Con la derrota del golpe militar, los acontecimientos en la URSS han entrado en una nueva etapa. El viejo régimen burocrático, completamente agotado, ha sido reemplazado por un nuevo régimen burocrático de carácter restauracionista. El viejo frente común de las masas y de una parte de la burocracia “democrática”, formado en oposición a la burocracia llamada “conservadora”, comienza ahora a escindirse, como consecuencia del hecho de que la política de restauración capitalista implica, en primer lugar, un violentísimo ataque, a las ya pésimas condiciones de vida de los trabajadores. El viejo aparato estatal de la Unión Soviética se ha quebrado, con el derrumbe del partido comunista y de la KGB. En su lugar hay un sistema estatal armado de retazos, que a partir de ahora oscilará entre un dislocamiento completo o una dictadura cívico-militar basada en las fuerzas burocráticas-restauracionistas que se enfrentaron al golpe. La Unión Soviética, en tanto unidad estatal efectiva, ha dejado de existir, y lo mismo debe decirse de la URSS como un Estado Obrero. Aunque la propiedad de los medios de producción continúa en manos del Estado, este hecho está vaciado de contenido desde el momento en que el régimen político es de carácter restauracionista.
La victoria popular contra el golpe tiene un alcance revolucionario, pero el poder no ha pasado a manos de las masas sino de la fracción de la burocracia que se ha cubierto con las banderas democráticas. No es la primera vez en la historia que se produce una confiscación política de estas características; más bien parece una norma dentro de los procesos revolucionarios. Ahora las masas deberán hacer frente a quienes se presentaron ante ellas como los “enemigos de sus enemigos”.
El desencadenamiento del golpe militar constituyó una manifestación cristalina de que el viejo régimen burocrático no podía ya gobernar como lo venía haciendo; más todavía, que había agotado sus recursos más allá de cualquier límite. El triunfo del golpe militar no hubiera significado de ningún modo la salvación del “comunismo”; todo lo contrario, al igual que su derrota, hubiera consagrado la muerte definitiva del viejo régimen basado en el monopolio de la burocracia por medio del partido comunista. La dictadura militar hubiera consagrado a un régimen bonapartista que ha roto todo vínculo con las bases históricas del Estado obrero, y que se limita a actuar como un árbitro destinado a prevenir una guerra civil. La necesidad de una salida bonapartista, que los golpistas fueron incapaces de establecer, será encarada ahora por los “reformistas” y por los “burócratas”, los que necesitarán contar para ello con el apoyo de las fuerzas armadas.
El golpe militar tuvo un carácter típicamente “korniloviano”—en alusión al general zarista que en agosto de 1917 pretendió derrocar al gobierno provisional de Rusia que había llegado al poder luego del derrocamiento del zarismo. Al igual que en aquella oportunidad, -el golpe fue tramado por el propio poder oficial, en este caso Gorbachov, el cual fue desplazado, sin embargo, de la iniciativa debido a sus vacilaciones. Hacía tiempo que Gorbachov intentaba gobernar con leyes de emergencia y poderes de excepción, y que había colocado en los mandos del poder a los hombres decididos a pasar a la acción. No es casual que el 90% de sus ministros apoyara el golpe. Gorbachov era extremadamente consciente de la necesidad de establecer un régimen bonapartista (por encima de las facciones en pugna), y para ello buscaba desesperadamente el apoyo del imperialismo. Como ocurriera haca más de 70 años con la división entre Kornilov y Kerensky, también en este caso la división entre los golpistas y Gorbachov fue mortal para la suerte del golpe.
