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Matar a Chechenia


Nueve meses después del comienzo de la invasión a Chechenia, y a pesar de haber provocado una masacre espantosa —60.000 bajas civiles, 10.000 militares, en su inmensa mayoría conscriptos—y de haber convertido al país en una montaña de escombros, Rusia no puede controlar la pequeña república caucásica. Peor aún, quizás nunca pueda hacerlo, porque el ejército ruso no está en condiciones de imponer una derrota militara las milicias del general Dudayev, dictador checheno (Le Monde, 2318).


 


El acuerdo militar firmado por representantes rusos y chechenos el pasado 30 de julio —que implica el desarme parcial de las milicias chechenos y el retiro, también parcial, de las tropas rusas— reconoce el fracaso de Yeltsin para imponer, por la vía de las armas, la rendición incondicional de los rebeldes. Desde entonces, aunque no se reiniciaron los combates abiertos (y a pesar del incumplimiento del acuerdo por ambas partes), la situación se ha “fragilizado” en detrimento de los ocupantes. “El ejército ruso se encuentra hoy en una situación de debilidad en Chechenia”, editorializa Le Monde (23/8) citando a diversas fuentes rusas: “las fuerzas chechenas retomaron la mayoría de las aldeas y poblados; han roto su encierro y encerraron a las tropas rusas" (general Alexandre Naoumov, jefe de la fuerza de tareas rusa en Chechenia); “las tropas chechenas están en situación más favorable que en diciembre de 1994 (cuando comenzó la invasión)” (diario Moskovi Komsomolets); “si la guerra recomenzara, habría que invadir Chechenia otra vez … pero eso es imposible porque el ejército está en una situación desesperante” (diputado Stanislav Govoukin).


 


El fiasco militar puso al descubierto la fractura del alto mando militar ruso y la profunda división de la burocracia. Para Yeltsin, Chechenia ha significado un golpe “del que jamás podrá recuperarse” y que “podría llegar a pagar en las elecciones (presidenciales) de 1996” (The New York Times, 11/8)… y aun en forma instantánea si decidiera relanzar la guerra.


 


El periodista Fredeiick Cuny, que estuvo presente en los combates por Grozny (la capital chechena), escribió para The New York Review of Books (4/4/95) una crónica en la que no sólo advirtió acerca de la imposibilidad de Yeltsin de obtener una victoria militar en Chechenia sino que, además, trazó una radiografía de las razones políticas, económicas y sociales que se lo impedirían.


En Chechenia, el gobierno ruso está encerrado en una lucha a muerte con un pueblo musulmán rebelde, empecinado y sorprendentemente feroz. Es una lucha que ningún sector puede afrontar perder y que ninguno puede ganar sin consecuencias devastadoras —para ellos mismos, para la región, y posiblemente para el futuro de Rusia.


 


Después de casi tres meses de guerra, el destrozado ejército ruso ha establecido una débil presencia en alrededor de tres barrios de la capital chechena de Grozny. Pero el costo ha sido enorme: más de 5.000 soldados rusos muertos, quizás tantos como 15.000 civiles muertos, la mayoría de ellos rusos étnicos, cientos de miles de refugiados, miles de millones de dólares en destrucción de la ciudad, miles de millones más en gastos militares, e incalculables daños al prestigio de Rusia, de sus militares y de su presidente Boris Yeltsin.


 


Al momento de escribir este artículo, la guerra está lejos de terminar. Al observar la lucha de ambos lados durante tres semanas en enero y febrero, pude ver cómo los chechenos han mantenido un empecinado dominio del rincón sudeste de la ciudad, que está ubicado sobre una meseta y protegido por una estratégica colina, que les permite a los chechenos un buen puesto de observación y posiciones de fuego para parar los avances rusos. Las fuerzas rebeldes están bien armadas y comprometidas a pelear hasta las últimas consecuencias. No hay duda que los rusos pueden eventualmente “tomar” esta parte de la ciudad también, pero pagarán un precio enorme si lo hacen.


 


Los chechenos nunca han jugado el partido siguiendo las reglas rusas. En lugar de hacer participar a miles de luchadores para defender la ciudad, el comandante checheno, general Asían Maskhadov, decidió mantener fuerzas pequeñas con un gran poder de ataque. Las fuerzas regulares rebeldes nunca se han calculado en más de alrededor de 1.500 hombres. Operan en equipos de choque integrados por tres personas —dos hombres armados que protegen a otro que combate con cohetes antitanques. La estrategia es simple: infiltran los equipos en las intersecciones de la ciudad, luego esperan a los rusos, inmovilizan a los primeros que aparecen, pero no los matan. Luego cuando llegan los refuerzos, los destruyen con una falange de cohetes. Cada carro blindado (APC) lleva diez soldados más tres tripulantes. En poco tiempo las víctimas se acumulan.


