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“La utopía desarmada” de Jorge Castañeda


Jorge Castañeda; La utopía des-armada. El futuro do. la izquierda en América Latina; Ediciones Ariel, Buenos Aires, 1993. Todas las citas han sido extraídas de esta edición.


 


Con el derrumbe de los regímenes burocráticos de la ex-URSS y de Europa del Este, el stalinismo latinoamericano y sus tributarios políticos (y frecuentemente financieros) —la izquierda pequeñoburguesa, nacionalista y foquista— dejaron caer la tenue máscara que los presentaba como revolucionarios y hasta como socialistas.


Mientras la burocracia rusa arremetía la restauración del capital y la rapiña de las riquezas de sus países, sus ‘discípulos’ latinoamericanos se lanzaron ávidamente a ‘admitir’ la superioridad histórica del mercado —es decir, de la anarquía— sobre la planificación; a ‘redescubrir’ la democracia burguesa como el estadio último e históricamente insuperable del desarrollo humano; a alabar la ‘iniciativa privada’ y la 'integración continental’ (es decir, de los monopolios imperialistas), y, sobre todo, a ‘descubrir’ las supuestas ‘virtudes democráticas’ del imperialismo norteamericano.


 


Así, el PT brasileño llevó como ‘invitado de honor’ a su primer Congreso al cónsul norteamericano en San Pablo; el Frente Amplio uruguayo le dio la bienvenida a Bush, de visita en Uruguay —y hasta simbólicamente le entregó las llaves de Montevideo—; Aristide retornó a la presidencia de Haití de la mano de los 'marines’ y convertido en un títere norteamericano. En la misma medida en que se integraba al orden imperialista continental —y a los estados burgueses de cada uno de sus países— esta ‘izquierda’ stalinista, foquista y nacionalista comenzó a reprimir, cada vez más abiertamente, a los trabajadores… en nombre de la ‘democracia el mejor ejemplo —aunque no el único— es el apoyo del Movimiento Bolivia Libre al estado de sitio dictado por el gobierno del cual formaba parte contra una huelga general, y la detención y deportación de cientos de dirigentes y militantes sindicales.


 


La ‘izquierda’ latinoamericana se lanzó a este curso derechista con un vigor y una unanimidad llamativos, porque rápidamente comprendió que le permitía un veloz ascenso social. Así, una muy delgada capa de sus dirigentes, ‘asesores’ e intelectuales, se fue apoderando de las prebendas y privilegios que les ofrecían las cátedras universitarias, los cargos en las ‘fundaciones’ y ‘centros de investigación’ financiados por el imperialismo, los puestos en la burocracia del Estado y de los sindicatos, los parlamentos, las municipalidades y los ministerios … mientras la inmensa mayoría de la población —y de las bases de esa misma izquierda— se hundían en la miseria más desesperante. Uno de estos intelectuales es Jorge Castañeda… y ya se sabe, la existencia determina la conciencia.


‘La utopía desarmada’ no sólo es un intento de justificar políticamente el curso derechista y proimperialista que empíricamente ha venido siguiendo la ‘izquierda’ continental y brindarle una sistemática generalización teórica y un programa que ‘supere’ los ‘remiendos’ (como los ‘modelos’ de ‘socialismo con democracia y mercado’ que defienden los derechistas del PT brasileño) la utopía desarmada’ es, por sobre todo, la tentativa de llevar esta política a sus consecuencias últimas; el abandono completo y definitivo de cualquier mención al socialismo, el reconocimiento de que ‘no hay curso alternativo de desarrollo’ más allá de una economía basada en el mercado y en la propiedad privada de los medios de producción; la transformación de la ‘izquierda’ stalinista, foquista o nacionalista en organizaciones plenamente sustanciadas con la defensa del Estado burgués y la explotación social capitalista, y su integración plena, orgánica y consciente al orden imperialista continental.


