Deuda externa latinoamericana: radiografía de una dinámica perversa

La imagen que recorre el país es la de la “unión nacional” para renegociar la deuda, luego de una votación donde solo el frente de izquierda planteó que estamos en presencia no de una reestructuración para darle sustentabilidad, como llamaron cínicamente a esta ley, sino de un claro rescate a la clase capitalista. Este contexto parece ser el adecuado para profundizar sobre la actualidad de unos de los temas que desnuda la descomposición de todo un régimen social como ningún otro. 

Las rebeliones populares que sacudieron la región en los últimos meses cuestionan seriamente los planes del imperialismo y las políticas de ajuste diseñadas por el FMI. El propio Jair Bolsonaro tuvo que recular en una serie de medidas por temor al efecto contagio, mientras el gobierno argentino no termina de diseñar la política adecuada para garantizar el pago de la deuda sin que se desate en Argentina un nuevo Ecuador o Chile. Nuestro país y Venezuela presentan las situaciones más precarias en cuanto a la posibilidad de no ser capaces de afrontar los vencimientos y entrar en un default sin atenuantes.

Un informe reciente del Fondo Monetario Internacional (octubre 2019)señala con justificada preocupación que el endeudamiento mundial se encuentra en sus máximos históricos, llegando a la escalofriante cantidad de más de cinco dólares en los mercados financieros por cada dólar de producción real. El mismo informe enmarca la etapa actual como parte de la abierta por la crisis financiera internacional, mientras que buena parte de los analistas y apologistas del capital pretenden dar por superada la crisis capitalista que estalló en 2008. El endeudamiento al que se hace referencia puede adoptar formas diversas, usualmente se las clasifica de acuerdo con quién las contrae: por un lado, se encuentran las deudas corporativas (emitidas por distintas empresas); por otro, las deudas personales o familiares (las más populares son las hipotecas o los créditos al consumo) y, finalmente, también existen las deudas públicas, tanto internas como externas, que son las que concentraron la atención de este artículo. 

Buscamos centrarnos especialmente en la situación latinoamericana, pero no podemos empezar a digerir el tema sin un planteo, tan obvio como negado: el crecimiento exponencial de las deudas es un fenómeno mundial y no propiedad exclusiva de los países periféricos. Esta verdad de Perogrullo desmiente a toda una corriente política y económica que, de forma interesada -no se lo creen ni ellos-, busca presentar las deudas crecientes de los Estados subdesarrollados como una consecuencia de déficits producto de malas administraciones en el terreno fiscal. Es la excusa para proponer una y otra vez grandes ajustes que signifiquen un avasallamiento sobre derechos adquiridos por los trabajadores. La desmentida es sencilla cuando son los países desarrollados los que tienen los índices de deuda más altos, a pesar de tener una mayor capacidad de refinanciamiento y a tasas más bajas. El ejemplo más claro es Estados Unidos, el país más endeudado del mundo, que ha sufrido reiteradamente en los últimos años crisis políticas de magnitud por una falta de autorización en la cámara de representantes sobre el aumento del límite de endeudamiento, que se va agrandando año a año.

¿Cómo es, entonces, que son siempre los países atrasados los que se declaran en bancarrota y están constantemente sometidos a colonialismo financiero de los países desarrollados? Ocurre quela deuda externa se ha convertido en una operación de confiscación y saqueo a una escala inédita en la historia del capitalismo. Al igual que ocurre con la explotación del trabajador por parte del capitalista en el ámbito laboral, este mecanismo de apropiación de valor por parte de quien no lo crea, convierte a la deuda externa en una maniobra absolutamente parasitaria, donde los países centrales manejan a su antojo la política económica de los periféricos, con el aval y la complicidad de las burguesías nativas. Al igual que ocurre con el ejemplo de la plusvalía extraída por el capitalista, estas operaciones gozan de un marco legal en el capitalismo y cuentan con el aval de los sectores más poderosos del planeta, jugando un rol importante, en ambos casos, el carácter velado del proceso expropiatorio. 

A pesar de estas similitudes, la diferencia entre la extracción de plusvalía y el mecanismo confiscatorio del endeudamiento es la diferencia entre un proceso donde efectivamente existe la creación de nuevo valor (dado por el trabajo, pero creación al fin) y un fenómeno de saqueo por parte de países opresores a países oprimidos, sin ninguna creación de valor. Es eso lo que le da las características parasitarias, que no se genera nuevo valor y, sin embargo, el capital financiero reclama apropiarse de una parte de la plusvalía producida.

