I. Una nueva etapa en la época de la agonía del capitalismo
1Las características que distinguen a la presente etapa histórica han sido determinadas a partir de la disolución de la Unión Soviética y de la restauración del capitalismo que se encuentra en curso, en distinto grado, en Rusia, en China y en el conjunto de los ex estados obreros degenerados. Aunque nunca hayan salido del marco de la economía capitalista mundial, como tampoco habrían podido hacerlo, su desaparición ha ampliado geográfica y socialmente la dominación del capital en una escala sin precedentes.
La restauración capitalista ha reforzado la competencia dentro de la clase obrera mundial al reintegrar al mercado mundial a centenares de millones de trabajadores. La expropiación del capital, al limitar esa competencia por medios revolucionarios, había significado un progreso de la lucha de la clase obrera contra la clase capitalista por el reparto del ingreso mundial.
2La restauración del capital en los ex estados obreros puso fin a una larga serie de tentativas del proletariado para acabar con los regímenes burocráticos con métodos revolucionarios. Las revoluciones políticas contra las burocracias gobernantes de todos los ex estados obreros, entre 1953 y 1989, debutaron como una rebelión de las fuerzas productivas que se habían desarrollado en el marco de la economía planificada contra su deformación y estrangulamiento por parte de las burocracias contrarrevolucionarias. Sin embargo, a partir de las crecientes alianzas económicas, políticas y diplomáticas de la burocracia contrarrevolucionaria con el imperialismo, esas revoluciones se fueron transformando, objetivamente, en una rebelión de fuerzas productivas contra el capital mundial. La restauración capitalista significa, de conjunto, o sea con independencia de los resultados parciales y relativos que pueda tener en este o aquel país, una regresión histórica de las fuerzas productivas impuesta por las relaciones sociales existentes.
El ingreso de los regímenes burocráticos al sistema internacional de la deuda externa; los acuerdos cada vez más frecuentes de sus gobiernos con el FMI; los tratados internacionales que comprometían a la burocracia con la defensa de la propiedad y del mercado capitalistas (Helsinki, 1975, cesión de Hong Kong, 1982), fueron otras tantas manifestaciones de la tendencia de la burocracia a la restauración capitalista.
La desintegración de los aparatos de estado en China y en Polonia, en el marco de la "revolución cultural", uno, y de las ocupaciones de fábrica de finales de los 70, el otro, marcaron los puntos de viraje que dejaron a los regímenes sociales "transitorios" sin una tercera opción entre la restauración del capitalismo y la revolución proletaria.
Estas crisis revolucionarias no solamente reflejaron el agotamiento del socialismo en un solo país sino también el impasse de conjunto del capitalismo mundial. Tuvieron lugar cuando el llamado boom económico internacional de la posguerra se había agotado y una década después de la crisis internacional de 1971-75 que inició una declinación económica relativa muy prolongada y extensa.
3La restauración del capitalismo, que se encuentra en las etapas iniciales, ha ampliado el radio de explotación del capital internacional. La apertura de los ex estados obreros le ha ofrecido al capital una nueva posibilidad de explotación, que involucra a centenares de millones de personas (China) o la posibilidad de apropiarse, además, de un sofisticado parque tecnológico (Rusia). Pero este principio de salida a la saturación del mercado mundial ha sido acompañado por una mayor saturación de ese mismo mercado mundial.
Ocurre que en estrecha relación con esta ampliación se ha intensificado la competencia entre los monopolios capitalistas internacionales que procuran la conquista de esos nuevos mercados y un nuevo reparto del mercado mundial. La mayor movilidad geográfica ganada por el capital ha acentuado la competencia dentro del proletariado a nivel internacional. La competencia entre los trabajadores se manifiesta, indirectamente, por medio de la explotación de fuerzas productivas y trabajadores más baratos, y, en una forma directa, en la ola de inmigrantes hacia las metrópolis. En los países atrasados se agrava la sobrepoblación relativa que resulta de la quiebra de la pequeña producción y de la crisis agraria, en tanto que en las metrópolis se manifiesta un marcado retroceso social.
Como el capital encara la restauración capitalista con los métodos que le son propios, se han reforzado también sus tendencias fundamentales: concentración de la riqueza en un polo y de la miseria social en el otro; acentuación de la anarquía económica y, por lo tanto, de las crisis financieras y comerciales; liquidación de los estratos intermedios y de la pequeña producción; incremento de las crisis agrarias y de los estallidos campesinos; un mayor bloqueo del desarrollo independiente de las naciones atrasadas. En última instancia, impulsando nuevas guerras y nuevas revoluciones.
Con la restauración capitalista, la crisis histórica del capitalismo no se ha atenuado sino que se ha agudizado. Es que el derrumbe de los estados obreros degenerados se procesa en el marco de las tendencias de la crisis capitalista mundial. Desde la ex Alemania oriental a Rusia se desenvuelve un verdadero retroceso en el nivel de civilización. En China, la invasión del capital extranjero ha explotado el desnivel entre la economía mundial y el atraso histórico de China para dar lugar a un desarrollo tan explosivo como unilateral, pero que provoca, junto a una enorme polarización de la riqueza, la demolición de la economía estatal, todavía mayoritaria, y una gigantesca crisis agraria. Las economías más avanzadas, por su lado, sufren una seguidilla de crisis financieras cada vez más amplias e intensas, que arrastra a monopolios y naciones enteras a la bancarrota y a la explosión social y política. Por primera vez se encuentra amenazada la supervivencia de la Unión Europea como entidad política. La crisis histórica del capital ha avanzado varios peldaños, y ello ha reforzado la tendencia a la creación de situaciones revolucionarias y de revoluciones sociales. Se pone de manifiesto, de este modo, la tendencia del capital hacia su propia disolución.
4La etapa abierta por el derrumbe de los estados obreros degenerados ha disuelto el sistema de relaciones internacionales establecido por los acuerdos de posguerra y, con ello, ha generado crisis internacionales cada vez más profundas. El agotamiento de la arquitectura diplomática de la llamada guerra fría es una expresión de una nueva etapa en las relaciones entre las clases sociales en su conjunto.
Los partidos que respondían al aparato internacional manejado por Moscú han fracasado en su prolongado intento por reconvertirse en partidos reformistas nacionales y de un modo general se encuentran en desintegración. Asimismo, se han venido abajo numerosos estados clientes de la burocracia rusa, en especial en los Balcanes, Medio Oriente, Asia Central y Africa. La restauración capitalista en la ex URSS no solamente ha provocado una desorganización económica generalizada, sino que ha hecho saltar todos los antagonismos nacionales soterrados de su estado policial. Las naciones de Asia Central y del Cáucaso se han convertido en un gigantesco campo de disputa para el imperialismo mundial. En el plano de las relaciones políticas internacionales, la nueva etapa se caracteriza por crisis estatales y guerras generalizadas en todos los continentes.
II. La ideología del imperialismo en la actual etapa
5La caracterización de la etapa en curso, que realiza la academia oficial y semi-oficial, como una globalización (se refiere al capital) reviste de un carácter histórico progresivo a la restauración capitalista en los ex estados obreros. La globalización del capital, sin embargo, es un fenómeno que llegó a su apogeo histórico hace mucho tiempo, con la plena formación del mercado mundial y la emergencia del imperialismo. Expresa la declinación del capitalismo, no su ascenso. La regresión histórica, que tiene un punto de culminación con la restauración capitalista en curso, tuvo su inicio con la contrarrevolución burocrática, que no fue más que la expresión de la presión de la economía mundial capitalista sobre un "socialismo" aislado en "uno" o varios países históricamente retrasados. La globalización, en tanto restauración del capital allí donde había sido expropiado, no constituye un avance sino un retroceso histórico, y conlleva, de un lado, la pérdida de conquistas históricas y sociales en esos países así como a nivel internacional. La globalización es la expresión ideológica de la destrucción del socialismo como perspectiva, la cual que fue históricamente conquistada por el proletariado en dos siglos de lucha de clases.
Adjudica la victoria transitoria del capital sobre los regímenes sociales no capitalistas dirigidos por una burocracia, a una capacidad del capital para revolucionar indefinidamente las fuerzas productivas, lo cual escamotea, de un lado, el carácter internamente contradictorio del capital y, del otro, su carácter históricamente condicionado; que el avance de la ciencia y la técnica, que el capital impulsa, no como una finalidad social consiente, sino por la necesidad de incrementar la explotación del trabajo ajeno, potencia sus contradicciones y las hace cada vez más explosivas.
El eufemismo globalizador pretende poner un signo igual entre la liquidación de las formaciones económicas precapitalistas por parte del capital mundial en la época histórica de su ascenso (liberalismo) y la destrucción de la propiedad estatizada y de la economía planificada en la etapa del capital monopolista en disgregación.
Presenta a la unificación capitalista del mercado mundial como una perspectiva aún no completada, y no como una realidad que ha agotado sus posibilidades históricas y que engendra crisis económicas explosivas, catástrofes sociales mayores y guerras todavía más destructivas.
La globalización rechaza que la restauración capitalista tenga un carácter transitorio, cuyo desenlace será determinado por el desarrollo de la presente crisis mundial.
6La globalización es una ficción ideológica que pretende igualmente encubrir el conjunto de tendencias dislocadoras del capital mundial. Por ejemplo, la extensión fenomenal del capital ficticio (endeudamiento público y privado, de inversores y consumidores, financiero y especulativo), que supera con creces el capital en su forma material y que lleva a la ruina los presupuestos estatales. El desarrollo del capital ficticio bajo la forma de una extensión sin precedentes de los mercados de capitales constituye un medio poderoso de confiscación económica adicional de los trabajadores, de los estratos sociales intermedios y de estados enteros.
La llamada tercerización o subcontratación, otra característica de la mentada globalización, no representa una nueva fase histórica de la industrialización bajo el impulso de la división internacional del trabajo, sino un desarrollo parasitario de los grandes pulpos capitalistas, que sustituye la industrialización de los países atrasados por la implantación de maquiladoras y armadurías, para explotar la mano de obra barata y saquear fiscalmente a las naciones involucradas.
El resultado de este conjunto de tendencias es la sobreproducción crónica de mercancías y capitales, la tendencia a la depresión económica, la generalización (esta sí global) de la deflación a escala internacional y la desocupación obrera más alta y permanente de la historia del capitalismo. La llamada globalización engloba a todas las formas del capital como un capital global, para ocultar, de este modo, su fase histórica específica, o sea el nivel excepcional que ha alcanzado su desarrollo parasitario y rentístico.
7El desarrollo capitalista de las últimas décadas ha reforzado la contradicción entre el carácter mundial del desarrollo de las fuerzas productivas y del mercado, por un lado, y el carácter nacional de los capitales, los monopolios y los Estados. O sea que se ha acentuado la anarquía capitalista.
El reforzamiento de la nacionalización de los capitales pone al desnudo el carácter interesado de las expresiones apologéticas tales como trasnacionales, multinacionales o globalización. La nacionalización del capital se manifiesta de forma especial en la supremacía que ha alcanzado el capital norteamericano, por sobre todo en la banca de inversión.
La Unión Europea ha fracasado en su intento de crear un capital específicamente europeo en oposición a los capitales norteamericanos y japoneses e incluso con referencia a los capitales nacionales de los respectivos estados europeos, o sea franceses, italianos, alemanes o incluso griegos. La atomización nacional del capital monopolista en Europa no ha sido superada ni por la creación de un Banco Central ni por una moneda única; esta última ha exacerbado las contradicciones de sus economías nacionales, como consecuencia de sus acentuados des-niveles de desarrollo. La tentativa de establecer una moneda de reserva propia, en competencia con el dólar, es una manifestación muy destacada de las rivalidades nacionales del capital y constituye una constante fuente de choques internacionales, enfrentamientos diplomáticos y hasta guerras por interposición (fuera y dentro de las fronteras de Europa). La coalición que tiene lugar entre diversos pulpos económicos de nacionalidades diferentes tiene, casi unánimemente, un carácter transitorio. Es la manifestación del choque de unos bloques nacionales contra otros, que se disgregan, a su turno, con cada manifestación de la crisis económica en general. Los estados nacionales son más que nunca las herramientas de los monopolios en la lucha por la supremacía en el mercado mundial. Este fenómeno se ha acentuado con la política de libre comercio, la que priva a las naciones más débiles de la posibilidad de protegerse con medidas de orden político y las deja al arbitrio de las muy pocas naciones más poderosas, en especial los Estados Unidos.
