El libro de Robert Kurz "El colapso de la modernización" no tuvo demasiado eco en nuestras tierras. No obstante, su impacto fue muy significativo en algunos medios europeos y latinoamericanos en Brasil, en particular a principios de esta década. No es para menos. Sobre el filo mismo de los acontecimientos, el autor salió a enfrentar de plano el sentimiento, sea de euforia o de lamento, con el cual en el ámbito académico, político e intelectual se proclamaba el "fin del socialismo" y se celebraba o sufría la "victoria del capitalismo globalizado". Mientras a diestra y siniestra se difundían los planteos sobre la inevitable superioridad histórica del mercado y mientras la utopía se transfiguraba en elegía del "Occidente triunfante"; Kurz, desde la entraña misma del derrumbe la ex-Alemania oriental y en el mismo momento que se planteaba la "disolución" de la URSS 1991, se plantó para decir exactamente lo contrario.
Con desprecio por la izquierda que lloronamente se desvivía por aggiornarse y adoptar como propio al capital (por supuesto, con algunas dosis convenientes de ética y de justicia social), nuestro hombre indicó que la caída del Este, era apenas el inicio de un proceso de absoluta decadencia del Oeste victorioso, el punto de partida de una gigantesca crisis mundial. Tal era, además, el subtítulo de su propia obra ("del derrumbe del socialismo de cuartel a la crisis de la economía mundial"). La profecía de Fukuyama sobre el "fin de la historia" encontraba, entonces, un oponente que la presentaba con el signo totalmente invertido: "la llamada Era Moderna entrará, antes de terminar el siglo XX, en una Era de la Oscuridad, del caos y la decadencia de las estructuras sociales, tal como jamás existió en la historia del mundo; el carácter singular de este desastre de la modernización, que alcanzará a quien lo causó Occidente consiste… en su dimensión social mundial". Para iluminar este escenario, Kurz apela a Marx, despotrica contra los marxismos y hasta se eleva en un intento por resolver las contradicciones pendientes en el análisis del autor de El Capital. Los ingredientes de un producto resonante estaban todos presentes y el cocinero recorrió, en su oportunidad, universidades, sindicatos y centros de estudio de varias partes del mundo para difundir su nueva receta.
El derrumbe de la burocracia
Kurz describe en su obra, con trazos gruesos pero enérgicos, el "colapso del socialismo real", en virtud de la "quiebra dramática de sus mecanismos de funcionamiento interno". Los capítulos más logrados son los que consagra a describir la irracionalidad y el despilfarro sin igual de la gestión de la burocracia soviética; la realidad de los planes que, para cumplir con los objetivos de la jefatura oficial, se nutrían de estadísticas de productos crecientemente inservibles; números y registros sobre metas exitosas que no eran, en verdad, más que una enorme cantidad de chatarra improductiva que bloqueaba todo tipo de articulación del sistema económico y acababa, consecuentemente, hundiendo en la miseria y la pobreza al productor-trabajador. La planificación del desastre.
Las citas, bien ponderadas y poco frecuentadas en los materiales más habituales que podemos seguir en estas latitudes, pintan, en este aspecto, un cuadro desolador:
"Cuando las cifras oficiales de la producción miden máquinas industriales terminadas, el resultado es la falta de piezas de reserva. Cuando las metas del plan para la organización del transporte se miden en toneladas por kilómetro, se desplaza la carga en distancias sin sentido. Cuando se registra la producción por peso, los productos se elaboran innecesariamente pesados. Cuando se evalúa la producción textil de telas por longitud, terminan siendo anormalmente estrechas (…) en la agricultura los trabajadores tienen que desmontar los tractores y las máquinas agrícolas que acaban de recibir, recién salidas de fábrica, reparar sus piezas o instalar aquellas que faltan, rearmar todo sus dispositivos y adaptarlos a las necesidades de su labor… (Con este planeamiento el desperdicio es inconmensurable): hay una pérdida media del 20% de la producción de cemento, de más de un cuarto de los productos agrícolas y de más de la mitad de la producción de madera. En muchas empresas se acumulan máquinas y equipamiento nuevos a la espera de entrar en funcionamiento. En virtud del almacenamiento inadecuado, la maquinaria se arruina y tiene que ser desechada sin haber funcionado nunca. El caso es peor cuando se trata de máquinas importadas, compradas con divisas".
