La reunión de partidos de izquierda de América Latina y el Caribe (participó el PO), que se realizó en la ciudad de México entre el 12 y el 15 de junio pasado, sirvió como un registro del acentuado pasaje del conjunto de esos partidos hacia posiciones capitalistas y aún abiertamente proimperialistas. La reunión no osó asumir su nombre original de “Encuentro de Partidos y Organizaciones de Izquierda”, el cual fue reemplazado sin ninguna clase de inocencia por la tautología de “Encuentro de partidos y Organizaciones del Foro de San Pablo”, en referencia al lugar de la primera reunión, el año pasado. La política impulsada en esta segunda asamblea no toleraba siquiera el calificativo de izquierda, no digamos ya el de revolucionario. A este extremo se definieron sus planteamientos de inconfundible contenido capitalista e incluso reaccionario.
La incapacidad del Encuentro para retener su nombre original, o para dotarse de otro con contenido político, es en sí misma una evidencia de la bancarrota de gran parte de la izquierda latinoamericana y en especial de su avanzada desmoralización. Es significativo que direcciones políticas que se ven obligadas a reemplazar su nombre político por un eufemismo geográfico, se hubieran jactado durante todo el Encuentro de representar una “nueva identidad”, no solamente política sino hasta cultural. Si esto fuera cierto habría que convenir en que la “vieja” También otras razones, más prosaicas por cierto, ayudan a explicar la mutilación operada en México. Ocurre que pocos días más tarde, una buena parte de los partidos que concurrieron al Encuentro debía trasladarse a otra reunión, esta vez en Santiago de Chile, convocada por la “Coordinadora de partidos políticos de América Latina”, la Coppal, para encontrarse con la mayor parte de los partidos gubernamentales o co-gobernantes de América Latina, empeñados en ejecutar con todo entusiasmo la política Neoliberal”. Liber Seregni, por ejemplo, que asistió a la reunión de México y que es presidente del Frente Amplio de Uruguay, es al mismo tiempo vice-presidente de la Coppal, de modo que puede decirse que la izquierda uruguaya cabalga sobre dos monturas; lo mismo ocurre con el PRD de México, quien tiene un acuerdo político con un ala del partido Demócrata de Estados Unidos; con el PS de Chile, que gobierna con el democristiano Aylwyn y Pinochet; o con el FSLN de Nicaragua, que confesó en el Encuentro que es un pilar del gobierno proimperialista de Chamorro.
El PRD de México llegó a invitar al Encuentro “izquierdista” al presidente del partido gubernamental y entreguista de su país, Colosio Murrieta del PRI, precisamente en “su calidad de presidente de turno de la Coppal” (Excelsior, 11/6). A la luz de esta dualidad, la expresión “Foro de San Pablo” tiene los visos de un seudónimo que esconde la presencia de la Coppal, la que con nombre propio representa a los principales partidos burgueses nacionales y oficiales de América Latina. Un agudo comentario aparecido en el diario El Día, de México (14/6), señalaba que el Encuentro “(sugería) no tanto el nacimiento de un movimiento latinoamericano de oposición absoluta a la corriente efectivamente neo-liberal que invade América entera, como la habilitación calculada de un discurso (sic) reformista que vigile los excesos de la globalización capitalista emprendida en esta área por Estados Unidos… (una) función que no podrían hacer, por ejemplo, la Coppal ni mucho menos los partidos comunistas”. Viniendo de un diario oficialista, este comentario equivale a una bendición del Encuentro por parte del gobierno de Salinas de Gortari.
