Los acontecimientos de las últimas semanas, con la generalización de la crisis financiera internacional, el derrumbe económico de una serie de países y la intervención de las masas que provocó la caída del dictador Suharto en Indonesia, marcan el ingreso en una nueva etapa de la crisis mundial. La propagación de la crisis económica, su tendencia a transformarse en crisis políticas y hasta en crisis revolucionarias (Corea, Indonesia) evidencian la reversión del ciclo abierto en 1989/1991, cuando los ideólogos del capitalismo osaron proclamar su victoria por un período histórico de duración indefinida.
La crisis en Asia
Desde su inicio, la crisis asiática no ha dejado de agravarse, abarcando cada vez más países y de una mayor importancia en la economía mundial. Cada vez que se la dio por cerrada, resurgió con mayor fuerza y un poder destructivo superior. Cuando se afirmó que la crisis había sido conjurada en Tailandia, estalló en Corea. Luego se trasladó a Indonesia y Malasia. Cuando se anunció que había sido superada en Corea con el acuerdo para la refinanciación de su deuda externa comenzó a trasladarse significativamente a Japón y a China, dos países claves en la economía mundial.
Japón y China son los países que sufren las mayores presiones deflacionarias como consecuencia de su elevada capacidad productiva y de la baja demanda. La caída de los precios reduce los beneficios y provoca la desvalorización de los capitales invertidos en esos países.
Japón es la segunda potencia imperialista mundial. Su sistema bancario está en quiebra y acumula montañas de millones de préstamos incobrables. La economía japonesa se contrae a pesar de los repetidos, y cada vez mayores, paquetes de reactivación. Como consecuencia, Japón acumuló una enorme deuda pública (la deuda pública consolidada japonesa duplica su PBI) sin lograr sacar a la economía del estancamiento. Cuando las posibilidades de una reactivación de la economía japonesa están agotadas, la crisis de Indonesia fue un golpe demoledor para Japón: sus bancos son los principales acreedores de la deuda externa de Indonesia, que se considera incobrable en un 70%.
La importancia del papel de China en la economía mundial, y en el desenvolvimiento de la crisis, lo pone en evidencia el hecho de que la única oportunidad en que la Bolsa de Wall Street cayó severamente en los últimos meses fue en ocasión de la caída de la Bolsa de Hong Kong, que constituye la bisagra entre China y el mercado mundial. También en China, el sistema bancario está en quiebra. Su comercio exterior enfrenta la caída de los restantes países asiáticos, en los que colocaba su producción. Hong Kong está sometida a una fuerte presión devaluatoria. Hong Kong no se sostiene por sí misma: ha conseguido, hasta ahora, evitar la devaluación de su moneda por el sostén que le ha dado China, lo que constituye una confiscación de las masas chinas para sostener a la especulación mundial. Una devaluación en Hong Kong o, lo que es lo mismo, la incapacidad de China para continuar sosteniéndola plantea un golpe demoledor para la economía mundial por el papel que juega China en ella. Provocaría un violento agravamiento de la sobreproducción mundial y, en consecuencia, una agudización sin precedentes de la concurrencia en los mercados mundiales y una perspectiva de quiebras generalizadas a nivel mundial.
Crisis mundial
Otra evidencia del derrumbe ideológico de la burguesía es la caracterización de que lo que ha entrado en crisis es el llamado modelo asiático. Es decir, la pretensión de dar una explicación parcial, particular, regional, circunscripta después de 15 años de bombardearnos con la tesis de que la globalización había barrido a las economías nacionales para crear una única e indivisible economía global.
Lo que se denomina como peculiaridades asiáticas la extrema fusión entre el capital bancario e industrial; el entrelazamiento profundo entre el capital privado y el Estado es la tendencia más general que está recorriendo el capitalismo mundial a través de las fusiones, adquisiciones y reestructuraciones. Precisamente por esto, la crisis asiática sólo puede ser caracterizada como una expresión concentrada de la crisis del sistema capitalista mundial.
La contradicción entre el desarrollo internacional que han alcanzado las fuerzas productivas y el carácter nacional de los capitales, las monedas y los Estados está en la base de la crisis actual, que revela así su carácter mundial, no de modelos o políticas sino del régimen social capitalista. Es insuperable bajo el capitalismo porque todo intento de crear una moneda mundial significa darle un carácter internacional a una determinada moneda nacional, es decir, equivale a llevar esta contradicción a su punto máximo.
La crisis pone de manifiesto la relación fundamental entre el imperialismo mundial, especialmente el norteamericano, y las burguesías asiáticas.
En el trascurso de la crisis, el FMI y el Tesoro norteamericano no salieron al rescate de ninguno de los grupos capitalistas o países en quiebra. Al contrario, impulsaron la crisis a fondo, la hicieron más aguda y violenta para apoderarse de los despojos de sus competidores quebrados. En este sentido, puede decirse que el FMI fue el factor más revolucionario en la crisis asiática como lo prueba el hecho de que forzó al gobierno indonesio a decretar el aumento de combustibles que desató la rebelión popular que terminó derrocándolo.
