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A 100 años, el desafío es superar la Reforma Universitaria

“La reforma fue todo lo que pudo ser. No pudo ser más de lo que fue, en drama y actores. ¡Dio de sí, todo! Dio pronto con sus límites infranqueables. Y realizó un magnífico descubrimiento. Esto sólo la salvaría: al descubrir la raíz de su vaciedad y de su infecundidad notoria dio con este hallazgo: ‘reforma universitaria’ es lo mismo que ‘reforma social’”

Deodoro Roca (1936)

“¿Puede ser un hecho la Reforma Universitaria? (…) ¿Es capaz un gobierno de los que tiene hoy la América en casi todas sus naciones abrazar íntegramente los principios de la Revolución Universitaria? Afirmamos que es imposible. ¿Puede la juventud universitaria imponer ella, de por sí, los principios nuevos en las universidades? En algunas de sus partes sí, pero en otras no. (…) En lo que a Cuba se refiere, es necesario primero una revolución social para hacer una revolución universitaria”

Julio Antonio Mella (1925)

Introducción

El centenario de la Reforma Universitaria ha dado lugar a homenajes y reivindicaciones de todo el arco político. El presidente Mauricio Macri decretó el 2018 como el año del Centenario de la Reforma Universitaria. Los rectores de toda América Latina, que acaban de viajar a Salamanca a tomar lecciones del Banco Santander y el Rey de España, se van a reunir el 15 de junio en Córdoba a proclamar su política como la actualización de la Reforma. Franja Morada, que después de 2001 se había escondido detrás de sellos vacíos, tratando de borrar su vínculo con el partido radical, se proclama orgullosa heredera del gobierno que habría habilitado la Reforma Universitaria. Hasta el peronismo, que entregó la educación pública a la Iglesia, intenta ahora una reivindicación de la Reforma en clave nacionalista. La izquierda, en general, se limita a denunciar la inconsecuencia de los reformistas y a plantear la necesidad de retomar la Reforma sin definir en qué consistiría su actualidad.

El primer problema que se nos presenta, entonces, es juzgar el carácter de la Reforma Universitaria. ¿Cuál fue su contenido histórico, de clase? ¿Cuál es su vigencia? ¿En qué sentido podemos identificarnos con los reformistas del ’18? ¿Cuándo los Juri y los Barbieri reivindican la Reforma, son impostores o están revelando algo de su carácter?

La Universidad de Buenos Aires, como homenaje a la Reforma, editó un libro que se titula La Universidad Reformada. Esto nos plantea un segundo problema. ¿Es posible hablar de una Universidad Reformada, es decir, de una universidad regida ampliamente por los principios reformistas? ¿Fue la Reforma una obra victoriosa que nos dejó un piso de conquistas o sus aspiraciones aún deben ser realizadas? ¿De ser así, en qué manos está su realización?

La irrupción del movimiento estudiantil 

La Universidad Nacional de Córdoba, fundada en 1613 por los jesuitas, se mantiene prácticamente idéntica hasta la Reforma. La universidad, dominada por la Iglesia a través de la Corda Frates y las academias profesionales vitalicias es un monasterio. Los planes de estudio reproducen las concepciones medievales y oscurantistas, sin incorporar la ciencia moderna y se mantiene una regimentación abusiva sobre el estudiantado. Las universidades de Buenos Aires y La Plata (las otras dos universidades nacionales que existían entonces), creadas durante el siglo XIX bajo estándares más modernos, ya entre 1903 y 1906 viven un movimiento de estudiantes y profesores que va a lograr un desplazamiento parcial de las academias vitalicias en favor de los profesores liberales y una modernización de los planes de estudio. Pero en la Universidad de Córdoba (UNC), hasta 1917, nada ha cambiado. Naturalmente, trescientos años de quietud tenían que explotar y ésta va a ser la base de la forma radical que adquiere la Reforma Universitaria.