Esta descarnada radiografía de las economías soviéticas de la década pasada corresponde a la época del glasnost (transparencia), cuando los PCs del mundo entero y hasta algún trotskista festejaban a Gorbachov como el modernizador del socialismo, resucitado con el linfa revitalizante de la democracia. Ernest Mandel no vaciló en medir al mismo Gorbachov con la estatura de Roosevelt, su par gemelo que habría resucitado al capital, en su oportunidad, con el adecuado injerto de la intervención estatal. Mientras tanto, se recuerda en el libro de Kurz citando fuentes del momento, "después de casi media década de perestroika (reestructuración), la situación del abastecimiento es más funesta y amenazadora que en cualquier otra época de la post-guerra. En algunos lugares y en la propia capital, el colapso ya se anuncia hacia el mediodía, cuando en barrios repletos de niños se acaba la leche…en las farmacias faltan los remedios más elementales, en los hospitales, gasas y jeringas; azúcar, jabón y detergente están racionados en casi todas partes y, en vastas regiones, también la manteca, la carne y el queso (…) en la capital soviética se habla de un déficit total, lo que significa que no se compra nada más…"
En "El colapso…" se indica, acertadamente, que la apertura iniciada por la dirigencia de la URSS al mercado mundial fue el cambio dramático que aceleró el proceso de total descomposición. Es un punto de vista que no puede extrañar a nuestros lectores, seguidores de la elaboración política e intelectual del Partido Obrero. Pero, claro está, suena a herejía para la izquierda académica, stalinista o liberal, para quien los tratados de Helsinki (1975), mediante los cuales la URSS se comprometió a integrarse al comercio y a la democracia propia del mundo occidental constituían la superación misma del stalinismo y el reencauzamiento de la experiencia socialista.
(Entonces, en la Argentina, otra corriente trotskista, liderada por Nahuel Moreno, descubrió que su "desideratum" era, también, una mezcla armónica de la planificación soviética lo mejor del Este, y de la democracia lo mejor del Oeste-. A este cocktail lo denominó, como los gorbachovianos, socialismo con democracia. Era el comienzo de los 80. Un periodista, ajeno al marxismo, indagó sobre la naturaleza de este mix: ¿es algo así como reunir a los sandinistas y a los contras en Nicaragua?, preguntó en un reportaje al líder público de aquella organización)
Habría que agregar que más de medio siglo antes que Kurz, Trotski, polemizando contra la idea de que la única amenaza seria a la URSS podía ser una invasión militar externa, sostuvo que el mayor peligro sería la invasión de mercancías baratas en el caso del aislamiento continuo de la revolución soviética. De todos modos, casi 60 años después no fueron las mercancías sino el entrelazamiento con el capital financiero, la especulación y la deuda externa, la prematura asociación de los clanes burocráticos con las corporaciones monopólicas y la aguda descomposición de los planes productivos lo que detonó la caída final. La burocracia se transformó en agente directo y privilegiado de la restauración capitalista. Ni socialismo ni democracia sino mero encubrimiento de una política antiobrera y contrarrevolucionaria.
Catástrofe general
El interés que el libro comentado procura provocar reside en la asociación de tal caída con el desastre más general al cual está siendo arrastrada la economía mundial como resultado del propio agotamiento del capitalismo. La originalidad de Kurz, en lo que respecta a este tópico, no reside tanto en su enfática descripción de la enorme polarización social que está provocando el capitalismo globalizado, así como en la aguda división internacional entre países ricos y pobres, ni en su pronóstico de un "colapso definitivo de la especulación global que causará la ruina del sistema internacional de crédito" bajo la forma de un crash que se manifestará con "toda fuerza en una reacción en cadena" y que tendrá alcances universales, abriendo paso a la "Era de la oscuridad", ya mencionada con anterioridad.
La novedad del análisis que nos brinda Kurz reside, en cambio, en la tentativa de una explicación abarcativa del conjunto de esta catástrofe: "la causa de la crisis es la misma para todas las partes del sistema mundial productor de mercancías: la disminución histórica de la sustancia de trabajo abstracto, como consecuencia de la alta productividad alcanzada (por el trabajo)". Esto significa que, con el desarrollo de las fuerzas productivas, es cada vez menor la proporción del trabajo vivo que valoriza las sumas crecientes de capital. La tasa de ganancia, el motor de la producción capitalista se agota, en consecuencia, como resultado del propio desarrollo del capital. La crisis, entonces, aflora como testimonio de una impasse histórica de las relaciones de producción burguesas. Por esto el capital busca una salida, entre otros recursos, en la restauración de los viejos mercados donde el capital había sido expropiado.
