Se cumplen cincuenta años del golpe genocida que lideró Augusto Pinochet y derrocó a Salvador Allende en la república trasandina. He considerado oportuno y pedagógico escribir un comentario acerca de este libro terminado de escribir en 1975, pero publicado recién en 2018 cuando Liborio Justo -su autor- ya había dejado de existir a los 102 años, en 2003.
Liborio Justo fue uno de los iniciadores de la organización de la Oposición de Izquierda liderada internacionalmente por Trotsky, en Argentina. Pero luego en forma ultrista y bestial llevó adelante una política de provocación contra Trotsky y el trotskismo, apartándose de la IV Internacional. Con el correr del tiempo, volvió a retomar en forma individual, un análisis sobre distintos aspectos de la realidad nacional y continental: algunos polémicos, pero siempre interesantes. “Así se murió en Chile” es parte de un análisis crudo del ascenso y caída de la Unidad Popular chilena, que deja importantes conclusiones para la militancia.
Dicho esto, resulta importante dar a conocer las razones que impulsaron a Quebracho a su escritura. Según nos cuenta, a mediados del mes de septiembre de 1973 recibió en su casilla de correo una carta desesperada. Este era su contenido: “Tengo 56 años de edad, por cuya razón puedo declararme un viejo conocedor suyo. De muchacho leí sus artículos y, en varias partes de Chile donde he residido, tuve oportunidad de comentarlos con otros admiradores que usted tenía en Chile. Hace poco he leído y releído su libro Pampas y Lanzas, de donde tomo la dirección, tengo una cátedra en la Universidad de Chile (Departamento de Antropología)”.
“Perdóneme, admirado Quebracho, toda esta larga digresión, y que no le diga más porque el tiempo apremia. Venga a Chile como observador, mande observadores cuanto antes; reúnase con amigos para cambiar ideas sobre esto y apoyarnos. Escriba al exterior, ¡ayúdenos!”. El firmante era Alberto Medina R, de cuya suerte posterior no se supo luego nada.
Aunque el libro recorre la historia de Chile a partir de su sociedad colonial y analiza el problema campesino y la evolución del movimiento obrero, recorriendo la historia chilena de los años previos al ascenso de Allende, la verdadera virtud es que Justo desentraña quirúrgicamente el papel de la Unidad Popular chilena y su naturaleza contrarrevolucionaria, demostrando en su análisis cómo funcionó ese frente popular como un factor de estrangulamiento de la revolución obrera en Chile. He ahí a mi juicio el verdadero valor político y educativo de la obra.
Los años previos
Los antecedentes del gobierno de la Unidad Popular son narrados y analizados por el autor, de modo que los lectores de su obra puedan comprender la forma en que la burguesía se valió históricamente de diversas herramientas y trampas políticas para desviar a las masas chilenas de la lucha por el socialismo. En ese sentido, realiza una descripción del ascenso de Frei al gobierno, representando a la Democracia Cristiana en 1964, que se presentaba como una “vía no capitalista de desarrollo”, de “revolución en libertad”, “sin paredón”, esto como un slogan que la diferenciara de la revolución cubana, muy reciente, y que había impactado en la conciencia de las masas de América Latina, incluyendo las chilenas. Cabe señalar que esto tenía lugar en el contexto de la Alianza para el Progreso diseñada por el imperialismo norteamericano, como señuelo para impedir la extensión e influencia de la revolución caribeña y en forma más concreta, impedir el triunfo del FRAP, con Allende como candidato presidencial que presentaba en su programa un vago programa de reformas y nacionalizaciones sin presentar nunca la perspectiva estratégica de la lucha por un gobierno obrero y campesino. Sino que antes bien, uno de defensa de la “democracia”, forma que presentaba y presenta el régimen de explotación capitalista. Es importante decir, que a pesar de la demagogia de Frei, él se presentaba como abiertamente anticomunista. Liborio Justo cita declaraciones del que luego sería presidente chileno, efectuadas al New York Times en las que decía que la democracia cristiana “es abierta y definitivamente anticomunista, no promueve la nacionalización de todas las industrias mineras, y no es fidelista, habiendo criticado largo tiempo, severa e implacablemente al régimen cubano”.