 


Mientas tanto, la mayoría del ejército checheno ni siquiera está en la ciudad; el general Maskhadov sabía que los rusos podían rodear fácilmente la capital y aislarla —las planicies sin árboles son demasiados chatas y carecen de refugios que permitan a una fuerza débilmente armada resistir a los tanques y a la infantería mecanizada. Si hubiese mantenido una fuerza importante dentro de la ciudad, hubiese sido atrapada y hubiera sido imposible aprovisionar a sus hombres. En cambio, mantuvo a las grandes y crecientes fuerzas chechenas en el sur de la ciudad, entrenándolas y preparándolas para la siguiente fase de la guerra. Actualmente tienen un número de 40.000 combatientes y para retener a los rusos abajo, mantiene un nivel constante de fuerzas en Grozny, infiltrándose en las líneas rusas alrededor de una decena de refuerzos que se necesitan todas las noches.


 


Hasta el comienzo de marzo, los rusos aún no se habían percatado de esta estrategia. Continuaban atacando las posiciones rebeldes con miles de armas, cohetes y bombas noche y día, y malgastaban la vida de sus propios soldados en el esfuerzo de capturar unos pocos edificios abandonados y bombardeados, tratando de avanzar sus líneas cada día. En Grozny, a principios de febrero, un colega contó 4.000 detonaciones por hora. Recién a principios de marzo los rusos disminuyeron sus bombardeos y adoptaron la estrategia de hambrear a la población local.


 


El bombardeo fue inútil y de últimas, autodestructivo. Salvo el pequeño número de combatientes chechenos, pocos permanecen en la ciudad. Prácticamente todos los civiles que quedan son de origen ruso, quizás alrededor de 30.000, la mayoría ancianos jubilados que no pudieron escapar cuando la ciudad fue cercada. Es irónicoque los rebeldes estén luchando contra el ejército ruso para proteger una parte de la ciudad llena de abuelas rusas.


 


Cuando la verdad salga a la luz, se comprobará que la mayoría de los civiles que han muerto desde la mitad de enero también son de origen ruso. Esta revelación podría traer aparejada la caída del gobierno de Yeltsin.


 


El ejército ruso ha proclamado que la batalla ha sido ganada. Dicen que hay seguridad para que los civiles retomen a reconstruir la ciudad. Los omnibuses han sido reacondicionados para ser llevados de vuelta a Grozny. El gobierno de Yelstin ha designado una nueva administración de la ciudad para restaurar el orden y unificarla. La paz está virtualmente al alcance de la mano.


 


Nada puede estar tan lejos de la verdad. Los rusos tienen una presencia en la ciudad, pero no controlan nada. Los combatientes chechenos se mueven libremente por la ciudad de día y de noche. Conocen sus túneles y conductos bien. El comandante checheno fue agrimensor y está a cargo de la información necesaria para la planificación de la ciudad. Uno de los principales líderes de los grupos de choque chechenos que operaron en la parte norte rusa de la ciudad es un antiguo contratista que construyó gran parte del sistema de agua y de gas. Tienen un conocimiento profundo de la ciudad y de sus arterias ocultas. Durante mi viaje a Grozny, un comandante checheno me demostró cómo podían, si lo deseaban, aparecer inesperadamente dentro de los cien metros alrededor de la oficina del comandante ruso y mandarle un cohete por la ventana.


 


Todo lo que los rusos deban hacer para sostener la ciudad y proteger sus posiciones causaría más daños. Por ejemplo, saben que para que la gente pueda regresar a la ciudad deben restablecer los servicios de agua corriente, los sistemas cloacales y de gas. Pero esas líneas corren bajo la tierra en los mismos conductos que usan los combatientes chechenos para moverse por la ciudad. Así es que los rusos están bombardeando sistemáticamente esos conductos para limitar los movimientos cheche-nos. Ellos deben destruir literalmente la ciudad y su infraestructura para lograr capturarla.