8La formación de la Unión Europea no ha sido un proceso histórico lineal. Ha representado, en diferentes etapas, los intentos de adaptación y de supervivencia de la burguesía imperialista europea a las condiciones cambiantes de la crisis mundial. Bajo denominaciones parecidas ha representado fenómenos sociales y políticos diferentes.
Sea para contener la revolución social en la posguerra; sea como un marco que permitiera restablecer los viejos estados nacionales agotados por dos guerras mundiales, como las únicas formas concretas de dominación política del capital; sea para resolver la crisis de sobreproducción mediante una eliminación parcial de las barreras al comercio; sea como un método político para unificar la ofensiva contra los trabajadores luego del fin del boom de posguerra y el comienzo de la presente etapa de crisis; sea para organizar la lucha contra el capital norteamericano en el cuadro de esta misma crisis mundial; sea como un intento, finalmente, de los estados más poderosos, especialmente de Alemania, para adaptase al derrumbe de la URSS y de Europa oriental y anexar a los nuevos mercados del este y Rusia. El imperialismo europeo ha montado un conjunto de "corredores" (transportes, caminos y ductos), para enlazar al oeste de Europa con el Cáucaso y hasta Asia central, pasando por los países que componen la península de los Balcanes.
Bajo la presión de la crisis económica mundial y de las luchas de los trabajadores, sin embargo, las tendencias centrífugas tienden a imponerse cada vez más sobre las centrípetas. La utilización de las rivalidades nacionales por parte del capital financiero norteamericano tiende a fracturar a la Unión Europea. El crecimiento de esta lucha interimperialista condiciona el conjunto de la crisis política mundial. Desde los Balcanes, Rusia y el Cáucaso hasta el lejano Oriente, Irak y Palestina, las crisis, los enfrentamientos nacionales y las guerras expresan, cada vez más, la creciente oposición entre los capitales y estados europeos, que están también divididos entre ellos, y el norteamericano. Las manifestaciones de una tendencia a la dislocación de la Unión Europea se han acentuado, sembrando la confusión entre quienes la consideraban irreversible y le aseguraban un progreso infinito.
9Las tendencias centrífugas y el choque creciente con el imperialismo norteamericano han afectado los ritmos de desarrollo de las crisis políticas, con especial impacto en el viejo continente. Esta tendencia de conjunto condena al ridículo a quienes abogan por completar el desarrollo de la Europa imperialista con una "construcción más democrática". La penetración de los monopolios europeos en los países del este ha reforzado la tendencia imperialista de la UE, agudiza la competencia entre los pulpos internacionales, acentúa la disolución social creciente en los Balcanes y el este y potencia la ofensiva del capital y de sus Estados contra las condiciones del proletariado del oeste.
La crisis económica que provocó el estallido de la burbuja financiera norteamericana, a principios del 2002, se ha manifestado con la mayor agudeza en la Unión Europea, en especial en la tendencia a la depresión económica que afecta a Alemania, Francia e Italia. La pérdida de posiciones de estos países en el mercado mundial, en beneficio del capital norteamericano, ha planteado una aguda tensión entre la burguesía y el proletariado, porque el capital europeo no puede hacer frente a la competencia internacional sin incursionar severamente contra las conquistas sociales y laborales de las masas. El ataque contra la seguridad social y la salud ha abierto una etapa de conflictos de clase violentos en Europa. El espacio para una construcción democrática, o sea en el marco imperialista, se achica de más en más. Idealizada por sus apologistas como un medio de superar los límites que imponen las fronteras nacionales al desarrollo de las fuerzas productivas, la Unión Europea se ha revelado rápidamente como un freno a ese desarrollo. Estalla, en cierto modo, el intento de encajar en un único molde institucional los agudos desniveles de desarrollo capitalista que caracterizan a la UE. La IV Internacional denuncia el carácter imperialista de la Unión Europea y de sus propósitos de expansión oriental; destaca que el imperialismo plantea una tendencia a la reacción política y no a la democracia; señala que ha fracasado en el intento de superar el escollo histórico de las fronteras nacionales para desarrollar las fuerzas productivas, y aun más, que ha creado escollos adicionales que tienen que ver con su artificialidad histórica; y pone de manifiesto que la tendencia imperialista y la tendencia a acentuar sus contradicciones conducen a un agravamiento de la lucha de clases en el interior de Europa. Este conjunto de factores refuerza la tendencia a crisis políticas de envergadura en los países europeos e incluso a que se plantee una cuestión de poder. La IV Internacional inscribe en este marco a la crisis política de abril del 2001 en Francia, cuando se produjo una licuación política de los partidos tradicionales de la derecha y de la izquierda, en combinación con grandes movilizaciones de masas, en especial de la juventud. Quedó al desnudo, en esa crisis, el agotamiento de la democracia imperialista. Sobre esta base la IV Internacional denuncia el carácter reaccionario de la consigna por una Unión Europea democrática y social y plantea la total vigencia de la unión del proletariado europeo por la expropiación del capital y el establecimiento de los Estados Unidos Socialistas de Europa.
10La fase económica mundial que se inicia alrededor de los años 70 se distingue de la que tuvo lugar a partir de la posguerra, no solamente por una inversión de tendencia en la curva general del desarrollo de la producción. La caracterizan, por sobre todo, las recesiones cíclicas de características explosivas que se combinan con crisis financieras de inusitada amplitud, como consecuencia del estallido de las burbujas especulativas, del extraordinario endeudamiento de los Estados, y de los capitales individuales y de los consumidores, con los que se intenta cebar la recuperación económica. Los derrumbes financieros que van de 1997 al 2001 clausuran el ciclo especulativo extraordinario que se inicia con la euforia que provocó la disolución de la URSS.
La economía mundial, en su conjunto, se caracteriza por la tendencia a mayores crisis financieras y a la deflación. La política mundial, a su vez, se encuentra condicionada por estas tendencias de la economía.
11La guerra de los Balcanes, Afganistán, Irak, el Cáucaso, Palestina y diversos países de Africa ha inaugurado una etapa de guerras imperialistas de alcance internacional, que refutan por completo la pretensión universalista de la globalización, su carácter idílico, o sea puramente económico y pacífico, o la naturalidad de la supremacía del capitalismo en la presente etapa histórica. El derrumbe práctico e ideológico de la globalización se expresa en el resurgimiento de sus expresiones formalmente opuestas, como la del ´choque de civilizaciones, la necesidad de las construcciones nacionales o la especie del ´terrorismo internacional´ como una guerra mundial que no se presenta como un enfrentamiento entre estados.
Esta nueva oleada de guerras es apenas la etapa preliminar de un nuevo período de matanzas. Ella es, antes que nada, una expresión eminente del empantanamiento del capital. No involucra solamente una rivalidad comercial relativa al petróleo y a los mercados de materias primas del Asia central. Es una manifestación irrefutable de que la restauración capitalista es un proceso de violencias y de guerras. Su hilo conductor es la lucha por la conquista económica y política del espacio dejado por la disolución de la Unión Soviética y por el control de la restauración capitalista en China. La hegemonía de la restauración capitalista por alguno de los bloques en disputa desequilibraría decisivamente las relaciones de fuerza entre las distintas potencias imperialistas. La lucha por la conquista de los mercados orientales de Europa y de Asia tiende a transformarse, por este motivo, en una lucha interimperialista sin paralelo en la historia. Esta lucha interimperialista, expresión de una crisis enorme en las relaciones entre las clases dentro de todos los estados, deberá potenciar las crisis y las luchas entre las clases en todas las naciones, incluidas las semi-colonias.
Desde un punto de vista histórico de conjunto, la etapa actual forma parte de toda una época, que arranca con la primera guerra mundial y las revoluciones que la sucedieron, fundamentalmente la revolución de octubre del 17. Las contradicciones mortales de esta época, entre las guerras imperialistas y la revolución, no encontraron su salida en el curso de la segunda guerra mundial. Por un lado, la victoria del ejército rojo sobre el nazismo, la revolución china, la extensión de la URSS al este de Europa y varias revoluciones en las colonias pusieron un límite a una salida basada en la restauración del capital en la Unión Soviética. Por otro lado, la derrota de la revolución en Europa, el restablecimiento del capitalismo golpeado por la guerra y la prolongación de la dominación de la burocracia contrarrevolucionaria en los estados obreros bloqueó la salida histórica de la revolución socialista a escala internacional.
En la fase ulterior, las revoluciones políticas, el derrumbe de la burocracia y la crisis capitalista mundial dieron al traste con la coexistencia pacífica o la convergencia de sistemas. El actual período histórico plantea la alternativa entre la restauración completa del capitalismo a través de la barbarie de las guerras y el retroceso social de las masas, o la victoria definitiva de la revolución socialista, que sería reforzada por los desastres de la restauración capitalista y que, por lo tanto, podría encontrar más que nunca un terreno fértil en las naciones imperialistas. Los reformistas y los centristas se han apresurado demasiado en dar por cancelada la época de guerras y revoluciones y en pontificar la aurora de una "paz infinita".
III. La dirección del proletariado
12La crisis de la dirección del proletariado ha sido el factor decisivo de la crisis en que ha entrado la humanidad. Para superar esta crisis de dirección, se plantea en la actualidad reconstruir una dirección de la clase obrera mundial. Ha transcurrido un largo período de tiempo y la experiencia de varias generaciones desde que la vanguardia de la clase obrera podía hablar aún en nombre de una dirección histórica del proletariado revolucionario. Las derrotas sufridas por la clase obrera, desde las que destruyeron sus organizaciones a las políticas, éstas no menos profundas, se han manifestado en un retroceso en la conciencia de clase de las masas; finalmente se ha producido la derrota de las revoluciones políticas y, como consecuencia de ello, la desintegración de los estados obreros.
En el campo popular han resurgido las tendencias nacionalistas pequeño burguesas en sus formas más atrasadas e incluso reaccionarias. Las llamadas organizaciones políticas tradicionales de la clase obrera se encuentran, en la mayoría de los casos, copadas por la burguesía, incluso la burguesía imperialista; los partidos stalinistas se han reciclado penosamente al democratismo pro-imperialista. No se manifiesta en el seno de las organizaciones tradicionales la irrupción de movimientos obreros combativos o alguna tendencia real que reclame a su interior un "retorno a las fuentes históricas". Las organizaciones que se reclaman, de una u otra manera, de la IV Internacional han sucumbido a este recule de la conciencia de clase y desempeñan en la mayoría de los casos el papel político que le corresponde a la pequeña burguesía democratizante o nacionalista. Esto ocurre aún allí donde la defensa de la democracia burguesa y de la identidad nacional son planteos reaccionarios, como es el caso de los países imperialistas. Las largas décadas que han pasado desde que la bancarrota de la II Internacional dejó planteada la crisis de dirección del proletariado internacional, y desde la fundación de la III y IV Internacional, han dejado un gran vacío temporal, es decir teórico y organizativo, para la nueva generación del proletariado. La reiteración, por parte de algunos grupos, de que representan la continuidad revolucionaria, no es otra cosa que una petición de fe sectaria, que ha servido para encubrir diversos tipos de degeneración ideológica. Las condiciones subjetivas para la reconstrucción de la Internacional Obrera, cuyo punto programático más desarrollado aún se encuentra condensado en el programa de transición de la IV Internacional, han sufrido un considerable retroceso, que sólo podrá superarse en el marco de la lucha de clases internacional en su conjunto que caracteriza en forma creciente a la etapa que está en curso.
13Desde la manifestación de masas de Seattle, en 1999, se ha puesto en evidencia un gran movimiento internacional de lucha contra el imperialismo. Esta irrupción constituye una de las expresiones de lucha más destacadas de la presente crisis mundial. El movimiento anti-globalización debutó denunciando "la dictadura" de las organizaciones financieras y comerciales internacionales, pero enseguida impulsó también movilizaciones multitudinarias contra la guerra imperialista en los Balcanes y en Irak. Objetivamente, ha sido un factor de intervención popular en las crisis políticas que han afectado a las potencias imperialistas involucradas en la guerra.
