La “perestroika” y la “glasnost” expresan, respectivamente, la quiebra de la gestión burocrática de la economía y del Estado en la URSS. Frente a esta quiebra, la orientación de la burocracia sigue las previsiones realizadas por León Trotsky en “La Revolución Traicionada”, es decir, una profundización de la orientación contrarrevolucionaria tanto en el plano interno como en el externo. Así, son atacadas frontalmente las conquistas sociales de la Revolución de Octubre, a través de una política de privatizaciones que apunta conscientemente a provocar el desempleo (calculado oficialmente en 16 millones de personas para los próximos años) y acentuar la diferenciación social. Se pretende con esto, crear las condiciones para la integración de la economía soviética con la economía mundial, dominada por el capital financiero, designado portador de una mítica “revolución científico-tecnológica”, cuyas bondades serían capaces de sacar a la URSS del atraso tecnológico y del marasmo económico. Toda esta orientación justifica retrospectivamente la crítica histórica de León Trotsky al stalinismo, expresión de la burocracia emergente del aislamiento de la revolución proletaria: la imposibilidad de construir el “socialismo en un sólo país”, esto es, un sistema social capaz de superar, en el marco de las fronteras nacionales de un país dado y, gracias a sus bases económicas progresivas, a los países capitalistas avanzados, que detentan el poder en la economía y en el mercado mundial.
La orientación política en curso busca simultáneamente preservar los privilegios conquistados por la burocracia a lo largo de seis décadas de dominación y preservar al Estado frente a su impasse político y la insurgencia de las masas, provocados por la propia crisis económica. Como ya anticipara Trotsky, la maniobra toma la forma del pasaje de un Estado considerado “de excepción” (el stalinismo) a un “estado de derecho”, que renuncia a algunas características del primero, sin por ello perder su naturaleza de dictadura burocrática, encabezada por el primer cónsul de la burocracia. Incluso los simpatizantes de la “perestroika” notan que “el refuerzo de los poderes del presidente, en la figura de Gorbachov, parece contradictorio con la línea de ampliación de los derechos democráticos” (1). En realidad, el reforzamiento de la dictadura burocrática, la “apertura democrática” y la penetración imperialista no son sino aspectos contradictorios, pero complementarlos, de la crisis de la burocracia: en Polonia, la dictadura desnuda y cruda del general Jaruzelsky preparó el terreno para el co-gobierno “democratizante” de la burocracia, del FMI y del Vaticano.
Un aspecto esencial tiene que ver con la preservación de la columna vertebral del Estado burocrático: la policía política del Estado (KGB), que no por casualidad fue la cuna donde hicieron carrera previa los sucesores de Stalin, de Kruschev a Gorbachov, pasando por Andropov (así como los dictadores brasileños sólo se volvían viables después de una etapa de prueba en el SNI). El actual titular de la KGB dice más de lo que piensa cuando propone “formular principios cualitativamente nuevos de relaciones entre la sociedad, el Estado y el servicio de seguridad de modo de subordinar este último a los intereses del pueblo y del Estado y no viceversa”(2), lo que significa que, hasta el presente, fue el pueblo quien se subordinó a los intereses del servicio de seguridad — de la burocracia. Para Vladimir Kriutchkov, el actual jefe de la KGB, (el presente artículo fue redactado antes del golpe de agosto de 1991, nota del editor) lo esencial es que se elabore una “ley de seguridad nacional”: esta ley impediría la arbitrariedad existente hasta ahora, pues garantizaría “el control de la KGB por el Comité del Soviet Supremo de la URSS para la defensa y la seguridad nacional”. Pero recuerda inmediatamente que “la KGB fue uno de los fundadores de este nuevo organismo parlamentario”: ¡el policía se controla a sí mismo! El parlamento se revela claramente como la cobertura de una operación de auto-maquillaje de la burocracia. Kriutchkov revela la esencia de la “apertura” cuando confiesa que “la glasnost es necesaria para que podamos contar con el apoyo popular… es obligatoria para que el pueblo tenga respeto por nuestro trabajo” (subrayado del autor).
