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1923: el bloque Lenin-Trotsky contra Stalin y la burocratización

“Es seguro que nuestra campaña combinada contra el comité hubiera terminado en una franca victoria a comienzos de 1923. Y no me cabe la menor duda de que si en vísperas del Duodécimo Congreso del partido yo hubiera roto el fuego contra el burocratismo estalinista, acogiéndome a la idea en que se inspiraba el bloque concertado con Lenin, habría conseguido una victoria completa sin necesidad de que este interviniera. Lo que no aseguro es que hubiese podido sostener indefinidamente esa victoria”. (Trotsky, Mi Vida, pág. 383)

La batalla que Lenin dio en su último año de vida estuvo absolutamente condicionada por una cruenta enfermedad. Los ejes decisivos de su embate contra Stalin ya fueron detallados en la primera parte de este artículo1https://revistaedm.com/edm-23-06-11/la-ultima-batalla-de-lenin-fue-contra-stalin/, del mismo modo se pasó revista de la ascendente desconfianza de Lenin al flamante secretario general al regreso de su primer y extenso alejamiento de la actividad política en diciembre de 1922. Lenin advirtió la dimensión que había cobrado el aparato burocrático del partido y se recriminó por el tiempo perdido, al comprobar las verdades del caso georgiano ocultas por Stalin y compañía (burocratismo y chauvinismo gran ruso en Georgia). Pese a los límites físicos que le imponía su enfermedad terminal, supo delinear una política ofensiva contra la degeneración que corrompía al partido de la revolución.

Las cartas escritas al CC, los dictados e indicaciones a sus secretarias, fueron parte de la consciente batalla política desplegada por Lenin en el Kremlin. La antigua habitación de la servidumbre zarista fue el lugar en el que elaboró un plan para hacer frente a la burocracia partidaria que gobernaba el país. Para llevar adelante esa tarea, no menos resuelta que otras afrontadas por Lenin en el pasado, no dudó un instante en ubicar a su lado al otro gran dirigente de octubre: León Trotsky. Fue así como en diciembre de 1922 le propuso hacer un “bloque” para derrotar a Stalin.

Si la palabra de Trotsky fue reprimida durante décadas por la burocracia estalinista, qué decir del lugar que la propaganda soviética le adjudicó a la existencia de un posible bloque político que hermanara a Trotsky y Lenin contra el mismísimo Stalin. El relato Mi Vida, escrito en Turquía por Trotsky en el año 1929, fue verificado en los hechos al publicar la propia burocracia estalinista, a la muerte de Stalin, el Informe Secreto en el XX Congreso del PCUS en 1956.

La cita reproducida a la cabeza de este artículo no solo da cuenta de la existencia del bloque Lenin-Trotsky, sino también del hecho de que este bloque finalmente no fue puesto en práctica en tiempo y forma por Trotsky ante la postración de Lenin. Analizaremos cómo Lenin se empeñó en allanarle el camino como su sucesor al frente del partido, por qué el XII Congreso resultó decisivo tanto para la troika como para el propio Trotsky, en qué sentido el jefe del Ejército Rojo adoptó una actitud vacilante en la batalla final que Lenin le había encomendado, y cómo esto derivó en una sistemática campaña en su contra.

La sucesión

En un proceso de sucesión del poder político, la palabra de quien deja o abandona ese lugar resulta decisiva, más aún cuando su prestigio se encuentra a la altura de las nubes. Este cálculo era el que primaba en la mente de Stalin, pero también Zinoviev fantaseaba con ese liderazgo como continuidad ascendente de su presidencia en la Internacional Comunista y al frente del Soviet de Petrogrado, donde tanta popularidad había adquirido con sus dotes de agitador y buen orador. Ambos sabían que, en caso de definirse una sucesión, ninguno de los dos era del absoluto agrado de Lenin. Ambos sabían que el postrado dirigente imaginaba a Trotsky en el lugar de presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo y como principal líder del partido.

