Hace algunas semanas, los que saben habían dado por concluida la crisis asiática con la renegociación de la deuda externa de corto plazo entre Corea del Sur y sus acreedores. Se había acordado una refinanciación de tres años de plazo para los 21.000 millones de dólares de vencimiento inmediato. El gobierno salía como garante del acuerdo, lo que significa la potencial estatización de la deuda privada. Además, se había comprometido a liquidar los bancos y empresas insolventes, con lo que se había hecho acreedor a un préstamo de 60.000 millones de dólares organizado por el FMI. La mayor parte de este dinero estaba destinado a financiar a los acreedores de las empresas que fueran mandadas a la quiebra. Sumado todo, el estado de Surcorea, cuya deuda pública era insignificante, pasaba a convertirse en deudor potencial de cerca de 100.000 millones de dólares para rescatar a la pujante iniciativa privada.
Todos a sus puestos
Una vez concluida la ronda clásica de lamentos por lo que el pueblo debería comenzar a sufrir por la irresponsabilidad de algunos magnates, los grandes capitalistas levantaron las copas para saludar la recuperación de la estabilidad asiática. El sistema financiero internacional se había salvado una vez más, como lo demostraban las rápidas subidas de las Bolsas de Estados Unidos y de Europa. Pero no duró ni la flor de un verano, y no solamente porque las manifestaciones y las huelgas comenzaron a incrementarse o porque gobiernos como el del indonesio Suharto comenzarán a ver el fondo del precipicio. Simplemente, la mentada contención de la crisis financiera no había ocurrido.
El viernes pasado, el International Herald Tibune (1) consagraba su primera plana al anuncio de que "Un nuevo alerta financiero estremece a Corea del Sur", explicando en la bajada que los expertos advierten un empeoramiento de la crisis como consecuencia del aumento de las deudas empresariales. Es que la deuda externa total de Surcorea, de 150.000 millones de dólares, representa sólo un 15% del total de la deuda privada, calculada en el doble del producto bruto interno, o sea en 960.000 millones de dólares (2). "La verdad del asunto, dice el diario inglés, es que Corea no ha encarado realmente los problemas estructurales de su economía", que son los de liquidar a los grupos económicos insolventes. En lugar de eso, el gobierno ha estado inyectando dinero en esos pulpos, para lo cual tuvo que incrementar la deuda pública mediante la emisión de bonos del Estado. Así, la deuda de las empresas insolventes se ha incrementado aún más, a tasas de interés altísimas como consecuencia de la crisis financiera. Pero a pesar de esta subvención a los capitalistas en bancarrota, los despidos totalizan unas 10.000 personas por día (3).
Hace algunas años la prensa internacional destacaba la incursión de los capitalistas surcoreanos en Estados Unidos y en América Latina. Ahora se preguntan si no tendrán que liquidar sus inversiones exteriores para saldar las pérdidas en el país. Aunque la moneda fue fuertemente devaluada, las exportaciones no han crecido para compensar la crisis, debido a la crisis en los mercados asiáticos y Japón, y en particular debido a la falta de capital de trabajo. En el Parlamento surcoreano, los grandes pulpos tienen la suficiente fuerza para bloquear los proyectos que puedan decidir su liquidación, pero más allá de ello, el tamaño de las deudas impagas que dejarían sus quiebras ha llevado al gobierno a desoír los reclamos airados de sus rivales internacionales que manejan al FMI. Es que se calcula que ya ahora las deudas incobrables de los bancos ascienden al 40% del PBI, es decir, a 190.000 millones de dólares (4).
Lo que todavía puede acelerar más aún la emergencia de un nuevo derrumbe son las grandes pérdidas que están sufriendo los fondos de inversiones surcoreanos. Los tres más fuertes poseen en sus activos el 20% de los bonos de deuda emitidos por las empresas y el 5% del total de las acciones. La revista que ofrece estos datos (5), dice que las pérdidas sufridas por estos Fondos exceden en 2.600 millones de dólares a sus activos. El público, naturalmente, está retirando el dinero de los Fondos. Si esta tendencia prosigue y los Fondos se ven obligados a vender los bonos y acciones en su poder para devolver la plata a sus clientes, o sea, si "vuelve a ocurrir una onda de retiros motivados por el pánico (…), los mercados podrían derrumbarse nuevamente" (6).