Los ciclos de endeudamiento en los países atrasados no responden tanto a las necesidades de estos, a la política que esté llevando adelante un determinado gobierno o al manejo del presupuesto nacional, como sí a la situación económica de los países prestamistas, a la liquidez internacional y a la tasa de ganancia en un determinado período, entre otros factores. No es el déficit el que genera la deuda, sino la deuda la que genera el déficit. En nuestra región, al igual que ocurre con Africa, Europa del este y la mayoría de los países oprimidos del mundo, la deuda significa la extracción de un torrente de dólares mucho mayor a los que se introdujeron inicialmente que, en la medida en que esos dólares no significaron ningún desarrollo para quien contrajo la deuda, se ven cada vez más empobrecidos, mientras que el prestamista hace negociados millonarios a costa de los sectores explotados de esos países.

El mundillo financiero le ha colocado el mote del “pecado original” a la emisión de deuda en dólares o en moneda extranjera por parte de los países atrasados que, obviamente, solo pueden emitir y recaudar en moneda doméstica. Latinoamérica toda se encuentra indigestada de deuda en dólares, mientras los gobiernos hacen lo imposible por pagar una deuda impagable y son un engranaje necesario para un saqueo intolerable. El círculo vicioso es: deuda, fuga, déficit, devaluación y más deuda para pagar los intereses de la deuda anterior y cada vez más costosa, producto de la propia devaluación. Esto no exime de riesgo a la deuda nominada en moneda local, que rápidamente puede jugar un papel desestabilizante, ya sea a través de la demanda de dólares como a través de algún mecanismo de fuga de capitales. El “reperfilamiento” de títulos en pesos es un claro ejemplo de cómo un pago de deuda en pesos puede hacer volar por los aires el actual esquema cambiario del gobierno, y los “rulos” y los “bucles” que marcaron el final del gobierno macrista son la prueba de que con deuda en moneda local los capitalistas pueden encontrar enormes mecanismos de fuga.

El fenómeno parasitario del endeudamiento se resume, entonces, en la incapacidadde una enorme masa de capital ficticio para valorizarse en el terreno productivo -es decir para extraer la plusvalía suficiente para obtener una determinada ganancia-, que es la base para el desarrollo del capital financiero a la escala actual. Que un activo esté inscripto en los libros contables a un valor mayor del que puede convertirse en el mercado encubre que esa circulación de capital no tiene contrapartida real. El proceso de reproducción de capital se torna cada vez más inestable, promoviéndose la formación de burbujas financieras y sus posteriores quebrantos. Pocos fenómenos contemporáneos permiten caracterizar al capitalismo del último medio siglo mejor que éste.

Una dinámica siniestra

El papel que juegan las burguesías nacionales frente a esta problemática es esencial para comprender el verdadero carácter de ellas como clase social y de la deuda externa en los países oprimidos en general. Existe una variedad de economistas, analistas y militantes que abordan el problema de la deuda externa limitándose a la defensa nacional contra “los buitres” extranjeros, obviando consciente o inconscientemente la complicidad de toda una clase social parasitaria que se beneficia de estos mecanismos al interior de los países endeudados. Solamente en el caso argentino, sabemos que la burguesía nacional es acreedora de una parte de la deuda externa argentina y que tiene fugado en el exterior más de 300.000 millones de dólares, prácticamente un PBI y casualmente equivalente a la totalidad de la deuda externa. 

Ocurre que el negociado estaría incompleto si la política de los acreedores se limitase a prestar y luego cobrar lo prestado más un interés, por más alto que este sea. Una parte fundamental de toda una dinámica por demás perversa es la fuga de capitales, donde los prestamistas garantizan que, luego de haber sobreendeudado a un país, van a contar con los medios para retirar su dinero antes de que todo explote, que la moneda se devalúe, que el país defaultee, que sus jugosos negocios tengan un mayor riesgo. 

El saqueo no se detiene ni con el paciente ya muerto. Se conoce como fondos buitre a los que compran las deudas en su peor momento, por chirolas, para luego demandar en los tribunales internacionales el cobro del valor nominal de los bonos más todos los intereses y los resarcimientos habidos y por haber. Lo nefasto del asunto es que estos chupasangres suelen salir victoriosos y los países endeudados -sin importar si estamos en presencia de un gobierno “neoliberal” o “antineoliberal”- terminan pagando, sometiendo a los trabajadores y los sectores populares a ajustes inhumanos.

