El ‘demócrata’ Courtois y sus escribas


La difusión que mundialmente ha suscitado la reciente publicación de El libro negro del comunismo (1) ha sido inversa a la que, no casualmente, recibió la documentada y monumental Historia criminal del cristianismo (2) que un investigador alemán ha escrito, durante los últimos años, en 10 tomos y que ha provocado una cruzada contra él. La comparación está dirigida a llamar la atención sobre el texto que aquí comentamos, porque lo que se nos presenta como un elaborado producto de indagación científica e impecable hechura democrática, bien mirado parece, a la luz de aquella otra "historia criminal" tan extendida como desconocida, un exorcismo de la Santa Inquisición. Ahora frente a la revolución socialista y la emancipación humana que se yergue en el presente contra las cadenas del capitalismo.


 


Blanqueo del fascismo… y de la democracia


 


Estamos en presencia de una colosal impostura, producto de un conjunto de sicofantes que posan de historiadores, muchos de los cuales sirvieron en el pasado al stalinismo y que hoy han encontrado mejor paga bajo el credo del neoliberalismo. El texto es un cínico panegírico sobre las virtudes del capitalismo y su civilizado respeto por las normas morales y el derecho. Carroña maccartista, bajo forma de mamotreto, dirigida a ocultar, desde sus orígenes, todo el proceso histórico que ha transformado a la democracia occidental en el más sutil y perfeccionado sistema de opresión social jamás conocido antes, responsable de los mayores crímenes y genocidios contemporáneos, incluidos por supuesto los que se imputan en la cuenta del comunismo (bien dicho, de la burocracia totalitaria que usurpó su nombre).


 


En el texto de marras, el comunismo, tras cuyas banderas desde el alzamiento de Babeuf bajo la gran revolución francesa se han elevado todas las grandes gestas populares contra la explotación moderna, es presentado como la mayor monstruosidad: en nombre del comunismo, sólo durante este siglo, se habrían cometido atropellos y atrocidades, una "esclavitud" y "violencias" que "parece(n) haber superado al respecto a los siglos anteriores" (3). El fascismo, por supuesto, queda muy por detrás, sus víctimas son minimizadas y reducidas a un cuarto de las que habría provocado el comunismo (100 millones contra 25 millones, según el compilador de la obra, Stèphane Courtois). El libro negro sugiere, incluso, que el fascismo elípticamente sería un subproducto del comunismo, porque éste "existió antes que el fascismo y el nazismo, y los sobrevivió" (4).


 


¡La violencia detrás de la cual las naciones más democráticas ¡imperialistas! dieron origen al fascismo, ejercen su dominio mundial con los ejércitos mejor pertrechados, sojuzgan a la humanidad entera, violan la soberanía y la democracia sobre cuatro quintas partes del planeta y que sólo en la hoguera de Hiroshima y Nagasaki, en cuestión de minutos, provocaron una matanza como no se vio siquiera bajo las hogueras de la Inquisición, esta violencia no existe!


 


¡Las supuestas matanzas de los comunistas sirven para blanquear todo, incluso las de aquella magna institución medieval, cuya misión, ¡claro!, habría sido "mucho menos abominable" (5). Buen comienzo: ¡he aquí la basa de estos demócratas! ¡Los genocidios que pavimentaron el ascenso de la sociedad capitalista, que la Inquisición practicó durante siglos, que diezmaron la población de Europa y América Latina como ningún otro genocidio y que constituyeron la noche más larga y terrible de la historia humana según opinión unánime de cualquier fuente científica, esos genocidios que hasta el Vaticano ahora reexaminaría, los demócratas ya los han blanqueado en nombre del horror comunista!


 


Tras el ataque al "proyecto marxista de reunificación de la humanidad", cuya "dimensión mesiánica" (6) supuestamente se nos viene a descubrir, los historiadores-Mesías del capitalismo han rezumado las peores lacras de éste, en un nuevo afán por ocultar las bases científicas y humanas del marxismo, del socialismo revolucionario, del comunismo.