Aunque la presencia de la juventud trabajadora es dominante en las movilizaciones anti-globalización, el proletariado no interviene en ellas como clase, con la conciencia de tal, o sea con sus banderas, sus reivindicaciones o incluso sus organizaciones. Cuando en algunas ocasiones aparece la burocracia de los sindicatos, la finalidad es arrastrar al movimiento al campo del imperialismo. No hay ninguna duda, sin embargo, que constituye una etapa en la maduración de la actual generación de trabajadores.
La pluralidad que alega el movimiento no es óbice para que predomine en él una corriente política perfectamente organizada que plantea la regulación del capital financiero y el pacifismo entendido como factor de presión de la opinión pública o incluso pro-ONU. Como dentro de esta corriente participan, sin embargo, tendencias diversas, incluido el Secretariado Unificado, el grado de sus incoherencias es enorme. Por ejemplo, se opone al libre comercio agrícola, alegando la defensa del raleado campesino francés, pero apoya la libertad de comercio cuando lo plantean los países agrícolas subdesarrollados manejados por Cargill o Dreyfus. Denuncia a las organizaciones internacionales que se encargan de la regulación del capital pero ella misma exige esa regulación para enfrentar la anarquía capitalista creciente y hasta para acabar con la pobreza. Rechaza la globalización en nombre de la defensa de las "identidades nacionales", pero se enfrenta al nacionalismo, incluso de las naciones oprimidas, invocando la necesidad de "otra globalización". Es tanto "identitaria" (tribal) como cosmopolita o liberal (imperialista). Critica el Alca pero defiende el Mercosur, el cual, dominado por las grandes corporaciones, no pretende otra cosa que servir de puente para una alianza comercial con Estados Unidos o Europa. Sus foros internacionales se convierten cada vez más en tribunas de los representantes del imperialismo, en especial europeo, y en medio para el "diálogo" con los foros que también realizan la banca y el gran capital.
14El curso pro-imperialista del PT de Brasil ha sido un golpe político descomunal que la corriente que defiende la llamada antiglobalización capitalista ha preferido ignorar. La experiencia previa del Congreso Nacional Africano, de Nelson Mandela, que gobierna para los grandes monopolios sudafricanos es, sin embargo, reivindicada por la tendencia dirigente del anti-global. Bertinotti, otra de sus principales espadas, pretende arribar a un acuerdo de gobierno con el imperialista Olivo. Esta corriente, que se ha rebautizado con el nombre de "otra-globalización", es internamente incoherente incluso en su pacifismo, ya que un sector lo reivindica en Irak pero no en los Balcanes y sólo hasta cierto punto para Afganistán. Propugna combatir la violencia de la guerra con métodos pacíficos, pero por sobre todo como un movimiento de opinión plural que no pueda transformarse, en ningún caso, en un factor de combate y de alternativa a los gobiernos imperialistas que impulsan la guerra.
El alterglobal se caracteriza a sí mismo como movimientista (movimiento de movimientos), es decir que se opone a la construcción de un partido internacional, y más aún si es clasista. O sea que carece de un planteo de poder y que evita los medios para luchar por el poder y los combate con encarnizamiento. Es funcional al poder capitalista establecido. Confiesa, de este modo, que se niega a jugar un papel independiente en la crisis mundial y que no podrá intervenir en ella sino de un modo empírico y circunstancial. El ´alterglobal´ niega resueltamente la posibilidad de las situaciones revolucionarias que son engendradas por la descomposición del capitalismo. Denuncia las tentativas de convertirlas en revoluciones y en la vía histórica para la toma del poder por la clase obrera. Su ala trotskista (SU) añade, de su propia cosecha, que la época revolucionaria mundial iniciada con la revolución de octubre ha concluido. Este planteo viene del eurocomunismo, en 1970, y antes de él de la teoría del "socialismo en un solo país". Sin embargo, aún en un periodo de restauración del capitalismo, de retroceso de la conciencia de clase y de la pérdida de conquistas históricas cuya obtención marcó una larga época del proletariado mundial, las contradicciones insalvables del capital llevan a la creación de situaciones revolucionarias, que sólo pueden ser resueltas en forma favorable para la clase obrera si son transformadas en revoluciones proletarias y en el cuadro para la conquista del poder por los trabajadores y para el establecimiento de la dictadura del proletariado en el plano mundial.
15La experiencia del gobierno del PT marca la bancarrota mortal de todas las corrientes políticas que se siguen reivindicando del Foro de San Pablo. El Foro de San Pablo se ha convertido en el principal factor de contención de las luchas de los trabajadores y de desmoralización política de los luchadores. En Brasil, ha formado el gobierno de mayor concentración de representantes capitalistas directos de toda la historia del país. En la reciente crisis revolucionaria boliviana jugó un papel decisivo para encaminar a las direcciones existentes a aceptar una salida constitucional, e incluso se ha transformado en un nexo directo entre Evo Morales y el imperialismo. No ha asumido siquiera una posición de defensa incondicional del gobierno de Chávez, en Venezuela, por el contrario ha sido el vehículo para la mediación del imperialismo en la crisis venezolana. Adelantándose incluso al gobierno argentino, el de Brasil se encuentra en la primera fila de la ocupación militar de Haití. Lo que ocurre con el PT repite lo ocurrido con los ex frentes guerrilleros o ex partidos stalinistas en Centroamérica, en especial el FSLN, de Nicaragua, y el FMLN, de El Salvador.
El destino del PT brasileño confirma la naturaleza proimperialista de la pequeña burguesía profesional que se ha pasado del foquismo al democratismo, de un lado, y el carácter potencialmente contrarrevolucionario de la burocracia que se fue formando en los sindicatos, del otro. Desde un punto de vista programático, pone en evidencia el carácter proimperialista de los planteos democratizantes, es decir que postulan la posibilidad del progreso social en los marcos constitucionales de los países oprimidos, o sea de los que por la ausencia de independencia nacional y de un desarrollo capitalista interno no han conquistado las premisas históricas de la democracia.
El PT se transformó en un partido totalmente confiable para la burguesía y el imperialismo al cabo de un prolongado período de integración de sus cuadros y burocracia al Estado, lo cual fue embellecido, por la teoría de moda, como la expresión de una "gran capacidad de construcción política". La participación política de la izquierda democratizante en las instituciones del Estado capitalista se ha vuelto a revelar como un poderoso factor de degeneración política. La participación parlamentaria y municipal del Partido Obrero, desde la Constituyente de Santa Cruz en 1995 y de las elecciones del 2001 en Salta y Buenos Aires, ha servido para la utilización revolucionaria de las instituciones estatales y para el desarrollo de la conciencia y de la organización revolucionarias.
La bancarrota política del PT ha dado lugar a un proceso de diferenciación dentro de la izquierda democratizante, hasta ahora de reducida amplitud. Tampoco se trata de una diferenciación socialista, porque no critica los fundamentos programáticos democratizantes ni los condicionamientos políticos oportunistas que dieron origen al PT (desplazar a los trabajadores de una lucha de masas al campo electoral y encuadrar al proletariado en la normalización institucional iniciada por la dictadura de ese entonces). Se encuentra ausente también en esta diferenciación la comprensión del carácter potencialmente revolucionario de la situación de Brasil en su conjunto. La dirección del PT adjudicó como la finalidad fundamental de su ascenso al gobierno impedir la situación revolucionaria que podría engendrar una bancarrota financiera. O sea combatir el peligro de un argentinazo, que luego vio confirmado en Bolivia.
En la crisis política que ha provocado en la izquierda latinoamericana y en el movimiento obrero el gobierno pro-imperialista del PT (y que tendrá una nueva edición en el gobierno del Frente Amplio en Uruguay) impulsamos construir partidos obreros revolucionarios, de un lado mediante la crítica implacable al democratismo o antiimperialismo nacionalistas y de contenido burgués, y del otro lado desarrollando la agitación en la clase obrera y las masas, especialmente las más explotadas, como los desocupados y campesinos sin tierras, de un programa de reivindicaciones inmediatas fundamentales y de reivindicaciones transitorias. Frente a la experiencia de gobiernos burgueses petistas o chavistas, en América Latina, exigimos la expulsión de los ministros capitalistas de los gobiernos que encabece la izquierda; la ruptura con el FMI y el repudio a la deuda externa; la nacionalización de la banca, de los grandes monopolios y de los latifundios bajo control obrero; el enfrentamiento del sabotaje capitalista mediante la ocupación de las empresas y la gestión obrera; el reemplazo de las organizaciones armadas de la burguesía por la organización armada de los obreros y de los campesinos; y una acción continental de lucha por los Estados Unidos Socialistas de América Latina.
IV. Una etapa de guerras imperialistas y la lucha internacional contra la guerra
16La guerra imperialista en los Balcanes ha dado inicio a un nuevo período mundial de crisis internacionales, guerras y revoluciones.
La IV Internacional no pone un signo igual, como lo hace el pacifismo, entre las diferentes clases de guerras. Denuncia que las guerras son el producto de un régimen social determinado y expresan la explosividad de sus contradicciones, de ningún modo una tendencia particular de gobierno. Son engendradas por el régimen capitalista de producción y por las rivalidades entre los diferentes grupos capitalistas y son un instrumento de dominación económica y de opresión nacional del imperialismo. La IV Internacional combate las guerras imperialistas con el método de la revolución social.
La IV Internacional señala la obligación de caracterizar a las guerras de acuerdo a la estructura social de las naciones enfrentadas. Combate las guerras entre naciones imperialistas mediante la organización de la guerra civil de los explotados contra la burguesía dominante del propio país, de un lado, y mediante la colaboración revolucionaria con los trabajadores de los países enemigos, del otro.
Combate también como reaccionarias a las guerras entre naciones oprimidas y llama a la confraternización entre sus trabajadores y al frente unido contra el imperialismo. Denunciamos el apetito estrecho de las burguesías locales y su manipulación por parte del imperialismo para reforzar la dominación semicolonial prevaleciente.
La IV Internacional apoya incondicionalmente las guerras de las naciones oprimidas contra el imperialismo y participa prácticamente del lado de la nación oprimida. Apoya asimismo la lucha organizada y de las masas contra el esfuerzo militar y político del imperialismo contra las naciones oprimidas. Dentro de estas últimas apoya toda colaboración política y militar con las tendencias que combaten al imperialismo con métodos populares y colabora efectivamente con ellas sin resignar en ningún momento la independencia política. Las situaciones nacionales donde la opresión del imperialismo mundial se combina con una opresión colonial o nacional interna, de parte de las burguesías o incluso pequeña burguesías locales (como, por ejemplo, en los Balcanes, en Siria o en los países del Golfo Pérsico), no se diferencian sino en cuestión de grado de las naciones oprimidas donde dominan dictaduras sangrientas. En todos estos casos apoyamos la unidad de la lucha contra el imperialismo, incluida la colaboración práctica con los opresores locales contra los opresores internacionales, sin resignar para nada, ni en ningún momento la reivindicación de la libertad nacional y de la democracia política contra los opresores nativos. La derrota del imperialismo capitalista internacional es la condición necesaria para la conquista de la libertad nacional. Defendemos la unidad de los pueblos de la ex Yugoslavia contra la OTAN, así como la libertad nacional para kosovares, macedonios, montenegrinos en el marco de una Federación socialista de los Balcanes (con Albania, Rumania, Grecia y Bulgaria).
Impulsamos la unidad de todos los pueblos que componen Irak contra la coalición imperialista yanqui y la libertad y autodeterminación nacionales, por ejemplo para los pueblos turcomano y kurdo. Denunciamos las limitaciones insalvables del enclave kurdo apoyado por el imperialismo yanqui en Irak y las contradicciones insalvables, desde el punto de vista de la nación kurda, que supone el propósito de integrarlo en una federación iraquí bajo protectorado norteamericano. La libertad y unidad nacionales del pueblo kurdo suponen, antes que nada, el derecho a la unidad libre con los kurdos de Turquía (y de Siria, Irán e Irak), derecho que es incompatible con la dominación del capitalismo turco, del imperialismo yanqui y de la OTAN. La expulsión del imperialismo de Irak exige la movilización de todos los explotados del Medio Oriente por la independencia y liberación nacionales y plantea la lucha por una Federación Socialista del Medio Oriente.