A fines de 1917, la supresión del internado en el Hospital de Clínicas enciende la chispa. Rápidamente, el conflicto va a empalmar con el reclamo de modernización de los planes de estudio y renovación del profesorado. Con este programa, los estudiantes fundan, en marzo de 1918, el comité Pro Reforma y llaman a un “no inicio”. La aspiración de los estudiantes es modernizar a la UNC, colocándola a la altura de Buenos Aires y La Plata, para lo cual apuestan a una intervención del gobierno radical. Las autoridades responden al “no inicio” con el cierre de la universidad, lo cual radicaliza la movilización estudiantil. El 11 de abril, el gobierno designa a José Nicolás Matienzo como interventor y, el mismo día en Buenos Aires, los estudiantes fundan la Federación Universitaria Argentina (FUA). La intervención Matienzo restablece el internado y deja vacantes los cargos de consejeros, decanos y rector y a los miembros de las academias profesionales. Durante mayo se producen las elecciones de consejeros y decanos donde se imponen los candidatos apoyados por los estudiantes. Todo parece seguir un camino sin sobresaltos y el 15 de junio se consagraría, en la Asamblea Universitaria, el rector que apoyan los estudiantes.

Sin embargo, en la Asamblea Universitaria, bajo la presión de la Iglesia y la oligarquía local, los profesores se terminan inclinando por Antonio Nores, el candidato de la Corda Frates. Este hecho rompe con la ilusión de que la Reforma iba a realizarse a través del profesorado liberal y da lugar a una etapa de radicalización creciente. Los estudiantes irrumpen en la asamblea y declaran la huelga general, que rápidamente va a lograr un alcance nacional. En este contexto, la Federación Universitaria de Córdoba (FUC) (ex comité Pro Reforma) publica el “Manifiesto Liminar”, escrito por Deodoro Roca, y se realiza el primer Congreso Nacional de Estudiantes (en Córdoba), que empieza a configurar un programa más amplio del movimiento estudiantil. El Congreso aprueba una propuesta de Ley Universitaria y de bases estatutarias. Tras la frustración con el profesorado liberal se va imponer la concepción del estudiantado como el demos universitario y su necesaria participación en el gobierno. Aparece también el planteo de la extensión universitaria, como un primer intento de trascender los límites de la universidad y la cátedra libre como garantía para la libertad de pensamiento. Hay una moción por la gratuidad, pero el Congreso se limita a “encomendar a los poderes públicos se aboquen al estudio del costeo de la enseñanza superior para los estudiantes que no puedan hacerlo”. El ingreso irrestricto no figura entre los debates.

A la par que se radicaliza el movimiento estudiantil, crece la solidaridad del movimiento obrero, lo que se va expresar en movilizaciones en Córdoba, que congregan 15.000 personas cuando los estudiantes no superan los 1.000. El punto más alto de este movimiento va ser la ocupación y puesta en funcionamiento de la universidad por parte de los estudiantes entre el 9 y el 11 de septiembre, que converge con la huelga general de los obreros cordobeses. Se designan tres estudiantes como decanos de Derecho, Medicina e Ingeniería, y conforman tribunales examinadores. La ocupación termina con la intervención del Ejército que derriba las puertas de la universidad y el procesamiento de los 83 ocupantes por “sedición”, en simultáneo con la segunda intervención de Hipólito Yrigoyen.

Con la intervención del ministro de Instrucción Pública, José Santos Salinas, termina una primera etapa de la Reforma. El nuevo estatuto incorpora la participación estudiantil en el gobierno (en paridad con los profesores titulares), la docencia libre y la extensión universitaria. Hay una fuerte renovación del claustro docente y muchos reformistas ingresan como profesores. La explosión cordobesa va a poner de manifiesto que mucho del “pasado monástico” también estaba presente en las universidades más modernas y los estudiantes de todo el país van a reclamar la reforma de sus propios estatutos. En Buenos Aires, un mes antes de la intervención de Salinas en la UNC, la participación estudiantil era incorporada. Las universidades de Tucumán y Santa Fe son nacionalizadas e incorporan a sus estatutos cláusulas similares a Córdoba. En La Plata, la Reforma se va a imponer en 1919, luego de una intensa lucha contra las autoridades. Desde las universidades argentinas, la Reforma se expande rápidamente por toda América Latina constituyendo un movimiento estudiantil con una identidad compartida.

En 1922, tras la derrota de lo que algunos historiadores llaman el “trienio rojo” de 1918-1921, marcado por grandes huelgas y levantamientos obreros (la Semana Trágica, la Patagonia Rebelde, La Forestal, etc.), en el país se impone el ala derecha del partido radical encabezada por Alvear. El gobierno de Alvear rápidamente interviene las universidades y anula la mayoría de las conquistas de la Reforma. De allí en adelante, sucesivas intervenciones militares y “democráticas” van a limitar cada vez más el cogobierno, la autonomía y la libertad de cátedra. La Reforma va a tener, en toda América, un carácter tremendamente efímero. En algunos países, los mismos gobiernos que habían promovido ciertas reformas se encargan de destruirlas, como el caso de Augusto Leguía en Perú, y en otros van a tener que pasar décadas para que los principios reformistas sean consagrados, adquiriendo, desde el vamos, un carácter mucho más limitado.

