1824: a 200 años del empréstito Baring, la primera deuda externa argentina

Los “nacionales y populares” continúan esta entrega

El 1º de julio de 1824, el Gobierno de Rivadavia firmó un empréstito con el Banco Baring Brothers de Londres por 1.000.000 de libras esterlinas.

Se cumplen 200 años de este primer endeudamiento nacional y llama la atención el silencio de los medios de comunicación de la clase patronal sobre este aniversario. Esto contrasta mucho con la época del 2001 y 2002, cuando se escribían ríos de tinta sobre el tema de la deuda. Es muy posible que este silencio esté relacionado con la compra de los medios más importantes por parte del gobierno de la motosierra, que no tiene plata para los trabajadores pero intenta hacerle frente a una deuda externa impagable.

Pero este silencio también está relacionado con la bancarrota moral de los “nacionales y populares”, que abandonaron todas sus banderas definiéndose como pagadores seriales, transando con el FMI y los fondos buitres.

A lo largo de los últimos 200 años esta deuda externa iniciada en 1824 con el empréstito Baring Brothers  hizo entrar a la Argentina siete veces en cesación de pagos (de las cuales solo cuatro fueron admitidas por la historia oficial). Solo en el siglo XIX la incapacidad de pago hizo entrar en quiebra tres veces a la Argentina. Rivadavia en 1824 fue quien inició este proceso de entrega nacional endeudando al país con los ingleses, justificando que era a cambio del reconocimiento de la independencia de las Provincias Unidas del Rio de la Plata. El mismo que asumió como el ministro más importante, de un gobierno bonaerense que se hizo fuerte, tras la masacre realizada por Juan Manuel de Rosas contra las milicias populares porteñas dirigidas por Pagola y que tenían como líder a Dorrego.

Esa masacre fue ocultada por la historiografía oficial, pero le dio a Rosas el título de “restaurador del orden y de las leyes”. Y este capital político le permitió ser nombrado gobernador en 1829, frente a una profundización de la guerra civil. Rivadavia fue, junto a Rosas, de los clausuradores de mayo. Lo demuestra su política de defensa de los intereses porteños que le puso una aduana al Paraguay en 1811, entonces una provincia del virreinato, que a partir de este momento comenzaba un desarrollo independiente. Lo evidencia también su política anti artiguista y el abandono de su gobierno de la guerra de la independencia. Fue uno de los enemigos de San Martin, quien también fue un partidario del orden contra la supuesta anarquía que promovía el programa federal revolucionario de Artigas, pero esto no impidió que fuera abandonado en el Perú y hostigado permanentemente en su vuelta a Buenos Aires, a tal punto que el “libertador” prefirió el exilio. Todo esto por negarse a intervenir con el Ejército de Los Andes en la lucha contra los federales artiguistas que se revelaban ante el Directorio centralista y contrarrevolucionario.

Los sepultureros de mayo y el primer endeudamiento

Según explican Christian Rath y Andrés Roldán, en un texto inédito -que tiene el propósito de ser la segunda parte de La Revolución Clausurada– los acontecimientos de 1820 tienen importancia capital para la historia posterior de nuestro país. La salida reaccionaria a la crisis de 1820, lo que la historia oficial dio en llamar “el triunfo del orden sobre la anarquía”, constituyó el triunfo de la dictadura de los terratenientes, los grandes comerciantes porteños y sus socios mayoritarios ingleses, contra el interior y las masas oprimidas. En los primeros años de la década del 20 se produjeron una cantidad de acontecimientos destacados. En febrero de 1820, desapareció el Estado central directorial que se disolvió después de la derrota de Cepeda. También se dio el fin de los federales revolucionarios del interior, en el transcurso de los tres años que gobernaron Martin Rodríguez y Rivadavia como ministro más importante, Güemes y Ramírez fueron asesinados, Artigas marchó al exilio y López quedó neutralizado por un pacto con Rosas. Esto fue acompañado por el reflujo de la guerra social en la provincia de la Banda Oriental (futuro Uruguay) ocupada por los portugueses, primero con la complicidad del directorio contrarrevolucionario y luego con la inacción de los gobiernos porteños. En Buenos Aires, el reflujo comenzó el 1 de octubre de 1820 con la “masacre olvidada” de los terratenientes porteños que acabó con el protagonismo del “bajo pueblo” en la Ciudad de Buenos Aires. Mientras esto sucedía en nuestras pampas, se desvanecía la amenaza de una reconquista por parte de la corona española y la provincia del Plata dejaba de participar de la guerra contra los focos realistas que quedaban en el continente. En este cuadro, San Martín fue abandonado a su propia suerte en Perú (donde llegó por el apoyo británico) y tuvo que entregar los restos de su ejército a Bolívar que terminarían derrotando a los “godos” en Ayacucho, en 1824.

