De los montos a la triple A

Una crítica al libro "Conocer a Peron: destierro y regreso" de Juan Abal Medina (padre)

En un texto de 400 páginas, Juan Manuel Abal Medina da cuenta de su intervención en el Operativo Retorno de Perón y, más en general, en el período que va desde principios de los ’70, después del “Cordobazo”, hasta la muerte de Perón en julio de 1974. Durante toda esa etapa, el autor desempeña el papel de un secretario y vocero calificado de Perón y, sobre todo, enlace político entre el general -exiliado en España desde 1960- y los referentes principales de las distintas ramas del movimiento peronista en la Argentina, como José Ignacio Rucci y Lorenzo Miguel, dirigentes de la CGT; Rodolfo Galimberti, de Montoneros; José Gelbard, referente de la burguesía nacional y también con sectores nacionalistas de las FF.AA. y de la Iglesia católica. Elementos todos estos que jugaron un papel en la extensa negociación entre el general Agustín Lanusse -presidente de facto, sucesor de los generales golpistas Onganía y Levingston, de la llamada Revolución Argentina- y Perón, sobre el regreso de este último al país.

El regreso de Perón y los acuerdos de este con la cúpula de las FF.AA. y los partidos políticos burgueses tuvo el propósito de dar fin a la maltrecha dictadura de “La Revolución Argentina” y armar una salida institucional mediante elecciones. Fue una gran operación contrarrevolucionaria cuyo propósito central fue disipar la situación de alzamiento de la clase obrera argentina, que tuvo su estandarte en el “Cordobazo” y evitar una revolución social. Todos los acontecimientos sucedidos en ese período, incluyendo la constitución de “La Hora del Pueblo” -coalición de partidos capitalistas con centro en el peronismo y la Unión Cívica Radical de Ricardo Balbín- y también el accionar de las organizaciones “populares” -guerrilleras o no- que avalaron dicho operativo, deben ser vistos bajo la óptica de ese propósito.

¿Cuál Perón?

El título del libro -Conocer a Perón- se refiere, centralmente, a la experiencia de la relación personal de Abal Medina con “El General”. Pero soslaya una comprensión más amplia del personaje. Un rasgo esencial que lo caracterizó es que Perón poseía una personalidad multiforme y una capacidad de manipulación política que le permitía presentar un discurso distinto y hasta opuesto, simultáneamente, según sus interlocutores o sectores presentes. Un Perón alentaba a las formaciones armadas como Montoneros -o quince años antes a un dirigente filo marxista como John Willam Cooke-, mientras “otro” Perón apañaba a la burocracia sindical más descompuesta, o a la derecha nacionalista católica y rosista de los Sánchez Sorondo y Solano Lima, o a bandas de choque nacionalistas de derecha, como el Comando de Organización de Brito Lima y los paramilitares del coronel Jorge Osinde y del “Brujo” López Rega.

Perón fue el gran garante de una salida ordenada para el régimen capitalista, mediante el disciplinamiento de la clase obrera: “de casa al trabajo y del trabajo a casa”. Abal Medina, en cambio, lo considera un prócer de la Revolución Nacional. “Mi deseo es que usted no siga la suerte de San Martín, ni de Artigas ni de Rosas. Para eso he militado todo este tiempo”, dice a su jefe acerca de su regreso al país.

Del antiperonismo católico al nacionalismo peronista

Abal Medina es un hombre de la derecha. Tal como lo relata en las partes más autobiográficas del libro, proviene de una familia de la Acción Católica, nacionalista militante y antiperonista, al punto de que su padre defendió físicamente la Catedral durante la quema de iglesias, cuando Perón chocó con la jerarquía eclesiástica, que en 1955 alentaba el golpe de Estado. 

