El 15 de febrero demostró más allá de cualquier duda que la historia actual está lejos del dominio absoluto de la "libre voluntad" imperial: millones de personas, en una movilización política sin precedentes a escala planetaria contra la guerra inminente que conduce EE.UU. contra Irak, mostraron que el pretendiente al trono de emperador está más bien desnudo y es vulnerable, pero aún así es peligrosamente mortal para el futuro de la humanidad.
Las mayores movilizaciones contra la guerra tuvieron lugar en los países capitalistas avanzados cuyos gobiernos se están preparando para la llamada guerra "preventiva" de agresión: EE.UU., Gran Bretaña, Italia, España y Australia. Nunca el abismo entre los gobernantes y los gobernados fue tan amplio. La orientación de los dirigentes del sistema político representativo de la burguesía está completamente en oposición a la expresa voluntad de los pueblos que aquéllos pretenden representar; ponen así en cuestión la legitimidad del propio sistema y las decisiones de vida y muerte que toma. Esta crisis de legitimidad se desarrolla como una crisis política de primer orden, en la que hay una polarización entre la determinación antibélica de los pueblos y las decisiones belicistas del Estado político, esto antes incluso que la guerra explote y los pueblos sean llamados a pagar su precio.
Después del 15 de febrero, nada puede ser igual. Los de arriba no pueden lanzar la guerra en las mismas condiciones que antes y los de abajo nunca aceptarán la barbarie imperialista como un hecho consumado. Los de arriba se están dividiendo entre sí, como lo demuestran la primera división abierta en la Otan; el agudo conflicto entre Estados Unidos y Francia-Alemania y el núcleo duro de la Unión Europea y; la división en el bloque parlamentar lo del laborismo británico; y las tensiones dentro de la misma clase gobernante norteamericana. Así además, los de arriba, a través de sus acciones, llevan a los de abajo a una actividad política independiente. Todos los elementos de una confrontación política abierta entre gobernantes y gobernados se han reunido rápidamente.
A pesar de todas las inevitables confusiones y de los liderazgos coyunturales, el movimiento antibélico actual tiene profundas diferencias con el que lo precedió durante la guerra de Vietnam, que emergió años después del inicio de las operaciones de guerra en Indochina, en el cuadro de la Guerra Fría, con las burocracias stalinistas aún bajo posiciones de comando y en condiciones en que expiraba, pero aún existía, el boom económico de la segunda post-guerra mundial. La guerra de Vietnam fue la última guerra en el cuadro del sistema de concesiones keynesianas de Bretton Woods, que aceleró su colapso final en 1971. Ahora la campaña hacia la guerra y el movimiento antibélico emergen de un prolongado retroceso económico, estancamiento, desmantelamiento del "Estado del Bienestar", destrucción de todas las concesiones, un dramático deterioro de las condiciones de vida. Por todas estas razones, la oposición a la guerra y a la agresión imperialista se combina ahora con las frustraciones sociales acumuladas y la bronca social, dándole al movimiento antibélico una profundidad social mucho más aguda, más allá de los límites del puro pacifismo. Los trabajadores en condiciones de crónico desempleo y de "flexibilidad laboral" y las clases medias sumidas en la inseguridad, sobreendeudadas, al borde de la ruina, ven claramente y con creciente ansiedad que la crisis económica y social que se profundiza, particularmente en Europa, será exacerbada con la explosión de una guerra mayor en Medio Oriente. Y se disponen a una lucha política preventiva contra la guerra "preventiva" de Bush y Blair. Desde esta posición ventajosa, la lucha de masas contra la guerra tiene el potencial de convertirse en una lucha no sólo contra los paladines de la guerra sino también contra la crisis, la que empuja a los gobernantes por el sendero de la guerra y a las masas a su derrocamiento.