De 1820 a 1824 existieron unos años de paz después de una década convulsiva dotada de tres períodos revolucionarios. El estado de Buenos Aires estaba quebrado a razón de la guerra de la independencia y las guerras civiles, pero desde finales del siglo anterior la producción de cuero para la exportación no paraba de crecer y en la década del 20 se multiplicó. La elite porteña se apoderaba de la totalidad de la renta de la aduana del puerto, única salida nacional para Europa. Este breve período histórico antes caracterizado fue llamado por la historia oficial como la “feliz experiencia”. Para una mirada más científica de la historia, se trata en realidad de un intento por clausurar el proceso revolucionario abierto por la reacción popular a las invasiones inglesas, que siguió en mayo de 1810, se expandió por la Banda Oriental, que culminaría con la desaparición de los federales revolucionarios y la derrota de las milicias del bajo pueblo en Buenos Aires, donde las tareas de la revolución burguesa, como el desarrollo de la unidad nacional, quedaron inconclusas.

“Contra la tesis de que la burguesía nacional ‘llegó tarde al mercado mundial’ corresponde advertir que llegó muy tempranamente y esto la hizo partícipe joven de la división internacional del trabajo. Quien llegó tarde, efectivamente, fue la burguesía industrial” (La Revolución Clausurada). El desarrollo de esta producción (cuero y tasajo) para el comercio produjo la valorización del ganado y de las tierras, lo cual llevó al recrudecimiento de la guerra contra el originario para despojarlo de sus territorios. Martin Rodríguez, gobernador en esa etapa, realizará la primer “Campaña del Desierto”. Campañas que repetirán posteriormente diferentes gobiernos como Rosas, Mitre y Roca. De 1820 a 1824 la frontera sur de Buenos Aires pasó del Rio Salado en el medio de la Bahía de Samborombón a la actual Mar del Plata. Al mismo tiempo aumentó la presión contra el gaucho, para proletarizarlo en las grandes haciendas, producto de la necesidad de mano de obra y de defensa.

A pesar de todas las interpretaciones históricas sobre la ley de enfiteusis implementada por Rivadavia, lo concreto es que el decreto del 17 de abril de 1822 declara la inmovilidad de las tierras públicas bajo el dominio del Estado. Un mes más tarde, el gobierno solicitaba la autorización de la Legislatura para negociar un empréstito en Londres. Rivadavia estaba poniendo las tierras de la Provincia de Buenos Aires como garantía de un préstamo impagable que nuestro país tardó casi un siglo en sacarse de encima y lo hizo entrar en quiebra en dos oportunidades. Este régimen surgido de la desintegración nacional, impuesto por la junta de representantes de los Anchorena y que se hizo fuerte con la masacre ocultada, para legitimar su poder, tuvo que llevar adelante una reforma electoral donde se amplió el sufragio. Pero solo podían ser elegidos los ciudadanos que tenían hacienda, o sea, una buena propiedad demostrable. Al mismo tiempo tuvo que encarar la emergencia de un estado fundido por la experiencia del Directorio. Este cuadro se agravó producto de una reforma impositiva que les permitía a los más ricos (hacendados y comerciantes) evadir impuestos y solo siguieron contribuyendo los sectores del bajo pueblo. Esta nueva crisis lo impulsó aún más a la búsqueda de financiamiento externo. Esto empalmó con un momento particular donde Londres estaba con intenciones de fomentar inversiones en el extranjero y en particular en América latina.

