Sobre el libro Juan B. Justo y la Cuestión Nacional Ediciones de la Fundación Juan B. Justo. Prólogo de Gregorio Wéinberg. Buenos Aires, 1980. Publicado en internacionalismo n° 3, agosto de 1981
¿Fue Juan B. Justo un líder atiimperialista, el primero en formular correctamente el problema nacional en Argentina? Es lo que quieren suponer los compiladores de esta colección de textos del fundador del socialismo argentino. Una lectura atenta de los mismos —que fueron especialmente seleccionados a tal efecto— permite comprender, sin embargo, las razones por las que el socialismo reformista se situó, históricamente, en la trinchera opuesta al combate antiimperialista.
La formación del Estado Nacional en Argentina
Justo se vio obligado a comparar el nacimiento y desarrollo del Estado argentino con el de sus similares europeos, cuna del socialismo moderno y sede de los grandes PS que le servían de “modelo”. No pudo escapársele que la forma del Estado en Argentina no correspondía a la del Estado burgués moderno, y buscó una explicación para ello, que constituyó en su época sin duda el aspecto más original de su pensamiento.
Justo advirtió que la Argentina no había realizado su revolución democrático-burguesa. "El pueblo argentino no tiene glorias” —afirma, comparando nuestras tradiciones con las de algunos países europeos (Revolución Francesa, por ejemplo). La Revolución de Mayo no fue una gesta popular: en realidad — demuestra con material periodístico de la época— se trató de una agitación en la que no participaron más de un centenar de personas. No significó un cambio del orden económico y social, pues fue promovida por los mismos sectores dirigentes de la época colonial, con el fin de quebrar el monopolio comercial español y ampliar sus propios horizontes comerciales. Justamente, esos horizontes exigían completar la apropiación de la tierra e incorporar al país entero a la producción para el mercado mundial. “Pero si el pueblo no estaba preparado para tomar una parte consciente en la lucha por la independencia, y no hizo en ella más que seguir los designios de la clase dominante, le sobraba disposición para levantarse contra ésta en defensa de su modo tradicional de vida. Así nacieron las guerras civiles que a partir de 1815 asolaron al país". Ninguno de los bandos de la guerra civil representaba un interés revolucionario: era el enfrentamiento de una burguesía latifundaria y comercial ligada a las potencias coloniales, incapaz de promover un desarrollo autónomo del país, contra las masas populares del interior, que defendían formas precapitalistas de producción. "Si los gauchos hubieran vencido a la burguesía argentina, este país habría sido por algún tiempo un gran Paraguay, para ser conquistado después por alguna burguesía extranjera más poderosa a la que les hubiera sido imposible resistir. No existía una burguesía revolucionaria en el país, y los gauchos eran incapaces de instaurar una forma de producción superior (sus propios dirigentes eran o se transformaron en latifundistas): no existía ninguna clase capaz de echarlas bases de una sociedad democrática, al estilo de Europa o los EE.UU. Los campesinos insurreccionados y triunfantes no supieron siquiera establecer en el país la pequeña propiedad. Para ellos, ésta hubiera sido el único medio de liberarse efectivamente de la servidumbre y el avasallamiento a los señores; como establecer la pequeña propiedad hubiera sido el modo más eficaz de oponerse a las montoneras, y de cimentar sólidamente la democracia en el país”.
De este modo queda conformado el Estado oligárquico, que margina a las grandes masas de la vida política, reducida al estrecho círculo de representantes de la oligarquía parásita. Pero "el retardo del desarrollo político se traduce a su vez en un retardo del desarrollo económico. Si en la Argentina las ovejas tienen tanta sarna, si de sus millones de vacas apenas se exporta un poco de manteca, sí la tierra tiene todavía tan poco valor, si los salarios son tan bajos, es porque en su política no hay intereses legítimos en juego, y sólo la mueven mezquinos intereses de camarilla… los partidos argentinos carecen de todo propósito económico conocido".
Todo esto significa que, bien que habiéndose completado la apropiación de la tierra y produciéndose para el mercado mundial, el terrateniente predomina sobre el propietario de capital (gran industria). La clase propietaria crio a es una oligarquía latifundista, su parasitismo consiste en que bloquea el desarrollo amplio del capitalismo y la formación de un verdadero mercado interior.
La superestructura política que se corresponde con ta estructura económica —el Estado oligárquico— es a su vez un factor de bloqueo de un desarrollo plenamente capitalista, implantación de la industria, racionalización de la producción agraria, creación de un amplio mercado interno, el Esta o tiende a preservar el poder, de manera indivisa, en manos de esa minúscula clase parásita. Esto, además, plantea el problema del lugar a ocupar por el Partido Socialista.
Justo y el capital extranjero
El socialista italiano Ferri, de visita a la Argentina, sostuvo a principios de siglo que en un país agrario como el nuestro no había lugar para un Partido Socialista. Justo le respondió que con la colonización del agro y la creación de grandes medios de transporte -como los ferrocarriles, en manos ya del capital inglés- la Argentina ya había sido incorporada al ciclo capitalista, lo que justificaba plenamente la creación de un Partido Obrero.