La KGB “legal” no tendría menos atribuciones que la “stalinisía”, pues “la legislación reserva a la competencia de la KGB dieciocho figuras delictivas. Otras quince son, al mismo tiempo, competencia nuestra (de la KGB), del Ministerio del Interior y del Ministerio Público. La ley admite nuestra (de la KGB) participación en varios otros
casos” entre los que se cuentan “los delitos de carácter ideológico”: ¡que ley tan generosa (con la KGB)! Para hacer pasar la operación, el burócrata ofrece una chispa de reconocimiento que más parece una confesión: “los órganos de seguridad desempeñaron un papel sumamente negativo, violando brutalmente la legalidad socialista. Hay que decir que no todos los funcionarios estuvieron implicados en actos ilegales. Millares de ellos se negaron a tomar parte y por eso fueron liquidados” (si ese era el destino reservado a los agentes de seguridad, hay que imaginarse lo que le esperaba al resto de la población). Empero, cuando se trata del esclarecimiento de esos crímenes y de sus responsables, “se precisa de una ley especial de los archivos para restablecer el orden y aclarar todo en esta cuestión. Leyes análogas existen en todos los países capitalistas desarrollados (que son el “modelo”para la burocracia, OC). En cuanto al destino de las víctimas, nuestra legislación no prevé que los familiares de los condenados tengan-acceso a los documentos judiciales respectivos”: ¡maravillas de la “ley” burocrática! El “Estado de derecho” absolvería así, de un plumazo, a la burocracia de todos sus crímenes. No es de extrañar que Kriutchkov esté satisfecho con el hecho de que el “Comité de Seguridad del Estado (KGB) y todos sus organismos participaran enérgicamente en la formación de un Estado de derecho y en la elaboración de las nuevas leyes”.
La KGB de la “glasnost” no sólo preservaría todos los puntales de la opresión burocrática, sino que sería también un elemento central de la articulación de la burocracia con el imperialismo mundial. Así, frente al “incremento de la cooperación internacional”, la KGB debe “contribuir a la implementación de esta política”: esto a través del “establecimiento de contactos con los servicios secretos de los países capitalistas y del Tercer Mundo en favor de objetivos comunes” (sic). A pesar de este entrelazamiento declarado con la mafía policial de los países imperialistas, no se dejaran de castigar, en la URSS, los contactos con “algunas organizaciones anti-socialistas y anti-soviéticas (extranjeras)”; como este “anti” queda al arbitrio de la burocracia, queda en claro el contenido de la “legalización” de la KGB: legalizar su entrelazamiento con la CIA y, al mismo tiempo, prohibir toda actividad internacionalista del movimiento obrero y de las masas populares. La “glasnost” revela así su esencia: preservar los pilares de la dictadura burocrática, incorporándole lo peor de las dictaduras capitalistas.
Es en este cuadro que es preciso situar la “operación Trotsky” de la burocracia, que es un aspecto fundamental de su viraje político (visto el gran espacio dedicado a la renovada condena de Trotsky, en el discurso pronunciado por Gorbachov en el 702 aniversario de la Revolución de Octubre, en 1987) en las dos cuestiones implicadas: 1) la del posicionamiento de la burocracia frente a la crítica trotskysta del Estado burocrático; 2) la de la responsabilidad de la burocracia en el asesinato del líder bolchevique y, por extensión, en la eliminación de casi toda la dirección bolchevique que condujo la Revolución de 1917.
El hombre-clave de esta operación es el historiador e ideólogo de la burocracia, Nikolai Vassetsky, que todavía en 1986 acusaba a Trotsky de “tener partidarios suyos llamados por él a tomar contacto con la Alemania nazista”, pero que en un artículo (enero, 1989) publicado en Literaturnaya Gazeta (tiraje 4,7 millones de ejemplares) reveló oficialmente, por primera vez, al lector soviético que la orden de matar a Trotsky partió del propio Kremlin, de Stalin en persona, “que tomó él mismo la decisión, o se la dió a entender a sus hombres” (3). Paralelamente, Gorbachov decretó la “rehabilitación de todas las víctimas de Stalin”. Consultados los funcionarios soviéticos, respondieron que el decreto incluía también a León Trotsky. ¡Cabe suponer que Gorbachov “amnistió” al fundador del Ejército Rojo por omisión!