 


Axiomas


 


El punto de partida de Castañeda es una doble afirmación; la inviabilidad de la revolución y del socialismo. La primera obedecería al sistemático fracaso en que habrían incurrido en el continente las “perspectivas centradas en la revolución", sin que a Castañeda parezca importarle el carácter reformista, antirevolucionario y hasta contrarrevolucionario —¡la Unidad Popular chilena!—de muchos de los ‘ejemplos’ que presenta. La segunda, derivaría del derrumbe de la URSS, sin que a Castañeda le preocupe que los regímenes burocráticos que se hundieron no eran el producto de la victoria de la revolución socialista sino de su estrangula-miento a manos de la contrarrevolución staliniana. La conclusión de Castañeda—que ya está implícita en su axioma inicial— es que sólo “la alternativa reformista es viable”.


 


Para Castañeda, “la idea de la revolución perdió su significado”; la izquierda debe adoptar, entonces, un nuevo ‘credo’ reformista … La reforma o la revolución, sin embargo, no son métodos alternativos—que puedan elegirse a voluntad como se elige entre ropa clara u oscura—sino que son diferentes factores del desarrollo de una sociedad dividida en clases sociales antagónicas; se condicionan y se complementan mutuamente y, a la vez, se excluyen recíprocamente, como el día y la noche.


 


Cada constitución es el producto de una revolución. En la historia de las clases, la revolución es un acto de creación política, mientras que la reforma es la expresión política de la vida de una sociedad que ya existe. La reforma no posee fuerza propia, independiente de la revolución; en cada período histórico, se realiza en el marco de las formas sociales creadas por la revolución. Más concretamente, la obra reformista de cada período histórico se realiza únicamente en la dirección que le imprime el ímpetu de la última revolución y prosigue mientras el impulso de ésta se haga sentir.


 


En la etapa actual —de decadencia imperialista— el impulso histórico progresivo del capitalismo hace largo tiempo que se ha acabado; las reformas sociales que los explotados logran imponer son, en consecuencia, efímeras y están sujetas a la sistemática presión del gran capital por acabar con ellas. La pretensión de una política reformista de largo alcance es, por lo tanto, ilusoria. En la época imperialista, la burguesía sólo se aviene a aceptar las reformas como un ‘mal menor', ante la perspectiva de la revolución (¡la seguridad social masiva instaurada en la Europa de la posguerra es un ejemplo evidente!), pero esto no significa que esté dispuesta a aceptarlas (como lo revela el sistemático esfuerzo de destrucción de esa misma seguridad social en todos los países europeos en los últimos años).


 


En ningún momento vale Castañeda pretende demostrar lo que afirma; sólo se limita a enunciarlo como un axioma, es decir, como una proposición que debe ser aceptada sin discusiones. Esto es evidente cuando ‘decreta' la inviabilidad del socialismo, pero quien pretenda afirmar que el socialismo es inviable debería demostrar-algo que Castañeda no hace— que el desarrollo del capitalismo tiende progresivamente a resolver la anarquía de la producción, la tendencia sistemática a la crisis y a suavizar las contradicciones sociales. Toda la experiencia histórica —las guerras mundiales; la crisis de sobreproducción que se arrastra sin solución de continuidad desde hace dos décadas; la existencia de una masa de desocupados crónicos y que carece de toda expectativa de encontrar empleo de por vida; el saqueo de las naciones atrasadas; la agudización de la miseria en todos los países, sin excepción— revela que, lejos de ello, el capitalismo agudiza hasta un punto insoportable todas estas contradicciones, que llevan el germen de su destrucción.


 


En su pretensión de refutar al socialismo y a la revolución, .Castañeda se ve obligado a recurrir al método axiomático, es decir, a no demostrar nada. Pero es precisamente el método anticientífico de Castañeda —y no la originalidad de sus ideas, la concienzuda investigación histórica de la izquierda latinoamericana o la pertinencia del programa que levanta—lo que ha convertido a ‘La utopía desarmada’ en un éxito editorial entre los politólogos y los medios académicos e intelectuales de ‘izquierda’: el libro no pretende un programa propio de la izquierda frente a la crisis capitalista que atenaza al continente —algo de lo que Castañeda carece por completo—, sino que es un arma política de la burguesía contra la revolución y contra el socialismo.