Pero es precisamente esto lo que Kurz no puede admitir ni reconocer, porque sostiene que nunca dejó de haber allí un régimen capitalista. Si Lenin y Trotski pretendían haber iniciado la tarea propia del proletariado moderno, expropiando al capital, lo que en realidad hicieron fue poner en marcha una de las variantes posibles del propio sistema que entendían liquidar, la del mercado bajo comando estatista (por oposición a la alternativa del "comando monetario o competitivo"). Fue la propia precariedad, el atraso y el primitivismo del viejo imperio de los zares, dice Kurz, lo que impuso esta suerte de hipertrofia del Estado en la gestión del "sistema burgués productor de mercancías" (del mismo modo que el Estado, con su intervención y sus reglamentos impulsó la acumulación de capital en los albores del propio capitalismo, en la época del mercantilismo y las monarquías absolutas). Nada demasiado nuevo bajo el sol.
Todos los gatos son pardos
Es en este punto donde el análisis de Kurz se transforma en un fraude y su hilo conductor en una distorsión gigantesca de la historia real. En definitiva, la pretensión de explicar la evolución del mundo contemporáneo, apelando genéricamente a lo que el autor denomina la dinámica del "sistema productor de mercancías" se transforma en un movimiento de sombras chinescas, en una abstracción que concluye por no dar cuenta de nada relativo al movimiento concreto de la historia y de las fuerzas sociales actuantes. Es por este motivo que, según Kurz, no hubo revolución social ni en Rusia, ni en parte alguna. Para no quedarse a mitad de camino Kurz impugna el concepto mismo de revolución social. También el de contrarrevolución (que es lo que elevó a la cúpula del poder al stalinsimo en la URSS). Todos los gastos son pardos. Para Kurz, Trotski y Stalin son apenas variantes de la misma incomprensión del funcionamiento…del "sistema productor de mercancías". Regímenes democráticos y dictaduras no son el resultado de la lucha de clases, de victorias y derrotas sino meras posibilidades del mismo sistema para realizar la mercancía por la vía de un circuito estatizado o mediante la "competencia y el mercado". Socialdemócratas y bolcheviques no representan tampoco sino un gran equívoco, en la medida en que, bajo la apariencia de una oposición irreductible, siguen encadenados al movimiento obrero, que como tal es una creación del propio…"sistema productor de mercancías" y no puede encarnar, en consecuencia, una alternativa al sistema del cual forma parte.
Unir los contrarios mediante la pretensión de una abstracción lógica; tal es el procedimiento de nuestro autor, que no vacila en enmendarle la plana al propio Marx, corrigiendo el "dilema hasta hoy (es decir, hasta Kurz) no superado de su teoría". El hombre sostiene que hablar de trabajadores, posición de clase, etc. es "irreconciliable con la crítica de la economía política que desenmascara a la clase trabajadora como categoría social constituida, a su vez, por el capital". Aunque el lenguaje de Kurz tienda a un barroquismo casi ininteligible, su planteo es de un primitivismo sorprendente. La clase obrera no puede superar al capital porque ha sido constituida por el propio capital, de donde se deduce que afirmarse como clase obrera conduce no a emanciparse del capital sino para el capital, como afirma Kurz que sucedió en la experiencia de la URSS.
La lógica de Kurz es prehegeliana, no percibe el movimiento de las cosas como transformación, como unidad de los opuestos, como realidad que se supera a si misma, en la dinámica propia de las tendencias contradictorias que implica el desarrollo de la materia. Para Kurz, un huevo es un huevo y no puede entender que la afirmación del huevo conduzca al ser adulto, animal o humano, y… a la destrucción del huevo; para decirlo en los términos de la pedagogía del Anti-Dhuring. Por eso no entiende la afirmación de la clase obrera como un movimiento que, por la vía de la expropiación del capital, la destrucción del estado capitalista y la dictadura del proletariado, conduce a la negación de la clase obrera y a la "emancipación de toda forma de explotación del hombre por el hombre", para repetir al Manifiesto. Porque no entiende el ABC de la dialéctica, o sea, que A se transforma en no A, es que niega que la parte (clase obrera) pueda conducir a la emancipación del todo (la humanidad) como producto de su propia lucha.
