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La “huelga general”

Actualidad de Rosa Luxemburgo y la experiencia de la Revolución Rusa de 1905

Publicamos extractos del libro “Huelga de masas, partido y sindicato” de Rosa Luxemburgo. El texto de la revolucionaria alemana, del cual presentamos extractos destacados, se ha convertido con los años en un clásico de la literatura marxista. Importantes conclusiones de Luxemburgo con respecto a la Revolución Rusa de 1905 (el texto fue escrito en 1906) y sus métodos de lucha, se incluyen en este libro. Fueron parte de la polémica que se desarrolló sobre el carácter que debían tener los partidos revolucionarios y sus métodos: el debate de la huelga general o huelga de masas. Lenin, como Rosa Luxemburgo, consideraban que una organización política revolucionaria militante –un partido obrero- tiene por objetivo central la lucha por el poder político. Y en ese camino, el desarrollo de la organización y la conciencia socialista entre los trabajadores. Ambos sostenían que para que un partido obrero tenga realmente el carácter de tal, es necesario que su programa sea socialista, no simplemente la expresión ‘política’ de reclamos económicos sindicales. Una de las polémicas más fuertes del momento estaba dada por el rol que debía jugar el proletariado ruso y el alemán (y la clase obrera en general en la lucha de clases). Importantes dirigentes de la Social Democracia planteaban que los marxistas rusos debían limitarse a secundar a la burguesía liberal en sus demandas democráticas contra el régimen autocrático. Rosa Luxemburgo, Lenin y Trotsky, sostenían una posición distinta: que solo la clase obrera, aliada del campesinado pobre, podría llevar a cabo una auténtica revolución que liquidara no solo políticamente, sino también sus bases sociales, al régimen zarista, mediante la instauración de la dictadura del proletariado. 

Este importante debate, que ya se procesaba, en forma larvada, dentro de los partidos marxistas de Europa, tomó nuevas polémicas a la luz de los acontecimientos rusos de 1905. El 9 de enero de ese año se produjo una enorme movilización en Rusia: más de 140.000 obreros y campesinos marcharon por las calles de Petrogrado, pidiendo por la insoportable situación que llevaba a la hambruna a miles. La respuesta del Zar Nicolas II fue brutal, ordenó a las tropas abrir fuego contra los manifestantes y miles de personas murieron en ese “Domingo Sangriento”.

Lenin dijo al respecto de esos acontecimientos “El movimiento obrero ruso se ha elevado en pocos días a una etapa superior. Se convierte ante nuestra vista en una insurrección de todo el pueblo.” Lenin tenía perfectamente claro que los acontecimientos no eran una revuelta más, se trataba de una huelga de masas. La huelga general que se produjo en 1905 no fue un levantamiento solitario, todo lo contrario, fue parte de una serie de huelgas que venían recorriendo a la clase obrera rusa y que tuvo su extensión a Polonia y otros territorios del Imperio. La huelga de masas en Rusia no fue el producto artificial de una táctica impuesta por una organización política, sino un fenómeno histórico natural, que empalma con una seria de grandes huelgas, algunas victoriosas, otras derrotadas: se trata de un proceso, no de un episodio. 

Ya a principios de 1904 se celebraron gran cantidad de huelgas en los territorios dirigidos por la autocracia zarista, con paralizaciones totales en varias ramas de la industria. Ferroviarios, textiles, tipógrafos, y varios más fueron a la huelga por salarios adeudados, por una jornada laboral de 10 horas (en aquel momento superaban largamente las 13 horas) o por condiciones laborales. En distintas zonas de Rusia se produce un efecto contagio, donde empiezan unos y se van sumando todos los trabajadores de la zona, mítines de 15.000 obreros o más discutiendo, rodeados por policías y cosacos. La enorme concentración de obreros en grandes fábricas era una particularidad, solo comparable con Inglaterra o Francia, lo que sin duda facilitó la organización obrera. A fines de 1904 se produjo también una importante huelga contra el desempleo-en zonas donde se estaban produciendo despidos- que reunió a numerosos sectores. Los últimos años del siglo XIX y los primeros del siglo XX fue una época de intentos de fundación de sindicatos en Rusia, que no eran reconocidos legalmente y fueron perseguidos por patrones y gendarmes, y que el zarismo intento enfrentar creando incluso “sindicatos policiales” dirigidos por burocracias compuestas por elementos provocadores.

Luxemburgo destaca, durante todo su texto, que la huelga general no es un rayo en cielo sereno, se trata de un proceso en el cual los trabajadores van tomando conciencia, a medida que toman acciones de lucha, de la importancia de combinar la huelga económica (reivindicativa) con la huelga política, es decir la acción contra el régimen imperante (en este caso la autocracia zarista), que finalmente es el responsable de las penurias que viven los trabajadores. En el texto, la autora polemiza con dirigentes sindicales y socialdemócratas que pregonaban la supremacía de las intervenciones electorales, cuyas victorias aportarían al desarrollo sindical y partidario; ella –sin perder la interrelación entre todos los métodos del lucha del proletariado- sostenía lo contrario: que es la organización sistemática de los trabajadores, la acción directa de estos y su organización combativa,  la que termina aportando votos al partido revolucionario en las contiendas electorales. 

La lucha contra las corrientes anarquistas y socialdemócratas de la época está presente en el nudo de los problemas que aborda la revolucionaria alemana. El concepto esquemático y reformista de los dirigentes sindicales socialdemócratas sobre las luchas sindicales (donde la huelga general, incluso, prácticamente era casi descartada), es contrapuesto a la perspectiva de la huelga general, como método de lucha contra la burguesía, escuela de aprendizaje, cohesión y fortalecimiento de la conciencia socialista de los trabajadores, no solo en la lucha cotidiana por sus reivindicaciones, sino en la lucha por la conquista del poder político. Rosa refuta el concepto de huelga general como una “simple” y limitada huelga de protesta por reivindicaciones económicas y la eleva a la idea de una huelga política de masas. El concepto de la huelga política es lo que finalmente refuta a los anarquistas que consideraban que con la sola declaración de la huelga general era posible alterar el orden capitalista y, por lo tanto, no era necesaria la preparación política del proletariado, ni la construcción de un partido que orientara a ese proletariado. 