Esta caracterización la recoge la declaración final del Encuentro, cuando afirma que a la reunión asistieron “fuerzas (que) tienen identidades (sic) nacionalistas, democráticas y populares” y “otras (que) llevan estos conceptos (sic) hacia identidades (sic) socialistas diversas” (sic), “todas comprometidas con las transformaciones estructurales requeridas para el cumplimiento de… la justicia social, la democracia y la liberación nacional”. Se trata, sin embargo, de una apología históricamente falsa del nacionalismo burgués y de un planteo que borra todas las diferencias de la izquierda con ese nacionalismo, lo cual demuestra que el derrumbe del aparato internacional del stalinismo no es sinónimo de derrota de la política stalinista de seguidismo a las burguesías nacionales. El escapismo político de la declaración hacia la nebulosa de las “identidades” y de los “conceptos”, incluso “diversos” (lo que reduce las estrategias políticas y la acción política a la condición de prejuicios), no hace más que traducir la impotencia de la política nacionalista, democrática e izquierdista para enfrentar al imperialismo y su imperiosa necesidad de arribar a un compromiso con éste. Después de todo, si los asistentes coincidieron con el planteo “¿Es que alguien tiene el monopolio de la verdad?” formulado en la ponencia presentada por Cuba, entonces, esta verdad bien podría estar del otro lado de la barricada. ¡Si no pregúntenle a Gorbachov!
“Reestructuración hegemónica”
Característica esencial del Encuentro fue el dejar de lado el balance de las luchas populares en América Latina, como la resistencia a la ocupación norteamericana en Panamá, o las huelgas contra los gobiernos democratizantes en Uruguay, Argentina, Brasil, Perú o la Dominicana, para plantear un debate académico sobre lo que se dió en llamar la “reestructuración hegemónica internacional”. Semejante temario constituye una definición política por sí misma, pues excluye, como ocurrió, la posibilidad de elaborar un programa de combate para los explotados, o incluso campañas de movilización política, tarea que fue sustituida por planteos de integración económica dentro de los marcos capitalistas, que en algunos casos llegaron a la propuesta de una alianza con el imperialismo norteamericano. Solamente un exceso de pudor logró evitar que se propusiera el “apoyo crítico” a la “Iniciativa Bush”, a semejanza del “apoyo crítico” del Frente Amplio de Uruguay al Mercosur.
La especie de la “reestructuración hegemónica internacional” a cargo del imperialismo supone la posibilidad de un entendimiento “pacífico” y “democrático” entre los grandes monopolios que dominan el planeta. Lo que se verifica es, en cambio, una acentuada guerra comercial e incluso un recrudecimiento de los conflictos militares. La guerra del Golfo, aunque impulsada por un frente único oficial del imperialismo, tuvo como razón esencial la lucha interimperialista vinculada con el abastecimiento energético. En un documento presentado por el PRD de México, que se destaca, sin embargo, por plantear la necesidad de una alianza con el imperialismo norteamericano y que defiende la tesis de la “reestructuración”, se afirma, sin percibir las consecuencias del planteo, que “Las contradicciones entre esos bloques (EE.UU., Japón, Europa) pueden conducir, como en el pasado, a conflictos cuya naturaleza y alcances hoy no es posible prever”, es decir a una guerra mundial. “Son los peligros, sigue el texto, de un orden internacional dominado por grandes potencias con intereses antagónicos y conflictivos. La guerra del Golfo… es un adelanto de lo que puede venir”. Este sorprendente pronóstico de una situación revolucionaria de alcance planetario corresponde a una situación de crisis mundial y no de “reestructuraciones hegemónicas”. La política de insertarse en la “reestructuración” y la advertencia contra el peligro de aislarse de ella, no tiene ningún futuro, significa llevar a los pueblos al agujero negro de la barbarie. La catástrofe planteada no puede ser enfrentada ni superada por una política de “inserción independiente” en esos bloques económicos, lo que constituye una contradicción en sus propios términos. Solo una lucha internacional de clases para la reorganización socialista mundial constituye una estrategia realista frente a la catástrofe del capital.
“América para los americanos”
La declaración final del Encuentro plantea que “la transformación profunda (¿socialista?, ¿capitalista?) de nuestra sociedad” y ‘la integración política y económica de América Latina y el Caribe” son la “solución de fondo a las dificultades y problemas” y las que pueden “(evitar) la dependencia y la integración subordinada y pasiva con los países desarrollados”.