Dos de los hijos varones, Fernando y Juan Manuel, cursando el colegio secundario en el Nacional de Buenos Aires, hicieron sus primeras armas políticas militando del lado de la llamada “Enseñanza Libre”, movimiento privatizador de la educación impulsado por la Iglesia, para obtener la autorización a las universidades privadas para dar títulos habilitantes y se enfrentó con los partidarios de la “Enseñanza Laica” que se oponían. Sucedía en 1958, bajo el gobierno de Arturo Frondizi, y dio lugar a manifestaciones de masas que movilizaron y politizaron a vastos sectores de la juventud. En esa época se vincula a la Guardia Restauradora Nacionalista, una escisión del movimiento Tacuara, dirigida por el cura Julio Meinvielle, anticomunista y antisemita.

Meinvielle y su movimiento eran antiperonistas. El vínculo de los Abal Medina con el peronismo, relata el texto, vino de la mano del cura Leonardo Castellani y, a través de él, de ultranacionalistas como el escritor peronista Leopoldo Marechal e historiadores revisionistas como José María Rosa y Jauretche. Abal Medina se definirá como “peronista marechaliano” y sugiere una relación directa entre el escritor y la evolución de su hermano menor hacia la lucha armada. Otra influencia peronista fue la de Alicia Eguren, mujer del fallecido John Willam Cooke, diputado y delegado de Perón en 1956, que participó en la llamada “Resistencia peronista” de esos años y fue referente de una corriente peronista “anti-imperialista” que postulaba un utópico “socialismo nacional” e inspiró las primeras experiencias foquistas de los ’60 (Uturunco; Taco Ralo; FAP).

En la Facultad de Derecho aparecen los vínculos con sectores nacionalistas de derecha, como el Sindicato Universitario de Derecho (con cuadros ultraconservadores católicos, como Enrique Graci Susini) y con otras expresiones derechistas como el Movimiento Nueva Argentina. Más adelante, los hermanos Abal Medina integraron la redacción de Azul y Blanco, dirigido por el referente del nacionalismo católico ortodoxo, Marcelo Sánchez Sorondo, antisemita y admirador de Charles Maurras, Mussolini y Franco. Sánchez Sorondo tuvo una decisiva influencia política e ideológica sobre Abal Medina, reconoce éste, y fue uno de los activos operadores políticos del regreso de Perón.

Incondicionalidad y servicio

Juan Manuel Abal Medina tenía un trato con Perón de admiración incondicional y de una subyugación de tipo filial, sumada una subordinación quasi militar, como lo revela el hecho de que lo tratara como “Mi General” o que respondiera a las convocatorias perentorias de Perón, viajando a Madrid en el término de 24 horas (“A sus órdenes, mi General”). Tanta devoción tuvo su contrapartida: Perón lo hizo vocero y mensajero personal y luego secretario general del Movimiento Nacional Justicialista (1972-1974). En todo el peronismo se sabía que las palabras de Abal Medina eran las que textualmente le dictaba “El General”, un hecho que el autor sabía manejar en sus negociaciones y que se ocupa de resaltar en numerosos pasajes del libro. La principal misión encomendada por Perón: armonizar las relaciones entre “ramas” enfrentadas (CGT – Juventud – Políticos) y evitar los choques entre ellas.

Juan Manuel Abal Medina reunía las condiciones para jugar sobre un amplio espectro de relaciones políticas de la época. Siendo un claro hombre de derecha, el hecho de que su hermano Fernando -muerto en un tiroteo con la policía- fuera uno de los fundadores de Montoneros y el ejecutor del rapto y asesinato del general Aramburu, le daba un salvoconducto tanto ante las organizaciones político-militares de la Juventud Peronista como ante los sectores más anticomunistas del movimiento y enemigos declarados de los primeros, a los que denominaban “infiltrados”. A la duplicidad de Perón correspondía la maleabilidad de su hombre de confianza. 

