Para entender el PT
Fundado en 1980, el Partido de los Trabajadores posee hoy un gobernador, 5 senadores, 51 diputados federales y varias decenas de diputados estaduales. Pertenecen al partido el 70% de los dirigentes de la CUT, de la Central de Movimientos Populares y un número todavía mayor de dirigentes del Movimiento Sin Tierra. Minoritario en las organizaciones estudiantiles, es por el contrario el preferido de la mayoría de los jóvenes politizados, según informan las encuestas de opinión pública.
En las dos últimas elecciones presidenciales brasileñas (1989 y 1994), el candidato del PT quedó en segundo lugar. Ahora Lula disputa por tercera vez y nuevamente con chances de victoria, la presidencia de Brasil. Esto genera una demanda de informaciones calificada acerca del candidato y de su partido, el Partido de los Trabajadores.
El objetivo de este artículo es proporcionar algunas de estas informaciones. Comenzamos suministrando un breve panorama histórico de Brasil, necesario para comprender el papel que el PT asumió desde el final de los años 80 hasta hoy. Inmediatamente, señalaremos las líneas generales de la actual disputa presidencial. Finalmente, discutiremos algunos aspectos de la lucha entre las diferentes corrientes que componen el PT.
Período histórico
A partir de los años 30 y hasta el final de los años 70, el capitalismo brasileño experimentó un desenvolvimiento rápido, industrializador y urbanizante. Tasas de crecimiento que llegaron a una media del 7% al año transformaron a Brasil en la "octava potencia industrial del mundo capitalista" y urbanizaron al 70% de su población (contra el 30% en el final de la década del 20).
Durante cincuenta años, se afirmó un tipo específico de capitalismo: conservador y anti-democrático; asociado de manera subordinada al capital internacional; dotado de una base productiva volcada hacia la exportación y hacia los mercados de mayor poder adquisitivo, una sociedad con la mayor tasa de concentración de renta de todo el mundo y, matriz de todo esto, un altísimo nivel de concentración de la propiedad.
Este modelo sufrió diversas crisis desde que comenzó a ser implantado. La crisis ocurrida a mediados de los años 50 fue superada con una mayor apertura al capital extranjero, la intensificación de la sustitución de importaciones, la ampliación de la base productiva, la aceleración de la expropiación del campesinado y la "modernización capitalista" del latifundio.
El proceso generó enfrentamientos que desembocaron en la crisis de 1961/64 y en la instalación de una dictadura militar, que creó las condiciones institucionales necesarias para un nuevo ciclo de crecimiento (1968/72).
A esta altura, ocurrió una nueva crisis, activada por el choque internacional (de los pulpos del petróleo) y momentáneamente superada con la profundización de la subordinación principalmente por la vía de endeudamiento externo aunque bajo el aparente manto nacionalista del gobierno Geisel.
A partir de 1976/77, el modelo entró en un proceso de agónico estancamiento. Se combinaron sus propias contradicciones, con las alteraciones en la economía capitalista internacional que culminará en el final de los años 60, su "época de oro". Los reajustes de la economía mundial, principalmente con la consolidación del capital transnacional y del nuevo estado alcanzado por el capital financiero, pasan a exigir nuevos parámetros de asociación subordinada. En Brasil, la "crisis del modelo" se prolongó por toda la década del 80.
La burguesía no reaccionó unificadamente a la crisis del modelo. Varios motivos explican esto: la crisis de la dictadura militar que debilitó a las fuerzas armadas, uno de los pilares del orden capitalista en Brasil; el ascenso del movimiento obrero y popular, a partir del final de los años 70; las presiones del capital monopolista internacional, en el sentido de implantar el modelo sintetizado por el "Consenso de Washington", las presiones económicas derivadas de la crisis del modelo y las disputas interburguesas por la distribución de las pérdidas, etcétera.
Esta situación una crisis y una clase dominante dividida sobre cómo enfrentarla abrió una "brecha" en el esquema de dominación burguesa. A través de aquella brecha, penetraron las fuerzas populares, en el final de los años 70 y durante toda la década del 80: el movimiento estudiantil; las huelgas del nuevo sindicalismo; la Amnistía; el surgimiento del PT, de la CUT y del MST, la campaña de las Directas, las conquistas en la Constituyente; la legalización de los partidos comunistas; y un sorprendente avance electoral de la izquierda. El auge de esta ofensiva de las fuerzas populares fue la elección presidencial de 1989.
A lo largo de toda la historia republicana brasileña, sólo en otras dos oportunidades un socialista disputó la presidencia:
En 1930, con Minervino de Oliveira, operario marmolista que no pudo votarse a sí mismo (estaba preso), ni se sabe cuántos votos tuvo (fraude). Las elecciones fueron el preludio de la "revolución del 30"; de quince años de dictadura varguista.
En 1945, con Yedo Fiúza, ex-intendente de Petrópolis y candidato por el Partido Comunista, la izquierda recibió el 10% de los votos nacionales. El buen desempeño de los comunistas estimuló a la burguesía a colocar al Partido en la ilegalidad, en 1947 (recién regresaría a la legalidad en 1986).
