El derrumbe electoral de Menem y Duhalde, el domingo 26 de octubre, es apenas una expresión amortiguada e inadecuada de una crisis política mucho más profunda y de alcances mayores de lo que trasuntan las cifras. Los comentaristas del día siguiente de las elecciones pusieron sus mejores empeños en obviar el contexto histórico de los resultados electorales. Fingieron que no habían existido los cortes de ruta ni el paro activo del 14 de agosto, ni la enérgica huelga de docentes en Neuquén; tampoco tuvieron en cuenta las movilizaciones por el asesinato de José Luis Cabezas ni el extraordinario empantanamiento de la política educativa que se reflejó en los apoyos que recibió la carpa de Ctera. Es decir que omitieron la rebelión popular que estaban protagonizando los trabajadores que han votado tradicionalmente al peronismo y en especial los que lo hicieron por Menem en las presidenciales del 95, y dejaron de lado la radicalización de sectores cada vez más amplios de la clase media. En el acto de cierre de la campaña electoral del 95, fue precisamente esta perspectiva la que fue señalada desde la tribuna del Partido Obrero (1). En una palabra, el desmoronamiento electoral del partido justicialista tiene relación con el agotamiento del peronismo como movimiento policlasista. El largo gobierno de Menem dio expresión a un fenómeno que fue repetidamente frustrado por golpes militares, cada vez más sangrientos, que abortaron la posibilidad de que pudiera desarrollarse en forma completa una experiencia de las masas con el peronismo.
El desmoronamiento del ménemo-duhaldismo no se ejemplifica sólo en su derrota espectacular en la provincia de Buenos Aires o en el hecho de que hubiera perdido por primera vez una elección siendo gobierno. Más importante es que esto hubiera ocurrido frente a una oposición improvisada, extremadamente mediocre, que no vaciló un instante en declarar su apoyo a todos los planteos pro-imperialistas desde el comienzo, sin importarle los votos que pudiera costarle. Aunque el oficialismo sume para sí la totalidad de los votos que el PJ obtuvo en las diferentes provincias, la realidad política que esconde es diferente. Entre Menem y Duhalde se ha ido produciendo una creciente diferenciación a medida que el agotamiento del plan económico fue enfrentando a los grupos exportadores de la burguesía nacional con los capitales financieros extranjeros que fueron copando paulatinamente la banca y la Bolsa, en particular luego de la crisis económica de 1995/96, que aún no ha concluido.
El protagonismo político de Menem durante la campaña electoral apuntó, precisamente, a evitar que se pusiera en evidencia la diferenciación del duhaldismo, porque ello hubiera comprometido la sustentación del gobierno. La derrota de la familia Duhalde puede crear la impresión, en un primer momento, de que el gobernador de Buenos Aires se verá ahora obligado a girar en torno al clan menemista, pero la verdad es la contraria. La derrota electoral deberá profundizar esta división. Junto a la desafectación creciente de los trabajadores con el justicia-peronismo, esto plantea la posibilidad de una división del PJ para antes de las elecciones del 99. Ambito Financiero dedica especialmente un largo artículo de su edición del lunes 27, que responsabiliza a Duhalde de haber transformado una derrota pasable en catástrofe, por su distanciamiento de Menem durante la campaña electoral.
Otro elemento más que potencia el alcance de la debacle sufrida por el ménemo-duhaldismo, lo constituye el nivel de los votos en blanco o de la abstención en algunas provincias, esto a pesar del alto porcentaje de votos que en ella obtuvo la Alianza. A sólo 24 horas de las elecciones es difícil hacer una apreciación exacta del votoblanquismo. El diario La Nación lo cuantifica en 800.000 votos (4.7%) a nivel nacional y le quita relevancia, pues destaca que son unos 200.000 votos menos que los registrados en 1995. Ambito Financiero lo califica de preocupante, porque le adiciona los votos nulos, lo que totalizaría un 9.3% del padrón electoral. Lo que importa, sin embargo, no es esto, sino lo ocurrido en algunas provincias, por ejemplo en Santa Fe, donde el voto en blanco alcanzó el 22%, o en Santiago del Estero, provincia a la que sólo concurrió a votar el 60% del padrón. En el caso de Santiago habría que establecer qué porcentaje de la deserción electoral obedece a la migración interna que no ha registrado cambio de domicilio.