Tanto el “reconocimiento” como la “amnistía por omisión”, son parte central de la maniobra burocrática descripta anteriormente. Así, Vassetsky retoma contra Trotsky las viejas calumnias stalinistas: “tenía concepciones marcadamente anti-campesinas… en 1932, Trotsky y sus familiares, que abandonaron la URSS fueron desnaturalizados (¿“abandonaron” o fueron desterrados contra su voluntad?), … “fue desterrado de Francia (en 1916) hacia España por hacer propaganda en favor de Alemania”, etc. A eso le suma unas gotas de stalino-fascismo: “la ideología y la práctica trotskysta evolucionaron hacia el cosmopolitismo”, o sea, no era ruso, o sea, era judío. Agrega todavía de su propia colección de mentiras y de cínica ignorancia burocrática: “pocos saben que Trotsky escribió diarios (personales) en tres ocasiones a lo largo de su vida, ni siquiera lo saben sus partidarios y biógrafos” ; “el diario de Trotsky (en España) del período de la primera guerra mundial no llegó al público” (en realidad, mereció varias ediciones en decenas de lenguas…); “(en 1938) Trotsky comprendió que el cerco se cerraba. Comenzó a pensar seriamente en suicidarse” (aquí tal vez Vassetsky esté trayendo sus ideas respecto de sí mismo). De la misma manera desvergonzada con que reconoce el asesinato de Trotsky, Vassetsky “informa” que “en setiembre de 1937, murió en Suiza I. Reiss, simpatizante de Trotsky”, en mayo, en España, “despareció” Erwin Wolf; el 13 de julio de 1938 “desapareció en circunstancias misteriosas el ciudadano alemán Rudolf Klement” (secretario de organización de la IVa Internacional): el lector soviético sabrá descubrir la mano asesina de la burocracia y la pluma del encubridor profesional en todos estos casos.
Con tan originales ingredientes, Vassetsky hace una mezcla para ofrecernos el último coctel de la burocracia: ¡Trotsky habría sido no sólo el “hermano-enemigo” de Stalin sino también su precursor! Así, “es perfectamente sabido que Trotsky fue partidario del socialismo de cuartel, de la militarización del trabajo, del aparato represivo en el Ejército, del régimen de plena auto-limitación de la revolución”. Cómo “es sabido” todo esto “perfectamente” es un misterio para el lector soviético, privado del acceso a las obras de Trotsky, cuya posesión era penada hasta hace poco con una condena de seis años. Y si la política de Trotsky era “una obvia tentativa de implantar la justicia social complementaria a la de Stalin, por la represión y por la cohersión, no vale la pena discutir quién tuvo la primacía (si bien Trosky acusó a Stalin más de una vez de ser su epígono)”: Trotsky habría sido, entonces, el ideólogo de Stalin (al cual, de paso, se le atribuye el hecho positivo de “haber socialismo en un sólo país” y la subordinación a esta utopía (hoy demolida) del destino de todo el movimiento obrero mundial. Si la revolución estaba postergada “irreversiblemente”, la burocracia stalinista no hizo sino encamar la verdadera dinámica de la historia (en realidad, esta tesis es tan falsa como verdaderas fueron las revoluciones china y española).
Así, Trotsky, “ambicioso”, “demagogo”, etc. no fue más que un “dictador fracasado”. Toda su lucha contra el stalinismo no hizo más que fortalecerlo: “Todo lo que Trotsky hizo entre 1923 y 1927 sirvió para llevar a Stalin al poder” … “Stalin alcanzó su objetivo: Trotsky ayudó a pasar la cuerda alrededor del cuello del partido” … “¡Estrechar filas y levantar la bandera del líder! ¡Todos deben pensar igual! Ese era el único efecto que producían los escritos de Trotsky”, etc. Para Radzijovsky era necesario aceptar la dictadura staliniana con la boca cerrada. La victoria de Stalin fue la consecuencia lógica de las circunstancias, pero no sólo de ellas, pues, conforme Radzijovsky, “la postura de los stalinistas fue, sin duda, más lógica y, en este sentido, más honesta”. (Proclamar la honestidad —incluso relativa— de aquéllos a los que se denuncia como responsables de millones de asesinatos revela la envergadura moral del “candidato”). La originalidad” de Radzijovsky consiste en hacer responsable a Trotsky, además de todo, … ¡por su propio asesinato! “Ese fue el papel histórico de Trotsky: promover, fortalecer, y llevar al poder al asesino de millones de seres humanos y de su propia cabeza en una infinita hilera d»e otras. Ese fue el precio que pagó —¡si hubiese sido solamente él!”. Solamente cabe decir que, evidentemente, Zeus enloquece a aquéllos que quiere perder.