Quien se suponía que debería actuar como prestamista de última instancia, se presentó, en la realidad de la crisis, como un acreedor. El imperialismo norteamericano está actuando en Asia de una manera similar a la que el imperialismo alemán actuó en relación a la RDA: agrava, incluso artificialmente, la crisis para despedazar a sus competidores, para copar sus mercados, para monopolizar sus fuentes de materias primas y apoderarse de sus activos. Está obligado a hacerlo incluso a riesgo de desatar como en Indonesia revoluciones o reacciones nacionalistas porque la crisis capitalista le indica que en el mercado mundial no hay lugar para competidores.
Estados Unidos, en el corazón de la crisis
La crisis económica norteamericana está disimulada por la crisis mundial. Con el derrumbe de los mercados asiáticos, de Rusia, de Europa del Este, de América Latina, los capitales se refugian en los Estados Unidos. Así, los Estados Unidos aparecen como el mayor factor de estabilización del capital mundial, pero son también, y al mismo tiempo, el mayor factor de desestabilización económica mundial: la Bolsa de Wall Street sube porque las demás bajan; los capitales norteamericanos se valorizan porque los demás se desvalorizan.
Como consecuencia de la fenomenal valorización de la Bolsa de Wall Street, Estados Unidos es el país que sufre el mayor exceso de capital en todo el mundo. Lo revela el hecho de que las cotizaciones de la Bolsa no guardan ninguna relación con los rendimientos que obtienen las empresas norteamericanas: medido en los términos del valor de sus acciones, esos beneficios son irrisorios, lo que significa que el capital norteamericano es el más sobrevaluado de todo el planeta.
La Reserva Federal está obligada a alimentar la especulación mediante una política emisionista. Actúa como un conductor que ha sobrepasado todos los límites de velocidad, pero está obligado a apretar el acelerador por dos razones. La primera, si se cae la especulación bursátil, las quiebras del Asia se extenderán a todo el mundo, y en particular, a los Estados Unidos. La segunda razón es que Estados Unidos cuenta con superávit fiscal gracias a los impuestos que gravan los beneficios derivados del arbitraje de acciones; una caída bursátil llevaría, inmediatamente, a una crisis fiscal de envergadura.
El ingreso de capitales refugiados está revalorizando el dólar frente a las demás monedas, lo que lleva a los Estados Unidos a sufrir el mismo proceso que hasta hace poco él mismo provocó en los países del Asia: el déficit comercial sube, sube y sube, lo que desata las protestas de los capitalistas ligados al mercado interno y a las exportaciones. Esto explica el hecho aparentemente inexplicable de que los republicanos, y parte de los demócratas, critiquen al FMI, al Nafta y le nieguen a Clinton los poderes especiales necesarios para negociar un acuerdo de libre comercio con los países latinoamericanos.
Como consecuencia de la crisis, el potencial de quiebra del gran capital financiero norteamericano no tiene parangón.
El monto de los llamados contratos derivativos que sirven para asegurar a los capitalistas contra las fluctuaciones de las monedas o las tasas de interés y que durante 25 años crearon la ilusión de un sistema monetario perfecto que tienen anudados los bancos norteamericanos supera el total del comercio y la inversión mundiales. Una parte de estos contratos firmados por los bancos nortamericanos aseguró a los capitalistas asiáticos contra la devaluación de sus monedas, el ascenso de sus tasas de interés o la caída de sus bolsas; en consecuencia, los 25 mayores bancos norteamericanos han acumulado un riesgo crediticio potencialmente incobrable muy superior a sus propios capitales. En otras palabras, se encuentran virtualmente en quiebra.
El Estado norteamericano no cuenta con los medios financieros para emprender semejante salvataje. Una crisis de tal envergadura que plantearía la quiebra de colosos como la banca Morgan o el Citibank no se resuelve por medios económicos sino políticos, recurriendo al expediente del fascismo para hacerles pagar a las masas y a las burguesías rivales el costo de ese salvataje.
Indonesia
La caída de Suharto y la creación de una situación revolucionaria en Indonesia plantean una crisis general de la política imperialista. Esto no sólo por el peso económico y demográfico de ese país (más de 200 millones de habitantes) sino también por su histórico papel de gendarme en la región, tanto con relación al sudeste asiático como en relación con China y Japón. El imperialismo y la CIA estuvieron detrás del golpe de Estado que en 1965 entronizó a Suharto, con la masacre de 500.000 personas.
En mayo de 1998 las protestas alcanzaron un punto revolucionario, cuando decenas de miles de jóvenes obreros y desocupados se rebelaron en Jakarta y otras ciudades. La policía se esfumó y las tropas confraternizaron con los manifestantes. Con la situación fuera de control, los militares y los imperialistas le dijeron a Suharto que había llegado la hora de irse.