A principios de 1923, la burocracia ya era consciente de la “bomba” que Lenin tenía preparada contra Stalin y la camarilla. La famosa “bomba” dispuesta para el XII Congreso incluía no solo la denuncia del accionar “gran ruso” en Georgia, sino también la destitución de sus puestos a Stalin y a Dzerzhinski, junto con la expulsión de Ordzhonikidze. Al mismo tiempo buscaba debilitar al Buró Político, ampliando el CC y dando mayores responsabilidades a la Comisión de Control. La reforma se completaba con una campaña de cooptación obrera para renovar la base y la dirección partidarias. Este golpe contra el poder político de la burocracia del partido debía ser desactivado. Para hacerlo, Stalin se valdría de las desiguales condiciones que Lenin tenía para poder librar esa batalla y de un enorme aparato que había ido construyendo, puesto al servicio de su camarilla.

Lenin no focalizaba la sucesión como el principal problema de su batalla política, sino como un peldaño más de su lucha por desplazar al secretario general y a la camarilla. Stalin, en cambio, percibía esa sucesión como el punto de llegada de una conspiración iniciada años atrás, que le permitiría allanar finalmente el camino para hacerse del dominio político total del partido y del Estado. Los dos principales escollos que tenía el dirigente georgiano fueron la palabra de Lenin y la figura de Trotsky. Obstáculos que cobraban una mayor dimensión al confluir en un mismo bloque, poderoso si se tiene en cuenta que reunificaba al binomio dirigente de la Revolución de Octubre.

La indicación de Lenin en el famoso Testamento no es lo suficientemente explícita en lo que a la sucesión respecta. Está claro que lo define a Trotsky como “el hombre más capaz del actual CC” (Lenin, Testamento, pág. 12), pero lo hace ubicándolo junto a Stalin como los dos principales dirigentes del partido. Sin embargo, menos de un mes más tarde, Lenin tachará uno de estos dos nombres al recomendar en el agregado de su Testamento del 4 de enero de 1923 la definitiva salida del georgiano del puesto de secretario general. Estos escritos, ocultados conscientemente por la burocracia durante treinta y tres años, sin duda, habrían tenido un impacto en la militancia partidaria más allá de las campañas antitrotskistas en curso.

Ahora bien, la recomendación de Trotsky como sucesor es una idea que subyace previamente al enfrentamiento final de Lenin contra Stalin. En abril de 1922, Lenin le propuso a Trotsky que fuera designado como vicepresidente del Consejo de Comisariado del Pueblo, es decir la segunda persona en relevancia del Estado soviético. Según Isaac Deutscher, este ofrecimiento buscaba equilibrar el poder otorgado a Stalin con la Secretaría General del partido y Trotsky lo rechazó porque implicaba la superposición del puesto con el que ya ocupaba Rikov. El ofrecimiento de Lenin se explica no solo por su interés de elevar el nombre del jefe del Ejército Rojo tras la guerra civil, sino también por la búsqueda de conciliar con Trotsky tras ciertas controversias políticas acontecidas meses atrás sobre el GOSPLAN, defendido por Trotsky y descartado por Lenin, quien lo consideraba inconveniente en medio de la embrionaria NEP. En noviembre del mismo año, un mes antes de proponerle el bloque, Lenin reitera el ofrecimiento de la vicepresidencia por intermediación de Stalin y será nuevamente rechazada.

 El bloque

Pero la sucesión no era solo un problema de nombres. La política que contenían esos nombres era en definitiva la preocupación central de Lenin durante la última etapa de su vida. En el Testamento no solo dedicó adjetivos calificativos a los dos principales dirigentes del partido, sino que también se encargó de describir a Zinoviev, Kamenev, Bujarin y Piatakov. Los peligros de escisión dentro del CC fueron advertidos por Lenin durante toda esta etapa, pero en las líneas finales de su vida no se centró solo en encontrar un equilibrio entre las fuerzas en disputa, sino que percibió con claridad la necesidad de desplazar a la camarilla burocrática.

