En diciembre de 2021 se cumplieron 20 años del “Argentinazo”. Con motivo de ese aniversario (y como excusa para impulsar un debate), Lisandro Silva Mariños publicó –con Jacobin Latinoamérica– su libro de acceso gratuito 8 hipótesis sobre la nueva izquierda en la argentina post 2001. Como su nombre lo indica el mismo está dividido en ocho capítulos: uno para cada hipótesis. En ellas el autor aborda distintos debates que atravesaron a la autoproclamada “nueva izquierda” o “izquierda independiente” en estos 20 años, desde el plano organizativo hasta la disputa electoral.
El libro consta de dos componentes diferenciados. Por un lado, brinda un amplio panorama informativo de lo que habría sido la “nueva izquierda”, de qué organizaciones la integraban, de su orientación y práctica política y reivindicativa, de su evolución y de la diáspora, división y dispersión que se ha producido en este conglomerado. Esta es una función abiertamente positiva. Pero el libro de Silva Mariños pretende también hacer un balance político y dotar al movimiento de la llamada “nueva izquierda” (NI) de una nueva perspectiva de desarrollo político. Y en este punto actúa en forma totalmente prejuiciosa y oportunista.
Con el nombre “nueva izquierda” busca marcar una distinción con la que él llama la “izquierda tradicional”. Esta última, representada mayoritariamente por la izquierda trotskista. La relación con la “izquierda tradicional” es el núcleo de varias de las “hipótesis” en las que está ordenado el libro.
La primera hipótesis plantea que la “nueva izquierda” surge fundamentalmente desde el movimiento piquetero y el movimiento estudiantil. Según el autor, la principal característica de este espacio -constituido por unas dos decenas de agrupamientos- en esta primera etapa fue su heterogeneidad política. A esta heterogeneidad la considera por un lado una virtud para englobar distintos sectores y avanzar en la acumulación de fuerzas, pero también un límite a la hora de encarar problemas estratégicos en el convulsionado escenario político de principios de siglo.
Silva Mariños anuncia que no pretende realizar un estudio sobre el Argentinazo. Este es un defecto acrecentado por la falta de un análisis de la evolución de la vanguardia que se potenció con la rebelión popular de diciembre de 2001 y que protagonizó gran parte de las luchas del nuevo período. En esta primera conclusión (y capítulo) está ausente el lugar que ocuparon las 7 ANT (Asambleas Nacionales de Trabajadores ocupados y desocupados) y el Bloque Piquetero Nacional, donde se articuló al movimiento piquetero combativo, en debates con miles de delegados electos de las organizaciones piqueteras y combativas. Es importante estudiarlas porque desde las mismas se convocó, por ejemplo, a la jornada del 26/6/2002 en la que la represión del Gobierno de Duhalde asesinó a Darío Santillán y a Maximiliano Kosteki y dejó decenas de heridos, evento que -como señala el autor- “marcó a fuego” (p. 73) a la “nueva izquierda” (y a todo el campo popular) pero que no nació de un repollo. Tampoco fue casualidad que frente a la reacción popular generalizada por esta masacre el Gobierno tuviera que adelantar la convocatoria electoral.
Esta impresionante lucha política que desarrolló el movimiento piquetero, al cual el autor indica como progenitor de la “nueva izquierda”, no ocupa un renglón en su análisis, aunque de allí se puede extraer un elemento central: el debate sobre la necesidad de un Movimiento Piquetero estatizado o independiente.
El capítulo termina con una caracterización lapidaria sobre lo que fue una rebelión popular que volteó a un Gobierno antiobrero, represor y proimperialista, con una extraordinaria lucha callejera con decenas de muertos, heridos y detenidos. Para el autor, el Argentinazo del 19 y 20 de diciembre del 2001 y sus procesos previos y posteriores, son parte de una etapa de “derrota a escala histórica que sufrió la clase trabajadora a nivel global y local” (p.19). Para comenzar a dar una explicación al devenir de la “izquierda independiente” adelanta una conclusión: “Ser una izquierda hija de la derrota, no es algo gratuito” (p.19). El derrocamiento directo de un Gobierno es caracterizado como una “derrota” de las masas y esto determinará el impasse en que terminó cayendo parte importante de la “nueva izquierda”. Esta posición es la que tomaron en su momento la CTA y la CCC-PCR que le dieron la espalda a la movilización del 19 y 20. Y abre el paraguas para justificar la crisis en la que entró la “nueva izquierda” buscando su origen en la situación objetiva y no en la política que desarrolló.