El asesinato de Aramburu, acto fundante

En el asesinato del general Pedro Eugenio Aramburu, su hermano Fernando, revela Juan Manuel, apretó el gatillo. El autor relata una conversación íntima con Perón en la que se delimitó de lo que el general llamó “primera acción del movimiento montonero”. “No necesitaba aclararlo -escribe-, pero reiteré mi nula vinculación con Montoneros, que yo no hacía pública porque hacerlo en ese momento me parecía una cobardía…”. Bien interpretado, más que una cobardía se trata de una ambigüedad política de las que Perón usaba sistemáticamente para conformar a tirios y troyanos. Soy, pero no soy. En la misma charla, relata, Perón consuela a su vocero que le revela con dolor la angustia y remordimiento cristiano de su hermano Fernando por el crimen. “Una acción deseada por todos los peronistas -dice Perón y agrega-: fue un acto de profunda justicia (…) nunca escuché a ninguno que se arrepintiera de las bombas de 1953 o de las del 16 de junio”. Perón, que jura no tener nada que ver con el atentado, tenía por lo menos la íntima convicción de que iba a ser políticamente provechoso. Esto, sin escatimar cristiano consuelo a sus autores materiales.

El asesinato de Aramburu, el 29 de mayo de 1970 (según la revista Política Obrera, junio de 1970) fue “…una provocación política desde el punto de vista de los intereses obreros (…) una franca acción de hostilidad contra el proletariado que busca liberarse del capitalismo mediante la acción de masas y de la tutela y traición de la burocracia gremial y de Perón”.

El apoyo de Perón a esta acción tiene un gran significado político, porque parte de una caracterización suya, a saber, que en la etapa de alza de masas que explota con el “Cordobazo”, el peronismo y sus referentes tenían una baja figuración y el movimiento se volcaba a la izquierda. En ese cuadro, el surgimiento de Montoneros y su debut con el asesinato de Aramburu, para Perón marcan el inicio de una recuperación peronista y por lo tanto de un mayor control político de las masas que marchaban hacia la izquierda y el clasismo.

El gran desvío

Abal Medina relata, en el capítulo más interesante del libro (págs. 101 y 107), que Perón señalaba al “Cordobazo” y sus réplicas en otras provincias como un momento crítico para el peronismo porque “por primera vez la protesta popular se daba al margen del movimiento y sin una participación masiva de dirigentes y militantes propios (…) con el protagonismo opositor en otras manos y con las filas propias, especialmente los sindicatos, divididos y desorganizados”. Perón opinaba que “esta situación fue modificada de manera abrupta por los hechos de 1970 y, centralmente, por el ajusticiamiento de Aramburu”. Juzgaba al mismo tiempo como lo único positivo de ese período la participación de sus delegados -Jerónimo Remorino y Jorge Paladino- en las primeras conversaciones entre los partidos burgueses que luego formarían “La Hora del Pueblo”. 

Estos párrafos evidencian dos cuestiones. Perón se mueve en los dos planos de su llamada “política pendular”, las acciones armadas y la negociación con los partidos de la burguesía, para un fin común que era la negociación con el gobierno militar y en particular con el presidente de facto, general Agustín Lanusse, para buscar una salida institucional a la crisis del régimen militar mediante elecciones. Por otro lado, surge del texto, cómo las agrupaciones político-militares de la Juventud Peronista eran colectoras de ese gran proyecto político de la burguesía de la época, el retorno de Perón y un acuerdo para una institucionalización concertada.

Más adelante, Abal Medina confirma esta caracterización cuando dice: “La radicalización juvenil que se registraba en muchas partes y que en Argentina había sido inicialmente capitalizada por la izquierda mediante el “Cordobazo” y el sindicalismo clasista había tenido un giro hacia el peronismo a partir del levantamiento montonero de 1970”. Hasta aquí la cita. Para el imaginario de un sector de la juventud, el peronismo era presentado como una salida revolucionaria, e incluso “socialista”, encabezada por Perón y su retorno (la “patria socialista”). La realidad era que jugaba como una de las patas de la negociación Perón-Lanusse para una normalización “democrática” que disipara una situación revolucionaria. Respecto de esa función distraccionista, más adelante Abal Medina dirá: “En cuanto al conjunto de las Fuerzas Armadas, yo veía que la aparición de diversas organizaciones guerrilleras y la ola de actos de violencia sistemática iban configurando un ‘enemigo’ que podía desplazar al peronismo del centro de las obsesiones militares”.