El inicio de la revolución indonesia tiene lugar en un cuadro caracterizado por una crisis económica y social descomunal: las industrias están quebradas, el sistema bancario y la moneda han desaparecido, lo mismo que los abastecimientos; la miseria de las masas es pavorosa; el continente está sacudido por la crisis; la lucha interimperialista por apoderarse de los despojos de la economía asiática es mortal. Se trata, por lo tanto, de una situación enormemente volátil.
El proceso político que empieza a desenvolverse presenta rasgos comunes con otros países: comienza a desenvolverse una dirección política mejor dicho, todavía un proyecto de dirección política de carácter pequeñoburgués y centroizquierdista, proveniente de los restos del viejo nacionalismo indonesio. Se trata de una dirección que no existía previamente, débil y dispersa, que se está desarrollando al calor de los acontecimientos.
La burguesía no confía en ella (por eso ha preferido poner en el gobierno al vicepresidente de Suharto, respaldado por el Ejército). Tampoco la propia centroizquierda indonesia parece confiar en sí misma, como se desprende de sus planteos enormemente timoratos y del apoyo que dan al presente gobierno.
¿Qué solidez tiene este retoño de dirección centroizquierdista? Rápidamente los acontecimientos la pondrán a prueba. ¿Qué se hará con la industria en quiebra? ¿Se la nacionalizará? ¿Qué precio pretenden cobrar los yanquis para salvar la situación? ¿La burguesía indonesia está dispuesta a pagar ese precio? ¿Cómo reaccionarán los competidores imperialistas de los Estados Unidos frente al copamiento norteamericano de Indonesia? La enorme volatilidad de la situación política pondrá en jaque al centroizquierda, pero no sólo a él: el ejército, por el papel que está jugando, será obligadamente golpeado por el desarrollo de la crisis política.
Corea puede ser un anticipo de los desarrollos de la situación indonesia. En diciembre de 1997, ganó las elecciones una dirección centroizquierdista que formó un gabinete que incluye desde representantes directos del imperialismo hasta burócratas sindicales.
Este gobierno centroizquierdista, que está llevando adelante la política dictada por el imperialismo norteamericano, le impuso a los sindicatos el paquete que el anterior gobierno derechista no había podido imponer: despidos, ataques a las condiciones laborales. Pero el agravamiento de la crisis como consecuencia del hundimiento del acuerdo de refinanciación de la deuda externa hizo fracasar el acuerdo que habían establecido el gobierno centroizquierdista y los burócratas centroizquierdistas. El gobierno se vio obligado a ir más allá del acuerdo en el ataque a las condiciones de vida de los trabajadores y los sindicatos se vieron obligados a salir a la huelga general. Es decir que, en el momento en que el centroizquierdismo comienza a desarrollarse en Indonesia como consecuencia de la crisis, en Corea comienza a romperse la maniobra centroizquierdista… como consecuencia del agravamiento de la crisis.
La evolución de la crisis mundial, por lo tanto, jugará un papel decisivo en el desarrollo de la crisis indonesia y en las posibilidades del centroizquierda. Si Japón se hunde todavía más, si China devalúa, o si la lucha interimperialista por los despojos de Indonesia acelera el ritmo de la crisis y de la guerra comercial, se plantearía un rápido fracaso de la experiencia centroizquierdista. Si ello no ocurre, si la crisis mundial se desarrolla a un ritmo más lento, crecen las posibilidades de un ensayo parcial y temporario del centroizquierda en Indonesia ya sea como apoyatura civil de un gobierno militar o, más difícil, incluso como gobierno.
Rusia, en la crisis mundial
El monumental déficit fiscal del Estado ruso que fue la excusa para la especulación salvaje contra el rublo y la fantástica fuga de capitales que se ha desatado en las últimas semanas concentra la impasse en que se encuentra el proceso restauracionista en Rusia.
Los burócratas rusos se apoderaron de las fábricas y los yacimientos y acumularon fabulosos beneficios que sistemáticamente fugaron al exterior, pero han sido incapaces de crear una economía monetaria: en Rusia, las operaciones económicas tienen lugar por trueque, lo que es una aguda expresión de su descomposición económica. Pero el Estado que no puede financiarse mediante el trueque está obligado a recurrir a un endeudamiento exponencialmente creciente para hacer frente a sus obligaciones.
El volumen que ha alcanzado la deuda pública pone en evidencia que las posibilidades de sostener la circulación económica mediante el trueque se han agotado. La crisis mundial al provocar la caída internacional del precio del petróleo ha hecho todavía más patente este agotamiento.