En las dos oportunidades, la izquierda tuvo un papel marginal en la elección. En 1989, al contrario, el candidato del Frente Brasil Popular disputó el segundo turno, el país se polarizó entre el bloque conservador y el bloque democrático popular.
En este resultado confluyeron una serie de factores. Por los motivos ya explicados, la burguesía se dispersó entre diversas opciones electorales; el presidente José Sarney se encontraba extremadamente desgastado, enfrentándose con un grado de descontento muy elevado; la radicalización popular se canalizó no hacia los movimientos sociales, que ya vivían un cierto descenso, sino hacia las urnas. De alguna manera, la burguesía fue tomada por sorpresa por el resultado del primer turno, o por lo menos no disponía de los medios para evitarlo.
Un polo socialista
Los momentos críticos de la historia brasileña como la independencia de Portugal (1822), la abolición de la esclavitud (1888), la proclamación de la República (1889) constituyeron, en realidad, una confrontación entre diferentes proyectos de país.
Cuando fueron conflictos entre sectores populares y las clases dirigentes, éstas optaron por un política de tierra arrasada; así fue con el Quilombo de los Palmares (1692/95), con Canudos (1897) y en el Contestado (1915), para limitarnos sólo a estos ejemplos.
Cuando los conflictos se produjeron entre diferentes segmentos de la oligarquía dominante, éstos optaron por los "acuerdos por arriba" la famosa conciliación a través de los cuales el proceso de "modernización capitalista" del país fluía sin rupturas con los sectores atrasados o reaccionarios de las elites, pero a costa de las grandes masas populares.
A mediados de los años 30, con la Alianza Nacional Libertadora, por primera vez en la historia brasileña las fuerzas populares se presentaron como fuerza autónoma y con un proyecto nacional propio que, aunque democrático-burgués, se volvía contra el patrón conservador de la modernización burguesa. La acción militarista del Partido Comunista apresuró y facilitó el aplastamiento de este proyecto.
En los momentos críticos de las décadas siguientes, los proyectos populares se subordinaron a uno de los campos de la burguesía, o no reunieron fuerzas suficientes para consolidarse como alternativa a las salidas conservadoras.
Ese modelo comenzó a cambiar en la crisis de los años 80, cuando se afirma, principalmente con el PT, un polo socialista. Incluso dispuesto a realizar las tareas históricas que la burguesía brasileña no fue capaz o no necesitó realizar superación de la dependencia al imperialismo, liquidación del latifundio, democratización de la propiedad (principalmente de la tierra), democratización política y otras reformas populares realizadas donde el capitalismo siguió una vía distinta de la nuestra aquel polo socialista afirmaba que las tareas deberían ser realizadas bajo la dirección de los trabajadores, contra el capitalismo y en la perspectiva de la construcción del socialismo (ver al respecto las resoluciones del 5º Encuentro Nacional del Partido de los Trabajadores, realizado en 1989).
La afirmación de este polo socialista alteró sustancialmente el patrón de la lucha de clases en el país. Por otro lado, fue el propio desarrollo capitalista en Brasil negando la posibilidad de realizar tareas democrático-burguesas bajo la hegemonía de la burguesía brasileña y sus socios mayores del capital internacional lo que colocó en el orden del día al socialismo como objetivo estratégico de los trabajadores y las fuerzas populares.
Al mismo tiempo que se afirmaba este objetivo estratégico distinto al propuesto por los partidos comunistas oficiales (Partido Comunista Brasileño y Partido Comunista del Brasil), para los cuales la lucha por la democratización, por las reformas populares, por la soberanía popular, etc., constituían una primera etapa, separada y distinta de una segunda de lucha por el socialismo el PT comprendía que el camino para la construcción/conquista de un poder socialista en el Brasil exigiría tres acciones combinadas; la radicalización de la lucha social, combinada con la construcción de fuertes organizaciones de masas; la disputa de espacio institucional; y la construcción de un partido y de una fuerte conciencia socialista de las masas.
La coyuntura excepcional de final de los años 80 casi materializó, también, una posibilidad fantástica, que nunca había tenido la izquierda antes del surgimiento del PT: la elección de un presidente socialista. En este caso, el gobierno de las fuerzas democrático-populares y socialistas viviría una situación estratégica muy peculiar: ejercer el gobierno federal sin tener la hegemonía ideológica de la sociedad, ni el dominio del Estado.
Realizado durante el año 1989, el 6º Encuentro Nacional del PT consideró a la conquista del gobierno como una parte decisiva del proceso de conquista y ejercicio del poder del Estado. Se imaginaba un escenario donde el gobierno implementaría reformas de fondo respaldado en un clima inédito de movilización social. En el curso de este proceso, la burguesía intentaría cooptar, sabotear y finalmente derribar el nuevo gobierno; los sectores populares, teniendo de su lado la legalidad, defenderían a su gobierno y radicalizarían el proceso de transformación social.