Abal Medina expone que el montonero Rodolfo Galimberti era operador de Perón dentro de la Juventud Peronista, que crecía masivamente. De la misma manera que lo eran José Rucci en la CGT, y Héctor Cámpora y Antonio Cafiero en las vinculaciones políticas con el resto de los partidos. Y el propio Abal Medina como un enlace, correo y vocero de Perón, que además mantenía fluidas relaciones con sectores nacionalistas del Ejército, de los que obtenía valiosa información sobre la interna militar y las diferentes posiciones sobre el Operativo Retorno. Todos partícipes en las infinitas negociaciones que iban gestando una salida que evitara tanto asonadas militares como desbordes populares. El grado de manipulación del “General” se evidencia, por ejemplo, en cómo promovía el ataque de la juventud contra el burócrata Rogelio Coria, de la Uocra y contra el industrial José Gelbard, a los que se denominaba “participacionistas” por su permeabilidad a los planteos del general Lanusse, que pretendía elecciones sin la candidatura de Perón.

Ni yanquis ni marxistas

La filiación anticomunista de Perón aparece muy clara en el libro. Abal Medina le confesó al General su afecto por Alicia Eguren, la mencionada ex esposa de John William Cooke y la influencia que ella tuvo en su acercamiento al movimiento. Perón, sin desconocer que era una mujer muy inteligente, le dijo que había estimado mucho a ella y a Cooke. “Fue una gran época -dijo-, pero que su creciente giro a la izquierda -aludiendo a la evolución pro-castrista de Cooke- había hecho imposible su continuidad. Transcribe Abal Medina palabras de Perón: “…yo respeto mucho a Fidel Castro y lo que hace en Cuba. Pero la Argentina no es Cuba, el ejército argentino no es el ejército de Batista y, sobre todo, nosotros no somos marxistas (…) nuestra gente, los trabajadores argentinos no son marxistas ni socialistas: son justicialistas. Para hablar en el lenguaje de ellos, no tienen el nivel de conciencia necesario para embarcarse en esa guerra revolucionaria. ¿Y qué derecho tenemos nosotros de presionarlos? ¿Qué derecho tengo yo de utilizar un liderazgo obtenido con otras banderas para llevarlos a ese callejón sin salida?”. Con el lenguaje de un sociólogo independiente, que estudia procesos históricos dispares, Perón encubre el hecho de que su “liderazgo” justicialista consistió toda su vida en someter a la clase trabajadora al orden capitalista y alejarla de la revolución.

Queda claro que Abal Medina comparte esta posición. En un momento le dice a Perón que notaba una radicalización de los grupos armados y que “percibía como un peligro concreto” como “posiciones marxistas se iban imponiendo (…) sobre compañeros de baja formación política”.

Unico objetivo, la vuelta de Perón

Los principales acontecimientos de la época -algunos trágicos- son relatados por Abal Medina con un cierto estilo administrativo y juzgados según su incidencia en la marcha hacia el fin último, que era el regreso de Perón y su acceso a la Presidencia de la Nación, que el autor considera, hasta hoy, “la victoria histórica del peronismo”. El terrible asesinato por fusilamiento en la base naval de Trelew de 16 militantes prisioneros y desarmados en agosto de 1972, cuyo objetivo fue golpear salvajemente a la izquierda y más en general al activismo popular, es interpretado exclusivamente como una maniobra de un sector de la Marina para “cambiar las reglas del juego”: bloquear los acuerdos Perón-Lanusse e impedir el regreso del “General”.