Otro dato todavía más fuerte es el avance que registró la izquierda con relación a 1995. Aunque las cifras globales esconden resultados electorales contradictorios, obtuvo un 5% del total de los distritos en los cuales se presentó, lo que proyectado en una elección nacional equivaldría a más de un millón de votos (el porcentaje es mayor si se adiciona el 14% que obtuvo Pueblo Unido de Tucumán). Dentro de este total, se destaca el primer lugar del Partido Obrero, que multiplicó por seis (500% de aumento) sus resultados de 1995. En numerosas barriadas obreras de Buenos Aires, Córdoba, Neuquén y Santa Fe, la votación del PO alcanzó pisos del 6% y máximos del 9/10%. Es naturalmente el resultado de un gran progreso organizativo del Partido Obrero en el transcurso de 1997. En la provincia de Córdoba, el PO pasó de 1.750 votos, en 1995, a 32.000 (2.3% del total), un crecimiento de 16 veces; con relación a 1989, cuando obtuvo 7.400 votos, los resultados del domingo pasado reflejan un aumento del 500%. El promedio provincial de Córdoba es engañoso, dada la natural debilidad del PO en el interior rural; en la industrializada capital de la provincia, el porcentaje del PO subió al 3,2%, unos 19.000 votos, casi 20 veces más que hace dos años. También en la ciudad de Cruz del Eje, que se destacó por su gran corte de rutas a mediados de este año, el PO tuvo un gran salto del 0.2 al 2.5%, unas 12 veces más. En la provincia de Buenos Aires, el Partido Obrero obtuvo cerca de 80.000 votos (1.3%), un 400% arriba de 1995. Pero las ciudades obreras se llevaron la tajada de la votación, como Zárate, Pilar, los distritos de Varela, Escobar, Merlo, las ciudades de Marcos Paz, Pehuajó o Bahía Blanca, entre otros. En esta última, se pasó de 300 votos, en 1995, a 2.400 un 700% de crecimiento.
En las provincias de Santa Cruz y Neuquén, el Partido Obrero se acercó al 3 y al 2% de la votación general, respectivamente. El Partido Obrero sacó 150.000 votos en sólo 8 provincias, contra los 25.000 que obtuvo en 1995 en todo el país o sea, seis veces más en menor cantidad de distritos (Izquierda Unida logró 112.000 votos a nivel nacional).
El Partido Obrero ocupó el quinto lugar dentro de los partidos con presencia nacional, esto si se computan dentro de la Alianza todos los votos de la UCR y el Frepaso.
Es decir que el derrumbe del gobierno fue protagonizado por un movimiento muy amplio de la población, en el cual se registra, además de la disconformidad con la Alianza de la UCR y el Frepaso (voto en blanco y por la izquierda), también un voto político conciente por un programa revolucionario. Esto último está plenamente confirmado por el hecho de que la votación del Partido Obrero está directamente correlacionada con el grado de su inserción en los distritos y ciudades correspondientes, y con la intensidad de la campaña electoral que desplegó en esos lugares. La votación del Partido Obrero hubiera sido incluso más alta de no haber mediado el uso que los medios de comunicación hicieron con la provocación policial a la manifestación de repudio a Clinton, el jueves 16 de octubre.
Lo que la prensa y los plumíferos de turno describen como el ejercicio de una alternancia democrática, oculta en realidad un gran realineamiento de las clases sociales, que deberá acentuarse con la recaída en la crisis económica en los próximos meses, la que será resultado del derrumbe financiero internacional, la crisis cambiaría en Chile y Brasil y la tendencia a la salida de capitales, que comenzó en la Argentina con anterioridad a las elecciones.