¿Cómo se plantea el imperialismo resolver la impasse de la restauración y poner en pie una economía mercantil y monetaria? Con los mismos métodos que en Indonesia y Corea: agudizando la crisis a fondo y profundizando la dislocación provocada por el proceso de la restauración para apoderarse de los despojos de la industria rusa. Esta es la política que exigen el Banco Mundial y el FMI y que aplica el gobierno del recientemente asumido Kireyenko: despidos en masa de empleados públicos, reforma laboral, eliminación de los subsidios a las empresas y a los alquileres, ley de quiebras, reforma impositiva para exigir el pago de impuestos a las empresas privadas, reforma fiscal para descargar el peso de la deuda sobre las repúblicas y regiones de Rusia, respeto de los derechos de los accionistas extranjeros (de manera tal que la deuda pública rusa pueda ser pagada con acciones de las empresas).
La perspectiva que plantea este programa es de una descomposición social sin precedentes y de un agravamiento, también sin precedentes, de la lucha de clases. Vale como antecedente de este pronóstico la actual oleada de huelgas que es la consecuencia directa del programa de austeridad que aplicó el año pasado el gobierno de Yeltsin sobre la base de no pagar los salarios y las pensiones durante meses.
Al ritmo de la crisis y del empantanamiento de la restauración, la clase obrera rusa deberá procesar y agotar una experiencia política con los restauracionistas. Las huelgas mineras que reclamaron la renuncia de Yeltsin protagonizadas por los mineros, que con su huelga de 1989 jugaron un papel fundamental en el ascenso de Yeltsin al poder parecen indicar que la clase obrera está recorriendo este camino. No es la única expresión: el manifiesto de los trabajadores de la fábrica ZIL de Samara en huelga por tiempo indeterminado contra su cierre plantea la necesidad de luchar "contra los comunistas y los demócratas" (es decir, contra los burócratas viejos y los reconvertidos, todos ellos restauracionistas) y por la expropiación de las fábricas, por el derrocamiento de Yeltsin y por el traspaso del gobierno a un congreso de los comités de huelga.
La latinoamericanización de Europa
La unidad europea, anunciada como su ingreso en la modernización global y como su consolidación frente al capitalismo yanqui y japonés, fue postergada diversas veces en virtud de la propia crisis, y parece más la entrada en una pesadilla que en un sueño. Con 20 millones de desocupados, más de 50 millones de personas atravesaron la línea de pobreza en los últimos años.
Pero si la modernidad europea se parece cada vez más al Tercer Mundo, la lucha de clases también tiende a alcanzar niveles latinoamericanos. Camioneros o funcionarios públicos en Francia, desocupados en toda Europa (que llegan a ocupar los edificios públicos) recorren el camino que ha llegado hasta Dinamarca, con su primera huelga general en décadas.
El Euro, los Tratados de Maastricht y de Amstedam son cuestión de sobrevivencia para la burguesía europea frente a la competencia de los imperialismos rivales. Pero implican tales ajustes (eliminación de déficits fiscales, cortes en los gastos sociales, quiebras) que significarán ataques salvajes contra las masas, en condiciones de manifiesta disposición de lucha de éstas.
Indonesia, Corea, Rusia, son los puestos de avanzada de una crisis de naturaleza mundial en la que, con independencia de sus niveles desiguales, se verifica la tendencia de las masas a dar un basta definitivo a la ofensiva del capital, a través de la acción directa y de la movilización de clase.
El carácter histórico de la crisis
El derrumbe asiático de 1997 que continúa haciendo tambalear no sólo esta área sino el mundo entero no puede reducirse a una turbulencia regional o a una crisis episódica coyuntural. Y eso no sólo porque afecta y sigue afectando a una parte del mundo donde vive la mitad de la humanidad. No sólo porque está centrado en una región que funcionó como un motor del crecimiento del capitalismo mundial durante la última década y que incluye, entre otros, a China, Corea del Sur y Japón, la segunda potencia económica mundial. Sobre todo, porque constituye una explosión de la totalidad de las contradicciones del capitalismo mundial.
Los resultados no pueden ser separados de los procesos históricos que condujeron a ello, el crecimiento y caída de los tigres asiáticos fue conectado con la relación entre EE.UU. y Japón (y entre el dólar estadounidense y el yen japonés), después del acuerdo Plaza, creador de un equilibrio temporario que finalmente se derrumbó con el desarrollo de la crisis. Sobre todo, el surgimiento y la caída de los tigres fue conectada con la explosiva expansión financiera y los procesos de desregulación, liberalización, etc. de los mercados financieros, también conocidos bajo el nombre de la globalización post 1979 del capital financiero.
Lo último fue producto de la sobreproducción sin precedentes de capital en el cual la expansión de posguerra de veinticinco años basada en los acuerdos de Bretton Woods terminó en los años setenta. La crisis de sobreproducción, como dijo Marx, es el punto donde el capital encuentra su límite en sí mismo. Por intermedio de la economía de la deuda que fue construida después del derrumbe de Bretton Woods, la crisis de la deuda, la crisis fiscal de los estados capitalistas, etc., condujeron a la desregulación y globalización de los mercados financieros como única salida.
