Los golpes de Estado en América Latina

La actitud a asumir ante los golpes de Estado en América Latina es un importante tema a clarificar entre las corrientes que se reclamande izquierda y revolucionarias. No solo es una cuestión de caracterización y de postura ante los acontecimientos. También, como lo pone en evidencia la experiencia histórica, es una importante oportunidad de intervenir frente a un curso político que potencialmente pone en riesgo la cohesión y fortaleza del Estado y, por lo tanto, abre la posibilidad eventualde una intervención (movilización) de masas revolucionaria. En el reciente llamamiento a la Conferencia Latinoamericana señalamos la importancia de derrotar el golpe en Bolivia como una cuestión crucial, no solo para la izquierda boliviana sino para la izquierda latinoamericana en su conjunto. 

Esta clarificación requiere, por un lado, caracterizar el rol de estos golpes, tan frecuentes en nuestro continente como también las distintas políticas seguidas, tanto por las corrientes nacionalistas y centroizquierdistas, habitualmente las víctimas inmediatas de estos golpes como de la izquierda.

América Latina: regímenes inestables y golpes de Estado 

Partimos de una constatación. Los regímenes políticos en América Latina no lograron desarrollar un régimen democrático burgués estable desde la época de las independencias formales en el siglo XIX. La presencia de las potencias europeas y de Estados Unidos desde los albores de la independencia condicionó los regímenes políticos de nuestro continente. El resultado, en general,fueron regímenes políticos oligárquicos, agentes de los imperialismos foráneos y/o caudillismos militares. El crecimiento industrial a fines del siglo XIX y comienzos del XX tuvo varias consecuencias y dio lugar a un conjunto de fenómenos. Por un lado, se formó una ascendente burguesía nativa, en particular orientada al mercado interno, pero también se constituyó un creciente proletariado, mayoritariamente empleado en empresas extranjeras radicadas en nuestros países. Estos fenómenos dieron paso a una mayor intervención política de las burguesías criollas, pero con un margen de maniobra muy estrecho, atenazadas como se encontraban entre el imperialismo, de un lado, y el proletariado, del otro. Estas generaron alternativas de regímenes políticosque oscilaron entre el bonapartismo y el semibonapartismo, según el tipo de arbitraje que lograran armar entre las clases.

La inestabilidad de los regímenes políticos en América Latina convirtió a los golpes de Estado enun componente estructural de su desenvolvimiento político. Y esto abarca a un amplio y diverso espectro, tanto en relación con sus características jurídico-políticas (golpes militares, golpes parlamentarios, autogolpes, etc.) como a sus actores sociales y políticos. En la mayoría de los casos, los golpes respondían a los intereses reaccionarios que pretendían recuperar su hegemonía frente a direcciones nacionalistas, pequeño burguesaso centroizquierdistas, que, contando con apoyo popular, pretendían algún tipo de autonomía respecto del imperialismo y las oligarquías locales. Pero también, aunque en menor proporción, algunos de esos golpes fueron impulsados por corrientes “nacionalistas”. La izquierda revolucionaria tiene que intervenir frente a los distintos tipos de golpe con una caracterización de los intereses de clase que están en juego y no dejarse llevar por la cobertura que esos intereses buscan presentar. Así como denunciamos los golpes derechistas y reaccionarios por sus intereses de clase, tenemos que defender los golpes “nacionalistas” en la medida que sean atacados por el imperialismo y sus agentes locales, que se escudan detrás de una cobertura “democratizante”. 

Los golpes reaccionarios constituyen, además, una prueba de fuego para las corrientes que tuvieron que soportarlos, pues pusieron a prueba su capacidad de resistir efectivamente al imperialismo y la reacción.

Trataremos de concentrar nuestra atención en la segunda mitad del siglo pasado y lo que va del actual siglo XXI, pues entendemos que son muchas e importantes las experiencias que podemos extraer de esos acontecimientos. En relación con este tema de los golpes de Estado, la segunda mitad del siglo XX fue una escuela insustituible para las masas y para la izquierda.