El gobierno de Frei, describe Quebracho, al emprender su reforma agraria, había ilusionado y a la vez desencantado rápidamente a los pequeños propietarios, habida cuenta de que el régimen de propiedad agrícola era latifundista y en ese gobierno anidaban representantes de la gran propiedad terrateniente. “Así fue como el campo chileno se vio convulsionado por un número de conflictos que abrían grandes posibilidades revolucionarias”, señala Quebracho. Lo mismo ocurrió con la “chilenización del cobre” mediante la cual el estado se asoció a grandes compañías privadas que obtuvieron beneficios sin precedentes, repitiéndose esto con el salitre, dando así satisfacción a la finalidad del imperialismo a partir de los planes de penetración diseñados en la “Alianza para el Progreso”. Lejos de satisfacerse las demandas de obreros y campesinos creció su empobrecimiento llevando a choques y huelgas sistemáticas y en ascenso.
Los choques crecientes con la clase obrera pusieron en escena la intervención represiva de los carabineros y dio lugar (en ambos casos por iniciativa y decisión del gobierno de Frei) al aumento del presupuesto de las fuerzas armadas y al aumento de salarios votado en el parlamento, “incluso con el apoyo del Partido Comunista moscovita”, según cita el autor.
Justo desenvuelve una caracterización tanto de los partidos que integran la Unidad Popular, como del propio gobierno sobre la base de una crítica a sus programas, a los que califica como contrarios a una perspectiva obrera y socialista. Se vale de citas de esos programas y de afirmaciones de sus propios dirigentes. Por ejemplo cita a Corvalán, secretario general del Partido Comunista (moscovita, tal es la denominación usada por Quebracho), quien afirmaba que: “Podemos concebir la revolución chilena como democrático burguesa. De ahí que no nos parezcan serios, y sí carentes de rigor científico aquellos planteamientos que suelen hacerse de darle ya un carácter socialista a todo el proceso revolucionario que hoy debemos abrir”. En ese sentido da cuenta de una carta del mismo Corvalán dirigida al secretario general del Partido Socialista en el que decía: “El movimiento comunista internacional ha contemplado la posibilidad de que se lleven a cabo revoluciones bajo la dirección de la burguesía”. Y agrega que para el PC, ya no hay revolución sino solo vía pacífica, esto es mediante el proceso electoral.
Al referirse al otro gran partido obrero de la Unidad Popular, el Partido Socialista menciona la siguiente cita: “La revolución chilena, como la de los países subdesarrollados es una revolución democrática de trabajadores, que no es burguesa ni socialista, sino democrática…” y agrega: “El estado democrático, entonces, estará al servicio de la mayoría nacional, y en la medida en que el poder económico pase de manos de las minorías privilegiadas y asociadas al imperialismo a manos de la comunidad se perfeccionará la democracia”. Ni expropiación del gran capital, ni destrucción del estado burgués, paso paulatino y por etapas, mediante el perfeccionamiento de la democracia a una mayor “soberanía popular”.
No había mayores diferencias con los dos partidos antes mencionados y el MAPU, al que Quebracho cita: “El curso socialista de la revolución se asegura en la medida en que a) se construye un área de producción socialista dominante b) La Unidad Popular conquista todo el poder, con lo cual el gobierno popular puede dar paso a la edificación del Estado popular. c) La clase obrera asegura su hegemonía en la alianza y por lo tanto en el Estado Popular.” La similitud entre los programas del PC, el PS y el Mapu, consistió en que ninguno de ellos planteaba que para obtener las reivindicaciones democráticas en Chile había que partir del gobierno obrero y campesino.
