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La nueva etapa de Brasil con el triunfo de Lula

Los trabajadores y el frente popular

Finalmente, la segunda vuelta electoral fue ganada por Lula con el 50,9% de los votos contra un 49,1% de Bolsonaro. Un poco más de 2 millones de votos a favor del frente del PT.

Se esperaba que el margen de Lula fuera mayor, según las encuestas. De la primera a la segunda vuelta el PT creció unos 2 millones de votos, mientras que Bolsonaro subió 7 millones. Como el presentismo electoral se mantuvo más o menos igual, estos votos provinieron del resto de los candidatos, que habían sacado de conjunto cerca de 10 millones. Lula “compró” el apoyo político de Tebet y de Ciro -que habían finalizado en tercer y en cuarto lugar en la elección general, respectivamente-, para lo cual tuvo que “pagar” con una derechización explicita de su plataforma: repudio a la lucha por el derecho al aborto, convergencia con la curia evangélica, etc. Pero la mayoría de esos votos fueron hacia el frente derechista de Bolsonaro, no a Lula.

La reacción derechista

Como era de esperarse -y como se había anunciado reiteradamente desde el Gobierno – Bolsonaro se negó a reconocer de inmediato su derrota, potenciado por el relativamente escaso margen que lo separaba del triunfador.

Los alardes previos de Bolsonaro acerca de que iba a desconocer un triunfo lulista, insinuando una línea golpista, llevaron a que casi de inmediato Biden, Macron y otras figuras imperialistas reconocieran el triunfo de Lula. Al igual que distintas instituciones y personalidades, incluidos militares -el actual vicepresidente, el general Mourao, etc.- y religiosas -entre otros, el episcopado católico del Brasil, el obispo evangelista que dirige la Iglesia Universal, Edir Macedo, que declaró que Lula había ganado “por la voluntad de Dios” -. Se trató de desalentar que progresara cualquier aventura golpista.

Sin el reconocimiento explícito de Bolsonaro sobre el triunfo de Lula, la misma noche del domingo 30 de octubre comenzaron los cortes de ruta “espontáneos” por parte de camioneros, fuerza de choque bolsonarista. Pretendían paralizar al Brasil. Reclamaban contra el resultado electoral y exigían que se realizara una “intervención federal” del Ejército para impedir el acceso de Lula al poder el 1 de enero. La orden del Tribunal Supremo para que la Policía caminera desalojara las rutas fue acatada, pero incumplida.

Gran cantidad de testimonios dan cuenta de la convivencia entre policías camineros y los piquetes derechistas que cortaban las rutas. Por el contrario, el director de esta Policía había sido muy expeditivo cuando el domingo 30 bloqueó en el nordeste buses y vehículos que transportaban votantes a Lula, para que no llegaran a emitir su voto.

La Corte Suprema debió apelar a la Policía militar, dependiente de los gobernadores. Varios de ellos bolsonaristas -Minas Gerais, Río de Janeiro, San Pablo, entre otros- intervinieron para erradicar los cortes. Algunos de estos piquetes se trasladaron a las puertas de los cuarteles militares, para reclamar su intervención golpista.

La ausencia del PT y de la CUT     

El Frente de la Esperanza dirigido por Lula dejó la resolución de esta asonada bolsonarista en manos de las “instituciones” de un Gobierno fascistoide.

Lula se fue de vacaciones con su esposa, cansado por la campaña electoral. Pero el PT y la Central Obrera (CUT) bloquearon cualquier intento de movilización popular contra las bandas derechistas.

El Movimiento de los Sin Tierra (MST) había anunciado inicialmente que iba a movilizar miles de campesinos y trabajadores agrarios que tiene organizados, para despejar las rutas. Pero enseguida salió la presidenta del PT, Gleisi Hoffman, a frenar estas y otras iniciativas de movilización, llamando a no caer en provocaciones y a dejar que las “instituciones” resuelvan las provocaciones bolsonaristas. El MST entonces se “rectificó”: llamo a mantener la calma, a dejar que fuera el Estado el que garantizara los desbloqueos de ruta y a prepararse para reclamar por los derechos campesinos después de que Lula asuma la presidencia.

Pero igualmente se dieron distintas iniciativas contra los cortes bolsonaristas. Hinchadas de varios clubes de fútbol (Corinthians), vecinos de “favelas”, trabajadores organizados etc. irrumpieron en las rutas, chocaron con los bolsonaristas y los hicieron correr. Lula, la CUT y el PT se dedicaron a bloquear una intervención de la masa de trabajadores.