Pero antes de entrar en este período de nuestra historia, queremos señalar algunas conclusiones de tres experiencias europeas de las primeras décadas del siglo pasado, pues nos marcan actitudes y posturas que, de uno u otro modo, serán recogidas por las distintas corrientes sociales y políticas, dado que tuvieron un efecto relevante en la experiencia política general.

La experiencia europea: Rusia, Alemania, España

El primer caso es el golpe de Kornilov en agosto de 1917 en la Rusia revolucionaria. Kornilov era un general derechista, quien contando inicialmente con la complicidad del gobierno conciliador de Kerensky, se juega a desplazarlo mediante un golpe de Estado militar para imponer, de ese modo, el programa derechista (liquidar los soviets, continuar la guerra, acabar con el peso de los revolucionarios en el Ejército y mantener el dominio terrateniente sobre el campo). El planteo de Lenin para los bolcheviques, que habían sido reprimidos por el gobierno de Kerensky, fue luchar junto a Kerensky contra Kornilov, pero no dar ningún apoyo al gobierno de Kerensky. Es conocida su fórmula de apoyar el fusil en el hombro de Kerensky para derrotar a Kornilov. En la lucha contra el golpe de Kornilov, los bolcheviques jugaron un rol protagónico, que los va a afianzar como dirección de las masas y abrirá el camino hacia la revolución de octubre de ese año, que llevará a los bolcheviques al poder.

El segundo caso se dio en Alemania en marzo de 1920 y es conocido como el “putsch” de Kapp. Este era un político derechista que actuó de mascarón de un golpe militar, que buscaba con retórica nacionalista, acabar con el gobierno de la socialdemocracia de derecha de Ebert-Noske (la que había reprimido a los comunistas y asesinado a sus dirigentes, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht) con el propósito de liquidar las expresiones de protagonismo obrero que se mantenían desde la revolución de noviembre de 1918 e imponer una dictadura militar. El golpe arranca el 13 de marzo y aprovecha la conducta pasiva del gobierno frente al golpe, que parecía imponerse. Pero la reacción obrera, canalizada por un sector de la socialdemocracia de derecha y por los Socialistas Independientes (centristas), una parte de los comunistas junto a las direcciones sindicales, van a llevar a una impresionante huelga general que va a aplastar al golpe. 

La conducta del joven Partido Comunista alemán frente a este golpe no fue el que tuvieron los bolcheviques durante el golpe de Kornilov. Por el contrario, cuando se declaró el golpe, la dirección se manifestó prescindente, y solo en algunas provincias y centros obreros los comunistas actuaron protagónicamente en la lucha contra el golpe, por la huelga general y la formación de comités obreros. Con el correr de las horas, la orientación se fue adecuando a estas iniciativas, pero el partido actuó desorganizadamente y con fuerte presencia de sus tendencias ultraizquierdistas, que ya habían mostrado sus límites y defectos durante las jornadas de enero de 1919. El balance de esta conducta fue ampliamente debatido no solo en el congreso del Partido Comunista alemán de abril de 1920 sino en toda la III Internacional. Algunas de las consecuencias de estos acontecimientos fue la ruptura del ala ultraizquierdista del partido a principios de abril de 1920, formando un partido aparte ymás adelante la incorporación al Partido Comunista de una mayoritaria ala izquierda de los socialistas independientes, justamente la que había tenido un rol protagónico en el aplastamiento del golpe.

La tercera experiencia es la España en 1936. El Frente Popular triunfó en las elecciones de febrero de 1936 y a los pocos meses se fue gestando un golpe derechista encabezado por Franco. Si bien el golpe triunfó en una gran parte de España, fue derrotado en las grandes ciudades por una activa participación obrera y campesina, que se sobrepusieron a la pasividad demostrada por el gobierno frentepopulista. Fue significativo que en aquellas ciudades y provincias donde el gobierno logró imponer la orientación de confiar en los militares “leales”, el golpe triunfó a pesar del extraordinario vigor de la resistencia popular (como en Sevilla), mientras que allí donde la iniciativa estuvo en manos de los obreros y campesinos el golpe fue derrotado. Esto dio comienzo a la revolución española, a la formación de comités obreros y campesinos y a un principio de armamento popular. La labor desmoralizadora del gobierno del Frente Popular y sus acciones contra la organización independiente obrera y campesina, por el desarme de las milicias, pavimentó el camino a la victoria después de tres años de guerra civil por los golpistas apoyados, además, por la Alemania nazi y la Italia fascista.