En otras palabras, a pesar de que lo que sigue no está escrito en ninguna resolución, se imaginaba realizar, esta vez sin golpe militar, una "vía chilena" al socialismo.
Neoliberalismo a la brasileña
La amenaza de una derrota, en 1989, impuso con éxito la unidad burguesa, primero en torno del candidato Fernando Collor de Melo y después alrededor del llamado neoliberalismo.
El primer gobierno abiertamente neoliberal, el de Collor de Melo, no consiguió llegar hasta el final las disputas interburguesas, agravadas por la aplicación de Consenso de Washington, combinado a la movilización popular, abrieron el camino para el impeachment del presidente de la República.
Pero el temor y el riesgo de que el PT venciera en las elecciones presidenciales de 1994 permitieron que la unidad burguesa en torno del neoliberalismo sobreviviese al tropiezo inicial de Collor, así como al plebiscito sobre el sistema de gobierno (1993) y al fracaso de la reforma constitucional (1993/94).
Unificada y aprovechándose de los errores cometidos por la izquierda (entre los cuales se destaca la débil oposición al gobierno de Itamar Franco vice de Collor y colocado en la presidencia después del impeachment, bajo cuya cobertura fue elaborado el plan Real y forjada la alianza que eligió a Fernando Henrique Cardoso), la burguesía impuso una dura derrota electoral y política a la candidatura del Frente Popular, eligiendo ya en el primer turno a su candidato. El arma principal utilizada para esta victoria fue el Plan Real, que fue más que un expediente electoral: en realidad, el "Real" introdujo en el país el choque neoliberal.
El proyecto Tucano-Pefelista (1)
Con la victoria de FHC, en 1994, la burguesía pasó a disponer de una dirección orgánica y comprometida con el proyecto neoliberal. Sus objetivos: destruir el "modelo" económico anterior, construir uno nuevo y, fundamentalmente, cerrar la "brecha" abierta en el final de los años 70.
La espina dorsal del proyecto Tucano-Pefelista, según sus propios defensores, es la atracción de capitales extranjeros. Brasil sería un país con enormes riquezas y un potencial de crecimiento, que no dispondría de los capitales necesarios para su explotación. Como estos capitales existen, en enorme cantidad, en el mercado financiero internacional, la cuestión estaría en adoptar políticas que atraigan estos capitales hacia Brasil.
La profundización de la dependencia financiera y tecnológica del país del capital internacional, acompañado por el achicamiento de la acción social del Estado, agrava todos los problemas estructurales de la sociedad brasileña. El mantenimiento de la economía brasileña en un ritmo de crecimiento cercano a la recesión, contrae aún más el ya restringido mercado interno. El proceso de reestructuración productiva salvaje, llevado a cabo por la gran mayoría de las empresas del país, elevó su productividad, pero resultó en un enorme desempleo industrial, en la caída de la masa salarial y en la rebaja general de los salarios, en la quiebra y el desmantelamiento de sectores enteros del capital brasileño. El abandono de los pobres a su propia suerte tiende a convertir a sus luchas en salvajes, extendiendo un tipo de acción por la sobrevivencia que las elites califican como "anti-sociales", alimentando la sensación de que el país vive una guerra civil no declarada.
El curso futuro del Brasil está relacionado: a) con la consolidación (o no) de la política neoliberal tucano-pefelista; b) con las tendencias del capitalismo y de la lucha de clases en escala internacional; c) con el nivel de movilización de los movimientos sociales y políticos de los trabajadores y de las grandes masas populares en Brasil.
Es poco probable que la destrucción neoliberal prosiga indefinidamente. No porque le falte apetito al gran capital internacional sino por otros dos motivos: a) en primer lugar, el tejido social brasileño es lo bastante resistente y generará más temprano o más tarde, una alternativa; b) en segundo lugar, el capitalismo está entrando en una fase internacional de "cierre de fronteras", lo que amplía las ventajas de otra política económica (vale recordar que el ciclo iniciado en los años 30 recibió un empuje decisivo de la "desconexión" resultante de la Gran Depresión y de la Primera Guerra Mundial).
Sectores de la burguesía brasileña, al mismo tiempo que hacen promesas de amor a la modernización neoliberal, buscan alternativas para sobrevivir al proceso de "globalización". El resurgimiento de corrientes nacionalistas y keynesianas resulta de esta búsqueda de segmentos burgueses, que encuentra eco en sectores medios y aun entre los partidos de izquierda. Dependiendo de la resistencia social y política a la destrucción neoliberal, esos segmentos pueden ganar importancia, conquistar la hegemonía e imponer una política de desarrollo económico no neoliberal, aprovechando inclusive las condiciones dejadas por la destrucción neoliberal, enormes necesidades de infraestructura, mercado interno deprimido, fuerza de trabajo barata y extensa.