Al solicitar la intervención de Trotsky para defender sus puntos de vista, se reencontró con el principal aliado con el que disponía para dar batalla contra la troika. No solo por tener acuerdo en puntos fundamentales, sino por sus dotes como teórico, orador y la enorme popularidad alcanzada en el partido y el país. La abolición del monopolio exterior propuesto por la camarilla solo era rechazada por Trotsky en el Buró Político, por lo que Lenin no dudó en solicitar por nota que este represente en el CC su posición frente al resto del partido. La carta que daba a Trotsky el lugar de portavoz de Lenin cayó como un mazazo en el escritorio de Stalin, quien para mayor vergüenza tuvo que leerla frente al conjunto del CC. Trotsky cuenta que tras el triunfo obtenido (el Buró Político tuvo que retrotraer sus políticas abolicionistas) el entusiasmo de Lenin fue tal que recomendó “no detenerse aquí, sino seguir atacando” (Trotsky, Mi Vida, pág. 383).

En noviembre de 1922, unas semanas antes de sufrir el segundo ataque, Lenin mantuvo una nueva reunión con Trotsky en la que le planteó la propuesta de formar un “bloque” contra Stalin. En un primer momento, el ascenso de la burocracia para Lenin se reducía a la vieja camarilla administrativa enquistada en el Estado y no así en el partido. Tras un intercambio, mediado por el evidente desarrollo burocrático del aparato partidario del que Lenin ya venía tomando nota tras su extenso reposo, finalmente se convence y en palabras de Trotsky, el enfermo líder le propuso: “formemos un bloque contra la burocracia en general y contra la del comité en particular” (Ídem, pág. 382). El plan de Lenin era más ambicioso que ganar una o dos mociones en el CC. Su intención era crear una especie de comisión para la represión del burocratismo, que se incorporaría al Comité Central, y a la cual perteneceríamos los dos. En realidad, esta comisión tendría por objeto servir de palanca para destruir la fracción de Stalin, que era la verdadera espina dorsal del régimen burocrático, a la par que creaba dentro del partido las condiciones para que yo pudiera ocupar el puesto de sustituto de Lenin y, según su propósito, el de sucesor suyo en el Consejo de Comisarios del Pueblo”. (Ídem, pág. 382.)

La propuesta de bloque contenía una política de erradicación de la burocracia y profunda reforma del partido, que incluía la sucesión de liderazgo. Para 1929, año en que Trotsky escribió Mi Vida, el Testamento estaba oculto en un cofre de cuatro llaves por la troika. Tanto este texto como el resto de las notas dictadas por Lenin en el ocaso de su lucidez otorgan un mayor sustento al propio relato de Trotsky. Allí se despejan cuáles eran las reales intenciones del padre del bolchevismo: bloquear el desarrollo de la troika y abrir camino a la dirección del popular jefe del Ejército Rojo. “Aparte de los fines políticos generales que se proponía, la campaña iniciada por Lenin tenía por misión crear las condiciones más favorables para mi labor directiva, ya fuese en colaboración con él, si se llegaba a reponer, o en su reemplazo, si no alcanzaba a resistir la enfermedad” (ídem, Pág. 388).

Simultáneamente, Lenin daba la razón a Trotsky sobre un punto por el que este venía batallando desde hacía tiempo en el Buró Político. Al reconocimiento del fracaso del Rabkin (Inspección Obrera y Campesina) dirigido por Stalin, le sumó la importancia de dar lugar al GOSPLAN por el que Trotsky venía luchando en soledad, incluyendo notas con apreciaciones y recomendaciones favorables.

El XII Congreso

El XII Congreso se celebró entre el 17 y el 25 de abril de 1923. Más allá de los temas destacados que se irían a tratar, ya fueran las dificultades existentes para profundizar la política de la NEP o el funcionamiento democrático interno del partido, la gran novedad para el conjunto de la militancia era la ausencia de Lenin. Sin embargo, la mayor preocupación de la burocracia era otra. Eran conscientes de que una bomba podría estallar a partir de las múltiples denuncias que Lenin venía desarrollando junto con los desplazamientos que había planeado para la camarilla en general y Stalin en particular. Solo el Buró Político y algunos militantes más estaban al corriente de la batalla iniciada por Lenin.