Para Luxemburgo la huelga general es una de las expresiones más radicales de las contradicciones entre las clases y surge del más amplio descontento de las masas, por eso veía que 1905 abría un nuevo proceso de luchas y desarrollos del movimiento obrero no solo en Rusia, sino a nivel europeo. Esto fue parte de una polémica con los reformistas de la época que dirigían numerosos sindicatos y entendían que la huelga de masas rusa era solo un episodio aislado en un mar de imposibilidades para la clase obrera. Todos los argumentos “posibilistas” son rebatidos. 

La revolucionaria alemana nos explica que en un periodo de grandes contradicciones y creciente aumento de la miseria la huelga general es una poderosa herramienta, pero las huelgas de masas no surgen de un día para el otro, deben ser preparadas, promovidas y agitadas, esa es la tarea de los revolucionarios.

Martin Correa

Extractos de “Huelga de masas, partido y sindicato” de Rosa Luxemburgo

Las huelgas prepararon la Revolución Rusa de 1905

Casi todos los escritos y declaraciones del socialismo internacional sobre la cuestión de la huelga de masas se remontan a la época anterior a la revolución rusa, que representó el primer experimento histórico a gran escala de este método de lucha. Se comprende que estos textos se encuentren en gran parte anticuados. En su concepción, fundamentalmente, comparten el mismo punto de vista de Federico Engels, que, en su crítica del revolucionarismo bakuninista en España, escribía en 1873: “En el programa bakuninista, la huelga general es la palanca de la que hay que valerse para iniciar la revolución social. Un buen día, de madrugada, todos los obreros de todos los oficios de un país, o hasta del mundo entero, se cruzan de brazos y, en cuatro semanas a lo sumo, obligan a las clases poseedoras a caer vencidas de rodillas o a lanzarse sobre los obreros, con lo que éstos tienen derecho a defenderse y, aprovechando la ocasión, a arrojar por la borda a toda la vieja sociedad. La propuesta dista mucho de ser nueva: los socialistas franceses, y los belgas después, han montado hasta la saciedad ese caballo de batalla desde 1848; caballo que, sin embargo, es de raza inglesa por su origen. Durante el rápido y violento desarrollo del cartismo entre los británicos, que siguió a la crisis de 1837, se había predicado ya el ‘mes santo’ en 1839, el paro a escala nacional (véase Engels, “La situación de la clase obrera en Inglaterra”), y tuvo tanta resonancia que los obreros fabriles del norte de Inglaterra intentaron ponerla en práctica en julio de 1842. También en el congreso de los aliancistas, celebrado en Ginebra en septiembre de 1873, desempeñó un gran papel la huelga general, si bien fue reconocido por todos que, para lograr este objetivo, era necesaria una organización perfecta de la clase obrera y unas arcas bien repletas. Y en esto está justamente la dificultad. Por un lado, los gobiernos, sobre todo si se les deja envalentonarse con el abstencionismo político, jamás permitirán que ni la organización ni las arcas de los obreros lleguen tan lejos; y, por el otro, los acontecimientos políticos y los abusos de las clases dominantes facilitarán la emancipación de los obreros mucho antes de que el proletariado llegue a reunir esa organización ideal y ese gigantesco fondo de reserva. Pero, si dispusiese de ambas cosas, no necesitaría dar el rodeo de la huelga general para llegar a la meta”

Estamos ante la argumentación que iba a determinar en las próximas décadas la actitud de la socialdemocracia frente a la huelga de masas. Está construida para ser utilizada contra la teoría anarquista de la huelga general, es decir, contra la teoría de la huelga general como medio para desencadenar la revolución social,en contraposición a la lucha política cotidiana de la clase obrera; y se agota en el simple dilema siguiente: o bien el proletariado en su conjunto no dispone todavía ni de una poderosa organización ni de arcas bien repletas, y entonces no puede realizar la huelga general, o bien éste se encuentra suficientemente organizado, y entonces no tiene necesidad de la huelga general. Esta argumentación resulta, por cierto, tan simple y tan inatacable a primera vista que durante un siglo prestó inestimables servicios al movimiento obrero moderno, como arma lógica contra las quimeras anarquistas y como medio auxiliar para llevar la idea de la lucha política a las más amplias capas de la clase obrera. Los gigantescos progresos alcanzados en los últimos veinticinco años por el movimiento obrero en todos los países modernos son la prueba más contundente de la certeza de la táctica de la lucha política, que defendieron Marx y Engels en oposición al bakuninismo; la socialdemocracia alemana, con su poder actual y su posición de vanguardia de todo el movimiento obrero internacional, es, en gran parte, el producto directo de la aplicación consecuente y rigurosa de esa táctica. 

Pues bien, la revolución rusa ha sometido a una revisión profunda la argumentación que acabamos de exponer. Por primera vez en la historia de la lucha de clases ha hecho posible la grandiosa realización de la idea de la huelga de masas y —como explicaremos en detalle más adelante— hasta de la huelga general, inaugurando de este modo una nueva época en el desarrollo del movimiento obrero. Naturalmente no podemos concluir que la táctica de la lucha política, recomendada por Marx y Engels, o la crítica que hacen del anarquismo fueran falsas. Por el contrario, son los mismos razonamientos y métodos de la táctica de Marx y Engels los que constituyen el fundamento, hasta ahora, de la práctica de la socialdemocracia alemana, y los que ahora, en la revolución rusa, crearon nuevos elementos y nuevas condiciones de la lucha de clases. La revolución rusa, la misma revolución que constituye la primera prueba histórica práctica de la huelga de masas, no sólo no ha rehabilitado al anarquismo, sino que incluso significa la liquidación histórica del anarquismo. La triste existencia a que estuvo condenada esta orientación del pensamiento durante las últimas décadas, debido al potente desarrollo de la socialdemocracia en Alemania, puede explicarse, en cierto modo, por el predominio absoluto y la larga duración del parlamentarismo durante este periodo. Es evidente que un movimiento orientado exclusivamente a la “ofensiva” y a la “acción directa”, una tendencia “revolucionaria” a ultranza, debía languidecer temporalmente en la calma chicha del acontecer parlamentario cotidiano, para renacer de nuevo y desplegar sus fuerzas internas con ocasión de la vuelta a un periodo de lucha abierta y directa, de una revolución popular. Rusia sobre todo parecía estar llamada a convertirse en el campo de experimentación para las heroicidades del anarquismo. 