El MIR, también citado, parecía tener una formulación opuesta a las mencionadas. Decía: “No existe en Chile un sector de la burguesía ‘antiimperialista’ o ‘nacional’ susceptible de aliarse para una revolución” y completaba: “Habrá que destruir la superestructura legal burguesa, instaurar un gobierno revolucionario de obreros y campesinos, que siente las bases para la construcción del socialismo” Pero planteaba la guerrilla urbana y rural, sin tener presente la maduración de la clase obrera, sino intentando sustituirla con una acción foquista: “Esta guerra revestirá la forma guerrillera y se desarrollará simultáneamente en el campo y en las ciudades”. Luego el MIR terminó siendo furgón de cola de Allende.
A su turno, el Partido Comunista Revolucionario (pequinés al decir de Quebracho), afirmaba, pero de una forma más grosera su posición subordinada a la burguesía nacional chilena: “…No obstante, desde el punto de vista estratégico no es conveniente enfrentar a todos los explotadores juntos y al mismo tiempo. Por el contrario, es necesario derrotarlos en forma separada, por etapas”.
El MIR, citado por el autor, apoyaba “críticamente” al gobierno de la UP. Quebracho cita una declaración de este partido en el que dice: “La mayoría electoral de la UP significa un inmenso avance en la conciencia política de los trabajadores, que con certeza favorecerá el camino revolucionario de Chile…”. El MIR había pasado de un antielectoralismo infantil a un seguidismo al gobierno cuya política tendría el resultado contrario al que afirmaba el MIR.
Algo central, sin embargo, es mencionado por el autor de “Así se moría en Chile”: “Por otra parte, mientras desarrollaba su acción política, económica y social, el presidente Allende proseguía su obsequiosidad con las Fuerzas Armadas para lo cual venía en su ayuda su vinculación con la masonería a la que pertenecían asimismo altos jefes militares. En un discurso en la Universidad de Chile, en Valparaíso, decía: “Por eso compañeras y compañeros de la comunidad universitaria, estamos aquí para entender, por ejemplo, la significación que tiene en nuestra patria la presencia de los cuerpos armados y del propio cuerpo de carabineros…”
También en la inauguración del congreso de la Central Obrera (CUT), cuando algunas dificultades comenzaban ya a presentarse en el gobierno (nos dice el autor), Allende expresó:
“Buscan minar a las fuerzas armadas y han llegado hasta la injuria. (Pero) se han encontrado con la muralla de la disciplina, de la rectitud, de la honestidad profesional de nuestras fuerzas armadas y carabineros (que) responden a la tradición histórica chilena de que son fuerzas profesionales respetuosas de la ley y de la voluntad popular, que son fuerzas que tienen el prestigio y cariño que Chile les reconoce, y que son fuerzas que hoy y mañana estarán junto al gobierno porque el gobierno actúa dentro de la constitución y de la ley”. A propósito, muy lucidamente, Quebracho comenta: “De todos modos, podríamos decir que las fuerzas armadas, siguiendo la doctrina Schneider, de acatar la autoridad de los gobiernos surgidos dentro de la constitución (…) no tenían un motivo fundamental para abandonar su prescindencia e intervenir en el proceso político-social chileno por cuanto el gobierno de la Unidad Popular, no obstante sus medidas tan espectaculares, no solo se atenía a la constitución, sino que a pesar de sus declaraciones anticapitalistas y del paso al socialismo, en nada atacaba el régimen de propiedad privada…”. Y añade “Pero esas fuerzas armadas, no obstante, permanecían allí como espectadoras listas y vigilantes…”. Y, en efecto, el golpe pinochetista concluyó confirmándolo.
Sobre las nacionalizaciones y la reforma agraria
Quebracho polemiza en su libro con aquellos que consideran que las nacionalizaciones allendistas constituyeron medidas socialistas:
“Además la estatización de la banca y de numerosas empresas industriales y la nacionalización de las minas, tampoco significaban socialismo. Y al respecto debemos recordar que Inglaterra ha nacionalizado la industria carbonífera, los servicios de comunicación alámbricos e inalámbricos, los transportes ferroviarios y fluviales, así como la aviación comercial, la electricidad y el gas, la siderurgia y el suministro de algodón. Y que Francia lo ha hecho con el crédito bancario, los combustibles…” y eso no los convirtió en socialistas.