La experiencia española es particularmente importante por los profundos lazos sociales y políticos con Hispanoamérica, incluyendo los miles de exiliados que llegaron a nuestro continente, especialmente a Méjico y en menor medida a Argentina. La experiencia española mostró el rol potencialmente revolucionario que puede tener una derrota de un golpe por la intervención revolucionaria de las masas, así como el límite que esta intervención tuvo por la carencia de una dirección revolucionaria de ese movimiento. Pero también la experiencia española tuvo influencia seguramente en la conducta de las corrientes nacionalistas y centroizquierdistas, temerosas de que la derrota de un golpe pudiera dar lugar a la emergencia de una revolución, como había ocurrido en julio de 1936 en España.

América Latina: Bolivia, Argentina, Chile, Venezuela y Bolivia nuevamente

Retomando la experiencia de la segunda mitad del siglo pasado en América Latina, tomaremos algunos casos emblemáticos. El primero es la experiencia boliviana de 1952. Luego de un “sexenio” gobernado por una alianza similar a la de la Unión Democrática argentina del ’46, con el liderazgo de la “Rosca” oligárquica y proimperialista, apoyada por el partido estalinista del Altiplano, se convoca a elecciones presidenciales. El movimiento nacionalista (MNR) proclama la fórmula Paz Estenssoro-Siles Suazo. “El MNR ganó las elecciones, pero el gobierno de la ‘Rosca’ se niega a entregarle el poder y arma un autogolpe. El MNR entonces promueve un golpe militar palaciego que fracasa, pero las masas lo toman como punto de partida para su propia intervención independiente. El 9 de abril de 1952, las milicias obreras, con fuerte protagonismo minero, derrotan a las fuerzas del Ejército que se desmoronan. La revolución había comenzado” (Prensa Obrera N° 1.522, 4/10/2018, “La revolución boliviana irrumpe en América Latina y en la IV Internacional”). 

Es decir, el golpe gorila fue enfrentado tímidamente por la dirección nacionalista que fracasa y es la intervención independiente de las masas obreras la que inclina la balanza, derrota el golpe gorila y abre el curso a la revolución boliviana, el armamento obrero y popular, y la conformación de la Central Obrera Boliviana (COB), que centraliza la intervención obrera y se convierte embrionariamente en un potencial organismo soviético.

No es nuestra intención en esta nota desarrollar las condiciones que llevaron a esta revolución a su frustración y liquidación en manos de las corrientes nacionalistas que desarmaron las milicias mineras y obreras y prepararon las condiciones del triunfo de un futuro golpe contrarrevolucionario, pero sí marcar las condiciones revolucionarias que se vivieron en abril de 1952 en Bolivia y que iban a marcar la conducta de las clases y sus expresiones políticas en los años siguientes.

Queremos referirnos en particular a la experiencia del golpe gorila en la Argentina de 1955, que abatió al gobierno de Perón. A pesar de vuelco derechista de Perón en su segundo gobierno a partir de 1953 (Congreso de la Productividad, acuerdo con Standard Oil, visita del hermano del presidente yanqui, etc.), el imperialismo y sus socios nacionales, con el apoyo activo de la Iglesia, comenzaron a complotar abiertamente para desplazar a Perón. En junio de 1955, un intento de golpe iniciado por la Marina no logra desenvolverse, pero muestra a un gobierno que no toma ninguna medida para depurar a los golpistas ni de movilizar a las masas para derrotarlo. Esta es la evidencia contundente de una conducta que veremos repetida en otros casos. Golpes que se anticipan, que no triunfan pero que tampoco generan de parte de los afectados ninguna intervención para depurar a los golpistas y sus ramificaciones.