Con el indiscutible líder fuera de combate, el XII Congreso iba a ser el escenario concreto para que Trotsky tomara la posta del enfermo y arremetiera contra Stalin según el plan preconcebido por Lenin, que incluía una denuncia certera sobre el problema georgiano (la intervención “gran rusa” que habían adoptado Stalin, Dzerjinski y Ordzhonikidze) y una serie de profundas reformas en el partido que reestructuren radicalmente el CC, dando un golpe certero al secretario general.  

Dos meses antes de iniciarse el congreso, Trotsky se defiende frente a la campaña contra su persona, insinuando el triunvirato que este impulsaba una escisión en el partido. En una nota dirigida al CC el 23 de febrero, Trotsky advierte que se reservaba el derecho a hacer pública la palabra de Lenin, no solo sobre sus consideraciones de los dirigentes partidarios, sino también sobre el asunto georgiano. Advertido Stalin de la jugada que podía poner en movimiento Trotsky y del letal impacto que tendría la reproducción de las palabras del enfermo líder, impulsa junto con el resto de la troika una maniobra para reorientar la dirección del XII Congreso.

La maniobra del triunvirato consistió en conciliar, así anular al vocero de Lenin y desactivar la “bomba”. En primer término, le proponen a Trotsky que dé el informe político inaugural, que congreso tras congreso estaba a cargo del dirigente ausente, sin embargo, este no acepta y el informe es finalmente realizado por Zinoviev, quien creía ganar algunos casilleros en su ambición de sucesión. La condescendencia hacia Trotsky llega al punto de leer el congreso numerosos saludos que ubican a su figura al lado del propio Lenin, como los dos principales e indiscutibles dirigentes partidarios. La constante adulación buscaba atemperar los ánimos.

Desconociendo conscientemente el ataque certero que Lenin había preparado contra Stalin, Trotsky decide conciliar con este a través de la figura de Kamenev, tal vez el triunviro que para este momento tenía mejores relaciones con Trotsky. En esa reunión, Trotsky planteó: “nada más lejos de mi ánimo que librar una batalla en el congreso del partido por ningún género de cambios organizativos. Yo soy partidario del status quo (…). Me opongo a que se destituya a Stalin, que se expulse a Orjonikije y a que se separe a Dzerzhinsky del comisariado de transportes. Pero en el fondo estoy de acuerdo con Lenin. Creo que debe modificarse radicalmente la política seguida en cuanto a las nacionalidades, cesar en la persecución contra los adversarios de Stalin en Georgia; creo que debemos orientarnos de una manera decidida hacia la industrialización del país y procurar que entre los dirigentes haya una colaboración honrada. La proposición presentada por Stalin en lo referente al problema nacional no vale nada” (Trotsky, Mi Vida, pág. 386 y 387). Cuenta el propio Trotsky que Kamenev respiró aliviado tras la inesperada propuesta.

Stalin acepta todas las enmiendas hechas por Trotsky a la propuesta de resolución sobre la cuestión nacional realizada por el secretario general. Es decir, sin mediar debate en el congreso, e incluso bajo el interés de evitarlo, acuerdan un texto sobre uno de los puntos donde menores coincidencias podía haber entre uno y otro dirigente, mucho más en medio del escándalo georgiano, sobre el que Trotsky prefiere no opinar. Este mismo método se repetirá unos meses después, cuando se llegue a un texto de resolución común entre Trotsky, Stalin y Kamenev, en el que, afirmando una lucha contra la ya muy cuestionada burocratización partidaria, se reafirma una orientación contra las facciones oposicionistas, creando así por medio de una resolución ambigua la cobertura y el fortalecimiento que la troika necesitaba para afianzar su dominio.