Pero el límite alcanzado en los años setenta, la crisis de sobreproducción, no fue superado. El límite fue transferido y escondido en los cielos de la especulación financiera, y la crisis de sobreproducción de capital productivo fue compuesta con una gigantesca sobreacumulación de capital ficticio. Tanto el capital productivo como el ficticio reclaman la plusvalía extraída por la explotación de obreros de producción en la economía real. La sobreproducción de instrumentos financieros, mientras ofrecía una salida provisoria al capital en condiciones de estancamiento en inversiones productivas, en el mediano plazo intensifica la tendencia que tiene la tasa de ganancia a caer.
La fragilidad de la estructura financiera hipertrofiada en una escala mundial fue demostrada en la serie de shocks desde el derrumbe mundial de 1987 pasando por el derrumbe del peso mejicano en 1994 hasta el derrumbe asiático de 1997.
Lo último efectivamente destruyó el llamado milagro asiático que fue el logro más alto de la globalización del capital financiero. En realidad, tanto el crecimiento como la caída de los tigres fueron el resultado de la interacción entre la expansión mundial de capital financiero y los problemas no resueltos del desarrollo histórico de la región. El mito de que un país puede ser transformado, en la época del imperialismo, de un país dependiente subdesarrollado capitalista en uno metropolitano explotó. Con él también explotó el mito de la globalización como el capítulo final de la historia.
La globalización de capital financiero durante las últimas dos décadas y los ataques neoliberales sobre las masas se mostraron totalmente incapaces de resolver la crisis continua de sobreproducción de capital. No sólo fueron incapaces de estimular inversiones productivas, como los monetaristas plantearon en un principio, sino profundizaron el estancamiento, produjeron millones y millones de desocupados permanentes y desarrollaron las formas más extremas de parasitismo.
La distancia inalcanzable entre los mercados financieros globalizados y la economía real puede crear ilusiones enormes, incluyendo la ilusión de que las finanzas se hayan emancipado de la economía real, la esfera de producción y las leyes de movimiento de capital. Pero finalmente estas leyes toman su venganza.
Cada crisis capitalista es siempre la manifestación no de ésta u otra contradicción sino la explosión de la totalidad de las contradicciones capitalistas, tanto en la acumulación como en el proceso de realización.
Esta explosión tuvo lugar una vez más. La crisis mundial en la cual terminó la prolongada prosperidad de posguera en los años setenta no fue superada por la globalización del capital financiero de los años ochenta y noventa. Por el contrario, la globalización hizo expandir en una escala global estas contradicciones y condujo a una nueva irrupción de la crisis mundial en una forma mucho más devastadora e incontrolable.
La vigencia de la Revolución de Octubre
Después del derrumbe asiático, la crisis mundial ha tenido un efecto devastador en Rusia, asestando un golpe fatal a la estabilización del rublo, exacerbando la caótica situación social y la inestabilidad política. Siete años después de la implosión de la Unión Soviética, el proceso de restauración capitalista está en desbande; las cuentas, los impuestos y los salarios no son pagados. Los activos del país son robados y llevados a los bancos suizos y de otros países occidentales.
Una esfera especulativa hipertrofiada fue construida de manera totalmente artificial sobre una base productiva en constante desintegración, donde el trabajo excedente no llega a extraerse en la forma de plusvalía. La fuerza del trabajo aún no se transforma en mercancía, es decir, no existe aún un mercado de trabajo. Una transformación como ésta requeriría el funcionamiento del ejército de reserva más grande de desocupados de la historia, con decenas y centenares de millones de personas privados de empleo. El temor de explosiones sociales incontrolables causadas por la desocupación masiva es la principal razón de la crisis de pagos. La elite dominante burocrática prefiere conservar obreros sin sueldo durante meses, proveyendo sólo algunos servicios, a la alternativa de despedir a masas enteras de ellos.
Los mismos imperialistas reconocen que su sueño de reconquistar y colonizar todas las vastas áreas donde ha habido expropiación de capital aún no se realizó y está siendo transformado en una pesadilla. La expansión de la OTAN al este hasta las fronteras con Rusia y su reorganización administrativa forman parte de los preparativos imperialistas para la incontrolable situación que se avecina.
El ciclo abierto por la Revolución de Octubre de 1917 aún no está cerrado. Su vitalidad está determinada por el carácter de nuestra época de decadencia imperialista del capitalismo, de guerras y revoluciones.
El derrumbe irrevocable del stalinismo y de su reaccionario y utópico "socialismo en un solo país" abrió un período de choques violentos entre la revolución y la contrarrevolución en escala mundial. En este contexto se decidirá el destino final de la Revolución de Octubre y su extensión internacional.