Un país en el que el proletariado no disponía de ningún derecho político, y sólo de una organización extremadamente débil una confusa mezcla de diversas capas populares con intereses muy diversos y enmarañadamente entrecruzados, bajo nivel cultural de las masas populares, la más extrema bestialidad en la utilización de la violencia por parte del gobierno imperante; todo esto parecía creado para otorgarle al anarquismo un poder repentino, aunque quizás efímero. Finalmente, Rusia era la cuna histórica del anarquismo. La patria de Bakunin habría de convertirse en la tumba de su doctrina. No sólo los anarquistas no estuvieron ni están a la cabeza del movimiento de huelgas de masas en Rusia, no sólo la dirección política de la acción revolucionaria, y también de la huelga de masas, está totalmente en manos de las organizaciones socialdemócratas —furiosamente combatidas por los anarquistas y denunciadas como un “partido burgués”— o en manos de organizaciones socialistas influenciadas de algún modo por la socialdemocracia o cercana a ella —como el partido terrorista de los socialrevolucionarios”—, sino que el anarquismo es absolutamente inexistente en la revolución rusa como una tendencia política seria. 

Tan solo en una pequeña ciudad lituana, en Bialystok, en condiciones particularmente difíciles y donde los obreros provienen de las más diversas nacionalidades, con un predominio de la pequeña industria dispersa y una proporción muy pequeña de proletariado, se encuentran, entre los seis o siete diferentes grupos revolucionarios, un puñado de mozalbetes “anarquistas” que contribuye con todas sus formas a sembrar la confusión y el desorden entre la clase obrera; y en los últimos tiempos se hacen notar también en Moscú y tal vez en dos o tres ciudades más, algunos puñados de gentes de este tipo. Pero, prescindiendo de este par de grupos “revolucionarios”, ¿cuál es el papel que desempeña realmente el anarquismo en la revolución rusa? Se ha convertido en la etiqueta de vulgares ladrones y saqueadores; bajo el rótulo de anarcocomunismo se comete una buena parte de esos innumerables robos y pillajes a particulares, que, en todo periodo de depresión y de reflujo momentáneo de la revolución, se extienden como una ola de fango. En la revolución rusa, el anarquismo no es la teoría del proletariado militante, sino el estandarte ideológico del lumpemproletariado contrarrevolucionario, que sigue como una manada de tiburones la estela del buque de guerra de la revolución. Y de esta manera concluye la carrera histórica del anarquismo. Por otra parte, la huelga de masas no fue practicada en Rusia como un medio para instalarse repentinamente en la revolución social, mediante un golpe de efecto que evitase la lucha política de la clase obrera y, particularmente, del proletariado, sino como un medio de crear primero para el proletariado las condiciones de la lucha política cotidiana y en particular del parlamentarismo. La lucha revolucionaria en Rusia, en la que la huelga de masas se utiliza como el arma más importante, conducida por el pueblo trabajador y, en primer lugar, por el proletariado para conquistar precisamente esos mismos derechos y condiciones políticas cuya necesidad e importancia en la lucha por la emancipación de la clase obrera fueron demostradas primero por Marx y Engels, que, oponiéndose al anarquismo, las defendieron con todas sus fuerzas en el seno de la Internacional. De este modo, la dialéctica de la historia, la roca sobre la que se levanta toda la doctrina del socialismo de Marx, tuvo por resultado que hoy el anarquismo, que estuvo ligado indisolublemente a la idea de la huelga de masas, haya entrado en contradicción con la práctica de la misma huelga de masas. Y ésta última, a su vez, combatida en otra época como contraria a la acción política del proletariado, se presenta hoy como el arma más poderosa de la lucha política por la conquista de los derechos políticos. Si la revolución rusa hace necesaria una profunda revisión del antiguo punto de vista marxista sobre la huelga de masas, sólo el marxismo, sin embargo, con sus métodos y sus puntos de vista generales, podrá alcanzar la victoria bajo una forma nueva. “La amada del moro sólo puede morir a manos del moro”.

Desmiente la concepción anarquista sobre la Huelga General

……..Para la concepción anarquista, la especulación sobre la “gran conmoción”, sobre la revolución social, constituye, en realidad, solamente algo exterior e inesencial; lo esencial es la manera totalmente abstracta y antihistórica de abordar el problema de la huelga de masas, como, en general, el de todas las condiciones de la lucha proletaria. Para los anarquistas sólo existen dos cosas como premisas materiales de sus especulaciones “revolucionarias”: en primer lugar, el espacio etéreo, y luego la buena voluntad y el coraje para salvar a la humanidad del actual valle de lágrimas capitalista. Por obra y gracia del razonamiento surgió hace ya sesenta años, en el aire, la idea de que la huelga de masas es el medio más corto, seguro y fácil para dar el salto hacia el más allá social mejor…….

….Si hay algo que nos enseñe la revolución rusa es, sobre todas las cosas, que la huelga de masas no se “hace” artificialmente, no se “decreta” en el aire, no se “propaga”, sino que es un fenómeno histórico que surge en determinados momentos de las mismas circunstancias sociales y con necesidad histórica.

El problema no va a resolverse con abstractas especulaciones en torno a la posibilidad o imposibilidad, a la utilidad, o al riesgo que implica la huelga de masas, sino mediante el estudio de los factores y de las circunstancias sociales que provocan la huelga de masas en la fase actual de la lucha de clases; con otras palabras: el problema no puede ser comprendido ni discutido a partir de una apreciación subjetiva de la huelga general, tomando en consideración lo que sea deseable o no, sino a partir de un examen objetivo de los orígenes de la huelga de masas desde el punto de vista de las necesidades históricas.

En las regiones etéreas del análisis lógico abstracto se puede demostrar con el mismo rigor tanto la imposibilidad absoluta y la derrota indudable de la huelga de masas como su posibilidad absoluta y su segura victoria. Por esta razón, el valor de la demostración es el mismo en ambos casos, a saber: ninguno. De ahí que especialmente el temor por la “propaganda” de la huelga de masas, que ha conducido ya a la excomunión formal de los supuestos culpables de ese crimen, sea únicamente el producto de un jocoso malentendido, Es tan imposible “propagar” la huelga de masas, como medio abstracto de lucha, como propagar la “revolución”. Tanto la “revolución” como la “huelga de masas” son conceptos que sólo significan en sí mismos una forma exterior de la lucha de clases, y que sólo tienen sentido y contenido en relación a situaciones políticas muy bien determinadas……

Catalizadora de la tendencia a la rebelión de las masas

La huelga de masas, tal como aparece por lo general en las discusiones que se llevan a cabo actualmente en Alemania, es un fenómeno aislado muy claro, simple de concebir y de precisas delimitaciones. Se habla exclusivamente de la huelga de masas política. Se piensa en una única insurrección grandiosa del proletariado industrial, desencadenada con ocasión de un hecho político de gran importancia, sobre la base de un acuerdo recíproco entre las direcciones de los partidos y de los sindicatos, y que, dirigida ordenada y disciplinadamente, cesa en el más perfecto orden ante una consigna dada en el momento oportuno por los centros dirigentes. Deberá también determinarse previamente con toda exactitud el apoyo que hay que otorgar y los gastos y víctimas que ocasionará, en una palabra, todo el balance material de la huelga de masas…….