 


Al fin de cuentas, ¿qué es lo que lograrán capturar? Un montón de escombros que también tendrían problemas para controlar. ¿Y el costo? Si continúan atacando las áreas copadas por los chechenos y no permiten a las organizaciones humanitarias evacuar a los no-combatientes que permanecen en la zona, la lista de víctimas final crecería a 35.000, la mayoría rusos, civiles, y quizás 7.000 soldados. Se ha matado a más gente en tres meses de lucha que los 15.000 a 20.000 soldados soviéticos perdidos en diez años de lucha en Afganistán.


¿Cómo sucedió esto? Chechenia es una república pequeña, encerrada por planicies y montañas al pie de la parte norte de los montes caucásicos. Es un lugar pequeño, del tamaño de Connecticut, menos del uno por ciento de la tierra rusa, con alrededor de 1.200.000 habitantes. La región fue capturada y anexada a Rusia hacia la mitad del siglo pasado, pero recién tras 150 años de resistencia. La fuerzas zaristas pudieron derrotar a los chechenos sólo empujándolos hacia los áridos Montes Caucásicos, quemando sus campos y cortándoles las provisiones. A pesar de ello, los chechenos continuaron resistiéndose esporádicamente durante la siguiente mitad de la centuria.


Tras un breve flirteo con los bolcheviques, los chechenos trataron de rebelarse contra la recién formada Unión Soviética en 1920. Lo intentaron nuevamente en 1929, pero la rebelión fue rápidamente aplastada por el ejército rojo. En 1944 ocurrió la mayor tragedia.


Stalin temió que los chechenos y sus vecinos de Ingush pudieran apoyar a los alemanes si llegaban a los montes caucásicos, y deportó por la fuerza virtualmente a toda la población a Kazakhstan y a Siberia. Durante la deportación y el exilio, centenares de miles murieron en las duras condiciones del Asia media, donde no se habían hecho las preparaciones adecuadas para recibirlos. Cuando finalmente Khruschev permitió regresar a los sobrevivientes en 1956-1957, ellos encontraron sus tierras y hogares ocupados por la gente de la región vecina de Osetia y por los colonos rusos. Prácticamente todos los chechenos adultos de más de treinta y dos años nacieron en el exilio. Quizás ésta sea la causa del alto porcentaje de endurecidos y dedicados luchadores chechenos de treinta y cuarenta años.


 


Cuando la Unión Soviética se desintegró en 1991, los chechenos reaccionaron rápidamente. Bajo la presidencia de su presidente recientemente elegido, Dzhokar Dudayev, declararon unilateralmente su independencia y procedieron a establecer un estado separado. Como dicen los cheche-nos, los negocios de Chechenia fueron negocios — de todo tipo. Dudayev permitió que la economía chechena se deteriorara y el desempleo creciera: pero él y sus asociados capturaron algunos aviones de Aeroflot, la línea aérea rusa, y comenzaron a comerciar con los nuevos estados independientes, anteriormente soviéticos, al sur y al este. El también estableció lazos con Irán y Turquía y pronto una variedad de mercaderías comenzaron a entrar a Chechenia con destinos más hacia el norte de Rusia. El opio, la heroína y el hashish estaban entre las mercaderías más lucrativas enviadas hacia el norte. Dudayev y sus colegas también se relacionaron con el lucrativo negocio de la exportación de armas. En la medida en que el ejército ruso se retiraba de la zona del Cáucaso y del Asia Central, grandes cantidades de sus equipos fueron vendidos ilegalmente a los chechenos, quienes luego lo ofrecían a cualquiera a cambio de dinero en efectivo. Aparentemente, las naciones musulmanas que apoyaban a Bosnia estaban entre sus mejores clientes. Algunas de las armas usadas por los bosnios bien pueden provenir de Chechenia.


 


Durante tres años, el gobierno ruso ignoró la declaración de la independencia de Chechenia y sus comprometidos negocios; Rusia tenía otros problemas. Pero hacia la mitad de 1994, Dudayev fue demasiado lejos. Cortejaba a los radicales musulmanes en Irán y en el Medio Oriente, amenazando con declarar un estado islámico e imponiendo la ley de Shariah, y continuando con el envío de millones de dólares de mercaderías sin pago de impuestos, a los mercados rusos. Yeltsin comenzó a analizar sus alternativas.


