El reciente libro de Eduardo Molina (1955-2019)1Molina falleció antes de la publicación de este libro. Fue militante del Partido Socialista de los Trabajadores (PST) de Nahuel Moreno y desde inicios de los años 1990 ingresó al Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) y en Bolivia participó de la construcción de la Liga Obrera Revolucionaria-Cuarta Internacional (LOR-CI). es una importante contribución para los estudios y los debates de orden histórico-político sobre la Revolución Boliviana triunfante en abril de 1952. Su importancia está dada, entre otras cuestiones, por la extensión de la obra, la centralidad y profundidad de algunos debates teóricos-políticos que se plantean, por la diversidad de documentos y archivos consultados, de entrevistas y de bibliografía recuperada, por la descripción y análisis detallados de algunos episodios claves como las históricas jornadas de combate libradas entre el 9 y el 11 de abril del 52 y por la presentación de algunos paralelismos con el presente, especialmente entre los golpes de Estado de 1964 y 2019.
El lector encontrará en esta voluminosa obra una minuciosa reconstrucción de los acontecimientos pre y posrevolucionarios, sobre la base de una interpretación marxista de los mismos. Cabe aclarar que no se trata de una pesquisa o investigación estrictamente académica, pero si de un polémico ensayo y de “un trabajo de historia política que se traza un balance para que sus lecciones sirvan a nuevos procesos revolucionarios y a sus protagonistas” (p. 7). En líneas generales, este trabajo procura responder y generar un debate con las interpretaciones históricas realizadas desde el nacionalismo burgués / populismo, pero también con aquellas visiones elaboradas al interior de las corrientes trotskistas bolivianas y por otras tradiciones de izquierda.
El libro está organizado en seis partes centrales. La primera de ellas trata sobre las particularidades del desarrollo histórico de Bolivia antes de la Revolución del 52; la segunda, tercera y cuarta analizan el derrotero de la Guerra del Chaco (1932-1935), los intentos de gobiernos (nacionales) “bonapartistas” entre 1935 y 1946 y, finalmente, el sexenio 1946-19522Dentro de este período, el autor le asigna un destacado desarrollo al análisis de la “Tesis de Pulacayo”. Un documento programático central aprobado por el Congreso Extraordinario de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) en noviembre de 1946.; las últimas dos partes, es decir la quinta y sexta, constituyen el corazón del libro y se centran en una detallada descripción de los acontecimientos ocurridos entre el 9 y 11 de abril de 1952 y, luego, en un exhaustivo análisis de la insurrección y la disputa en torno a la dirección de la revolución, abordando en ese sentido el problema crucial de la “dualidad de poderes” vs. “régimen de conciliación”; la obra presenta también, en sus páginas finales, una detallada cronología de la revolución y sus antecedentes. Además, la presentación del libro está a cargo de Alicia Rojo, Diego Dalai Amitrano y Lorena Rebella, mientras que el prólogo y el epílogo son elaborados por Javo Ferreira.
Sobre la Revolución del 52: algunos debates y polémicas
Como idea fuerza que estructura la trama argumental de la obra, Eduardo Molina sostiene que el proceso de 1952 estuvo signado por dos grandes paradojas. La primera, es que la Revolución Boliviana “fue protagonizada centralmente por el proletariado, pero quien accedió al poder fue la dirección nacionalista-burguesa”. La segunda paradoja consiste en que “la construcción del Estado nacional, es decir, la recomposición del Estado burgués bajo la forma de ‘Estado del 52’ con todas sus conquistas y concesiones parciales frustró la resolución íntegra de las tareas democráticas, por lo que la cuestión nacional seguiría pendiente y se agravaría” (p. 35).