El plan sale a la perfección, la troika no abre ninguna objeción pública a Trotsky y este, con absoluta comodidad, puede desplegar su planteo económico de desarrollo industrial planificado estatalmente, sus Tesis sobre la Industria, a las que tan solo semanas más tarde la burocracia endilgará una incompatibilidad absoluta con la NEP, muestra del antileninismo de Trotsky.

Por último, y tal vez en el gesto más llamativo para sus propios seguidores, Trotsky se muestra en silencio en el momento en que un importante grupo de militantes (relacionados algunos de ellos con la Oposición Obrera) establecen una crítica mordaz a la burocracia partidaria, paradójicamente definida en los mismos términos que lo venía haciendo Trotsky meses atrás. Lo mismo sucedió en el momento del congreso en que los georgianos denuncian los atropellos “gran rusos” de Stalin y sus agentes, retirándose Trotsky de la sala. De este modo, Trotsky desoye el reciente pedido que Lenin le había hecho sobre la defensa plena del problema de opresión en el Cáucaso, en una de las últimas notas que el postrado líder pudo dictar.

El triunvirato cerró filas junto a sus delegados adictos contra los críticos, y fue allí que desplegó como argumento decisivo el ser los legítimos representantes bolcheviques de la revolución de octubre, frente a las críticas de personajes que serían catalogados como mencheviques y enemigos de la revolución. Como veremos, un ensayo general a la misma campaña que sufrirá Trotsky pocos días después. Zinoviev realizó los ataques más encendidos contra los críticos, que venían denunciando elecciones de secretarios y puestos directivos a dedo, desplazamientos arbitrarios y una absoluta falta de democracia interna en la organización. El reclamo decisivo de los oposicionistas era dejar sin efecto la prohibición de facciones del X Congreso, mientras que la defensa del permanente estado de excepción en el partido era decisiva para sus intereses en cuanto camarilla gobernante.

El silencio y la ausencia de Trotsky lo ubicaron frente al congreso como un dirigente orgánico de la política que venía sosteniendo el Buró, como parte integrante de una concepción monolítica de partido que tiempo después tanto criticaría. En ese momento no vio con claridad la necesidad de batallar que le había encomendado Lenin, a tal punto que fue el propio Trotsky quien puso a votación en el Politburó la publicación de las notas de Lenin, disciplinándose al rechazo de que estas finalmente sean conocidas por todo el congreso. Su actitud no solo vino en desmedro de las voces críticas, sus futuros e inmediatos aliados para el período próximo, sino que permitieron a la troika salir adelante en un congreso que le podría haber significado un golpe mortal. Si bien la burocracia no puso en discusión su lugar de dirigente, en todo momento pudo dejar en claro que el congreso era organizado de punta a punta por el triunvirato e incluso pudo fortalecer su posición con el nombramiento de dirigentes afines a sus intereses y la revalidación de Stalin como secretario general.

La campaña

Como se explicó en la primera parte, Stalin supo administrar con astucia la emergencia burocrática como fuerza social decisiva de este período de posguerra civil, Así fue como pudo concentrar el poder político y deformar la organización partidaria a tal punto que las voces disonantes quedaran completamente aisladas. Consciente de las pretensiones de Lenin de torpedear su puesto dirigente y de los peligros que representaban la figura de Trotsky, crítico suyo desde hacía tiempo, Stalin y la troika adoptaron un plan. Por un lado, como vimos en el punto anterior, debían silenciar a Lenin y sus cuestionamientos, tanto los derivados del problema georgiano como los relacionados a la burocratización estatal y partidaria. Por otro lado, iniciar cuanto antes una campaña antitrotskista, con el objeto de desacreditar al vocero y sucesor “natural” de Lenin.

