El gato chino


Gato rojo, gato blanco (1), de Robert Weil, se suma a la larga lista de libros, ensayos, estudios y publicaciones que tratan de desentrañar uno de los fenómenos más complejos de nuestra época y, sin dudas, uno de los más cargados de implicancias de largo alcance para la situación mundial en su conjunto: las reformas de mercado en China.


 


En el lapso de veinte años, esas reformas convirtieron a China en el país económicamente más dinámico del planeta, en el principal receptor mundial de inversiones externas (a excepción de los Estados Unidos) y, bajo un régimen que se autoproclama como socialista, en el mayor centro mundial de acumulación de capital. Al mismo tiempo, estas reformas han provocado una polarización social desconocida en China en los últimos cincuenta años. El trabajo de Weil está enderezado a investigar las contradicciones creadas por estas reformas y, en consecuencia, a establecer un pronóstico sobre su viabilidad histórica.


 


Robert Weil es un profesor universitario norteamericano y declarado admirador de Mao; enseñó la historia de su país en una Universidad del interior de China, en una de las regiones más empobrecidas del país, lejos de la fiebre capitalista de las zonas económicas especiales de la costa. A diferencia de la mayoría de los estudios académicos, el método que utiliza Weil es el del análisis de las clases sociales, sus intereses y su lucha. Esto porque, como sostiene correctamente, "las discusiones basadas en los conceptos de la sociedad civil contra el Estado (…) tienden a oscurecer el amplio rango del debate entre aquellos que están en el poder y entre las más amplias masas del pueblo acerca de la dirección que debe tomar China. Por lo tanto, la pintura del estatismo comunista versus las fuerzas populares (…) es inadecuada como base para el análisis de las actuales contradicciones en la sociedad china y casi seguramente serán un instrumento insuficiente para comprender los eventos futuros".


 


Durante su estancia en China, Weil acopió una inmensa masa de informes, de estudios y de series estadísticas de primera mano sobre las reformas, reforzadas por su propia experiencia personal. Cuando el autor se dedica a caracterizar el proceso económico y social chino y sus contradicciones, apoyándose en esa gran masa de materiales que ha estudiado y procesado, el libro tiene sus mejores momentos. Cuando se desliza hacia un género que podría calificarse como impresiones de viajero, aunque mantiene su interés, su análisis pierde agudeza y penetración.


 


Las tesis fundamentales de Weil, alrededor de las cuales gira todo su trabajo, son dos. La primera es que "la mezcla de contradicciones (económicas, sociales, políticas, regionales, internacionales)" que emergen y se profundizan como consecuencia de las reformas, ha creado una situación "cada día menos viable", "crecientemente inestable y socialmente insoportable". Puesto que se "ha alcanzado un nivel de contradicción que debe ser rápidamente resuelto", Weil pronostica una agudización de la lucha de clases y, como consecuencia, una nueva revolución: "Cuando llegue el inevitable día del ajuste de cuentas, todos sus teléfonos celulares y sus coches lujosos no serán suficientes para salvar a los nuevos ricos chinos (…) si los cientos de millones de obreros y campesinos deciden que ya han tenido suficiente, y retornan una vez más a la vía revolucionaria que siguieron durante tanto tiempo y con la cual ganaron tanto".


 


La segunda tesis de Weil es que, sin esa revolución, objetivamente planteada, el automatismo económico de las reformas y los intereses sociales de "las nuevas fuerzas emergentes (…) no podrán ser contenidos" y llevarán a la restauración plena del capitalismo en China. "Desde esta perspectiva, la única cuestión es (…) cuánto tiempo puede tomar ese proceso (…) de conversión hacia una forma de capitalismo totalmente privado. No hay dudas que la completa reversión hacia el sistema capitalista es el objetivo de muchos elementos del gobierno, especialmente de aquellos estrechamente ligados a las empresas mixtas con el capital extranjero". En otras palabras, para Weil, el régimen político es un agente consciente de la restauración y de la destrucción de las bases sociales del Estado obrero. "La retórica del socialismo es mantenida (…) en un esfuerzo por oscurecer el verdadero alcance de las reformas de mercado … ".


 


Caracterización del proceso económico


 


Robert Weil realiza un detallado estudio del proceso económico de las reformas, que comienzan en 1978 con la liquidación de las comunas rurales y que siguieron, poco después, con la apertura de las zonas económicas especiales en la región costera.