La emboscada de Ezeiza

El 20 de junio de 1973, Perón regresa al país. En Ezeiza, donde se suponía su aterrizaje, se produjo una masacre que se cobró no menos de 13 muertos y 400 heridos. Centenares de miles de manifestantes, una mayoría de la Juventud Peronista de izquierda, que marcharon a esperar a Perón, fueron atacados con todo tipo de armas de guerra por un destacamento de pistoleros reclutados por el coronel Jorge Osinde, matones de los aparatos sindicales, y el Comando de Organización de Alberto Brito Lima. Abal Medina da cuenta en su relato que estaba al tanto de la provocación que se estaba armando y de sus protagonistas. De hecho, él integraba la Comisión del Regreso con José Ignacio Rucci, Lorenzo Miguel, Norma Kennedy y Jorge Osinde, todos ellos siniestros elementos fascistoides, violentos y provocadores. Abal Medina sostiene que su papel se limitó a sugerir, sin éxito, un lugar distinto para el acto y una seguridad a cargo de la policía. Sus incontables relaciones y recursos no habrían bastado para frenar la masacre. Y, lo más notable, mostrarlo a Perón ajeno a los hechos, tratándose nada menos que del regreso histórico, de alguien que controlaba hasta el último detalle sus acciones y que contaba con Osinde, quien fuera director de Coordinación Federal y capo de la Inteligencia en el gobierno de Perón del ’45.

Miguel Bonasso relata que se sabía desde el día anterior que el avión sería desviado al aeropuerto de Morón -¿dejando a Ezeiza como territorio liberado? Al día siguiente, las declaraciones de Perón tronaban contra los “infiltrados” de la izquierda en el movimiento justicialista. O sea, las víctimas. Había comenzado un giro que se iba a plasmar en la futura organización de la Triple A. Abal Medina destaca cómo se dedicó a lograr armar reuniones entre Roberto Perdía, de Montoneros, y Lorenzo Miguel, para evitar ajustes de cuentas entre las facciones del peronismo y culpar de todo a López Rega.

Cámpora al gobierno

Otra manifestación de la ubicación política de Abal Medina y su participación en el Operativo Retorno de Perón surge del relato de las jornadas que rodearon el triunfo electoral de Héctor José Cámpora y su asunción presidencial el 25 de mayo de 1973. Este resultado electoral fue presentado -erróneamente- como un triunfo popular sobre la dictadura. En amplios sectores de masas creó ilusiones que veían en el fin de la dictadura una vía para la recuperación de conquistas largamente postergadas. Las juventudes en particular reclamaron la prometida liberación inmediata de los presos políticos. El mismo 25, masivas columnas marcharon y rodearon el penal de Devoto. Sin esperar la aprobación de una ley de indulto en tratamiento, amenazaban con derribar los portones si no se cumplía inmediatamente. Abal Medina subraya que él discrepaba con la liberación de la totalidad de los presos, ya que no debía aplicarse a los que declararon que iban a continuar con la lucha armada (como el ERP). Con el triunfo de Cámpora, Firmenich, de Montoneros, había declarado “el fin de la lucha armada”.

Ante los acontecimientos in crescendo, Abal Medina se comunicó con Perón en Madrid:

-Ocúpese de Devoto -urgió Perón-, que me dicen que está tomada por el ERP. 

Le contesté: -A sus órdenes, mi General.

Perón: -A los presos los liberamos nosotros, que eso quede claro.

Abal Medina: -…¿sin esperar la amnistía o, al menos, el indulto? 

Perón: -Libérelos de una vez.

Abal Medina: -¿A todos, mi General?

Perón: -A todos, a todos… No podemos hacer otra cosa.

Nótese la perspicacia política del viejo líder a 10.000 kilómetros de los acontecimientos y el conservadurismo derechista de su interlocutor.

Contra las ocupaciones

En esos días se produjo también una ola de ocupaciones de fábricas, reparticiones, universidades, en defensa del “gobierno popular sin injusticia social” y todo tipo de reivindicaciones. Perón encargó a Abal Medina llamar a la inmediata desocupación de todos los lugares tomados. Un mensaje del Movimiento Nacional Peronista firmado por su secretario, Abal Medina; Rucci por CGT; Lorenzo Miguel. por 62 Organizaciones y Roth, por la rama femenina, fue difundido por cadena nacional con esa línea y saludado por el diario La Nación y el Buenos Aires Herald. Luego, el diario Mayoría, de línea directa con Perón, en un editorial llamaba a que los verdaderos peronistas se diferenciarán de la “chantería” y el “zurderío”, y definía que la identidad justicialista era “nacional y popular, revolucionaria, cristiana y humanista”.