Ahí tenemos un cuadro gigantesco y variado de la contienda general entre el trabajo y el capital, que refleja toda la complejidad del organismo social y de la conciencia política de cada clase y de cada región, y en donde vemos desarrollarse toda la gama de conflictos que van desde la lucha sindical llevada adelante con disciplina por las tropas elegidas de un bien entrenado proletariado industrial, hasta las explosiones anárquicas de rebelión por parte de un puñado de obreros del campo y el confuso levantamiento de una guarnición militar, desde la revuelta distinguida y discreta, en puños de camisa y cuello duro, en el mostrador de un banco, hasta las protestas tan tímidas como audaces pronunciadas por policías descontentos, reunidos secretamente en algún ennegrecido, oscuro y sucio retén de la policía. Según la teoría de los amantes de las “ordenadas y bien disciplinadas” batallas, concebidas de acuerdo a plan y esquema fijo, especialmente según la de aquellos que pretenden saber siempre mejor y desde lejos cómo “se hubieran debido hacer las cosas”, fue un “grave error” el diluir la gran acción de huelga general política de enero de 1905 en una infinidad de luchas por reivindicaciones económicas, que “paralizó” aquella acción, convirtiéndola en “humo de pajas”. Incluso el partido socialdemócrata ruso —que cooperó ciertamente con la revolución, pero que no la “hizo”, y que debió aprender sus leyes durante su propio desarrollo— se encontró, en un primer momento, desorientado por el reflujo, aparentemente estéril, de la primera marea de huelgas generales. No obstante, la historia, que había cometido este “grave error”, sin preocuparse de los razonamientos de los que hacían de maestros de escuela sin que nadie se lo pidiera, realizaba con ello un trabajo revolucionario gigantesco, tan inevitable como incalculable en sus consecuencias. El repentino levantamiento general del proletariado en enero, desencadenado por los acontecimientos de San Petersburgo, representaba, en su aspecto exterior, una declaración de guerra al absolutismo. Esta primera lucha general y directa de clases desencadenó una reacción tanto más poderosa en el interior por cuanto despertaba por primera vez y como por una sacudida eléctrica, el sentimiento y la conciencia de clase en millones y millones de hombres. Y este despertar de la conciencia de clase se manifestó inmediatamente en el hecho de que una masa de millones de proletarios descubría repentinamente, con terrible agudeza, el carácter insoportable de la existencia social y económica que había estado sufriendo pacientemente desde decenios bajo el yugo del capitalismo. Comenzó inmediatamente un levantamiento general y espontáneo para romper estas cadenas. Todos los infinitos sufrimientos del proletariado moderno reavivan viejas heridas sangrantes….

La relación entre la lucha política, la lucha económica y la huelga de masas

En las páginas precedentes hemos tratado de esbozar en pocos y precisos rasgos la historia de las huelgas de masas en Rusia. Una simple ojeada sobre esta historia nos ofrece un cuadro que no se parece ni en el más mínimo detalle al que se hace de la huelga de masas en Alemania, habitualmente, en el curso de las discusiones. En lugar del rígido y vacío esquema de una árida “acción” política, llevada a cabo con cautela y según un plan determinado por las supremas instancias, contemplamos algo vivo, de carne y hueso, que no se puede separar del marco de la revolución, y unido por miles de arterias al organismo de la revolución. La huelga de masas, tal como nos la muestra la revolución rusa, es un fenómeno cambiante, que refleja en sí mismo todas las fases de la lucha política y económica y todos los estadios y momentos de la revolución. Su campo de aplicación, su fuerza de acción y el momento de su desencadenamiento cambian continuamente. Abre repentinamente nuevas y amplias perspectivas para la revolución allí donde parecía haber caído en un callejón sin salida; y fracasa, allí donde se creía poder contar con ella plenamente. Ora se extiende por todo el imperio como una ancha ola de mar, ora se divide en una red gigantesca de estrechos riachuelos; ora brota de las profundidades como un fresco manantial, ora se hunde completamente en la tierra. Huelgas políticas y económicas, huelgas de masas y huelgas parciales, huelgas seguidas de manifestaciones y huelgas acompañadas de combates, huelgas generales de ramas industriales aisladas y huelgas generales en determinadas ciudades, luchas pacíficas por aumentos salariales y batallas callejeras, combates en las barricadas…: todo esto fluye caóticamente, se dispersa, se entrecruza, se desborda; es un océano de fenómenos, fluctuante y eternamente en movimiento. Y la ley del movimiento de estos fenómenos aparece claramente: no radica en la huelga de masas misma ni tampoco en sus particularidades técnicas, sino en las relaciones de fuerza políticas y sociales de la revolución. La huelga de masas es simplemente la forma de la lucha revolucionaria, y todo cambio en la relación de las fuerzas en pugna, en el desarrollo de los partidos y en la división de clases, en la posición de la contrarrevolución, todo esto influye inmediatamente sobre la acción huelguística a través de miles de caminos invisibles y apenas controlables. Y sin embargo, la acción huelguística en sí no cesa en ningún momento apenas. Cambia únicamente sus formas, su extensión, su repercusión. Es el pulso vivo de la revolución, y, al mismo tiempo, su fuerza motriz más poderosa. En una palabra: la huelga de masas, tal como nos la muestra la revolución rusa, no es un medio astuto, ingeniado con el fin de lograr una actuación más poderosa en la lucha proletaria, sino que es el mismo movimiento de las masas proletarias, la forma en que se manifiesta la lucha proletaria en la revolución. De esto se pueden deducir algunos puntos de vista generales, que permiten enjuiciar el problema de la huelga de masas: 