En la política que trazó para ese partido, Justo reconoció, a su modo, que el nuestro era un capitalismo atrasado, tardíamente llegado al mercado mundial y completamente retrasado respecto a las potencias que lo hegemonizaban. En efecto, el lugar diferente del PS argentino respecto a los europeos se traducía, para Justo, en que “a diferencia (de ellos) pretendemos sostener todo lo sano y fiable que hay en las formas fundamentales de la sociedad capitalista” (discurso del 19/6/1913). Abanderado del “capitalismo sano" contra el "capitalismo espúreo”, Justo reconoció al “sano” en el más avanzado, o sea, en el capital extranjero que se precipitaba ávidamente sobre nuestro país.
Desde luego, al primer traductor de El Capital al castellano no se le podía escapar que el capital internacional no concurría a nuestras costas para realizar algún ideal democrático. Es interesante observar cómo algunas de sus denuncias sobre los “excesos" de los trusts extranjeros son un verdadero retrato de la naturaleza semícolonial de nuestro país. Así, por ejemplo, al analizar el balance de la Compañía “Argentina” de Tabacos (con sede en Londres). El rubro mayor lo constituye un misterioso renglón “buena voluntad, que es "inflación pura y simple del capital del trust cuyo valor efectivo y verdadero no es más que el de sus fábricas. Al refundirse éstas en el trust, se han descontado las mayores ganancias futuras, atribuyéndose los accionistas ese nuevo capital, completamente ficticio, pero que recibe dividendos como el verdadero y en las acciones se confunde completamente con éste. Obreros y consumidores explotados por el trust deben saber que cuando los balances del trust acusen un dividendo, por ejemplo, del 10 por ciento, sus ganancias son de más del doble”. La misma compañía, que poseía algunos accionistas argentinos, no pagaba impuesto a la renta en nuestro país, pero sí en Inglaterra, “como un medio más de disimular sus ganancias, y de hacer recaer sobre los obreros argentinos, rebajando sus salarios y condiciones generales de trabajo, o sobre los consumidores argentinos elevando el precio de los productos del trust, la contribución que el gobierno británico exige directamente a los capitalistas británicos (…). Si el fisco argentino amenazara con un impuesto las rentas de estos señores, nos figuramos la grita que levantarían. Estos capitalistas argentinos, accionistas de fábricas argentinas, y residentes en este país, pagan, sin embargo, en silencio, la ‘income-tax’ al fisco británico .
Justo se proponía limitar estos excesos mediante un control ejercido por el Estado argentino. “Reconocemos la necesidad del capital extranjero, pero sepamos tenerlo a raya" Justo fue un precursor de los planteos burgueses nacionalistas del tipo del APRA peruano o nuestro desarrollismo: promover la industrialización del pais con el concurso del capital externo, controlado por el Estado.
Justo y la oligarquía
La ilusión de Justo consistió en que, luego de haber señalado en la ausencia de una clase media agraria la causa de la ausencia de un desarrollo democrático y progresivo del capitalismo argentino, postuló una vía que lo tornaba aún más inviable. El capital extranjero concurre al país atrasado en busca de ganancias extraordinarias ("En Europa el dinero gana un interés bajísimo, aquí, uno relativamente alto constataba Justo). La fuente de esa ganancia es justamente la mantención del atraso agrario: bajo precio de la tierra, baratura de la mano de obra, y su situación de monopolio en el mercado. Para mantenerlo, el capital extranjero concluye una alianza con las clases más reaccionarias de la sociedad atrasada. El ingreso del capital extranjero ayudó en nuestro país a cristalizar la estructura latifundista de la propiedad agraria, impidiendo un desarrollo más progresivo del capitalismo en el campo. Esto sólo hubiera sido posible sobre la base del poblamiento del campo y la pequeña propiedad, lo cual habría permitido su explotación intensiva y la creación del mercado interno para la industria. Pero esto exigia un audaz programa de nacionalización de la tierra y de los grandes medios de transporte en manos extranjeras, que habían sido construidos en función del núcleo dominante de la oligarquía (el "abanico ferroviario" convergente en Buenos Aires), amén de un planteo de destrucción del Estado oligárquico y plena democracia política.
La perspectiva de Justo, en cambio, se sitúa enteramente en el marco de la reforma del Estado oligárquico. El PS se hizo abogado del ingreso del capital extranjero, y rechazó toda perspectiva de nacionalización de los trust implantados en nuestro país. En relación a la oligarquía, el programa del PS postulaba un "impuesto directo y progresivo sobre la renta de la tierra", es decir, se planteaba favorecer el desarrollo capitalista del agro, sin una previa revolución democrática que expulsara a la oligarquía del poder. El reformismo socialdemócrata se traducía, así, en la pretensión de reformar a la oligarquía en el cuadro del Estado oligárquico.