El imperialismo frente a la crisis
El imperialismo se encuentra empeñado, en todo el mundo, en sujetar la acción directa independiente de las masas por la vía democrática, intentando soluciones dentro del orden jurídico existente a las crisis políticas provocadas por la crisis mundial capitalista. El propósito de los propagandistas burgueses de la democracia no es defender ideal alguno sino paralizar a la clase obrera e inmovilizar la resistencia popular frente a la ofensiva rabiosa del capitalismo. Para el imperialismo, el régimen democrático se torna el recurso político más apto y viable en función de encadenar políticamente a las masas. Con éste se pretende unificar en todos los países a todas las clases sociales y a todos los partidos políticos, desde la burguesía al proletariado y desde la derecha a la izquierda, tornándose el recurso político menos costoso para salvar la dominación política burguesa.
La caída del Muro de Berlín no abrió una nueva era histórica de la democracia sino un período de agudización del enfrentamiento entre revolución y contrarrevolución. Porque ésta es la característica de la etapa, aparece el viejo recurso político del Frente Popular en los más diversos países. Ya éstos mantengan su antiguo nombre o sean bautizados como alianzas de centroizquierda, su contenido político es el mismo: utilizar la organización de los trabajadores como sustento de la estabilidad de la dominación política de la burguesía, de la política antiobrera y de la explotación imperialista de las naciones atrasadas.
A diferencia del pasado, estas expresiones del Frente Popular no se presentan como instrumentos limitados de presión de la burocracia soviética sobre el imperialismo y no pueden cometer sus traiciones en nombre de la Revolución de Octubre o de la defensa del campo socialista sino como instrumentos abiertos del imperialismo. Por las condiciones excepcionales y profundas de crisis capitalista, una vez en el gobierno van cuan lejos exija el capital en el ataque a las conquistas sociales apoyándose en los compromisos que logran establecer con las direcciones obreras y eventualmente con las direcciones nacionalistas.
Son, como en el pasado, recursos políticos del imperialismo contra la revolución proletaria.
La tendencia mundial hacia los gobiernos de Frente Popular o, eventualmente, los llamados gobiernos de centroizquierda es una expresión indirecta de las implicancias revolucionarias de la presente crisis mundial. Por esta razón, su constitución es independiente de la existencia inmediata de una situación revolucionaria. Es un proceso que expresa la tendencia internacional a las crisis revolucionarias.
La democracia ingresa como sustituto del socialismo desaparecido para dar un eje ideológico y político a estos Frentes Populares lo que refleja la validez y actualidad de la reflexión de Engels: "en el día de la crisis, al día siguiente, la democracia pura va a ser el grito de guerra de toda la contrarrevolución".
La defensa de la democracia es el punto de unidad entre estos Frentes Populares y el imperialismo, que elaboró su política en estos términos para salir del retroceso que le impuso su derrota en Vietnam, enfrentar la crisis de los golpes militares que impulsó en todo el planeta y, no menos importante, horadar las bases de los Estados Obreros burocratizados. Desde la victoria electoral contra el sandinismo en Nicaragua, hasta la absorción de la Alemania del Este por la del Oeste, la defensa de la democracia ha rendido enormes frutos al imperialismo. Es sobre esta base política que la izquierda democratizante surgida en la década del 70, incluidos sectores oriundos del trotskismo, colabora con, o apoya a, los gobiernos de centroizquierda.
Los gobiernos de Jospin, Blair o Prodi cumplen plenamente la función contrarrevolucionaria de descargar la crisis capitalista sobre las masas obreras en Europa, como las coaliciones políticas que gobiernan Europa Oriental y varios países de la ex URSS. La misma naturaleza y la misma función corresponden a la Autoridad Nacional Palestina o al gobierno de Nelson Mandela en Africa del Sur. El centroizquierda en la oposición Frente Amplio uruguayo, Alianza argentina, Frente Lula-Brizola en Brasil, Frente Democrático en Paraguay cumple ese mismo papel al boicotear las movilizaciones populares y avalar las políticas antiobreras. No es de extrañar que estos frentes se sitúen a contramano de las grandes luchas de las masas, como la huelga general paraguaya o las ocupaciones de tierra en Brasil.
La tarea de los trabajadores es enfrentar estos gobiernos y desenmascarar el régimen democrático. Los gobiernos de izquierda de Prodi, Jospin, Blair deben ser caracterizados sistemáticamente como lo que son, gobiernos imperialistas. Es el único modo de actuar en términos revolucionarios en un país opresor.
Por su debilidad congénita, derivada de la descomposición mundial del stalinismo y la socialdemocracia, los Frentes Populares de centroizquierda están condenados al fracaso y a un rápido derrumbe en la consideración política de las masas.
En último término, la cuestión crucial es si serán derrotados por la revolución socialista, o serán, como en el pasado, la antesala del fascismo.
Las masas frente a la crisis
La crisis capitalista está dando lugar a manifestaciones revolucionarias. La tendencia a la organización de clase independiente está presente en los principales procesos.
En Indonesia, con extraordinaria rapidez, los activistas sindicales se han lanzado a la construcción de un Partido de los Trabajadores. En un hecho inédito, los trabajadores coreanos destituyeron a la dirección sindical por haber apoyado la ley de despidos del gobierno, e impusieron una nueva, al tiempo que resolvían la huelga general.
