Las elecciones presidenciales estadounidenses que tendrán lugar el 5 de noviembre condicionan todo el panorama político mundial. Aunque todavía es muy prematuro para pronosticar un resultado, de acuerdo con los sondeos, Trump le estaría sacando una ventaja a Biden. Todo parece indicar, más luego de los triunfos del magnate inmobiliario en las primarias republicanas, que ambos casi con seguridad serán los candidatos que dirimirán las elecciones presidenciales. Las encuestas indican a Trump como ganador en distritos clave que son los que tradicionalmente inclinan la balanza para uno u otro contendiente.
El hecho de que Trump pueda llegar a ganar los comicios es, por sí mismo, una medida del fracaso de la gestión demócrata. La esperanza de que Biden pudiera volver a recrear la adhesión y el entusiasmo generados por Obama, su antecesor demócrata, quedó sepultada. Biden podría quedar en la historia como una de las pocas excepciones de presidentes en ejercicio que no pueden revalidar su mandato.
La percepción mayoritaria que reina en la población es que existe un desmadre en la economía y un pesimismo respecto a sus perspectivas de vida futura. Hay quienes sostienen, en particular en las filas de ideólogos y economistas que apoyan la gestión demócrata, que ese estado de ánimo no se compadece con la realidad económica. EE.UU. creció un 2,5% en 2023, pese a los vaticinios que auguraban un aterrizaje incluso severo de la economía para el año pasado; la inflación se desplomó al 3,4% anual y en descenso, y se mantuvieron niveles de empleo de los más elevados de las últimas décadas. La renta media de los hogares estadounidenses ha pasado de un mínimo de 65,100 dólares anuales durante la pandemia a 74,600 dólares. Asimismo, en los últimos dos años, la mitad inferior de la población incrementó sus ingresos un 4,5% contra una tasa media para todo el país de 1,2%.
Sin embargo, la paradoja no es tal cuando se escarba un poco más. “Los precios de los alimentos siguen aumentando. Aunque en el supermercado se gasta menos de una décima parte del presupuesto de un hogar promedio, los precios pagados allí dominan la percepción de inflación del consumidor. El resultado es, otra vez, que los consumidores perciben la inflación como más alta de lo que realmente es” (Clarín, 6-2).
El incremento de la ocupación no nos puede hacer perder de vista el carácter precario y con salarios a la baja de los nuevos puestos de trabajo que han forzado a quienes los detentan a conseguir dos empleos para sostener a sus familias. Esa circunstancia explicaría la montaña de deuda que acumulan los consumidores. Es la primera vez que las obligaciones en tarjetas de crédito superan el billón de dólares, al margen de los otros gastos de las familias, créditos hipotecarios, prendarios por automóviles o para el pago de los estudios de sus hijos. El alza de las tasas de interés ha tenido un impacto muy fuerte sobre la variedad de préstamos y ha puesto en jaque la capacidad de sus beneficiarios para hacer frente a sus compromisos. En este marco, no puede sorprender que el 81% de los habitantes estadounidenses denuncia condiciones de pobreza o mucha pobreza y una desigualdad entre ricos y pobres en ascenso.
Crisis migratoria
La cuestión migratoria ha terminado de explotarle en la cara a la Casa Blanca. Solo en diciembre, más de 300,000 personas cruzaron la frontera sur, una cifra récord. Casi 2.5 millones de personas cruzaron la frontera sur en el año fiscal 2023, más de las que viven en la mayoría de las ciudades estadounidenses. Esto convirtió la frontera en un tema cada vez más polémico, tanto para los alcaldes y gobernadores que se enfrentan a grandes flujos de inmigrantes. En lugar de tratar de eludir a las autoridades estadounidenses, la inmensa mayoría de los migrantes buscan a los agentes fronterizos, a veces esperando horas o días en campamentos improvisados para entregarse. Las posibilidades de conseguir asilo son escasas. Pero, aún así, estarán protegidos de la deportación mientras se tramita su solicitud y tendrán derecho a un permiso de trabajo. Los tribunales de inmigración que resuelven los reclamos, escasos de fondos, se ven desbordados por el creciente número de casos, de modo que las solicitudes languidecen durante años, mientras los inmigrantes construyen sus vidas en Estados Unidos.