Este mecanicismo elemental aparece encubierto en "El colapso…" por la utilización de una dialéctica aparente, abstracta, limitada al movimiento de la… mercancía y del dinero como equivalente general de los valores de cambio. Por eso, la posibilidad de superar al sistema no puede venir de la acción de los proletarios y los explotados sino "del movimiento del dinero y su límite propio, inmanente". Pues bien, Kurz nos informa que tal límite inmanente sólo se alcanzó en la segunda mitad del siglo, luego de la II Guerra, cuando "el desarrollo de las fuerzas productivas alcanzó el punto a partir del cual se tornó obsoleto el principio básico de la sociedad del trabajo"; esto como consecuencia de las enormes posibilidades que brinda la aplicación de la ciencia al sistema productivo y, por lo tanto, de avanzar hacia una sociedad sin trabajo.
Este es el colapso… de Kurz: medio siglo de barbarie, de dos guerras planetarias con 50.000.000 de cadáveres, de un crash internacional el del inicio de la década del 30, el del auge de la reacción fascista y nazi, de explotación inmisericorde del imperialismo sobre los países atrasados; todo esto no sería la expresión del choque de las fuerzas productivas contra las agotadas relaciones de producción capitalista sino, al revés, de la pujanza de las primeras y de la inevitabilidad de las segundas. Kurz, desde su hipercriticismo se suma al coro de los que consideran a la Revolución de Octubre como un error histórico o un extravío propio de Lenin y sus seguidores, de los cuales la propia historia se vengó haciendo de la URSS un país…capitalista. Acá tampoco hay nada nuevo bajo el sol, pero esta vez en el análisis del propio autor de "El colapso…", que repite una de las tantas variantes de defensa incondicional del progreso capitalista en su época de decadencia: como una necesidad de la extensión universal de la… mercancía.
Lo cierto es que ni el Estado Burgués ni el capital pueden derivarse de manera puramente lógica de la mercancía, del mismo modo que una golondrina no hace verano. Bajo la autocracia zarista y a pesar de todos los esfuerzos de su propio Estado, el capitalismo ruso no podía despegar. La burguesía, demasiado frágil y, por sobre todas las cosas, temerosa de la potencia social del proletariado, carecía ya del impulso histórico para acometer su propia revolución. Pero, en estas condiciones, las tareas propias de la burguesía fueron ejecutadas como producto de una revolución obrera que expropió rápidamente al gran capital. Aún en estas condiciones y bajo la tutela del Estado obrero, creció la circulación monetaria y mercantil; condición para que las fuerzas productivas se desenvolvieran, la contabilidad nacional se pudiera hacer sobre una base realista y para que la alianza entre la clase obrera y el campesinado pudiera consolidarse en pugna contra las tendencias burguesas y restauracionistas. Todo esto ocupa páginas y páginas de los debates conocidos en el partido bolchevique y de los planteamientos de Trotski en La revolución traicionada, que Kurz ignora olímpicamente porque no encaja en su esquema.
Impotencia
Bajo la fórmula lógica de la mercancía todo desaparece como en un triángulo de la Bermudas. Kurz nos plantea, por ejemplo, que la idea de un gobierno de trabajadores es intrínsecamente irrealizable: "los trabajadores no pueden establecer su dominio sobre la sociedad porque para poder dominar es preciso, primero, parar de trabajar y si esto fuera posible, la dominación ya no sería necesaria". En consecuencia, lo que las revoluciones socialistas del siglo XX desenvolvieron bajo el disfraz ideológico del dominio de los trabajadores fue la modernización burguesa. El esquematismo formal, linda aquí con el ridículo. Para poder "dejar de trabajar", el requisito es un desarrollo de las fuerzas productivas que jamás podrá salir como producto armónico y completo de la sociedad burguesa y, por supuesto, no a la escala de un país sino del mercado mundial, creado por el propio capital. El "dominio de lo trabajadores" puede crear las condiciones para que tales premisas de la sociedad sin trabajo se hagan realidad. Por eso mismo Marx, Lenin y Trotski concibieron a la dictadura del proletariado como una transición del capitalismo hacia un orden social superior en el cual desaparecería toda forma de poder político y de explotación. Fuera de esto, fuera de la lucha de clases, lo que queda es apenas el mundo abstracto de las ideas y, en la mayoría de los casos de ideas completamente desvariadas, como es el caso del trabajo que nos ocupamos de comentar.
Por esto mismo el final del libro de Kurz es y no podía dejar de ser completamente decepcionante. Condena la revolución de una clase y plantea una alternativa cuya "fuerza social sólo puede alcanzarse por medio de la conciencia" (es decir, de la lectura de los libros de Kurz) para no quedar encerrados en la lógica inviable de la propia mercancía y de la lucha de clases a ella asociada. Un revolución sin sujeto y un sujeto sin revolución.