Importa aclarar aquí que no se trata de ninguna manera de una coordinación entre distintos sectores del capital, sino que en general esta diversidad de funciones y sectores del capital transcurre de forma violenta, atravesada por peleas de fondo entre Estados y entre distintos capitales. No hay una división del trabajo donde todos tiran para el mismo lado, ni una homogeneidad en la clase capitalista. Lo que hay es una pelea de rapiña entre distintos sectores de la clase capitalista para ver quién puede hacerse de la parte más jugosa de la torta, evitar la propia quiebra y salir airoso de otro proceso expropiatorio. 

La oposición entre los gobiernos nacionalistas y los gobiernos “neoliberales” es una farsa. Unos y otros son dos caras de una misma moneda, se complementan para sostener el sometimiento de sus países a toda clase de ajustes, a costa de garantizar el pago de la deuda externa. Por supuesto que eso no exime a ninguno de los gobiernos de choques parciales con el capital financiero, pero un rasgo saliente del nacionalismo burgués de este siglo ha sido el de ser pagadores seriales, como dijo la propia CFK. El ejemplo más claro de esto es el del gobierno más radicalizado de la región, el de Hugo Chávez, que por más expropiaciones y “socialismo del siglo XXI”, nunca dejó vencer un pago y acató cada uno de los compromisos concernientes a la deuda externa. 

León Trotsky planteaba que la burguesía nacional de los países atrasados es un enano entre dos gigantes: de un lado, el imperialismo y, del otro, la clase obrera. El nacionalismo busca abroquelar a la clase obrera detrás de un planteo de unidad nacional contra el enemigo foráneo, pero, como sabemos, la opresión nacional no afecta del mismo modo a todas las clases sociales, por eso es que también Trotsky introdujo que la idea de que del patriotismo es una idea reaccionaria, porque busca unir detrás de una misma bandera a clases sociales con intereses antagónicos. En el caso de la deuda -pero no sólo en él-, se ve con claridad cómo los capitalistas locales buscan compromisos con el capital internacional y se someten a él en busca de beneficios propios.

En el caso de Argentina sería imposible comprender la naturaleza de las políticas más polémicas del gobierno kirchnerista sin el horizonte del pago de la deuda: desde la 125 hasta la nacionalización de las AFJP tuvieron como fundamento principal que el Estado pudiese hacerse de dólares frescos para evitar incumplir con sus vencimientos y viabilizar grandes negociados para el capital financiero.

En palabras de Pablo Rieznik: “Argentina y los países atrasados se adaptan a esas manifestaciones cambiantes del ciclo capitalista en el mercado internacional con políticas igualmente cambiantes, que deben ser apreciadas de conjunto en relación con los espasmos de la economía global. Es en este sentido que neoliberalismo y antineoliberalismo se articulan e incluso se complementan de un modo que sería incomprensible fuera de la apreciación del proceso económico como un todo (…) Bajo la apariencia de políticas económicas opuestas se oculta la función común de planteamientos que deben ser integrados en una comprensión integral de los vaivenes de la economía capitalista nacional e internacional” (Rieznik, EDM N° 38).

Un poco de historia

Si bien tanto el surgimiento del capital financiero como el relativo, reemplazo de la exportación de mercancías por exportación de capital, son analizados por Lenin en El imperialismo, fase superior del capitalismo, el endeudamiento a escala mundial ha tenido un desarrollo particularmente importante en cuanto a su velocidad y magnitud a partir de la década del ’70 del siglo pasado.

Ahondar en las razones de este salto exponencial implicaría un artículo aparte, pero de forma muy sucinta, podemos colocar, una caída de la rentabilidad del capital en la esfera productiva como consecuencia del agotamiento de la recuperación de la postguerra, lo cual aumentó enormemente el capital disponible para el desarrollo de la especulación financiera. Este es, entre otros, el factor que da lugar a que a comienzos de la década del ’70 se anularan los acuerdos económicos de Bretton Woods, que marcaron todo un período económico y financiero global, imponiendo restricciones muy importantes a las emisiones monetarias y movimientos de tasa de interés y consolidando el dominio norteamericano a una escala inédita hasta entonces. Finalmente, también es el momento en que se da la internacionalización de la actividad bancaria, cuyos datos son verdaderamente estremecedores: “Los beneficios por operaciones internacionales de los siete bancos líderes de Estados Unidos pasaron de ser el 22% de sus ganancias totales en 1970, al 60% en 1982 y produjeron el 95% del incremento de las ganancias totales de los trece bancos líderes de Estados Unidos entre 1970 y 1976” (Calcagno, Alfredo y Martínez, Amalia: La evolución de la estrategia de los bancos acreedores, Centro de Economía Internacional, Buenos Aires, diciembre de 1988).