La vuelta al ruedo político de Lenin hubiese sido letal para la camarilla, Stalin lo sabía y operaba con todos los medios a su alcance para limitar aún más su actividad, la cual se reducía a escuetos dictados de cinco minutos diarios. En una nota de su secretaria Fotieva del 12 de febrero, esta remarca que “Evidentemente el hecho de que los médicos estén tan informados ha perturbado a Vladimir Ilich. Por lo que parece, Vladimir Ilich ha tenido la impresión de que no son los médicos quienes tienen que dar indicaciones al CC, sino el CC quien da instrucciones a los médicos” (Fotieva, Diario de las secretarias, pág. 98). Al mismo tiempo que la burocracia aguardaba el definitivo deceso de Lenin, triunfaba en impedir la publicación de las notas y, ni que hablar, el explosivo Testamento.

Si bien el aparato funcionaba a la perfección en interés de la camarilla, la designación de secretarios a dedo y el desplazamiento de opositores a gusto provenía de cierta legitimidad que la burocracia ostentaba por ser ella la “vieja guardia” bolchevique, y ya sin Lenin, su heredera incuestionable. Cualquier crítica era condenada en nombre del glorioso pasado revolucionario, o al ponderar las penurias y exigencias del presente, reduciéndose así los planteos opositores a expresiones de un faccionalismo que debía ser reprimido sin miramientos. Las prohibiciones transitorias que Lenin había defendido en el X y XI Congreso fueron utilizadas ahora por la burocracia para afianzar su propio poderío político, revelándose como una verdadera facción que intervenía conspirativa y secretamente en los distintos niveles partidarios.

La idea de “vieja guardia”, y la legitimidad que Lenin le había dado para actuar en nombre de una clase obrera diezmada, también le sirvió a la camarilla para trazar una línea excluyente entre quienes pertenecían y quienes no a este selecto grupo de militantes partidarios. La campaña estalinista iniciada más de un año antes de que Lenin muriera, buscaba dejar en claro que Trotsky no era parte de la “vieja guardia” bolchevique, y por lo tanto sus palabras tenían menor valor, careciendo de margen para reclamar un lugar en la sucesión del liderazgo partidario. La defensa de Lenin a Trotsky en el Testamento buscaba anular cualquier crítica que la troika empezaba a generalizar acusando falsamente a este de haber sido anteriormente menchevique.

Tras el congreso, el fortalecimiento de la troika será el contraste del debilitamiento y aislamiento del propio Trotsky. Reorganizado el partido en función de personajes aun más adictos al triunvirato, fue el momento de dar lugar a una dura campaña contra Trotsky que tendría a lo largo de 1923 y principios de 1924 una serie de enfrentamientos: las huelgas obreras de Moscú y Petrogrado en el verano, la “Declaración de los 43”, el “Nuevo Rumbo” de Trotsky y la XIII Conferencia del partido. Durante todo este período de mayor confrontación, embrionario de la Oposición de Izquierda, Trotsky respetaba las formas (evitaba hacer públicos los debates, remitiendo cartas al CC), mientras sus enemigos no dudaban en desplegar una campaña lo suficientemente pública y abierta al conjunto de la militancia. Los nueve meses de demora terminaron por humedecer la mecha de la bomba que Lenin había preparado contra el triunvirato y Stalin, allanando a su vez el camino para desplegar una campaña inigualablemente dura contra Trotsky.

Zinoviev fue quien más se expondrá en este ataque, frente al cálculo más premeditado del propio Stalin, acusando falsa (y conscientemente) a Trotsky de un pretendido pasado menchevique con el objeto de presentarlo como un extraño en el seno del partido, sino presentándolo como enemigo de los campesinos, de la política de la NEP y de los obreros, al desempolvar la posición de disciplinamiento militar que Trotsky había planteado para impulsar el proceso que debiera enfrentar el atraso industrial ruso. Incluso, la troika se valió del doble rechazo que Trotsky hizo al ofrecimiento de Lenin a ser vicepresidente del Consejo de Comisarios del Pueblo como un agravio personal al jefe del partido.

Se quería implosionar la popularidad incuestionable de Trotsky, y para hacerlo se buscaba, en definitiva, enfrentarlo con el propio Lenin, quien en su postración no solo no podía defenderse sino que tampoco podía defenderlo. La casi segura imposibilidad de que Lenin volviera al trabajo entusiasmaba aún más a los triunviros y su campaña.