Obreros metalúrgicos quebrando bloqueo de bolsonarista

Con esto Lula ha continuado con la política de apaciguamiento y contención que desarrolló frente al golpe que derrocó a Dilma Rousseff, frente a su propia proscripción y encarcelamiento y durante los cuatro años de Gobierno de Bolsonaro con sus ataques al movimiento obrero y popular.

Lula llamó a aguantar hasta las elecciones, que finalmente se acaban de realizar. Ahora dice que hay que aguantar hasta después de que asuma el Gobierno, dentro de un par de meses. Dejó pasar severos ataques a los trabajadores y al movimiento popular, como la masacre sanitaria de 700.000 muertos por el oscurantismo capitalista de Bolsonaro, entre otros.

Ya ha declarado que no será un Gobierno del PT, sino “suprapartidario”; que incorporará al gabinete no solo a sus aliados del Frente de la Esperanza, sino también a elementos de la centroderecha del llamado bloque Centrao en el Congreso y otros.

Todo el amplio arco burgués imperialista que lo apoyó lo hizo sobre la base-que Lula recalcó en su discurso de la noche del triunfo electoral- de que viene a fomentar la “unión nacional” y a apaciguar la grieta que lo separa del “fascismo”, teniendo una política de convivencia con este.

Por eso eligió a Alckmin como su candidato a vicepresidente. Porque era el candidato liberal de la burguesía y una garantía dada al gran capital de que podría desplazarlo “institucionalmente” y asumir la presidencia en caso de que la clase capitalista decida soltarle la mano al líder del PT.

No casualmente Alckmin fue designado, ahora, para dirigir la comisión que reglará la “transición” durante dos meses antes de la asunción del 1 de enero de 2023. Ya ha declarado que “pretende tener un diálogo sano con los integrantes del Gobierno de Bolsonaro (PL)”. Y fue recibido y saludado por el propio mandatario saliente.

Esta “comisión de transición” es un invento institucional brasileño; entre otros, un recurso para ir modelando al próximo Gobierno, para darle continuidad a lo que se llama “políticas de Estado”.

Ya ha trascendido que el presidente del Banco Central, Roberto Carlos Neto -inventor de la tendencia mundial en boga en los bancos centrales de elevar la tasa de interés para contener la inflación-, nominado por el bolsonarismo para cubrir el período 2019-2024, recepcionó el pedido de Lula para que se mantenga en su puesto.

El Congreso ha votado el presupuesto para 2023. Es decir que el próximo Gobierno de Lula ya viene condicionado. Según cálculos, no le alcanzarían los fondos para pagar los aumentos de los subsidios a los pobres y a los desocupados, y otros gastos, como la reducción de impuestos en tarifas de gasolina, realizados por Bolsonaro en mitad de la campaña electoral. Esto llevaría a que fueran derogados por Lula o a una negociación para que se arbitren fondos adicionales mediante un permiso del Parlamento. Se ha reducido la inversión en “infraestructura y transporte” de 15.000 millones de reales el año anterior a 6.500 millones ahora.

En el marco de las negociaciones en la “comisión de transición” se irán definiendo los integrantes del Gabinete ministerial y de las Secretarías.

Un problema importante es quién será el ministro de Defensa. Bajo el bolsonarismo fueron militares, que incluso venían de la Jefatura del Ejército. No se trata de un tema menor, porque el Gobierno brasileño está altamente militarizado: hay más de 8.000 oficiales en actividad o retirados en puestos ejecutivos (ministros, secretarios, directores de empresa estatales): ¿qué destino se dará a estos? ¿Seguirán las Fuerzas Armadas autogobernándose, decidiendo los ascensos? No debemos olvidar que esta es la base de sustentación más fuerte de Bolsonaro.  

El bolsonarismo es primera minoría en ambas cámaras parlamentarias. Si el Gobierno de Lula quiere que se legisle deberá llegar a acuerdos con este y/o con el bloque del llamado Centrao, que suele venderse a los gobiernos de turno. Todo esto augura un Gabinete parcelado y una vida parlamentaria compleja, que rápidamente puede devenir una oposición total, abierta y hasta eventualmente destituyente de la presidencia. La actitud pusilánime de Lula y de la dirección del PT, de no enfrentar ni movilizar contra la asonada derechista, ha sido tomada en cuenta por la burguesía y por la derecha. “Lula no ha dicho nada sobre lo que está ocurriendo; esto demuestra que tendrá una situación de oposición parecida a la que tuvo Dilma Rousseff”, dijo el líder del bloque oficialista en el Senado, Carlos Portinho, del Partido Liberal de Bolsonaro.