Esta tesis supone que una integración latinoamericana en los marcos capitalistas y bajo la supremacía de los monopolios puede significar una superación del atraso de la región y la posibilidad de conquistar la independencia. Sin embargo, ciento cincuenta años de vida política independiente debieran haber alcanzado para persuadir de que las burguesías y oligarquías latinoamericanas son incapaces de una ruptura estratégica con el imperialismo. La realidad, por otra parte, está demostrando que el México “revolucionario” y el Chile “cristiano-socialista” están firmando acuerdos de libre comercio (entrega total) con el gobierno Bush, y que los países del Mercosur acaban de hacer lo mismo en los términos de un “acuerdo-marco”. La reivindicación de la integración en los marcos del monopolio capitalista significa simplemente el ingreso al famoso “bloque económico” norteamericano. Este es el alcance de lo aprobado en México.
El PRD de México, saludado como partido anfitrión por todos los asistentes con las excepciones obvias, propone directamente “un pacto continental de desarrollo y comercio, que se conciba como instrumento para la construcción de un orden hemisférico y mundial equitativo y justo… ” (Discurso de Cuauhtémoc Cárdenas, ante la “Coalición Ar-coiris” de Estados Unidos, 6/6). Esta propuesta de una alianza con los Estados Unidos está explicada de la siguiente manera en la “contribución” presentada por ese partido al Encuentro: “… nuestros interlocutores económicos y políticos, dice su texto, son Estados Unidos y Canadá y no podemos aislarnos de los profundos entrelazamientos existentes entre esas economías y las nuestras (!!!), ni de las realidades continentales. La negociación, en particular con Estados Unidos, prosigue, es una necesidad ineludible, un dato de la realidad”. Por eso, “La integración latinoamericana no significa ignorar o excluir esa realidad, sino construir un marco de negociación conjunta… y no una integración subordinada a la hegemonía de Estados Unidos, donde éste negocia separadamente con cada uno de nuestros países”.
Realistamente, el documento del PRD señala que ya no se puede volver atrás en los vínculos tejidos por las burguesías nacionales y las economías nacionales con el imperialismo y la economía mundial dominada por éste. Dentro de la sociedad capitalista no hay más remedio que tomarse la cicuta del capital financiero hasta el final. El PRD salta, sin embargo, al campo de la fantasía cuando pretende que la relación desigual con el imperialismo y la dominación político-social que éste ejerce sobre América Latina podría revertirse mediante una negociación global. Se olvida simplemente que está planteando esta posibilidad en el momento de mayor sometimiento económico, financiero y militar de toda la historia.
La Declaración de México recoge esta línea política, claro que con cierto pudor. En ningún momento se diferencia de ella o la critica, ni tampoco ataca sus manifestaciones concretas como los tratados del Mercosur y del Merconor. Desarrolla la tesis de la posibilidad de una negociación de iguales con el imperialismo cuando pretende que una integración capitalista de América Latina podría “contribuir a forjar un nuevo orden internacional que respete nuestros valores nacionales y satisfaga las necesidades de nuestros pueblos”. Semejante “orden”, en las condiciones del imperialismo, no existirá jamás. Los firmantes de la declaración de México simplemente sólo tienen en cuenta el hambreamiento creciente de los pueblos a la hora de los discursos electorales o protocolares, pero de ningún modo como una expresión de la agonía del capitalismo y de la tendencia a la barbarie. Parecen creer que les alcanzaría con su reciente conversión a los principios democráticos más elementales (casi todos vienen del stalinismo o de los partidos nacionalistas “únicos”) para ejercer transformaciones milagrosas en la tendencia reaccionaria internacional del imperialismo.