Obreros y estudiantes

Para 1918, la clase obrera argentina ya tenía un desarrollo importante. En 1896 crea su primer partido (el PS) y en 1901 su primera central obrera (la Fora), y hacia el centenario ya había protagonizado importantes huelgas (Semana Roja). La Ley Sáenz Peña y la llegada de Yrigoyen al poder son consecuencia, en parte, de este ascenso obrero que fuerza a la burguesía a un cambio de régimen. El gobierno radical va intentar una política de arbitraje y estatización de los sindicatos con un éxito muy breve. A partir la huelga ferroviaria de 1917, que paraliza el comercio exterior durante tres semanas y con las grandes huelgas que se desarrollan a partir de la Semana Trágica, la burguesía exige un cambio de orientación que lleva a la formación de la Liga Patriótica y luego a la derechización del partido radical con el ascenso de Marcelo T. de Alvear.

En septiembre de 1917, al calor de la huelga ferroviaria, se funda en Córdoba la Federación Obrera local. La mayoría de la dirigencia sindical cordobesa forma parte del grupo que al interior del Partido Socialista defiende la neutralidad y que posteriormente se va a identificar con la Revolución Rusa (Partido Socialista Internacional). El principal adversario del socialismo en el movimiento obrero cordobés, cuya composición estaba menos marcada por la inmigración europea que en Buenos Aires o Rosario, no es el anarquismo ni el sindicalismo revolucionario, sino la Iglesia, que interviene a través del Círculo de Obreros Católicos. Esto va a favorecer la identificación con el movimiento estudiantil que es, ante todo, anticlerical. Frente a la represión a los estudiantes que se produce el 30 de julio, la Federación Obrera se pronuncia e incita a los estudiantes a “perseverar en la lucha contra el jesuitismo y el dogma, en pro del liberalismo científico y la más alta libertad de pensar”.

Pero, además, el año 1918 se caracteriza por un gran movimiento huelguístico en Córdoba que coexiste con la Reforma. A principios del año triunfa una huelga en el principal molino harinero imponiendo la jornada de 8 horas y mejoras salariales. A los molineros les siguen los obreros del calzado, que desarrollan una huelga que se extiende durante julio y agosto. La Unión de Industriales del Calzado declara un lock-out y la Federación Obrera responde con un paro general el 2 y 3 de septiembre. La preparación del paro culmina con un acto el 1º de septiembre, del que es orador Deodoro Roca. La huelga se prolonga y hay distintos registros de la participación de los dirigentes reformistas en acciones callejeras del movimiento obrero en los días previos a la ocupación de la universidad. Es decir que el momento de máxima radicalización estudiantil converge con una huelga general en Córdoba. La segunda intervención de Yrigoyen, incorporando las principales demandas estudiantiles al estatuto, sería inexplicable sin está intervención de la clase obrera.

Esta convergencia del movimiento estudiantil con el movimiento obrero cordobés, generalmente ignorada o menospreciada en los análisis del ’18, es un rasgo distintivo de la Reforma sin el cual difícilmente habría logrado el alcance que tuvo. Ahora bien, esto no significa que la Reforma haya adoptado un programa obrero y socialista. Es necesario distinguir la unidad obrero-estudiantil, que en sí misma no contiene una estrategia política, de un programa socialista para la juventud que debe subordinar a ésta a la estrategia política de la clase obrera. La mayoría de los reformistas, incluso los que fueron más lejos en la necesidad de desarrollar el frente único de estudiantes y trabajadores, le asignaban siempre a estos últimos un papel relegado. En este punto, se rompe la analogía entre la Reforma y el Cordobazo, donde el papel dirigente lo tiene la clase obrera y la unidad obrero-estudiantil va a estar signada por la perspectiva de un gobierno obrero y popular.