La Inglaterra de la primer Revolución Industrial comenzó a mirar al Río de la Plata por la necesidad de cueros que unían las primeras maquinas. Por este motivo llevaron adelante dos invasiones que fueron rechazadas y planearon una tercera. Pero después comprendieron que era más fácil conquistar el territorio económicamente con el “libre mercado”, reconociendo la independencia a cambio de un fuerte endeudamiento de la joven nación. Después de la batalla de Waterloo (1815), donde la amenaza napoleónica fue derrotada, Inglaterra tuvo un proceso de crecimiento económico sostenido. La caída de la demanda después del fin de la guerra con Napoleón fue cubierta por el aumento de exportaciones, sobre todo hacia la nueva América independiente. “La acumulación capitalista aumentó en proporciones incomparables con cualquier período precedente. El flujo comercial en ese período de Gran Bretaña con las naciones latinoamericanas en gestación no deja de sorprender. Es una vertiginosa ampliación del comercio con Inglaterra que tiene, sin embargo, pies de barro y va a preceder a la crisis de 1825, una crisis que excede a un fenómeno de sobreproducción” (La revolución traicionada II). Marx explicó que la misma inauguró el “ciclo periódico de las crisis capitalistas” de la industria, que a partir de esta etapa se suceden cada 10 años aproximadamente. Un período de mayor liquidez (1820-1825) y la baja de la tasa de interés en Inglaterra, permitió una enorme especulación colocando capitales sobrantes en el extranjero como deuda a una tasa de interés superior.

Los objetivos y resultados de este primer endeudamiento

El primer endeudamiento fue una especie de imposición inglesa, ya que Inglaterra lo “intercambió” por el reconocimiento de la independencia definitiva de las Provincias Unidas del Rio de la Plata, de España.

¿Pero cómo hicieron los nuevos Estados americanos, quebrados por las guerras de la independencia y plagados de guerras civiles, para financiar la duplicación de 1821 a 1825 de las mercancías que ingresaban desde Inglaterra? ¿Solamente con el aumento de las exportaciones?

No. Claramente los mismos ingleses con los préstamos e inversiones financiaron este proceso. Los supuestos objetivos del empréstito eran: I-construir un puerto en Buenos Aires; II- fundar tres ciudades sobre la costa que sirvieran de puertos al exterior; III- levantar algunos pueblos sobre la nueva frontera de indios, y IV- proveer de aguas corrientes a la capital provincial. Ninguno de estos objetivos fue llevado adelante en esta etapa. La operatoria fue la siguiente: una vez detraídos los intereses adelantados y las comisiones, al estado de Buenos Aires le llegó menos de un 60 por ciento del monto nominal del préstamo. Además, intervenían numerosos intermediarios (como el mismo Rivadavia), que se adjudicaban apreciables sumas por sus servicios. “El 2 de julio la banca Baring informaba que no convenía mandar oro a tanta distancia, y proponía depositar en su propio banco las 552.700 libras. Al nuevo gobernador de Buenos Aires, Juan Gregorio de Las Heras, le pareció demasiado y pidió que le mandaran algo. La Baring compró solamente unas 11.000 onzas de oro, que equivalían a 57.400 libras. Descontó el 1,5%, o sea 861, por gastos de seguro y las remitió a Buenos Aires” (Felipe Pigna, La primer deuda). Las 450.000 libras que quedaban fueron llegando a Buenos Aires según la voluntad de la Bering en módicas cuotas en forma de “letras de cambio” solo utilizables para comprar productos que vinieran del mercado inglés.

Hacia fines de 1824, la experiencia rivadaviana con el empréstito Baring, feliz o no, ya era un cadáver insepulto. Primero en la Convención Constituyente y luego cuando Rivadavia fue nombrado presidente del segundo intento de Estado nacional, comenzó una lucha entre los estancieros porteños (denominados Federales) y los comerciantes porteños (denominados Unitarios). Rivadavia dejó el autonomismo porteño de la supuesta “feliz experiencia” y encaró un proyecto de reconstrucción del Estado nacional. No era un verdadero nacionalista, su objetivo era instaurar la dictadura de Buenos Aires sobre el resto del país bajo la batuta de los capitales ingleses y los federales porteños eran autonomistas como Dorrego, a pesar de sus planteos de Confederación que trajo de su estancia en Estados Unidos.