Las vacilaciones de Trotsky

Cierto es que algún desprevenido puede considerar el fallido bloque de Lenin y Trotsky como una simple conversación junto con una serie de acuerdos políticos puestos de manifiesto tan solo en un puñado de notas y cartas. Sin embargo, de cara al camino conocido que adoptó la historia, al ascenso de la burocracia y la eliminación de uno de los principales líderes de la revolución bolchevique, esta serie de acuerdos y conversaciones adquiere otra dimensión, decisiva si se tiene en cuenta el poder de la palabra de Lenin y la capacidad de Trotsky para desplegar una batalla en su nombre.

Amén del devenir burocrático al que estaba condenada la experiencia rusa en caso de no generalizarse la revolución en Europa y no tomar la clase obrera el dominio directo del Estado soviético, es indiscutible el efecto que habría tenido dar el golpe político contra la troika en el XII Congreso del partido y luego de este. Es la confesión de parte que realiza el mismo Trotsky al jerarquizar el valor que tuvo el propio bloque, tal como se observa en la cita que da comienzo a este artículo. Entonces, la pregunta es: ¿por qué Trotsky no desplegó esta batalla en tiempo y forma?

Las vacilaciones de Trotsky en general son definidas a partir de múltiples causas. Su esperanza en que Lenin pudiera recuperarse de la enfermedad fue, sin dudas, un punto importante considerado por Trotsky en función de demorar la batalla.“Tenía razones para aguardar. Los informes médicos sobre el estado de Lenin eran alentadores. Aun desde su lecho de enfermo, Lenin le asestaba golpe tras golpe a Stalin con una implacable determinación que sorprendía a Trotsky” (Deutscher, Trotsky, el profeta desarmado, pág. 91). Al mismo tiempo, por temor a la campaña ya existente en su contra, Trotsky se mostraba muy cuidadoso a la hora de ser visto como un dirigente que ambicionaba la sucesión de Lenin. Esto iba a condicionar su actitud en el propio congreso. Sin embargo, si se considera la capacidad del propio vocero de Lenin, difícilmente uno pueda creer que Trotsky en su convencimiento no hubiese considerado los problemas conllevados por la demora en el marco de burocratización acelerada del partido y el Estado.

Su biógrafo, Deutscher, ubica el problema en razones más bien de tipo psicológico, que rodearían la personalidad de Trotsky a lo largo de su vida. Así plantea que tenía suficiente confianza en sí mismo como para poder definir a su antojo cuándo y cómo dar la batalla, subestimaba a sus contrincantes y sabía que tarde o temprano el lugar dirigente iba a ser suyo. En este congreso habría actuado así a partir de su “magnánima actitud”, “comportamiento inevitablemente tonto” y “conducta torpe y absurda” (ídem, pág. 95 y 96). La explicación del autor parece más bien pobre, reduciendo su intervención política a rasgos personales propios de su conducta y no explicando su conducta a partir de razones de índole estrictamente políticas.

La campaña contra Trotsky parte, como otras campañas, de un “carpetazo” del pasado, que difícilmente iba a ser borrado en la memoria de los viejos militantes. La identificación no-bolchevique previa a 1917 de Trotsky fue explotada por los triunviros al extremo, y sin duda este elemento le pesaba a Trotsky, aun más en ausencia de Lenin, quien no solo llamaba a no traer ese pasado al presente, sino que lo hubiera acompañado en muchas críticas a llevar contra la vieja guardia del partido. Así, puede que el cálculo de Trotsky a la hora de dar el golpe en este XII haya estado condicionado por la ausencia de Lenin (y su posible vuelta a la lucha política) y por los riesgos de ser justamente el quien diera un embate contra la troika, teniendo sobre su cabeza la amenaza de una desleal campaña política. Al imaginar esos temores que se podrían haber despertado en Trotsky, también es cierto que éstos podían contrapesarse a partir del apoyo de los grupos oposicionistas que denunciaban a la burocracia, que reclamaban más democracia, que atacaban la intervención en Georgia y muchos otros que se habrían plegado al segundo dirigente más popular de la Revolución de Octubre.