“Economía de mercado”
En el primer encuentro realizado en San Pablo los convocantes se habían propuesto ofrecer un “modelo alternativo” de socialismo frente al derrumbe del “ socialismo real”. El intento terminó en la nada, esto porque lo único que pudieron ofrecer fue una entelequia: el reconocimiento de “la democracia” como “valor universal”, pero con la seria limitación de que nadie pudo definir a esa “democracia”. A este estéril resultado llegan todos los constructores de “modelos”, que soberbiamente pretenden sacar de la galera las recetas de la felicidad humana. Para superar el trance, el reciente II2 Encuentro resolvió englobar en el término “democracia” todo lo que encontró a mano, desde la “solidaridad social” hasta “la promoción de la identidad… nacional de los pueblos originarios de nuestro continente” y “la protección de la naturaleza”. Con lo cual venimos a enterarnos de que la “izquierda” latinoamericana impulsa no sólo la integración de América Latina sino también su desintegración, porque propugna la formación de nuevos estados nacionales allí donde existen agrupamientos indígenas. Que la democracia no es un “valor”, ni mucho menos “universal” (esto porque hasta los “valores” van mudando con el tiempo), lo prueba la conducta de varios de los partidos del Encuentro que apoyaron el bloqueo económico-militar a Irak. Los democratizantes latinoamericanos no pudieron conciliar aquí la contradicción entre el “valor universal” de la “democracia” norteamericana y europea (imperialista) y el “valor universal” de la “soberanía nacional” iraquí y de los países árabes en general (democrática).
La democracia no es, por cierto, un “valor”, sino una forma históricamente determinada de organización del Estado.
Traduce, entonces, la dominación política de la clase que controla los recursos económicos de la sociedad. La democracia constituye, en realidad, el más alto grado de perfeccionamiento que puede alcanzar el Estado como maquinaria de opresión, esto porque representa la forma acabada de separación entre el poder y la sociedad, la etapa histórica en que la división del trabajo entre la política y la producción social alcanza su mayor desarrollo. En oposición a la democracia el socialismo plantea la abolición del Estado y aquella división esencial del trabajo social.
El socialismo no es “modelo” ni receta sino el resultado histórico del movimiento de lucha independiente del proletariado contra el capital, que se caracteriza por una constante crítica a sus experiencias y realizaciones. Si la izquierda latinoamericana fuera simplemente capaz de tener en cuenta esto, habría comprendido que la superación del “socialismo real” pasa por el desarrollo independiente del movimiento de lucha de los trabajadores soviéticos contra la burocracia, es decir por la revolución política. La incapacidad de la izquierda para apreciar las perspectivas revolucionarias (potenciales) del movimiento de masas en la URSS, la condena a apoyar la “perestroika” y a someterse al imperialismo.
¡En México, la preocupación por “re-definir” el socialismo se trastocó “mágicamente” en la defensa de la “economía de mercado”! Esto no debe sorprender, ya que está en consonancia con la “integración latinoamericana” y la “inserción” en la “reestructuración” o “nuevo orden” internacional.
“En el campo económico, dice la declaración, se trata de que la organización democrática de la sociedad defina las funciones del mercado y la participación del Estado en la vida económica”. En la “contribución” del PRD de México el planteo se explícita más: “hay que crear condiciones de rentabilidad, dice, para impulsar la capacidad de inversión en sectores claves estratégicos y prioritarios… Se trata de impulsar una liberalización gradual. El problema no reside en la apertura per se, sino en los términos que se puede manejar”. Es el planteamiento típico de los “capitanes de la industria” y de los “clubes de exportadores”, que por otra parte están unidos por mil lazos al imperialismo.
La “economía de mercado”, en las condiciones del monopolio capitalista, significa reafirmar la supremacía de este monopolio. Los firmantes de la declaración pretenden “definir las funciones del mercado”, algo que sin embargo no hacen, pero es en realidad la defensa del mercado capitalista la que define la función de los firmantes. Esto se ve claramente en la picante cuestión de la deuda externa, que la declaración cuestiona pero absteniéndose rigurosamente de proponer la medida “anti-mercado” de desconocerla o no pagarla. La declaración constituye un reconocimiento de principios de la obligación de pagar la deuda externa. El PRD de México, el PT de Brasil y el FA de Uruguay, entre otros, ya asumieron oportunamente esta posición. ¡Pero el pago de la deuda externa es ab-so-lu-ta-men-te incompatible con cualquier independencia de América latina, integrada o como sea! La alternativa al “socialismo real” ha quedado reducida al más crudo, prosaico y vulgar capitalismo.