 


Arbitrariedad y falta de rigor histórico


 


En apoyo a sus afirmaciones, Castañeda pretende mostrar la ‘evidencia histórica’ de un siglo de fracasos de ‘experiencias de izquierda centradas en la revolución’. Para ello, construye una ‘historia’ de la izquierda continental en la cual la arbitrariedad compite con la ausencia de rigor científico. Para demostrarlo, basta señalar que caracteriza a los Montoneros —una organización que no se pretendía socialista— como “el arquetipo de la izquierda latinoamericana”, y que presenta a Luiz Carlos Prestes como “el legendario fundador del PC brasileño", cuando es un hecho conocido que Prestes se incorporó al PC recién varios años después de su fundación.


Castañeda divide a la izquierda latinoamericana en cuatro grupos: los partidos comunistas, los movimientos y regímenes nacionalistas burgueses (a los que denomina ‘populistas'), las organizaciones foquistas y las reformistas. Salta a la vista la arbitrariedad de incluirá los movimientos nacionalistas burgueses como organizaciones de izquierda y, mucho más, cuando se pretende que su fracaso demostraría la inviabilidad de la revolución socialista. La función de esta arbitrariedad es cargar sobre los hombros de la izquierda el fracaso de estos regímenes y movimientos ‘estatistas’, que —como el peronismo o el MNR boliviano— acabaron postrados a los pies del imperialismo.


 


Tan arbitraria como la inclusión del nacionalismo burgués es la exclusión del trotskismo, que como corriente de pensamiento y como tendencia política ha estado presente en el continente desde la década del 30 y que ha jugado un papel de importancia en determinados períodos de la lucha de clases en países como Bolivia o Cuba. Castañeda excluye al trotskismo —es decir, a los grupos y partidos que defendieron la perspectiva de la revolución socialista mundial en combate contra la degeneración staliniana de la URSS— porque éste, simplemente, arruina su axioma de que el hundimiento de los regímenes burocráticos revelaría la inviabilidad del socialismo.


 


‘La utopía desarmada’ no aporta un solo elemento histórico novedoso acerca de la izquierda latinoamericana; Castañeda se limita a reiterar la catarata de prejuicios y mentiras que el imperialismo y las burguesías locales han difundido contra ella durante décadas. Tomemos el ejemplo de los partidos comunistas, a los que califica reiterativamente como “de origen exótico", "variedad importada” y hasta "partidos trasplantados". Castañeda va incluso más allá de los partidos comunistas, cuando caracteriza “la naturaleza congénitamente ajena del marxismo en América Latina" Todas estas afirmaciones —-de las que brota un inocultable tufillo xenófobo— chocan con la evidencia histórica que muestra que, en un conjunto de países del continente (como El Salvador, Chile, Cuba, Brasil), |0s partidos comunistas gozaron de una amplia base de masas, de una implantación obrera significativa y jugaron un papel político de importancia en la escena nacional.


 


Con referencia a los stalinistas, lo más significativo, sin embargo, no es lo que ‘La utopía desarmada' dice, sino lo que oculta: que estos partidos han sido la ‘vanguardia’ de las ‘mudanzas democráticas’ y proimperialistas que hoy Castañeda le reclama a toda la izquierda continental. Los PC fueron los primeros —hace ya más de medio siglo— en descubrir el carácter ‘democrático’ del imperialismo norteamericano y no titubearon en formar las ‘amplias alianzas' (¡la Unión Democrática con la embajada norteamericana!) que hoy Castañeda presenta como la nueva panacea. Los stalinistas fueron los primeros, otra vez, en ‘revalorizar la democracia' y relanzar el ‘credo reformista’ en oposición a la izquierda revolucionaria en las décadas del 60 y del 70. (Al igual que hoy Castañeda, los stalinistas no creían entonces una sola palabra acerca del ‘credo reformista’… al que sólo atribuían el papel de un recurso ideológico y político contra la revolución socialista). Más aún, en el PRD mexicano, el PT brasileño, el FMLN salvadoreño o el Frente Amplio uruguayo, los cuadros que provienen del stalinismo son los más firmes impulsores del curso derechista, privatizador y proimperialista que Castañeda presenta como prototipos de la ‘izquierda aggiornada’.