 


Weil encuentra que "las empresas mixtas (con el capital extranjero) son la expresión arquetípica del nuevo sistema, una forma híbrida que supuestamente representa las características especiales del socialismo chino. De esta manera, las dos partes del sistema están estrechamente combinadas, creando una mezcla de fondos privados públicos, en la cual la línea que teóricamente separa las formas socialista y capitalista se vuelve crecientemente confusa". El papel que juegan estas empresas mixtas es muy superior al que indica su peso en la producción global: son las más dinámicas, las más rentables, dominan el comercio exterior y la producción en los sectores económicos claves, en especial los de alta tecnología, y "quizás todavía más importante, son vistas por el gobierno como la vanguardia de las nuevas relaciones sociales".


 


"El motor que conduce todo el proceso es la masiva inyección de capitales externos …" que han llegado a China para ser valorizados por una fuerza de trabajo excepcionalmente barata, joven, educada y artificialmente atomizada. Según calcula el propio Weil, los capitalistas radicados en Hong Kong emplean tres millones de trabajadores, con salarios que oscilan entre dos y cuatro dólares diarios, lo que les reporta un ahorro anual es decir, un superbeneficio de 12.000 millones de dólares.


 


Mucha de esta inversión externa Weil calcula que puede alcanzar a las dos terceras partes son fondos fugados por los propios burócratas, que reingresan a China a través de sociedades pantallas para asociarse consigo mismos, beneficiándose con las ventajas impositivas que gozan los inversores externos. En consecuencia, muchas de las llamadas empresas mixtas son, en realidad, enteramente propiedad de los burócratas.


 


La propiedad estatal ha sido puesta al servicio del enriquecimiento privado de los burócratas, algo que "en ningún lugar es tan evidente como en el caso de la tierra, que continúa siendo en su totalidad propiedad del Estado chino, pero que sin embargo sirve de base a un floreciente mercado privado de bienes raíces basado en la concesión de parcelas individuales a largo plazo, con el derecho a vender estas concesiones y los edificios construidos en ellas". En las empresas estatales, "se ha marchado hacia una forma de propiedad semiprivada, en la cual cada empresa controla sus propias finanzas y retiene una gran proporción de sus beneficios, aunque continúan sujetas a la regulación del Estado y deben compartir al menos una parte de sus beneficios". Esto último es puramente formal, por cuanto los gerentes de las empresas estatales utilizan una inmensa gama de recursos contables para esconder esos beneficios y retenerlos bajo su control. Como consecuencia de la privatización de facto de las empresas estatales, "en artículos y editoriales en los periódicos gubernamentales, se admite abiertamente que no está resuelto a quién pertenecen estas empresas actualmente".


 


Weil resalta que, de la misma manera en que han desaparecido los límites entre la propiedad colectiva y la privada, también han desaparecido los límites entre los medios legales e ilegales de enriquecimiento de los burócratas: así florecen la corrupción, la utilización de las conexiones políticas y de los lazos familiares con burócratas del más alto nivel, la especulación y el saqueo directo de la propiedad estatal. "La depredación es apenas un aspecto de la reconversión capitalista de la burocracia, que se completa con su integración a la circulación mundial a través del comercio, de las inversiones en el exterior y de las inversiones externas en China, de la asociación capitalista de las empresas estatales chinas con los grandes pulpos financieros e industriales del mundo, para la explotación en común de la clase obrera china" (2).


 


En resumen, Weil demuestra que el contenido concreto del proceso económico de las reformas es la liquidación de la propiedad colectiva, que como tal ha dejado de existir en China.


 


Las contradicciones y las consecuencias catastróficas creadas por la destrucción de la propiedad pública y por la masiva penetración del capital imperialista son de muy largo alcance.


 


En primer lugar, "la nueva prosperidad china, especialmente en las zonas costeras, es crecientemente dependiente de la financiación externa para sostener el presente crecimiento y sus futuras esperanzas". Sin embargo, el peso creciente del endeudamiento externo y la aparición de un déficit del comercio exterior son un límite al crecimiento sostenido de la inversión externa.