En cualquier caso, esta experiencia de lucha común generó lazos entre los reformistas de Córdoba con el movimiento obrero socialista que van a marcar al naciente movimiento estudiantil cordobés. Frente a la Semana Trágica, la FUC publicaba un manifiesto en el que declaraba su adhesión al “paro obrero de protesta por los sucesos de Buenos Aires”. Cuando a fines de 1919 la Iglesia convoca a una colecta “pro paz social”, la FUC (también la FULP, federación de La Plata) llama al boicot de la colecta y el Centro de Estudiantes de Medicina de Córdoba resuelve “expulsar de la institución a todo estudiante que dentro del plazo de 24 horas no se separe de la Liga Patriótica”. No ocurre lo mismo con la Fuba (federación de Buenos Aires) que va a reivindicar su carácter “apolítico”, consintiendo la participación de la juventud en la Liga Patriótica, y en mayo de 1919 se retira de la FUA, porque ésta no sancionaba las actividades “no universitarias” que venía realizando la federación cordobesa. Así que si bien la participación obrera durante la Reforma no basta para modificar su carácter, sí va a abrir un debate al interior del movimiento estudiantil sobre la pertinencia de vincularse con la clase obrera y sobre el carácter que debía tener ese vínculo.

Forma y contenido

¿Cuál fue el contenido de la Reforma Universitaria? El “Manifiesto Liminar” empieza proclamando “Hombres de una república libre, acabamos de romper la última cadena que, en pleno siglo XX, nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica”. Es decir, que el documento fundacional de la Reforma parte de una ilusión: el control clerical de la universidad era “la última cadena” de una “república libre”. Es la ilusión de que con la Ley Sáenz Peña y el gobierno de Yrigoyen se había conquistado la democracia plena en el país y la Reforma consistía en llevar esa obra a la universidad, en darles a los estudiantes “el derecho a darse el gobierno propio” (“Manifiesto Liminar”). Esta concepción sitúa a la Reforma en el terreno de la burguesía. En términos generales, la aspiración de los reformistas era modernizar la universidad, romper con el dominio de la Iglesia y la oligarquía, y ponerla a la altura de las universidades europeas. Siguiendo la historia de nuestro país, esta aspiración se puede inscribir en una tradición laicista de la burguesía que, bajo el gobierno de Roca, impuso la Ley 1.420, de educación pública y el matrimonio civil.

Pero, al mismo tiempo, el movimiento reformista adquiere una forma radical que lo llevó a vincularse con la clase obrera y a chocar, incluso físicamente, con el Estado. ¿Cómo se explica esta contradicción? La llegada al poder de Yrigoyen expresó un cambio de frente de la burguesía que no podía garantizar más su dominio a través del fraude y la represión, pero no alteró las bases de una economía dominada por el imperialismo ni le quitó el poder a la oligarquía terrateniente. La ilusión la “república libre” era eso, una ilusión. La burguesía argentina había clausurado, hacía años, la revolución democrática, incluso en aspectos relativamente marginales como la modernización de la universidad. La Reforma Universitaria era, entonces, una tarea burguesa que la burguesía no estaba dispuesta a acometer. Eso llevó a que el movimiento estudiantil, para abrirse paso, tuviera que apoyarse en la movilización de los trabajadores y adoptar métodos en extremo radicales, llegando a la ocupación y puesta en funcionamiento de la universidad.

¿Esta forma radical cambia el contenido de la Reforma? Sí y no. En primer lugar, la amplitud del movimiento, su radicalidad y su convergencia con la clase obrera le dio una trascendencia a la Reforma que sería imposible de entender si nos limitamos a estudiarla como un compendio de reivindicaciones democráticas. Además, este desarrollo le plantea al movimiento problemas que inicialmente no existían. La defensa de la paridad docente estudiantil en el gobierno universitario es el resultado de la frustración con el profesorado que sucumbe ante la presión de la derecha y la Iglesia. El problema de la extensión como forma de vincular a la universidad con las necesidades populares cobra fuerza a la luz de la propia experiencia de lucha junto a los trabajadores. Y la autonomía de la universidad frente al Estado no tendría sentido si el Estado hubiera sido el impulsor de la modernización universitaria. Sin embargo, la Reforma Universitaria no dejó de ser eso: una reforma de la universidad. Y ahí está su límite histórico.

El carácter social de la juventud

Toda la elaboración de la Reforma, empezando por el “Manifiesto Liminar”, le asigna a la juventud un carácter revolucionario per se. “La juventud vive siempre en trance de heroísmo. Es desinteresada, es pura” (“Manifiesto Liminar”). En términos generales, quienes buscaron que la Reforma trascienda los límites de la universidad no hicieron más que trasladar a la política nacional esta lógica que ignora, o subordina, la lucha de clases en función de la lucha entre generaciones. En la literatura reformista, influenciada por el marxismo, esta reivindicación abstracta de la juventud se ve en la referencia a la “clase estudiantil”. ¿Pero es posible hablar de una clase estudiantil o juvenil? Lo único que define a la juventud es su edad, no un interés social común. Con esto no refutamos el “trance de heroísmo” que efectivamente puede caracterizar a la juventud, pero que ese heroísmo juegue un papel revolucionario o no dependerá del programa que adopte.