“Sociedad organizada”
Pero el asunto de la “definición” de las “funciones del mercado” no termina aquí. El borrador de la declaración traducía más claramente el planteo de sus autores, esto porque hablaba de “(poner) límites consensúales a la acción del mercado”. Esta formulación que los izquierdistas lanzan mirando amenazantes a los monopolios capitalistas, apunta en realidad contra los trabajadores, ya que esos 'límites consensúales” no son otra cosa que el recorte de la libertad de los trabajadores para negociar el precio de la fuerza de trabajo en el mercado, sea a través de regulaciones legales, sea a través del “pacto social”. El único límite histórico a la acción del mercado capitalista es el que impone la acción de la clase obrera cuando se organiza como masa; la declaración la sustituye con “definiciones” y “consensos”. Esto le da un definido carácter reaccionario. En oposición a estos planteos patronales, la izquierda debió haber denunciado toda limitación a la acción de los sindicatos y la necesidad de luchar por direcciones clasistas y revolucionarias.
La declaración no se limita, sin embargo, a encubrir con eufemismos la regimentación de los sindicatos. Pretenden proyectar esta reglamentación a la organización de la sociedad, de la que reclama que sea “justa, democrática y organizada”. Esta “sociedad organizada” es el sucedáneo de la “comunidad organizada” de Perón, o sea la integración al Estado (burgués) de las organizaciones que responden a las diversas clases sociales, pero en particular a los trabajadores.
El planteo está sacado de la ponencia del PRD, el cual sin embargo se anticipa a la acusación de pretender una “opción o tentación corporativa. Hablamos, dice, de sociedad organizada independientemente del aparato estatal y frente a él”. Pero esto es, obviamente, pura verborragia, pues toda organización contra el Estado equivale a un doble poder y a la des-organización, así como la pretensión de unir a explotadores y a explotados, en oposición al Estado de los explotadores, tiene ya directamente que ver con el macaneo. Sería poco republicano, por otra parte, que un “demócrata” propugne la organización de la sociedad “frente" al parlamento. La pretendida “sociedad organizada” frente al Estado no puede existir, en la realidad, más que como la regimentación de la sociedad por el Estado o al servicio del Estado.
La “contribución” del PRD —un partido que, como se puede ya ver, fue más que un anfitrión un guía— llega a plantear la “obsolescencia… de las organizaciones sindicales, campesinas y populares” (que se habrían convertido en “trabas”) y a proponer en su lugar “nuevas formas organizativas correspondientes a los desafíos actuales”. La vaguedad de la idea y lo que el PRD entiende por “desafíos actuales” llevan a la conclusión de que propone la liquidación lisa y llana de los sindicatos. No es ésta una deducción arbitraria cuando se tiene en cuenta que todo el “centro-izquierda” latinoamericano y la mayor parte de la burocracia sindical.han estado arremetiendo contra el “reivindicado-nismo” y el “sindicalismo reivindicativo”, a los que consideran desactualizados en las condiciones de la crisis capitalista. Esta gente, habla alternativamente de la crisis capitalista y de su “reestructuración”, según las conveniencias. Pero es precisamente la crisis capitalista y la tendencia del Estado a querer superarla por medios que no son para nada de “mercado”, lo que exige más que nunca sindicatos independientes, con el agregado de que deben ser revolucionarios para enfrentar la acción centralizada del Estado. La liquidación de los sindicatos (a eso equivale privarlos de independencia) es una necesidad emergente de la integración y de la “reconversión” que trae aparejada la crisis (cierres, despidos, destrucción de fuerzas productivas). En México, la izquierda ha ido muy lejos en su adaptación política al capitalismo y al Estado burgués.
¿“Solidaridad con Cuba”?
Los asistentes se jactaron en innumerables oportunidades de que el Encuentro había sido un evento de solidaridad con Cuba. Hubo hasta quienes justificaron por esta razón su voto a favor de la declaración (“sotto voce”, claro). Pero pocas veces fue tan cierto aquello de “dime de lo que te jactas y te diré de lo que adoleces” Los “cubanistas” de nuestra América India, Echegaray “in testa”, se quedaron, en México, en pelotas.