 


La democracia fue responsable y encubridora del totalitarismo burocrático


 


La acusación contra el comunismo a secas se formula amalgamando sin ninguna precisión a líderes, ideologías y regímenes, unos que defendieron los ideales comunistas y otros que los usurparon y enlodaron. Los choques, rupturas y enfrentamientos que explican cómo nacieron y evolucionaron y qué transformaciones sufrieron esos regímenes o sus jefes, por qué unos terminaron como verdugos y restauracionistas del capitalismo y otros como sus víctimas defendiendo el programa de una humanidad libre de ataduras de clase y de toda opresión no existen. Sobre todo esto, no hay mención o se lo presenta como un ajuste de cuentas entre diferentes grupos "criminales". A excepción de un capítulo del trabajo de Werth, el historiador que se ocupa de la ex-Unión Soviética, en el libro brilla por su ausencia la lucha de las masas, de las clases, de los programas que son sometidos a la acción histórica. El texto es una construción al estilo de los maniqueos, la secta persa que, en el siglo III de nuestra era, fundó la concepción que decía que la historia estaba guiada por los principios del bien (dios) y del mal (el diablo) (7).


 


El libro negro es una monumental abstracción atemporal sobre la violencia (en el acotado espacio de los países donde el capital fue expropiado), en diferentes momentos y circunstancias bajo los últimos 80 años, sin importar quiénes son las víctimas, qué posición ocupaban, qué fin se perseguía ni las condiciones concretas que determinaron esa violencia. Detrás de la condena moral genérica se escamotean todos los problemas que importan.


 


Los historiadores que manipulan a piaccere hechos, cifras y muertos, se muestran dicen "sorprendidos", sin embargo, por la supuesta falta de reacción que habría existido hasta el presente por esos crímenes. Lo que debiera sorprender, sin embargo, es la ceguera que lleva a ignorar que el imperialismo, por un lado, acompañó en sus propias ciudadelas y en la periferia del capitalismo, la labor contrarrevolucionaria del totalitarismo burocrático y que, por el otro, y más importante aún, fue también su principal responsable. Mientras la gerontocracia china se esmeraba en acordonar, primero, y en aplastar, después, la revolución política antiburocrática (la "revolución cultural"), en Indonesia el imperialismo, para evitar cualquier contagio revolucionario que extendiera la ola china, armaba allí el golpe que llevó al poder a Suharto, el más sangriento de toda la década del 60 en el mundo occidental y oriental, cristiano, musulmán y judaico, bajo su entero dominio.


 


De manera parecida sucedió en 1953 en Berlín oriental, cuando en la zona occidental-capitalista era aplastada una gran huelga metalúrgica. Esta fue la norma con cada uno de los grandes levantamientos antiburocráticos, en Polonia, Hungría, Checoslovaquia… ¡La apertura de los archivos secretos en toda Europa del Este ha permitido descubrir que el aplastamiento de la Primavera de Praga, como las otras, fueron todas concertadas por las fuerzas del ex-Pacto de Varsovia con los estados mayores de la Otan! La ceguera de gente de esta calaña va siempre de la mano de la inmoralidad política.


 


El thermidor burocrático y la represión totalitaria se dieron en el cuadro del cerco imperialista, de la explotación que la burguesía a nivel mundial hizo de las contradicciones de esos diferentes regímenes, para domesticarlos, someterlos y destruirlos; de las enormes presiones que ejerció para afirmar las tendencias restauracionistas y desmoralizar siempre, en cambio, la tendencia a la revolución política antiburocrática. Cuando ocurrieron los peores crímenes del stalinismo, los únicos que salieron a denunciarlos fueron los verdaderos comunistas ¡el leninismo-trotskismo!; el imperialismo calló, los tapó igual que el stalinismo y hasta evitó que las masas de occidente pudieran manifestarse contra ellos sólo los explotó de la forma más pérfida cuando las circunstancias se lo permitieron. Todo esto El libro negro evita cuidadosamente decirlo. Está ausente el análisis más elemental y concreto de los fines de los "crímenes y matanzas" que se imputan al comunismo, la indagación sobre la cadena de responsabilidades políticas y su finalidad histórica (8). No hay un solo crimen descubierto que no haya sido motivo, mucho antes, cuando ocurrió en la mayoría de los casos de una denuncia por parte del trotskismo.