 


La ola inflacionaria provocada por la rampante especulación y la política de emisión monetaria oficial, aunque ha servido para el rápido enriquecimiento de los burócratas, es enormemente destructiva para las condiciones de vida de las masas, para las empresas estatales y para la producción agrícola. Como consecuencia del endeudamiento, de la competencia obligada con el capital extranjero y de la llamada tijera de precios (el aumento relativo de los precios de sus insumos frente al de sus productos), la inmensa mayoría de las empresas estatales está virtualmente en quiebra y continúa operando gracias al subsidio estatal. No es de extrañar, entonces, que la producción de las empresas estatales haya caído del 77% del producto bruto (en 1978) al 52% en 1992, y continúe cayendo aceleradamente. La quiebra de las empresas estatales ha llevado a una forma de privatización especialmente destructiva: "el Estado ha promovido la adquisición hostil de las empresas en quiebra por inversores externos. (…) Crecientemente, en consecuencia, algunas empresas están adquiriendo otras simplemente para obtener sus equipos y bienes raíces, sin ninguna preocupación por continuar la producción o mantener la fuerza de trabajo".


 


En el campo, el laboratorio inicial de las reformas, la situación está próxima a la catástrofe. Como consecuencia de sus propias tijeras (el aumento relativo de los precios de los insumos, en particular los fertilizantes, respecto de los granos), de las exacciones a los campesinos por parte de la burocracia, del desvío de los fondos destinados a las obras de infraestructura y al pago de las cosechas hacia la especulación inmobiliaria, de la utilización de tierras cultivables para la construcción de complejos hoteleros y canchas de golf, y de la sustitución del cultivo de cereales por otras producciones más lucrativas, ha caído la superficie cultivada, la inversión per cápita en la agricultura y la producción per cápita de cereales. Provincias históricamente exportadoras de cereales se han convertido en importadoras. La reforma ha roto el equilibrio alimentario (es decir, la correspondencia entre el incremento de la población y el incremento de la producción de alimentos) y esto está sólo en sus comienzos: citando estadísticas oficiales, Weil revela que, a principios del siglo próximo, "la superficie cultivable por persona habrá caído al 50% de la existente cuando comenzaron las reformas …". La conclusión de Weil es indiscutible: "En una economía que debe alimentar a la quinta parte de la población mundial y donde todavía las tres cuartas partes de su población son total o parcialmente dependientes de la agricultura para asegurar su subsistencia y su supervivencia básica, estos desenvolvimientos pueden tener consecuencias extremadamente horribles".


 


El retroceso de la producción agrícola ha sido paralelo a la concentración de la tenencia de la tierra y de la producción: esto ha provocado una expulsión en masa de campesinos, que se dirigen a las ciudades, donde se convierten en la principal fuente de mano de obra de las empresas mixtas y de las empresas extranjeras, y han puesto a los servicios públicos (salud, educación, vivienda) al borde del colapso. Se calcula que en la actualidad "ya superan los cien millones de personas (el equivalente a toda la fuerza laboral norteamericana) y que, a principios del siglo próximo, llegarán a 250 millones (el equivalente a la población combinada de Gran Bretaña y Francia)".


 


También a nivel macroeconómico, las contradicciones creadas por las reformas son espectaculares. "Algunas regiones han ido tan lejos como limitar las importaciones y exportaciones (de otras regiones de la propia China), erigiendo barreras protectoras de sus propias industrias emergentes. Existe también una amplia falsificación de datos económicos. Estas políticas han generado una crisis creciente, en la forma de un masivo déficit del gobierno central (…) e incluso la amenaza de desintegración nacional y el crecimiento de formas de feudalismo regional, uniendo a los funcionarios del partido y del Estado, a los inversores y empresarios y a las direcciones militares locales, la recurrente pesadilla de la historia china". El déficit fiscal plantea la imposibilidad de continuar subsidiando a las empresas públicas, a la producción agrícola, a los artículos de primera necesidad y al sistema de seguridad social. Aquí también, las consecuencias son explosivas.


 


Otra expresión de la "debilidad" del gobierno central es el fracaso sistemático de sus políticas de control macroeconómico (impuestos y emisión monetaria), que han sido burladas y saboteadas por el propio régimen político burocrático. A diferencia de la mayoría de los estudiosos académicos, Weil no ve nada de socialismo en esta pretensión de intervención estatal: "mucho de lo que se califica como socialización no es más que un esfuerzo para forzar a las empresas a trabajar a través de los métodos normales asociados al capitalismo, en lugar de obtener sus beneficios mediante el fraude, la corrupción y la especulación".