Es incuestionable que el apoyo de la Unión Industrial a la Alianza, así como el de un sector del Consejo Empresario Argentino (el grupo Soldati), refleja la necesidad de un amplio sector de la burguesía nativa de salir del esquema cambiario impuesto por el gobierno de Menem. Aunque todos juran fidelidad a la paridad del peso con el dólar, los monopolios exportadores hace tiempo que reclaman, junto con los brasileños, una política cambiaría móvil que permita el otorgamiento de subsidios, es decir que independice la política monetaria de los peligros de una salida de capitales. José Luis Machinea, del grupo Techint, se transformó en vocero de la Alianza cuando ésta aún no había salido de la pila bautismal; otro ortodoxo que está al acecho de los aliancistas es López Murphy, que se destacó en el último tiempo por una serie de artículos en Ambito Financiero, dedicado al tema de la salida de la convertibilidad. La última novedad, poselectoral ésta, es la invitación al cavallano Juan Llach para que se integre a la alianza, lo cual mataría dos pájaros de un tiro, porque además de un agente de los exportadores, Llach es también un hombre de la Iglesia y de los privatizadores de la salud.
El giro de los capitanes de la industria nativos responde al hecho objetivo del agotamiento del régimen económico menemista y del propio Mercosur. El creciente déficit de la cuenta corriente del balance de pagos; el crecimiento exponencial de la deuda externa; la alta desocupación; el déficit fiscal en aumento, a pesar del crecimiento del giro comercial en los últimos doce meses; la volatilidad del ingreso de capitales, que no registra un crecimiento de inversiones netas sino la adquisición de capitales existentes; incluso la caída en las exportaciones todo esto apunta a una modificación del régimen económico menemista. Lo que los políticos y economistas de la burguesía no pudieron aprender aún es cómo hacerlo en forma fría e indolora con la mitad de la economía dolarizada; ni lo aprenderán: el cambio lo impondrá una crisis, como ha ocurrido con México y ahora con todo el Sudeste asiático. Es precisamente la inminencia del derrumbe lo que ha hecho jurar a los políticos de la Alianza la fidelidad al régimen cambiario; los economistas de ambos bandos se aprestan a actuar en común frente al derrumbe de la moneda. Una crisis similar se manifiesta con el Mercosur, cuyas posibilidades comerciales se agotan en la medida en que el déficit comercial y la cesación de pagos acechan a la Argentina y al Brasil. El Mercosur se ha limitado a implementar un comercio automotriz compensado, que ha servido para saquear a las finanzas públicas debido a los subsidios y a concentrar la industria terminal y de autopartes, y también a dar vía a grandes proyectos de gasoductos, que requieren financiamiento garantizado a largo plazo, lo que es incompatible con un régimen cambiario amenazado, sin seguridad en la posibilidad de repago de los créditos.
En principio, hubiera debido ser Duhalde la cabeza de esta coalición capitalista frente a los grupos financieros que respaldan la política de Menem-Roque Fernández; así lo permitía prever el acuerdo del gobernador bonaerense con Cavallo, a principios de año, bajo el patrocinio de los Alemann. A Duhalde le faltó, sin embargo, osadía para la empresa, y a esto se le sumó el crimen de Cabezas, que tuvo la complicidad de su policía, y el surgimiento de la Alianza. No hay que descartar, por esto, una alianza del duhaldismo y la Alianza en la próxima legislatura, e incluso una división simultánea en el PJ y en la Alianza, en función de una perspectiva seudo-nacionalista.
El giro más importante lo protagonizó el pueblo: la clase media, que empezó a conocer la desocupación en masa, y el proletariado, que perdió su expectativa en el justicialismo y protagonizó los cortes de ruta, la lucha contra el convenio Fiat-Smata en Córdoba, contra el cierre de Atlántida en Buenos Aires, la lucha de los choferes de colectivos y el paro del 14 de agosto contra la ´flexibilidad laboral´ . Pero en el plano político, el fenómeno más importante fue la veloz desaparición de la escena de las direcciones de la CTA y el MTA, luego de comprometer su apoyo a la Alianza, cuando ésta se pronunció por la flexibilidad, por la arancelización y privatización de la salud, por un nuevo acuerdo con el FMI, por un presupuesto cero para seguir pagando la deuda externa, y recientemente por la derogación de los convenios colectivos por industria.