  1. Es completamente erróneo concebir la huelga de masas como un acto único, como una acción aislada. La huelga de masas es más bien la denominación, el concepto unificador de todo un período de años, quizás de decenios, de la lucha de clases. De las incontables y fuertemente diferenciadas huelgas de masas que han tenido lugar en Rusia desde hace cuatro años, el esquema de la huelga de masas —como un breve acto aislado, de carácter puramente político y promovido y paralizado según un plan y una intención determinada— solamente se adapta a una de sus variantes, de importancia secundaria, la simple huelga de protesta……
  2. …….Toda nueva iniciativa y toda nueva victoria de la lucha política se transforma en un impulso potente para la lucha económica, ampliando, al mismo tiempo, tanto sus posibilidades externas, como el deseo íntimo de los obreros por mejorar su situación, aumentando su combatividad. Cada encrespada ola de la acción política deja tras de sí un residuo fecundo, del que brotan al instante miles de casos de la lucha económica. Y a la inversa. El permanente estado de guerra económica entre los obreros y el capital mantiene alerta la energía militante durante los momentos de tregua política; constituye, por así decirlo, el constante y viviente depósito de la fuerza de clase proletaria, de donde la lucha política extrae siempre nuevas fuerzas, conduciendo, al mismo tiempo, la lucha económica infatigable del proletariado, unas veces aquí, otras allá, a agudos conflictos aislados que engendran insensiblemente conflictos políticos a gran escala. En una palabra, la lucha económica es la que conduce de una situación política a otra; la lucha política produce la fertilización periódica del terreno en el que surge la lucha económica. Causa y efecto permutan sus posiciones en todo momento, y, de este modo, el elemento económico y el político, lejos de diferenciarse nítidamente o de excluirse recíprocamente, como pretende un pedante esquema, constituyen dos aspectos complementarios de las luchas de clase proletarias en Rusia. La huelga de masas representa precisamente su unidad. Cuando la sutil teoría realiza artificialmente la disección lógica de la huelga de masas, para obtener una “huelga política pura” ocurre que, como en toda disección, no se conoce el fenómeno en cuanto ser vivo, sino simplemente como algo muerto.
  3. Finalmente, los acontecimientos de Rusia nos muestran la huelga de masas como inseparable de la revolución. La historia de la huelga de masas en Rusia es la historia de la revolución rusa. Sin duda, cuando los representantes de nuestro oportunismo alemán oyen hablar de “revolución”, piensan inmediatamente en derramamientos de sangre, en batallas callejeras, en plomo y pólvora, y su conclusión lógica es: la huelga de masas conduce inevitablemente a la revolución, ergo, no debemos hacerla. Y de hecho vemos que en Rusia casi todas las huelgas de masas acabaron en un enfrentamiento con los guardianes armados del orden zarista; en esto son completamente iguales las llamadas huelgas políticas y las grandes luchas económicas. Pero la revolución es otra cosa distinta y algo más que el derramamiento de sangre. A diferencia de la concepción policial, que considera las revoluciones exclusivamente desde el punto de vista de los disturbios callejeros y de los motines, es decir, desde el punto de vista del “desorden”, la concepción del socialismo científico ve en la revolución, sobre todo, una profunda transformación interna en las relaciones sociales de las clases. Y, desde este punto de vista, entre la revolución y la huelga de masas en Rusia existe una relación completamente distinta a la que se imaginan los que constatan trivialmente que la huelga de masas acaba por lo general en derramamiento de sangre. Hemos analizado el mecanismo interno de la huelga de masas en Rusia, que se basa en la incesante interacción de las luchas políticas y económicas. Pero, precisamente esa interacción está determinada por los períodos revolucionarios. Solamente en la atmósfera tormentosa de un periodo revolucionario, cada pequeño conflicto parcial entre trabajo y capital puede transformarse en una explosión general.
  4. Es suficiente con resumir lo hasta ahora expuesto para llegar también a una conclusión sobre la cuestión de la dirección consciente y de la iniciativa en la huelga de masas. Si la huelga de masas no significa un acto aislado, sino todo un período de lucha de clases, y si este período es idéntico a un periodo revolucionario, entonces resulta claro que la huelga de masas no puede ser desencadenada arbitrariamente, por más que ésta proceda de la suprema dirección del más fuerte partido socialdemócrata. Mientras no esté al alcance de la socialdemocracia poner en marcha o anular a su gusto las revoluciones, ni el entusiasmo ni la impaciencia más fogosa de las tropas socialistas serán suficientes para crear un verdadero período de huelga general, como movimiento popular potente y vivo. En virtud de la resolución de una dirección del Partido y la disciplina de los trabajadores socialdemócratas, se puede organizar una manifestación de protesta de breve duración, como las huelgas de masas en Suecia, o las más recientes, en Austria, o también la huelga del 17 de febrero en Hamburgo. Pero estas manifestaciones difieren de un verdadero periodo revolucionario de huelgas de masas, del mismo modo que se diferencia una maniobra naval en un puerto extranjero, cuando las relaciones diplomáticas son tensas, de una guerra naval. Una huelga de masas que haya nacido simplemente de la disciplina y del entusiasmo tendrá el valor, en el mejor de los casos, de episodio, de síntoma de la combatividad de la clase obrera, después de lo cual la situación retomará a la apacible rutina cotidiana.