 


Como consecuencia de las reformas, finalmente, no sólo se han agudizado todas las contradicciones sociales: entre los nuevos ricos y las masas; dentro de las masas, entre los obreros de la ciudad y los campesinos; entre los ocupados y los desocupados; entre los hombres y las mujeres; entre la costa rica y el interior pobre. Constantemente, se recrean las condiciones para que esas contradicciones sociales continúen agudizándose. Un ejemplo ilustrativo que presenta Weil es la llamada fuga de cerebros interna, es decir, la masiva emigración de técnicos y universitarios altamente calificados formados en el interior hacia los lucrativos empleos en la costa, lo que cuestiona todavía más las posibilidades de desarrollo de las regiones más atrasadas.


 


El cuadro que presenta Weil acerca de las reformas chinas la liquidación de la propiedad colectiva y la utilización de la propiedad estatal para el enriquecimiento privado de los burócratas, es decir, la disolución de las bases sociales del Estado obrero por parte de la propia burocracia y la intrincada red de contradicciones de toda índole que estas reformas han generado, es irrefutable.


 


La situación de las masas


 


Uno de los apectos más logrados del libro de Weil es su sistemática denuncia del derrumbe de las condiciones de vida de las masas que han provocado las reformas, y de la aparición de un tipo particular de miseria, esencialmente ligado al mercado.


 


Weil denuncia que las reformas provocaron la aparición de la desocupación masiva alrededor de ochenta millones de personas y la liquidación más o menos completa de la seguridad social con que contaban los trabajadores de las empresas estatales (salud, educación, vivienda, esparcimiento, jubilación). Las nuevas empresas mixtas que no brindan ninguno de estos beneficios a sus trabajadores y que, además, pueden superexplotarlos y despedirlos sin ninguna limitación fueron utilizadas "como fuerzas de choque para quebrar el antiguo sistema (de beneficios sociales) y forzar a la clase obrera china a aceptar las nuevas fuerzas del mercado".


 


Las condiciones de explotación del trabajo asalariado son, simplemente, brutales: salarios de un máximo de 4 dólares diarios por jornadas de hasta 14 horas, siete días a la semana. Según estadísticas oficiales, citadas por Weil, un tercio de los trabajadores ha sido forzado a realizar horas extraordinarias sin pago adicional; un tercio de las instalaciones no reúne las condiciones mínimas de seguridad industrial; más de la mitad de las mujeres no cuenta con seguro de maternidad; en el 90% de las empresas mixtas o de capital externo se violan las leyes laborales; apenas el 20% de los trabajadores chinos se encuentra organizado en sindicatos. Citando informes oficiales, Weil señala la brutal elevación de los accidentes laborales. El incremento del 63% en los accidentes laborales mortales, producido entre 1991 y 1992, fue pequeño en comparación con lo que siguió: a los 15.000 obreros muertos en 1992, le siguieron una serie de grandes desastres en los primeros meses de 1993, que causaron más de 60.000 muertes sólo en los meses de enero y octubre. "Aunque el número de accidentes es especialmente marcado en las empresas extranjeras y mixtas, sin embargo estas condiciones se han extendido también a las empresas estatales".


 


El conjunto de las condiciones de trabajo existente en las empresas mixtas se generaliza a los trabajadores de las empresas estatales. "Clave en esta evolución es el nuevo sistema de contrato (…) bajo el cual los trabajadores son pagados de acuerdo con su producción (…) al mismo tiempo, las empresas obtienen mayores derechos para contratar y despedir trabajadores y fijar sus propias escalas salariales. Alrededor del 25% de la fuerza laboral de las empresas estatales ha firmado estos contratos y en Shangai (uno de los centros de la reforma), esta proporción ya ha alcanzado al 98%". Además, y en forma creciente, las empresas estatales están liquidando sus sistemas de seguridad social, lo que ha llevado a la aparición de mercados privados de salud, vivienda, jubilación y educación, en los que los trabajadores deben pagar enteramente el costo de estos servicios.


 


La privatización de la educación y de la salud que ya comienza a verse en las ciudades está muy arraigada en el campo, donde alrededor del 20% de los campesinos no pueden pagarse ninguna cobertura médica. Como consecuencia, desde el inicio de las reformas ha caído la expectativa de vida en el campo. Sin escuelas y sin médicos, dice Weil, con las reformas los campesinos "han vuelto a sufrir como clase".


 


Las consecuencias de las reformas han sido especialmente destructivas para los sectores más débiles de las masas, en particular los niños. En las grandes ciudades, reaparecieron los chicos de la calle (el número de niños sin techo crece un 40% cada año) y el trabajo infantil (sólo en la provincia costera de Guangdong trabajan más de 500.000 niños).