Al mismo tiempo, la ilusión de la “nueva generación” tenía un fundamento en la experiencia de la Reforma Universitaria. Siendo la universidad una institución que se nutre de la burguesía y la pequeña burguesía, la cuestión generacional adquiere una significación especial. La pequeña burguesía, como clase intermedia, está “tironeada” por las dos grandes clases de la sociedad moderna: la burguesía y el proletariado. En este tironeo, los estudiantes (y la propia Reforma muestra eso) se vinculan y expresan con mayor facilidad los intereses de la clase obrera que los profesores e intelectuales, que ya han forjado lazos más sólidos con el capital. Esta cuestión fue analizada por Trotsky, cuando refuta la tesis del austríaco Max Adler, quien consideraba que la intelligentsia se iba a volcar al campo de la clase obrera, más allá de sus condiciones materiales, por el contenido cultural superior del socialismo. Trotsky muestra cómo la propia realidad refuta a Adler (en ningún lugar la intelligentsia se volcaba en masa al socialismo) y destaca la necesidad de que el partido revolucionario, si quiere influir en la intelectualidad, se dirija específicamente a su juventud.

“En la clase obrera, la diferencia entre ‘padres’ e ‘hijos’ es simplemente de edad. En la intelligentsia, además de cronológica, es social. El estudiante, en contraste con su padre y también con el joven obrero, no cumple función social alguna, ni siente sobre él la dependencia inmediata del capital o del Estado y -por lo menos objetivamente, ya que no subjetivamente- es libre para discernir el bien del mal. En este período, todo hierve en él, sus prejuicios clasistas aún no están madurados ni tampoco sus inclinaciones ideológicas, los problemas de conciencia poseen especial fuerza, su pensamiento se abre por vez primera a grandes generalizaciones científicas y lo extraordinario es para él casi una necesidad fisiológica” (Trotsky, Literatura y Revolución).

Al trasladar la Reforma Universitaria al plano nacional (e internacional), los reformistas levantan a la pequeña burguesía al papel de clase dirigente y acaban invariablemente reproduciendo un planteo de reforma del régimen social -o sea, de integración al Estado capitalista. Y como la pequeña burguesía es incapaz de desempeñar un papel político autónomo, muchos de los partidos de la Reforma acabaron por convertirse en fuerzas del imperialismo, como ocurrió con la Alianza Popular Revolucionaria Americana (Apra) peruano o Acción Democrática en Venezuela.

“Como las clases oprimidas no pueden ejercer el dominio estatal por falta de preparación para el gobierno, en el domino del Estado deben participar las clases medias campesinas y urbanas, pequeños comerciantes, artesanos, pequeños propietarios, intelectuales, etc.” (Haya de la Torre, El antiimperialismo y el Apra).

La experiencia de Haya de la Torre y el Apra peruano es emblemática porque sigue el mismo camino que el joven pequeño burgués que, en su intento de ascender socialmente, va estrechando sus vínculos con el capital hasta convertirse en su férreo defensor. De partido nacionalista que planteaba la unidad política de América Latina, la nacionalización progresiva de tierras e industrias, y la acción contra el imperialismo yanqui, el Apra va a pasar a reivindicar el papel de “guardián de la libertad” de Estados Unidos en la previa de la Segunda Guerra Mundial y va a terminar presidiendo la Asamblea Constituyente de 1978.

En Argentina, cuna de la Reforma, si no hubo lugar para que se desarrollara un partido político “reformista” fue porque en gran medida la UCR y el PS ya ocupaban ese lugar. Que el reformismo haya terminado apoyando el golpe de José Félix Uriburu y, más adelante, a la Unión Democrática contra Perón, más que una traición, es el derrotero de una estrategia que asignaba a la pequeña burguesía intelectual el papel de líder de la nación. Al mismo tiempo, demostró los límites del anticlericalismo como esencia de un planteo democratizador. La juventud del Cordobazo no se reivindica reformista porque representa una ruptura con esta perspectiva.