 


Muchos factores influenciaron los siguientes acontecimientos. Los rusos estaban convencidos de que la desastrosa política económica y las privaciones que ésta ocasionó al pueblo checheno, serían suficiente para persuadirlos para que abandonaran a Dudayev y lo dejaran librado a un ajuste de cuentas con Moscú. Contaban con el gobierno corrupto para imponer rápidamente un golpe respaldado por Moscú. Cuando esto falló, creyeron que el pueblo ruso, que en general tenía un profundo desprecio por los chechenos, podía ser la base de apoyo de una rápida intervención militar que los trajera al pie. También creían que los chechenos huirían frente al ejército ruso. El Ministro de Defensa, Pavel Grachev, se ufanaba de que él tomaría Grozny con un regimiento paramilitar en pocas horas.


 


Cuán equivocado estaba. Ahora el ejército ruso está empantanado en un combate inútil por un objetivo que finalmente no tiene sentido. Capturar la capital no significará ganar la guerra, como tampoco lo fue capturar el edificio presidencial. En una guerra de guerrillas sólo los tontos luchan por las ciudades. Poner más tropas en la ciudad sólo incrementará el número de blancos.


 


Ahora que la guerra continúa, ¿qué sucederá? Los chechenos han agrupado a una gran cantidad de sus fuerzas en una línea defensiva en los pueblos al sur y al este de Grozny (ver mapa). Los chechenos esperan que el comandante ruso, coronel General Anatoly Kulkov, trate de capturar el pueblo de Gudermes y corte el camino este a Dagestan. Eso haría más lento, pero no detendría, el movimiento de provisiones y refuerzos de las zonas pobladas por chechenos en la república de Dagestan. Pero para asegurar su posición, los rusos tendrán que llevar a la población civil que permanece en el este deGrozny hacia Dagestan, lo que sería otra tragedia para el pueblo checheno y otra mancha más sobre el gobierno ruso.


 


Luego los rusos tendrán que virar hacia el sur. Los pueblos que constituyen el próximo frente sobre el cual tendrán que luchar son grandes asentamientos entre Urus-Martan y Shali. Estos son pueblos que se han hecho relativamente prósperos durante los últimos veinte años como campos petrolíferos chechenos y por el envío de dinero a sus familias por parte de los obreros de la construcción en Rusia. La mayor parte del dinero fue invertido en la construcción de casas y los pueblos se expandieron a lo largo del camino este-oeste, de tal manera que es difícil determinar dónde comienza un pueblo y dónde termina el otro.


 


Las casas en estos pueblos son construcciones de ladrillos con techo de chapa o de tejas, y son mucho más grandes que las típicas casas rurales en otras partes de Rusia. Los complejos construidos a menudo tienen más de un ambiente, y muchos edificios alternativos son externos —la poligamia se sigue practicando entre muchos cheche-nos. Cuando los refugiados chechenos escaparon de Grozny, encabezaron sus pueblos ancestrales y casi 200.000 de ellos han sido albergados por parientes y amigos en esta región. Cada complejo habitacional está plagado de refugiados, con tres, cuatro o más familias que viven a menudo en un solo complejo: la mayoría está integrado por veinte personas como mínimo, y muchos tienen cincuenta o más. De tal modo que cuando los rusos ataquen el de Grozny, los efectos van a ser sangrientos. Las casas ofrecen poca protección; a diferencia de los edificios de departamentos de Grozny, sólo irnos pocos edificios tienen cimientos sólidos y no hay lugares donde esconderse a salvo. Un bombardeo aéreo sería particularmente devastador. Se estaría incubando una moderna tragedia humanitaria sin precedentes.


 


No tengo dudas que los chechenos pelearán por sus pueblos con tanta fiereza como lo han hecho por su capital. Sin embargo, ellos tendrán que retirar la mayoría de sus tropas más hacia el sur, esta vez a los Montes Caucásicos. En algún momento ellos tratarán de trasladar a los pobladores en esa dirección también. Aquí radica el próximo desastre de la humanidad. Las montañas ofrecen muy poca protección o seguridad. Son muy angostas: son solamente treinta millas desde el pie de las montañas hasta la frontera con Georgia en el corazón de la cadena de montañas. Las montañas han sido deforestadas por siglos de pastoreo de ovejas, brindando así poca protección natural. Hay sólo unos pocos pueblitos-puestos para el cuidado de las ovejas en realidad —y muy poco espacio para albergar a los cientos de miles de personas que tendrían que huir en esa dirección. Sin refugios, la gente tendría que vivir en las laderas más bajas quedando expuesta a los ataques rusos. Una vez allí ubicada, los rusos podrían fácilmente cortarles el aprovisionamiento de comida. (El suelo no es fértil en las laderas y los refugiados no podrían cultivar lo suficiente como para mantener a muchas personas). Los aprovisionamientos podrían ser traídos de Dagestan o Ingushetia, en el caso en que éstos no estén en guerra, pero la cantidad de víveres sería igual mínima. Por lo tanto, la estrategia final de los chechenos podría ser empujar a la población civil más arriba en las montañas sobre la frontera con Georgia, donde los refugiados se congelarían, y tratarían de conmover a la comunidad internacional forzándola a tomar medidas a su favor.