En esa clave Molina plantea, como núcleo central en las diversas partes que organizan el libro, un conjunto de debates de orden teórico y político con las clásicas obras de Guillermo Lora Escóbar3Entre ellas se destacan: Historia del Movimiento Obrero Boliviano (1952-1964), Tomo V; Historia del Movimiento Obrero Boliviano. El proletariado en el proceso político 1952-1980, Tomo VI; Historia del P.O.R. Contribución a la historia política de Bolivia, Tomo I, II y III; y, La Revolución Boliviana., René Zavaleta Mercado4De este autor se destacan los trabajos: El poder dual. Problemas de teoría del Estado en América Latina; Lo nacional y popular en Bolivia; Movimiento obrero y ciencia social. La Revolución democrática de 1952 en Bolivia y las tensiones sociológicas emergentes; Consideraciones generales sobre la historia de Bolivia; y, Las masas en noviembre. y, hacia el presente, con el ex vicepresidente del Movimiento al Socialismo (MAS) Álvaro García Linera5La condición obrera. Estructuras materiales y simbólicas del proletariado de la minería mediana (1950-1999); y, Reproletarización. Nueva clase obrera y desarrollo del capital industrial en Bolivia (1952-1998)..
En cuanto a Guillermo Lora, si bien Molina destaca a este autor como una de las personalidades políticas e intelectuales del siglo XX boliviano, a lo largo de Revolución obrera en Bolivia… emerge con claridad una aguda y muy dura crítica hacia su producción teórica: “en su dilatada obra pesa un esquematismo dogmático que empobrece, por un lado, el potencial interpretativo, y por otro, justifica una lógica general que mostró fallas garrafales en los momentos cruciales de la lucha de clases en Bolivia” (p. 36). Además, “pese a la importancia que tuvo la corriente referenciada en el trotskismo en la historia contemporánea de Bolivia, la versión elaborada por Guillermo Lora y otros autores suele mostrar un esquematismo y una pobreza conceptual que se alejan de la rica herencia dejada por Trotsky” (p. 51). Sin dudas, una caracterización general completamente polémica.
Sobre Zavaleta Mercado, el libro dedica un acápite completo al desarrollo de la polémica en torno a la cuestión del “poder dual”. Primeramente, recupera una de las tesis centrales presentadas por Zavaleta, a principios de la década de 1970: “jamás en la América Latina se ha producido una situación histórica tan próxima a la dualidad de poderes en la Rusia de 1917 como en Bolivia en 1952” (p. 499). Sin embargo, Molina terminará afirmando que: “A pesar de ciertas interesantes y agudas reflexiones Zavaleta es prisionero (…) de la misma concepción etapista y frentepopulista que atravesó a los partidos comunistas, que sufrían por entonces la competencia por izquierda del trotskismo que ganaba influencia en sectores de vanguardia en un contexto de radicalización, y de aquí el fervor anti trotskista de Zavaleta en la polémica” (p. 511). Con esta definición, Molina abre toda una línea de importantes debates.
En tanto que la obra intelectual de Álvaro García Linera, según Molina, se inscribe dentro de una corriente coetánea de pensamiento que recupera y coloca al pasado en función de una estrategia de “reformas con la democracia [burguesa] como horizonte de época”. Así, para Linera y otros intelectuales, algunos cambios de época como la denominada “muerte de la condición obrera del siglo XX” y del proletariado como sujeto revolucionario, habrían eliminado la posibilidad de la revolución social, y consecuentemente, el marxismo habría perdido valor como teoría de la historia (p. 41). Eduardo Molina discute y refuta fuertemente esta tesis: “Más allá de las innegables reconfiguraciones de importancia [desde mediados de la década de 1980] en las más diversas esferas de la vida, si nos atenemos a sus componentes estructurales fundamentales determinados por el dominio del capital, la explotación asalariada y la declinación histórica del imperialismo, el mundo sigue siendo el del capitalismo” (p. 41).
Una mención especial en esta reseña merece el tratamiento dado a la intervención del Partido Obrero Revolucionario (POR) en momentos previos a la Revolución, durante la misma y en los meses subsiguientes al triunfo de la insurrección proletaria del 11 de abril. Sobre este particular problema, la tesis central que presenta Molina es la siguiente: “Si en las preparatorias no se había armado ni política ni organizativamente para las tareas y los desafíos que plantearía la insurrección y la dualidad de poderes, desde Abril capituló al cogobierno en nombre del ‘apoyo crítico’, avaló a los ministros obreros y claudicó al lechinismo, la izquierda laboral del MNR [Movimiento Nacionalista Revolucionario]. Se trató de una política opuesta a la que Lenin y Trotsky desarrollaron durante la Revolución Rusa frente a los conciliadores para dirimir a favor de los soviets la dualidad de poderes” (p. 498).