Cecil Rhodes, en el alba de la época imperialista, insistió en que la expansión imperialista y la colonización en la periferia eran la solución para evitar la guerra civil en los centros metropolitanos. Ahora las nuevas expediciones militares del Occidente avanzado hacia los países ex-coloniales de la periferia provocan, incluso antes de que comience el conflicto militar real, la ira popular, movilizaciones de masas antibélicas y crisis políticas dentro de las propias metrópolis. La amenaza de un levantamiento político mayor lleva a los círculos dirigentes, que planifican agresiones preventivas en una campaña de "guerras de terror" indefinidas en el tiempo y el espacio, a poner en pie tanto un aparato preventivo de la guerra civil en casa, como condiciones de represión del disenso mediante un Estado policial. La "Ley Patriótica" en los Estados Unidos (Patriot Act) y las cortes especiales, la euro-policía y el euro-mandato para arrestos y extradiciones, los ejercicios de represión de movilizaciones de masas como en Gotemburgo y Génova en el 2001, la negación de derechos a los presos políticos, etc., son características de este "Nuevo Mundo Guerrero" contra el cual se han levantado los manifestantes el 15 de febrero de 2003.
Las fantasías acerca de un "mundo unipolar" con Estados Unidos como "única superpotencia" capaz de hacer lo que quiera en cualquier circunstancia y lugar, así como la ilusión de un "imperio post-imperialista descentralizado", han recibido un serio golpe. Por el contrario, tiene lugar un aparente "retorno de lo viejo": una agresión imperialista brutal, no provocada y cínicamente planeada contra un país ex-colonial, rico en la más preciada materia prima, el petróleo; rivalidades interimperialistas que se agudizan; resistencias antiimperialistas en la periferia; creciente oposición a la guerra de la clase obrera y los estratos populares en los centros beligerantes; gérmenes de un nuevo internacionalismo. Todos estos elementos, conocidos en anteriores fases de nuestra época, se preservan en la actual situación mundial y, al mismo tiempo, están negados y superados (Aufhebung). Para comprender su nuevo contenido contradictorio es necesario explorar, en sus inter-relaciones, la naturaleza de la próxima guerra, la naturaleza de la crisis mundial que está detrás y, por último aunque no menos importante, la propia naturaleza de la época.
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Indudablemente, en una guerra iniciada y conducida por la superpotencia capitalista más avanzada del mundo contra un país ex-colonial con las segundas reservas petroleras en tamaño en Medio Oriente, el "oro negro", el petróleo, es central. Sin embargo, puesta en un contexto histórico más amplio, la próxima guerra no puede ser reducida solamente a "sangre por petróleo". El petróleo es un elemento crucial integrado en una estrategia de conjunto. Estados Unidos se está movilizando para ocupar militarmente Irak y sus ricos campos petroleros, y con ello, ocupar una poderosa posición estratégica en toda la explosiva región de Medio Oriente, en las regiones vecinas inmediatas del Cáucaso, la ex Unión Soviética y Asia Occidental. Será capaz de reformular no sólo el mapa político de Irak sino también de todo Medio Oriente; de controlar la Opep y el precio del petróleo en el mercado mundial; de impedir cualquier desafío a su hegemonía por parte de la Unión Europea y Japón, dependientes del petróleo; y de ocupar posiciones estratégicas vitales para dirigir, de acuerdo a los intereses norteamericanos, el proceso de la restauración capitalista en Rusia y China.
Es obvio que los objetivos de la guerra no tienen nada que ver con el "terrorismo" o "las armas de destrucción masiva": el verdadero objetivo es la reformulación de la dominación norteamericana en el caótico mundo de la post-Guerra Fría, adaptando su forma a las urgentes necesidades de una crisis mundial incontrolable y a la declinación histórica inexorable de Estados Unidos y del propio capitalismo mundial.