 


La estrategia rusa no está tan clara. Como escribí el 9 de marzo, ellos todavía están tratando de consolidar sus posiciones en Grozny. (Cuando yo le pregunté a un general ruso qué harían cuando se retiraran de Grozny, él me contestó: “Nunca saldremos de Grozny”.) Hasta ahora, han limitado sus ataques a los pueblos del sur con bombardeos aéreos y extensos ataques de artillería. Con sus pocas excepciones, éstos han sido esporádicos y nada concentrados. Pero en algún momento, tendrán que confrontar con las fuerzas chechenas agrupadas en el sur.


 


Sin lugar a dudas los rusos pueden infligir mayores daños a los chechenos. La cuestión para Yeltsin es cuán lejos preparado a ir, específicamente cuánta más miseria está preparado a infligirle a la población civil para ganar la guerra. ¿Y está preparado para arriesgarse a la condena internacional que seguramente acompañará una campaña rusa en el sur? Puesto que, para ganar, los rusos tendrán que forzar a medio millón o más de personas a huir a las montañas, cortarles el aprovisionamiento de alimentos y matarlos de hambre hasta someterlos.


 


Es prácticamente inexorable que esta guerra no pueda ser contenida. En el este, la guerra podría extenderse a Dagestan. Los rusos deben cerrar las rutas que permiten el aprovisionamiento de Chechenia, y para lograrlo necesitan formar una barrera de tropas al este. Pero si ellos tienden una línea tal a lo largo de la frontera chechena con Dagestan, aún habrá una gran cantidad de pobladores chechenos al este de esa línea, no sólo los chechenos que viven en Dagestan sino 60.000 refugiados hostiles también. Entonces la única manera en que pueden armar una barrera efectiva es armarla a través del medio de Dagestan —extendiendo la guerra dentro de ese territorio.


 


Al oeste, los helicópteros y tanques han atacado a los pueblos de Ingushetia cuando los civiles ingush trataron de bloquear los convoyes rusos. Los ingush son “vainakhs” —hermanos de los chechenos. Ellos hablan el mismo idioma, tienen las mismas tradiciones , y como se ha señalado, comparten la misma trágica historia de deportaciones y desplazamientos ocasionados por Rusia. Una vez que fueron parte de la república autónoma Checheno-Ingushetia, el pueblo ingush eligió quedarse con Rusia en lugar de imirse a Dudayev en la proclamación de la independencia. Sus líderes han tratado de evitar que la guerra se extienda a su tierra, pero existe entre ellos una sensación de que es inevitable que la guerra llegará. Ingushetia está también saturada de refugiados, más de 100.000 de Chechenia, aparte de los 80.000 ingush que fueron forzadamente deportados de la región de Prigorodny, alrededor de la capital de Osetia, en 1992. Hay una animosidad reprimida por parte de los ingush hacia los rusos por su falta de apoyo en contra de Osetia durante los últimos tres años. Todos se están armando para un enfrentamiento decisivo.


 


Más allá del oeste, los osetianos, principales aliados rusos en la región, están alarmados por el armamento de sus rivales ingush. Ellos temen que en una guerra más amplia, los ingush pudieran movilizarse para retomar la región de Prigorodny, así que ellos también se están aprontando para la lucha. Y recientemente, al oeste de Osetia, han habido movimientos antd-rusos entre los musulmanes en Kabardin-Balkaria.


 


Los costos de la guerra para Yeltsin y para el gobierno ruso han sido altos: aproximadamente 400.000 personas han sido desplazadas y el número sigue creciendo. Para algunas personas, es la segunda, tercera y aun cuarta vez en sus vidas que han sido obligadas a mudarse. Los costos financieros de la guerra están tambaleando. El dinero contante y sonante debe ser desviado de importantes proyectos económicos, y si la guerra continúa pueden ser retiradas vitales ayudas extranjeras. Los costos políticos también son altos.