El problema más serio para concretar esta política está en las bajas tasas de ahorro e inversión de la sociedad, que contrastan con las altas tasas de consumo de las elites del país. Revertir esta situación exige romper con los privilegios de los sectores burgueses dominantes. Pero es posible que la tradicional conciliación de las elites permita el uso de alguna fórmula intermedia que haga recaer sobre el pueblo, una vez más, el peso fundamental del proceso.
Otra alternativa sería que las fuerzas populares, con los trabajadores al frente, acumularan fuerza suficiente para imponer una nueva política de desarrollo económico y social, que supere no sólo al neoliberalismo sino también al capitalismo.
Estas alternativas están en juego, igual que otras veces, de manera indirecta o inconsciente, en las elecciones presidenciales de 1998.
Las elecciones presidenciales de 1998
En el comienzo de los años 90, el centro del debate ideológico y de la lucha política en todo el mundo y en Brasil era la crisis del socialismo. Importantes sectores de la izquierda brasileña consideraron terminada la crisis del modelo, y llegaron a pronosticar que la hegemonía neoliberal tenía largo aliento, quedándole a la izquierda, durante décadas, un papel secundario, de segunda línea.
Desde la crisis de Méjico, en 1995, la situación internacional comenzó a cambiar. El impacto sobre el Brasil fue directo, poniendo en cuestión la idea de que el gobierno tucano-pefelista pudiese superar la crisis de "modelo" generando un nuevo ciclo de desarrollo para Brasil.
Hoy, el fantasma que amenaza al mundo es el del "crash global": la crisis del capitalismo. Y el imaginario brasileño está dominado por la idea de que podremos ser "el blanco elegido", la próxima víctima de un ataque especulativo.
Es en ese cuadro que se producen las elecciones presidenciales de 1998, para las cuales se inscribieron más de 15 candidatos, la mayoría de los cuales sin expresión política y electoral. Los más fuertes, hasta el momento, son Fernando Henrique Cardoso, Luis Inácio Lula da Silva y Ciro Gomes.
Fernando Henrique es el candidato oficial de las clases dirigentes; su programa es continuista, monopolista, dependiente y conservador.
Ciro Gomes busca ser el portavoz de los sectores disidentes del gobierno. Cabe recordar que uno de los efectos de la aplicación del programa neoliberal fue el de empujar hacia una postura "oposicionista" a sectores que en 1994 apoyaron a FHC. Se trata de empresarios, que tuvieron que vender su patrimonio, ciertamente que en condiciones relativamente ventajosas, a los grandes capitalistas internacionales. O incluso de aquellos que no están recibiendo lo que pretendían del botín de las concesiones y privatizaciones. Es una miríada de pequeños y medianos propietarios que no están resistiendo los altos impuestos y la apertura comercial. Esto sin hablar de amplios sectores de la clase trabajadora, que se desilusionaron con Fernando Henrique, pero no piensan votar a Lula. Estos sectores no desean enfrentar la "globalización", el neoliberalismo, el imperialismo norteamericano, y mucho menos subvertir la estructura social brasileña. Pero reclaman contra el ritmo que ha impreso Fernando Henrique y se quejan de los resultados prácticos de la macroeconomía del Real.
El programa de Ciro Gomes (que puede ser leído en el libro El próximo paso: una alternativa para el Brasil, de Ciro Gomes y Roberto Mangabeira Unger) intenta aminorar los dolores del parto neoliberal de estos sectores. Exonerar a la producción, cobrar impuestos al consumo, achicar la deuda pública con el dinero de las privatizaciones, atacar el corporativismo sindical, acelerar las reformas a través de medidas conscientemente impopulares. Estas y otras son las medidas que van a hacer recaer aún más el costo del ajuste neoliberal sobre los trabajadores.
Mientras tanto, dos hechos sirvieron como cortina de humo sobre el carácter de clase de la candidatura de Ciro Gomes: en primer lugar, importantes dirigentes de la izquierda brasileña, inclusive del PT, asesorados por el intelectual Jorge Castañeda y financiados por el PNUD-ONU, negociaron durante meses un programa común con Ciro Gomes. Al mismo tiempo, su candidatura fue lanzada por el Partido Popular Socialista (ex-comunista).
La candidatura de Ciro Gomes tiene viabilidad electoral. Sus chances dependerían:
a) De obtener el apoyo de un amplio sector del electorado de izquierda. Lo que sólo sucedería si la candidatura de Lula no consiguiese afirmarse como alternativa al modelo económico vigente en el país. En este caso, tendríamos un enorme retroceso en relación a 1989 y 1994, regresando a una situación de polarización entre dos proyectos conservadores, con las fuerzas socialistas convirtiéndose en cautivas de fuerzas burguesas, como sucedía frecuentemente con la izquierda brasileña antes del surgimiento del PT.
b) De que ocurriese una crisis más grave, que desgaste de forma irreversible al candidato FHC. En este caso, la gran burguesía podría cambiar la candidatura de FHC, que ya no sería atractiva electoralmente, por una candidatura de oposición burguesa.