El Frente Popular

Lula constituyo un “frente popular” de conciliación de clases que obvió los problemas sociales y reivindicativos de las masas para concentrarse en el problema de “defender la democracia” contra el fascismo de Bolsonaro. Durante cuatro años, el PT hizo “la plancha”, frenando toda resistencia organizada de las masas trabajadoras. Fue dejando pasar uno a uno los ataques patronales y derechistas, con simbólicas y verborrágicas oposiciones. Paralizó a las organizaciones de masas -sindicatos, centrales obreras del movimiento estudiantil, campesino, de los sin techo, de la mujer, etc-. Bolsonaro sacó su “fuerza” de esta parálisis inducida del movimiento obrero y popular. El creciente movimiento de las mujeres por el derecho al aborto, abiertamente antiBolsonaro, fue traicionado por Lula, que se declaró enemigo público de dicho derecho. Y este movimiento quedó política y organizativamente desarticulado.

Fue Lula quien hizo quitar la consigna “Fora Bolsonaro” de las manifestaciones que se empezaron a gestar bajo la pandemia. Y después directamente bloqueó esas manifestaciones.

El burócrata Juruña João Carlos Gonçalves, secretario general de la Central Fuerza Sindical y vicepresidente del Sindicato Metalúrgico de San Pablo, relata ufano que en 2019, junto al secretario general de la Central de Trabajadores Brasileños, le había planteado a Lula la necesidad de constituir un “frente progresista heterogéneo”, bajo la bandera de “la defensa de la democracia”, incorporando políticos del centro y de la derecha.

“No fue fácil. En los debates entre las centrales sindicales para la construcción de los actos del 1 de Mayo, si bien la mayoría quería un evento lo más diverso posible, con la presencia de partidos como el PSDB y el MDB, una ruidosa minoría no aceptó, acusando a los demás de repartidores sin compromiso social. Derrotamos a los sectarios y en todas las celebraciones de esa fecha bajo la gestión de Bolsonaro presentamos a la sociedad una unidad fuerte con gran capacidad conciliadora, sumando personalidades políticas como Lula , Fernando Henrique Cardoso (PSDB), Marina Silva (Rede-SP ) y Ciro Gomes (PDT)”, relata Juruña.

En definitiva, la clase obrera, por medio de sus direcciones sindicales burocráticas y proburguesas, queda subordinada a un frente de conciliación de clases, bajo la bandera de “la recuperación de la democracia”.

Este es el principio de los llamados frentes populares: las masas trabajadoras enajenan su independencia política, para colocarse en alianza con burgueses supuestamente progresistas o democráticos. Son sectores que no vacilaron en destituir por medio de un golpe a la presidenta Dilma Rousseff, del PT, y en abrir el camino para el ascenso de Bolsonaro al Gobierno. Cambian de camiseta de acuerdo a la situación.

La “ola rosa” latinoamericana

Con el triunfo de Lula, nueve de doce países latinoamericanos tienen gobiernos nacionalistas burgueses y/o centroizquierdistas. Solo tres (Ecuador, Paraguay y Uruguay) continúan con gobiernos derechistas. Esto ha llevado a que diversos sectores hayan planteado que este giro se va a trasuntar en medidas de transformación social en cada país y en alianzas que se enfrenten al imperialismo.

Pero…. el imperialismo no se opone a estos gobiernos de frente popular. La ola de levantamientos populares que se vino desarrollando en Latinoamérica lo ha llevado a revalorizar el rol que estos juegan como elemento de contención de la lucha de las masas, para que no deriven en revoluciones sociales triunfantes. El Gobierno de Donald Trump alentó incluso golpes para instaurar Gobiernos de derecha (Bolivia). Bolsonaro jugó un papel importante en este proceso contra Bolivia y contra Venezuela, por ejemplo. Pero la mano dura represiva y los fuertes planes de ajuste del FMI contra las masas no pudieron impedir el estallido de los levantamientos populares en América Latina que se llevaron puesto a los Gobiernos derechistas. Las nuevas administraciones de centroizquierda están conformadas por frentes populares, sostenidos por movimientos de conciliación de clases. Así vemos el papel de Boric, que surgido por el estallido revolucionario del 18 de octubre del 2019 ha ido conteniendo y desviando la lucha de masas, para que el Gobierno de Piñera llegara al final de su mandato, y está tratando de que desaparezca y se disuelva definitivamente la situación revolucionaria. El Gobierno de Alberto Fernández y de Cristina Fernández ha desplazado al Gobierno derechista de Macri, para transformarse en el ejecutor del plan de ajuste contra el pueblo pergeñado con el FMI. Si Macri hubiera seguido, hace rato que ya habría estallado la rebelión popular también en la Argentina. Por eso el presidente estadounidense, Joe Biden, viene acordando con estos Gobiernos frentepopulistas y/o nacionalistas burgueses. El de los Fernández se mantiene gracias al apoyo del imperialismo y del FMI. Y lo mismo pasa con el Gobierno de Pedro Castillo en Perú, donde incluso se ha enviado una misión de la OEA para tratar de conciliar la derecha golpista con el Gobierno impotente.