Prácticamente no se pueden encontrar fondos de apoyo a esta guerra entre el pueblo ruso. A pesar de su aversión a las mafias chechenas, la mayoría del pueblo ruso sabe que esta guerra es un error. La guerra no es sólo atacada por los abogados de derechos humanos y por las facciones opuestas a Yeltsin: hay un fuerte desacuerdo entre los propios pocos seguidores de Yeltsin. Los demócratas se oponen a la guerra con argumentos morales y legales; los nacionalistas se oponen porque se están matando a civiles rusos. Y dentro del ejército la resistencia es grande por muchas razones que incluyen los efectos dañinos de la guerra sobre las tropas y su moral, su costo en hombres y equipo, y el daño que está ocasionando sobre la imagen del ejército en el propio pueblo ruso. Es importante de señalar el extraordinario movimiento de madres de soldados que viajan a la zona de la guerra reclamando ver a sus hijos. Tan pronto ellas los encuentran los sacan de las líneas y tratan de llevárselos de vuelta a casa. Ni los oficiales están salvo de sus madres: un teniente coronel de artillería fue arrastrado poco ceremoniosamente de la línea de fuego en Grozny.


 


Más aún, el índice de deserción entre los soldados de la zona de guerra es alto. Mientras que pocos soldados han desertado del campo de batalla, muchos se han escapado de los trenes y convoyes enviados a Chechenia. El ejército está claramente temeroso de confrontar la situción directa y públicamente; ha organizado una oficina en Moscú donde los desertores pueden presentarse y ofrecerse para una reasignación a otras unidades sin sufrir ningún perjuicio.


 


Entre los oficiales superiores hay también una amplia insatisfacción con la guerra, o por lo menos con la manera en que ésta es conducida. Dos oficiales generales rehusaron órdenes de atacar Grozny. Un miembro del staff de generales rusos rehusó aceptar un comando en Chechenia. Y a principios del 17 de febrero, los generales que comandaban las fuerzas en Grozny, por su propia decisión, cesaron el fuego por vanos días para tratar de forzar a sus superiores y a los políticos, a fin de presionar para lograr poner término a la guerra.


 


El cese de fuego y la manera en que se discutió fue por lo más instructiva. La mayoría de los generales del lado ruso conocen a los generales rebeldes; algunos eran aún diputados y discípulos del General Maskhadov. En el loco entretejido de la Rusia postsoviética, el presidente Ruslan Ausshav de Ingushtia y su vicepresidente, Boris Agapov, están aún sirviendo como generales del ejército ruso. Ellos participaron silenciosamente de las discusiones de ambos bandos y arreglaron una tregua. Los comandantes de campo hicieron todo lo posible para sostener la situación. Pero el staff general en Moscú y los integrantes de la línea dura del círculo más íntimo de Yeltsin impuso condiciones inaceptables para los chechenos — por ejemplo, que debían rendir sus armas pesadas sin un gesto acorde de parte de los rusos— y se rehusaron a negociar. Pero antes que ninguna de estas alternativas pudiera ser explorada, el cese de fuego terminó.


El general Grachev ordenó al ejército que retornara a la acción, puesto que no había razones para hacer un alto el fuego. El ignoraba las consecuencias que esto tenía para 20.000-30.000 civiles, la mayoría de ellos rusos, atrapados en las zonas controladas por los chechenos.


 


Las noticias de Chechenia han caído dramáticamente desde este resumen de la lucha. Los rusos han limitado el acceso a los periodistas y el círculo que han cerrado ha impedido a los reporteros alcanzar las zonas rebeldes. Parece claro que este conflicto continuará, y es dudoso que los rusos y los chechenos puedan lograr un acuerdo por sí mismos. Dudayev ha dicho que Chechenia podría aceptar un status autónomo que está lejos de ser soberano, pero Yeltsin no ha mostrado mayor interés en garantizar nada por el estilo. Los EE.UU. deberían ahora comprometer sus esfuerzos en garantizar las negociaciones y parar la guerra. No hacer eso sería enviar señales equívocas a los rusos y llevar a una tragedia aún más grande a la humanidad, de características tales que destruirían los avances económicos y políticos que los rusos han estado tratando de adquirir durante los últimos cinco años. Los EE.UU. y otros poderes occidentales no pueden permitir que Chechenia se convierta en otra Bosnia. Los peligros para cientos de miles de personas y para el futuro de la anterior Unión Soviética son demasiado grandes.


 


Marzo 9,1995.


The New York Review


 


 


 


* Frederick C. Cuny es periodista de The New York Review of Books

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