En contra del Partido
En su segundo capítulo, “La forma y el contenido en el plano organizativo”, analiza las diferentes organizaciones surgidas en el ámbito de la “nueva izquierda”. “Frentes, redes, movimientos, colectivos, corrientes, agrupaciones, y demás espacios que desde su denominación ‘de base’ se delimitaron de toda idea ligada a lo partidario” (p.26). Con fervor el autor señala que para todas estas organizaciones el problema político a discutir fue la relación con Lenin y su “tradición” de la necesidad de construir un partido revolucionario.
La necesidad de un partido de la clase obrera es caracterizada como un planteo verticalista, burocrático y de “pensamiento único”. Sin preocuparse por desarrollar un debate de oposición, el autor plantea que este posicionamiento es parte del “sentido común” de la “nueva izquierda”. Pero el “sentido común” ha sido formado por una impresionante campaña política publicitaria mundial hecha por el imperialismo contra las perspectivas socialistas revolucionarias y sus métodos de lucha, asimilando el estalinismo contrarrevolucionario con la vigencia del partido revolucionario del proletariado. Aunque Silva Mariños no tiene más remedio que reconocer que, en la intención de alejarse del partido leninista, las demás formas de organización multisectoriales y corporativas no habrían logrado abordar los problemas políticos nacionales que, como desarrolla más adelante, se presentan del 2008 en adelante. De esta forma, prejuiciosa y faccional, el autor reconoce los límites de la ausencia de un programa político nacional en gran parte de las organizaciones de la “nueva izquierda”. No es casual que marque que esto se plantea “del 2008 en adelante” porque para Silva Mariños ese año, con el conflicto con el “campo” por las retenciones agropecuarias, el kirchnerismo profundizaría un “giro a la izquierda”. Y esa caracterización arrastrará a gran parte de la “nueva izquierda” al campo de la cooptación kirchnerista o a sus alrededores.
El partido leninista, del que la “nueva izquierda” buscaba separarse, no es una improvisación frente a la coyuntura política, sino una elaboración histórica que parte de la caracterización de la actual etapa del capitalismo: su declinación histórica y la perspectiva de la revolución socialista. El eje de este es la organización independiente de los trabajadores respecto del Estado y de las fuerzas políticas burguesas para luchar por la conquista del poder político. Abandonar esta construcción histórica es abandonar la lucha por el poder, problema del cual esta izquierda adolece.
En su tercera hipótesis, Silva Mariños aborda directamente lo que sobrevuela toda la obra: la relación de la “nueva izquierda” con la “izquierda tradicional”. En este capítulo retrocede sobre sus propias conclusiones al reivindicar como una “virtud” (así, entrecomillada) “la heterogeneidad del sector como una búsqueda hacia nuevas respuestas a develar frente a los dilemas del siglo XXI” contra su “desventaja” que sería “no tener una corriente político-ideológica definida que otorgue un corpus de fundamentos para estructurar su perfil” (p.35).
El autor enmarca la construcción de sus organizaciones en dos tendencias partiendo de su interacción con lo que él llama la “izquierda tradicional”: método de reacción y método de complementariedad. Mete así en la bolsa, sin preocuparse por los programas, a todo el espectro de izquierda que se reclama marxista revolucionario. En el primer caso -el de “reacción”- la “nueva izquierda” adquiere su fisonomía política tomando como punto de referencia la oposición a los planteos políticos y la tradición de la “vieja izquierda trotskista”, sin desarrollar ningún debate sobre el programa y las tareas de la etapa.