17La autodeterminación, unidad e independencia nacionales de Palestina constituyen el centro histórico de la cuestión del Medio Oriente. La guerra de Irak se inscribe en el marco de las tentativas reiteradas del imperialismo para liquidar los derechos nacionales palestinos. El imperialismo ha injertado en el Medio Oriente un monstruoso estado cliente, el Estado sionista, que se encuentra en las antípodas de la liberación y desarrollo nacionales de los pueblos de la región. La independencia nacional del Medio Oriente es incompatible con el Estado sionista; una derrota del imperialismo en la presente guerra lo barrería del escenario meso-oriental. La lucha del pueblo palestino resume la determinación histórica de la emancipación nacional en el Medio Oriente. Ha ganado este derecho en la lucha viva contra la opresión imperialista moderna.
El sionismo no tiene un carácter nacional progresivo; su tarea histórica ha sido la confiscación económica y territorial de los pueblos nativos, financiado por una agencia internacional que es la propietaria del 99% del suelo que ocupa. El sionismo constituye un obstáculo contrarrevolucionario para un desarrollo libre y universal del pueblo judío. La situación social de las masas judías en el estado sionista ha empeorado enormemente, de un lado como consecuencia de la crisis económica internacional, del otro como consecuencia de la competencia económica entre los trabajadores inmigrantes, árabes y judíos. El nuevo impasse mortal que enfrenta el pueblo judío sólo puede ser resuelto por medio de la unión con los trabajadores árabes para destruir políticamente al estado sionista y forjar una República socialista única de Palestina en todo su territorio histórico, de uno y del otro lado del Jordán. La IV Internacional denuncia la posición que sostiene que la descomunal militarización del sionismo opone una barrera infranqueable a una lucha nacional palestina y condena a las masas palestinas a una larga colaboración histórica con el sionismo. Por el contrario, destacamos la artificialidad y fragilidad históricas del sionismo y señalamos su dependencia de la crisis mundial en curso. La lucha política contra el sionismo no se restringe al ámbito regional del Medio Oriente sino que debe tener un carácter internacional, tanto entre las masas de obediencia musulmana como entre los judíos, en especial los trabajadores y la juventud. La lucha contra el racismo y el antisemitismo debe servir para unir a los trabajadores musulmanes y judíos y para hacer avanzar la causa de la expulsión del imperialismo mundial y del sionismo del Medio Oriente.
18La IV Internacional denuncia el carácter imperialista y opresor del laicismo en los Estados que han dejado atrás hace mucho tiempo su época de formación nacional y de combate contra el clero, y son, en la actualidad, Estados opresores de naciones y nacionalidades. La neutralidad religiosa en los Estados imperialistas, al igual que lo que ocurre con la democracia, tiene un contenido opresor. Es un arma de combate, no contra el clero y el oscurantismo clerical, sino contra el ateísmo y la ciencia. Es también un instrumento de la lucha de las confesiones de las naciones opresoras contra las confesiones de las naciones oprimidas. El laicismo occidental escamotea también los lazos que se refuerzan cotidianamente entre los Estados y la iglesia histórica oficial, así como con el Vaticano. Dada la hegemonía del capital financiero, esos lazos son históricamente más estrechos en la actualidad que en la época en que aún no se había sancionado la separación de la Iglesia del Estado. Toda una gama de corporaciones y fundaciones, que financian el progreso imparable del clero en el campo de la educación y la cultura y de la asistencia social, aseguran una relación estrecha creciente entre el clero y el estado democrático.
La ofensiva del estado imperialista francés contra los jóvenes y trabajadores que no comulgan con las religiones establecidas, en especial contra los de obediencia musulmana, es una herramienta del capital contra la unidad entre los diversos sectores del proletariado y refuerza la tendencia comunitarista entre quienes no comulgan con la religión oficial, como lo es, a todos los fines prácticos, la católica. Los Estados imperialistas laicos se valen de la neutralidad religiosa, no como un medio de lucha contra el oscurantismo sino contra el ateísmo y el comunismo. La circunstancia de que esa neutralidad puede entrar en conflicto con tendencias confesionales extremas no atenúa en nada el hecho de que es un medio de dominación cultural y político de la burguesía imperialista e incluso de la religión oficial, a través del apoyo que recibe del capital financiero. La misma finalidad de división de la clase obrera expresa, en especial en los países imperialistas o desarrollados, la promoción del "multiculturalismo" por parte del Estado, alegando la necesidad de proteger las "diversidades" étnicas o religiosas. Se pretende, en realidad, confinar a los trabajadores inmigrantes y a sus descendientes en una suerte de ghettos, controlados por una burocracia tutelada por el Estado, y disimular de este modo la brutal discriminación de que son objeto tanto desde el punto de vista de los derechos formales como de las condiciones sociales. La IV Internacional llama a la clase obrera de los países imperialistas a fortalecer los lazos con los trabajadores de obediencia musulmana mediante la lucha de clases común contra el capital y a valerse de esa lucha y de la organización que ella exige para emanciparse a si mismos y a sus hermanos de clase de toda forma de oscurantismo religioso, en primer lugar contra la iglesia dominante, y de toda dominación clerical comunitarista. La IV Internacional llama a los trabajadores de obediencias no católicas a no dejarse engañar por los reclamos de la igualdad cultural y a poner en el primer plano de sus esfuerzos y de sus luchas las reivindicaciones sociales, contra el capital, por la igualdad de acceso a las conquistas obtenidas por los trabajadores del país en el curso de una larga lucha histórica. La IV Internacional destaca como un ejemplo la persistencia de oposición de las masas de Bolivia a la dominación clerical católica, y llama a convertirla en una bandera que sirva a la participación de millones de indígenas en la revolución social y de ningún modo para reivindicar un particularismo étnico que no tiene futuro positivo bajo el capitalismo.
19La IV Internacional rechaza cualquier forma de subordinación política de los obreros y campesinos árabes respecto a sus burguesías y feudales, que es propiciada en nombre de la unidad de la Nación Arabe, y destaca la importancia de la lucha política contra los explotadores teniendo en cuenta las peculiaridades de los diferentes Estados árabes. Señala, fundamentalmente, que la lucha por la emancipación nacional sólo puede triunfar por medio de la toma del poder por los trabajadores, o sea que ponemos en un primer plano la lucha por el derrocamiento de las burguesías y feudales árabes y sus gobiernos.
La liberación nacional palestina enfrenta una colosal crisis de dirección; la totalidad de su dirección pequeño burguesa ha pasado a un compromiso con el imperialismo y el propio sionismo. La llamada Autoridad Palestina es una barrera política para la lucha contra el sionismo y para la lucha por unir a los trabajadores de toda la región, en especial de Siria, Líbano y Jordania, contra la opresión del imperialismo y las dictaduras semi-feudales, burguesas o pequeño burguesas. La IV Internacional pone todas sus energías en la construcción de un partido obrero revolucionario en Palestina.
20En el ámbito de las actuales guerras internacionales, denunciamos la colaboración entre el imperialismo y la burocracia restauracionista de Rusia en la guerra llevada adelante contra la nación afgana, que se manifiesta en el arriendo o cesión de bases militares a la OTAN en varios países de Asia Central. Esta colaboración fue comprada a la burocracia rusa a cambio de su derecho a continuar una de las guerras en curso más crueles y despiadadas, contra la nación y el pueblo chechenos. Denunciamos, asimismo, que esta guerra de opresión se lleva a cabo en el marco de una negociación inconclusa entre la burocracia rusa y el imperialismo yanqui, que puede detonar nuevas guerras regionales con alcance internacional, por el reparto económico y político de la región en torno al mar Caspio y del Cáucaso, en particular en relación a la explotación y el transporte de petróleo. La IV Internacional apoya la lucha guerrillera del pueblo checheno contra el opresor ruso, apoyado por la Unión Europea y Estados Unidos, por su derecho a la autodeterminación e independencia nacionales. La IV Internacional llama a los pueblos del Cáucaso a luchar en común tanto contra el imperialismo yanqui, la OTAN, la Unión Europea y la burocracia rusa, por la construcción de una Federación Socialista del Cáucaso.
21El campo de lucha fundamental contra la guerra debe tener lugar en las propias metrópolis imperialistas. La lucha contra la guerra ha dado lugar a movilizaciones de masas extraordinarias y al inicio de crisis políticas de los gobiernos imperialistas. Esto ya ocurre en España e Italia y en una medida un poco menor en Gran Bretaña. La guerra tiene un efecto confiscatorio sobre los pueblos de las naciones de Europa, cuyos estados no pueden lidiar con déficits fiscales crecientes (¡Italia ha comenzado a poner en venta su patrimonio cultural!). Los botines que ofrece la guerra imperialista no compensan el costo que ésta le ocasiona a los golpeados presupuestos nacionales y el agravamiento de la bancarrota de los sistemas de previsión y de salud, tanto estatales como privados, e incluso de estos últimos especialmente.
El acaparamiento de los principales negocios de la guerra por parte de los monopolios norteamericanos y el prodigio de los Estados Unidos para financiar la guerra y cebar una reactivación económica mediante el aumento de la deuda pública, acentúa aún más la vulnerabilidad de los Estados europeos. Estas contradicciones se encuentran potenciadas, a su vez, por la agudización de la rivalidad entre el imperialismo yanqui y, en particular, los imperialismos francés, alemán y, en parte, inglés. Se van acumulando de este modo la acción de los factores que precipitarán crisis políticas aún mayores y movimientos populares de lucha de mayor envergadura.
La IV Internacional señala la incapacidad del pacifismo para acabar con las guerras que son engendradas inevitablemente por el régimen de explotación del hombre por el hombre, y denuncia, de un lado, su carácter homeopático y, del otro, su carácter, anestesiante. Los revolucionarios propugnamos convertir el crimen de la guerra en crisis políticas cada vez más intensas en las metrópolis, especialmente mediante el señalamiento a las masas de que esas crisis políticas crecientes son la consecuencia inevitable de sus luchas anti-bélicas y sociales y de que ellas representan, no solamente un mal menor con relación a la libertad de acción que pretende la burguesía para continuar sus guerras, sino el marco más propicio para acabar con la guerra mediante la acción revolucionaria obrera. En la lucha práctica contra la guerra, la IV Internacional plantea la huelga y el boicot a los envíos militares de los países imperialistas, desarrolla una agitación contra el imperialismo en las fuerzas armadas y reclama la inmediata nacionalización sin pago de todos los capitales promotores de la guerra, bajo control obrero, en primer lugar de la industria de armamentos, pero igualmente de la petrolera o la farmacéutica, conforme fueron denunciadas internacionalmente. En la medida del crecimiento de la conciencia y de la organización de los trabajadores, estas crisis políticas deben ser convertidas en revolucionarias. La lucha contra la guerra imperialista devuelve al primer plano a la lucha de clases en las naciones capitalistas avanzadas.
22El imperialismo ha llevado adelante la guerra hasta ahora bajo el patrocinio, la cobertura y la protección de la democracia. No ha necesitado recurrir al fascismo. No solamente esto; ha actuado, además, para contener y disipar los brotes fascistizantes o nacional-imperialistas, como ha ocurrido en Alemania, Dinamarca, Francia y Austria. Ha preferido los recambios políticos de centroizquierda a los golpes de estado de la extrema derecha. El pseudo-fascismo actual, en el viejo continente, tiene un campo limitado de acción porque representa una tendencia de oposición nacionalista a la Unión Europea, que sigue siendo el arma principal de la burguesía para luchar por un lugar en el mercado mundial y para disputar la restauración capitalista en el este. La burguesía no tiende, en Europa, a una guerra entre sus intereses nacionales, sino que se orienta a la creación de un directorio político de sus Estados más fuertes. El imperialismo, en sus metrópolis de dentro y fuera de Europa, se considera mejor servido, por ahora, por la democracia. Esto demuestra el grado de la colaboración de clases de la socialdemocracia, la burocracia de los sindicatos y la pequeña burguesía izquierdizante. Lejos de ser un precio de libertad que le hubiera impuesto la burocracia obrera a su burguesía imperialista, es una extorsión del imperialismo para mantenerla como rehén de la política y de la guerra imperialistas. La democracia no es de ningún modo el sinónimo de la paz cuando se trata de la democracia burguesa y menos todavía de la imperialista.