 


Lo que el fraudulento libro negro… viene a tapar


 


Calumniare audacter, semper aliquid haeret (no seas timido en calumniar, siempre queda algo), decían bajo la Santa Inquisición, lo mismo decía Goebbels… lo mismo hacen estos supuestos demócratas. Marx ya explicó hace mucho tiempo que la violencia es inherente a toda sociedad fundada en la desigualdad social. Lógicamente, la democracia no puede ser la excepción, aunque los autores de El libro negro la hagan desaparecer mágicamente. Siglos de genocidios que pavimentaron la democracia capitalista no pueden ser borrados para eregir en su lugar una vulgar patraña.


 


El blanqueo del pasado capitalista y el ocultamiento de su colaboración con el totalitarismo burocrático cumplen una función acuciante frente al presente. Aunque El libro negro exhiba a la democracia occidental con sus principios morales y su Estado de derecho como la estación terminal del desarrollo humano y un paraíso sin igual, este señuelo es precisamente el que se está viniendo abajo. El postrer servicio que El libro negro pretende prestarle acompaña muy tardíamente el ya retrasado remozamiento neoliberal de fines de la década anterior. En forma infinitamente más acelerada que en el pasado, el régimen democratizante se está demostrando un remedo inservible e incapaz de dar satisfacción a los reclamos del 90% de la humanidad, ante la aguda descomposición y putrefacción del capitalismo actual y tras el derrumbe del socialismo real y de la coexistencia pacífica entre los regímenes burocráticos y el imperialismo. La estabilización que mediante esa coexistencia se había alcanzado después de las dos grandes carnicerías imperialistas de este siglo está derrumbada y los recursos de la democracia no bastan ya para hacer frente a esta crisis mayúscula. La humanidad está nuevamente frente al fantasma del comunismo verdadero, que la burguesía y el imperialismo aprecian como la hierba mala que inevitablemente reverdecerá de la catástrofe capitalista en curso. De ahí el esmero en la confusión y el oscurantismo democrático puesto en marcha en la obra de El libro negro.


 


Ya en la época de ascenso del capitalismo, y especialmente bajo su esplendor liberal, la democracia burguesa afirmó sus reales desatando las mayores guerras civiles. Por ejemplo, en el curso de unos pocos años, a mediados del siglo pasado, Gran Bretaña, la potencia capitalista hegemónica durante casi todo ese siglo y primera democracia de Occidente, para colonizar la China, desató las guerras del opio, que poco tiempo después en China suscitaron "la guerra civil más sangrienta de todos los tiempos en números absolutos": "no menos de cincuenta millones de muertos sobre una población que hacia 1850 se calcula en poco más de cuatrocientos" millones (9).


 


La democracia capitalista, al mismo tiempo que desarrolló el militarismo y la violencia más brutales aquí sí, como ninguna otra sociedad en el pasado, dialécticamente, aparece bajo una cobertura de igualdad formal que es necesario desenmascarar para descubrir tras el velo de la democracia la sociedad más agudamente dividida y violenta. En la época en que la humanidad ha alcanzado, por el extraordinario desenvolvimiento de las fuerzas productivas, la estatura para emanciparse de toda forma de dominación, es decir, de toda explotación, esa democracia, sin embargo, exhibe más profusamente sus rasgos reaccionarios. Al pretender endosarle a su enterrador histórico, el comunismo, el calvario que acarrea a la humanidad su intento por perpetuarse vivo bajo sus días seniles, el capital ilustra aquí la pérdida de todos sus rasgos revolucionarios originales.


 


Los "crímenes y matanzas" que El libro negro adjudica al comunismo son imputables en el 99% de los casos a la cuenta del capital, esto es, a las crisis y situaciones revolucionarias que cercó, estranguló y desangró. Aunque El libro negro se cubra de cordero democrático, los pelos del lobo del fascismo y del oscurantismo inquisitorial brotan por todas partes.


 


Blanqueo de las mafias burocráticas reconvertidas al capitalismo


 


Pretendiendo haber descubierto la pólvora, resulta ser que, en ningún plano, El libro negro puede elevarse por encima de la época del arco y la flecha. Entre el blanqueo de la Inquisición y el fascismo, salta a la vista que el reclamo de "un nuevo Nüremberg", ahora para el comunismo, es un saludo a la bandera.