Rusia enfrenta la mayor crisis desde la caída de Gorbachov. El proceso huelguístico, el más importante desde 1991, empalma con una violenta crisis financiera y con una crisis política. La clase obrera rusa deberá procesar y agotar una experiencia política con los restauracionistas. Las huelgas mineras indican que está recorriendo ese camino.
Rusia, Indonesia, Corea y todo el mundo marchan bajo el impacto de la crisis mundial. La experiencia con gobiernos centroizquierdistas irá procesando los elementos para la construcción del partido revolucionario. A través de la lucha, los trabajadores irán destruyendo los obstáculos políticos hacia su propio poder.
Como en Indonesia, las revoluciones tienen que estallar porque no hay quien las contenga y el gran capital tiene que darse una política sobre los acontecimientos para encuadrarlos. El problema para los revolucionarios es procurar que las direcciones, los activistas, la vanguardia, comprendan la naturaleza de la etapa, la velocidad de la crisis y la imposibilidad de un acuerdo con la burguesía que no signifique el hundimiento de las masas. El problema para los revolucionarios es explicar la función de los gobiernos centroizquierdistas y de Frente Popular y por qué se plantea de nuevo el problema del partido como salida política para los trabajadores.
El papel de la izquierda y del centroizquierda
El derrumbe del stalinismo no condujo a un renacimiento de la socialdemocracia. Por lo contrario, el fracaso de la socialdemocracia, tanto como gobierno o como oposición, de producir siquiera un proyecto reformista como alternativa a la política neoliberal queda expuesto. La base material tradicional de la consolidación de la socialdemocracia expansión capitalista, recursos coloniales, el estado benefactor keynesiano está desintegrada. Bajo estas condiciones, no hay espacio económico para el consenso y para la conciliación de clases.
No fue Tony Blair en Gran Bretaña quien transformó al tradicional Partido Laborista sino el viejo reformismo que se transformó en un partido contrarreformista de tipo liberal.
La tendencia hacia gobiernos de centroizquierda aparece combinada con la bancarrota histórica del stalinismo y la socialdemocracia. El capitalismo en crisis necesita nuevas formas de control de las masas, con la activa participación de los tradicionales representantes de la izquierda. Cuando los gobiernos neo-liberales de derecha no tienen éxito, es la izquierda, en nuevas combinaciones de colaboración de clases, llamadas de centroizquierda, quien intenta ocupar su lugar.
La agudización de la crisis y de la lucha de clases, hace que el centroizquierda tenga que construir defensas por su flanco izquierdo. Fuerzas provenientes de la así llamada extrema izquierda se transforman en la cobertura radical indispensable del centroizquierda. Ambas cultivan la confusión acerca del colapso de los regímenes stalinistas en 1989/1991.
Uno de los aspectos ideológicos más importantes en ese sentido es la identificación del stalinismo con el marxismo, para rechazar el primero en nombre de la bancarrota del segundo. En nombre del colapso del socialismo real y de las doctrinas stalinistas de inevitabilidad histórica, los teóricos de la izquierda oficial y de la extrema izquierda rechazan la existencia de la necesidad y la causalidad en la historia y las propias leyes del movimiento del capital. Nivelando el determinismo mecánico con la comprensión dialéctica de la lógica de las contradicciones, separan y contraponen la posibilidad a la actualidad y la necesidad. De esta manera, la posibilidad se transforma en abstracta y formal y el socialismo se reduce a una expresión de deseos, una utopía abstracta.
La posibilidad abstracta se transforma en la base del agnosticismo histórico, del relativismo político y del posibilismo, siendo la forma ideal para disfrazar las prácticas rastreras del centroizquierda.
Por la refundación inmediata de la IV Internacional
La extensión y la profundidad de la crisis mundial del capitalismo prueban que se trata de un régimen social que se sobrevive a sí mismo, habiendo ya madurado hace mucho tiempo las premisas objetivas de su sustitución revolucionaria por el socialismo. Como afirma el programa de la IV Internacional, aquellas premisas, en realidad, ya han comenzado inclusive a pudrirse: el fracaso del proletariado en acabar con el capitalismo cuando éste hizo evidente su agotamiento histórico, determinó que haya sufrido y continúe sufriendo su podredumbre en una escala inaudita.
En la crisis del capitalismo se juega el destino de la humanidad, el cual depende, en última instancia, de la capacidad del proletariado en organizarse políticamente para poner fin a la esclavitud asalariada, destruyendo el estado burgués. Los esfuerzos de la clase obrera por poner en pie el partido revolucionario, sin embargo, se ven cuestionados constantemente por la competencia entre los propios trabajadores por la sobrevivencia cotidiana. La burocratización de las organizaciones obreras es una expresión de ese proceso, al basarse en los privilegios que conquista una capa de la clase obrera, transformándose en agente del capital en las filas del movimiento obrero.