El segundo caso, el de la “distinción y complementariedad”, comparte las críticas a la izquierda tradicional, pero intentando desarrollar un espacio de confluencia dentro del movimiento popular. Aquí hace referencia a la conformación de listas unitarias en algunos sindicatos, a la participación de forma unitaria en jornadas de lucha como paros nacionales o luchas puntuales contra despidos, etc. También en este caso Silva Mariños contempla a los sectores que abordaron la presentación electoral del FIT llamándolo a votar o incluso fiscalizando. Este método de “complementariedad” dispara una conclusión, sectaria y prejuiciosa, por parte del autor: “el método propuesto llevó en varias ocasiones a una sangría permanente de militantes hacia las filas del trotskismo, quienes ejercitaron su astucia para tensionar las inestables definiciones de algunas organizaciones de la nueva izquierda” (p.39). Sería “astucia” y no el debate programático y político lo que hace que militantes de la “izquierda independiente” decidan sumarse al trotskismo.
La adaptación al nacionalismo burgués
Más adelante la obra analiza la relación de la “nueva izquierda” con el kirchnerismo partiendo de la contemporaneidad de ambas experiencias. Lo caracteriza como una “fracción lúcida de las clases dominantes” que “utilizó el espacio abierto por la rebelión popular para desplegar un programa redistributivo que readecuó los términos de negociación entre el Estado y el mercado” (p.71). Es un embellecimiento del Gobierno referenciado en el nacionalismo burgués para salvar las privatizaciones, el pago de la deuda externa, etcétera, en contra del levantamiento del Argentinazo. En esta “hipótesis” plantea que la “nueva izquierda” tuvo la capacidad de mantener una posición independiente de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner sin “mezclar banderas con la derecha movilizada” en contra (p.82). Pero en este punto resalta medidas llevadas adelante por el Gobierno que fueron marcando el giro de la “nueva izquierda” hacia posiciones de unidad y contemporización con el kirchnerismo: la nulidad de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final; el reconocimiento de derechos a las disidencias sexuales; la ley de medios; la estatización de YPF. En todas resalta haber apoyado criticando sus limitaciones. Se señala en particular un evento bisagra que alineó (completamente) a la “nueva izquierda” con el kirchnerismo: el conflicto con las patronales agrarias por la Resolución 125.
Silva Mariños critica la posición de la izquierda trotskista como de “neutralidad” en un conflicto que enfrentaría al Gobierno con la derecha. Una vez más se pone en debate la cuestión de la independencia política. El Partido Obrero señaló que se trataba de una disputa entre dos bandos explotadores por la distribución de la renta que dejó de lado a los obreros rurales y a los trabajadores de conjunto. El objetivo del Gobierno K era obtener recursos para pagar la deuda externa con el FMI y las corporaciones imperialistas financieras. La consigna del PO -“Contra la oligarquía, contra el Gobierno K, por una salida de izquierda, obrera y socialista”- buscaba postular a la izquierda, no como refuerzo de uno de los bandos burgueses, sino como alternativa. Era posible y necesario tener una posición revolucionaria sin tributar a ninguno de los dos bandos.
El autor va más lejos al tomarlo como un evento clave para la “nueva izquierda” y su relación con los K: luego de la derrota en este conflicto “el kirchnerismo construyó su perfil desde el centro hacia la izquierda, retomando más de una de las banderas que la nueva izquierda supo enarbolar” (p.82). Como consecuencia un sector de esta “nueva izquierda” se adaptará progresivamente al kirchnerismo, hasta integrarse totalmente al mismo frente al balotaje de 2015 entre Scioli y Macri, para acompañar la lucha contra la derecha.
La posibilidad de este balotaje no fue contemplada por la “nueva izquierda” que vio como una sorpresa el hecho de que el peronismo no ganara en primera vuelta. El autor distingue aquí una división en 3 posiciones adoptadas. La primera, fue la de apoyar la candidatura de Scioli abiertamente, encarnada por el movimiento Patria Grande, Cienfuegos y Camino de los Libres. La segunda -que parece ser la reivindicada por Silva Mariños- planteaba que tanto votar en blanco como votar por Scioli eran tácticas válidas para enfrentar a la derecha. En el arco de esta segunda posición se encontraron Democracia Socialista, La Emergente y la Juventud Guevarista, entre otros. Luego se desarrolla una tercera posición, llevada adelante por COB-La Brecha, FPDS-CN, Izquierda Revolucionaria y algunas organizaciones más. Estos grupos plantearon el voto en blanco contra los dos candidatos que llevarían adelante una nueva etapa de ajuste contra el pueblo. Esta tercera posición es la más criticada por el autor: porque el voto en blanco obturaría, afirma, la proyección de los sectores de izquierda a nivel nacional al no optar por alguna de las 2 opciones.