Las huelgas políticas profundizan la lucha sindical

……Todas estas viejas cuentas le serían presentadas inevitablemente al sistema imperante en cuanto surgiese una acción de masas política y en general del proletariado. Una manifestación efímera, artificialmente preparada por el proletariado urbano, una acción huelguística de masas, llevada a cabo simplemente por disciplina y bajo la batuta de la presidencia de un partido, son cosas, por supuesto, ante las que las más amplias capas populares reaccionarían con frialdad e indiferencia. Solo una verdadera, fuerte y despiadada acción de lucha del proletariado industrial, nacida de una situación revolucionaria, tendría que repercutir seguramente sobre las capas más profundas y hacer que, precisamente, los que en tiempos normales se encuentran fuera de la lucha cotidiana sindical fuesen involucrados en una avasallante lucha económica generalizada. Y si volvemos nuestra mirada hacia la vanguardia organizada del proletariado industrial alemán y tenemos presente, por otra parte, el carácter de los objetivos económicos que persiguen actualmente los obreros rusos, comprobaremos que no se trata, en modo alguno, de combates que los sindicatos alemanes más antiguos puedan permitirse despreciar como anacrónicos. Así ocurre con la reivindicación principal de las huelgas rusas a partir del 22 de enero de 1905: la jornada de ocho horas no es un objetivo superado por el proletariado; todo lo contrario, en la mayoría de los casos aparece como un bello y lejano ideal. Otro tanto puede decirse de la lucha contra el “espíritu patriarcal”, de la lucha por la constitución de comités obreros en todas las fábricas, por la supresión del trabajo a destajo y del trabajo artesanal a domicilio, por la implantación absoluta del descanso dominical y por el reconocimiento del derecho a sindicarse. No es necesario observar muy de cerca para darse cuenta que todos los objetivos económicos de lucha del proletariado ruso en la revolución actual, tienen también una gran actualidad para el proletariado alemán, y ponen el dedo precisamente en todas las llagas de la existencia proletaria. De todo esto se deduce que la huelga de masas puramente política, con la que suele operarse frecuentemente, es también para Alemania un simple esquema teórico y sin vida. Si las huelgas de masas nacen de una gran fermentación revolucionaria y se transforman, de manera natural, en luchas políticas resueltas del proletariado urbano, cederán su puesto con la misma naturalidad a todo un período de luchas económicas elementales, tal como ha ocurrido en Rusia. Por lo tanto, el temor que sienten los dirigentes sindicales de que en un periodo de luchas políticas tormentosas, en un período de huelgas de masas, la batalla por los objetivos económicos pueda ser dada de lado o ahogada, ese temor reposa sobre una concepción totalmente escolástica y gratuita del desarrollo de los acontecimientos, pues, por el contrario, un periodo revolucionario, incluso en Alemania, transformaría más bien el carácter de la batalla económica, la intensificarla hasta un punto tal, que la pequeña guerrilla sindical actual parecería, en comparación, un juego de niños. Y por otra parte, esa explosión elemental de huelgas de masas económicas le daría un nuevo impulso y nuevas fuerzas a la lucha política. La interacción entre las luchas económicas y políticas —que constituye hoy la fuerza motriz interna de las huelgas de masas en Rusia, y que es, al mismo tiempo, el mecanismo regulador de la acción revolucionaria del proletariado— se produciría igualmente en Alemania como una consecuencia natural de las circunstancias. 

Una dirección que prepare las huelgas de masas

En relación con lo anteriormente expuesto, la cuestión de la organización y de su conexión con el problema de la huelga de masas en Alemania adquiere también un aspecto completamente distinto. La actitud adoptada por numerosos dirigentes sindicales ante este problema se limita comúnmente a la afirmación: “No somos lo suficientemente fuertes como para arriesgamos a probar nuestras fuerzas en una empresa tan audaz como es la huelga de masas. Ahora bien, este punto de vista es insostenible, puesto que es un problema insoluble querer apreciar en frío, por medio de un cálculo aritmético, en qué momento el proletariado sería “lo suficientemente fuerte” como para emprender cualquier lucha. Hace treinta años los sindicatos alemanes contaban con 50.000 miembros. Esta era evidentemente una cifra con la que, según el citado criterio, no podía ni siquiera pensarse en una huelga de masas. Pasados quince años, los sindicatos eran cuatro veces más fuertes y contaban con 237.000 miembros. Pero, si entonces se hubiese preguntado a los actuales dirigentes sindicales si la organización del proletariado estaba madura para una huelga de masas, hubiesen respondido, con toda seguridad, que no era el caso, pues para ello el número de afiliados sindicales tendría que ser de millones. Hoy en día, los miembros sindicales organizados llegan ya al segundo millón, pero la opinión de sus dirigentes es exactamente la misma, lo que, evidentemente, puede continuar así hasta el infinito. Se presupone tácitamente que toda la clase obrera en Alemania, hasta su último hombre y su última mujer, deben estar militando en la organización antes de que se pueda ser “lo suficientemente fuerte” como para arriesgarse a emprender una acción de masas, que, según la vieja fórmula, se haría inmediatamente, con toda probabilidad, “innecesaria”. Pero esta teoría es completamente utópica, por la sencilla razón de que adolece de una contradicción interna, de que se mueve en un círculo vicioso. Antes de que pueda emprenderse cualquier acción de lucha directa, todos los obreros han de estar organizados. Pero las circunstancias y las condiciones del desarrollo capitalista y del Estado burgués hacen que, en el curso “normal” de las cosas, sin fuertes luchas de clases, ciertos sectores —y, precisamente el grueso de las tropas proletarias, los sectores más importantes, los más miserables, los más pisoteados por el Estado y por el capital— no puedan organizarse en absoluto. Veamos cómo incluso Inglaterra, donde un siglo entero de infatigable trabajo sindical, sin todas estas “turbulencias” —excepto al principio del período del cartismo—, sin todas las desviaciones y las tentaciones del “romanticismo revolucionario”, sólo ha logrado organizar a una minoría entre los sectores privilegiados del proletariado. Pero, por otra parte, los sindicatos, al igual que las demás organizaciones de lucha del proletariado, no pueden mantenerse, a la larga, sino por medio de la lucha, y una lucha que no sea solamente una pequeña guerra de ratas y de sapos en las aguas estancadas del período burgués parlamentario, sino un periodo revolucionario de violentas luchas de masas. La concepción mecánica, burocrática y estereotipada sólo quiere ver en la lucha el producto de la organización a un cierto nivel de fuerza. Por el contrario, el vivo desarrollo dialéctico ve en la organización un producto de la lucha. Hemos visto ya un grandioso ejemplo de este fenómeno en Rusia, donde un proletariado prácticamente desorganizado crea, en año y medio de violenta lucha revolucionaria, una amplia red de organizaciones. Otro ejemplo de este tipo lo ofrece la propia historia de los sindicatos alemanes. En 1878 el número de miembros sindicados era de 50.000. Según la teoría de los actuales dirigentes sindicales, esta organización, como hemos dicho, distaba mucho de ser “lo suficientemente fuerte” como para emprender una violenta lucha política. Pero los sindicatos alemanes, con todo lo débiles que eran entonces, emprendieron la lucha —la lucha contra la ley de excepción sobre los socialistas— y no sólo demostraron ser “lo suficientemente fuertes” como para salir victoriosos de la lucha, sino que, en el curso de la misma, quintuplicaron sus fuerzas; después de la derogación de la ley de excepción contra los socialistas en 1891, contaban con 277.659 miembros. A decir verdad, el método gracias al cual lograron la victoria contra la ley de excepción no se corresponde en nada al ideal de una apacible y asidua labor de hormiga; todos se lanzaron a la lucha, se hundieron y desaparecieron en ella, para surgir luego, renacientes, en la próxima oleada. Éste es, precisamente, el método específico de crecimiento que se corresponde a las organizaciones de clase proletarias: probarse en la lucha, para resurgir de ella renovados. Después de un examen más detenido de las relaciones alemanas y de la situación de los diversos sectores de obreros, resulta claro que el período venidero de violentas luchas políticas de masas tampoco significará para los sindicatos alemanes el temido y amenazante ocaso, sino, por el contrario, les abrirá nuevas e insospechadas perspectivas para una rápida y poderosa ampliación de su esfera de influencia. Pero esta cuestión tiene todavía otro aspecto. El plan de emprender huelgas de masas —como acción de clase política responsable— sólo con militantes organizados es completamente ilusorio. Si la huelga —o mejor, las huelgas—, si la lucha de masas ha de tener éxito, deberá convertirse en un verdadero movimiento popular, es decir, debe atraer a la lucha a las más amplias capas del proletariado. Incluso en el campo parlamentario, la fuerza de la lucha de clases proletaria no se basa en un pequeño grupo organizado, sino en una vasta periferia de proletarios con conciencia revolucionaria. Si la socialdemocracia quisiera llevar adelante la batalla electoral con el único apoyo de algunos centenares de afiliados se condenaría a sí misma al aniquilamiento. Aunque la socialdemocracia desee hacer entrar en sus organizaciones a casi todo el contingente de sus electores, la experiencia de treinta años demuestra que el electorado socialista no aumenta en función del crecimiento del partido, sino a la inversa, que las capas obreras recientemente conquistadas en el curso de la batalla electoral constituyen el terreno que será después fecundado por la organización. Aquí tampoco es sólo la organización la que proporciona las tropas combatientes, sino la batalla la que proporciona, en una medida mucho mayor, los contingentes para la organización. Y a un nivel más alto que en la lucha parlamentaria, ocurre lo mismo en la acción directa política de masas. Aunque la socialdemocracia, como núcleo organizado de la clase obrera, sea la vanguardia de toda la masa de los trabajadores, y aunque el movimiento obrero extraiga sus fuerzas, su unidad y su conciencia política de esta misma organización, el movimiento proletario no puede ser concebido nunca como el movimiento de una minoría organizada. Toda auténtica gran lucha de clases ha de basarse en el apoyo y en la colaboración de las más amplias capas populares; una estrategia que no tomara en cuenta esta colaboración, que sólo pensara en los desfiles marciales de la pequeña parte del proletariado reclutado en sus filas, se vería condenada a un lamentable fracaso……