La crítica socialista a la Reforma

Investigaciones históricas recientes han rescatado una serie de grupos y revistas estudiantiles desplegadas en los años posteriores a 1918, fuertemente influenciados por la Revolución de Octubre, que configuraron un ala izquierda de la Reforma. Revistas como Bases o Insurrexit y, durante un período, la propia Gaceta Universitaria, de Córdoba, se caracterizaron por promover intensamente la unidad del movimiento estudiantil con la clase obrera y la defensa de la Revolución Rusa.

Aunque están marcadas por un cierto eclecticismo (Bases combina la reivindicación de la Rusia de los Soviets con la de Alberdi y Sarmiento), estas revistas representan un intento considerable por superar los límites de la Reforma y darle al movimiento estudiantil una perspectiva revolucionaria. Insurrexit, que se inscribe la corriente del anarquismo que va a abrazar a la Revolución Rusa, plantea la dictadura del proletariado y la lucha por el comunismo internacional, polemiza con el sindicalismo y el anarquismo antibolchevique e interviene en el debate del Partido Socialista en favor de la alineación con Moscú. Varios de sus integrantes van a formar parte luego del Partido Comunista y algunos, como Mica Feldman, en su evolución posterior, van a terminar próximos al trotskismo.

En La Plata, luego de la “huelga grande” de 1919, que impuso la renuncia del presidente de la universidad, el ala “bolchevique” de la Reforma asumió la dirección del Colegio Nacional con el rectorado de Saúl Taborda. En su breve gestión, Taborda organizó, junto con el centro de estudiantes, un ciclo de “actos culturales” con la presencia de obreros provenientes de sindicatos anarquistas y de Alberto Palcos, líder del Partido Socialista Internacional (PSI), partidario de la Revolución de Octubre. En 1921, estas experiencias van a confluir en Rosario en la fundación de una Federación de Estudiantes Revolucionarios. Se convoca un congreso para el año siguiente en Buenos Aires, pero nunca llega a realizarse. La derrota de las grandes huelgas del “trienio rojo” y el avance de la reacción que se impone con la Liga Patriótica y luego en el ascenso de Alvear van a abortar el desarrollo de esta ala izquierda del movimiento estudiantil, que queda, sin embargo, como un primer intento de superar la Reforma.

El primer avance decisivo en esta dirección no va a ocurrir en la Argentina, sino en Cuba. En 1928, el principal dirigente de la Reforma Universitaria cubana, Julio Antonio Mella, escribe: “La reforma universitaria debe acometerse con el mismo concepto general de todas las reformas dentro de la organización económica y política actual. La condición primera para reformar un régimen -lo ha demostrado siempre la historia- es la toma del poder por la clase portadora de esa reforma. Actualmente, la clase portadora de las reformas sociales es la clase proletaria. Todo debe ir convergente a esta finalidad. Pero el hecho de que la solución definitiva sea, en esto, como en otras mil cosas, la revolución social proletaria, no indica que se deba ser ajeno a las reformas en el sentido revolucionario de las palabras, ya que no son antagónicos estos conceptos” (J. A. Mella, “El concepto socialista de la reforma universitaria”).

Con esta concepción, Mella supera la estrechez estratégica de la Reforma, al subordinar sus reivindicaciones a la estrategia de la dictadura del proletariado. En su crítica al Apra, Mella destruye el planteo infantil de la “nueva generación” y la reivindicación abstracta de la juventud que caracterizaba al reformismo: “Como si la lucha social fuese fundamentalmente una cuestión de glándulas, canas y arrugas, y no de imperativos económicos y de fuerza de las clases, totalmente consideradas. La única revolución socialista triunfante hasta hoy en día, no ha sido una revolución de jóvenes y estudiantes, sino de obreros y de todas las edades” (J. A. Mella, “¿Qué es el Arpa?”).

El cubano, además, critica el planteo nacionalista de Haya de la Torre, mostrando la unidad que existe entre la reivindicación de la juventud estudiantil como clase dirigente y el carácter capitalista del programa del Apra. Mella desnuda los límites insalvables de las burguesías latinoamericanas para emprender un camino de liberación nacional y recupera la concepción del programa de la Revolución Permanente. Citamos todo el desarrollo por considerarlo un gran aporte a la cuestión.