Las direcciones de la CTA y del MTA se puede decir que estuvieron a la vanguardia en la formación de la Alianza. El propio Alfonsín reconoció que dio vía libre a la fusión UCR-Frepaso luego de una presión que sufriera por parte de ese sector de la burocracia sindical. Los pronunciamientos de la Alianza, sin embargo, la desubicaron de inmediato frente a la base gremial. Ahora, el MTA, sin el acuerdo de la CTA, ha lanzado una campaña de firmas contra cualquier forma de flexibilidad laboral, lo cual aplicado con consecuencia deberá llevarlo a romper con la Alianza. La CTA, en cambio, parece empeñada en defender la política proimperialista de la Alianza, si es que sirve como una guía de su conducta futura las posiciones de su principal gurú político-económico, Lozano, concentrado en demostrar que es posible una política industrial activa sin dejar de pagar la deuda externa, y superar la desocupación mediante subsidios a las Pymes.
Es indudable que la recaída en una crisis industrial y la aplicación de la política de flexibilización que han concertado la Alianza y el gobierno, pondrán contra la pared a la burocracia sindical opositora. Ni qué decir que intentará todos los extremos antes de romper con la patronal representada en la Alianza y que buscará, por mil medios, que el movimiento obrero se resigne a una derrota. Pero si esta variante no se produce, tendrá que elegir entre un acercamiento a la vieja CGT, para salvar algunos restos del paquete flexibilizador y de la privatización de la salud, o plantearse una acción política independiente, algo cuyas probabilidades son remotas. En cualquier caso, sin embargo, la burocracia opositora deberá participar de la crisis y división del peronismo, es decir, que en cualquier caso, será la agente involuntaria e inconciente de un proceso vinculado a la lucha por la independencia de clase del proletariado, o sea un partido obrero con influencia de masas.
Aunque la izquierda democratizante se empeña en esconderse detrás de la suma de los votos de la izquierda, del 5% a nivel nacional, en realidad ha sufrido una derrota política sin atenuantes. En primer lugar Izquierda Unida, que no deberá sobrevivir siquiera una semana a su mediocre existencia, ya que a pesar de la ingente suma de dinero que sus capitalistas invirtieron en la campaña capitalina, no fue votada ni por los clientes y socios de la banca y de los fondos de pensión que la financiaron. Fuera de la propaganda mediática, IU no existió en la campaña electoral, es decir que no militó, no agitó ni se hizo ver, no organizó ni pudo, por lo tanto, crecer. La campaña electoral más importante desde 1989 apenas le rozó, no participó de la reflexión política que las masas se veían obligadas a hacer con referencia al fin del ciclo del gobierno peronista. Con excepción del apoyo bancario, lo mismo puede decirse del resto de la izquierda.
Izquierda Unida fue bastante menos que un frente democratizante. Estuvo dominada por la candidatura de Floreal Gorini, de la Capital, gerente del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos (IMFC), el cual está vinculado a la privatización de las jubilaciones. Es decir que no fue un frente, digamos obrero, sino capitalista. El círculo allegado a Gorini manejó la campaña de éste al márgen de su partido, el comunista, al grado que despreció a la candidatura que más posibilidades tenía, la de su candidato a legislador porteño; ni hablar de la completa falta de mención a sus otros aliados, Mst, Mtp, el grupo del ex vicerrector Borón, y otros. Fue la campaña descarnada de determinados intereses económicos, vacía de un contenido de lucha de clases y de partido. Ningún observador de la escena política argentina, no digamos ya de los verborrágicos profesores democratizantes que pululan en las aulas criollas, señaló esta confiscación sin precedentes de un proceso político.
La izquierda democratizante volvió a poner de manifiesto su falta de autonomía política, es decir, su condición de títere de las clases en pugna. Es necesario refrescar ahora que las carreras políticas de Alvarez y la Meijide hubieran sido imposibles sin el mismo aparato y sin la misma plata que en las elecciones pasadas impulsaron a Gorini. Cuando se formó el Frente del Sur tomó cuerpo la carrera política de estos dos arribistas, de la mano del PC y del (IMFC), bajo la cobertura de la candidatura de Pino Solanas. Fue la primera vez que los popes aliancistas del Frepaso obtuvieron los votos para llegar al Congreso; no es casual que Gorini fuera su suplente. También hay que recordar que a esta empresa se sumaron entusiastas los maoístas del Ptp, sin importarles el tufo soviético del Frente del Sur.