Los republicanos no se han privado de explotar la crisis. La guerra electoral Biden-Trump se pone al rojo vivo en torno a este punto: los republicanos han aprobado el juicio político al ministro de Seguridad Nacional a quien acusan de no cumplir con las leyes de inmigración. Es la primera vez que ocurre algo así en casi 150 años, aunque el juicio no tenga chances de prosperar. Biden ha manifestado su voluntad de endurecer su estrategia en materia migratoria, lo que supone avanzar en una política expulsiva de los migrantes. Incluso propuso un acuerdo parlamentario que incorpora muchas de las críticas y objeciones de la bancada opositora, pero la posibilidad de que sea aprobado en el Congreso ha sido dinamitada por el propio Trump, quien prefiere que la crisis se siga prolongando y que los demócratas sean quienes carguen con su costo. Viene al caso señalar que, de todos modos, la dureza que reivindica Trump, cuya expresión emblemática fue la construcción del muro fronterizo con México, no sirvió para revertir el aluvión de migrantes.
El frente externo
Otro frente de crisis del gobierno es en el plano internacional. Los demócratas tenían una expectativa de que podrían obtener logros en materia de política exterior que hicieran recobrar el prestigio y el liderazgo que EEUU perdió en el concierto internacional bajo la gestión de su antecesor. Pero en esa esfera, la gestión de Biden está a los tumbos. La guerra de Ucrania está empantanada y eso está erosionando la corriente de apoyo internacional que contaba Zelensky al inicio de la guerra. En el caso de EEUU, las nuevas partidas para el auxilio económico están trabadas en el Congreso y el descontento se expande en la población estadounidense que ve con desagrado que los recursos sean derivados al extranjero en lugar de priorizar las necesidades internas.
La gota que rebalsó el vaso es el estallido del conflicto en Gaza. El apoyo a la masacre de los palestinos perpetrada por Israel, que tiene a EEUU como su principal sostén, ha provocado un repudio generalizado en grandes capas de la población. De acuerdo con los sondeos, el 70% de la juventud norteamericana condena el apoyo del gobierno, que ha sido acusado de cómplice del genocidio. Los demócratas han ido más lejos que los republicanos en el belicismo. Trump se ha dado el gusto de explotar demagógicamente el tema planteando que EEUU debía dejar de involucrarse en conflictos externos y, en esa medida, propone cortar el apoyo económico a Ucrania y activar las negociaciones que apunten a un acuerdo con Rusia para poner fin a la guerra. Naturalmente, habrá que ver qué es lo que termina ocurriendo, pues en torno al conflicto de Ucrania hay en juego intereses estratégicos de la burguesía norteamericana y mundial, que no podrán ignorarse a la hora de tomar decisiones.
Que el magnate inmobiliario esté corriendo con ventaja en la carrera presidencial no debe ocultar el hecho de que hay una franja del electorado que toma distancia con Biden, pero también con Trump. En el recuerdo, está presente el pésimo manejo que ejerció de la pandemia, que dejó un saldo de más de 1 millón de víctimas o que fue quien más norteamericanos dejó sin seguro de salud (de 10,9 a 13,7%) o un alza comprobable de la desigualdad según el índice Gini, y el impacto de una polémica baja en 2017 de los impuestos a los más ricos y a las empresas, de 35% a 21%. Esta fractura del electorado se trasladó a los propios simpatizantes del Partido Republicano. El más del 50% que sacó en Iowa y New Hampshire fue suficiente para ganar las primarias, pero está indicando, al mismo tiempo, la existencia de un amplio sector que no quiere a Trump y lo más notable es que dice que no lo va a votar. Un dato que no puede pasar desapercibido es la caída del número de votantes en las primarias republicanas respecto a 4 años atrás.