Aunque la prensa ha presentado a los golpistas bajo un foco uniforme y grisáceo, lo cierto es que su composición era extremadamente heterogénea, y por sobre todo sus contradicciones internas lo condenaban al fracaso. En la proclama del Comité de Emergencia hay un único punto que hacía la unanimidad de las opiniones, y es el que se refería a la necesidad de adoptar medidas de excepción para restablecer las relaciones verticales y horizontales entre los distintos segmentos de la economía y de la industria. Este era el reclamo fundamental de los “capitanes de la industria”, reiteradamente planteado a Gorbachov. Fuera de este acuerdo (que implicaba la militarización de los trabajadores en huelga), en el resto las divergencias eran completas, en especial en lo relativo a restablecer por la fuerza los vínculos económicos entre las diferentes Repúblicas. Los diarios han coincidido en la apreciación de que el golpe fue precipitado por la inminente firma del Tratado de la Unión, que contemplaba un precario arreglo en el reparto de las funciones económicas y legales dentro de la URSS. Pero esa oposición al Tratado de la Unión fue su talón de Aquiles, esto porque para la masa del ejército, en particular, ese Tratado era la última posibilidad de salvar la unidad estatal.
El golpe fue esencialmente un golpe de la KGB, no de las fuerzas armadas. Presentaba realmente el peligro de pretender hacer retroceder los Una radiografía de la burocracia restauracionista.
“La batalla de la propiedad puso en escena a los capitalistas de Estado y a los nuevos negociantes, los ‘viejos zorros’y los ‘lobos jóvenes’. Se entabló a partir de 1990 con la irrupción en el comercio y las finanzas del ala moderna de la nomenklatura. Ni ésta ni tampoco el complejo militar-industrial son ya bloques monolíticos. A la muy conservadora Asociación de jefes de empresas del Estado, que dirige Al-exandre Tiziakov (uno de los golpistas) se opone la Unión científica e industrial de Arkadi Volski, una suerte de *patrón de los patrones* reformistas, figura central de un movimiento de capitanes de la industria y de la banca que reunió en un primer congreso, el 19 y 20 de febrero de 1991 en Moscú, a todas las formas de propiedad.
“Otra punta de lanza de los adeptos del mercado: la Unión de empresarios y arrendatarios, a cuyo presidente, Pavel Bounitch, economista liberal-centrista, le gusta recordar que su asociación está sólidamente implantada en los países bálticos, a pesar de los separatismos políticos.
“La gigantesca fábrica de camiones Kamaz (114.000 trabajadores), en el Tatarstan (Federación Rusa), ha vendido acciones a 1.284 empresarios por 1,2 millones de rublos antes de ofrecerlas en el mercado mundial por 15.000 millones de dólares. La fábrica de automóviles Autovaz, en Togliattigrad (que produce los Lada) propuso cuotas-partes a razón del 20% para el colectivo de la fábrica, 20% para el Estado, 20% a empresas soviéticas y 40% a socios extranjeros —en este caso la Fiat.
“Estos no son más que algunos ejemplos espectaculares de una evolución que afecta a decenas de grandes unidades de Estado, transformadas en sociedades anónimas y comercializadas. ¿Revoque de fachada? Esto dependerá del sistema (precios, concurrencia, etc.) que se termine aplicando. Pero los grandes directores plantean desde ya su candidatura a la plena propiedad, invitando al capital extranjero a aprovechar esta ‘puesta en acontecimientos al periodo pre-Gorbachov —lo que para cualquier “hombre de Estado”, y en especial para las fuerzas armadas, significaba incubar la guerra civil. Esta falta de homogeneización de los golpistas se manifestó en forma mortal a la hora de las operaciones. Existe la falsa impresión de que los mandos militares y la industria militar son adversarios de una política de reconversión económica asistida por créditos del imperialismo y capitales extranjeros. Lejos de esto, son los que la han señalado como una necesidad con mayor vigor. La división profunda de los golpistas se transformó en fatal como consecuencia de la resistencia popular. Sin ésta hubiéramos asistido, con toda probabilidad, a una seguidilla de golpes de Estado.