El antiimperialismo de Justo
Lo único que los compiladores del libro pueden presentar como prueba del antiimperialismo de Justo, son sus posiciones en favor de un "control" del capital extranjero. ¿Se puede acaso "controlar" la colonización del país? Reclamar el “control” del Estado oligárquico equivale a reclamar que la entrega del país se efectúe sin interrupciones.
Justo era, además, partidario acérrimo del librecambio mercantil, lo que cerraba el paso a toda perspectiva de industrialización autónoma. Si bien se mira, esto es enteramente coherente con su defensa del capitalismo "sano”, esto es, de industrias que no necesiten de protecciones "artificiales" contra la competencia extranjera; antes bien, para Justo era el capital extranjero el motor del desarrollo industrial.
El compilador de los textos —Emilio J. Corbiere— cree necesario disculpar a Justo de esta posición (que no condice con ningún "antiimperialismo", real ni supuesto). Para ello, le atribuye la mala influencia que sobre el pensamiento de Justo ejerció… Marx. No habría sido el nacionalista Justo, sino Mao, el partidario del librecambio para los países atrasados.
Esto no tiene nada que ver ni con Justo ni con Marx, y en este punto, en realidad, las ideas de ambos ni siquiera se tocan. Justo, es sabido, rechazaba la calificación de "marxista", y consideraba la dialéctica de Marx como una mera divagación. Su punto de vista era el del evolucionismo, el del desarrollo sin contradicciones, y en ningún otro punto como el del librecambio esto es más visible.
Para Justo, el capital extranjero encarnaba una forma de producción más avanzada que las prevalecientes en la Argentina oligárquica, y proponía simplemente que aquél reemplazara a éstas en el desarrollo del país. Marx, en cambio, no dejaba de constatar el impacto del capital internacional sobre los países atrasados: la progresividad de ese impacto se limitaba, sin embargo, al hecho de que los incorporaba al ciclo capitalista mundial, y creaba la clase capaz de liquidar radicalmente el atraso junto con el propio capitalismo. Su punto de vista no era el del "capitalismo sano", sino el del producto revolucionario creado por el desarrollo capitalista mundial: la clase obrera. La antítesis creada por el atraso agrario y el capital extranjero, no la resolvió mecánicamente en favor de este último, sino dialécticamente en favor de una nueva síntesis: la revolución dirigida por la clase obrera. En esas condiciones se declaraba partidario del proteccionismo industrial contra las potencias colonizadoras, como complemento de la revolución agraria. Marx señalaba a la emancipación de Irlanda como condición "sine qua non" para la emancipación del proletariado inglés. Indicaba: "Lo que necesitan los irlandeses es: 1) autonomía e independencia con respecto a Inglaterra. 2) Una revolución agraria… 3) Tarifas proteccionistas contra Inglaterra.” (Carta a Engels, 30/11/1867). El programa de Justo, librecambista y reformista de la propiedad latifundaria, era la antípoda del programa de revolución agraria e industrialización que Marx postulaba para la revolución en los países sometidos, como palanca de la revolución proletaria en las metrópolis.
El justismo y el nacionalismo
El mecanicismo de Justo lo llevó a plantearse una transformación del país sin intervención de la lucha de clases. La modernización de la Argentina sería gradualmente lograda por la democratización del Estado oligárquico y la penetración del capital internacional. Esto lo llevó a rechazar en bloque todas las formas y manifestaciones políticas del país, a las que calificaba despectivamente de “política criolla”, sin ver el conflicto de clase que esas formas escondían.
Esta posición lo condujo a ser hostil a toda manifestación de lucha antioligárquica y nacionalista de las masas, que por el propio retraso del país no podían asumir la forma "moderna" que Justo pretendía. El radicalismo fue calificado de “fracción popular y demagógica de la oligarquía”, y su lucha por el sufragio universal contra la oligarquía en el poder, de mera “chirinada". Nuevamente aquí, Justo entraba en contradicción consigo mismo: rechazando las formas “bárbaras” de la política, sostenía de hecho al Estado que las perpetuaba. Ciertamente, una fracción desplazada de la oligarquía apoyaba al radicalismo, pero Justo se negó a ver en el frente de clases agrarias que lo respaldaba cualquier manifestación de esa “clase media agraria”, que él creía sería el resultado del desarrollo pacífico del capital extranjero y de la acción parlamentaria del Estado oligárquico.
Con similar concepción, el PS se situó en la trinchera imperialista en la crisis nacional de 1945, siendo barrido del movimiento obrero por una fracción enemiga de todo partido obrero independiente, pero que enarbolaba banderas nacionalistas.
Los herederos de Justo creen superar ese error colocándose ahora junto al peronismo. Con ello, abandonan el lado progresivo de la posición de su maestro: la lucha por un Partido Obrero. E inventan un Justo antiimperialista que jamás existió, para colaborar en la tarea de mantener al proletariado atado a ese movimiento que busca perpetuar su ignorancia y su embrutecimiento, contra los que Justo quiso combatir.