 


Nüremberg hizo la vista gorda a los pactos de Munich, que abrieron paso a la ocupación nazi de Europa central, a los crímenes de las democracias, del fascismo y del stalinismo y permitió la reconstrucción capitalista y del militarismo europeo y el reciclaje de las burguesías imperialistas alemana, japonesa e italiana que habían colaborado enteramente con el fascismo; a cambio de esta pavadita, se sancionó a un grupo menor de nazis, usados como chivos expiatorios (el imperialismo yanki, especialmente, antes claro se apropió de sus principales cerebros).


 


El historiador polaco, que en la obra se ocupa del escenario de Europa central, no parece coincidir siquiera con el reclamo del nuevo Nüremberg que propone Courtois. A casi 10 años de la caída del Muro, en vez de un balance del proceso de la conformación de los gobiernos restauracionistas llevado a cabo sobre la base del viejo personal burocrático, el autor hace una apología de "las democracias nacientes de la Europa central y del sureste, tras el derrumbamiento de los regímenes comunistas" (10). No puede evitar hacer una consideración sobre la magnanimidad habida con el pasado de terror y violencia, pero sucede dice que ¡"han querido evitar las purgas, que habrían recordado los antiguos procedimientos comunistas"! (11). ¡Qué bárbaro!


 


El objetivo aquí también es escamotear las conclusiones que conducen a acusar al capitalismo mundial en esta monstruosa tarea de protección y reciclaje de los viejos aparatos totalitarios. Cuando le viene en ganas al historiador, el pasado bien vale no recordarlo; cuando es útil para tapar alguna fechoría presente de sus mandantes capitalistas, es explotado abusivamente, endosándole cualquier cosa. Véase esta observación sobre Yugoslavia: "la guerra que acaba de terminar habría sido la prolongación de las luchas fratricidas de los años que precedieron a la instauración del poder comunista y donde la memoria manipulada podría ser una de las causas del conflicto" (12). El despedazamiento de la vieja Yugoslavia emprendido por todas las potencias imperialistas que hicieron de las nuevas republiquetas y de los viejos burócratas peones suyos… de esto no se habla.


 


La madre de todos los totalitarismos y de todas las violencias contemporáneos ha estado siempre en el régimen social capitalista. Los escribas a su servicio están incapacitados para descubrir el más mínimo rasguño contra la humanidad.


 


Violencia, guerra civil, revolución


 


El libro negro pontifica que la humanidad tendría una garantía para no caer en la violencia, evitando las guerras civiles y, sobre todo, el "comunismo leninista" que le habría dado al socialismo moderno, un sesgo contrario al ideario de Marx y Engels. El marxismo, según Courtois, habría perdido su faceta "humana" y "pacífica", que en tiempos de la revolución de octubre estaba encarnado en el líder de la socialdemocracia alemana, Carlos Kautsky. Courtois sigue los textos de éste, en su ataque a los bolcheviques, en 1918 y 1919, y va más lejos aún en la defensa del marxismo adocenado de Kautsky, inventando a un Marx que habría atacado a los comuneros de París por su intentona revolucionaria y que habría sido mal interpretado por una expresión (¡la dictadura del proletariado!) que utilizó "por casualidad en su correspondencia" (13). Nos presenta, finalmente, a un Lenin que por esta vía se habría transformado en el padre de todos los crímenes del comunismo, ya que el terror stalinista no habría sido más que la prosecusión del terror rojo practicado durante la guerra civil y que la GPU staliniana estaría en línea sucesoria con la Cheka que actuó entonces. Como se ve, la vieja cantinela de bolchevismo igual a stalinismo, que Trotsky respondió enérgicamente durante todos sus últimos años; del mismo modo que, él mismo y Lenin lo habían hecho antes con las patrañas de Kautsky durante la guerra civil.