El análisis vertido en la obra llega a una conclusión interesante sobre el derrotero del primer grupo, el que votó a Scioli contra Macri. Es que en las elecciones de 2017 la regional Capital del movimiento Patria Grande y la organización Seamos Libres participaron con la candidatura Itai Hagman dentro de las PASO del justicialismo, quedando completamente relegados frente a la candidatura Filmus/Cabandié. Este sector quedó completamente integrado al justicialismo/kirchnerismo, incorporándose a la bancada parlamentaria K en otras elecciones. El sector que votó en blanco y logró mantener cierta independencia del kirchnerismo devino en una dispersión, una “vuelta a lo social” y un abandono de las coordinaciones multisectoriales que supieron desarrollar en los años previos. Como consecuencia estos sectores hoy se “liga(n) a los postulados del FIT, la principal referencia de izquierda en el país, pero también una herramienta exclusivamente electoral, que nuclea únicamente a partidos trotskistas y, sobre todo, no expresa gran parte de los anhelos estratégicos que la nueva izquierda supo construir” (p.99). Es entonces cuando, para el autor, se le da un primer cierre a la experiencia de la “nueva izquierda”. No considera el papel jugado por el FIT, la Unidad Piquetera y el Polo Obrero y el Plenario Sindical Combativo como eje organizador de las principales manifestaciones de la lucha de clases del país.
Frente a este agotamiento de la experiencia de la “nueva izquierda”, las organizaciones otrora pertenecientes a ella se dispersaron, según el autor, entre el peronismo y el trotskismo “vernáculo” o se replegaron nuevamente en las construcciones “de base” sin proyección nacional. Además de existir todo un sector de “activistas sueltos” que se movilizan por distintas causas populares sin nuclearse en ninguna organización. Por otro lado, plantea, el legado que habría dejado la experiencia de la “nueva izquierda” es el de “ampliar los márgenes de la lucha anticapitalista. Es decir, de incorporar a la agenda de la izquierda miope y el autonomismo corporativista, un conjunto de reclamos sectoriales capaces de ser anclados en una disputa antisistémica de gran alcance. Nos referimos a la lucha ambiental, de los feminismos, y la economía popular”. Esta conclusión parece aventurada siendo que en las luchas y movimientos señalados la intervención de la izquierda, y del trotskismo en particular, es al menos simultánea, sino anterior, a la de la “nueva izquierda”. Lo que diferencia es que el PO, por ejemplo, une las luchas de los trabajadores al combate ambiental y lo hace también con una perspectiva estratégica de lucha por un gobierno obrero.
Ya hacia el final del libro el autor resume en 3 las estrategias en las que se dividiría el panorama de la “nueva izquierda”: (l) Gobierno Popular independiente de la irrupción de masas; (ll) Gobierno popular con anclaje en la irrupción de masas; (lll) estrategia anacrónica de un empalme revolucionario. Es claro que Silva Mariños reniega de cualquier perspectiva revolucionaria. Pero nos detendremos en la segunda alternativa estratégica ya que es a la que adhiere el autor del libro. Sobre esta estrategia se plantea que la llegada al Gobierno de una “coalición de carácter popular” sería el “mecanismo de metabolización sistémica para resolver los enfrentamientos que por fuera de la institucionalidad lo amenaza más que por dentro, pero que también representan una condición para potenciar la acumulación de fuerzas que permita desde el gobierno afrontar la ruptura revolucionaria”.