La guerra y la democracia imperialistas se encuentran, sin embargo, recíprocamente condicionadas por la capacidad para mantener la "paz social" en sus metrópolis. En la medida en que las contradicciones capitalistas y las de la propia guerra minan esa "paz social", el régimen democrático se ve comprometido. Se encuentra fuera del alcance de la burocracia obrera la posibilidad de regular o mitigar las contradicciones objetivas del capital; por eso, si aún quiere conservar la "paz social" en condiciones menos favorables para ello, debe recurrir a la división de las masas que hacen frente a la ofensiva capitalista, a la paralización de las organizaciones obreras y a la capitulación lisa y llana ante las patronales y el Estado. Es lo que han hecho los sindicatos y la izquierda en Europa y la AFL-CIO en los Estados Unidos. Desde mediados de los 90 la dirección de los sindicatos norteamericanos se encuentra en manos de una dirección reformista y centroizquierdista, que incluso llegó a coquetear con las manifestaciones de masas "contra la globalización". Un ala izquierda de esta dirección intentó plantear la construcción de un Labor Party. Esta nueva dirección ha sido un sólido baluarte del imperialismo yanqui en todo el curso de la presente crisis mundial.
La medida en que va siendo minada la "paz social" en las metrópolis lo ofrece el creciente empobrecimiento de las masas, por un lado, y en particular el carácter crónico, con una curva creciente, de la desocupación de masa, y la fuerte tendencia al cercenamiento de las libertades democráticas, por el otro, con características propias de un Estado policial, que se desenvuelve en nombre de "la lucha contra el terrorismo". Desde el Pentágono norteamericano, especialmente, se procura convertir al anti-terrorismo en el pretexto para la completa subordinación de las fuerzas armadas del resto de los países. Por todo esto, mientras denunciamos la dependencia completa de la democracia burguesa al imperialismo, llamamos a la lucha por la defensa de las libertades democráticas formales y de organización en las naciones imperialistas, incluida especialmente la defensa del derecho de resistencia a las guerras y a la opresión étnica o nacional por medios revolucionarios. Denunciamos a la campaña "contra el terrorismo" como dirigida contra la independencia nacional de las naciones históricamente atrasadas. Denunciamos que la reacción política en las metrópolis se nutre del sometimiento nacional y señalamos que la lucha por la emancipación de estas naciones es la forma más alta del combate por la democracia formal.
V. El carácter inconcluso de la restauración capitalista
23El enorme avance de la restauración del capital en los ex Estados obreros no significa de ninguna manera que se trate de un proceso histórico que haya arribado a una conclusión. La importancia teórica de esta caracterización reside en que condiciona la caracterización de la crisis capitalista mundial en su conjunto. Es necesario distinguir los estadios que caracterizan el desenvolvimiento del capital y en especial el entrelazamiento de sus diferentes etapas. En esto consiste, precisamente, el análisis histórico concreto.
La transferencia sin precedentes del patrimonio estatal a un puñado de acaparadores privados no le ha quitado todavía su lugar de arbitraje excepcional a la burocracia estatal oriunda del viejo régimen (con referencia a las burocracias de los países capitalistas, incluso los más estatizados). Esto es muy claro tanto en China como en Rusia, pero vale hasta cierto punto también para algunos países de Europa oriental. En Cuba, ese arbitraje es el más autónomo. En Cuba la restauración del capital ha seguido la vía de inversiones extranjeras limitadas y no ha habido virtualmente transferencia de propiedades estatales, aunque el patrimonio económico público se encuentra principalmente en manos de una corporación, las fuerzas armadas, que forma parte del Estado, pero que no es el Estado mismo. En China, ha tenido lugar una enorme penetración del capital extranjero y se han formado grandes capitales privados, pero el patrimonio económico del Estado aún supera al del capital privado, en especial en los bancos.
En los ex Estados obreros prospera el capital privado, pero no se ha formado todavía una clase capitalista. La mediación de los capitales privados se realiza predominantemente a través de la burocracia y está condicionada por disposiciones administrativas de esta burocracia. Los parlamentos no constituyen, en ningún caso, la representación, o sea la mediación política, de los capitalistas como clase. Tampoco existe realmente una clase de capitalistas compradores que tenga el monopolio de la relación entre el capital y el mercado internacionales, de un lado, y el mercado interior, del otro; en China, Rusia y Cuba esa mediación corre, al menos principalmente, por cuenta de la burocracia del Estado.
El acaparamiento de la propiedad estatal puede ser un paso hacia la formación de una clase capitalista, pero no es sinónimo de ella. El capital se sigue formando, en el mercado interior, por medio del saqueo del patrimonio y recursos del Estado. Aunque con gradaciones que varían entre sí considerablemente, el capital no es aún la potencia social dominante, o sea que es capaz de subordinar efectivamente todas las formas del trabajo social a la acumulación del capital. En China, donde esta potenciación social del capital es más intensa, este papel lo desempeña el capital extranjero no el nacional (la manifestación más desarrollada de un capital nacional chino tiene lugar en Hong Kong y se ramifica a las regiones costeras del sur).
Las contradicciones propias de estas formaciones sociales entrelazadas, "sui-géneris", de los regímenes capitalistas transitorios, han tenido una manifestación excepcional en la semi-confiscación de los pulpos petroleros rusos Yukos y Sibneft, por parte del Estado. El gobierno de la burocracia rusa se postula a intermediario entre el capital petrolero internacional y los recursos petroleros de Rusia. Ha sido forzado a proceder de esta manera por la inminencia de una transferencia de propiedad de la oligarquía rusa, sin capital para competir en el mercado mundial, al capital petrolero internacional. En esta expropiación parcial de la oligarquía ha intervenido en forma decisiva la crisis política internacional, toda vez que los recursos, el transporte y los métodos de distribución de gas y petróleo plantean crisis internacionales en el Extremo Oriente, con referencia al abastecimiento de China y Japón; en el Artico, con referencia al transporte a Estados Unidos; en el Asia Central y el Mar Caspio, con referencia a sus yacimientos; en el Cáucaso con referencia al transporte a Europa, lo cual es también determinante con los ductos que atraviesan Bielorusia y Ucrania. Como ocurriera a lo largo de todo su pasado, Rusia vuelve a ser incapaz de relacionarse con el occidente capitalista por medio de un capital socialmente independiente.
24La cuestión de la propiedad no ha sido resuelta, al menos en Cuba, China y Rusia, las naciones más importantes en la historia política revolucionaria. En Rusia los grandes conglomerados tecnológicos, las joyas de la corona de la ex URSS, siguen, parcial o totalmente, en manos del Estado. En la ex Yugoslavia se encuentran incluso en el limbo las soberanías estatales y los territorios, algunos de ellos incluso revisten la condición de protectorados. Entre el proceso de privatización que caracteriza a la restauración capitalista y las privatizaciones corrientes en las naciones burguesas existe mucho más que una diferencia de grado, en primer lugar por su escala, en segundo lugar por su peso en la economía mundial y en la redistribución de poder entre los monopolios capitalistas internacionales, en tercer lugar porque implica una catástrofe social para decenas y centenares de millones de personas.
En China la transformación capitalista de la propiedad ha sido facilitada por la ausencia de una gran industria estatal moderna, al menos en comparación con la de Rusia. Pero aun tiene que resolver, por una parte, el destino del monopolio financiero y del crédito que aun conserva el Estado y, por la otra, el de la propiedad agraria de centenares de millones de campesinos que explotan la tierra en la forma de usufructo. Los bancos estatales se encuentran en bancarrota, con un monto de créditos incobrables que iguala al producto bruto interno de China. La privatización de los bancos estatales supone una declaración de quiebra financiera parcial del Estado, pero también plantea la amenaza del derrumbe de decenas de miles de empresas industriales financieramente quebradas, con su secuela inevitable de decenas de millones de cesantías. Un rescate estatal de estas empresas no plantearía solamente la perspectiva catastrófica de una hiperinflación sino también una catástrofe financiera internacional, que sería un resultado del retiro del capital en divisas que China tiene invertido en las deudas públicas de diferentes estados capitalistas. Las contradicciones extraordinarias que caracterizan a la restauración del capitalismo quedarán expuestas a fuego en las crisis financieras internacionales que se anuncian inminentes, como ya quedó de manifiesto, en una escala harto menor, en 1997-99, cuando la crisis asiática provocó la crisis rusa y el derrumbe, a término, del gobierno de Yeltsin.
La perspectiva de la privatización agraria ya está dando lugar a la expulsión de los campesinos de la tierra por parte de las burocracias locales que hasta ahora los explotaban principalmente por la vía confiscatoria del impuesto, las tasas y los tributos. En China la concentración de la propiedad de la tierra ya se encuentra en marcha y, paralelamente, la intensificación de las rebeliones en el agro. El otorgamiento de rango constitucional al derecho a la propiedad privada apunta a consolidar la superestructura jurídica del proceso de privatización financiera, industrial y agraria, que se encuentra recién en los inicios.
La restauración capitalista no podría ser nunca, fundamentalmente, un proceso orgánico interior. El capitalismo ha alcanzado un nivel histórico de desarrollo que pone un límite infranqueable a esa posibilidad. La restauración capitalista sólo puede desenvolverse como un proceso internacional, sometida a la hegemonía del capital financiero. Pero el capital internacional procede, en esta labor, conforme a su propia naturaleza. Está obligado a abordar y a condicionar la restauración capitalista a la lucha internacional por el control y la hegemonía del mercado mundial y por el monopolio de la redistribución de influencia que la restauración capitalista provoca en el mercado mundial. A partir de aquí pone en movimiento una contradicción importante; de un lado, una tendencia a valerse de la penetración en los nuevos mercados para intensificar la competencia por el monopolio del mercado mundial existente y, del otro, una tendencia a bloquear la restauración del capital para atenuar esa competencia mundial y frenar el ingreso de nuevos competidores. La penetración capitalista extranjera en los ex Estados obreros ha sido impulsada hasta ahora por el precio relativo menor de la fuerza de trabajo y de los recursos tecnológicos y naturales, agudizando la competencia en el mercado mundial entre los monopolios capitalistas establecidos. La re-colonización económica masiva del espacio interior de los ex Estados obreros se encuentra en gran parte condicionada al desenlace de la rivalidad comercial, financiera y política que se ha acentuado, entre esos monopolios y entre sus respectivos Estados. En resumen, la restauración capitalista constituye un episodio histórico concreto de crisis gigantescas y revoluciones.
25Los trabajadores de los ex Estados obreros tienen frente a ellos una gama de tareas políticas: 1. La lucha contra la burocracia, porque la expoliación de la burocracia para acumular privilegios no ha desaparecido sino que se ha acentuado como consecuencia de la tendencia a la restauración del capitalismo; 2. La lucha contra la restauración del capitalismo, porque, de un lado, la privatización de la propiedad expropiada al capital todavía está en sus inicios y porque, del otro lado, las privatizaciones constituyen un largo proceso de lucha contra los trabajadores por parte del capitalista que ha entrado en posesión de la propiedad estatal para adaptar la explotación del trabajo a las nuevas condiciones de producción y a las nuevas condiciones de mercado; 3. La lucha contra el capital.
La IV Internacional rechaza las posiciones que:
1. Llaman a defender e incluso apoyar a la burocracia, atribuyéndole el carácter de un límite parcial a la restauración capitalista y una moderadora de la tendencia de ella a una intensificación de la explotación. Destacamos, por el contrario, la acentuación del parasitismo de la burocracia y de sus propias tendencias explotadoras, así como de una tendencia a estrechar relaciones con el capital internacional. Esta posición distorsionante acerca del rol de la burocracia se manifiesta principalmente con relación a Cuba, en menor medida en China y ha reaparecido en Rusia con posterioridad a los roces de Putin con la oligarquía que fue creada en el período de gobierno de Yeltsin. En conformidad con las peculiaridades que distinguen a los diferentes países y teniendo incluso en cuenta las características de las situaciones políticas del momento, la IV Internacional plantea el derrocamiento de las burocracias existentes y su reemplazo por gobiernos obreros y campesinos que repongan la dictadura del proletariado, confisquen a la burocracia y expropien al capital y establezcan un sistema de gobierno de consejos obreros.