Para Radzijovsky, tanto como para Vassetsky, Trotsky fracasó por el criterio pragmático de no haber conseguido derrocar a Stalin y sustituirlo. Ahora bien, Trotsky no era partidario de derrocar a Stalin independientemente de las circunstancias y de los medios (podría haberlo destituido a través de un golpe militar), sino como parte de la lucha por la defensa de las conquistas sociales de Octubre y por el reagrupamiento revolucionario del proletariado soviético y mundial. Como todo revolucionario y a diferencia de los “candidatos” a chupamedias de los poderosos, Trotsky nunca midió la Historia por el criterio de “todo o nada”:
“Los bolcheviques leninistas no podrían haber derrocado a la burocracia sin el apoyo de la revolución mundial. Pero esto no significa que su lucha no tuviera resultados. Sin la crítica de los oposicionistas y sin el temor de la burocracia por la Oposición, la alianza Stalin-Bujarin habría concluido con la restauración del capitalismo. Bajo el látigo de la Oposición, la burocracia fue forzada a tomar prestados algunos puntos de nuestra plataforma. Los leninistas no consiguieron salvar al régimen soviético de la degeneración y de las dificultades del régimen personal. Pero lo salvaron de su completa disolución e impidieron el camino de la restauración. Las reformas progresivas de la burocracia fueron derivaciones de la lucha revolucionaria de la Oposición. Para nosotros esto es insuficiente. Pero ya es algo” (5). Queda ahora, frente a la manifiesta disposición de la burocracia para entregar las conquistas revolucionarias, cumplir el resto de la tarea.
Pero ¿para qué sirven a la burocracia los argumentos del “candidato” a delirante? Exactamente para la única crítica política que hace Radzijovsky: la de afirmar que Trotsky incurrió en un contrasentido al proponer más democracia para fortalecer a la dictadura proletaria. “Dió una respuesta absurda a la pregunta de qué democracia, dentro de qué límites y para qué: democracia para dar más fuerza a la dictadura política.
¡Democracia para la dictadura! Trotsky llegó al casuismo de afirmar que el régimen de Stalin era ruinoso porque debilitaba … a la dictadura”. Esto es un contrasentido sólo para los que consideran “democracia” y “dictadura” en forma abstracta, pero no para aquellos que, como Marx, Lenin y Trotsky, no consideran que exista la democracia o la dictadura desprovista de carácter de clase. Marx consideraba todo régimen como una dictadura de clase, con la salvedad de que la dictadura del proletariado tendía a la desaparición del Estado, justamente por ser la realización de la democracia plena para los explotados. De aquí que Trotsky propusiese más democracia para acabar con la dictadura burocrática y para fortalecer la dictadura proletaria. “Democracia” y “dictadura” son solamente antitéticos para el pensamiento burgués, que pretende ocultar el carácter de clase de su dominación.
La “democracia” versus la dictadura del proletariado fue la bandera levantada por la contrarrevolución burguesa, zarista e imperialista contra la Revolución de Octubre, cuando pretedían imponer la “democracia” en las puntas de las bayonetas de la oficialidad monárquica y de catorce ejércitos imperialistas. No es por casualidad que Radzijovsky va a buscar fundamentos en aquéllos que durante la Revolución se pasaron con armas (literalmente) y bagages al campo de la contrarrevolución, “los mencheviques (que) enmendaron esta impasse, esta ambigüedad, esta tesis absurda (de la Oposición trotskysta).”
El círculo se cierra: la “glasnost” burocrática significa, en referencia a Trotsky, la reunión de las viejas calumnias stalinistas en defensa de la dictadura burocrática con los viejos argumentos democratizantes de la contrarrevolución interna y del imperialismo contra Octubre. La “cuestión Trotsky” retrata toda la política de la burocracia gorbachoviana.