La deuda impagable y fraudulenta, que todos reconocieron

En 1825 un grupo de orientales (los Treinta y Tres), apoyados por sectores bonaerenses y del interior, se trasladó a la provincia de la Banda Oriental y produjo una insurrección contra la ocupación brasileña. El 25 de agosto, estos orientales sublevados en el Congreso de Florida, declararon nuevamente su pertenencia a las Provincias Unidas (Argentina). Brasil le declaró la guerra a las Provincias Unidas y Rivadavia fracasó en intentar evitar el conflicto. Las provincias se impusieron en el campo de batalla, pero Manuel José García, como ministro de Rivadavia presidente, volvió a reconocer la soberanía brasileña sobre la Banda Oriental. Esto produjo una nueva rebelión en Buenos Aires, que terminó nuevamente con el gobierno central. Con esta guerra la Argentina entró por primera vez en la historia en cesación de pagos. El gobierno de Buenos Aires no solo empeñó las tierras con la enfiteusis sino que también empeñó todos sus bienes. De esta forma liquidó en 1828, después de la primera cesación, la pequeña escuadra naval y también se dieron en pago fragatas que se estaban construyendo en Inglaterra, por este motivo cuando se invadieron pocos años después las Islas Malvinas no existía una fuerza naval para defenderlas. Dorrego fue electo, por segunda vez, como gobernador frente a la crisis de la caída del gobierno central de Rivadavia y terminó fusilado después de un golpe de Estado llevado a cabo por el unitario Lavalle.

Rosas, aprovechando el prestigio que le dio la “masacre ocultada” contra los elementos del bajo pueblo partidarios de Dorrego, donde obtuvo su título y, de forma contradictoria, utilizando el asesinato de Dorrego a su favor, fue electo gobernador, iniciando el ciclo de la dictadura de los terratenientes porteños. “En febrero de 1842, los banqueros ingleses reanudaron las negociaciones con el gobierno de Buenos Aires, para obtener el pago de los intereses atrasados del empréstito. Rosas comisionó a su ministro de Hacienda, doctor Manuel Iriarte, para que propusiese al gobierno inglés la cesión de las islas Malvinas” (lanacionar, 6 de mayo de 2001, actualizado el 19 de junio de 2020). Los ingleses habían tomado las islas australes 10 años antes y no tenían ninguna intención de pagar por ellas. Rosas, que los revisionistas lo definen como un defensor de la patria, lo que defendía eran los intereses de los estancieros porteños. Después de la Vuelta de Obligado en 1845, Rosas entregó definitivamente a la Banda Oriental en 1849 para llegar a la paz con los ingleses y sacarse de encima el bloqueo al puerto porteño. Pero al “ilustre restaurador del orden” también le debemos la restauración del pago de la deuda con la Baring.