En el caso latinoamericano, durante la década del ’70 y principios de la década del ’80 gobernaban mayormente dictaduras militares, que tuvieron de conjunto una política criminal en cuanto al manejo de la deuda externa. La política del imperialismo estuvo marcada por la abundante liquidez producida por los petrodólares, es decir porque contó con la venia de los gobiernos de facto para dejar una pesada herencia, que jamás fue cuestionada o revisada por ninguno de los gobiernos democráticos de la región. De todas maneras, el caso mexicano -donde no hubo dictadura y hasta recibían exiliados de todos los países latinoamericanos- es la prueba más cabal de que el signo e incluso el régimen político que tengan los gobiernos es secundario al lado del ciclo económico más general impuesto por el imperialismo.

Observando Latinoamérica de conjunto, vemos cómo fue una política que trascendió cualquier frontera nacional: su deuda externa, que era de 75 mil millones de dólares en 1975, se fue a más de 315 mil millones de dólares en 1983. El servicio de la deuda (pago de intereses y de la devolución del principal) creció aún más rápido, alcanzando 66 mil millones de dólares en 1982, frente a los 12 mil millones de dólares en 1975.

El ejemplo argentino es particularmente ilustrativo al respecto: según el Banco Mundial, la deuda argentina se multiplicó durante la dictadura por seis, de 7,8 mil millones de dólares a 46,5 mil millones, entre las cuales el aumento de la deuda externa pública fue de 7,4 veces y el de la deuda externa privada fue de 3,7 veces, una cifra claramente tergiversada por la estatización de la deuda privada a cargo de Domingo Cavallo en 1982. También sirve de ejemplo para ver el papel relevante que jugaron los organismos crediticios en los gobiernos militares, dado que el FMI no esperó ni 48 horas después del golpe para aportar su primer préstamo y desarrollar una línea de financiamiento desde el 26 de marzo de 1976.

El regreso de la democracia vino acompañado de una crisis de deuda que afectó no solo a nuestro país, sino que conmocionó al mundo entero y tuvo especial aflicción en el subcontinente latinoamericano. La llegada de Ronald Reagan al poder implicó una profundización de las transformaciones que en la economía norteamericana ya había comenzado su antecesor Jimmy Carter. A partir de la suba de la tasa de interés a su máximo histórico, la fuga de capitales fue arrolladora, sumado a una caída de los precios de las materias primas a partir de 1981, expusieron la fragilidad de todo el negociado anterior, dejando a distintos países en las vísperas del default o, como en el caso mexicano, ante una explícita declaración de bancarrota. 

La década del ’80 estuvo marcada por el default mexicano y posteriormente las crisis de deuda en Perú y en Brasil. Mientras que hasta el año 1983 ingresaron más dólares a los países latinos en concepto de deuda que los que salieron (cuenta capital superavitaria), desde el año 1983, los pagos por intereses y servicios de la deuda fueron mucho mayores a los ingresos y también mayores a los que habían ingresado inicialmente, dejando a los países más empobrecidos que antes de que les impusiesen la toma de deuda externa.

La historia de la confiscación de los países semicoloniales se repite, mientras ocupan un lugar de mera marioneta, movida por los ritmos y las necesidades del imperialismo. Así como el sobreendeudamiento latino fue consecuencia de la liquidez mundial y la política de los bancos comerciales, de entrar en “modo prestamista”, fueron también las políticas del “primer mundo” las que determinaron una salida inmensa de capitales, exponiendo la bancarrota que ellos mismos habían generado, de la cual se habían beneficiado y de la que se seguirían beneficiando hasta el día de hoy. 

Todavía, durante la década de los ’80 y principios de los ’90, había una diferencia sustancial con la actualidad: los tenedores de las deudas soberanas se concentraban principalmente en los bancos, cuando en la actualidad los bancos son meros comisionistas y la mayor parte de los bonos están en manos de fondos de inversión. Sin dudas, una de las razones para semejante cambio fueron las crisis financieras que se sucedieron en esos años y el riesgo al contagio que sufrían los bancos como principales acreedores de países quebrados. 