Crisis de fondo
Este panorama, que salpica a los dos candidatos principales, retrata la descomposición y derrumbe del sistema político norteamericano, que se está llevando puesto a los dos partidos históricos de EEUU. Biden viene en picada desbordado tanto en el plano interno como externo y arrastra al partido demócrata, que está soportando un descrédito creciente. Que Trump, recordemos un outsider en las estructuras partidarias tradicionales, vuelva a ser el candidato luego de perder las elecciones 4 años atrás y ser desplazado de poder y no haya surgido una figura de recambio revela también el impasse del partido republicano.
Un fenómeno disruptivo como el de Trump tampoco permanece inmune a este contexto. Ya su postulación no es una “novedad” sino que carga sobre sus espaldas con su desempeño en sus 4 años de gobierno, incluida la frustrada toma del Capitolio, en torno a la cual Trump está entrampado en causas judiciales que podrían desembocar en su inhabilitación para ser candidato. Ni que hablar que, en caso que se diera esta variante, el escenario de crisis política que ya existe podría tener un salto explosivo.
La promesa de hacer a “América grande nuevamente” – su slogan de campaña- no sirvió para un relanzamiento y un nuevo florecimiento económico norteamericano. La política proteccionista no logró mejorar la competitividad comercial ni impedir el ingreso de los productos extranjeros. El déficit comercial se incrementó, incluso con China, que creció de modo significativo pese a las represalias económicas y las barreras arancelarias.
Lo que está como telón de fondo son las tendencias de la crisis capitalista, cuyo epicentro, tratándose de la primera potencia del mundo, se concentra en EE.UU. El salvataje económico por parte del estado que alentó tanto Trump como ahora, Biden, no sacó al país de la anemia en su crecimiento, pero sí fue suficiente para aumentar la deuda y los déficits gemelos, tanto el fiscal como el comercial. El endeudamiento bajo el mandato de Trump creció del 76% al 105%, del mismo modo que el déficit fiscal que subió 26%. El dinero barato, en lugar de ir a la inversión productiva, ha ido a la especulación. El aumento de la tasa de interés, poniendo fin a la política monetaria expansiva, está provocando quiebras empresariales y bancarias, como la ocurrida con el Silicon Bank o el Signature Bank. Pero esto es apenas la punta del iceberg. La crisis de la deuda se extiende tanto a la deuda pública como a la corporativa y a la del público. Los bancos tienen una parte de sus carteras incobrables con títulos, cuyos valores se han depreciado y con préstamos e hipotecas cuyos beneficiarios –empresas particulares– no los pueden devolver. Se habla de un aterrizaje suave de la economía, pero no se perciben las derivaciones de estos frentes de tormenta que plantean un escenario convulsivo de bancarrotas, quiebras y defaults, incluso soberanos. Hasta la propia capacidad de repago de la deuda pública estadounidense, sobre la cual nadie dudaba, ahora ha sido puesta bajo la lupa y es lo que explica la desvalorización de los títulos del Tesoro norteamericano, cuya nota ha sido bajada por las principales calificadoras. No hay que olvidar que un estallido de la burbuja bursátil, que está en máximos históricos, podría precipitar una depresión.
La marcha de la bancarrota capitalista potencia, a su vez, la decadencia norteamericana. EEUU ha ido perdiendo posiciones y gravitación en la economía mundial. El dólar es utilizado para el 80 por ciento de las transacciones internacionales, lo cual le otorga una enorme ventaja, pero EEUU apenas representa el 25% del PBI cuando en la posguerra ascendía a más del 50% del total. Esto socava la capacidad de liderazgo y va poniendo en tela de juicio su hegemonía. La superioridad militar que sigue ostentando EEUU solo se puede sostener en el tiempo mediante el poderío económico. La crisis capitalista está horadando las democracias imperialistas, incluida la de EEUU. La adhesión del pueblo al régimen se va extinguiendo cuando ve que éste no da satisfacción ni resuelve sus principales necesidades, empezando por las más elementales. Bajo estas condiciones, irrumpen tendencias bonapartistas como la de Trump. Pero también, cabe decirlo, que en un escenario que es muy turbulento y volátil, vamos viendo cómo esas tentativas se desinflan, poniendo al descubierto sus contradicciones y límites insalvables.