Entonces, la vacilación de Trotsky a la hora de aplicar los lineamientos del bloque solicitado por Lenin no puede encontrarse solo en aspectos de tipo emocional o de cálculo personal, o incluso a partir de la propia enfermedad que lo aquejaba durante varios meses. Todos estos son elementos condicionantes, pero de ninguna manera decisivos para explicar la intervención política de Trotsky. Su vacilación centralmente residió en la visión política que este tuvo en ese momento sobre el problema de la burocracia partidaria, sobre qué alcance tenía y cómo se podía afrontar.

Mientras que Lenin ya había concebido un plan que buscaba reformar el partido de conjunto, liquidando a la camarilla, desplazando a Stalin y abriendo paso a una nueva composición obrera de la organización, que dé batalla contra la burocracia que había tomado el poder del Estado, Trotsky aún vacilaba en la implementación de este plan. Así sea solo en el plazo relativamente corto que incluye el XII Congreso y algunos debates posteriores, Trotsky no buscó en abril de 1923 reformar el partido y expulsar a la camarilla burocrática. Aún creía que la reforma debía aplicarse a una dirección que se había descarrilado y no una reforma partidaria que implicara barrer del poder político a esa camarilla. Incluso creía que esa dirección podía ser reformada en el marco de la restitución del viejo liderazgo de Lenin.

La brillante caracterización que hará de la troika y los intereses sociales que ésta defendía, no fue dimensionada en tiempo real, en este congreso, por el propio Trotsky. Las resoluciones que podrían haber sido un golpe contra el triunvirato fueron reemplazadas por propuestas conjuntas de todo el Buró Político, quedando así anuladas las delimitaciones planteadas por Lenin y siendo el bloque político absorbido en los hechos por la propia burocracia. El desplazamiento de Stalin no fue planteado, siendo este designado nuevamente como secretario general. Ni Dzerjinski ni Ordzhonikidze fueron finalmente desplazados o expulsados. Las denuncias de la oposición no fueron acompañadas, ya sean las que exigían democracia partidaria como la de los georgianos, creando un aislamiento de la crítica que luego sufriría el propio Trotsky junto con muchos de estos oposicionistas. Incluso, la defensa de la disciplina y el orden partidario difícilmente iba a beneficiar otros intereses que los de la propia camarilla, dando a las resoluciones del X Congreso el carácter de una reglamentación permanente.

 “No corresponde aquí discutir si fue acertado tratar de mantener un terreno común sobre el cual poder trabajar conjuntamente, al precio de enormes concesiones personales, o si yo debería haber asumido la ofensiva desde un principio, a pesar de carecer de motivos políticos suficientes para realizar semejante acción. Lo cierto es que elegí aquel camino y, a pesar de todo, no me arrepiento. Hay triunfos que conducen a callejones sin salida, y derrotas que abren nuevos caminos” (Montero, pág. 46). La respuesta que dio el propio Trotsky sobre el tiempo perdido en el XII Congreso no es calificada por él mismo como equivocada. Ahora bien, asumiendo que existen muchos elementos para creer que Trotsky cometió un error al no dar lugar al pedido de Lenin, está claro que el ascenso de la burocracia no podía detenerse, tal vez sí demorarse y enfrentarse bajo otra forma. En cualquier caso, esta demora no iba a condicionar el nacimiento y la existencia de la Oposición de Izquierda como la mejor defensa de los principios marxistas y de la estrategia revolucionaria frente a la descomposición estalinista, continuidad de la batalla iniciada por Lenin los últimos días de su vida.


Bibliografìa:

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Lewin, Moshé, “El último combate de Lenin”, Lumen, Barcelona, 1970.

Montero, Hugo, “Por qué Stalin derrotó a Trotsky”, Sudestada, Lomas de Zamora, 2009.

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Trotsky, “Mi Vida”, Antídoto, Buenos Aires, 1990.

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