La candidatura de Lula fue lanzada por un frente compuesto por el PT, por el Partido Comunista de Brasil, por el Partido Comunista Brasileño, por el Partido Democrático Laborista (de Leonel Brizola) y por el Partido Socialista Brasileño (de Miguel Arraes).
El PSTU, que fue parte del Frente Brasil Popular en 1994, decidió no apoyar a Lula, entre otros motivos debido a la presencia del PDT. El Partido Verde y el Partido de Movilización Nacional, que igualmente integraron el Frente Brasil Popular en 1994, también decidieron lanzar candidatos propios a la presidencia.
El frente que apoya a Lula no se reprodujo en la mayoría de los estados (están en juego, en las elecciones de 1998, además de la presidencia de la República, los gobiernos de Estado, toda la Cámara de Diputados y las Asambleas Legislativas estatales, además de parte del Senado).
En muchos Estados, los partidos de izquierda apoyan candidaturas del Partido Progresista Brasileño (de Paulo Maluf), del Partido del Frente Liberal (de Antonio Carlos Magalhaes), del PMDB y del propio PSDB (de Fernando Henrique). Tal vez el caso más grotesco ocurra en el estado de Maranhao, donde el PT lanzó candidato propio al gobierno del estado; el Partido Comunista de Brasil y el Partido Socialista apoyan la reelección de Roseana Sarney, del PLF; y el PDT apoya la candidatura de Epitacio Cafeteira, del PPB.
A pesar de las dificultades, de la timidez y de las contradicciones de la oposición popular, la situación objetiva es muy difícil para el gobierno. El cristal de la estabilidad se quebró. El cuadro económico es de dificultades crecientes. Se amplió la disputa en las huestes que apoyaron a FHC en 1994. Aumentó el margen de maniobra de sus aliados, en particular del Partido del Frente Liberal. La insatisfacción social gana dimensiones preocupantes. En resumen: las elecciones no son más un paseo para el gobierno, como lo pensaban hasta los sectores de la oposición en 1997.
Naturalmente, esto no elimina las posibilidades de victoria de Fernando Henrique, inclusive en el primer turno. Sucede que las debilidades de la oposición de izquierda concedieron un gran margen de maniobra al gobierno. Una de estas debilidades quedó clara en la solidaridad o en la tregua que diversos líderes opositores le dieron al gobierno cuando la crisis asiática de octubre de 1997, bajo el argumento de que críticas más fuertes le harían el juego a la especulación internacional. Este regalo sorprendente no impidió al gobierno atribuir parte de la crisis a la oposición (ésta habría hecho críticas que generaron una "impresión negativa" sobre el Brasil entre los inversores internacionales); además de estimular al ministro de Hacienda, Pedro Malan, a proponer a la oposición un pacto por el mantenimiento de la política económica (la propuesta fue rechazada).
Otra debilidad fue la inexistencia, en octubre de 1997, de una candidatura presidencial de izquierda (Lula sólo fue lanzado por el PT a mediados de diciembre). Después de todo la oposición exigía otro modelo económico, lo que suponía otro gobierno, pero no tuvo hasta entonces la disposición política de lanzar un candidato a la presidencia.
Otra señal de debilidad fue dada cuando la multinacional Volkswagen amenazó despedir a 10.000 trabajadores, en su fábrica de Sao Bernardo do Campo. Los despidos eran parte de un plan antiguo, pero su implementación tenía relación directa con las medidas económicas adoptadas por el gobierno al final de 1997, entre ellas la duplicación de la tasa de interés, que se fue a más de 40% al año.
Los metalúrgicos demostraron estar dispuestos a un enfrentamiento en gran escala; algo indispensable para que el tema del desempleo se convirtiese, en 1998, en lo que fue la reforma agraria en 1997, gracias a la movilización del Movimiento de los Sin Tierra. Entretanto, la dirección del sindicato de los Metalúrgicos del ABC optó por la vía del acuerdo, que terminó en el retiro "voluntario" de casi cuatro mil metalúrgicos y en la pérdida de una serie de derechos que constituían, de hecho, un salario indirecto.
Recientemente, Lula atacó la privatización de Telebras (empresa estatal de comunicaciones), relacionándola con la formación de una caja de campaña para Fernando Henrique. El candidato a vice-presidente, Leonel Brizola, fue más lejos: dijo que los inversores no deberían participar de la privatización, pues Telebrás (y otras estatales) serían recuperadas por el futuro gobierno popular. La burguesía reaccionó con violencia y la posición oficial del frente de izquierda fue recular: reafirmaba la realización de una auditoría en las privatizaciones, pero no afirmaba la voluntad política de devolverle al Estado las empresas privatizadas.