Tampoco la reforma agraria constituyó una medida que permitiera afirmar que en Chile se estaba construyendo el socialismo. Quebracho señala lo siguiente: “La Reforma agraria chilena –ha expresado un autor- tiene como objeto central el afianzamiento del sistema capitalista dependiente que existe en la actualidad. Sus disposiciones y mas que eso la aplicación de ellas deja en evidencia su verdadera naturaleza” y continúa citando a ese autor: “y se refiere al actual proceso de la reforma agraria, y en qué medida puede considerarse revolucionaria una estrategia de cambios que en lugar de ampliar la base de apoyo al proletariado, más bien la disminuye”. Cabe señalar que la reforma agraria de Allende fue la continuación de la de Frei impulsada por la Alianza para el Progreso del imperialismo norteamericano, y que la tierra entregada a los campesinos carecía de las maquinarias para el trabajo agrario.
La vía pacífica hacia el socialismo, el Programa de Erfurt y la destrucción del estado
Allende se valió de una cita de Engels fuera de contexto para justificar desde el punto de vista marxista como actuaba la Unidad Popular frente a las Fuerzas Armadas y el conjunto de las instituciones del estado burgués. Engels decía: “Cabe imaginarse, en determinadas condiciones un desarrollo pacifico hacia el socialismo”. Quebracho hace notar que “Engels planteó la posibilidad del pase pacifico como abstracción frente a casos concretos que mostraban su carácter quimérico” y menciona a Lenin sobre esta cuestión remarcando que éste recalcó entre paréntesis en “El Estado y la revolución” “(¡solamente imaginarse!) tal posibilidad”. Luego Quebracho cita el Manifiesto Comunista y el 18 Brumario y al Tercer Congreso de la Internacional Comunista para poner de relieve el punto de vista y la práctica no marxista de Allende.
El lockout patronal de octubre de 1972 y los cordones industriales
En octubre de 1972 la burguesía chilena comenzó a dar pasos hacia el golpe que once meses después derrocaría a Allende mediante una huelga patronal que provocaría el desabastecimiento y el caos económico preparando el desalojo de Allende. Mientras Allende respondía a las presiones de la reacción, detrás de la cual se encontraba el imperialismo, designando militares en el gabinete, y fortaleciendo en consecuencia el estado capitalista, la clase obrera chilena daba pasos cualitativos mediante la formación de los “cordones industriales”. Liborio Justo analiza esta cuestión crucial así: “El primer cordón industrial nació en Cerrillos en junio de 1972. Parece que la industria Perlak se hallaba en huelga desde hacía varias semanas en demanda de mejoras salariales y frente a una actitud de negligencia de sus autoridades, se hallaba aislada en su lucha”. “Los dirigentes sindicales -escribe un autor- (desarrolla Quebracho) golpeaban inútilmente las puertas del ministerio de trabajo.”… Algunos trabajadores de otras dos industrias -Policron y Aluminios de las Américas- en charla informal con uno de los compañeros de Perlak, se reunieron lamentando la prolongación de sus respectivos conflictos, que repercutían dramáticamente en sus hogares. Entonces surgió la idea de afrontar la lucha en conjunto, llevada la proposición a las asambleas, estas la aprobaron en votación relámpago, junto a un plan de lucha inmediato”. Nos dice Quebracho, que en la lucha llevada a cabo cortaron las vías de acceso a la Capital poniendo barricadas y que intervino el gobierno dando solución al conflicto. Este sería el embrión del cordón industrial de Cerrillos. Quebracho señala que este cordón industrial en su origen no tenía otro propósito que el gremial. Pero el lockout de octubre transformó su función. En efecto: “Cuatro meses más tarde (del conflicto obrero) los gremios patronales lanzaron el paro de octubre, e impulsados por la fuerza de las circunstancias desencadenadas, los trabajadores decidieron ocupar todas las industrias privadas al occidente de la Capital para mantenerlas en funciones y evitar el desmoronamiento económico y el debilitamiento del gobierno de Salvador Allende”
Citando a un autor, cuyo nombre no menciona, Quebracho transcribe: “No queremos que los Cordones sean paternizados por ningún organismo del gobierno. Deseamos que sean independientes, para que puedan tomar decisiones surgidas de los propios trabajadores que permitan afianzar y profundizar el proceso revolucionario.” Contra esto se alzaba el Partido Comunista diciendo que “los cordones industriales tenían que someterse a la CUT, pues de otro modo constituirían un poder paralelo a la misma”
Dirigentes mencionados por Quebracho, a los que cita, decían: “Como embriones de poder, los cordones cumplen actualmente tareas de producción, vigilancia y fiscalización de industrias entre otras (….). Sus metas son ambiciosas: pretenden transformar la CUT desde adentro desburocratizándola y dándole una vigencia que este la altura de la situación creada por la lucha obrera a partir del acceso al gobierno de la Unidad Popular, en noviembre de 1970” y mencionaba que: “Solo en la provincia de Santiago existen ocho gigantescos cordones: Cerrillos, Vicuña Mackenna, O´Higgins, San Joaquín, Mapocho-Cordillera, Santiago centro y Lo Espejo” Y mencionaba cordones agrarios que agrupaban a 200.000 trabajadores.