Cuando finalmente el golpe estalla, el 16 de setiembre de ese mismo año 1955, Perón se niega a movilizar a sus tropas (que eran numéricamente mayoritarias) y mucho menos movilizar a los trabajadores que habían votado en numerosas empresas y sindicatos el reclamo de armas para derrotar al golpe. Por el contrario, el 21 de septiembre, Perón decidió renunciar, exiliarse primeramente en Paraguay, gobernado por el dictador Stroessner, y luego de un paso por la Cuba de Batista, recalar en la España de Franco.

Es muy probable que las experiencias de España en la década del ’30 y la más reciente de Bolivia en 1952 llevaran a Perón a no arriesgar una lucha militar que hasta le podía haber sido favorable, pero que abría las compuertas para una intervención obrera y popular, que se sabe cómo comienza pero no cómo sigue.

El temor a que la crisis abierta por el golpe pudiera dar lugar a un principio de armamento popular aterrorizaba a Perón, quien declaró que renunciaba para “no derramar sangre de argentinos”. Como es sabido, la sangre se derramó y afectó a quienes resistieron a la dictadura después que Perón ya se había exiliado.

Volvemos nuevamente a Bolivia. Después de más de diez años de gobierno, al MNR le pasaba algo similar al peronismo de 1955. A pesar de su orientación capituladora, la derecha impulsó un golpe protagonizado por el general Barrientos en 1964, que llevó adelante una serie de represiones, especialmente en las minas, y enfrentó en 1967 a la guerrilla del Che, a quien derrotó y asesinó. En 1969 murió en un confuso accidente de aviación y fue reemplazado por el general Ovando, que inició una apertura nacionalista que al año siguiente fue ampliada y profundizada por el general Torres, quien asumió el 7 de octubre de 1970, denunciando un golpe derechista que querría derrocar a Ovando. 

Torres acentuó la política nacionalista de su predecesor, basada según él, en cuatro pilares (trabajadores, campesinos, universitarios y los militares leales). Ya en enero de 1971, un golpe intentó derribarlo pero fue derrotado, y hubo una importante movilización obrera y popular que dio lugar a la conformación de la Asamblea Popular, con base en la COB y las centrales estudiantiles.Pero un nuevo golpe en agosto de ese mismo año de 1971, liderado por el general Hugo Banzer, lo derrocó y lanzó una feroz represión que derrotó al movimiento obrero y popular.

Casi simultáneamente con el ascenso de Torres en Bolivia, ocurrido en octubre de 1970, asume en Chile Salvador Allende como presidente en noviembre de 1970. Allende encabezaba la Unidad Popular, un frente popular que agrupaba al Partido Socialista, al Partido Comunista, a partidos burgueses minoritarios como el radical, y contaba con el apoyo del castrismo y de las corrientes foquista como el MIR (vinculado con el ERP argentino). 

Su política fue la de encarar nacionalizaciones, como la de la minería (especialmente el cobre), que afectaron intereses norteamericanos pero evitó quebrar el régimen estatal. Fidel Castro hizo una extensa visita a Chile a finales de 1971, mostrando su apoyo a la “vía chilena” al socialismo, como se decía entonces.Incluso Fidel insistió en la necesidad de no quebrar el “régimen democrático”, lo que implicaba la preservación del Estado burgués.

El imperialismo y la derecha conspiraban abiertamente, promoviendo el mercado negro y huelgas, como la de los camioneros, que amenazaban el abastecimiento. En junio de 1973, un golpe apresurado, conocido como el “tancazo”, pues fue protagonizado por una compañía de tanques, alertaba sobre el clima que se venía. El general Prats, conocido por sus posiciones “profesionales”, fue presionado para renunciar en agosto y Allende nombró en su lugar a Augusto Pinochet. Cuando numerosos marineros de baja graduación denunciaron en ese mismo agosto los preparativos golpistas, el gobierno toleró que los reprimieran y los dieran de baja. En los sectores obreros más concentrados, el de Santiago en especial, se comenzaron a organizar los “cordones”, coordinadoras de trabajadores, un embrión de organización soviética que reclamaron armas y, en algunos casos, comenzaron a conseguirlas por su cuenta. A fines de agosto, el gobierno autorizó a las Fuerzas Armadas a desarmar a los trabajadores y a requisar a todos los civiles.