El vacío de poder creado con el fracaso del golpe de estado no ha sido colmado. Como consecuencia de ese vacío de poder, las distintas Repúblicas se han apresurado a proclamar la independencia. Pero no hay tal cosa: se trata, al menos en lo fundamental, de que las burocracias locales se ha apresurado a tomar el control del Estado ante la brusca falencia del poder central. La mayor parte de las burocracias republicanas se mantuvo a la expectativa durante el golpe, en la creencia de que seguramente podrían negociar con las nuevas autoridades. De manera que su reacción independentista no tiene nada de libertaria. Es un intento de querer asegurar el control de los estados locales e impedir que lo hagan en su lugar los trabajadores.
Las Repúblicas de la URSS tienen hoy menos posibilidades de crear Estados nacionales realmente independientes que hace 75 años. El conjunto del espacio soviético forma el mercado común más integrado del mundo, incluso con las características de un mercado nacional. La ruptura de este conjunto económico llevaría a cada República a transformarse en un apéndice colonial del imperialismo.
La coexistencia de nacionalidades diferentes en cada República exigiría de cualquier Estado nacional que se formara una extraordinaria ductilidad democrática. Debería asegurar la ciudadanía integral a todos sus habitantes, al mismo tiempo que se les garantiza la vigencia de sus diferencias culturales y lingüísticas. Las burocracias de turno son incapaces de llevar a cabo semejante tarea, de modo que la independencia degeneraría en los llamados “conflictos étnicos”. Sólo la revolución proletaria sería capaz de realizar la independencia real de las Repúblicas, pero en ese mismo momento postularía la unidad con las Repúblicas hermanas sobre una base socialista e internacionalista.
Finalmente el Estado de la URSS es dueño de un enorme arsenal nuclear, que está bajo el control de fuerzas armadas únicas. La dislocación de la fuerza militar desataría una guerra civil y hasta una guerra internacional. Por eso las fuerzas armadas exigen un acuerdo entre las burocracias de, al menos, las principales Repúblicas, como Rusia, Ucrania y Bielorrusia, y en el jirón de esta unidad la incorporación de las Repúblicas asiáticas. Pero esta unidad solo podría tener un carácter temporal y solo podría lograrse en el marco de una suerte de dictadura civil. El despertar nacional (democrático) de las diversas naciones de la URSS es enorme y sólo podría ser encajonado nuevamente por medio de una contrarrevolución violenta. En oposición a la independencia que oculta la usurpación del poder por las burocracias que se aprovechan del vacío de poder, el proletariado debería luchar por la independencia socialista de las naciones de la URSS.
La ausencia de un partido revolucionario en la URSS excluye la posibilidad de la victoria de una revolución proletaria en el próximo período. En estas condiciones, el régimen buscará arreglar su crisis de poder en el marco de una dictadura bonapartista cívico-militar. La política capitalista del nuevo régimen abrirá una nueva etapa de la lucha de clases y establecerá nuevos reagrupamientos de fuerzas. Sobre la base de una delimitación política clara en el marco de estos realineamientos, podría formarse de nuevo un partido bolchevique, partidario de reconstruir la Cuarta Internacional.
Los primeros pasos del nuevo régimen, cuyos contornos (pero no su carácter) aun no están definidos, revelan su tendencia a la dictadura. Yeltsin gobierna hace tiempo por decreto, sin importarle su demagogia democrática. Amenaza a los otras Repúblicas con alteraciones de fronteras, lo que aparece como una prematura evidencia de que está desubicado para reemplazar a Gorbachov. La tendencia a la disgregación del poder se acentúa, y en la misma medida la posibilidad de un golpe militar “reformista”.
El imperialismo mantuvo hasta el golpe una política de conservación de la unidad de la URSS, pero en el marco de un nuevo Tratado. El informe del FMI sobre la URSS, de principios de este año, es a este respecto, muy claro, en especial cuando defiende las propuestas centralistas en materia presupuestaria y monetaria — lo contrario de lo que preveía el Tratado cuya firma fue suspendida por el golpe, y que ahora se encuentra en revisión. Esto explica que el imperialismo hubiera apoyado virtualmente al golpe en los primeros momentos, y que sólo cambiara ante las evidencias de su derrumbe. Creía poder repetir en el URSS la película china, donde la masacre de los estudiantes hace dos años sirvió como marco de estabilidad para una más acentuada penetración del capital financiero. El imperialismo yanqui apoya a largo plazo la desintegración completa de la URSS, pero sólo si puede ser sustituida por Estados que garanticen debidamente la propiedad privada y la explotación del capital extranjero.