Un hito insoslayable en la economía latinoamericana de fines de la época fue el Plan Brady, que consistió en un enorme salvataje a los bancos. A cambio de una pequeña reducción de la deuda (las famosas quitas de la actualidad), se les reconocía valores extremadamente más altos que los del mercado y se canjeaban esos bonos basura que tenían en su poder por nuevos bonos que cotizaban a un precio superior y que, además, se convertían en títulos de libre negociación, permitiendo que los bancos los coloquen en cualquier lugar del planeta. Los bancos ganaban por todos lados, ya sea a través de la revalorización artificial de los créditos, como a través de nuevos y más jugosos intereses y, fundamentalmente, a partir de colocar fuertes condicionamientos a los Estados para garantizar el pago de la deuda en su poder.

Igual que ocurriese con etapas anteriores, Argentina y la dinámica de la deuda externa en el país sirven para graficar lo que sucedía en todo el continente. El Consenso de Washington marcó a fuego a los distintos gobiernos de la región y no fue Argentina el único país donde se privatizaron empresas públicas como una política para tener dólares frescos y afrontar los pagos de la misma deuda de siempre, recientemente reeditada por el Brady. Un hecho insoslayable en lo que significó un nuevo desfalco nacional fue el reconocimiento de los bonos a valor nominal para la compra de las empresas del Estado, valiéndose de las privatizaciones como una forma de revalorizar la deuda.

A pesar de las privatizaciones, la década de gobierno menemista duplicó la deuda, permitiendo que los intereses de la deuda lleguen a casi un cuarto del Presupuesto nacional. Argentina terminaba el siglo con 10 mil millones de dólares de déficit fiscal y un 52% de un PBI que medía la producción nacional con un 1 a 1 completamente ficticio, como se demostrara al poco tiempo. Todo el “Plan Cavallo” sirvió como un seguro de cambio para que el capital financiero pudiese implementar una bicicleta financiera fenomenal, que duró hasta que explotara todo por los aires y que, no casualmente, tuvo en el gobierno de la Alianza al propio Cavallo como garante -de la mano del blindaje y el megacanje- de que los capitales pudieran retirarse antes de que el negocio diera pérdidas.

Luego de la “crisis del tequila”, la crisis brasilera y el default argentino, el peso de la deuda externa pública de los países empieza a decrecer, para ser reemplazada por la deuda interna. Aquí entran en juego las distintas definiciones sobre una y otra, ya que están quienes consideran deuda externa a la denominada en moneda extranjera y quienes consideran que es la que está en manos de acreedores extranjeros. En este caso se emite deuda en dólares a acreedores locales. Según Alesandra Corti, en 1998 en Latinoamérica, la deuda interna era equivalente a la externa, mientras que en 2006 la primera triplicaba a la segunda. El endeudamiento tomó esta nueva forma a una magnitud enorme, creciendo 337% en los siete países más importantes de la región entre 1995 y 2005. En cambio, el endeudamiento en el mercado de deuda internacional creció un 65% en el mismo período (Corti, 2010).

La importancia de este dato radica en que es de gran utilidad para desenmascarar el mito del “desendeudamiento” con el que el kirchnerismo ha hecho demagogia a gran escala, tomando como dato la reducción de la deuda externa sobre el PBI, pero buscando desconocer que la deuda que ya no se tenía con algunos acreedores del extranjero se tiene ahora con el banco central o con la Anses, como si esa deuda sí se pudiese defaultear, no pagar o entregar nuevos bonos o, como en el caso de BCRA, el invento de las letras intransferibles.Nuevamente vale remitirse a las definiciones, porque el kirchnerismo consideraba deuda externa no a la que estaba nominada en moneda extranjera, sino a la que estaba en manos de acreedores extranjeros, de ahí la reducción. Al mismo tiempo, consideraba el PBI a un tipo de cambio oficial que en épocas de cepo tenía una brecha muy grande con el paralelo; de haberlo tomado al tipo de cambio que se utilizaba en el mercado en ese momento, entonces el PBI hubiese sido mucho menor a las mediciones gubernamentales.

El ratio deuda externa/PBI es siempre frágil, porque la deuda es un stock en dólares y el PBI es un flujo en pesos. Una devaluación reduce el PBI que se mide en dólares y aumenta rápidamente el peso de la deuda, como ocurrió de forma singularmente rápida entre 2018 y 2019. 

En el gráfico 1 se puede observar cómo a partir de 2003 hay un aumento significativo en el endeudamiento externo de América Latina, pero, al mismo tiempo, 2003 fue el año donde se alcanzó el máximo relativo en la relación deuda externa sobre PBI. Esto se explica principalmente por el aumento de las materias primas que implican más del 85% de las exportaciones latinas, que llevaron a un crecimiento de prácticamente la totalidad de los productos brutos. A su vez, este aumento fue una respuesta al inmenso crecimiento de la demanda, que significó el ingreso de China a la OMC el año anterior, que la colocó como la principal compradora de productos de la región. Lo dicho: pretender comprender los ciclos de endeudamiento latinoamericanos por fuera de la economía mundial es una utopía ingenua. 

