos; otra cosa es usarlos para ningunear la crisis política y la oportunidad que ofrece a los obreros para ir a luchas de mayor calado y mayor alcance. El manejo de la “ofensiva” con este propósito es desmoralizador.
Bolsonaro es el resultado de un gigantesco vacío político o, dicho de otro modo, de la “ingobernabilidad” de Brasil, que ha llevado a la consumación del golpe militar que se puso de manifiesto en la destitución de Rousseff y culmina con un plebiscito que da forma a un régimen bonapartista de varias cabezas. Ya Marx había visualizado, en el segundo Bonaparte, la decadencia del capital, que renunciaba al poder, dijo, para salvar el bolsillo. La guerra y la Comuna de París terminaron con ese bonapartismo -al que Marx tildó de “farsa”. Ahora, la “gobernabilidad” del protofascista deberá ser probada en la lucha de clases y crisis políticas. En el texto que presenté al último Congreso del Partido Obrero, caractericé el “inmovilismo” del régimen macrista, que culminó en poco tiempo en la crisis financiera, la crisis de gobierno y grandes jornadas obreras.
Precisamente, y en relación con la crisis argentina, no sorprende que Giachello relativice o condicione un planteo de poder -“Fuera Macri, Asamblea Constituyente”- a un “sistema de consignas”, paro activo, plan de lucha- para “derrotar la ofensiva contra las masas”. Sin este “escalonamiento -nos dice-, el planteo de poder sería un planteo exclusivo de propaganda”. Podríamos contestar que sin un planteo estratégico, no hay forma de convertir lo inconsciente en consciente -o sea, dejar el espacio para beneficio de la burocracia sindical y el peronismo. La exhortación a la lucha es también pura propaganda, porque todo lo que se quiere organizar debe ser propagandizado. Giachello arremete contra una de las armas de lucha fundamentales de los marxistas, y de todo el mundo, por supuesto.
Pero ¿podría haber un “planteo de poder”, de nuestra parte, que no sea de “propaganda”, al menos hasta las vísperas mismas de la toma del poder? “Todo el poder a los soviets”, ¿no era propaganda? Explicar la necesidad de que los soviets tomen el poder, ¿no nació como propaganda? Más aún, fue atacada por la dirección del partido, ¡por propagandística! Hace sólo un año que discutimos la Revolución de Octubre, y ya se cayeron todas las conclusiones.
La Asamblea Constituyente libre y soberana es un llamado a las masas a poner fin al régimen político, en las condiciones del momento de la conciencia de las masas y del conjunto del impasse político. La Constituyente denuncia ante las masas, en forma militante, una crisis de régimen, de la cual la burguesía es, sí, plenamente consciente y discute todo el tiempo. Esa crisis se desenvuelve, ante los ojos de las masas, como un proceso caótico, lo que le inhibe el inicio de una acción histórica propia. Los socialistas rusos fueron a la revolución de 1905 con la consigna de la República desde el inicio, a la cual arribaron las masas seis u ocho meses más tarde.