La indefinida y mundial "guerra al terrorismo" lanzada por el gobierno de Bush, que siguió a los ataques terroristas del 9 de septiembre en Nueva York y Washington, primero mediante la total destrucción de Afghanistán, ahora con una agresión sobre Irak aún más bárbara, mañana sobre Irán, Corea del Norte o cualquier otro país-blanco señalado como parte de un imaginario "eje del mal", no es la manifestación de una indisputada fortaleza de un imperio en ascenso que se esfuerza por subyugar al planeta entero, sino la manifestación de los espasmos y convulsiones de una formación social a la que el amplio desarrollo histórico del capitalismo mundial elevó a la posición de centro de un sistema mundial que ahora se desgarra por sus propias contradicciones internas.
El ascenso del capitalismo norteamericano a la supremacía mundial llegó en la época de la declinación capitalista y está interconectado a las dos guerras mundiales, al crash y la depresión de los años 30, a la declinación de los poderosos capitalismos europeos, al desmantelamiento de sus imperios coloniales y, sobre todo, a la emergencia de la primera revolución socialista mundial, en Rusia, en 1917ÿ, al nacimiento de un nuevo orden social alternativo, que prueba definitivamente el carácter transicional de la época histórica. Desde el comienzo, el ascendente poder de Estados Unidos tuvo que enfrentar no sólo a sus rivales de la declinante "vieja Europa" sino también a las fuerzas rectoras de la época: la declinación del sistema en su conjunto y la perspectiva de la revolución mundial como una transición a un nuevo mundo sin clases, al comunismo.
Como subrayó Trotsky en un período temprano, en su folleto de los años 20 "Europa y América", la ley del desarrollo desigual y combinado obligó necesariamente al capitalismo norteamericano a basar su propio equilibrio interno en un equilibrio mundial, y por esta vía, a acumular, en sus propios fundamentos, todas las contradicciones mundiales.
Después de la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos financió fuertemente el restablecimiento de un equilibrio internacional, ayudando (provechosamente) al capitalismo británico y de Europa continental a impedir las revoluciones en Alemania y Europa, y a aislar a la Revolución de Octubre en Rusia. Todo este esfuerzo colapsó con el crash, la depresión y la caída en una nueva y más devastadora guerra mundial. De las ruinas de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos emergió como el poder dirigente indiscutido del capitalismo mundial, con sus gigantescos recursos y el dólar norteamericano, su moneda nacional, en la posición de moneda de reserva mundial, reconstruyendo Japón y Europa Occidental, sobre las bases de los acuerdos de Bretton Woods de 1944 y de la confrontación a través de la Guerra Fría con la Unión Soviética, en nombre de la "contención del comunismo".
El colapso del sistema de Bretton Woods, el fin de la convertibilidad del dólar con el oro en 1971, y la derrota del más poderoso imperialismo de la historia, el imperialismo norteamericano, en 1975, por las fuerzas combinadas de la revolución vietnamita y del movimiento contra la guerra en los propios Estados Unidos, anunciaron la transformación de los "treinta glorisos años" de la expansión capitalista de posguerra en una crisis de sobreproducción de capital sin precedentes, y, al mismo tiempo, pusieron fin a los años de oro de la supremacía norteamericana. Lo que le siguió, el reaganismo, la globalización financiera, incluso el colapso del enemigo histórico y la Unión Soviética y, no alcanzaron para revertir la marea de la declinación y para restaurar al capitalismo norteamericano en sus niveles previos de expansión.
El colapso de los dos pilares del equilibrio mundial de la posguerra, la caída de las torres gemelas de Bretton Woods y del orden geopolítico de Yalta del período de la Guerra Fría, privaron al capitalismo norteamericano de la necesaria base material sobre la cual éste reguló por un largo período sus contradicciones internas. El impulso a la guerra llega como la manifestación de la interacción de procesos generados por este colapso paralelo, y como la búsqueda de imponer un nuevo "orden" mundial como precondición para la re-regulación de contradicciones globalmente expandidas y exacerbadas.