La experiencia, primero del Frente Grande y luego del Frepaso, demuestra hasta qué punto la pequeña burguesía lanzada a la política con sus ideas y fantasías se convierte rápidamente en instrumento del gran capital. Catapultados por los stalinistas de ambos cuños a la notoriedad política, los dirigentes frepasistas superan a sus aliados radicales en sus pronunciamientos proimperialistas y antiobreros. Comparada con la campaña que le dio el triunfo a Alfonsín, la de la Alianza revela todo el retroceso experimentado por la pequeña burguesía en sus pretensiones de liderazgo independiente. Allí donde Alfonsín ponía a la democracia formal, dentro del aparato de la dictadura saliente, como el santo remedio para todos los males sociales, la Alianza ha puesto la lucha contra la corrupción, que se reduce a poner en vigencia el Consejo de la Magistratura, un engendro corporativo donde el carácter vitalicio de los jueces y de las camarillas judiciales deberá ser reforzado por las camarillas de los abogados de los grandes estudios y de la burocracia académica del derecho.
Otro aspecto de los planteos de la Alianza, relativos a la eficacia y transparencia de la justicia, es que convergen con el reclamo del Banco Mundial de que se establezca un fuero financiero especial para resolver en forma sumaria, los pleitos que afectan a los créditos hipotecarios o lo relativo a colocaciones de títulos privados que pueden perjudicar a los bancos.
El hilo conductor del Frente del Sur a la flamante Alianza está representado por sus eslóganes democratizantes formalistas, por sus llamados participacionistas, por veleidades de justicia social y redistribución de ingresos, y por una moralina insoportable que delata la ambición del arribista. El Partido Obrero se distinguió de toda la izquierda por el señalamiento oportuno del carácter reaccionario del Frente del Sur; en cambio, Luis Zamora, del Mst, confiesa a quien se le ponga a tiro sus expectativas en la Alianza en los primeros días de su lanzamiento.
A la izquierda tampoco le faltó su pléyade de democratizantes votoblanquistas, encabezados por el ya mencionado Ptp, viejo aliado de Menem en 1989 y del Frente del Sur, y que allí donde pudo, en la provincia de San Juan, hizo frente con un menemista. Pero el voto en blanco no representó, en las últimas elecciones, una tendencia de contenido político definido, como lo fue, por ejemplo, cuando el peronismo estuvo proscripto en los años 60, ni tampoco significativa. Fue interpretada como una-protesta-contra-los-políticos-que-no-dan-soluciones-y-son-corruptos, lo que de por sí denuncia una dependencia completa del régimen vigente y de su personal. Incluso fue formulado así este planteo por el seudo-militante Luis Bilbao, editor persistente de revistas cuyo financiamiento es desconocido, y por Carlos Gallo, el dirigente de la ex Cormec, que descubrió los encantos de Lorenzo Miguel cuando este burócrata se encuentra sobreviviendo a su cuarta edad y al derrumbe de la UOM. El revolucionario tiene la obligación de dar una salida a la impasse de las masas, no reforzar esa impasse con protestas sin dirección. No es casual que, en este movimiento, se hayan anotado burócratas sindicales como Luis Bazán, de Córdoba, que podría ser llamado organizador de derrotas, si lo de organizador no fuera excesivo para su persona.
La influencia de la pequeña burguesía en las elecciones fue enorme. Se manifestó en los llamados telefónicos del público a la radio y a la televisión, siempre con referencia a los delitos económicos de los funcionarios del gobierno y a otros no solamente económicos, como los que tuvieron por protagonista al Yabrán. La tendencia de la pequeña burguesía a desviar hacia los chivos emisarios la crisis del capitalismo es tan vieja como el propio capitalismo; fácilmente puede convertirse en reaccionaria y esto sucedió en parte cuando la televisión mostró las vidrieras rotas durante la manifestación contra la presencia de Clinton. La Alianza, y en particular el Frepaso, explotó a fondo esta característica política, y logró que predominara sobre sus reiterados planteos anti-obreros en la percepción del electorado y de la opinión pública. La mayoría de la población visualizó a la Alianza como alternativa al menemismo a través de este mecanismo político montado en torno a las fantasías de la clase media. De este modo, el país se perdió de ver los anuncios de los frepasistas contra el derecho al aborto, por la arancelización de la universidad, por la reducción del mínimo no imponible, es decir, por un conjunto de ataques contra la democracia en general y la clase media en particular.