…..Dejemos, pues, el pedante esquema de una huelga de masas de protesta, llevada a cabo por una minoría organizada bajo el mando artificial del partido y de los sindicatos, y dirijamos nuestra atención a la viva imagen de un verdadero movimiento popular, que haya surgido con impetuosa fuerza de una agudización extrema de las contradicciones de clase y de la situación política, desembocando en luchas tormentosas y huelgas de masas tanto políticas como económicas; entonces resultará evidente que la tarea de la socialdemocracia no radica en la separación técnica y en la preparación de la huelga de masas, sino, sobre todo, en la dirección política de todo el movimiento. La socialdemocracia es la vanguardia más ilustrada y consciente del proletariado. No puede y no debe esperar con los brazos cruzados, con mentalidad fatalista, a que aparezca la “situación revolucionaria”; no puede y no debe esperar a que el deseado movimiento popular espontáneo le caiga llovido del cielo. Por el contrario, debe adelantarse, como siempre, al desarrollo de los acontecimientos, tratar de acelerarlos. Pero esto no lo va a lograr lanzando de buenas a primeras, en el momento oportuno o inoportuno, la “consigna” para una huelga de masas, sino, sobre todo, explicándole a las amplias capas del proletariado la llegada inevitable de ese periodo revolucionario, los factores sociales internos que llevan a él, y sus consecuencias políticas. Si las más amplias capas proletarias deben ser ganadas para una acción de masas políticas de la socialdemócrata, y si, por el contrario, la socialdemocracia debe tomar y conservar en sus manos la dirección política real del movimiento de masas, dominando, en sentido político, todo el movimiento, entonces ha de saber inculcar al proletariado alemán, con total claridad, consecuencia y decisión, la táctica y los objetivos en el período de las luchas venideras.

Huelgas de masas y revolución permanente

Hemos visto que la huelga de masas en Rusia no es el producto artificial de una táctica impuesta por la socialdemocracia, sino un fenómeno histórico natural, que brota del suelo de la revolución actual. Ahora bien, ¿cuáles han sido los factores que provocaron en Rusia estas nuevas formas en que se ha producido la revolución? La primera tarea de la revolución rusa consiste en acabar con el absolutismo e instaurar un moderno Estado de derecho, parlamentario y burgués. Desde un punto de vista formal, se trata exactamente de la misma tarea con la que se enfrentaba la revolución de marzo en Alemania y con la que se enfrentaba la gran revolución de fines del siglo XVIII en Francia. Pero las circunstancias y el medio histórico en que tuvieron lugar esas revoluciones, análogas desde un punto de vista formal, son completamente diferentes a las circunstancias y al medio histórico de la Rusia actual. Lo fundamental es el hecho de que entre aquellas revoluciones burguesas del occidente y la actual revolución burguesa en el oriente ha transcurrido todo un ciclo de desarrollo capitalista. Y este desarrollo no se produjo sólo en los países de Europa occidental, sino también en la Rusia absolutista. La gran industria —con todas sus consecuencias, la moderna división de clases, los fuertes contrastes sociales, la vida moderna en las grandes ciudades y el proletariado moderno— domina en Rusia, es decir, se ha convertido en la forma de producción decisiva del desarrollo actual. De ahí resulta esta situación histórica contradictoria y extraña, en la que la revolución burguesa, según sus tareas formales, es realizada por un proletariado moderno con conciencia de clase, que, al mismo tiempo, en un plano internacional, es el símbolo de la decadencia de la democracia burguesa. No es la burguesía actualmente el elemento revolucionario dirigente, como en las anteriores revoluciones de occidente, en las que la masa proletaria, disuelta en la pequeña burguesía, actuaba como masa de maniobra, sino, por el contrario, ahora es el proletariado con conciencia de clase el elemento dirigente e impulsor, mientras que las capas de la gran burguesía son en parte directamente contrarrevolucionarias y en parte débilmente liberales, y sólo la pequeña burguesía rural, junto a la intelectualidad pequeñoburguesa urbana, se encuentran decididamente en la oposición y hasta tienen conciencia revolucionaria. Pero el proletariado ruso, que está llamado a desempeñar el papel dirigente en la revolución burguesa, va a la lucha libre de todas las ilusiones de la democracia burguesa y con una conciencia fuertemente desarrollada de sus propios y específicos intereses de clase en medio de una aguda contradicción entre el capital y el trabajo. Esa contradictoria relación se manifiesta en que, en esta revolución burguesa formalmente, la contradicción entre la sociedad burguesa y el absolutismo es dominada por la contradicción entre el proletariado y la sociedad burguesa, en que la lucha del proletariado se dirige simultáneamente, y con la misma fuerza, contra el absolutismo y contra la explotación capitalista, en que el programa de las luchas revolucionarias se orienta con la misma intensidad tanto hacia la conquista de las libertades políticas como hacia la conquista de la jornada de ocho horas y de una existencia material digna para el proletariado. Este carácter ambivalente de la revolución rusa se expresa en la vinculación e interacción estrecha entre la lucha económica y la lucha política, que los acontecimientos de Rusia nos hicieron conocer y cuya manifestación correspondiente es precisamente la huelga de masas………