En este marco se dio el canje de la deuda argentina de 2005, que luego se reabriría en 2010. El canje que fuera presentado por el gobierno de turno como un rotundo éxito escondía que, en realidad, Argentina pagaba una tasa de interés de entre 10 y 11 por ciento, más del doble de las tasas internacionales en ese entonces. Para colmo, a cambio de una quita menor a la que el gobierno había anunciado inicialmente, se compensaba a los bonistas con nuevos títulos que los premiaban en caso de que el país creciera a una tasa mayor de un determinado porcentaje del PBI. Con el correr del gobierno de los Kirchner se terminaría comprobando esta estafa, al mismo tiempo que el gobierno desplegaba un verdadero arsenal mediático para esconder su verdadero carácter. El incremento de la deuda, luego de haber pagado más que cualquier otro gobierno en la historia, describe su verdadera política mejor que ningún otro dato. Apenas tres años después del canje, un nuevo cimbronazo internacional pondría contra las cuerdas el precario armado de los santacruceños.

De Lehman a la actualidad

La quiebra de Lehman Brother, en 2008, marcó un antes y un después en la historia del capitalismo, dando paso a una crisis que ha superado cualquier tipo de comparación histórica y que se diferencia de las anteriores, entre otras cosas, porque afecta a la totalidad del globo, jugando un papel especialmente importante en los países donde se había expropiado el capital, particularmente China. 

Este sacudón de la economía mundial fue todavía mayor, en términos financieros, debido a la política llevada adelante por la Reserva Federal, que tomó la determinación de ofrecer los dólares más baratos de la historia con el objetivo de evitar o aminorar la recesión que de seguro produciría la quiebra del cuarto banco de inversión en Estados Unidos y el efecto contagio que éste generó como la quiebra de Fannie Mae y Freddie Mac. El resultado de esta política estuvo muy lejos de ser el buscado por la FED, en lugar de generar inversiones productivas en Estados Unidos y evitar la recesión, inundaron el mundo de dólares y fueron incapaces de evitar una depresión con pocos antecedentes en la edad moderna. 

Esa tormenta de liquidez, que también fue compartida por el Banco Central Europeo, vino acompañada por ambas instituciones por la compra de activos tóxicos, la baja de la tasa de interés al mínimo histórico y el relajamiento cuantitativo. La razón fundamental para semejante emisión fue la pretensión, por parte de la FED, de salvar a los bancos, que habían desarrollado a gran escala la “contabilidad creativa”, poniendo en sus balances valores de activos que se habían desplomado drásticamente en el mercado. Es decir, que la política llevada adelante por los bancos centrales estuvo marcada por una política de clase: el salvataje a los bancos, al capital financiero llevando a la bancarrota a los Estados que se valieron de esa quiebra para imponer más flexibilización y atacar distintas reivindicaciones obreras.

América Latina fue impactada principalmente de dos maneras. En primer lugar, esa liquidez, que no fue a parar a producir en los países emisores, ingresó a algunos países “emergentes” en forma de capital especulativo, permitiéndoles a los capitalistas negocios enormes basados en distintos tipos de interés y grandes “oportunidades” en países como Brasil y Colombia. Vale recordar a todos los apologistas del capital que, frente a esta moda pasajera y, como veremos, efímera, teorizaron sobre nuevos órdenes del capitalismo mundial y pregonaron un equilibrio donde los emergentes vendrían a ser los nuevos sostenes del capital internacional y no meros receptores de flujos pasajeros y grandes plazas para enriquecimiento de los de siempre. En segundo lugar, esa emisión impactó indirectamente en un alza del precio de las materias primas que, como se dijo antes, es la principal exportación de la región. Ahora bien, el crecimiento de las reservas internacionales en los bancos centrales de América Latina no fue para desarrollar a los países, transformar sus estructuras productivas o industrializar absolutamente nada, sino que fue una inmovilización de miles de millones de dólares que sirvieron de reaseguro para el pago de la deuda y para garantizar tipos de cambio que permiten grandes beneficios al capital financiero.