2. Que oponen a la privatización integral de la propiedad estatal el establecimiento de un régimen social mixto o cooperativo, alegando que la asociación con el capital privado es indispensable para superar el atraso histórico que la burocracia fue incapaz de resolver o que pudo haber agravado. La perspectiva de una cooperación breve o relativamente prolongada con el capital internacional o incluso nacional en el terreno económico, que sirva a una causa histórica de progreso se encuentra, sin embargo, condicionada a varios factores: uno, a que esa negociación sea encarada por el gobierno obrero y no por la dictadura burocrática; dos, a consideraciones internacionales y no solamente nacionales, en primer lugar el estado y las perspectivas de victoria de la revolución mundial. El carácter social de una transición está determinado por el carácter del Estado; cuando éste ha pasado a manos de una burocracia, la privatización en masa lo convierte en una garantía, no de las viejas conquistas sociales, sino de las adquisiciones capitalistas.
3. Atribuyen los resultados destructivos de la restauración capitalista, tanto reales como potenciales, exclusivamente a la supervivencia de la burocracia y a que no se hubiera establecido una democracia efectivamente representativa. En realidad, sin embargo, ninguna democracia representativa ha podido prescindir, históricamente, de una burocracia y, lo que es más, la historia política de la democracia, o sea de la dominación de la sociedad civil, no ha sido más que la persistente estatización de las relaciones civiles. La reivindicación de la democracia formal ha sido, en todo el proceso preparatorio de la restauración capitalista, el mecanismo ideológico que ha encubierto la expropiación del patrimonio estatal por parte de la burocracia, los acaparadores privados y el capital internacional.
La pretensión de desalojar las grandes revoluciones sociales de contenido proletario del siglo XX de la historia, en especial de la revolución del 17, por medio de un proceso indoloro, pacífico o gradual ya ha fracasado. Por el conjunto de factores que la condicionan, la restauración del capital deberá dar lugar a gigantescas conmociones sociales y políticas internacionales. De todos modos, una victoria del capitalismo sólo tendría la capacidad de retrasar la marcha de los minuteros de la historia. Esa victoria replantearía la lucha entre el capital y el trabajo en nuevas condiciones históricas; es decir, la competencia, la concentración de la riqueza en pocas manos, la socialización de la producción, las crisis, las contradicciones insolubles del capital, en fin un nuevo período de revoluciones socialistas.
VI. La crisis social en los países capitalistas desarrollados
26La expresión más contundente de la crisis mundial es la incapacidad de la burguesía para sostener la legislación laboral y los regímenes de protección social, que han sido la principal conquista popular de las luchas revolucionarias de la ante y la pos-guerra. Esta incapacidad obedece a la fenomenal caída de la tasa de beneficio, histórica, del capital. Esta caída es un reflejo de la incapacidad del capital de reproducirse sobre sus propias bases. La superación de la crisis de la acumulación capitalista exige un incremento drástico de la tasa de explotación del proletariado. De aquí resultan las tendencias a la flexibilización laboral en sus diversas formas y el desempleo en masa. También resulta de aquí la tendencia a la liquidación de la protección social (salud, previsión), porque ella forma parte del precio de la fuerza de trabajo que es necesario reducir drásticamente. La crisis de los presupuestos estatales son un reflejo de esta situación. El Estado intenta, primero, hacer frente a la crisis del capital mediante la transferencia de la carga impositiva a los consumidores, la privatización del patrimonio económico del Estado y mediante el endeudamiento público; en casos extremos, mediante la inflación y la hiperinflación. Luego, la carga de los intereses y de la deuda y los límites para una presión impositiva mayor plantean la crisis de las finanzas estatales y de los servicios públicos.
La privatización representa el intento de la burguesía de asociar el financiamiento de la seguridad social al ciclo del beneficio capitalista y liquidar, de este modo, su carácter de norma de derecho que encarga al Estado la protección social de los trabajadores. En la época de crisis, el ideal de la burguesía es asociar el precio de la fuerza de trabajo al movimiento de los beneficios capitalistas (es decir de sus pérdidas). De aquí nace el planteo más extremo de determinar el salario como una parte del beneficio. La desocupación en crecimiento y la caída relativa de los salarios provocaron una considerable reducción de los aportes a las distintas formas de seguridad social. La privatización acentuó, en muchos países, la crisis, porque dejó al Estado con un menor financiamiento para la seguridad pública. Constituyó un formidable instrumento de confiscación de los trabajadores, porque los fondos recogidos financiaron grandes negocios capitalistas y una especulación financiera sin precedentes. El derrumbe bursátil del 2000, a su turno, provocó el derrumbe de los sistemas de protección social privatizados, en especial los referidos a los retiros y jubilaciones. El cuadro actual es de una bancarrota simultánea de la protección social tanto estatal como privada. En lo referido a la salud, sus costos se han incrementado en forma enorme debido a los superbeneficios de los monopolios farmacéuticos y a la privatización de la atención médica, que al adoptar un carácter de negocio capitalista significó al mismo tiempo un enorme encarecimiento. Los apologistas del capitalismo atribuyen esta crisis al envejecimiento relativo de la población, de lo que se deriva la necesidad de aumentar la edad de retiro. La falacia de la tesis se comprueba en que, con el aumento simultáneo del desempleo, el aumento de la edad de retiro solamente significa el aumento de la desocupación en masa. La protección que se niega al que debiera jubilarse habría que destinarla al desocupado; las cuentas cierran exclusivamente con el abandono de los desocupados.
La dependencia recíproca entre el derrumbe de los derechos sociales y laborales, de un lado, y la crisis capitalista, del otro, se pone de manifiesto en el hecho de que a medida que aumenta la productividad del trabajo el capital exige el aumento de la jornada laboral y de su intensidad y la reducción de los salarios. A medida que aumenta la capacidad de creación de riqueza social, crece, por parte del capital, la exigencia de una mayor miseria social. Resulta claro, sin embargo, que el aumento de la tasa de explotación relativa del trabajador (mediante mejor tecnología) y de la absoluta (mayor flexibilidad laboral), lleva a limitar cada vez más la posibilidad de realizar el mayor valor que produce el capital. La salida para esta contradicción, que siempre será transitoria, reside, por un lado, en la restauración del capital en los ex Estados obreros y, por el otro, en una desvalorización del propio capital que haga más rentable su aplicación productiva. La primera salida implica guerras y catástrofes internacionales, la segunda una crisis económica sin precedentes, porque la desvalorización debe ser precedida por la quiebra.
27La defensa de las conquistas sociales que implican la propia vida de los trabajadores reclama una lucha de alcances históricos, que plantea en definitiva el derrocamiento del capitalismo. Esto queda más claro todavía luego del fracaso de las tentativas pusilánimes de compromiso de la burocracia sindical, como canjear el mantenimiento de la seguridad social por mayores aportes de los trabajadores, disminución de prestaciones o elevación de la edad de retiro; o la admisión de la caída de los convenios laborales en el ámbito de las llamadas pequeñas y medianas empresas.
La IV Internacional plantea la defensa de todas estas conquistas sociales mediante un sistema de reivindicaciones transitorias. Con relación a la seguridad social planteamos la estatización sin pago de todos los sistemas de retiro privado, bajo control de los trabajadores, y asegurar una prestación determinada igual al último salario, a las edades históricamente establecidas. El retiro, una parte del salario del trabajador a lo largo de su vida, debe ser íntegramente pagado por los capitalistas, como ocurre con el salario corriente. La posibilidad de aumentar la edad de retiro podría convertirse en un factor positivo de desarrollo humano en un régimen social sin desocupación, donde la organización del trabajo se encuentre bajo control obrero e integre las vocaciones personales, que garantice la educación, la salud y el esparcimiento, es decir, en el marco de una sociedad de decisiones libres. Con relación a la salud pública planteamos el control obrero de los monopolios farmacéuticos, una atención estatal de salud bajo la gestión de los trabajadores y su financiación a cargo directamente de las patronales. La defensa de la salud y del retiro de los trabajadores implica el cuestionamiento del monopolio del capital.
Frente al flagelo de la desocupación reivindicamos, contra los despidos, la escala móvil de trabajo (reparto de las horas en la empresa sin afectar el salario), pero agregamos el reparto integral de las horas de trabajo de toda la sociedad, mediante una bolsa nacional de trabajo que integre a los trabajadores desocupados de acuerdo a su oficio, especialidad, residencia y condiciones de edad y de sexo. Si la escala móvil de las horas de trabajo plantea un desafío a la propiedad capitalista en el ámbito de la empresa, el reparto de las horas de trabajo en la sociedad lo plantea al nivel de todo el Estado.
En oposición a la tendencia del capital a alargar la jornada de trabajo, intensificar su ritmo, violentar los periodos de descanso y vacaciones (anualización de los periodos laborales), establecer contratos laborales precarios, reducir los salarios mínimos y las escalas salariales, planteamos: salario mínimo vital y móvil igual al costo de la canasta familiar; jornada laboral de ocho horas; descanso y vacaciones colectivos, prohibición de los despidos; contrato de trabajo indeterminado; control obrero de las condiciones de trabajo por medio de comités de empresas; convenios colectivos de trabajo por medio de representantes obreros elegidos y revocables en asambleas. La IV Internacional denuncia las limitaciones de la semana de 35 horas pactada en Francia, en 1995, porque se otorgaron como compensación al congelamiento de los salarios nominales, restringieron el reconocimiento de las horas extras y se autorizó su calculo anualizado, permitiendo con ello la violación de la jornada de ocho horas y el derecho a vacaciones y feriados colectivos. En Francia, la desocupación y la precariedad del trabajo han crecido y la situación general de la clase obrera ha retrocedido. Para que la reducción de la semana laboral sea un instrumento real de lucha contra la desocupación debe ir acompañada con la prohibición del despido y de extender la jornada laboral o intensificar su ritmo, con la escala móvil de los salarios y con un control obrero capaz de determinar que el resultado social de la reducción de la semana laboral haya servido al progreso de los trabajadores.
28En el curso de la presente crisis mundial se han producido enormes luchas sociales y nacionales, pero el proletariado de las principales naciones industriales ha estado relativamente ausente de ellas, con la excepción parcial de Corea del sur. Algunos choques importantes van marcando, sin embargo, un cambio de tendencia, por ejemplo las ocupaciones de la Fiat, en Italia, en 2002, o las que están en curso en los astilleros de España. Pero los amortiguadores sociales de la lucha de clases tienden a disolverse, en particular en Europa, porque han entrado en una contradicción cada vez más intensa con el capital. La IV Internacional reivindica la necesidad de ocupar un lugar destacado en todas las luchas provocadas por la opresión social o nacional y al lado de todas las clases, grupos o nacionalidades que sufran la opresión o la arbitrariedad. La lucha contra el capital envuelve a la totalidad de las contradicciones y antagonismos que crea o que refuerza la dominación capitalista mundial y entre las que se establece una relación de dependencia recíproca. Si Inglaterra hubiera sido derrotada en Malvinas, en 1982, digamos, el gobierno Thatcher no habría derrotado a los mineros británicos en 1985. La IV Internacional participa junto a los sin tierra de Brasil, Paraguay o Argentina, los campesinos cocaleros de Bolivia y Colombia, las mujeres asesinadas en México o golpeadas en todo el mundo, los inmigrantes sin papeles, los niños esclavizados, los jóvenes que reclaman el pleno derecho a la educación y los movimientos de trabajadores, en particular campesino, por la defensa y mejoramiento de su hábitat y medio ambiente, por la defensa de los derechos personales de todo orden contra el Estado policial que es todo Estado capitalista. La IV Internacional interviene en estas luchas, no en defensa de salidas de orden particular (que no son tales), sino para producir un único movimiento internacional por la victoria de la revolución socialista. Sólo participando en las luchas contra toda, absolutamente toda, forma de opresión puede una vanguardia obrera reclamar su lugar en las filas combativas del proletariado industrial internacional.