Lo más curioso fue el pretexto utilizado para este recule: que el debate sobre las privatizaciones le interesaba al gobierno y no a la oposición. Esto, porque supuestamente el pueblo estaba interesado en los temas cotidianos, como salud, educación, habitación. Este argumento desprecia la capacidad del pueblo (que supuestamente no sería capaz de percibir el vínculo entre su vida cotidiana y la presencia o no del Estado en la economía). Además, si el pueblo "no está preparado" para comprender las posiciones de la izquierda en el terreno macroeconómico, ¿quién apoyará las medidas transformadoras del futuro gobierno popular? ¿Las elecciones no son exactamente un momento precioso para plantear un choque de proyectos diferentes y antagónicos de la sociedad? ¿O vale la lógica del pensamiento único?
Lo más grave, con todo, es que la mayoría de la población (51% en la ciudad de Sao Paulo y la mayoría de los electores de Rio Grande do Sul, según las encuestas encomendadas por órganos de prensa) se manifiesta contra la privatización, cuyos efectos son plenamente sentidos en lo cotidiano, como saben los habitantes de Rio de Janeiro y del interior de Sao Paulo, afectados por las frecuentes interrupciones en el suministro de energía eléctrica, iniciados después de la privatización de la electricidad.
Una campaña de centroizquierda
En 1989, en el inicio de la campaña presidencial, la mayoría del PT y de su dirección nacional no creían que pudiésemos perder las elecciones. Al final, sufrimos una derrota electoral y política.
Después de la derrota de 1994, sectores del PT evaluaron que no había posibilidad de ganar las elecciones siguientes y tomaron todas las medidas para que esa profecía derrotista se volviese realidad.
En primer lugar, adoptaron una táctica que abandonaba la polarización directa entre las fuerzas conservadoras y las fuerzas democrático-populares y socialistas. Esta polarización ocurrió en 1989, con la izquierda en la ofensiva. Volvió a ocurrir en 1994, pero la izquierda estaba a la defensiva y en recule política y programáticamente; en parte por esto, tuvimos una "polarización" en términos, básicamente, electorales.
Para 1998, esos sectores proponían que la polarización fuese entre derecha y "centroizquierda". En nombre de esto, el Partido debería estar dispuesto, inclusive, a apoyar a un candidato a presidente de otro partido. Se habló hasta de apoyar a Itamar Franco (ex vice de Collor de Melo) o a Ciro Gomes (ex ministro de Hacienda del gobierno de Itamar durante la fase final de la campaña electoral de 1994).
Esta nueva orientación comenzó a manifestarse ya en 1994, en el segundo turno de las elecciones para gobernador. En importantes Estados, el sector moderado declaró su apoyo a candidaturas del PSDB. Este apoyo (después de haber sido derrotados por el candidato a presidente del mismo PSDB) intentaba, según sus defensores, "dividir a la coalición gobernante": el PSDB, según ellos, sería "prisionero de la derecha" (lease, del PLF).
Esta orientación también se manifestó en el apoyo público e interno a las medidas adoptadas por varios gobiernos municipales y por los gobiernos estaduales dirigidos por el Partido. Esto implicó el apoyo a las privatizaciones, despido de empleados públicos, "asociaciones con la iniciativa privada", etcétera.
El primer testeo de esta nueva orientación fueron las elecciones municipales de 1996. El resultado fue inequívoco: a pesar de elegir un numero mayor de intendentes, en relación con 1992, el PT perdió la inmensa mayoría de las ciudades que gobernaba (en el estado de Sao Pablo, centro político del país, perdió todas las que gobernaba). Más grave todavía: la mayoría de las ciudades donde obtuvimos victorias son de pequeño y mediano tamaño. Las excepciones (como Porto Alegre y Belém) fueron exactamente las ciudades donde la izquierda del partido hegemonizó la campaña electoral y aplicó una táctica diferente de la que prevaleció nacionalmente.
Este revés electoral no alteró la táctica defendida por el sector moderado, que continuó declarando públicamente que la candidatura de Lula, apoyada "sólo" por la izquierda, no tenía ninguna chance.
En agosto de 1997, se realizó el 11º Encuentro Nacional del PT. El sector moderado venció con una diferencia menor al 1% de los votos. El resultado apretado explicado sobre todo por la reanudación de la movilización social durante el primer semestre de 1997, estimulada por la izquierda y contrariando la política de los moderados enterró cualquier posibilidad de que el PT fuera a apoyar candidaturas presidenciales ajenas al Partido (como Ciro Gomes o Itamar Franco). También abrió las puertas a las candidaturas petistas más potables para los demás partidos, quedando claro que Lula sería el candidato del PT a la presidencia de la República.
Mientras tanto, el 11º Encuentro Nacional dejó abierto el carácter de la candidatura de Lula, si de "izquierda" o de "centroizquierda". Este carácter sólo fue definido en mayo de 1998, en un Encuentro Nacional Extraordinario: se trata de una candidatura de centroizquierda.
Naturalmente, no hay ninguna resolución diciendo esto, porque el término centroizquierda ganó, para la mayoría del PT, un sentido peyorativo. Pero es innegable (y ya es asumido públicamente por portavoces del sector moderado) que la campaña de Lula de 1998 tiene como modelo la victoriosa campaña de Jospin.