El reaganismo, a pesar de todas sus bravuconadas anticomunistas y su locura "neoliberal", fracasó en revertir la declinación norteamericana; fue bajo Reagan que EE.UU. pasó de ser el mayor exportador de capital a ser el mayor importador, dependiendo del bombeo de capitales japoneses y europeos para hacer frente a sus déficits fiscales y crisis, y cayendo en un parasitismo financiero extremo en relación al resto del mundo.
La globalización del capital financiero en las dos últimas décadas representa el intento de encontrar una salida temporaria a la crisis de sobreacumulación, con una fuga hacia los mercados financieros liberalizados-globalizados, así como para crear condiciones para controlar y revertir la radicalización que explotó con el derrumbe del sistema de Bretton Woods a fines de los 60 y principios de los 70.
Pero esta globalización financiera condujo a la globalización de todas las contradicciones capitalistas, que comenzaron a explotar desde fines de los 90 con una serie de crash financieros, siguiendo al crash asiático de 1997, el estallido de la burbuja financiera en el propio Wall Street, el colapso de la "economía.com" norteamericana y de corporaciones gigantescas estadounidenses, tales como Enron y Worldcom, y la bancarrota de países enteros, como Argentina.
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Argentina, la más alta implementación de las llamadas políticas neoliberales, no es un caso excepcional sino la expresión más avanzada de todas las tendencias de la globalización financiera. Su bancarrota manifiesta las tendencias universales del capitalismo declinante hacia su autodisolución. La "miseria universal del capital" y para usar una expresión de Adolfo Gilly y conduce a la desintegración del propio tejido social y a la "rebelión de las ciudades", a las revueltas de la clase trabajadora, empleada y desempleada, junto a las clases medias repentinamente empobrecidas, que reclaman "¡Que se vayan todos!", el rechazo al sistema y a su personal político de conjunto.
Más de un año después del mayor default en la historia del capitalismo y de la revuelta revolucionaria del 19 y 20 de diciembre de 2001 y el Argentinazo y, el proceso de la desintegración social, pero también del levantamiento revolucionario, no ha cesado. Argentina, con su movimiento de masas de vanguardia, los piqueteros, las cientos de fábricas ocupadas, la experiencia de control obrero, las asambleas populares en los barrios, la poderosa emergencia de una nueva subjetividad revolucionaria entre las masas más empobrecidas, el reagrupamiento de la vanguardia obrera alrededor del Polo Obrero y el Partido Obrero, representa el campo de batalla más avanzado de un proceso revolucionario que está transformando a América Latina de conjunto en un volcán en erupción desde Venezuela, Colombia, Ecuador y Bolivia hasta Uruguay, y próximamente, Brasil.
Es importante hacer notar que esta ola de luchas revolucionarias de masas se está desplegando en el patio trasero de la propia superpotencia imperialista norteamericana, mientras se prepara el mayor asalto militar y la ocupación de Irak y de Medio Oriente. El fracaso del nuevo golpe "democrático" de las fuerzas pro-norteamericanas en Venezuela; la derrota de la ofensiva conducida por Uribe con el respaldo de Estados Unidos contra las guerrillas colombianas; la nueva rebelión en Bolivia, esta vez en las ciudades; la continuidad del proceso revolucionario en Argentina; el levantamiento de conjunto de América Latina, junto al continuo flujo de movilizaciones contra la guerra en los propios países metropolitanos, dan un poderoso golpe a las expediciones de guerra del gobierno de Bush.
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Irak, como objetivo hoy de una guerra de agresión imperialista, y de otro lado Argentina, como expresión más avanzada de la bancarrota de la globalización financiera que conduce a la revolución a un país industrial, son los dos aspectos interconectados de un mismo proceso histórico: manifiestan las tendencias universales del capitalismo en declinación a su disolución a través de una época transicional de guerras y revoluciones.