La reunión, en primer lugar, aprobó una agenda de actividades que contempla “seminarios”, “reuniones”, “celebraciones” y “foros” (foros especialmente), pero ninguna acción contra el bloqueo norteamericano contra Cuba, ninguna acción contra la violación de la soberanía cubana por parte de radio Martí, i) mucho menos una acción contra el sabotaje gorbachiano de incumplimiento de los compromisos comerciales con Cuba. La “solidaridad con Cuba” (y para el caso con Panamá, Haití, El Salvador, Nicaragua, Malvinas, etc.) fue, como dicen los chilenos, “un saludo a la bandera”.
¡Pero si sólo hubiera sido esto! El conjunto de la resolución aprobada por el Encuentro, en particular el planteo de integración en el marco capitalista, sea con vistas a la negociación con Estados Unidos o al nuevo orden mundial “justo”, lado a lado con el imperialismo, significa la marginalización internacional de Cuba o la exigencia de que liquide las bases sociales establecidas por la Revolución. Los asistentes vivaban a Cuba al mismo tiempo que ponían todo su empeño en cavarle la fosa. La reunión exhortó a Cuba, como ya fue dicho, a que “defina las funciones del mercado” y a que se someta a ese equivalente de terminal de la evolución humana que es el régimen de la democracia (burguesa). Los planteos del Encuentro reclaman a Cuba que se asimile social y políticamente “a la realidad” de la “reestructuración internacional”… sin hegemonía.
La delegación cubana aceptó en forma más o menos integral estos planteos… y hasta fue un poquito más allá. En su “contribución” afirma que “La Revolución Científica Técnica… amplió los márgenes para la reproducción del capitalismo como sistema y se convirtió en un elemento determinante en las relaciones internacionales…” Es obvio que un contexto internacional de estas características hace imposible un proceso socialista, pues éste sólo puede prosperar cuando las fuerzas productivas se insurgen contra las relaciones de producción capitalistas, y nunca cuando éstas impulsan a aquéllas. Ciertamente, la delegación cubaba presentó una visión distorsionada de la realidad» y por este motivo interesada, ya que los incrementos en la productividad del trabajo (que no igual a una revolución técnica o industrial) han creado una sobreproducción crónica de capital y mercancías, que se manifiesta en la guerra comercial, las quiebras bancarias, el hundimiento de naciones enteras por el endeudamiento “excesivo” y hasta las guerras “calientes”. A pesar de los lógicos roces prácticos con Gorbachov, el planteo cubano es de cuño gorbachoviano.
En otra parte, la ponencia afirma que “el desarrollo económico y científico se caracteriza por su globalización… la creciente interrelación de las economías, mercados, tecnologías, comunicaciones, problemas ecológicos y otros… Globalización e interdependencia empujan y arrastran (sic) al mundo entero hacia la integración”. Traducido al lenguaje de la ciencia social o de la lucha de clases, esto significa que Cuba no tiene alternativa social frente al imperialismo. Pero esta visión también es inadecuada e interesada, esto porque la crisis capitalista mundial, al mismo tiempo que ha profundizado la integración de determinadas ramas y países o regiones a la economía mundial, también ha acentuado la marginación de la inmensa mayoría del mundo del circuito económico internacional, como lo revela el creciente distanciamiento económico entre las metrópolis y las periferias y la descomunal caída de la participación de éstas en el comercio mundial. El imperialismo ha mundializado el saqueo económico y ha regionalizado aún más el desarrollo.
Por último, el planteo cubano se inscribe en la tesis de la integración (capitalista) de América Latina: “… cómo puede un país pequeño, uno mediano o incluso un país grande de América Latina desarrollarse sin la integración económica… ” se pregunta Fidel Castro, citado en el texto. Si esto es así, Cuba no tendría más remedio que asimilarse al régimen social que impera en América latina. La tesis cubana pretende encontrar en la integración latinoamericana el sustituto a la perimida integración en el bloque soviético, sin reparar que las posibilidades de salida en este caso son monumentalmente inferiores a las que ofrecía el otro. En uno y otro caso, el régimen castrista busca una válvula de escape a una crisis que es anterior a la famosa “caída del muro” y que tiene que ver, en primer lugar, con el ahogo que sufren las fuerzas productivas cubanas como consecuencia de los desmanes burocráticos. En lugar del pozo ciego de la integración capitalista, Cuba necesita una revolución política que establezca un verdadero régimen político de los trabajadores y una enérgica liberación de las potencialidades de la pequeña producción.