El consignismo democratizante de la izquierda viene como anillo al dedo a esta campaña ideológica que parte de la pequeña burguesía y llega a la clase obrera, pero que está dirigida por el imperialismo. Los izquierdistas argentinos se negaron a enfrentar a la pequeña burguesía frepasista mediante un frente de izquierda, y así lo manifestaron sus oradores en el acto del 1º de Mayo en la Plaza de Mayo (2). En Prensa Obrera se tomó debida nota de esta incapacidad izquierdista para una lucha política autónoma en un editorial que llevó por título "La izquierda no dio respuestas". La victoria electoral del Partido Obrero sobre el conjunto de la izquierda democratizante, en lo que constituye una completa reversión de las tendencias electorales del pasado, es el resultado de la consistencia de un planteo político que puso, por encima de todo, un análisis clasista de la situación, un análisis de la situación política en su conjunto y de las corrientes políticas que intervienen en ella, y una política para que las masas pudieran superar, por medio de su experiencia, una nueva tentativa de la pequeña burguesía capitalina democratizante pero proimperialista. La hegemonía descomunal de la Alianza en la capital federal traduce exactamente el fenómeno político que encabeza y anticipa la inevitabilidad de la frustración de los estratos medios y su ruptura con el aliancismo.
En la reunión de un comando político-reivindicativo que se reunió en julio pasado y en la asamblea nacional en Ferro, en agosto, quedó fijada la estrategia político-electoral del Partido Obrero. Fue definida con estas palabras: ofrecer una salida a las masas desesperadas, es decir, a los superexplotados de las fábricas, a la masa de los desocupados, a las mujeres y a la juventud. Toda la campaña del PO giró, precisamente, en torno a las reivindicaciones para esta salida. No fue una campaña de ideas sociales en general, sino de medidas concretas; a partir de ellas fueron denunciados los partidos capitalistas, que necesitan la postración de las masas para sobrevivir a la crisis de su régimen social. Por este motivo, los grandes contingentes que se incorporaron antes y durante la campaña electoral fueron los desocupados y las mujeres; en numerosos distritos, el Partido Obrero pasó a ser un partido predominantemente femenino. El otro vector de la campaña del PO fue la apertura de numerosos locales, para traducir la tendencia a la organización de los desorganizados, es decir, de las mujeres, de la juventud y de los desocupados; antes, el Partido Obrero había completado una exitosa campaña de 5.000 suscripciones a Prensa Obrera y elevaba su tiraje a 20.000 ejemplares. No es casual que los locales hayan sido los protagonistas de los mejores resultados electorales. Toda la campaña del Partido Obrero estuvo encarrilada en la lucha de clases y en la tendencia de las masas, con la finalidad de darle a ella una traducción conciente, clasista, socialista y revolucionaria. Como consecuencia de todo este proceso se percibe la incorporación de numerosos contingentes de trabajadores y militantes del peronismo, lo que se refleja, en una cierta manera, en la fisonomía de los locales y en el lenguaje político. Pero es necesario destacar la ligazón al PO de todos los militantes de izquierda que han querido por sobre todo luchar; luchar contra Menem y Duhalde, contra la estafa de la Alianza, contra el desinfle y la inconsistencia izquierdista. Esta ligazón de la izquierda que lucha se manifestó también en varios distritos del interior de la provincia de Buenos Aires.
Clarín es el único diario que al día siguiente de las elecciones advirtió en un párrafo aislado de su editorial el riesgo de una crisis de gobernabilidad. Para ello ha tenido que mirar debajo de la superficie de los partidos victoriosos. El escenario de una crisis política es muy sencillo de describir: acentuación de la lucha de las masas que se sienten postergadas; combinación con una recaída económica o directamente un derrumbe; acentuación o estallido de la crisis en el peronismo; desilusión con la Alianza debido a su colaboración con los planes del FMI.