Castañeda critica el autoritarismo de los movimientos nacionalistas burgueses y “su tendencia a conciliar con sus enemigos". No se detiene, sin embargo, a analizar el carácter de clase de ambos fenómenos. Si lo hiciera, descubriría que los movimientos nacionalistas, como representantes de la burguesía nacional de los países atrasados pretendieron defender los intereses particulares de ésta tanto frente al imperialismo como frente al proletariado y las masas explotadas de sus propios países. Como regímenes propios de una clase intermedia entre estas dos clases fundamentales, los regímenes nacionalistas debieron asumir, sin excepción, un carácter bonapartista. Todos esos regímenes oscilaron entre una asociación más o menos directa con el imperialismo, y los roces abiertos con éste, apoyándose en la movilización regimentada de los trabajadores. Esto explica que —cuando ocurrió esto últimos— hayan sido los regímenes nacionalistas —y no los demócratas proimperialistas— los que extendieran un conjunto de conquistas y libertades democráticas (como el voto femenino) o sociales (como la legislación jubilatoria en Argentina).


 


Por su carácter de clase, los movimientos nacionalistas burgueses no podían superar un límite muy preciso: llevar sus roces con el imperialismo al punto en que las masas movilizadas plantearan independientemente sus propias reivindicaciones sociales y se encaminaran a cuestionar la propiedad privada y la explotación social capitalista. Es esta limitación de clase —la defensa de la propiedad privada— la que explica la sistemática regimentación nacionalista sobre las organizaciones obreras y de masas y su capitulación ante el imperialismo y las oligarquías locales, es decir, su impotencia.


 


Castañeda —para quien el análisis del carácter de clase de los fenómenos sociales es ciertamente ‘dmodée’— exige a la izquierda que se convierta en defensora de la propiedad privada capitalista … el límite contra el que se estrelló el nacionalismo burgués en su pretensión de liberar a las naciones latinoamericanas del atraso y de la opresión imperialista. Por eso, no es de extrañar que Castañeda vuelva a poner en circulación como 'moderno", mucho de lo que los nacionalistas levantaron como programa hace más de medio siglo… Los “acuerdos de largo plazo entre las empresas y el Estado", la “industrialización”, el ‘pacto social' entre el gobierno, las patronales y la burocracia sindical, son todas ‘recetas’ extraídas del arsenal nacionalista. Más aún lo es su afirmación de que el programa que propone “se trata de objetivos y aspiraciones de todo latinoamericano”, algo que remeda la vieja pretensión nacionalista —y totalitaria— de presentarse como la ‘encarnación’ de la nación.


 


Hasta aquí, en su afán de presentar una izquierda ‘moderna’, Castañeda no ha logrado 'liberarse' de las tenazas de dos grandes fracasados históricos —el stalinismo y el nacionalismo burgués. Tampoco ha logrado ‘liberarse’ del foquismo, cuya crítica se basa en la caprichosa identificación de la ‘lucha armada’ con la revolución socialista, algo que tiene el mismo valor científico que la identificación del automóvil con el movimiento ambulatorio. La ‘lucha armada’se asimila a la ‘guerrilla’, que es apenas un método particular de lucha, condicionado a circunstancias de tiempo y lugar; la revolución socialista, en cambio, es la toma del poder por la clase obrera por medio de la insurrección con vistas a la reorganización de la sociedad sobre la base de la propiedad colectiva de los medios de producción. El planteamiento de la revolución socialista es estratégico; el de la 'lucha armada’ (guerrilla) es puramente táctico y circunstancial.


 


La ‘lucha armada’ (guerrillera) no ha sido un rasgo característico de los partidarios de la revolución socialista; al contrario, a lo largo de la historia ha sido utilizada por partidos de las más diversas tendencias de clase (incluso anti-obreras y anti-socialistas). Esto es tan evidente que la nómina de ‘organizaciones político-militares que presenta el propio Castañeda (el M-19 colombiano, los Montoneros, el sandinismo, el FMLN salvadoreño) está constituida —en casi un ciento por ciento— por agrupamientos nacionalistas.


 


El foquismo no se caracteriza por el recurso a la ‘lucha armada", sino por elevar a la guerrilla-foco al rango de estrategia y de programa, y por el desprecio de la organización y la conciencia de los explotados. El foquismo es, por lo tanto, y con independencia de la subjetividad de sus protagonistas, ajeno a la lucha de clases real que libran los explotados y, en consecuencia, a la perspectiva de la revolución socialista, que sólo puede progresar como producto del desarrollo de la conciencia de clase independiente de los explotados y de su organización y movilización histórica independientes.