Durante esta época tiene lugar un conflicto, a veces oculto, a veces completamente abierto, entre un Estados Unidos en ascenso y las declinantes potencias europeas. Durante la Guerra Fría, estas tensiones estuvieron contenidas por la necesidad de una posición común frente a la Unión Soviética y su campo. Después de la implosión de la URSS, el fin de los regímenes stalinistas en Europa del Este y la unificación de Alemania, la primera respuesta del imperialismo europeo fue un acuerdo entre Francia y Alemania sobre el desmantelamiento de Yugoslavia, sobre la Mitteleuropa y la extensión hacia el este, así como también sobre la aceleración de la integración capitalista europea a partir de un Pacto de Estabilidad fijado en los llamados criterios de Maastricht. El proyecto de conjunto fue llevado a un desastre. Incluso sus arquitectos abandonaron los criterios de Maastricht, en la medida en que Alemania y las economías europeas cayeron en la recesión. Desde otro lado, una serie de guerras de barbarie por procuración, mediante las élites burocrático-nacionalistas locales, destruían Yugoslavia; Europa ingresó en una impasse y las fuerzas de Estados Unidos/Otan fueron "invitadas" a ocupar el vacío y ganar así un área estratégica de la mayor importancia para el futuro del mundo en la post-Guerra Fría. La Unión Europea probó ser, como se ha dicho, un gigante económico, un pigmeo político y una no-entidad militar. La nueva doctrina de la Otan de abril de 1999 para intervenciones militares internacionales en todo el mundo y la guerra de Kosovo ese mismo año, marcan la transición desde las guerras balcánicas de los 90 a la nueva guerra contra Afghanistán y ahora contra Irak, las llamadas "guerras al terrorismo" de duración indefinida.
Pero ahora, este período intermedio que siguió al colapso del stalinismo ha finalizado, y las dos décadas de globalización financiera dieron obvias evidencias de agotamiento. La nueva agresión contra Irak ha dividido a la Otan, puso en evidencia la total decadencia de la Onu, tratada por Bush de la misma manera que la Liga de las Naciones fue tratada por Mussolini durante la invasión de Etiopía por el fascismo italiano, y dejó completamente abierto y agudizado el conflicto entre Estados Unidos y la "vieja Europa", como calificó sarcásticamente Rumsfeld al eje franco-alemán de la UE, justo antes de darle una patada en los dientes movilizando los regímenes derechistas de las élites restauracionistas de Europa del sur y del este.
Una década después del fin de la Guerra Fría, nada puede ocultar el creciente antagonismo entre Europa y Estados Unidos como una de las características de nuestra época. Pero hay una diferencia esencial entre el presente y la historia pasada de este conflicto: esta vez no tenemos sólo el antagonismo entre una superpotencia norteamericana ascendente y las declinantes potencias europeas en el cuadro de un sistema social mundial declinante en su conjunto; a pesar de su preponderancia relativa y de su indudable supremacía militar, Estados Unidos es también un poder imperial declinante.
No sólo los paladines de la guerra en el Pentágono norteamericano, que sufren aún del "síndrome Vietnam", están hablando acerca de la "declinación de Estados Unidos", sugiriendo su renacimiento por medio de expediciones militares contra cada sombra de "anti-norteamericanismo" en el mundo, sino que también un pacifista keynesiano como J. K. Galbraith insiste sobre los "intolerables costos del Imperio" exhibiendo el negro cuadro de un Estados Unidos económicamente declinante: el cuadro es de consumo sin producción, dependiente del flujo de capital extranjero tomado a préstamo, cuya entrada es a su vez dependiente de la supremacía militar norteamericana(1).
La globalización, que fue muy publicitada como "una nueva época" de un capitalismo revivido, prueba cada vez más que le dio al sistema el "beso de la muerte". Empujó hasta los extremos, aunque en la forma distorsionada de una sobreexpansión "abstracta", del capital financiero, la tendencia hacia la universalidad inherente al capital como un valor auto-expandido. Una tendencia, que Marx analizó en los Grudrisse, "distingue a éste de todos sus estadios previos de producción () y al mismo tiempo lo contradice, y por esta razón lo impulsa hacia su disolución (). El capital está colocado como un mero punto de transición"(2).