“En su lucha contra el imperialismo -el ladrón extranjero-, las burguesías -los ladrones nacionales- se unen al proletariado, buena carne de cañón. Pero acaban por comprender que es mejor hacer alianza con el imperialismo, que al fin y al cabo persiguen un interés semejante. De progresistas se convierten en reaccionarios. (…) Nacionalizar puede ser sinónimo de socializar, pero a condición de que sea el proletariado el que ocupe el poder por medio de una revolución. Cuando se dicen ambas cosas: nacionalización y en manos del proletariado triunfante, del Estado proletario, se está hablando marxistamente, pero cuando se dice a secas nacionalización, se está hablando con el lenguaje de todos los reformistas y embaucadores de la clase obrera. (…) Mantener la independencia del movimiento obrero, su carácter de clase; de los partidos comunistas, para dar la “batalla final”, la lucha definitiva para la destrucción del imperialismo, que no es solamente la lucha pequeñoburguesa nacional, sino la proletaria internacional, ya que sólo venciendo a la causa del imperialismo, el capitalismo, podrán existir naciones verdaderamente libres” (J. A. Mella, “¿Qué es el Arpa”?)

La experiencia boliviana

Para ver la continuidad de la línea trazada por Mella, nos tenemos que trasladar a Bolivia. La Reforma del ’18, a diferencia de lo ocurrido en Perú o Cuba, no va a tener en Bolivia un impacto inmediato. Recién en 1928 se realiza el Primer Congreso Nacional de Estudiantes, que va a sancionar un programa que se caracteriza por la verborragia antiimperialista y anticapitalista, pero mantiene el vicio de la lucha intergeneracional y el papel dirigente del estudiantado. Además de los principios clásicos de la Reforma (autonomía, participación de los estudiantes en el gobierno, docencia libre, popularización de la cultura mediante las universidades populares), el programa de la Federación Universitaria Boliviana (FUB) de 1928, bajo la influencia del stalinismo, proclama “la necesidad de la participación activa de la juventud en la lucha por la independencia económica y la justicia social”, y desarrolla una serie de reivindicaciones fuertemente antiimperialistas: “Nacionalización de las minas. Nacionalización del petróleo. Limitación del latifundismo. Supresión de monopolios que no beneficien a la colectividad”. Es interesante subrayar que la FUB, con este programa pretendidamente antiimperialista, apoya el golpe militar de Blanco Galindo, que representaba a la oligarquía boliviana. Así como ocurrió en Argentina, con el apoyo del reformismo a Uriburu y la década infame, queda de manifiesto que un programa se convierte en papel mojado si no está anclado en la clase revolucionaria. La autonomía universitaria fue consagrada en Bolivia por la Junta Militar y no arrancada por estudiantes y obreros.

En 1938, tras la experiencia con las direcciones estalinistas que habían puesto al movimiento estudiantil detrás de los sucesivos gobiernos militares, se desarrolla la cuarta convención de la FUB, donde se aprueba un programa elaborado por el fundador del trotskismo boliviano, José Aguirre. El programa de 1938 no sólo plantea que “ninguna actuación universitaria es posible aislada de la lucha de clases” y desarrolla un planteo frente a la cuestión nacional, al problema agrario, a la educación, a la religión y frente al imperialismo y la guerra, sino que define a la Federación Universitaria Boliviana como “expresión de la parte más avanzada del proletariado en el campo de la enseñanza, de la cultura y de la universidad, tiene como finalidades específicas las de servir al proletariado en sus luchas por su emancipación social y cultural [por lo que] hace suya la táctica y la estrategia de la revolución social”. Se trata de una superación de los planteos del reformismo que, incluso en sus variantes más radicales, mantenía la ilusión de una transformación social dirigida por la juventud pequeño burguesa y que, por lo tanto, no rompía con régimen social capitalista.