 


La cuestión de la ‘lucha armada' sometió a Castañeda a un verdadero papelón. ‘La utopía desarmada’ apareció en noviembre de 1993, es decir, apenas un mes antes de que se desatara la ofensiva zapatista del 1o de enero de 1994. La aparición de un movimiento guerrillero campesino, con una poderosa base de masas entre los indios chiapanecos y su repercusión internacional, desmentían en la práctica los cientos de páginas que Castañeda había dedicado a la inviabilidad de los ‘movimientos político-militares’.


 


En el prólogo a la edición brasileña de su libro, el propio Castañeda responde con el argumento de que los comentaristas que vieron en los sucesos de Chiapas una refutación de su libro no habían comprendido su argumento básico ‘La utopía desarmada' no impugnaba la posibilidad del surgimiento de un movimiento armado de izquierda, sino tan sólo la continuidad de la idea de la revolución. Los sucesos de Chiapas, según Castañeda, no alterarían su ‘argumento básico', porque el zapatismo es un movimiento armado reformista (ya que no pretende tomar el poder, sino ‘democratizar’ al país).


 


Después de haber denigrado a todos los movimientos armados protagonizados por la izquierda latinoamericana (con el falso argumento de que eran movimientos revolucionarios y socialistas), Castañeda se ve obligado a reconocer la existencia de guerrillas reformistas, lo cual es un contrasentido, pues se trata de un levantamiento contra el orden existente que puede ser reaccionario o revolucionario—traicionado, pero no reformista. Echa por tierra su caprichosa identificación entre la guerrilla y revolución socialista (sobre la que está edificada toda su impugnación a esta última) y su contracara, la identificación (también falsa) entre el reformismo y la democracia representativa. Nada de esto, sin embargo, dice Castañeda, alteraría su ‘argumento básico'. Difícilmente pueda encontrarse una impostura tan acabada.


 


“Una izquierda reformista viable”


 


'La utopía desarmada propone la elaboración de una “agenda (programa) reformista viable", que resultaría la única capaz de reemplazar “el paradigma perdido de la revolución".


 


Su punto de partida es la “defensa intransigente de la democracia representativa”. La oposición entre democracia y socialismo que formula Castañeda es tan antigua como falsa: el socialismo es un régimen social que presupone la tendencia a la disolución del Estado y a la desaparición de las clases sociales; la democracia es una forma de Estado y, como tal, un aparato de represión de la clase explotadora sobre la explotada.


 


El carácter de aparato capitalista de represión sobre los explotados es lo que explica que la ‘democracia’ se haya convertido en el vehículo de una de las expoliaciones sociales y nacionales más salvajes de que se tenga memoria en el continente. En 1980, 136 millones de latinoamericanos (el 41% de la población) vivían en la pobreza; para 1986, la cifra había aumentado a 170 millones de individuos (43%); para fines de la década (1990), se calcula que el número de pobres oscilaba entre 203 y 270 millones de personas. El propio Castañeda brinda estas cifras, pero es completamente incapaz de explicar lo que constituye el nudo de los problemas políticos para los explotados y la izquierda latinoamericanos: la relación existente entre la vigencia de la ‘democracia representativa’ y la fenomenal pauperización, retroceso productivo y penetración imperialista que se ha operado bajo su reinado.


 


Para superar esta laguna mortal, Castañeda convoca a “redemocratizar la democracia”… para lo cual propone la confección de padrones electorales ‘limpios’, el financiamiento estatal a los partidos políticos y el control del espacio televisivo cedido a los candidatos para que las elecciones sean ‘una competencia justa’. Pero ni aun una tercera 'redemocratización de la democracia ya redemocratizada’ podría superar la explotación social, porque ésta no se basa en relaciones políticos sino económicas y sociales.