Cuando finalmente el golpe encabezado por Pinochet se desencadena, el 11 de septiembre de 1973, la resistencia está completamente desorganizada y es reprimida. El propio Allende se inmola en el Palacio de Gobierno, resistiendo en soledad a las tropas que lo atacan, pero esto no puede ocultar que la política del frente popular fue desorganizar y desmoralizar toda resistencia y adaptarse a todas las presiones reaccionarias. El castrismo y el foquismo defendieron al frente popular y su política.

El golpe de Pinochet, producido después del de Banzer en Bolivia, formó parte de la seguidilla de golpes que se descargaron sobre nuestra región y que se completaron con el golpe militar en Brasil, en Uruguay y, finalmente, en nuestro país en 1976.

El nuevo siglo nos ha traído nuevas experiencias en relación con los golpes de Estado. Tomaremos inicialmente dos de ellas, pues son bastante significativas. En abril de 2002, un golpe de Estado motorizado por militares pero con el liderazgo del presidente de la federación patronal, desplaza a Hugo Chávez de la presidencia de Venezuela. Tuvo el auspicio de la Embajada norteamericana y contó con el apoyo de un sector de las direcciones sindicales burocráticas. Durante unas horas se dio a Chávez por renunciado y a un nuevo gobierno instalado, pero esto no duró más que unos días, desde el 11 de abril, hasta que el 14 Chávez reasume la presidencia con el apoyo de la mayoría de las Fuerzas Armadas y con una manifestación popular. El golpe fue derrotado, sobre todo por la resolución interna dentro de las Fuerzas Armadas. Los trabajadores y la población fueron, en todo caso, un complemento, pero no jugaron un rol autónomo.

Al año siguiente, en 2003, comenzó un proceso de movilizaciones en Bolivia que va a culminar a fines de 2005 con la elección de Evo Morales para la presidencia. Sánchez de Lozada asumió, en agosto de 2002, por segunda vez la presidencia de Bolivia como líder de un decadente MNR, que hacía rato había abandonado sus banderas de la década del ’40 y ’50. A principios de 2003 aplicó un “impuestazo” al salario que provocó movilizaciones populares, incluida la policía. En septiembre y octubre, ante denuncias de que se pretendía exportar gas a través de puertos chilenos comenzaron fuertes movilizaciones, impulsadas por la COB y los campesinos. Sánchez de Lozada ordena a las Fuerzas Armadas la represión, que deja más de 60 muertos y centenares de heridos. La COB y la Confederación de sindicatos campesinos declaran la huelga general indefinida y Sánchez de Lozada renuncia en octubre de 2003, dejándole el gobierno a su vice, Carlos Mesa.

Mesa tampoco pudo concluir su mandato aunque intentó acomodarse a los reclamos populares con un referéndum sobre el gas. Pero las elecciones municipales de 2004 mostraban el ascenso del MAS (el partido de Evo Morales) y la quiebra de los viejos partidos. En marzo de 2005 se retomaron las movilizaciones y, en mayo, la COB declaró nuevamente una huelga general indefinida, que llevó a la renuncia de Mesa, la asunción del presidente de la Corte y finalmente el triunfo en las elecciones presidenciales de Evo Morales por más del 50% de los votos, asumiendo en enero de 2006.

Desde entonces, hemos presenciado una reiteración de golpes seudo-“parlamentarios”, como los llevados a cabo en Honduras, Paraguay y, más recientemente, en el caso de la destitución fraudulenta de Dilma Rousseff de la presidencia de Brasil. El más reciente golpe en Bolivia, por el cual destituyeron fraudulenta y violentamente a Evo Morales, se inscribe en la característica más tradicional de los golpes de Estado.