Los cierres de empresa y la tendencia a la crisis industrial han planteado las ocupaciones de empresa y las plantearán todavía más en el futuro. Las ocupaciones de empresa han planteado, históricamente, un conjunto de cuestiones, que se encuentran vinculadas a las condiciones de conjunto de la lucha. Cuando tienen que ver con la bancarrota económica, oponen al cierre o al despido masivo el reclamo de la expropiación de la empresa y su puesta en funcionamiento bajo la responsabilidad de los propios trabajadores. La IV Internacional plantea, en estas circunstancias, la expropiación sin pago de los capitalistas, la confiscación de sus bienes privados, la puesta en marcha de la empresa con fondos estatales y la gestión obrera de la producción. De acuerdo con el nivel de generalización de la lucha, se plantea la formación de un frente de empresas ocupadas y gestionadas para, alternativamente, exigir fondos bancarios sin interés para el funcionamiento de la gestión obrera, la intervención de los trabajadores en la gestión de los bancos y la nacionalización sin pago del sistema financiero bajo la dirección obrera. Mientras que es claro que una gestión obrera de una empresa o un grupo de empresas no tiene destino bajo el capitalismo, la IV Internacional advierte contra el intervencionismo del Estado o incluso la estatización de las empresas que se encuentran ocupadas o gestionadas, porque implican un paso hacia la destrucción de la gestión obrera y, cuando las condiciones más generales son revolucionarias o prerrevolucionarias, un instrumento contra la revolución proletaria. A la estatización de empresas gestionadas, de un lado, y a la salida individual de la cooperativa obrera o de la autogestión, la IV Internacional opone la alternativa del frente de las empresas ocupadas y gestionadas; su intervención en los bancos estatales y privados, incluyendo la nacionalización financiera, para viabilizar la gestión obrera; su alianza con el conjunto del movimiento obrero en torno a las reivindicaciones comunes y en la perspectiva de una huelga política de masas. La IV Internacional establece la distinción entre las estatizaciones burguesas nacionales contra el capital extranjero, que tienen un carácter relativamente progresivo, y las que van dirigidas a sustituir a la gestión obrera, que van contra la posibilidad de una acción independiente del proletariado.
Una tarea de importancia excepcional en la presente crisis es la organización de los desocupados. Esta organización no solamente atenúa la rivalidad entre los trabajadores que estimula el capital sino que tiene a convertirse en un poderoso arsenal revolucionario, dado que los desocupados representan el sector más golpeado y desesperado de las masas y el que concentra la disolución del capital en cuanto tal. Este potencial revolucionario explica la obstinada oposición de la burocracia de los sindicatos a su organización, que sin embargo es insustituible para acometer la tarea sindical por excelencia, que es la atenuación de la competencia entre los trabajadores. En la medida en que la vanguardia revolucionaria se esfuerza por organizar a los desocupados, mediante la presión en los sindicatos y fuera de ellos, y convierte a esta organización de los sin trabajo en un movimiento de solidaridad con los trabajadores empleados que luchan contra las cesantías y la flexibilidad laboral, esa vanguardia logra un acercamiento sin precedentes al conjunto de la clase obrera en el terreno más avanzado posible. La reivindicación fundamental de los desocupados es el derecho a la vida y al trabajo, o sea un seguro al desempleo, de una parte, y el acceso al empleo, de la otra. Frente a los intentos del Estado de adulterar el seguro al parado con formas de asistencia social clientelística, la IV Internacional reclama el control obrero, es decir de los desocupados, del seguro al desempleo y de cualquier forma de remuneración a los trabajadores que no tienen empleo. Denunciamos al Banco Mundial y a las ONG que reivindican la ayuda social para controlar a los trabajadores desocupados y convertir a esos planes sociales en una forma de explotación social que compita con el trabajador ocupado. Denunciamos, fundamentalmente, la campaña del centroizquierdismo internacional, en particular en Brasil, Argentina y Francia, que ha hecho suya la reivindicación del neo-liberalismo de un salario mínimo ciudadano. Este salario de subsistencia pretende convertir en statu-quo a la desocupación masiva y establecer como piso salarial para la fuerza de trabajo la remuneración de subsistencia que se adjudica a la familia desocupada. En oposición a estos ataques abiertos o perversos contra las condiciones de vida de los trabajadores, la IV Internacional lucha por el cese de la desocupación mediante el reparto de las horas de trabajo, el salario mínimo igual al costo de la canasta familiar, el seguro al parado, la ocupación de las empresas que cierran, la escala móvil de las horas de trabajo contra los despidos, la adopción de planes de obras públicas bajo el control de los sindicatos o las organizaciones de desocupados, el impuesto progresivo al capital y la centralización de todos los recursos necesarios para hacer frente a la gran crisis social en manos de organizaciones controladas o gestionadas por los trabajadores.
La IV Internacional llama la atención acerca de la actividad excepcional de la mujer y de los jóvenes en los movimientos y organizaciones de desocupados. Esta intervención obedece a que son los más golpeados por la desocupación. La acción de la mujer modifica no solamente el cuadro de lucha de los desocupados sino el conjunto del ámbito social, es decir que representa un sacudimiento más vasto, que atemoriza por sobre todo al clero y sus secuaces. La presencia de la mujer desocupada en la lucha de clases tiende a violentar los límites políticos de los movimientos feministas, al introducir en ellos la lucha contra el capital. La acción de la mujer influye también en la formación de la vanguardia obrera, de un lado porque incorpora a sus filas a un protagonista de mayor potencial revolucionario, del otro porque corrige la tendencia a la desmoralización que genera el desempleo, en especial el permanente, y que se manifiesta en el proletariado masculino. La IV Internacional recoge en sus conclusiones el enorme significado que tiene la presencia de la mujer en las luchas de los explotados, saluda su aporte y llama a extraer las consecuencias que esto impone a la tarea de reconstruir a la vanguardia del proletariado.
El ataque contra la seguridad social, los cierres de empresa, la mayor flexibilización laboral, la reducción de los salarios darán lugar a un período de importantes luchas reivindicativas. La IV Internacional llama, especialmente en estas condiciones, a participar activamente en los sindicatos, incluso en los más reaccionarios; a formar en ellos fracciones clasistas; a incorporar a la lucha a las masas no sindicalizadas, reclamando para ellas la soberanía de las decisiones, mediante el régimen de asambleas, la formación de comités de huelga, la organización del enlace entre las empresas de una misma región con independencia de su filiación sindical. Sobre la base de este método de intervención es necesaria la expulsión de la burocracia de los sindicatos y la formación de direcciones sindicales clasistas y revolucionarias. La persistencia de la burocracia en la dirección de los sindicatos en el curso de las grandes luchas obreras que se avecinan, compromete las posibilidades de una victoria sobre las patronales y el Estado.
VII. La cuestión del poder, del partido y de la Internacional
29Tomada la situación mundial en su conjunto, es claro que la burguesía no puede seguir gobernando como lo ha venido haciendo, y que las condiciones sociales generales se han transformado para las masas en excepcionalmente insoportables. La cuestión de poder planteada por estas condiciones varía, incluso enormemente, de un país a otro, pero ha creado, al misma tiempo, una relación recíproca entre ellas. El empantanamiento del imperialismo en Irak ya ha creado una crisis política importante dentro de la burguesía y el Estado norteamericanos e incluso en el gobierno de Bush. Lo mismo ha ocurrido, incluso más acentuadamente en España, en combinación con las mayores manifestaciones de masas contra la guerra imperialista. El impasse económico en la Unión Europea ha determinado una fractura en la burguesía italiana y hasta una tendencia de ruptura de la fracción berlusconiana con su propio gobierno, al mismo tiempo que crece la movilización sindical. La crisis de los gobiernos de Francia y Alemania está fuera de duda, mientras se insinúan, y por momentos se profundizan, luchas de masas importantes. En otro continente, la presión imperialista sobre Bolivia ha dado lugar, en octubre pasado, a una revolución popular. La disgregación de un gobierno recién estrenado, el de Lula, es también manifiesta. El derrumbe de Aristide ha determinado una ocupación militar en Haití. El golpismo oligárquico contra el venezolano Chávez sigue atizando la crisis y las movilizaciones de las masas más pobres del país en defensa del gobierno nacionalista. El período de gracia de Kirchner se ha virtualmente acabado, al cabo de diez meses que se caracterizaron por un método de gobierno de crisis permanente. La acumulación de tensiones financieras en la caldera del Lejano Oriente ha provocado la destitución transitoria del presidente de Corea del sur por parte de los grandes monopolios nacionales que sienten amenazada su existencia por la penetración del capital financiero norteamericano. El Medio Oriente es un polvorín a la espera de un estallido, en especial en Arabia Saudita, Irán y Siria. La IV Internacional se diferencia de otras corrientes revolucionarias y obreras, en primer lugar, en esta caracterización de la situación mundial. Tomada como un conjunto, o sea en la perspectiva que ofrece y en sus relaciones recíprocas (entre las naciones y las clases), la situación mundial plantea, con ritmos, características históricas y peculiaridades diferentes, y una comprensión también dispar de las clases actuantes, la cuestión del poder.
30A partir de esta caracterización, el gobierno obrero u obrero y campesino cobra toda su actualidad como reivindicación transicional. Esta consigna significa, antes que nada, una política que consiste en desenvolver en las organizaciones tradicionales de las masas y en aquellas que éstas crean en el curso de sus luchas, la comprensión de que está planteada una cuestión de poder y que la satisfacción real e integral de las aspiraciones populares exige la toma del poder por los trabajadores. Cuando en el curso de la propia lucha y como consecuencia de la experiencia de esa lucha, esas organizaciones conquistan una posición de autoridad política de conjunto, el gobierno obrero es la reivindicación que dirigimos a esas organizaciones para preparar la lucha directa por el poder político. La posibilidad, sin embargo, de que las direcciones tradicionales encaren esa lucha por el poder es remota o excepcional, incluso bajo una presión revolucionaria de las masas. La IV Internacional advierte contra el peligro de meter en una misma bolsa lo que son las masas, sus organizaciones y sus direcciones, porque por norma general las relaciones entre ellas son contradictorias. Los períodos de crisis política o revolucionarios acentúan esas contradicciones, porque estos períodos se caracterizan, de un lado, por un cambio fundamental en la conciencia de las masas y, del otro, por una agudización del sentido de supervivencia de las direcciones asentadas en las viejas relaciones políticas. En este sentido, la reivindicación del gobierno obrero es el método del cual se vale la IV Internacional, no para añadirle una nueva oportunidad de vida a las viejas direcciones, sino para conquistar la dirección de las masas y las organizaciones de su combate para la vanguardia revolucionaria.
Aunque el parlamentarismo se encuentra desde hace largo tiempo en descomposición histórica y el gobierno real del Estado se encuentra en manos de un puñado de burócratas firmemente entrelazados con los principales trusts capitalistas, la participación parlamentaria (y, por lo tanto, las campañas electorales) es fundamental, incluso especialmente en un período de crisis de poder o pre-revolucionario. Esa participación debe servir no solamente para amplificar la agitación política cotidiana sino también como propaganda, o sea como educación política para la parte más militante de los trabajadores. La circunstancia de que el parlamento se haya convertido en la cobertura de la conspiración del Estado contra las masas (de ningún modo en su representación), refuerza la necesidad de la participación en él para proceder a un metódico trabajo de desenmascaramiento. Sin un trabajo revolucionario en el parlamento burgués es imposible hacer un trabajo realmente de masas. En las condiciones en que la vanguardia revolucionaria, allí donde existe y actúa, es extremadamente minoritaria y su radio de influencia se encuentra limitado a una audiencia sindical, es necesario explotar todas las oportunidades para intervenir en las campañas electorales y en el parlamento. El activismo sindical, incluso el más consecuente, puede resultar un sinónimo de metodología economicista; la participación electoral y en el parlamento puede servir, en cambio, para desenvolver una política realmente socialista, es decir, relacionada con los problemas de conjunto del capitalismo, de todas sus clases sociales y del Estado. La subordinación histórica del parlamentarismo con respecto a la acción directa de las masas no debe ser confundida con un desprecio a la acción parlamentaria; esa subordinación simplemente significa que el parlamento debe ser usado como tribuna revolucionaria de propaganda, de agitación y también de organización. La experiencia demuestra que la presencia de los revolucionarios provoca en las masas un interés por el parlamentarismo que no existía con anterioridad. Esta expectativa constituye un paso hacia el agotamiento de las ilusiones en el parlamentarismo, que se encontraban soterradas. La presencia de parlamentarios revolucionarios incentiva la tendencia popular a poner al parlamento bajo "la presión de la calle", contribuyendo de este modo a que la acción directa pase a ocupar el plano principal de los métodos populares de lucha.