La política de asimilación social de América Latina fue claramente acuñada en la propuesta de solidaridad con Cuba redactada por la delegación de este país. En su párrafo final “exhorta a todos los gobiernos (¡ojo!) de la región a reivindicar, sin condicionamientos, el derecho de la República de Cuba a integrarse al sistema interamericano… ” (La República, Montevideo, 23/6). Se trata nada menos que de una reivindicación de la OEA, el ministerio de colonias de Estados Unidos. “Condicionamientos” o no (¿y cómo los “gobiernos” capitalistas podrían hacer alguna cosa sin “condicionar” a los pueblos ni dejarse “condicionar” por el imperialismo?), se trata de una asimilación a las instituciones políticas creadas por el imperialismo para ejercer la tutela diplomática, política y militar de las naciones latinoamericanas.
A la luz de estas evidencias parece claro que la única solidaridad con Cuba y con la revolución cubana estuvo expresada en el único voto en contra que se manifestó en México: el del Partido Obrero de Argentina.
“Los gobernantes del 94”
A la hora de lo brindis y de las congratulaciones, los asistentes l Encuentro festejaron anticipadamente la que estimaron una victoria electoral cierta en 1994/95, al menos en Brasil, Uruguay, México y alguno más. En la reunión, los candidatos de la hazaña actuaron, ciertamente, como partidos del gobierno…
Sin embargo, en los informes principales del Encuentro se tras+o in balance horripilante de la situación de América Latina. “Década perdida”, “la peor crisis desde 1930”, “fantástico retroceso social”, “hambre y pauperización”. Estos habían sido los “logros” de los procesos de democratización y de los regímenes democratizantes de Latinoamérica.
Pero en lugar de ver en esto los síntomas de crisis revolucionarias, los expositores prefirieron destacar lo que definieron como incremento de “la participación política”. La deformación de esta conclusión no podría ser más alevosa cuando se piensa que en la mayor parte del sub-continente la democracia gobierna por decreto. Si con una “participación política” en aumento el imperialismo puede saquearnos a escala histórica, lo que sería con una “participación” en disminución. El desprecio de los asistentes al Encuentro por los resultados sociales de los procesos políticos, constituye por sí mismo una expresión del desprecio por el destino social de las grandes mayorías populares. Con toda evidencia, un sector de la pequeña burguesía, por minoritario que sea, parece haber escapado al flagelo por el momento.
La aspiración de ser gobierno dentro del marco de los procesos políticos y sociales en crisis y descomposición, solamente puede ser interpretada como un intento supremo de salvar las condiciones políticas y sociales que han engendrado esa descomposición. Como lo dijo la Intendente de San Pablo, Brasil, oriunda del ala izquierda del PT, ella como ciudadana estaba a favor de los choferes de ómnibus en huelga, pero como Intendente debía contratar rompehuelgas para defender la administración del Estado. Para Jaime Pérez, secretario general del PC de Uruguay, una democracia que nos permite ser gobierno no puede ser calificada de tutelada ni restringida (según la versión de uno de los delegados de la delegación frenteamplista uruguaya).
En el Encuentro de México se han esbozado las políticas con las que la izquierda pretende ser gobierno, y que en todos los casos pasan por “alianzas” con otros partidos y clases sociales del campo de la gran burguesía, y por sobre todo con el okey del imperialismo. Esto es lo que el Fral y el partido comunista de Argentina votaron y apoyaron con entusiasmo, luego de haber prometido que no se “bajarían” del nivel de definiciones del Encuentro de San Pablo.
Pero finalmente el compañero Echegaray se “bajó’’ sl» pero los pantalones, esto se debe a que la línea democratizante de México (incluidos sus aspectos francamente contrarrevolucionarios) corresponde al programa y la política de un sector incapaz de dejar de ser staliniano.