Esta opción por el centroizquierda fue producto de tres embates, en los cuales el sector radical del Partido fue derrotado. El primero de ellos fue la realización de las alianzas para las elecciones estaduales en la mayoría de los casos, prevalecieron criterios demasiado amplios (hasta alianzas con el PPB y el PSDB).
El segundo embate fue un debate programático: el sector radical no consiguió que el conjunto del PT debatiera su programa de gobierno, prevaleciendo el respeto al sentido común crítico al neoliberalismo y lleno de ambiciones reformistas, pero sin la defensa clara de un orden alternativo, de ruptura con el orden económico mundial y mucho menos de una ruptura con el capitalismo. Al respecto, se sugiere la lectura de las resoluciones del Encuentro Nacional de mayo de 1998, de la Carta Compromiso del candidato a presidente y de las directrices del Programa.
El supra citado Encuentro Extraordinario rechazó la bandera de la suspensión del pago de la deuda externa, bajo el argumento de que esta deuda sería "privada", lo que "inviabilizaría" la táctica de la suspensión. El Encuentro rechazó también una enmienda que establecía que en un futuro gobierno popular el PT reconocería la "legitimidad" de las ocupaciones promovidas por el Movimiento de los Sin Tierra.
El tercer embate fue el de la movilización social, la clase trabajadora asalariada, en particular su fracción obrera, no se movilizó como era necesario. El sector más radicalizado y movilizado todavía es el de los Sin Tierra, que representa a 20 millones de brasileños sobre una población estimada de 150 millones.
Al señalar la opción por una candidatura de centroizquierda, a lo Jospin, vale hacer algunas precisiones: a) Brasil no es Francia, y el impacto político cultural de la victoria de Lula sería tremendamente mayor; b) Lula no es Jospin, y la victoria de un ex obrero metalúrgico sería un terremoto en la tradición oligárquica brasileña; c) el PT no es el Partido Comunista Francés, y las energías liberadas por la izquierda brasileña, en el caso de una victoria, pueden producir movimientos que vayan más lejos de los deseos de la propia campaña; d) la burguesía brasileña no es la burguesía francesa y la campaña de Lula está siendo violentamente atacada, en un tono que recuerda ciertas campañas anticomunistas de la época de la Guerra Fría y de las dictaduras militares.
Enfrentando un adversario poderosisímo, un cuadro de polarización y con un candidato que rechazaron en los últimos tres años, los moderados del PT están con dificultades para conducir la campaña. En un principio asumieron sólos su conducción, ahora están siendo llevados a abrir pequeños espacios para los sectores radicales.
En todo caso, la línea política que prevalece es la de ellos, y esta línea torna muy difícil una victoria. Pero no la convierte en imposible, dado el nivel de descontento popular con el gobierno FHC y las característica del candidato y del Frente que lo lanzó.
En caso de que venza, creemos que Lula intentará comportarse como Mandela: propondrá a las elites un pacto político, que presupone concesiones mutuas, reformas graduales y una perspectiva de elevación del nivel de vida del pueblo. Evidentemente, es poco probable que la burguesía y la situación internacional lo consientan.
En caso de que venza FHC, su gobierno será de ruptura: adoptará medidas de emergencia en el terreno económico, buscará concluir las "reformas" antipopulares y reducir todavía más las libertades democráticas, en el sentido de una menemización del país. Lo que nos lleva a prever, cualquiera sea el resultado de las elecciones, un proceso de radicalización en la lucha de clases del país.
Esto nos lleva a discutir las divergencias estratégicas que existen en el interior del Partido de los Trabajadores y su posible evolución.
Divergencias estratégicas
En los años 80, el PT hegemonizó la construcción del polo socialista, porque fue el sector de izquierda que mejor supo aprovechar la brecha abierta por la confusión reinante en la burguesía rechazando las diversas alternativas de convertirlo en socio de los tradicionales pactos de las clases dirigentes.
Esta postura inicialmente basada en un fuerte sentimiento de independencia de clase, fue evolucionando paulatinamente hacia una posición estratégica: la afirmación del objetivo socialista; el conjunto de la burguesía como enemiga; el rechazo de la "etapa" democrático nacional propuesta por el PCB y PCdeB; y una difusión creciente del marxismo.
Asi, a pesar de fuertes divergencias ideológicas, tácticas, de concepción de partido y sobre la vía de la toma del poder, el PT mantuvo en general una postura unitaria, lo que le permitió capitalizar la lucha social de los años 80 y el desgaste de los partidos conservadores. A partir de la derrota electoral de 1989, aquella unidad se fue deshaciendo.
La casi victoria alimentó el electoralismo, no sólo en el sentido menos noble del término sino principalmente introduciendo alteraciones en la estrategia del partido. Para muchos sectores, la disputa y el ejercicio del gobierno dejaron de ser medios, para convertirse en un fin.