La derrota del gobierno supondría que el centro de gravedad política debería pasar al Congreso, adonde ingresarán los reclutas que salieron favorecidos el 26 de octubre. Pero incluso si ésta llegara a ser la primera fase de la próxima etapa, la incapacidad del parlamentarismo para arbitrar las crisis volvería a poner en primer plano el régimen de gobierno personal de Menem y de su camarilla. Pero se trataría de un régimen extraordinariamente debilitado, que sólo podría funcionar chantajeando en forma permanente a la oposición, o sea, sería un régimen de capitulación de los opositores y, por lo tanto, de creciente impaciencia y agitación populares. En un punto extremo, semejante gobierno debería acabar, o con su caída o con la disolución del Congreso y un régimen de excepción. Para escapar a esta alternativa, la crisis económica debería dilatarse en el tiempo y tener una amplia posibilidad de vida un cogobierno en el parlamento. Pero aun en este caso, los desequilibrios sociales, políticos y económicos no dejarían de expresarse, a través de rupturas y realineamientos en los partidos, en el gobierno y en los sindicatos.
El justicialismo duhaldista y las centrales sindicales opositoras pasarán a ser un centro de gravedad en cualquiera de las alternativas planteadas. Duhalde intentará reconstruir un apoyo popular; la CTA y el MTA deberán hacer frente al reclamo imperialista de liquidación de los convenios de trabajo. Pero el problema de fondo es que las masas han iniciado un recorrido que cuestiona su dependencia política de los partidos patronales. La crisis del duhaldismo, la posible división del peronismo, las crisis inevitables en las centrales opositoras, habrán de plantear imperiosamente la organización política autónoma de la clase obrera. El Partido Obrero, que estaba subjetivamente al frente de esta tendencia, se encuentra ahora objetivamente también, luego de los resultados electorales. Durante varios meses se escuchó a los grupos más reducidos de la izquierda vocear que los cortes de ruta eran el camino en oposición a la homogeneización de la clase obrera en un partido; así dicho, era una posición formalmente anarquista y concretamente reaccionaria. El problema número 1 es el partido. Todas las consignas, todos los esloganes, todas las luchas, todos los combates que deberán producirse y que se producirán, deben ser invariablemente una escuela para construir y desarrollar el partido, porque sin estrategia ni organización no hay lucha conciente, y sin ella no hay posibilidad de victoria.
Posdata
Al concluir la redacción de este artículo, al día siguiente de las elecciones, las noticias radiales anuncian una crisis bursátil mundial sin precedentes, incluido el cierre anticipado de las operaciones en Wall Street.
La globalización se ha caído, entonces, como un castillo de naipes, toda vez que la universalidad a la que tiende el desarrollo de las fuerzas productivas es incompatible con las relaciones de producción capitalistas y con sus cuadros estatales nacionales.
La presente crisis es una consecuencia inmediata de gigantescos desequilibrios internacionales, que en un principio se polarizaron en la depresión financiera y bancaria japonesa, de un lado, y en la euforia especulativa norteamericana, del otro. La enorme sobreinversión de capital, en Japón, explotó a principios de 1990, mientras Estados Unidos comenzaba a recuperarse de la enorme crisis de 1987/89. La bolsa norteamericana recicló los capitales ociosos japoneses, sin por ello darle una salida a la crisis en Japón. Estados Unidos ingresó, a su vez, en un gigantesco proceso de sobreinversión gracias, en parte, a este reciclaje, en especial de capital financiero, lo que se manifestó en una descomunal especulación bursátil y en la aplicación de ingentes sumas de capital para la absorción de empresas rivales. Estados Unidos pasó a reclamar la apertura completa de los mercados internacionales para sus capitales excedentes, y Japón a reclamar lo mismo para sus mercaderías de otro modo invendibles.
Pero la crisis no estalló directamente por medio de un enfrentamiento entre Japón y Estados Unidos. Estalló en los países del Sudeste asiático, cuyas monedas se encontraban atadas al dólar, es decir que se sobrevalorizaban, mientras que sus productos debían venderse en mercados como el japonés o el chino, cuyas monedas se devaluaban para mejorar su capacidad de competencia internacional. Las monedas del Sudeste asiático se ataron al dólar cuando éste se encontraba depreciado, pero lo tuvieron que seguir cuando comenzó a subir, como consecuencia del gran ingreso de capitales a Estados Unidos. Los ciclos económicos entre los diferentes países estaban desajustados. La pretensión de que la globalización había anulado la ley del desarrollo desigual quedó desvirtuada. El Sudeste asiático fue forzado a devaluar, pero esto arrastró a sus bancos (Tailandia), a sus industrias (Corea del Sur, Malasia e Indonesia) y a su régimen financiero (Hong Kong), fuertemente endeudados por préstamos en dólares, sea con el exterior, sea por créditos concedidos dentro de esos países con destino a la especulación inmobiliaria o bursátil. Los capitales europeos y norteamericanos invertidos en estos países experimentaron pérdidas que se trasladaron a las cotizaciones de sus acciones en Nueva York, Londres, París y Frankfurt. La perspectiva de una recesión afectó las previsiones de exportación de grandes conglomerados industriales de alta tecnología, derribando también el valor de sus capitales. La extensión de los préstamos especulativos a niveles que exceden en un 50 por ciento el total del producto bruto de los países involucrados, deja ver que asistimos a una crisis de sistema, que debería arrastrar a la caída a gran parte de los bancos y de la industria.