 


El retroceso social provocado por las reformas se verifica especialmente en las condiciones de vida de las mujeres. Son la principal fuerza de trabajo en las industrias más superexplotadas de la costa (como la textil) y el principal blanco de los despidos. Como no perciben ninguna indemnización ni subsidio, el despido es la antesala del divorcio, de la ruptura familiar y del abandono de los hijos. En el campo, aunque también en las ciudades, reapareció la práctica brutal extirpada por la revolución de la compra de esposas, que encubre el montaje de grandes redes de prostitución. Incluso las mujeres de los estratos sociales más privilegiados no han podido escapar al retroceso social provocado por las reformas: Weil señala que han sido desplazadas de los puestos de dirección de las empresas y de la enseñanza universitaria, y se ha reducido el número de niñas inscriptas en todos los niveles de la educación.


 


Los resultados crecientemente catastróficos de las reformas de mercado para las masas están provocando un significativo incremento de la actividad reivindicativa de los explotados. En 1993 tuvo lugar una ola de protestas campesinas contra las exacciones ilegales de los burócratas locales, y ese mismo año "el gobierno se manifestó profundamente preocupado por una ola de huelgas salvajes y de ataques a los gerentes de las empresas", que incluso provocaron la muerte de algunos de ellos. "En las ciudades y en las grandes empresas, ocurrieron más de 6.000 huelgas en 1993, provocando interrupciones en la producción y la amenaza de formas más amplias y radicales de lucha".


 


China y el mercado mundial


 


Interesa señalar una limitación importante del trabajo de Weil: el encuadre puramente nacional con que estudia el proceso de las reformas y sus consecuencias económicas y sociales. Para Weil, los motivos que las provocaron son esencialmente chinos: uno, la pretensión de Deng de superar el atraso del país mediante una política que Weil caracteriza como "desarrollista"; dos, el hecho de que el país contara con una abrumadora mayoría campesina. "El socialismo de mercado escribe Weil en sus orígenes puede ser entendido como la expresión de la clase media o sea, del componente pequeñoburgués de la Revolución China, un elemento que ciertamente tiene una fuerte base en un país abrumadoramente rural y económicamente atrasado".


 


Ciertamente, Weil analiza el efecto producido en China por su apertura al mercado mundial y, también, el impacto provocado por China en el propio mercado mundial (el desplazamiento de algunas potencias imperialistas de segundo orden en el comercio mundial). Pero no por eso su enfoque deja de ser puramente nacional.


 


Esto porque no destaca el papel fundamental que jugaron las reformas chinas en la circulación mundial de capitales y plusvalía. Con las reformas, China se ha convertido en el principal centro mundial de acumulación capitalista; el propio Weil destaca que el beneficio de largo plazo de las empresas imperialistas radicadas en China ronda el 25%, más del doble del que obtienen en los Estados Unidos. Esos fenomenales beneficios han servido para sostener la tasa de ganancia de la burguesía mundial y, en este sentido, China ha sido un pulmón y hasta podría decirse que un pulmotor insuperable para el capitalismo mundial.


 


¿Qué hubiera pasado con la tasa de beneficio si la inmensa masa de capitales que se volcó en China no hubiera podido ser aplicada a extraer plusvalía de los millones de obreros chinos? Si durante el período de las reformas chinas, la economía mundial conoció una tendencia al estancamiento, con una reducción significativa de la tasa de crecimiento de los principales países capitalistas, la depresión que hubiera provocado mantener ociosa o en actividades poco lucrativas la masa de capitales que pudieron ser dirigidos a China, habría sido simplemente fenomenal. La colonización de los ex Estados Obreros constituye una salida para el gran capital, porque le permite encontrar un terreno donde aplicar los capitales excedentes, obtener fenomenales beneficios especulativos y atacar a las clases obreras de sus propios países, utilizando la baratura de la mano de obra china para forzar a esas clases obreras a aceptar una reducción del valor de su fuerza de trabajo.