El capital financiero, el "supremo fetiche" aparentemente separado de la producción real, como una universalidad abstracta, alienada, se convierte en la "miseria universal". Genera el más agudo e irreconciliable conflicto tanto con los productores, que son excluidos en número creciente de una producción estancada, como con los límites internos que constituyen la naturaleza misma del capital (3). Estos últimos antagonismos disuelven la propia organización social, como en el caso de Argentina, y los primeros conducen a la rebelión universal contra la miseria universal del capital, contra la totalidad de las condiciones de la existencia social que los condena a esa miseria. Este es el caso, de nuevo, del movimiento piquetero en Argentina, que es mucho más original y revolucionario que un mero movimiento de desocupados en busca de "asistencia social", como lo consideran muchos dogmáticos conservadores, fetichizando, del pasado, las viejas formas sindicales pasadas "de la clase obrera organizada en los puestos de producción".
La declinación, como puntualizó en primer lugar Hegel, es la apariencia negativa de la emergencia de un nuevo principio del desarrollo histórico (principios de La Filosofía del Derecho); como dijo Marx, la tendencia a la universalidad, generada y distorsionada por el capital, produce sin embargo las bases universales del libre desenvolvimiento del individuo social de la sociedad comunista: "el más rico desarrollo de los individuos (). Tan pronto como este nuevo desarrollo es alcanzado, el desarrollo posterior aparece como decadencia "(4). Declinación es transición, el despliegue de contradicciones cada vez más explosivas, que crean las condiciones para una ruptura revolucionaria y un salto en la historia. Marx anticipó esto cuando habló acerca de la dinámica de las crisis capitalistas: "Estas contradicciones, por supuesto, conducen a explosiones, crisis, en las cuales la suspensión momentánea de todo trabajo y la aniquilación de una gran parte del capital, lo llevan violentamente hacia atrás al punto donde es capaz (de seguir) empleando completamente sus poderes productivos sin cometer suicidio. Aunque estas catástrofes ocurren regularmente conducen a su repetición en una escala más alta, y finalmente a su derrocamiento violento"(5).
La crisis capitalista mundial ha alcanzado un punto donde ambas clases enfrentadas buscan soluciones no-económicas. La guerra es un esfuerzo por buscar una solución militar a una crisis económica. La insolubilidad de la crisis actual y de la declinación sistemática es lo que impulsa a la administración Bush contra Irak hoy. La disolución del tejido social por la crisis ha planteado la cuestión de una reorganización social sobre nuevas bases en Argentina. El Argentinazo no es sólo una manifestación de descontento social sino también el primer paso de esta necesaria reorganización social desde abajo.
Por cada nuevo Irak colocado como un objetivo para la guerra por el imperialismo, emergerá una nueva Argentina revolucionaria. La miseria universal del capital y sus guerras están produciendo rebeliones universales: el 15 de febrero no es el final sino el comienzo. La rebelión universal en el norte y en el sur produce las condiciones y la urgente necesidad de una nueva subjetividad universal revolucionaria. La época de guerras y revoluciones plantea nuevamente, en su urgencia, la cuestión central de la muy necesaria Internacional revolucionaria de la clase obrera.
27/28 de febrero de 2003
Notas:
* Savas Michael-Matsas. Trabajo presentado en la Conferencia Crítica 2003: ¿Hacia un Nuevo Imperialismo?, realizada en la London School of Economics, 1° de marzo de 2003.
1. Ver James K. Galbraith; "Los Intolerables costos del Imperio", en La Perspectiva Norteamericana, 18 de noviembre de 2002.
2. Karl Marx; Grundrisse, Pelican, 1973, pág. 540.
3. Ver Grundrisse, op. cit., pág. 416.
4. Ver Grundrisse, op.cit. pág. 541.
5. Ver Grundrisse, op.cit. pág. 750.