Conclusiones

Hay conclusiones que surgen de la experiencia histórica que es muy importante tener presente. La inestabilidad de los regímenes de nuestro continente, agravada por las condiciones de la actual crisis mundial, que empeoran las condiciones económico-sociales del continente, establecen los golpes de Estado como una posibilidad a tener en cuenta y obligan a fijar una clara postura frente a ellos.

En primer lugar, es necesario ver la oportunidad de intervención política independiente que ofrecen para las masas, en la medida que la tensión generada por el golpe puede abrir canales de intervención en condiciones de una relativa fragmentación del aparato represor del Estado. Los golpes, tanto los reaccionarios como los nacionalistas, son una expresión de la incapacidad de los regímenes políticos y de las propias instituciones del Estado de contener las tensiones de la lucha de clases.

Para aprovechar esa oportunidad es imprescindible que la izquierda revolucionaria tenga una posición independiente y haya logrado insertarse en el movimiento de masas en forma diferenciada de las corrientes nacionalistas, frentepopulistas o centroizquierdistas, que tienden a capitular ante la presión de la reacción por temor a abrir una brecha en la cohesión del Estado burgués del cual son tributarios. Por eso es habitual que reclamen “defender la democracia”, “no asustar a la derecha” y otras capitulaciones semejantes.

Pero, además, es necesaria una intervención audaz, una vez caracterizadas correctamente las fuerzas en pugna. Incluso en caso de golpes de tipo nacionalistas, los choques que pueden abrir son una oportunidad para la intervención revolucionaria. Recordemos lo señalado con la situación boliviana de 1970-71, después del golpe que colocó a Torres en el poder.

La posición revolucionaria no puede limitarse a una caracterización pasiva de las fuerzas actuantes, sino guiar a las masas contra la reacción, en una política de frente único contra el golpe reaccionario con todas las fuerzas nacionalistas o democráticas que luchan efectivamente contra el golpe, naturalmente que sin avalar ni comprometer su independencia política en esa intervención. Por eso apelamos a la experiencia del joven Partido Comunista alemán en el “putsch” de Kapp en 1920, que fue ampliamente debatido en las filas de la III Internacional. Su pasividad le quitó protagonismo en jornadas decisivas para la penetración del partido entre las masas. De este balance surgió con un perfil más definido la política de frente único, que en la lucha contra los golpes reaccionarios es fundamental. En nuestro país lo vivimos con las posiciones del foquismo que, frente al golpe de Videla, adoptaron una posición pasiva con el argumento de que así la reacción se quitaba la careta “democrática” y se abrían más abiertamente las condiciones de una guerra civil.

Naturalmente que esta intervención de frente único de lucha contra el golpe significa también estar alertas ante la posibilidad de que ante el temor por la intervención de las masas, las corrientes burguesas o pequeño-burguesas abandonen la lucha contra el golpe y se pasen al bando de la reacción. Es que las burguesías de los países atrasados oscilan entre la búsqueda de una cierta autonomía frente al imperialismo, en cuyo caso pueden impulsar limitada y regimentadamente una movilización popular, al temor a que esa movilización popular pueda amenazar su dominio y se vuelcan a la reacción.

Debemos tener presente, además, las circunstancias históricas de cada período. La oleada de golpes militares contrarrevolucionarios de la década del ’70 no es la política actual del imperialismo, que prefiere mantener los regímenes con un barniz “democrático” en la medida en que no saquen los pies del plato. Por eso, en los últimos años se han producido golpes “parlamentarios”, autogolpes y otras variantes que pretenden mantener la ficción institucional. Esto no debe ocultar sus características de clase y sus objetivos reaccionarios (caso Brasil, con la destitución de Dilma, por ejemplo). Incluso en un golpe más nítido, como el boliviano, hay un intento de mantener una ficción institucional, de la cual el propio MAS es cómplice.

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