En plena guerra comercial, Latinoamérica se ha convertido en un terreno de disputa entre Estados Unidos y China. Lo que parecía una relación inquebrantable, como la de la fascinación que le profesa Bolsonaro a Trump, se vio empañada por algunos acuerdos estratégicos que podrían darse entre Brasil y China. Pero el país donde el enfrentamiento entre estas dos potencias se ve con mayor crudeza es Venezuela, donde tanto la China de Xi Jinping como la Rusia de Vladimir Putin son fundamentales para sostener el régimen de Nicolás Maduro, tremendamente resistida y atacada por el imperialismo yanqui. Por supuesto que quienes apoyan a Maduro lo hacen en función de la apropiación de las cuencas del Orinoco y se vienen convirtiendo en acreedores mayoritarios de la resquebrajada Venezuela.

Vivimos, entonces, años de altos ingresos de dólares a los países latinoamericanos y especialmente sudamericanos, que fueron utilizados por los gobiernos (en su mayoría nacionalistas) para desarrollar -en el mejor de los casos- una política meramente asistencial, sin jamás revisar las estructuras económicas atrasadas y dependientes de la totalidad de los países. Este desarrollo desigual y combinado, la propia inserción de los países latinoamericanos en el mercado mundial como meros productores de materias primas, desarrolló una clase social latifundista, que se vale de ganancias monopólicas a partir de su relación con el capital internacional. Esto tuvo su correlato en términos de deuda externa, que si bien creció a un ritmo menor al de la deuda interna, fue de una magnitud que generó enormes desequilibrios al cambiar la corriente. Al mirar los números se registra que entre 2003 y 2013 Sudamérica se había expandido un 57,3%, y las importaciones lo hicieron en 410,3%. En los años subsiguientes, Sudamérica se retrajo un 2,3% y las compras al exterior, un 35,9%.

No se puede soslayar el rol que juega China en todo este asunto. El gigante asiático interviene de forma directa y creciente en todo el territorio y principalmente en Sudamérica. Por un lado, ha encontrado una plaza donde sus dólares pueden tomar forma de inversión sin las restricciones que les imponen los países imperialistas. Al mismo tiempo, es el principal comprador de materias primas de la región, lo que le otorga una autoridad fundamental frente a la mayor parte de los gobiernos y le permite (a través de políticas como el swap con Argentina) internacionalizar parcialmente su moneda.

A partir de 2013 se inicia una nueva etapa en el endeudamiento externo de la región. La misma se caracteriza por un incremento generalizado y a un mayor ritmo del endeudamiento externo. El ratio deuda/PBI creció más de 25% hasta 2016. Este aumento descomunal responde a un cambio de tendencia a nivel internacional, marcado por el aumento de la tasa de interés norteamericana, que aceleró una fuga de capitales proporcional al ingreso del período anterior, y por una fuerte caída de los precios de las materias primas, que desnudaron toda la primarización y dependencia que profundizaron los gobiernos “nacionales y populares”.

Según Pablo Wahren: “En 2014, Sudamérica registró el superávit comercial más bajo desde 1999 y, en 2015, el primer déficit desde 1998 (16.840 millones de dólares). Si bien en 2016 se recobró el superávit comercial (40.005 millones de dólares), principalmente por la recesión en Brasil, que retrajo las importaciones de este país, éste fue prácticamente la mitad del promedio registrado entre 2005 y 2013 (74.113 millones de dólares)”.

En el caso de Argentina, se suma a la caída de los precios relativos, el reconocimiento de la deuda con el Club de París y con el Ciadi, lo cual produjo, junto con el canje de 2005 y 2010, que la política de desendeudamiento sea tan realista como un cuento de hadas. Durante los mandatos de los Kirchner, Argentina pagó cerca de 200.000 millones de dólares para entregar el poder con un país quebrado y una deuda pública total cercana a los 300.000 millones de dólares. El país solo podía contraer nueva deuda a tasas de default, duplicando la tasa de interés de países mucho menos desarrollados, como es el caso de Bolivia o Perú. 

La llegada del macrismo al poder fue el elemento restante para abonar el terreno hacia la tormenta perfecta. El Partido Obrero caracterizó el acuerdo con los fondos buitre, en 2016, como la piedra angular de un gobierno que se jactaba de “volver al mundo”, sin tener en cuenta que volvía a un mundo atravesado por la bancarrota capitalista, una guerra comercial en curso y una disputa entre países imperialistas, inédito desde la Segunda Guerra Mundial.