 


La restauración del capitalismo en los ex Estados Obreros es un fenómeno esencialmente mundial, internacional, cuyas fuerzas motrices son la burocracia restauracionista y la enorme presión del capital financiero mundial para darle una salida a la sobreproducción de capitales y a la caída de la tasa de beneficios, derrumbando las limitaciones que le impone la propiedad estatizada y ampliando radicalmente la fuerza de trabajo de la cual extraer plusvalía. En este sentido, es aleccionador el paralelismo entre las políticas reformistas (en China comenzaron en 1978) y los primeros signos de que la tasa de crecimiento económico de las grandes potencias se había reducido significativamente, como consecuencia del agotamiento del boom de la posguerra.


 


No es éste, sin embargo, el único motivo por el cual la restauración del capitalismo en los ex Estados Obreros debe ser considerada un fenómeno de naturaleza mundial. En China, como en todos los restantes ex Estados Obreros, la política restauracionista significó el establecimiento de una alianza abierta entre el imperialismo y la burocracia para expropiar a las masas y liquidar las bases sociales del Estado (la propiedad estatizada, el monopolio del comercio exterior y las finanzas, la planificación). Esa alianza que en China incluso ha tomado la forma de un tipo especial de empresas, las mixtas es la expresión final de un conjunto de acuerdos políticos contrarrevolucionarios de alcance mundial, que tuvieron su debut con la histórica visita de Nixon a Pekín en 1971. La restauración del capitalismo es, en este sentido, una acción defensiva de la burocracia y del imperialismo frente a las masas que amenazan con desarrollar una acción revolucionaria (la Revolución Cultural).


 


Al reforzar socialmente a la burocracia china frente a su propio proletariado, y también al imperialismo frente a las clases obreras de sus respectivos países, la restauración del capitalismo en los ex Estados Obreros significa un ataque a la clase obrera mundial. Es, por lo tanto, un fenómeno esencialmente internacional.


 


El énfasis que el PO ha puesto, desde hace años, en destacar el carácter mundial de la crisis y la unidad íntima entre el proceso de la crisis capitalista y la restauración del capitalismo en los ex Estados Obreros, obedece a la importancia que esto tiene desde el punto de vista de las perspectivas políticas trazadas.


 


Es que, si como sostiene Weil, la restauración es un fenómeno esencialmente endógeno, el proceso de las reformas está cerrado y no tiene retorno, algo que Weil también afirma. Pero si, como sostenemos, el proceso de la restauración es una expresión de la crisis mundial, es la propia crisis mundial la que puede invalidar las reformas; por lo tanto, no lo consideramos un proceso cerrado , sino que su destino final todavía debe ser zanjado en la arena de la lucha de clases mundial.


 


Así, la nueva elite china debe encontrar su lugar en el mundo en competencia con las grandes potencias imperialistas. Pero el capitalismo es incapaz de integrar plenamente a China a la economía mundial, abarrotada de mercancías y capitales excedentes. "O mejor, sólo la puede integrar destruyéndola, para que sea una salida para la crisis capitalista y no una competencia para los propios capitalistas. Este es el punto clave, y éste es el punto que está tratando de plantear la burguesía norteamericana respecto a China: destruir económicamente a China. Por eso, el imperialismo yanqui no acepta a China en la Organización Mundial del Comercio, salvo que China acepte la completa, lisa y llana apertura total del mercado chino a todas las mercancías extranjeras. Y la presión del imperialismo sobre China se ha agudizado a un extremo tal que China ha aceptado (que a partir) del 1º de enero la moneda china se transforme en convertible; por lo tanto, quedan autorizadas las libres remesas de capitales de China a cualquier otro lugar del mundo, la fuga de capitales de China. Dada la dimensión de la crisis que esto va a provocar en China, no va a ser para nada un proceso pacífico, y esto es lo que lleva a los planteamientos de reforzamiento de la seguridad militar en Asia, a los acuerdos militares de Estados Unidos con Japón y con Taiwán (…). Entonces, vemos diseñarse el escenario de las grandes guerras del futuro, como consecuencia de la crisis mundial" (3).


 


Lo que tenemos, en consecuencia, es que el carácter "crecientemente inestable y socialmente insoportable" de la situación mundial, tomada en su conjunto, es lo que cuestiona la viabilidad histórica de las reformas de mercado chinas.


 


Mao y Deng, o el gato rojo y el gato blanco


 


Weil dedica una buena parte de su libro a discutir y oponer las estrategias políticas de Mao y Deng, a las que considera "las dos fuerzas enfrentadas fundamentales en China, visiones alternativas para el orden social que son representadas por las divergentes ideologías y políticas de esos dos líderes históricamente dominantes" .