 


Nos pretenden vender el viejo buzón de una humanidad vacunada contra toda violencia y que podría evitar el drama de las guerras civiles si ciñe su acción a las normas de la moral y el derecho y no recurre a la acción revolucionaria. ¿Puede pretenderse que las masas conducidas a la desesperación por la sociedad capitalista, enfrentadas al drama del hambre y de la resistencia armada de los explotadores más poderosos de todos los tiempos, sigan estos consejos a la hora de defender sus derechos? Si así lo hicieran estarían firmando por anticipado su acta de defunción. Cuando triunfó la Revolución de Octubre, en forma virtualmente pacífica como vimos lo ilustró Werth, el viejo régimen desplazado con el apoyo de toda la furia del capitalismo mundial, desató una sangrienta guerra civil. Para estos menesteres no dudó en recurrir al terror, a la organización de progroms, a la movilización de todos los prejuicios más reaccionarios: el mismo Werth ilustra esto magistralmente (14) (aunque omite indicar la intervención extranjera). Esto mismo ocurrió toda vez que las masas iniciaron alguna acción histórica. La violencia que las masas y sus organizaciones en estas circunstancias ejercen no sólo es legítima, es una cuestión de vida o muerte en su defensa. Courtois nos predica un pacifismo vacuo y contrarrevolucionario. Si en estas circunstancias un socialista o un anarquista sigue los consejos de Kautsky-Courtois, hace causa común con la burguesía que predica las libertades democráticas (las que niega, todas, bajo los regímenes dictatoriales, y las más importantes, bajo la democracia; pero que en estas circunstancias explota, demagógicamente, mientras fomenta el ataque armado contra las conquistas de las masas) y se estaría sumando a la tarea de destruir la dictadura proletaria que se ejerce sobre las minorías explotadoras desplazadas. En síntesis, estaría actuando como un canalla. Courtois nos dice que el leninismo golpeó a los partidos socialistas y al anarquismo, lo que así formulado es una monumental falsedad. La inmensa mayoría de los obreros que los seguían y muchos de sus militantes se sumaron durante la guerra civil al campo bolchevique Trotsky ilustra en su Terrorismo y Comunismo sobre el caso de un anarquista que, en una primera etapa de la revolución, sigue engañado a su partido y fue opositor al régimen, que luego se transformó en uno de los principales jefes del Ejército Rojo. Fue cuando esos partidos adoptaron la postura que señalamos que fueron ilegalizados, después de haber perdido masivamente a los trabajadores y al haberse transformado, en medio de la guerra civil, en agentes de la contrarrevolución, llevando in extenso e in extremis la política chauvinista que habían desarrollado entre febrero y octubre (que provocó finalmente que los obreros les dieran la espalda).


 


El mismo Werth también ilustra cuál fue el origen de la Cheka bolchevique, una comisión para garantizar los suministros para el Ejército Rojo, es decir para sostener la alimentación de la flor y nata del proletariado que se encontraba combatiendo contra la contrarrevolución, en un país donde el sabotaje de los capitalistas había desorganizado completamente la producción y los abastecimientos más elementales. ¿Qué tiene que ver esto con el terror staliniano?


 


El libro negro hace una vieja y tramposa amalgama de moral y derecho contra la historia viva, real y concreta de la lucha de clases. Se trata de confundir las acciones imprescindibles de autodefensa de los grandes procesos revolucionarios con la faena de sus verdugos. Desde la Comuna de París de 1871 y la gran revolución de Octubre de 1917, los socialistas-comunistas con Marx y Engels a la cabeza, en un caso, y Lenin y Trotsky, en el otro salieron siempre en defensa de la acción de las masas contra el interesado argumento de los demócratas sobre la supuesta violación de los derechos humanos por la revolución. Cuando tienen que actuar en ésta, arman sus ejércitos, sus progroms, su terror para aplastar a las masas. Una vez que aplastan la revolución, los demócratas quieren dar sus clases de moral. Nada más cínico.


 


La moral y el derecho son funciones ideológicas de la lucha de clases, ambos tienen su origen en la violencia de esta sociedad: la clase que impone su dominación impone sus fines al resto y "acostumbra a considerar como inmorales los medios que contradicen sus fines" (15).