En numerosos países, la descomposición del parlamentarismo, que no es más que la del Estado burgués y de la sociedad capitalista, se manifiesta como "una crisis de representación política" o "una crisis de la política". Esto significa que los explotados no perciben el carácter de clase del parlamentarismo, ni caracterizan a las crisis políticas en curso como el resultado del carácter irreconciliable de los antagonismos de clase. Esta deformación se acentúa cuando la pequeña burguesía juega un papel político desmesurado con relación a su peso en el proceso productivo social. La crisis de poder asume en estos casos una característica formal, que tiene oculto su contenido social fundamental. La experiencia de las crisis y luchas recientes han enseñado que, en circunstancias como éstas, la consigna de la Asamblea Constituyente soberana podría desempeñar un gran papel político, entendida, primero, como un derrocamiento del parlamento y las instituciones ejecutivas nacionales y municipales cuestionadas por la "crisis representativa" y, segundo, como un vínculo al gobierno obrero y la dictadura del proletariado, si es impulsada a través de un programa de reivindicaciones transitorias de conjunto. El peso político de esta consigna se acentúa en los países en que el parlamentarismo y la democracia no han echado raíces sólidas o ninguna, y donde su larga existencia se ha combinado con crisis, golpes y dictaduras, o sea que está muy vivo el sentimiento favorable al sufragio universal. La rápida descomposición del Estado ha determinado que, en muchos países, se presente la necesidad de una "revolución política" con antelación a la conciencia de la necesidad de la revolución social. Lo que importa es que, de un lado, sirva para movilizar a las masas y, del otro, sirva para intervenir en la crisis de poder. Lo que importa, por sobre todo, es que sirva para sacar a la vanguardia obrera de una posición exclusivamente propagandística cuando está en desarrollo una crisis política que es parte de una crisis histórica pero que sigue etapas y ritmos diferenciados, en especial en lo que tiene que ver con la comprensión que las masas van adquiriendo de los acontecimientos.
La disociación entre la crisis política del Estado y su contenido histórico concreto de agonía del capitalismo, ha dado lugar a una corriente que opone al parlamentarismo la "democracia directa". Se trata de otro episodio de la saga que denuncia a la democracia burguesa por su carácter representativo, o sea que delega la soberanía popular en una representación independiente. La "democracia directa" tiende a ocupar, en la opinión pública, el lugar de la "democracia participativa" o "social" de un pasado reciente. En un régimen que se caracteriza por el despotismo social (la dependencia absoluta de la fuerza de trabajo, en su calidad de mercancía, del capital, y la dictadura absoluta del capital en el lugar de trabajo), la democracia directa reproduce la ficción de la autonomía del individuo que caracteriza al constitucionalismo. Sin embargo, en la época en que la individualidad específicamente burguesa se encuentra en ruinas, la "democracia directa" tiene menos espacio que nunca y se transmuta en la pretensión de saltear al parlamentarismo por medio del plebiscito. La "democracia directa", que se encuentra relativamente de moda en la actualidad, tiene puntos de contacto con el anarquismo vinculado a la pequeña burguesía, no con el anarquismo que estuvo vinculado a la clase obrera, que subordinaba la democracia directa a la revolución social, estableciendo un punto de contacto con la dictadura del proletariado.
El gobierno obrero que haya llegado al poder en la lucha por las reivindicaciones principales de los trabajadores y de la crisis política del Estado burgués, se confronta de inmediato con la oposición del conjunto de ese Estado, que representa la dictadura de clase de la burguesía. El gobierno obrero sólo puede representar, entonces, un breve interregno hacia la dictadura del proletariado. Su posibilidad de supervivencia depende del desarme de la burguesía y del armamento de la clase obrera, y de la expropiación de los pulpos capitalistas principales. Quienes, como el Secretariado Unificado, hablan de "poder obrero" pero se oponen a la dictadura del proletariado, simplemente no saben de qué están hablando. En realidad realizan un embuste conciente. Un "poder obrero" que se niegue al desarme de la burguesía y al armamento de las masas, no duraría nada. Dadas las circunstancias de crisis que determinaron su llegada al gobierno, no tendría la oportunidad de ser siquiera un gestor del Estado burgués, es decir un gobierno obrero de la burguesía. Un gobierno obrero que emerja de una lucha de masas por las reivindicaciones transitorias se confronta también con el conjunto del aparato del Estado su burocracia administrativa, judicial, municipal y el ordenamiento jurídico correspondiente. Debe quebrar el poder capitalista en el lugar de trabajo, que es la base real del poder del capital. Obligado a quebrar el aparato de Estado de un modo integral, se ve igualmente obligado a comenzar a transformar las relaciones sociales de explotación sobre las que se asienta. Estructura, de este modo, un nuevo Estado en la forma de una gestión obrera colectiva, que va desde la dirección gubernamental a cargo de los consejos obreros a la gestión obrera de las empresas, la salud, la gestión, la cultura, y que se manifiesta en un plan social de conjunto. La quiebra de la división del trabajo entre gobernantes y gobernados significa el principio de la disolución del Estado como tal. De todas las tendencias que hablan en nombre de la clase obrera, la IV Internacional es la única que lucha por un gobierno obrero u obrero y campesino en su sentido histórico completo de destrucción del Estado burgués y el establecimiento de la dictadura del proletariado. Para la IV Internacional, el gobierno obrero es un sinónimo de la dictadura del proletariado, y lo usa como tal en la agitación que realiza en el seno del pueblo.
En la historia de la IV Internacional la reivindicación del gobierno obrero establecida en su programa de fundación, fue tempranamente distorsionada. Al menos desde la década de los 50 dejó de ser considerada como sinónimo de la dictadura del proletariado y la reivindicación del gobierno de las organizaciones tradicionales fue convertido en la estrategia sustituta de la IV Internacional. El paso siguiente fue plantear el gobierno obrero sobre una base parlamentaria, como ocurrió con la Unión de Izquierdas, en Francia, desde fines de los 70 (con el agravante de que se trataba de un frente popular con el partido radical). Con la conversión euro-comunista de los partidos stalinistas, la dictadura del proletariado fue reemplazada en el plano de la teoría por la "democracia socialista", que concilia el gobierno de los trabajadores con el parlamentarismo y el Estado burgués en general. La "democracia socialista" sirvió para embellecer el movimiento de la burocracia moscovita hacia la restauración del capitalismo, que realizaba con las consignas del estado de derecho, régimen constitucional, libertad electoral. En el arco iris de tendencias que se reclaman trotskistas existe una variada gama de posiciones sobre el Estado, pero todas han abandonado la reivindicación de la dictadura del proletariado. La degradación teórica ha llegado al extremo de que algunas de esas tendencias defienden a sus Estados imperialistas nacionales, alegando que representan conquistas de la civilización que deben ser protegidas contra la globalización, de un lado, y la regionalización, del otro. El reciente retiro, de los estatutos de la Liga Comunista Revolucionaria, de Francia, de la reivindicación de la dictadura del proletariado, es la culminación de una larga evolución política, pero que no atañe solamente al Secretariado Unificado sino a todas las tendencias que nacieron de la escisión de la IV Internacional a partir de los años 50.
La IV Internacional rechaza la identificación de la dictadura del proletariado con la dictadura de la burocracia. No solamente se trata de una diferencia de métodos entre una y otra, sino de contenido social, porque la burocracia defiende a la dictadura del proletariado dentro de los límites de sus propios privilegios, es decir que en defensa de sus privilegios combate la supremacía social y política de la clase obrera. En defensa de sus privilegios, prepara la restauración del capitalismo y se convierte, como se ha convertido, en el agente principal de esa restauración. También rechazamos la identificación, de los aprendices de derechos humanos, entre el terror rojo o revolucionario y el terrorismo de Estado, lo que no es más que la vieja vulgaridad de poner en el mismo plano a la violencia revolucionaria y a la violencia de la reacción y del Estado capitalista. Incluso allí donde ha triunfado la revolución proletaria, el Estado que ejerce la hegemonía sigue siendo el Estado capitalista, que se manifiesta por medio del sistema internacional de Estados y agrede al Estado proletario empleando la fuerza organizada del sistema de Estados establecido de larga data. Toda guerra civil obliga a la revolución a militarizar sus instituciones y, dentro de estas condiciones, limita la democracia de los trabajadores, del mismo modo que en el curso de cualquier acción bélica la autoridad se concentra en un mando único. La dictadura proletaria sufre, así, la influencia del medio en el que es obligada a actuar. La dictadura del proletariado, como una democracia de trabajadores, florece cuando más amplio es el desarrollo internacional de la revolución, cuando mayores son los recursos económicos y culturales que hereda el proletariado triunfante, cuando mayor ha sido también la preparación política y la escuela de lucha de la clase obrera que se empeña en el derrocamiento de la burguesía. Toda ciudadela sitiada puede convertirse en Masada. Como dijera Lenin, el proletariado de las naciones más avanzadas hará mejor las cosas.
31La lucha política es una lucha de partidos, más aún la lucha por el poder. La revolución social en general, y mucho más la proletaria, es un fenómeno histórico, o sea que resume y concluye una fase de la civilización humana. No puede ser emprendida sin una conciencia de ese carácter, la que se traduce en un programa. Pueden haber motines y rebeliones, y los hay con extraordinaria frecuencia cuando una determinada organización social entra en su fase de decadencia. Pero una revolución que sea capaz de poner fin a la dominación y explotación sociales, es imposible sin un programa y sin una organización. El capitalismo no permite un desarrollo generalizado de la educación general ni de la preparación política del proletariado; al revés estimula la competencia y la rivalidad entre los explotados. Solamente a partir de una vanguardia obrera puede acometerse la tarea de formar un proletariado revolucionario. Debido al papel estratégico sin rival del partido revolucionario en la revolución proletaria, la lucha contra la idea de construir un partido y contra el partido mismo, es el recurso último del capital, que en esta lucha se manifiesta principalmente por medio de la pequeña burguesía democratizante o a lo sumo socializante. A igual título que la colaboración de clases, en general, y el frente popular, en particular, el movimientismo es un recurso último del capital contra la revolución proletaria.
Se trata de construir partidos, no sectas; organizaciones revolucionarias, no federaciones parlamentarias; organizaciones de combate, no solamente de propaganda; enraizadas en la clase obrera y en su historia, así como en la historia de las masas del país que se trate y de ese propio país. Las particularidades nacionales desempeñan un papel excepcional en la estrategia de los partidos revolucionarios. Teniendo en cuenta estas exigencias, la forma del desarrollo del partido revolucionario reconoce toda clase de variantes. En el estadio actual, de enorme dispersión de la vanguardia revolucionaria, la IV Internacional destaca la nueva etapa revolucionaria que ha abierto la presente crisis mundial; señala que la restauración capitalista acentúa, en última instancia, esta crisis mundial y desarrolla confrontaciones revolucionarias superiores en escala a las conocidas, incluso en los países desarrollados; destaca la vigencia de los programas históricos del comunismo, desde el Manifiesto de1848, los primeros cuatro congresos de la III Internacional y el programa de transición de la IV Internacional; y llama a los revolucionarios y a sus organizaciones a elaborar un programa internacional que dé cuenta de los cambios fundamentales de las últimas décadas.
La reconstrucción de la Internacional obrera y revolucionaria parte de una clara filiación histórica, pero no puede reivindicar una continuidad organizativa. El Secretariado Unificado de la IV Internacional se ha convertido, al menos de conjunto, en un apéndice de la pequeña burguesía democratizante, incluso en los países imperialistas. La próxima Internacional obrera será diseñada por acontecimientos históricos de extraordinaria magnitud. Es ocioso especular sobre sus características. Sin embargo, no se puede luchar por esa futura internacional sin un programa y un partido. Nuestro llamado a refundar de inmediato la IV Internacional significa que rechazamos la política de la expectativa pasiva en los grandes acontecimientos por venir. Por eso nuestro planteo de reagrupar a la vanguardia obrera en un partido internacional que luche por la próxima gran Internacional Obrera Revolucionaria. En oposición al método de secta, que consiste en condicionar la refundación inmediata de la IV Internacional a la solución previa, puramente literaria por otro parte, de las discrepancias políticas que puedan existir, planteamos la organización de un partido revolucionario internacional, la IV, sobre la base de una delimitación política exacta de todas las divergencias. Construir el partido internacional es el punto del programa que deslinda a los marxistas revolucionarios de la secta.
Jorge Altamira,
8 de abril de 2004