Rosas fue expulsado del poder, en la batalla de Caseros el 3 de febrero de 1852. Urquiza para derrotar a Rosas, junto a Mitre y Sarmiento, le pidió un préstamo a un banquero brasileño muy vinculado a los ingleses, que luego nacionalizaría el vencedor de Pavón, Bartolomé Mitre. El mismo que impuso la unificación nacional, a sangre y fuego, bajo la dictadura de Buenos Aires. Y, siguiendo con las enseñanzas rivadavianas, volvió a endeudar al Estado con la Baring para llevar adelante la infame guerra contra el Paraguay, que resistía a la hegemonía porteña sobre el interior. Con esta contienda los ingleses aumentaron significativamente su influencia en la región, endeudando al imperio esclavista del Brasil y a la República Argentina. Mientras Mitre levantaba las banderas del “libre comercio” ingresábamos tempranamente a la etapa imperialista. “Nicolás Avellaneda, que asumió la presidencia en 1874, dispuso que los argentinos economizaran sobre su hambre y sobre su sed para responder al compromiso asumido con los mercados extranjeros. Hubo despidos de miles de empleados públicos, rebajas de sueldos y ajustes en los gastos del Estado” (lanacionar, ídem). La crisis de 1889, que derivó en la revolución del 90, fue más aguda que la del 74. La Argentina, a pesar del enorme crecimiento que experimentó en esta etapa agroexportadora, no pudo seguir pagando el conjunto de los intereses de la deuda que no paraba de crecer. Los terratenientes porteños se levantaron con Alem para defender la propiedad de sus tierras frente a las pretensiones de los prestamistas de rematarlas para cobrarse lo adeudado. Una vez que los conservadores retomaron el control con Pellegrini, la primera expresión del nacionalismo burgués en nuestras pampas fue protagonista del pago final del empréstito. Los compañeros radicales de Alem y su sobrino Yrigoyen (Victorino de la Plaza y Juan José Romero) fueron los que convencieron a la City inglesa de que Argentina pagaría como fuera. “En 1904 la Argentina terminó de pagar el empréstito otorgado por la Baring Brothers. Pagó la suma de 23.734.766 pesos fuertes, lo que en moneda constante equivalió a multiplicar por ocho el importe recibido” (La revolución traicionada II).

Algunas conclusiones

Estados Unidos, quien tuvo un desarrollo económico muy diferente a la Argentina, si bien se endeudó con Inglaterra y mantuvo un comercio muy importante los primeros años del siglo XIX, a partir de la guerra de 1812 con los ingleses, comenzó un rumbo industrial en el norte. Esto lo colocó tempranamente como un competidor de Inglaterra y algunos estados importantes desconocieron la deuda con la Baring. En nuestras pampas las cosas fueron muy distintas, los gobiernos que surgieron luego de la Revolución de Mayo conspiraron contra los elementos más revolucionarios como Artigas, entregando la provincia de la Banda Oriental, primero a los realistas españoles y luego a la invasión portuguesa-brasileña. Defendieron los intereses de Buenos Aires y su puerto, con el “libre mercado” con Inglaterra que destrozaba a las primitivas industrias que abastecían al interior. Se endeudaron con los ingleses y a pesar de la estafa de las condiciones del préstamo, pagaron hasta la última moneda que se terminó de abonar 80 años después y a ocho veces más que el valor inicial. La burguesía industrial no se desarrolló hasta que existió la necesidad de sustituir las importaciones por la crisis de las guerras mundiales. Luego de una breve experiencia de nacionalismo burgués, volvió a endeudarse, pero con los yanquis, para financiar su quiebra eterna. Es esta política de sometimiento al capital la que nos llevó a nuestra realidad decadente, no las supuestas políticas populistas que Milei denuncia desde el gobierno de Yrigoyen.

Hoy, 200 años después del primer endeudamiento, estamos nuevamente en crisis económica. Tenemos, como en casi toda nuestra historia como país, una deuda impagable y un gobierno pagador serial, que está metiendo un ajuste brutal contra las masas. Este gobierno, que se revindica liberal como Rivadavia, no tiene nada que envidiarle en materia de entrega nacional o de corrupción. Los liberales, contradictoriamente a lo que dice nuestro locuaz y lunático presidente, no son los que levantaron este país sino los que lo hundieron, siempre contando con la complicidad de los “nacionales y populares”. La burguesía argentina ya demostró su incapacidad de levantar nuestro país, en los últimos 200 años y, en particular, en los últimos 40 años de democracia ajustadora y represora. Es hora de sacar conclusiones, solo la clase obrera con un gobierno propio podrá levantar a este país y una de sus primeras acciones será el no pago de la deuda usurera e impagable. Con esos recursos vamos a levantar la industria, las obras públicas y garantizar el pleno empleo. Porque plata hay, el problema es para qué se utiliza. Terminar con las tareas inconclusas de la revolución burguesa de liberación nacional, como también acabar con la argentina semi colonial a la que nos llevaron los Rivadavia, los Mitre y hoy perpetúan los Milei; será obra de un gobierno obrero y socialista.

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