El autor plantea que un gobierno de estas características desataría necesariamente una reacción conservadora, que daría a los revolucionarios una posibilidad de radicalización que, a su vez, forzaría al gobierno popular a radicalizarse. Dentro de esta radicalización surgirá, para el autor, una nueva institucionalidad. Por supuesto que el lugar central dentro de la coalición que el autor esboza, en la Argentina, lo tendría el peronismo. La formulación de “Gobierno de los trabajadores” no es abordada por el análisis del autor, porque toda su tesis se desarrolla en un marco de conciliación de clases y no se plantea en ningún momento el quiebre de la dominación burguesa sino que trata de elaborar una estrategia dentro de los marcos del Estado capitalista.
Repudiando lo que él llama los esquemas de lucha por el poder marxista-bolcheviques (sin tomarse, insistimos, la molestia de debatir contra ellos). Silva Mariños se define como partidario del “socialismo del siglo XXI”, del chavismo.
Para el autor, se ha cerrado una etapa con el fracaso de la “nueva izquierda”, aunque el impasse actual no implica necesariamente su final definitivo: “Nuestra principal hipótesis es que si bien existe un cierre de la primera etapa de la nueva izquierda, esto no significa la extinción de tal proyecto en la Argentina. Aún continúa vigente la necesidad de estructurar un espacio político que supere a la llamada izquierda tradicional sin nutrir las filas del reformismo local” (p.103). Su propósito es antirrevolucionario: el de impedir que “la emergencia de una nueva generación militante que se geste al calor de las batallas políticas de envergadura” (p.103) que vendrán, se vuelque a las filas del clasismo, del trotskismo revolucionario y del Frente de Izquierda que propugna la independencia de clase y una perspectiva estratégica de lucha por un Gobierno de trabajadores.
Propone, en cambio, repetir un nuevo ciclo donde la izquierda y la militancia obrera y popular se subordinen al nacionalismo burgués peronista, como durante décadas han hecho la izquierda argentina y la llamada “nueva izquierda”. En su rechazo al “trotskismo vernáculo” no considera que este se ha impuesto políticamente en la izquierda argentina, al estalinismo (ruso y chino) que ha terminado integrado al frente con el kirchnerismo.
Ni siquiera en el nombre es original Silva Mariños: “nueva izquierda” fue el que utilizó el Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST) para diferenciarse del PO, oponerse a la constitución del FIT e integrarse a frentes con fuerzas nacionalistas burguesas o pequeño burguesas como Pino Solanas, Luis Juez, Cafiero y otras variantes similares. Posición que, al día de hoy, a pesar de haber dado el paso de incorporarse al FIT, mantiene, buscando armar un “partido de tendencias” de objetivos electoralistas, con personalidades y sectores ajenos a una militancia que se reclame socialista revolucionaria. También se denominó como “nueva” aquella izquierda que en los 60 y 70, buscando diferenciarse de la “vieja izquierda” (PC y PS) y oponiéndose a la necesidad de construir un partido obrero independiente de la burguesía y del Estado, revolucionario y socialista, planteaba la creación de movimientos de “izquierda” dentro del peronismo. “Atajos” para pretender radicalizar al nacionalismo burgués que terminaban siendo usados y luego absorbidos o desechados por Perón y el peronismo (kirchnerismo incluido). Es decir, que de “nueva” no tiene nada la concepción de Silva Mariños: es el viejo plato recontra calentado de la adaptación al nacionalismo burgués.
Al editarse, a fines del 2021, el libro de Silva Mariños, el gobierno peronista se encontraba cerrando el acuerdo con el FMI que derivó en el brutal proceso de ajuste que hoy están sufriendo los trabajadores ocupados y desocupados. En el año transcurrido se evidenció como nunca la crisis que atraviesa al peronismo, que incluye tanto al kirchnerismo, como al PJ y a la burocracia sindical. Incluso la disgregación política abarca a todo el arco político capitalista (que ya se encuentra disputando las candidaturas para las elecciones de 2023). La tarea de la etapa para los luchadores y la izquierda es la de superar al peronismo desarrollando entre la clase obrera y los explotados la conciencia y la organización de un movimiento popular con banderas socialistas para imponer con sus métodos de lucha las conquistas que preparen las condiciones para un gobierno de los trabajadores.