El golpe y su fracaso señalan la muerte defintiva de la “perestroika”f lo cual constituye el canto del cisne para la posibilidad de la autor-reforma de la burocracia, del cambio desde arriba o “prusiano” (como lo han llamado algunos) y por lo tanto del “socialismo democrático”, es decir de la introducción de instituciones democráticas al Estado obrero burocrático. Los partidos comunistas, socialistas o reformistas que, fuera de la URSS, han abrazado la causa de Yeltsin o de los renovadores capitalistas, tienen que admitir que no existe el “tercer camino” entre la restauración capitalista y la revolución proletaria, y declararse partidarios de la primera. La posibilidad de “renovar el socialismo” ha muerto (esto es lo que realmente ha muerto), es decir la posibilidad de regenerar los regímenes burocráticos, no así la revolución socialista y el comunismo internacional, que son la única alternativa a la barbarie que representa la restauración del capitalismo.
En la URSS ha culminado un largo trabajo de destrucción de las conquistas sociales dé la Revolución de Octubre por parte de la burocracia contrarrevolucionaria. Los inmensos recursos de la propiedad estatizada y de la planificación económica le sirvieron a la burocracia para dar un impulso inicial a la expansión de las fuerzas productivas, pero por sobre todo para resolver sus propias necesidades sociales a costa de las masas. Mientras se trató de un crecimiento en extensión y de saltar las primeras etapas de la industrialización la burocracia pareció jugar un rol "progresivo”, claro que a costa de enormes sacrificios de las masas y de espantosos derroches y despilfarros. Pero cuando hubo que entrar en un desarrollo más complejo y sofisticado la loza del despotismo burocrático reveló sus límites absolutos: sin libertad política no hay libertad de creación, y sin ésta es imposible el desenvolvimiento económico. A medida que se fue acentuando el estancamiento y luego el retroceso, el despilfarro en beneficio propio, el acaparamiento y el saqueo cobraron alturas gigantescas. Mucho antes de la perestroika, la planificación económica había perdido su contenido y lo mismo vale para la propiedad estatal. La salud seguía figurando como un derecho inalienable de los soviéticos, pero en los hospitales no había medicamentos ni camas, y aunque la producción agrícola en algunas ramas crecía, los productos no aparecían en el mercado. O la burocracia acaba con el Estado obrero o la revolución proletaria acaba con la burocracia — fue el pronóstico histórico de Trotsky. La burocracia, habiendo llevado su política de destrucción de las bases sociales de la Revolución hasta sus últimas consecuencias, hoy se proclama anti-comunista y partidaria del capitalismo. Necesita un nuevo ropaje para expresar estos intereses.
La burocracia debutó como un factor de “orden” en el campo internacional, con el subterfugio de construir el “socialismo en un sólo país”. Está claro que fueron los primeros pasos y tanteos para encontrar en el imperialismo mundial un punto de apoyo para transformar en derechos de propiedad sus privilegios sobre el Estado obrero.
Los que proclaman la muerte del comunismo, en estas condiciones, son el imperialismo, de un lado, lo que no nos dice nada nuevo, y los stalinistas desilusionados, lo cual nos confirma nuestras viejas sospechas acerca de que son contrarrevolucionarios. Mientras fue destruyendo las bases sociales del Estado obrero la burocracia también ayudó a poner contra sí a uno de los proletariados más numerosos y educados que haya habido en la historia. En las luchas de los últimos cinco años y en la derrota al golpe de los últimos días, las masas han abierto el camino de la revolución política y ahora abiertamente social. La historia funciona a pleno cuando se ha abierto un período de revolución y contrarrevolución.