 


El autor refleja esta oposición con un juego de citas que da título al libro: a la famosa cita de Deng, "No importa el color de un gato si caza ratones", Weil le opone una respuesta sarcástica y poco conocida de Mao: "Semejantes personas no entienden la lucha de clases y siempre fracasan en anteponer sus principios fundamentales. Si (para ellos) es lo mismo si el gato es blanco o es negro, tampoco diferenciarán si es imperialismo o marxismo-leninismo". Para Weil, Mao es el gato rojo y Deng es el gato blanco; el autor no oculta su simpatía, y aun su admiración, por el gato rojo.


 


Para Weil, el principio estratégico de Mao es la lucha de clases, que está asociada a sus tres logros fundamentales: la expulsión del imperialismo, la transformación de las relaciones sociales y una estrategia de desarrollo económico basada en el igualitarismo. Para Mao, dice el autor, "la lucha de clases continúa incluso bajo el socialismo". Como resultado de las terribles consecuencias de las reformas penetración masiva del imperialismo, polarización social, corrupción rampante, debilitamiento del aparato del Estado central frente a las tendencias desintegradoras del mercado mundial y de la asociación de intereses entre la burocracia del partido, del Estado y del ejército, los inversores externos y los empresarios chinos, Weil pronostica "un renacimiento del maoísmo".


 


El principio estratégico de Deng, en cambio, sería "una teoría unilateral del desarrollo, a la cual todos los restantes objetivos deben ser sacrificados y por medio de la cual todas las demás dificultades, incluso las tendencias a la explotación y a la polarización social, pueden ser resueltas, si el crecimiento es lo suficientemente rápido (…). El éxito de esta rápida expansión requiere que no haya actos desorganizadores que los afecten". La combinación de rápido desarrollo económico, con su secuela de creciente inestabilidad para la vida de millones de chinos, y de mantenimiento de la estabilidad social a cualquier precio, dice Weil, ha llevado a la masacre de Tienanmen.


 


La falla de este análisis radica en que no es cierto que Mao y Deng representen líneas antagónicas desde el punto de vista de clase, es decir, que correspondan a intereses sociales contrapuestos. Uno y otro son la expresión de los intereses de la misma base social la burocracia del Estado obrero confrontada a etapas históricas diferentes.


 


La clave para comprender que Mao y Deng son representantes, por igual, de la misma capa social radica en el desenlace de la Revolución Cultural. Como ya se ha señalado en otro trabajo, "La Revolución Cultural fue iniciada por la fracción maoísta, cuando pretendió zanjar una crisis abierta en el aparato del PCCh recurriendo a una movilización limitada de las masas, con el objeto de depurar a los elementos hostiles a Mao, que poco antes habían intentado desplazarlo de la dirección. Pero lo que se inició como una maniobra de aparato se convirtió, rápidamente y por la intervención de las masas, en una crisis política general y aun en una semi-guerra civil. Primero los estudiantes y luego los obreros, comenzaron a plantear sus propias reivindicaciones sociales; comenzaron las grandes huelgas, el surgimiento de organizaciones obreras independientes y el planteamiento de reivindicaciones políticas: el derecho a criticar no sólo a los privilegiados opuestos a Mao sino a todos los privilegiados; la libertad de prensa y de partidos que no se opongan al socialismo y un régimen basado en la Comuna de París (…). El vuelo que estaba tomando la movilización obrera llenó de terror a la propia burocracia maoísta que la había desencadenado. Entonces, actuando en representación de la burocracia en su conjunto, Mao ordenó abrir fuego contra la izquierda y pasó a la represión directa sobre el movimiento obrero y los estudiantes. Fue la fracción maoísta y no sus opositores la que derrotó al enorme movimiento de masas que fue la Revolución Cultural …" (4). En este cuadro de reconstrucción del aparato estatal de la burocracia, que había sido seriamente golpeado por la movilización de las masas, Mao ordenó la repatriación de Deng, que él mismo había encarcelado, y su reinstalación en el poder.