Sin embargo, no existe a lo largo del libro un análisis específico que exponga y articule la orientación política adoptada por la Cuarta Internacional, bajo la dirección del greco-chipriota Michel Raptis -cuyo seudónimo era “Pablo”- con la errática intervención de los trotskistas bolivianos -y de otros grupos latinoamericanos- entre 1951 y 1953. Esta cuestión -prácticamente ausente en este libro- es un elemento o variable de análisis central, ya que por esos años las intricadas condiciones en que se desarrollaba el movimiento trotskista mundial, bajo la dirección del Secretariado Internacional reconstituido en París desde 1946, condicionaron fuertemente la intervención y la orientación política de la propia sección boliviana.
Un actor (casi) ausente en el análisis de la Revolución y su derrotero inmediato: la dirección de la Cuarta Internacional
A lo largo de las 650 páginas del libro, solo aparece una muy breve mención al III Congreso de la Cuarta Internacional6El Tercer Congreso de la Cuarta Internacional fue celebrado en agosto de 1951.: “El III Congreso de la Cuarta Internacional, al que asistió Lora, confirmó la política de entrismo hacia el estalinismo y la del Frente Único Antiimperialista como presión hacia los movimientos nacionalistas-burgueses para que fueran más allá de sus programas y objetivos7En 1951 el III Congreso de la Cuarta Internacional había aprobado las tesis impulsadas por el dirigente Michel Pablo cuya orientación principal era que los trotskistas debían practicar el “entrismo sui generis” en los partidos comunistas en los países avanzados, y en los partidos nacionalistas y/o estalinistas en los países coloniales y semicoloniales. Esta orientación, de tipo liquidacionista, tendrá su prueba de fuego con la Revolución Boliviana de 1952.. Una resolución para Latinoamérica recomendó al POR impulsar el FUA con el MNR y presionar a su ala izquierda para tomarse el poder” (p. 351).
Es un hecho verificado, por diversos documentos y escritos, que durante las semanas/meses decisivos que siguieron a la insurrección triunfante del 11 abril, no hubo ninguna corriente revolucionaria en el orden nacional y dentro de la Cuarta Internacional que haya planteado la consigna de “todo el poder a la COB”8Después de la Revolución de Abril, una resolución del Secretariado Internacional, de noviembre de 1952, planteaba que el POR debía “continuar evitando aislarse de las masas sobre las que ejerce siempre una fuerte influencia el MNR, y sobre esto no aislarse de la base del ala izquierda de aquél (…). Esta doble preocupación se concretó en el apoyo crítico acordado al gobierno del MNR” (Bidulias, 2018, citado por Lora, G., Historia del POR. Contribución a la historia política de Bolivia, Tomo III, Ediciones Isla, La Paz, 1978, p. 38)., ignorando claramente, y de fondo, la existencia de un doble poder en Bolivia: es decir el poder de la burguesía, representado en el MNR, por un lado, y un poder del proletariado, constituido en la COB9Seis días después de la insurrección, las masas subvertidas fundaron la Central Obrera Boliviana (COB), un órgano del poder obrero con rasgos “sovietistas” que materializaba una situación de doble poder. Por aquellos días, la COB era la única autoridad real para las mayorías nacionales., por el otro.
En ese derrotero político, por ejemplo, Nahuel Moreno y su corriente recién plantearán esta consigna en 1953, es decir muy tardíamente (Magri, 1991). En mayo de 1952, Moreno había recomendado a los trotskistas bolivianos integrarse al Gobierno de Paz Estenssoro: “Exigid la integración del Gobierno de Paz Estenssoro con ministros obreros elegidos y controlados por la Federación de Mineros y la nueva Central Obrera. Exigid a vuestros ministros obreros el fiel y rápido cumplimiento de las resoluciones aprobadas por la FSTMB” (Frente Proletario, 29/5/1952). Es decir que, al menos durante los primeros meses de la Revolución, no solo la sección boliviana representada en el POR se había adaptado al nacionalismo. Se trataba, entonces, de una cuestión mucho más extendida y amplia.