Lamentablemente, en una trampa semejante caen los intelectuales e historiadores de la oposición antiburocrática que están bajo la influencia de la “apertura” gorbachoviana y de la política democratizante del imperialismo. Así Miklos Kun denuncia las viejas y las nuevas mentiras burocráticas, ataca la mentira de un Bujarin “democrático” que sería el legítimo antecedente de la democratización en la URSS, caracteriza a Stalin como un burócrata asesino y a Trotsky como un revolucionario, pero lo ataca por complicidad con la disolución de la Asamblea Constituyente y con la represión a los socialistas revolucionarios y a los mencheviques, sin considerar el papel de aquéllos y de éstos en la contrarrevolución. Si la Revolución de Octubre “se desvió” a partir de estos hechos, puede decirse que ella prácticamente no existió (o que duró un par de meses). Trotsky sería entonces el revolucionario de una revolución inexistente, algo que Kun pretende resolver describiéndolo como “un político talentoso y lleno de contradicciones”. Kun sólo reivindica en Trotsky al democratizador anti-stalinista y no al revolucionario. De allí que afirme que la publicación de los escritos de Trotsky no causaría hoy el impacto que habría tenido hace cinco años atrás, cuando el gran público soviético desconocía las informaciones referidas a las masacres, a la alianza con el nazismo y la descomposición económica del régimen staliniano. “Sorprende esta impresión cuando se tiene en cuenta que el trotskysmo es, antes que nada, el único programa que puede sacar a la URSS del marasmo actual, en oposición a la catástrofe social que provoca la tentativa de restauración capitalista” (6). O sea, que es un programa de revolución.
Seis décadas después del exilio de Trotsky, la burocracia arregla los medios para pactar con los sectores más reaccionarios mientras gasta toneladas de papel y ríos de tinta para lanzar sobre Trotsky ataques desde todos los ángulos posibles. La burocracia reconoce al enemigo: la actualidad de Trotsky es la actualidad de su programa, la unidad de la revolución anticapitalista con la revolución política antiburocrática, la revolución permanente. La gigantesca crisis de la URSS tiene por causa el enfrentamiento entre fuerzas históricas irreconciliables, con independencia de que los trabajadores no tengan todavía una conciencia de conjunto de la situación. En la URSS ya hay manifestaciones de guerra civil y conflictos explosivos abiertos entre las masas y la burocracia. Como pronosticó Trotsky, las tentativas de restauración capitalista llevan a la URSS a la convulsión social y no habrá restauración capitalista en ningún país (véase Plaza Tienanmen) sin la victoria de la contrarrevolución. Los procesos de Europa Oriental están subordinados al enorme combate que se libra en la URSS. El stalinismo está descompuesto, pero no desapareció, pues para eso debería desaparecer la burocracia, derrocada por la burguesía o por la clase obrera.
La burocracia no halló todavía una forma alternativa de dominación al stalinismo (7). No es verdad que la resistencia a la privatización provenga de la burocracia “conservadora” (Ligachov), que votó a favor de ella en el Congreso del PC ruso, donde tuvo mayoría. La resistencia principal viene de los trabajadores, cuyas huelgas en la URSS alcanzan niveles históricos, lo que se refleja en el temor y en la vacilación de todos los sectores burocráticos. Sólo el trotskysmo da expresión consecuente a esta lucha. Como afirmó Seva Volkov, su nieto, Trotsky no necesita ser rehabilitado sino reivindicado por la clase obrera mundial a través de la revolución contra la explotación capitalista y contra la opresión burocrática.
(*)De la Cátedra de Historia de la Universidad de San Pablo, editor de “Estudos”, revista del Centro ”, San Pablo, de Estudios del Tercer Mundo EDUSP, 1990;
1) Lenina Pomeranz, “Perestroika, desafío de la transformación social en la URSS
2) Vladimir Kriutchkov, “La KGB tiene que estar subordinada a los intereses del pueblo”, Moscú, Novosti, 1989, así como las citas posteriores;
3) Nikolai Vassetsky, “Liquidación” (artículo en URSS?», Moscú, Novosti, 1990, así como las citas Literaturnaya Gazeta en “Trosky. ¿Regreso a la posteriores;
4) Leonid Radzijovsky, “El temor a la democracia” (artículo en Sotsiologuicheskie Issledovania), idem. ant., así como las citas posteriores;
5) León Trotsky, “Cómo Stalin derrotó a la Oposición”, Escritos 1935-36, Bogotá, Pluma, 1976;
6) Jorge Altamira en Prensa Obrera, n9 315,11/10/90; (7) Cf. Len Karpinsky, “¿Por qué el stalinismo no sale de la escena?”, en Lenina Pomeranz, op. cit.