Ha sido significativo el fracaso del FMI y de la banca internacional para montar operaciones de rescate, en gran parte porque esa banca estaba a la espera del derrumbe para quedarse con los capitales de sus rivales y entrar con fuerza en esos países. Para Japón, la crisis del Sudeste asiático resultó un golpe muy duro, porque, imprevista, se adicionaba a la larga lista de créditos incobrables que tiene en su propio país.
De cualquier manera, se esperaba que la crisis se detuviera en Hong Kong, lo que de ocurrir hubiera aislado el derrumbe y afectado limitadamente a la economía mundial. Pero para eso era necesario contar a favor con dos datos que en realidad actuaban en contra. El primero era la colaboración de China, que con 200.000 millones de dólares de reservas, debía representar la salvación comunista del capitalismo. El problema aquí es que, para eso, China debía aceptar, no ya el mantenimiento de la sobrevaluación del dólar de Hong Kong, sino de su propia moneda, que también se encuentra sobrevaluada luego de las recientes devaluaciones gigantescas de sus competidores asiáticos. Después de la devaluación de la moneda de Taiwán, hace dos semanas, esto ya no era posible; más tarde o temprano, China devaluaría, lo que ya hacía provisorio el rescate del dólar de Hong Kong; los fondos de pensiones e inversiones de Estados Unidos y Gran Bretaña comenzaron a retirar su plata de la isla. Otra cosa importante es que, aunque China no desea la desestabilización financiera de Hong Kong, el mantenimiento del valor de la moneda de ésta exigía imponer elevadas tasas de interés que llevaban a la quiebra a los especuladores internos de Hong Kong. Inglaterra, la vieja potencia colonial con grandes inversores aún en la isla, prefería una devaluación a semejante bancarrota. Es decir que China e Inglaterra tiraban para lados opuestos. En estas condiciones, una acción internacional común para defender el valor del dólar de Hong Kong era imposible. La crisis que acaba de comenzar deberá llevar a la lona al principal banco de Hong Kong, con sede en Londres, dueño del Midland Bank, el HSBC, que acaba de comprar el Banco Roberts y varios bancos brasileños.
La otra punta de la crisis es que la bolsa de Nueva York se encuentra sobreinvertida, o sea recontrasobrevaluada. Una onda de devaluaciones internacionales la debe afectar a muerte, porque ataca las exportaciones de sus empresas y aun su mercado interno. La devaluación potencial china es incompatible con la estabilidad de la sobrevalorizada bolsa de Wall Street.
La crisis se trasladó enseguida a Brasil, México y la Argentina todos ellos con monedas sobrevaluadas. La Bolsa brasileña inició un ciclo de baja en julio, del cual aún no se había repuesto cuando la agarró la estampida actual. Lo que transforma a la crisis actual en varias veces más grave que la de 1987 y 1989, es que afecta totalmente las paridades cambiarias. Si se desata una onda de devaluaciones, será inevitable que se dejen de cumplir los contratos y que comience una onda de proteccionismo e intervencionismo estatal. Como decía Hegel, las cosas son lo que son y todo lo contrario.
Para los pueblos del mundo, afectados por una desocupación masiva, el problema es quién va a pagar esta crisis. Es precisamente esto lo que pone a la orden del día el programa de la confiscación de los grandes monopolios, el control obrero, el reparto de las horas de trabajo, el cese del pago de la deuda externa.
Notas:
1. Prensa Obrera, nº 453, 27 de junio de 1995.
2. Prensa Obrera, nº 538, 9 de mayo de 1997.