 


El obrero y el patrón; el campesino sin tierra y el terrateniente; el banquero y el desocupado gozan, todos, de los mismos derechos democráticos y políticos: pueden votar y ser votados; pueden organizarse políticamente o sindicalmente en forma libre y pueden suscribir contratos como personas en pie de igualdad jurídica. Pero la explotación social del obrero y la del campesino no tiene lugar en violación de esas normas jurídicas y políticas sino, por el contrario, a través de ellas. Nada hay de extraño en esto, porque esas relaciones jurídicas no son otra cosa que la expresión idealizada de las relaciones de propiedad burguesa, por las cuales un puñado de capitalistas detenta el monopolio de los medios de producción, de las armas y de la cultura y la inmensa mayoría de la población está condenada a someterse a la explotación del capitalista para sobrevivir.


 


Lo mismo sucede con la opresión nacional: así como la igualdad jurídica entre el obrero y el patrón no puede superar la desigualdad real (social) existente entre ambos y la explotación del primero por el segundo, la igualdad jurídica entre los estados (la llamada ‘democratización’ de las relaciones internacionales) no podrá nunca superar la desigualdad real existente entre los estados opresores y los oprimidos.


 


Castañeda sostiene que la izquierda debe colocarse “por encima de las sospechas y ser inflexible en el combate contra toda corrupción". ¿Pero existe una peor forma de corrupción que la de la ‘izquierda’ que alaba a un régimen político que es una dictadura apenas disimulada del capital financiero y un vehículo del saqueo colonial y social, porque ese régimen político —la democracia-ha logrado ‘resolver la cuestión social’ de los dirigentes e intelectuales izquierdistas?


 


El segundo punto de la ‘agenda’ de Castañeda es “la reformulación del nacionalismo”, la cual consistiría en ganar para ‘la causa de la izquierda' a elementos del Congreso y del ‘establishment' norteamericano (consejos editoriales, ‘comunicadores sociales’ claustros universitarios). Efectivamente, Castañeda define así la sustancia del 'nuevo nacionalismo’: “la izquierda ha de dirigirse a Washington y la zona de importancia decisiva con los ojos bien abiertos y pocas ilusiones. Pero éste debe ser su horizonte, hacia ello debe fijar su rumbo" (diferenciados nuestros). Está claro que, por esta vía, la izquierda renuncia a cualquier pretensión de independencia para convertirse en un grupo de presión —y, en última instancia, en un títere—del imperialismo.


 


A la defensa de la democracia burguesa y a su subordinación al imperialismo, la izquierda debe agregarle —según Castañeda— la defensa de la propiedad privada en general y del beneficio capitalista en particular. Por eso sostiene que la izquierda debe otorgar un papel central al sector privado y aceptar que el mercado juegue una función dominante en el proceso…".Para ello, no duda en promover una política de privatizaciones, subsidios y protecciones arancelarias al gran capital (en gran parte imperialista): “Cuando el sector privado crea que puede hacerse cargo de todo y que sólo necesita, por ejemplo, protección y subsidios gubernamentales y apoyo en negociaciones con otros países para acceso no recíproco a los mercados, el Estado no se involucraría en la producción. Se retiraría de áreas que ocupó antes y se limitaría a establecer redes estatales de proveedores, porejemplo, para construir encadenamientos durante las etapas de ‘infancia’ de la industria”. ¿Qué hay de ‘nuevo’ en este programa ‘moderno’?


La izquierda, además, debe “defender y profundizar la integración regional entre iguales (como el-Merco-sur)", pasando simplemente por alto que el Mercosur no es otra cosa que la integración —o lo que es lo mismo, la ‘división del trabajo’— entre los monopolios imperialistas que operan a uno y otro lado de las fronteras. Semejante ‘integración’ proimperialista lleva, inevitablemente, a la desintegración industrial y social en los países ‘integrados’ … como lo prueba el pronóstico de que la mitad de las fábricas autopartistas argentinas desaparecerán como consecuencia de los ‘protocolos automotrices’ firmados en el Mercosur.


 


A tono con tanta ‘modernidad’, Castañeda no se priva, incluso, de propugnarla ‘flexibílización laboral’: en la ‘agenda’ de la izquierda, dice, “la comunidad empresarial … puede esperar importantes concesiones por parte de los trabajadores, con aumento de sus utilidades internas" (diferenciados nuestros). En resumen, un programa perfectamente cavallano.