Constituye un formidable error político condicionar la propaganda y agitación políticas para que se vaya el gobierno y por la Constituyente al escalonamiento previo de consignas de carácter sindical, al “ascenso”. En 2016 vimos una “crisis de poder” donde ella no existía, y ahora que se encuentra en desarrollo es negada en nombre de las luchas. Ese pretendido “sistema de consignas” supone que las masas sólo podrían “acceder” a la comprensión de la crisis política trepando por el escalón sucesivo del reclamo de paros activos y planes de lucha. Hace más de un siglo ya que Lenin enfrentó a quienes sostenían que “la lucha política de la clase obrera es sólo la forma más desarrollada de la lucha económica” o que “las reivindicaciones políticas inmediatas se hacen asequibles a las masas después de una huelga o, a lo sumo, de varias huelgas” (Lenin en el Qué hacer, citando a los economicistas de entonces). A ellos, Lenin les respondía que la “forma desarrollada” de la lucha económica era la “lucha política”… por la consagración de esas reivindicaciones bajo el capitalismo (reformismo), pero no la lucha revolucionaria por la destrucción del orden social imperante. En el “sistema de consignas”, Lenin recomendaba fuertemente una agitación política “de arriba hacia abajo”, y con un carácter independiente y propio respecto de la lucha económica o sindical del proletariado. Llamaba a despertar el interés “de todas las clases sociales” acerca de la política y el Estado. La lucha sindical anima e interesa a las masas en la vida social y política, y constituye una escuela revolucionaria necesaria, insustituible, que es alimentada por una agitación política que denuncia la naturaleza del poder y sus mecanismos en relación con todas esas y otras luchas. La “propaganda”, formulando una salida social y política antagónica al régimen existente, debe chocar necesariamente con las ideas y prejuicios que ese orden inocula sobre las masas. Esa contradicción debe resolverse por medio de la explicación sistemática de las ideas, su popularización (agitación) y finalmente la organización y el reclutamiento. La pretensión de suplantar esa lucha por la “consigna diaria” o inmediata lleva al partido al empirismo y, en última instancia, a su disolución como fuerza revolucionaria. El enemigo definitivo del propagandismo fue el reformista Bernstein, para el cual “el movimiento lo era todo y el fin, nada” -o sea, le oponía a la lucha estratégica el día a día. Simplemente, había abandonado el socialismo.
La política de “contención” de los trabajadores que practica la burocracia sindical resalta todavía más el valor de una propaganda y agitación con un planteo de poder. Al trabajador, abrumado por los bloqueos burocráticos y por la intimidación patronal, debemos ofrecerle un panorama de conjunto respecto de la crisis que envuelve al régimen social capitalista -o sea, al conjunto de las clases, y presentar a esa crisis una salida política.
El propagandismo es un producto de los grupos que inician un trabajo político. Para un partido, la propaganda (el programa) es el punto de partida de un plan de agitación y organización. No hay muralla china entre ellos. El Congreso de Bases, o incluso el planteo de ocupación de fábricas, revisten hoy un carácter igualmente propagandístico, porque hay que explicarlo para poder usarlo en las instancias adecuadas (nuestros socios morenistas del FIT rechazan el congreso de bases por propagandista). Sin embargo, es necesaria una campaña preparatoria en la clase obrera por estos propósitos, echando mano de la propaganda y la agitación y, naturalmente, en conexión con nuestros planteos de poder.
Giachello omite una cuestión importante del debate político acerca de la Constituyente soberana. El planteo de “Fuera Macri y Asamblea Constituyente” fue rechazado, en tres reuniones sucesivas, por una mayoría de compañeros del Comité Nacional. Ello implica que concebían al “sistema de consignas” desprovisto de un planteo de poder. Giachello lo quiere confinar a un pie de página. Ojo: en su carta por el partido único, el PTS ya dejó de lado la Constituyente, que es una traba para el “partido único” con Zamora y Verdú.
En un párrafo de su texto, Giachello señala que un “planteo de poder”, en clave revolucionaria, es la precondición para poder contar, al menos potencialmente, con “la iniciativa estratégica”. ¡El Partido Obrero no lo tuvo, al menos durante tres meses! No estamos eximidos “per se” contra el empirismo o la ausencia de perspectiva estratégica. Nuestra vigencia como organización revolucionaria debe ser verificada en cada una de las pruebas de la lucha política. El cuadro político actual está surcado por una crisis continental y nacional excepcional. La Conferencia Latinoamericana que llevaremos adelante la próxima semana constituirá un importante escenario para debatir nuestras tesis políticas y un curso de acción con luchadores del continente que han decidido venir a su propio costo.
No al empirismo y al liquidacionismo. Avancemos en una construcción cuartainternacionalista en América Latina.
6/11/18