 


El libro negro esgrime una supuesta defensa de los métodos democráticos contra los dictatoriales, de la democracia pura contra la revolución. Se trata de un viejo refrito contrarrevolucionario: el ocultamiento de las fuerzas sociales que llevan inevitablemente a los levantamientos revolucionarios y, sobre todo, a la negación de la dinámica de la guerra civil, a la encarnizada lucha de clases que se expresa más desembozadamente que nunca en las guerras y revoluciones contemporáneas. Es la negación de la experiencia histórica del presente y aun del pasado. ¡Como si la democracia capitalista no se hubiera conquistado por medios revolucionarios! Históricamente, la democracia fue el fruto de la acción dictatorial de la burguesía revolucionaria frente a sus enemigos feudales: la nobleza, las monarquías, el clero. La revolución inglesa y francesa no habrían sobrevivido sin la dictadura de Cromwell y Robespierre, la emancipación norteamericana y el triunfo del norte contra el sur esclavista, en la Guerra de Secesión, no hubieran tenido lugar sin los métodos revolucionarios de Washington y Lincoln.


 


Todo El libro negro es un alegato contra las revoluciones y contra la necesidad de comprender su dinámica, la disposición de las fuerzas sociales en ellas y de ocultamiento de los verdaderos campos en pugna. La vieja cantinela de Lenin y Trotsky igual a Stalin. El Termidor soviético originado en octubre del 17, el terror rojo igual al terror stalinista, y de aquí en más todo en la misma sintonía: la liberación partisana contra el fascismo bajo la bandera del comunismo igual que su estrangulamiento posterior por los partidos stalinistas; la lucha de las masas españolas contra el franquismo igual que su desmoralización desde el campo republicano-stalinista-anarquista; la lucha emancipadora contra el imperialismo japonés en China y la puesta en pie del Estado Obrero contra las directivas de Moscú, igual que el aplastamiento de los trotskistas por el maoísmo. El libro negro calumnia a las víctimas del terror stalinista, con lo cual se coloca objetivamente en el campo de los verdugos. Mucho antes que esta historia de crímenes y matanzas viniera a ser descubierta por estos eruditos, Trotsky ya había denunciado al stalinismo como producto de la presión del imperialismo sobre un Estado Obrero atrasado y aislado, "un complemento simétrico del fascismo". De ahí que "el filisteo demócrata y el burócrata stalinista decía son, si no gemelos, por lo menos hermanos espirituales. Políticamente, pertenecen en todo caso al mismo campo" (16), enlodando a las víctimas de la revolución como a sus victimarios.


 


No es casual que el combate político del trotskismo contra el stalinismo brille por su ausencia en El libro negro. Al ocultar esto se finge originalidad en el descubrimiento y se da rienda suelta al macaneo y a todo tipo de adulteraciones. El leninismo aparece entonces como un agente que ocultó largamente su carácter criminal para hacer, una vez en el poder, su fechoría. No como lo que fue: la expresión más alta de la conciencia humana en medio de una de las gestas emancipadoras más importantes de este siglo, de la lucha contra la guerra y el militarismo; la encarnación más profunda de las aspiraciones de las masas en el cuadro de la pavorosa descomposición y carnicería imperialistas (que acompañaron todos los partidos de la IIª Internacional).


 


Qué duda puede haber que el terror rojo, la eliminación del sufragio universal, la existencia de víctimas inocentes, en medio de la guerra civil, resultó de la necesidad de enfrentar a la contrarrevolución: fueron medidas dictadas en defensa de las grandes banderas emancipadoras que llevaron a la revolución. Presentar lo primero como el programa del bolchevismo y el comunismo, e ignorar lo otro es decir, el verdadero programa es propio de la peor canallada.


 


La revolución no se puede enfrentar con normas morales. No se puede engañar a las masas: "la guerra civil es la más cruel de las guerras". Quienes condenan a priori toda violencia niegan en lo fundamental que "la revolución misma es producto de una sociedad dividida en clases y de ello lleva necesariamente impresas las huellas. Desde el punto de vista de las verdades eternas, la revolución es naturalmente inmoral. Pero eso sólo significa que la moral idealista es contrarrevolucionaria, es decir, se halla al servicio de los explotadores" (17).


 


Courtois, posando de demócrata, condena por esto al líder de los sans-culottes Robespierre por la matanza de La Vendée, en 1793, dirigida bajo su dictadura durante la gran revolución francesa. Es que la matanza de La Vendeé habría sentado el precedente para la acción del primer y gran "sanguinario" de este siglo Lenin cuya "matriz" después se imitaría por doquier.