 


Para ‘vender’ este verdadero ‘pescado podrido’, Castañeda sostiene que “la izquierda sí puede plantearse persuadir a millones de latinoamericanos de que existe otro tipo de economía de mercado" (diferenciados nuestros), que consistiría en la aplicación del ‘modelo’ alemán: "un Estado benefactor de la cuna al sepulcro".


El ‘modelo’ alemán simplemente no existe; la esencia del capitalismo es la explotación del trabajo asalariado hasta el límite físico de las fuerzas del obrero… y aún más allá. Cuando esta explotación encuentra limitaciones, como en el caso del amplio sistema de seguridad social europeo que pro-mociona Castañeda, no es el producto del ‘reformismo’ y, mucho menos, de un ‘modelo’ que hayan desarrollado los propios capitalistas. Como se señaló más arriba, la burguesía ale-mena —la misma que apoyó y financió al nazismo— o la francesa, aceptaron ‘el Estado benefactor’ ante el temor que les inspiraba la perspectiva de una revolución proletaria en toda la Europa destruida por la guerra. Castañeda, sin embargo, llega tarde en su alabanza al “modelo alemán (que se encuentra) en estado de alerta” (Le Monde, 20/4/96), frente a los brutales embates de la burguesía alemana para acabar con la ‘costosa’ seguridad social.


 


La recomendación final de la ‘agenda’ de Castañeda es que “la izquierda debe pasar a una política de coaliciones amplias… cualquier coalición debe incluir una parte esencial de la clase media, así como una parte importante de la comunidad empresarial… La izquierda puede dejar su huella incorporándose a coaliciones amplias que ella no dirige, o participando como un socio más…". Los ‘modelos’ evidentes son el PS chileno y el Movimiento Bolivia Libre, socios menores de coaliciones políticas declaradamente derechistas y proimperialistas.


 


La disolución de la izquierda como una expresión política que refleje, aun mínimamente, un movimiento real de los explotados, es la conclusión natural del programa rabiosamente capitalista y proimperialista que levanta Castañeda.


 


La utopía loca


 


A lo largo de las más de quinientas páginas de su libro, Castañeda reitera hasta el cansancio que la “alternativa reformista es la única viable”. De todas las mentiras y falsificaciones que abundan en ‘La utopía desarmada’, ésta es sin lugar a dudas la mayor. Veamos para comprenderlo cómo pretende Castañeda financiar su ‘alternativa reformista’: mediante una reforma impositiva “fuertemente progresiva”, el alivio de la carga de la deuda externa y la promoción de las exportaciones.


 


El propio Castañeda llega a reconocer que “existe una limitación internacional a la reforma fiscal: la movilidad del capital". Por este motivo, continúa, “ninguna solución a la crisis fiscal latinoamericana puede funcionar sin algún tipo de acuerdo internacional que permita gravar activos e ingresos latinoamericanos en Estados Unidos u otros países".


Con respecto a la deuda externa, sostiene que “el hemisferio necesita y merece un importante respiro en materia de deuda externa que sólo puede consistir en la condonación", es decir, el perdón voluntario y unilateral de los acreedores.


 


Finalmente, “el corolario internacional indispensable para cualquier programa de izquierda (consiste en que) los países latinoamericanos deben seducir, presionar y arrastrar a Estados Unidos, Japón y Europa a un gran acuerdo sobre el comercio internacional" en términos favorables a los primeros.


 


En resumen, la ‘viabilidad’ de la ‘agenda reformista’ descansa en la ‘buena voluntad’ del imperialismo mundial para cobrar impuestos a las empresas que fugan sus capitales de América Latina, para ‘olvidar’ la deuda externa y para abrir sus fronteras a las exportaciones latinoamericanas (al mismo tiempo que aceptan que las fronteras latinoamericanas estén cerradas a sus exportaciones). Pocos han reparado que el programa supuestamente ‘realista’ y ‘viable’ descansa sobre la más loca de las quimeras: la renuncia voluntaria, unánime y pacífica de las potencias imperialistas al ejercicio de la opresión nacional sobre los países atrasados… precisamente en el momento en que el agravamiento de la crisis capitalista empuja al capital financiero a agudizar el saqueo colonial.


 


En su intento de presentar un programa no revolucionario frente al derrumbe económico y social que la dominación capitalista está provocando en el continente, Castañeda ha terminado en el ridículo.


 

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