Armando Cruces, citado por Liborio Justo y presidente del Cordón Vicuña Mackenna, cuya edad era de 26 años daba cuenta de que agrupaban 350 empresas, sintetizaba las trabas que le oponía el PC, la burocracia de la CUT y los funcionarios de la Unidad Popular con estas palabras: “Problemas todos los días por culpa del reformismo”.
En realidad todos los integrantes de la Unidad Popular, incluido el MIR dejaron aislados a los cordones industriales. A propósito Quebracho nos dice: “Pero ahora, después de los sucesos de octubre, aquel “poder popular” de que el MIR hablaba de impulsar y organizar podríamos decir que se había formado espontáneamente y no a través de los Comandos Comunales, que propiciaba la izquierda del PS, el MAPU y el MIR, sino principalmente a través de los Cordones Industriales”, de cuya formación el MIR no participó.
“Trabajamos para evitar la dictadura del proletariado” (Salvador Allende)
Esta es parte de una cita de Allende, colocada como subtítulo de uno de los capítulos del libro. Desnuda la naturaleza de la UP y la función cumplida por el propio Allende.
El “tancazo” de junio, ensayo general hacia el golpe del 11 de septiembre tuvo diversas respuestas. “Así se murió en Chile”, el libro del que nos ocupamos intenta desarrollar críticamente las mismas. Y nos dice: “Los cordones industriales dieron directivas para transformar en armas cuanto recurso podía ser utilizado en cada fábrica. Se prepararon decenas de miles de artefactos, principalmente explosivos. Se organizaron brigadas y se eligieron responsables, en tanto se daban instrucciones de carácter militar. El pueblo se manifestaba dispuesto a luchar por todos los medios en el enfrentamiento que ahora estaba allí, ya sobre él. Las masas aprendían en días, lo que antes les hubiera demandado años.”
Una descripción, sin duda del papel asumido por la clase obrera mediante sus cordones industriales. Quebracho muestra en su descripción, lo cual es un mérito, al proletariado preparándose para enfrentar al golpe para vencerlo e imponer su propio poder.
Muy lejos de eso, y acaso en oposición, Punto Final el órgano del MIR hablaba de Poder popular. El libro transcribe una cita que muestra la confusión del MIR: “La burguesía está impedida de usar el aparato armado del estado como lo hacía antes. Para la clase obrera, las fuerzas armadas son un aliado potencial, cuya colaboración hay que buscar sistemáticamente. Esta situación aumenta la debilidad actual de la burguesía. Su significación debería servir para la instauración de una dictadura popular apoyada en el poder revolucionario de las organizaciones de masas, acrecentada su fuerza por la incorporación de los soldados”.
Los comandos comunales pretendían disolver la dirección obrera de las masas, en el que los cordones industriales perderían la fuerza con la que contaban y que residía en que la dirección de las masas oprimidas estaría en manos del proletariado, mientras que la táctica de los comandos comunales disolvían a la clase obrera con sectores pequeñoburgueses, campesinos, pobladores, etc. En rigor estos comandos eran una posición sostenida por todas las fuerzas políticas de la Unidad Popular para liquidarlos y también del MIR que no la integraba.