Es natural que ante semejantes circunstancias, los capitalistas busquen una salida por el lado de la enorme economía japonesa.
"En el abismo"
Pero Japón se encuentra en una crisis aún más grave que la de Surcorea, desde que en 1990 se vinieron abajo los infladísimos precios de las propiedades, los terrenos y las acciones de las empresas. ¡La Bolsa cayó en estos ocho años de 48.000 a 15.000 puntos, o sea un 70%! Pasó de un valor de cinco billones de dólares a un billón quinientos mil millones, o sea que perdió 3.500.000 millones de dólares. Los patrimonios de los bancos que poseían esas acciones, sufrieron en consecuencia. Las deudas incobrables, sólo del sistema bancario, son estimadas en 800.000 millones de dólares.
Pero la crisis sigue su marcha. La producción industrial ha caído un 3%. Según el presidente del Banco Central existe un fuerte peligro de deflación como consecuencia de la caída sistemática de la demanda. Los beneficios industriales caerán, en 1998, en un 30%, aunque según el semanario The Economist (7), "Mitsubishi, Mazda y Nissan están" en realidad, "de rodillas". Como consecuencia de esto, las deudas privadas siguen creciendo. Al mismo tiempo, como resultado de los continuos subsidios del Estado, la deuda pública ya se eleva a la friolera de 5 billones de dólares, aunque el economista austro-norteamericano, Rudiger Dornbusch, la aumenta a 10 billones de dólares, al sumarle la deuda de la seguridad social. En estas condiciones, no se ve muy bien cómo podría el Estado japonés continuar sus intentos de reactivar la economía mediante subsidios públicos.
Japón se ha transformado en un problema, más que en una salida para el resto de Asia del sur. No solamente no puede importar mercaderías de esos países, sino que existe la evidencia de que habría retirado capitales para cubrir sus pérdidas metropolitanas. Las importaciones japonesas de Asia han caído un 18% en febrero, mientras que en el mismo período el superávit de Japón con Estados Unidos subía un 21% (8). El lunes 13, el Banco Central vendió 12.000 millones de dólares de bonos norteamericanos para comprar yenes y evitar la estrepitosa devaluación de la divisa japonesa (9). La situación comercial en la región ha llegado al punto en que una parte creciente se está realizando mediante trueques (10).
Un síntoma poderoso del agravamiento de la situación japonesa lo dió, a principios de abril, la agencia de evaluación, Moody´s, al rebajar la confiabilidad financiera del país y advertir la posibilidad de una fuga de capitales como consecuencia de la "fragilidad del sistema financiero" (11). Esta posibilidad se acentúa porque, a partir del 31 de marzo, ha quedado desregulada la salida de dinero al exterior.
Entonces, ¿Japón no tiene salida? Los Estados Unidos y el FMI no esconden su propósito de aprovechar esta crisis para "desmantelar la política industrial japonesa" (12), o sea golpear decisivamente la competencia japonesa en el mercado mundial. Para eso proponen la quiebra de todos los pulpos insolventes, en especial los bancos, la utilización del dinero del fisco para resarcir a los acreedores y la apertura ilimitada al capital extranjero. Aplicada al conjunto del sudeste asiático, esta salida debería consagrar el completo dominio del capital norteamericano, que es el menos expuesto en la región, en comparación con Japón y Europa. Para muchos, esto significaría desatar una depresión mundial. La economía japonesa no ha reaccionado a ningún estímulo sobre la demanda, a pesar de que se han inyectado un billón de dólares desde 1990, esto debido a su extraordinario endeudamiento. La situación ahora parece haber llegado al paroxismo porque, según algunos medios financieros, el Banco Central está inyectando moneda a un ritmo del 50% anual, o sea un 400% más de lo que lo está haciendo la banca central norteamericana.
La estampida está cercana. Es cierto que Japón es el principal acreedor internacional, pero esto no debe servir de consuelo, porque significa solamente que antes de irse a pique puede retirar sus inversiones en el resto del mundo, lo que precipitaría un derrumbe mundial.