Transición tormentosa
No vamos a asistir a una réplica del pasado sino a una nueva transición. Tengamos presente que muchas de las cosas sobre las que avanzó Trump, Biden las mantuvo y siguen estando vigentes.
En el tema de los impuestos corporativos, lo más probable es que un segundo gobierno de Trump tenga menos efecto que el primero, el cual firmó una ley que redujo la tasa de los impuestos corporativos, del 35 al 21 por ciento.
Biden ha conservado muchos de los aranceles del gobierno de Trump. Ha restringido la venta de cierta tecnología a China y está considerando nuevas medidas proteccionistas para ayudar a las empresas estadounidenses a competir con Beijing. Trump ha propuesto políticas comerciales de mucho mayor alcance, como poner un arancel del diez por ciento a todas las importaciones, pero tengamos presente que esas barreras no redundaron en una mejora en los términos de intercambio y, en cambio, encarecieron los costos industriales internos, como consecuencia del aumento de los insumos importados.
Los incentivos climáticos son un tema controvertido. Biden asignó 370.000 millones de dólares en gastos y créditos fiscales para inversiones en energías renovables. Pero la opinión de los analistas está dividida sobre la posibilidad de que Trump se meta con el tema, abriendo un choque en las filas de la clase capitalista.
Naturalmente, una cuestión clave son los conflictos internacionales. Habrá que ver el derrotero para Ucrania. Pero un gobierno republicano va a continuar con su respaldo a Israel. Y en lo que se refiere al Pacífico, hay una coincidencia de ambos partidos en la escalada que ya se está desarrollando contra China y que tiene en el futuro de Taiwán uno de los centros de disputa.
Independencia política
De lo aquí expuesto, salta a la vista que el avance de Trump está lejos de ser arrollador. Tiene características contradictorias y lo que sí no ofrece dudas es que se nutre de la política rabiosamente reaccionaria y belicista de los demócratas. Uno de los factores mayores que podría facilitar el triunfo del magnate republicano es el distanciamiento y la desmoralización que provoca la política demócrata entre su propia base. Incluso podrían producirse una abstención de sectores que votaron a Biden en los comicios anteriores. Líderes de las minorías árabes, afroamericanas y latinas han manifestado abiertamente que no votarán por el demócrata si EEUU sigue enviando armas y dinero a Israel. Biden ha salido a buscar el apoyo de esas colectividades y también de los sindicatos. El nuevo dirigente sindical del poderoso sindicato automotor, que viene de protagonizar una imponente huelga meses atrás, ha expresado su respaldo a la candidatura de Biden.
El ala izquierda del Partido Demócrata, empezando por los Demócratas Socialistas, liderados por Alejandra Ocasio Cortez, esta vez, a diferencia de lo ocurrido cuatro años atrás cuando postularon en las primarias a Sanders, ni siquiera ha insinuado una candidatura rival a la de Biden. Es necesario advertir que la adaptación de esta corriente ha llegado muy lejos hasta el punto de votar el apoyo económico y de armas a Ucrania. Ya entrando en el cuarto año de mandato, está a la vista que el partido demócrata es uno de los pilares del sistema imperialista y que las ataduras a éste solo pueden llevar a una encerrona. El respaldo a los demócratas no es una salida sino una fuente de nuevas frustraciones. Es necesario apoyarse en la legítima desconfianza que Biden despierta entre los trabajadores y la juventud para desenvolver una ruptura con el partido Demócrata y abrir paso a una fuerza política independiente y revolucionaria comprometida con una lucha estratégica por un gobierno de trabajadores y el socialismo.