Abal Medina personalmente, en compañía de Lorenzo Miguel y Rucci, recorrió los lugares tomados para desocuparlos. Esto es amputar el aspecto más revolucionario de esas jornadas.

Perón al poder

El asesinato de Rucci por los Montoneros, el 25 de septiembre de 1973, dos días después del triunfo electoral de la fórmula Perón-Isabel, y el posterior asalto a la Guarnición de Azul del Ejército por el ERP (enero de 1974), marcaron la ruptura de Perón y las organizaciones de la Juventud Peronista y la acentuación de la ofensiva de Perón contra la otrora “juventud maravillosa” que él mismo había apadrinado. El 1º de Mayo de 1974, en la Plaza, Perón elogió en su discurso a la burocracia sindical y califica de imberbes e infiltrados a la Juventud Peronista, que se retira del acto con el cántico “Qué pasa, general, que está lleno de gorilas el gobierno popular”.

Abal Medina señala que el atentado a Rucci, fue el punto de no retorno en su vínculo personal con las organizaciones armadas. Consideraba a Rucci un compañero y amigo entrañable, que “iba al frente” y que jugó un papel importante en el operativo retorno. Dirigente de la UOM y luego de la CGT, Rucci es representante de la burocracia sindical más antiobrera, que combatía a los llamados “infiltrados”, agentes de la “sinarquía internacional”. Perón dijo que “le habían matado a un hijo”. Trascartón promovió una ley de reforma represiva del Código Penal y nombró en la jefatura de policía a Alberto Villar y a Luis Margaride, enemigos declarados de los Montoneros. Poco después se destituye a los gobernadores vinculados con la Tendencia: Oscar Bidegain, de la provincia de Buenos Aires, y Obregón Cano, de Córdoba. De la reforma del Código Penal, Abal Medina desprende que el propósito de establecer límites legales a la represión es una demostración de que Perón no tuvo que ver con las AAA y sus crímenes. Descartada una ingenuidad improbable, se trata de un encubrimiento del papel jugado por Perón, en una represión ilegal que fue el preludio de la del gobierno de Isabel Perón y de la dictadura de Videla y que está demostrada con innumerable evidencia histórica. Abal Medina comparte la tesis increíble de que López Rega, a quien caracteriza como un imbécil, manipulaba a un Perón viejo y enfermo.

Abal Medina concluye el libro en el momento de la muerte de Perón, el 1° de julio de 1974, dejando el mensaje de que el retorno del “General” y su tercera presidencia constituyeron la culminación de un triunfo, no solo peronista, sino de la Revolución Nacional en Argentina. Con este recorte, queda fuera del análisis tanto el curso derechista represivo del gobierno de Isabel, como así también las fechorías terroristas de la AAA y sus crímenes. El curso abiertamente represivo del gobierno de Isabel Perón quedó plasmado en los decretos que habilitaron a las FF.AA. para la represión interior y el “exterminio de subversivos”, del que derivó el Operativo Independencia sobre la provincia de Tucumán, con asesinatos, secuestros y torturas de militantes y población civil, en un verdadero ensayo general del modus operandi del futuro golpe de Videla.

Tampoco se analizará la gran sublevación obrera y huelga general de junio y julio de 1975, y el golpe militar genocida encabezado por Videla. Hechos fundamentales de un curso trágico que evidencia el gran fracaso del “Operativo Retorno” y el gobierno peronista, en términos de una salida para el país según el interés de las mayorías oprimidas. El desvío derechista que supuso el “Operativo”, respecto de la etapa revolucionaria que abrió el “Cordobazo”, logró cooptar a parte de las organizaciones políticas que se reclamaban clasistas o anti-imperialistas y que con las consignas “Luche y vuelve”, “Cámpora al gobierno, Perón al poder”, “vote Perón-Perón” contribuyeron a un desarme político de la oleada revolucionaria del “Cordobazo”. Esta caracterización debe estar en la base del análisis y de la formulación de un programa para la superación del nacionalismo burgués en la Argentina.

Abal Medina, en cambio, dice -hoy en día- que la salida es “más peronismo”.


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