Nuestro país, entonces, fue a contramano de una tendencia internacional, siendo en 2016 y 2017 el país que más deuda contrajo en todo el mundo. El festival de endeudamiento tuvo como protagonista a la deuda soberana y subsoberana (provincias y municipios), pero fue saludada y acompañada por buena parte de la burguesía que contrajo deuda en el exterior, giró todos los dividendos que tenía retenidos por el cepo kirchnerista y participó de una bicicleta financiera sin atenuantes (la más rentable del mundo), que le permitió fugar más de 50.000 millones de dólares y condenó al macrismo a volver a las garras del FMI.

El resto es historia conocida, de la mano del Fondo, el macrismo tocó fondo, dejó a la Argentina en un default que busca ahora ser amortiguado por una renegociación, que tiene como principal objetivo el rescate a los acreedores. La historia se repite como farsa y el Estado argentino se vuelve a someter ante el capital financiero, defaulteando salarios, paritarias y jubilaciones para pagar el pago de esta deuda infame.

Conclusión

El breve recorrido que traza el artículo acerca de la deuda externa latinoamericana muestra que la política llevada adelante en la región tuvo en general una tendencia de conjunto y que esta tendencia respondió a los vaivenes y políticas del mercado mundial. La inminente nueva crisis de deuda, que comenzó por Argentina, tiene un futuro incierto, en tanto será la lucha de clases la que determine si el gobierno podrá imponer sus planes de ajuste o, por el contrario, serán las masas las que barran con el gobierno ajustador.

Las rebeliones populares que recorren la región tienen un fuerte componente de rechazo a las políticas ajustadoras que proponen el FMI y los acreedores. Desde los tarifazos ecuatorianos hasta la enorme opresión del pueblo chileno, el imperialismo corrobora que su autoridad está desafiada por un despertar popular contra los planes coloniales de los Trump, los Piñera y los Bolsonaro. 

Lo cierto es que esta crisis es la demostración de que, desde hace por lo menos 50 años, las burguesías de los países en cuestión no han jugado ningún rol progresivo, con independencia de la demagogia que quieran ejercer, condenando a cada uno de ellos a continuar con una estructura de atraso y dependencia, y dejan atada la economía doméstica a factores que no controlan como los precios de las materias primas o las tasas de interés internacionales. Ha quedado demostrado que no hay desarrollo posible de la mano del colonialismo y el vasallaje de los usureros.

La crisis muestra también que se está pagando desde hace décadas una deuda reciclada, ilegal e ilegítima, que no ha traído ningún beneficio para los pueblos de la región y que de ninguna manera debe ser la clase obrera la que pague por ella. Al contrario, la deuda externa explica buena parte de los desequilibrios económicos internos, un ancla con el que cargan los países oprimidos y que se acrecienta gobierno tras gobierno. El constante destino de divisas al pago de la deuda, sumado al mecanismo de la fuga de capitales por parte de la burguesía, tanto nacional como extranjera, condena a la economía a la permanente insolvencia. El Estado está constantemente tomando créditos para hacer frente a los vencimientos de deuda y la escasez de dólares lleva regularmente a nuevas devaluaciones que, en el caso argentino, más que en ningún otro, tiene un efecto inmediato en la inflación, la carestía y la pérdida del poder adquisitivo del salario.

Finalmente, también tira por la borda la pretensión del nacionalismo por mostrarse como lo opuesto al neoliberalismo y se ha mostrado falaz. Rieznik planteaba de manera brillante para el ciclo anterior lo mismo que vale para el que vivimos en la actualidad: 

“Dicho de manera más simple: los liberales crearon una enorme hipoteca en los noventa como agentes del gran capital y el FMI; los antineoliberales pagaron la factura, sin alterar, por supuesto, la lógica general de la gestión social del metabolismo productivo por el capital, que es la cuestión esencial.”

Ahora bien, no nos bañamos en el mismo río, y hoy el capital cuenta con menos recursos que en el pasado para afrontar su crisis, para evitar una recesión o un choque a gran escala entre las potencias. La crisis de deuda es el punto más visible de una crisis de todo un régimen social caduco. Por eso, los socialistas planteamos el rechazo absoluto al pago a estos usureros, desconociendo la deuda por su contenido social y político, no como una medida aislada, sino como parte de un programa integral que está asociado a la nacionalización de la banca, con el fin de evitar la fuga de capitales y mantener el ahorro interno en el país; a la nacionalización del comercio exterior, para valernos de unos y otros recursos para desarrollar el país, industrializarlo, y que Argentina sea un puntal en la lucha por la unidad socialista de América Latina al calor de la Cuarta Internacional.

 

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