Estados Unidos
¿Podría la saludable economía norteamericana prevenir el derrumbe de Japón y ofrecer ella misma una salida? Es lo que defienden últimamente algunos periodistas ingleses (13), que sostienen que el mercado norteamericano debería absorber todas las exportaciones japonesas y asiáticas necesarias para sacar a esa región de la crisis, sin que importe el déficit comercial que ello ocasione a los Estados Unidos, toda vez que el superávit que consigan los capitalistas asiáticos como contrapartida sea reinvertido en Norteamérica. Claro que esto no le hace ninguna gracia a los competidores norteamericanos.
Pero el problema no es tan fácil, porque la propia economía norteamericana enfrenta una crisis muy seria. El foco es una crisis inminente de la Bolsa como consecuencia del efecto combinado de la sobrevaloración de las acciones y las previsiones de menores beneficios empresariales. Ambos elementos se han sobredimensionado con la crisis nipona-asiática: por un lado, las devaluaciones de las monedas de esa región han aumentado las importaciones norteamericanas y disminuido sus exportaciones, perjudicando la tasa de beneficio de los capitalistas norteamericanos; por el otro lado, la crisis financiera internacional ha provocado la fuga de capitales a Estados Unidos, sobrevaluando aún más al dólar y a la Bolsa.
Se ha estado llamando la atención en la prensa respecto al gran crecimiento de la emisión monetaria en Estados Unidos, que es aplicada casi exclusivamente a la especulación; es decir que éstos se están endeudando a niveles extraordinarios. The Economist (14) califica a esta emisión de una suerte de "inflación rampante". Reclama abiertamente que el banco central norteamericano suba las tasas de interés para frenar el crédito. Pero no dice nada del resultado previsible de esta medida, que sería el derrumbe de los mercados de capitales en todo el mundo, hacia donde también va el dinero norteamericano que se obtiene por medio del crédito.
El FMI y el Banco Mundial, luego de subrayar que el déficit en cuenta corriente con el exterior de Estados Unidos es de 230.000 millones de dólares (15), advierte que esto podría provocar el fenómeno contrario al descripto anteriormente, o sea, la salida de capitales de Estados Unidos y la caída del dólar. Si se considera la totalidad de la situación, se llega fácilmente a la conclusión que se ha alcanzado un nivel de inestabilidad potencial absolutamente extraordinario que puede tirar por el suelo a las monedas y mercados de valores de todos los países.
The Economist (16) también destaca que la baja de la tasa de interés a largo plazo en Estados Unidos (una señal de que se financian menos inversiones) y la suba de la misma a corto plazo (una señal de que se están refinanciando deudas que cuesta pagar), indican que la economía norteamericana marcha hacia una recesión. Es difícil que una economía en recesión pueda convertirse en receptáculo de los excedentes del derrumbe de las economías asiáticas.
La economía mundial capitalista se enfrenta a una enorme crisis de sobreproducción y a una caída de la tasa de beneficios que es el resultado de toda una década de tentativas de salir de la crisis precedente mediante inversiones que reducen la ocupación de mano de obra y mediante el desvío de una gran parte de los beneficios hacia la especulación financiera. En ningún momento de los últimos diez años, pudo esta tendencia contrarrestante de la crisis alcanzar su plenitud, como lo demuestra la enorme desocupación mundial. Pero ahora se ha agotado. Es necesario desarrollar una comprensión del conjunto de esta situación para que los trabajadores nos capacitemos para enfrentarla con eficacia. La perspectiva de un nuevo agravamiento súbito de la situación de las masas se encuentra claramente planteada.
Notas:
1. International Herald Tribune, 24/4/98.
2. Financial Times, 23/4/98, suplemento sobre Corea.
3. Idem.
4. Idem.
5. Business Week, 13/4/98.
6. Idem.
7. The Economist, 11/4/98.
8. Los Angeles Times, 24/4/98.
9. Clarín, 19/4/98.
10. The Wall Street Journal, 6/4/98.
11. Le Monde, 4/4/98.
12. The Wall Street Journal, 13/4/98
13. Samuel Brittan y Martin Wolf, Financial Times, 7/4/98 y 23/4/98.
14. The Economist, 18/4/98.
15. Financial Times, 14/4/98.
16. The Economist, 18/4/98.