Esa estrategia de adaptación fue, ni más ni menos, la orientación oficial dada desde la dirección de la Cuarta Internacional. Así, la orientación de los trotskistas bolivianos entre 1951 y 1953 proseguía, al menos en sus aspectos centrales, las tesis -revisionistas y liquidacionistas- “pablistas” aprobadas en el III Congreso de la Cuarta Internacional.
De esta manera, bajo la orientación y presión de la dirección “pablista” de la Cuarta Internacional, los trotskistas bolivianos del POR se diluyeron y se adaptaron a la llamada “ala izquierda” del MNR y dieron su “apoyo crítico” al nuevo régimen.
Como un elemento importante para el análisis más general, resulta oportuno señalar que la propia Revolución Boliviana abrió una oportunidad de intervención y de desarrollo político, con un programa de independencia de clase, para el movimiento trotskista internacional -y en particular para América Latina- de posguerra10Luego de la Segunda Guerra Mundial las organizaciones trotskistas europeas emergieron muy debilitadas, tanto numérica como programáticamente (Gaido, 2022). Por otra parte, el trotskismo había desenvuelto un papel muy importante en el proceso revolucionario iniciado en agosto de 1945 en Vietnam. Desde el 16 de agosto de aquel año, las masas obreras y campesinas ocuparon tierras, talleres y minas. En muchas regiones del país se formaron comités populares con características “soviéticas”. Las organizaciones trotskistas vietnamitas, La Lutte y la Liga Comunista Internacional, jugaron un rol importante en ese proceso revolucionario, participando de las movilizaciones, organizando al movimiento obrero, minero y campesino, editando periódicos y procurando una orientación independiente al estalinismo y el nacionalismo (Villar, 2018).. Sin embargo, por las razones expuestas más arriba, esta oportunidad fue desaprovechada. Un tema central que, indudablemente, requiere de mayores estudios específicos.
A modo de cierre
En líneas generales el libro Revolución obrera en Bolivia – 1952. Crisis, guerra e insurrección en el corazón de Sudamérica, es una interesante contribución y actualización sobre los estudios de esta rica experiencia revolucionaria, acontecida hace 70 años.
La Revolución Boliviana es el acontecimiento más importante en la historia del país andino-amazónico, desde su creación en 1825 hasta el presente, y uno de los episodios más trascendentes y extraordinarios de todo el siglo XX latinoamericano. Su principal protagonista fue la clase obrera con los combativos mineros de estaño a la cabeza. Sin embargo, como muy bien explica Eduardo Molina, el proletariado boliviano triunfante en abril no logró hacerse del poder y abrirse paso hacia la construcción de un Estado obrero en el corazón de América del Sur.
Asimismo, la Revolución del 52 irrumpió velozmente en el escenario político de toda América Latina y funcionó, además, como una prueba de fuego fundamental para el movimiento trotskista internacional de posguerra. Un hecho central que, sin embargo, en el voluminoso trabajo de Molina presenta un escaso desarrollo. Se trata entonces de una cuestión relevante que requiere de mayores y rigurosos estudios históricos.
La Revolución Boliviana, en tanto complejo, apasionante y extraordinario proceso histórico, constituye una las experiencias políticas más elevadas de las clases y capas explotadas del mundo entero. A 70 años del triunfo insurreccional del proletariado boliviano, su legado -siempre bajo disputa de sentidos ideológicos- es enorme: sus importantísimas lecciones y aprendizajes políticos ameritan ser reconsiderados y analizados historiográfica y políticamente como una herramienta para superar, por un lado, la incapacidad de los diversos gobiernos nacionalistas en llevar a cabo una profunda transformación social y económica, y por otro lado, abrirse paso a nuevas experiencias políticas revolucionarias.
Referencias bibliográficas:
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