Algunas décadas más tarde, en la revolución de 1970-1971, la juventud boliviana, inspirada en este programa, va a ir muy lejos en la revolución universitaria. Así como la Reforma del ’18 estuvo enmarcada por la Revolución Rusa y su onda expansiva, cincuenta años después, la ola revolucionaria del ’68 va a sacudir nuevamente a la juventud latinoamericana. Y si en el Cordobazo ya vimos una juventud que sale de forma más o menos intuitiva a apoyar el levantamiento obrero y a corear “un gobierno obrero y popular”, en Bolivia, el movimiento estudiantil adopta activamente una estrategia obrera y revolucionaria. En el marco de un ascenso revolucionario de las masas bolivianas que en 1971 van a poner en pie la Asamblea Popular -donde estaba representada toda la clase obrera y el pueblo- y tras la destitución del decano de la Facultad de Derecho por el rector derechista Carlos Terrazas Torres, los estudiantes de la Universidad Mayor de San Andrés crean un Comité Revolucionario y toman el control de la universidad. El Comité Revolucionario sustituye a las autoridades individuales por cuerpos colegiados donde los estudiantes y docentes están representados en la misma proporción, postula la “nacionalización de las universidades privadas y su integración a las universidades nacionales” y su “identificación práctica con la lucha de la clase obrera, el campesinado y otras fuerzas populares, para alcanzar el poder político”. La Central Universitaria Boliviana adopta la tesis política de la Central Obrera Boliviana y se plantea en el seno de la Asamblea Popular la reestructuración de la universidad bajo la dirección política de la clase obrera. El movimiento estudiantil supera así la defensa abstracta de la autonomía para darle un claro contenido de clase: autonomía de la burguesía y su Estado, subordinación al proletariado revolucionario.

Conclusión

Iniciamos el artículo destacando la campaña de la burguesía por rescatar para sí la Reforma Universitaria. Llegado a este punto podemos decir lo siguiente. Por un lado, es evidente que los Barbieri y los Juri están a años luz de los reformistas del ’18. El “cogobierno” dominado por las camarillas profesorales es la negación del demos universitario, la defensa de la autonomía que hace el rector de la UBA para incumplir el Convenio Colectivo de Trabajo de los docentes universitarios es una malversación de la autonomía frente a la Iglesia y al Estado, así como los métodos de la movilización, la huelga y la ocupación que caracterizaron a la Reforma producen pavor en los reformistas de 2018. Pero sería un error que la crítica a esta degeneración del reformismo nos lleve a una reivindicación genérica del ’18. Por el contrario, es preciso destacar, en la esencia de la Reforma, aquellos elementos que dieron lugar al desbarranque derechista que inició muy tempranamente con el apoyo a Uriburu y la oposición gorila a Juan Perón.

El hecho de que la burguesía y sus camarillas universitarias popularicen la Reforma, publiquen sus manifiestos y repitan sus consignas, muestra que ellos mismos no la perciben como algo incompatible con sus intereses. La reivindicación de todo el arco político de la Reforma contrasta con lo ocurrido con la Revolución de Octubre, cuyo centenario se cumplió pocos meses antes y ante el cual primó la tendencia contraria, a demarcarse, a mostrar su caducidad o su inviabilidad en la etapa actual. Pero mientras la reivindicación de la Reforma mira al pasado, al carácter inconcluso de la democracia política y la modernización del país, Octubre está vigente porque mostró las tareas universales que se le plantean a la sociedad moderna para su emancipación.

¿En qué sentido, entonces, podemos hablar de vigencia de la Reforma Universitaria? Sólo en que sus reivindicaciones, al no poder ser satisfechas por la burguesía, pasan a manos de la clase obrera, adquiriendo otro carácter. Como movimiento, la Reforma está históricamente agotada. Las citas que encabezan este artículo muestran que el agotamiento de la Reforma es casi fundacional.

El desafío de una juventud revolucionaria es desarrollar una crítica a la Reforma Universitaria, que recupere sus métodos y sus aspiraciones, superando su estrechez estratégica y programática. Se trata de vincular la lucha por una transformación de la universidad a la lucha de la clase obrera por el gobierno de trabajadores y el socialismo. De esta forma, los principios de la Reforma se reformulan.

El corazón de la Reforma, la autonomía universitaria es irrealizable en una sociedad de clases. Hoy, el Estado burgués ataca la autonomía para poner a la universidad bajo la órbita del capital financiero y mañana un Estado Obrero cuestionará la autonomía para poner a la universidad al servicio de los intereses del conjunto del proletariado y la nación oprimida. Nuestro programa no debe ser la reivindicación de la autonomía como principio abstracto, sino su defensa contra los intentos del capital por someter a la universidad. La democratización del cogobierno debe servir para colocar a la clase obrera en la dirección de la universidad y la defensa de la universidad laica y científica debe convertirse en un instrumento de lucha activa contra el clero y el oscurantismo que oprime a la población y, en particular, a las mujeres. Sólo así lograremos una revolución social y universitaria que le dé un carácter verdaderamente universal a la ciencia, la cultura y al conocimiento humano.

Juan Winograd es dirigente nacional de la UJS, docente de matemática y consejero superior por el claustro estudiantil en la Universidad de Buenos Aires.

Bibliografía

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