En ese contexto, luego del “tancazo”, el gobierno de la Unidad Popular resolvió el estado de emergencia, luego de fracasar con el intento de votar parlamentariamente el estado de sitio, recurso mediante el cual los carabineros y las fuerzas armadas ingresaban en las fábricas integrantes de los cordones reprimiendo a los trabajadores. Esta política contra la clase obrera se combinaba con el apoyo del gobierno de la Unidad Popular a los comandos comunales. Quebracho cita el discurso de Allende desde La Moneda del 29 de Junio: “Compañeros trabajadores: tenemos que organizarnos. Crear y crear poder popular, pero no antagónico ni independiente del gobierno, que es la fuerza fundamental y la palanca que tienen los trabajadores para avanzar en el proceso revolucionario”. Justamente, según la visión de Quebracho era esta: “Es decir que el presidente Allende era partidario de establecer como órgano de ‘poder popular’ a los comandos comunales, organismos donde la clase obrera quedaba anegada y en minoría entre representantes de la pequeño burguesía…los que no debían ser independientes de su gobierno y tenían por fin apoyarlo.” Y algo más nos cita el autor: “Desde el punto de vista político -decía el periódico socialista Aurora de Chile- el comando comunal agrupando las clases y los sectores de clases diferentes del proletariado represente fielmente el frente político que constituye la Unidad Popular”. Toda una confesión del carácter contrarrevolucionario de la Unidad Popular.
Pero el autor no termina aquí. Muestra cómo además de la represión estatal mediante el estado de emergencia y la zanahoria mediante el intento de disolución de la clase obrera en los comandos comunales, intentando liquidar los cordones industriales, tuvo una política concreta para inutilizarlos como herramientas de poder obrero. Una cita mencionada en esta obra de Quebracho del Ministro de Trabajo, Jorge Godoy así lo ratifica: “Los cordones industriales serían nuevas formas de organización de la CUT para cumplir nuevas tareas que plantea este proceso. No se trata por lo tanto ni de organizaciones paralelas a la CUT, ni de organizaciones que tengan un papel diferente a la CUT debería tener en esta nueva etapa histórica”. Luego Quebracho señala que el PC moscovita “cuando ya no pudo ignorar la existencia de los cordones industriales nacidos fuera de su influencia y a todas luces contra ella, lo mismo que el partido que la orientaba, para someter o destruir esos cordones, organizando, como dijimos, otros rivales bajo su dirección, con el fin de quitarles su carácter revolucionario”. El poder popular, entonces –es lo que demuestra Quebracho- era una política contrarrevolucionaria consciente de la UP que tenía la finalidad de impedir que la clase obrera tomara la dirección de las masas oprimidas para imponer un gobierno obrero y campesino (la dictadura del proletariado) y derrotar de esta forma al golpe pinochetista.
El libro concluye con una cita de un militante socialista chileno exiliado en Buenos Aires, que sintetiza un balance lapidario: “En Chile tuvimos gérmenes de soviets (los cordones industriales) y también gérmenes de guardia roja (los comités de vigilancia, etc). Pero el PC, la derecha de mi partido, la dirección de la CUT -y el MIR también- se opusieron firmemente a unificar los cordones en una sola coordinadora”.
Esta obra de Liborio Justo constituye un aporte para la lucha revolucionaria, ya que pone de relieve la estrategia contrarrevolucionaria de la Unidad Popular, como una expresión más del Frente Popular, esto es de un frente de colaboración de clases, cuya misión es liquidar la energía revolucionaria de la clase obrera y abrir las puertas al fascismo. La lucha revolucionaria de la clase obrera mundial y de América Latina, requiere extraer un balance de esta nefasta experiencia para –tarea a la que Quebracho había renunciado- poner en pie partidos obreros revolucionarios, refundar la 4º internacional y emprender la lucha por la Unidad Socialista de América Latina.