La organización política de la vanguardia obrera, en escala internacional, es pues la condición de la continuidad de la lucha del proletariado contra el capital, y de su victoria final. Las bases políticas de esa organización han sido echadas desde hace 150 años, cuando el Manifiesto Comunista dio forma al programa consciente de la clase obrera, y se proyectan en nuestro siglo con el bolchevismo, tendencia dirigente de la Revolución de Octubre, cuya continuidad contra la degeneración stalinista fue garantizada por la IV Internacional y su Programa de Transición, fundada hace 60 años por León Trostky.
Al lanzar, en 1997, un llamado a la refundación de la IV Internacional, un conjunto de organizaciones y partidos trotskistas se hacían eco no sólo de esa continuidad histórica sino también de la urgencia de las tareas políticas planteadas para la vanguardia obrera a escala mundial. Sobre la base de los fundamentos sólidos del programa transitorio, fue realizado un análisis de la crisis mundial y planteadas las premisas políticas de esa tarea en el actual período: la lucha por la dictadura del proletariado, el carácter mundial de la revolución, la necesidad de la revolución social y política en los antiguos Estados Obreros burocratizados, la vigencia de la Internacional Obrera, la independencia de clase frente a las maniobras centroizquierdistas y frentepopulistas de la burguesía y la burocracia, la construcción del partido basado en el método y el programa de las reivindicaciones de transición.
Por una Conferencia Internacional
La crisis mundial avanza con extraordinaria rapidez, determinando el paso de la crisis financiera a la crisis económica y política, y de ésta a la propia revolución, en los puntos del planeta en que toma un carácter más álgido (Asia). En las organizaciones obreras y de izquierda tradicionales, inclusive en las corrientes que se reivindican del trotskismo, se producen nuevos desarrollos y divisiones, en los que se ponen en juego, de manera más o menos clara, más o menos conciente, las cuestiones centrales del programa y la organización revolucionaria, a nivel nacional e internacional.
El surgimiento de fracciones de izquierda en partidos comunistas, especialmente en Europa, es parte de ese proceso. En Europa del Este, la ex URSS y los Balcanes, la descomposición social, la guerra y la reacción obrera agudizan el debate en el seno de las organizaciones obreras y de izquierda. En Asia, la inminencia de la revolución plantea cuestiones ineludibles a todas las direcciones políticas. En los EE.UU., las huelgas recientes (UPS, gráficos) plantean un viraje de la lucha obrera, que repercute en los sindicatos y en el embrionario Partido Laborista. En América Latina, la ruptura con la burguesía tiende a tornarse una cuestión de sobrevivencia para las organizaciones obreras y de izquierda. En Brasil, una parte de la izquierda del PT declaró que no va a votar a Lula y otra parte no acepta votar por un candidato estadual impuesto por Brizola, abriendo una amplia crisis.
En corrientes trotskistas, como la LIT, se producen rupturas en torno de la vigencia de la IVª Internacional. Lutte Ouvrière ha tomado posición frente al liquidacionismo de la LCR, representante del "Secretariado Unificado de la IVª Internacional", caracterizando que "moral y políticamente, ya no están en una organización que se reivindique partidaria del comunismo" . Estas crisis amplían la base política del debate sobre la IVª Internacional.
Frente a toda la vanguardia mundial en lucha, está planteada la cuestión de cómo enfrenta la clase obrera internacional la crisis mundial. Nosotros llamamos a organizar una Conferencia Internacional Obrera y de la Izquierda Clasista, para discutir el programa y la organización política de los trabajadores frente a los desafíos que plantea esta crisis. Partimos de la necesidad del movimiento obrero de un programa que plantee la tendencia a las crisis revolucionarias y la necesidad de unir políticamente a la vanguardia para impulsar partidos obreros en todo el mundo, dar una orientación a las luchas y superar el centroizquierdismo y el frente popular, para construir una Internacional Obrera, para luchar por gobiernos de trabajadores. Llamamos a organizar una asamblea internacional de trabajadores para abrir un nuevo curso a los que la experiencia va llevando a plantearse la cuestión de la organización revolucionaria independiente. A 150 años del Manifiesto Comunista, está planteada con más fuerza que nunca su consigna histórica: "Proletarios del mundo, ¡uníos!".
(Texto aprobado el 30/5/98)
Resolución política aprobada en la reunión internacional realizada en Buenos Aires entre el 27 y el 30 de mayo de 1998.
Oposición Trotskista Internacional Partido Revolucionario de los Trabajadores (Grecia) Partido Obrero (Argentina) Asociación Marxista Revolucionaria Proposta (Italia) Partido de la Causa Operaria (Brasil) Oposición Trotskista del POR (Bolivia) Partido de los Trabajadores (Uruguay) Liga Trotskista (Estados Unidos) Colectivo En Defensa del Marxismo (España)