 


Weil pinta una versión completamente diferente del desenlace de la Revolución Cultural: "El error de Mao no fue hacer la Revolución Cultural, sino su fracaso para canalizar las fuerzas que él mismo inspiró en instituciones regulares de poder y expresión popular, de los niveles local a nacional, lo que habría dado el sólido basamento para un nuevo nivel de participación democrática por y para las masas (…). Entonces, no fue el error de haber ido demasiado lejos, sino el de no haber ido lo suficientemente lejos en transformar la sociedad, lo que debilitó la contribución duradera de la Revolución Cultural y la hizo vulnerable de ser rápidamente revertida después de la muerte de Mao". Pero ir más lejos hubiera requerido la expropiación política y económica de la burocracia. La evidencia histórica es que, para la burocracia maoísta, el retorno al poder de los "administradores purgados, el más notable de ellos Deng", era un mal menor ante la perspectiva del desarrollo de una revolución política, que planteaba la dinámica del movimiento de masas de la Revolución Cultural.


 


Es precisamente el terror que le infundió la movilización de las masas a la burocracia, como casta privilegiada, lo que la empujó, decididamente, por el camino de la restauración, para poner sus privilegios al resguardo de leyes de propiedad. En este sentido, reiteramos, "el proceso de la restauración capitalista es un movimiento defensivo de la burocracia y del imperialismo mundial frente al peligro de la insurgencia revolucionaria de las masas" (5).


 


El camino de la restauración en China, contra lo que sostiene Weil, no se inició con Mao, pero Mao sí le dio el marco político adecuado. Esto porque los acuerdos entre Nixon y Mao (de 1971), que establecieron una alianza contrarrevolucionaria estratégica entre la burocracia china y el imperialismo, fueron el requisito político imprescindible para el lanzamiento de las reformas; en este sentido, jugaron el mismo papel que los acuerdos de Helsinki para la burocracia soviética. Resulta evidente que, necesariamente, el primer paso en el camino de la restauración debe ser político: ni la burocracia hubiera pegado el salto al vacío de las reformas sin el acuerdo político del imperialismo, ni tampoco el gran capital mundial habría derramado miles de millones de dólares en China sin un acuerdo político con la burocracia. Este papel el del otorgamiento de las necesarias garantías mutuas entre el imperialismo y la burocracia es el que jugaron los acuerdos entre Mao y Nixon, y por eso "contenían en germen, por así decirlo, el proceso de la restauración capitalista, que no tardó en manifestarse abiertamente con la disolución de las comunas agrarias y la creación de las zonas económicas especiales costeras" (6).


 


En este sentido, el maoísmo es decir, la pretensión de desarrollar el socialismo en el marco de una nación aislada y atrasada, y bajo la dominación de una férrea dictadura burocrática es cosa del pasado. Incluso quienes, dentro del aparato estatal, revalorizan a Mao, son firmes partidarios de la restauración capitalista. Esto lo evidencia el papel del Ejército, otrora depositario de los ideales socialistas e igualitarios y hoy convertido en una de las puntas de lanza de la restauración, como el propio Weil señala.


 


En todo caso, la aparición de una reivindicación del igualitarismo vigente en la época de Mao y del derecho a la rebelión incluso bajo el socialismo que Weil encuentra en ciertas expresiones de las masas, "no es algo que pueda ser tratado en forma superficial, esto porque refleja dos tendencias contradictorias: de un lado, la expectativa de una solución dictada desde arriba por una burocracia con ceño austero o, del otro lado, la sospecha de que habrá que recurrir a los métodos de la guerra civil revolucionaria para acabar con los señores que han emprendido el camino capitalista …" (7).


 


Las masas avanzan a partir de su nivel histórico de conciencia; la ilusión en Mao es, entonces, el necesario punto de partida para una evolución política posterior. El régimen burocrático no puede ser reformado ni enderezado. El derrocamiento de la burocracia y su expropiación social y política es el contenido de la revolución que, coincidimos con Weil, están engendrando las reformas de mercado en China.


 


 


 


 


Notas:


 


1. Robert Weil, Red cat, White Cat. China and the Contradictions of Market Socialism; Monthly Review Press, Nueva York, 1996


2. Luis Oviedo, "Lecturas sobre la restauración del capitalismo en China"; En Defensa del Marxismo Nº 15, diciembre de 1996.


3. Jorge Altamira, "Comentario al Informe Internacional al VIIIº Congreso del Partido Obrero"; En Defensa del Marxismo Nº 15, diciembre de 1996.


4. Luis Oviedo, Op. Cit., pág. 133.


5. Idem.


6. Luis Oviedo, "China: principal fuente de acumulación capitalista"; En Defensa del Marxismo Nº 11, abril de 1996.


7. José Ortiz, "Las perspectivas de la revolución política en China"; en Prensa Obrera Nº 272, 29 de junio de 1989.


 


 

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