 


En La Vendée, como sucedió más tarde en otras revoluciones, un sector de las masas campesinas fue utilizado por la nobleza contrarrevolucionaria. Como resultado de esto, la revolución produjo una gran represión, con víctimas inocentes. Courtois, por supuesto, la impugna. Jean Jaurès, el socialista francés y gran estudioso de la revolución que impregnó su Historia (18) del espíritu con que identificó al socialismo con la democracia Courtois, no casualmente, recurre también a Jaurès en defensa de su humanismo (19) reconoce, sin embargo, el carácter necesario e inevitable de esa represión ejecutada por los patriotas para salvar a la revolución de los peligros que la acechaban.


 


Curiosamente, que sepamos, ningún crítico de El libro negro ha llamado la atención acerca de que otro Courtois (20), bajo el thermidor de esa gran revolución, fue el encargado por el Comité de los Doce que juzgó a Robespierre de presentar las pruebas que lo condujeron a la guillotina.


 


 


Notas:


1. Stèphane Courtois, Nicolas Werth y otros, Ed. Planeta-Espasa, España, 1998.


2. Karlheinz Deschner, Ed. Martinez Roca, 1995/8.


3. El libro negro… ed. cit., prefacio de Stèphane Courtois, pág. 15.


4. Id.ant.


5. El libro negro… ed. cit., postfacio de Stèphane Courtois, pág. 843.


6. Id.ant., pág. 836.


7. Casi como en un lapsus, sin embargo, en ese capítulo señalado, Nicolás Werth desmantela, sin darse cuenta por supuesto, todo esto. Informa así, por ejemplo, sobre la popularidad que van alcanzando los bolcheviques y el escenario de la inmensa revolución en marcha en el curso de 1917. Casi exagerando, diríamos, nos revela cómo triunfa en sus inicios el Octubre rojo: "raros enfrentamientos", "un número de víctimas insignificantes", "un golpe de Estado esperado, cuidadosamente preparado y perpetrado sin oposición" (pág. 66).


8. Es interesante llamar la atención sobre la manipulación ideológica que históricamente ha hecho el capital de los más diversos regímenes sociales, de acuerdo con sus necesidades. Así como hoy la tendencia dominante es a vestirse con el ropaje de la democracia parlamentaria, cuando le fue necesario y para estos menesteres no faltó la colaboración de la burocracia stalinista, también ella explotó la popularidad de las banderas del socialismo y del comunismo. Toda una serie de burguesías nacionales se cubrieron con su manto, como ocurrió en China con Chiang Kai-shek; en América Latina, primero con Haya de la Torre y 40 años después con Perón; en Egipto con Nasser, etc. ¡Si hasta lo hizo Hitler, explotando la cobardía y la traición de los partidos socialdemócrata y comunista (stalinista)! La burocracia staliniana no ha hecho más que perfeccionar las mañas que otros poderosos han utilizado en otros momentos de la historia, lo que comenzó cuando la burocracia de los conventos y abadías se apropió del mensaje de Cristo.


9. A. Escohotado, Historia de las drogas, Tº 2, Alianza.


10. El Libro Negro… ed.cit., pág. 502, cap. de A. Paczkowski y K. Bartosek.


11. Id.ant.


12. Id.ant., pág. 503.


13. Id.ant., pág.828.


14. En el curso de varias páginas, Werth ilustra, por ejemplo, sobre las consignas antisemitas y a favor del zar que impulsan las movilizaciones campesinas antibolcheviques, instigadas por los ejércitos blancos.


15. Trotsky, Su moral y la nuestra, Ed. Amerindia, 1959.


16. Idem ant.


17. Idem ant.


18. Historia socialista de la Revolución Francesa, en 8 tomos, Ed. Poseidón, 1946.


19. Courtois cita deliberadamente una crítica de Trotsky a Jaurès, en defensa de la concepción de Kautsky, con cuyo socialismo identifica también al líder francés. Courtois olvida, sin embargo, que Juarès fue uno de los más grandes críticos del militarismo moderno.


20. E. B. Courtois, citado en Robespierre, el primer revolucionario, David P. Jordan, Vergara, 1985.


 

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