Debido a esto el gran capital y el imperialismo han apoyado la fórmula del Frente de la Esperanza, del PT y de Lula, que suben con claros objetivos de contener una irrupción de masas que la crisis social de Brasil viene preparando. Bolsonaro fue útil para avanzar a fondo en los objetivos del golpe de desmoronar las conquistas obreras. Pero hoy su continuidad acelera la maduración de una intervención de las masas. La carta fascista es demasiado arriesgada y no la piensan jugar; menos aun cuando la democracia burguesa tiene mucho para darles. La burguesía se recuesta en los sindicatos regimentados por el PT, para mantener cierto grado de estabilidad en un continente y en un mundo convulsionado.

El frente popular es hoy el instrumento privilegiado para garantizar la explotación imperialista.

El triunfo electoral de Lula fue saludado por la Bolsa brasileña con un alza histórica, la mayor al día siguiente de las elecciones en ese país.

La importancia de la lucha por la independencia de clase

Los trabajadores y los explotados deben tener claro que el próximo ascenso de Lula al Gobierno es  una carta jugada por el gran capital nacional e imperialista, para avanzar en sus ataques al pueblo.

Lula viene a defender las conquistas reaccionarias que impuso el bolsonarismo. Lo hará con vocinglería populista, para confundir que está jugando un (falso) papel progresista. Nos habla de que va a fundar un Ministerio a cargo de la cuestión indígena, pero no devuelve las tierras robadas por el agropower. Ya ha declarado que no va a derogar las reformas laboral y previsional antiobreras. Dice que no va a privatizar Petrobras -privada, en un 60%-, pero no va a nacionalizarla. El directorio de Petrobras acaba de votar –antes de que asuma Lula- un reparto de 44.000 millones de reales de utilidades entre los inversionistas.

Lula ha desmontado antes de subir el movimiento de lucha de la mujer por el derecho al aborto y por sus derechos contra el clericalismo oscurantista.

El gran desafío para los trabajadores es enfrentar la desmovilización que propondrán el Gobierno de Lula y las burocracias sindicales para pretendidamente “negociar” una mejora en la situación de los trabajadores. La burguesía no dará nada que no sea arrancado por el movimiento de lucha de las masas obreras y explotadas. Para ello, es necesario recuperar los sindicatos y centrales obreras, para que puedan ser utilizadas como instrumento de lucha de los trabajadores. Esto reclama independencia política del Gobierno de Lula, del frente popular y de los partidos burgueses. El movimiento de mujeres deberá reorganizarse sobre una base de independencia política, para retomar la lucha por el derecho al aborto, que este Gobierno no dará si no le es impuesta. Como sucedió en la Argentina y en otros países, con movilización independiente.

La centroizquierda del PSOL, que adhirió activamente al frente popular y apoyó a Lula, se prepara para integrarse al Gobierno. La izquierda que se mantuvo dentro del PSOL buscará algún lugar. Glauber Braga, un hombre sin organización, que fue el adalid sostenido por el ala izquierda, ha sido reelecto diputado en las listas del PSOL-Frente de la Esperanza. El MES y Resistencia, dos corrientes de origen “morenista”, están plenamente sumergidos en el frentismo popular “tratando de que se radicalice”. Alternativa Socialista, que integra la LIS y el MST argentino, no rompió con el PSOL frentepopulista; se quedó en su seno planteando que a Bolsonaro hay que derrotarlo también en la calle. La Corriente Socialista de los Trabajadores, adherida a la UIT-CI y a Izquierda Socialista de la Argentina, se mantiene dentro del PSOL, señalando que “va a seguir reclamando al PSOL que vuelva a asumir una posición independiente ante los Gobiernos patronales de turno y que, por lo tanto, no apoye ni integre el Gobierno de Lula”.

El Polo Socialista Revolucionario, impulsado por el PSTU, por el MRT y por otros, que “atrajo” a sectores del PSOL -algunos, en forma oportunista, sin romper con él-, no logró salir de la ultra marginalidad.

La postura de “Democracia o Fascismo” lleva a un campo proimperialista. No solo fue usada para frenar y para regimentar a las organizaciones obreras, sino que será usada, seguramente, una y otra vez para justificar que hay que esperar y no “caer en provocaciones”.

Independencia política frente al Gobierno del Frente popular. La derecha fascistoide será vencida con la movilización de las masas por sus reivindicaciones postergadas. Nosotros impulsaremos esta orientación en la estrategia de la lucha por un gobierno de trabajadores.

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