Necesidad de una política independiente de la burguesía para los sindicatos

……No existen dos distintas luchas de clase del proletariado, una económica y una política, sino que existe una sola lucha de clases, orientada, por igual, tanto a la limitación de la explotación capitalista en el seno de la sociedad burguesa, como a la abolición de la explotación junto a la misma sociedad burguesa. Si bien estas dos partes de la lucha de clases se separan entre sí en el periodo parlamentario —por razones técnicas, entre otras—, no representan por ello dos acciones paralelas, sino simplemente dos fases, dos estadios en la lucha por la emancipación de la clase obrera. La lucha sindical abarca los intereses actuales; la lucha socialdemócrata, los intereses futuros del movimiento obrero. Los comunistas —se dice en el Manifiesto Comunista— representan, frente a grupos de intereses diversos (intereses nacionales o locales) de los proletarios, los intereses comunes a todo el proletariado y, en todos los grados del desarrollo de la lucha de clases, el interés del movimiento en su conjunto, es decir, el objetivo final, la emancipación del proletariado. Los sindicatos sólo representan los intereses de grupo del movimiento obrero, y un determinado nivel de desarrollo. El socialismo representa a la clase obrera y a los intereses de su emancipación en su conjunto. La relación que existe entre los sindicatos y la socialdemocracia es, por lo tanto, la que existe entre una parte y el todo; y si la teoría de la “igualdad de derechos”, entre los sindicatos y la socialdemocracia encuentra tanto acomodo entre los dirigentes sindicales, se debe a un desconocimiento profundo de la esencia de los sindicatos y del papel que desempeñan en la lucha general por la emancipación de la clase obrera. 

Sin embargo, la teoría de la acción paralela entre la socialdemocracia y los sindicatos y de su “igualdad de derechos”, no es pura invención, sino que tiene raíces históricas. Se basa, efectivamente, en la ilusión que despierta el tranquilo y “normal” período de la sociedad burguesa, en el que la lucha política de la socialdemocracia parece diluirse en la lucha parlamentaria. Pero esta simple contrapartida de la lucha sindical es algo que se lleva a cabo, exclusivamente, en el terreno del orden social burgués. Por su naturaleza, es un trabajo político de reforma, al igual que los sindicatos expresan su labor de reforma económica. Representa un trabajo político de actualidad, al igual que los sindicatos representan un trabajo económico presente. La lucha parlamentaria, al igual que la lucha sindical, es simplemente una fase, un estadio de desarrollo en el todo de la lucha de clases proletaria, cuya meta final supera, en igual medida, tanto a la lucha parlamentaria como a la lucha sindical. También la lucha parlamentaria tiene la misma relación con la política socialdemócrata que la existente entre una parte y el todo, exactamente igual al trabajo sindical. La socialdemocracia es precisamente el resumen tanto de la lucha parlamentaría como sindical, en una lucha de clases dirigida a la abolición del orden social burgués…..

…..No es arriba, en las puntas de las direcciones y de su alianza federativa, sino abajo, en la masa proletaria organizada, donde está la garantía para la auténtica unidad del movimiento obrero. En la conciencia del millón de miembros sindicales, partido y sindicatos son, efectivamente, una sola cosa, a saber: la lucha socialdemócrata, en diversas formas, por la emancipación del proletariado. Y de ello se desprende también por sí misma la necesidad de acabar con todos esos roces que se han producido entre la socialdemocracia y los sindicatos, de adaptar su relación mutua a la conciencia de la masa proletaria, es decir, volver a incluir a los sindicatos en el partido. Con ello solamente se expresaría la síntesis del desarrollo real, que ha ido desde la incorporación originaria de los sindicatos hasta su separación de la socialdemocracia, con el fin de preparar después el periodo de fuerte crecimiento tanto de los sindicatos como de la socialdemocracia, el período venidero de las grandes luchas de masas proletarias, para hacer de la reunificación entre socialdemocracia y sindicatos una necesidad en interés de ambas organizaciones. Como es completamente lógico, no se trata al particular de disolver toda la organización sindical en el partido, sino de establecer una relación natural entre la dirección de la socialdemocracia y los sindicatos entre los congresos del partido y los congresos sindicales, que se corresponde a la relación real entre el movimiento obrero en su conjunto y su fenómeno parcial sindical. Un cambio tal provocará —y no puede ser de otra manera— una violenta oposición entre una parte de los dirigentes sindicales. Pero ya es hora de que la masa obrera socialdemócrata aprenda a poner de manifiesto su capacidad de juicio y de acción y que dé muestras con ello de su madurez, de su preparación para esos momentos de grandes luchas y de grandes tareas, en los que ella, la masa, habrá de ser el coro actuante, y las direcciones, únicamente los “solistas”, los intérpretes de la voluntad de las masas. El movimiento sindical no es el reflejo de las comprensibles pero erróneas ilusiones de algunas docenas de dirigentes sindicales, sino aquello que vive en la conciencia de las amplias masas de proletarios ganados para la lucha de clases. En esta conciencia, el movimiento sindical es una parte de la socialdemocracia. “Y debe atreverse a ser lo que es”. 

Petersburgo, 15 de septiembre de 1906

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