En algunos gobiernos municipales, la práctica administrativa fue transformando al partido en "gerente", no del capitalismo lo que sería malo, pero por lo menos grandioso sino sólo del statu quo local.
La crisis del llamado socialismo real produjo una verdadera desbandada: algunos abandonaron el socialismo; otros pasaron a llamarse "lucha por el socialismo" lo que no pasa de ser un intento de reforma permanente del capitalismo; varios dicen defender el socialismo como "horizonte", del que ya se ha dicho que se alejan a medida que nos acercamos a él. Y de una forma general, se formó una onda "revisionista" contra todo lo que oliese a marxismo, socialismo revolucionario e inclusive al "petismo de los años 80".
La falta de unidad estratégica y la corrosión de la cultura que dio coherencia al Partido hicieron que el PT y los movimientos sociales estimulados por él perdiesen eficacia táctica y redujesen su capacidad de atraer a nuevos cuadros de ahí el visible envejecimiento de las actuales direcciones. Este proceso fue particularmente grave en el movimiento sindical.
La confusión estratégica disolvió al antiguo núcleo dirigente del Partido la tendencia conocida como Articulación y generó, a partir de 1991 (1er Congreso del PT), un proceso de recomposición interna, que todavía está en curso, reflejando las diferentes estrategias presentadas ante el Partido.
El sector moderado del PT viene construyendo, desde 1991, esto que hoy llamamos "política de centroizquierda", con serias derivaciones para algunos principios caros al Partido: independencia de clase, el socialismo, la democracia interna (el ejemplo más reciente fue la intervención en el PT de Rio de Janeiro, un hecho inédito en la historia petista). Además, la política de "centroizquierda" ha reducido en general el desempeño electoral del PT.
Guardadas las debidas proporciones, el PT está viviendo un proceso semejante al que alcanzó a otros partidos de izquierda, en Brasil y en el mundo. El Partido Comunista Italiano, por ejemplo, se dividió: por un lado, el Partido Democrático de Izquierda, reformista y pro-capitalista; del otro, Refundación Comunista. El Frente Farabundo Marti (salvadoreño) y el Frente Sandinista de Liberación Nacional también se dividieron, en ambos casos con la salida de sectores asumidamente social-demócratas algunos de los cuales se reunieron durante el año pasado con próceres petistas, en la tentativa de construir un proyecto continental de "centroizquierda".
En Brasil todavía no ocurrió ninguna división importante. Pero muchos militantes se alejaron del Partido; Convergencia Socialista y otros grupos menores crearon el PSTU; líderes históricos del Partido emigraron hacia el PSB y el Partido Verde. Y hay una tensión creciente en el Partido, que se refleja en un refrán repetido, en tono de amenaza, por algunos "moderados": "1999 será el año del ajuste de cuentas".
El futuro del PT dependerá de algunas variables. La primera de ellas es la evolución de la situación internacional: la velocidad y la intensidad de la crisis, las formas que asuma y la posibilidad de que se produzcan revoluciones y vuelvan a formar parte de la agenda mundial.
La segunda variable es la evolución de la situación nacional: cómo reaccionará la economía brasileña a la crisis internacional, el resultado de las elecciones de 1998 y, en el caso del triunfo de FHC, sus tendencias a "menemizar el país". La tercera variable es el comportamiento de los diferentes movimientos sociales. La cuarta variable es el comportamiento del sector moderado, sobre el cual ya hablamos un poco. La quinta variable es el comportamiento del sector radical.
Radicales, chiítas, ortodoxos, izquierda del PT… estas denominaciones se convirtieron en lugar común en los grandes diarios brasileños y ya dominan inclusive el vocabulario petista. Por detrás de estos objetivos, se ocultan en verdad tres grandes corrientes ideológicas:
a) los reformistas revolucionarios, cuya principal matriz ideológica es la Refundación Comunista y el viejo Partido Comunista Italiano;
b) los nacionalistas radicales, que construyen su estrategia en torno de la ruptura de la dependencia del Brasil frente al orden económico internacional;
c) los socialistas revolucionarios, que a su vez están distribuidos en un gran número de corrientes, algunas con vinculaciones internacionales.
Es prematuro decir cómo estas corrientes se van a comportar en la coyuntura postelectoral, tanto frente a los dilemas estrictamente de la lucha de clases como frente a los de la llamada lucha interna.
Lo que nos parece cierto es que una división del PT tendría un impacto profundamente negativo para la izquierda brasileña y para la lucha socialista internacional. Incluso porque una escisión no produciría dos partidos fuertes. Por eso mismo, la izquierda del PT viene repudiando públicamente los intentos de dividir el Partido y ha buscado fortalecerse en la lucha social y en las elecciones, en la perspectiva de convertirse en mayoría en el próximo encuentro nacional.
En cualquier caso, el destino del PT no será decidido en los cónclaves internos, sino en el terreno más amplio de la lucha de clases. Por esto mismo, la izquierda se ha esforzado para radicalizar la campaña presidencial: esto aumenta las chances de victoria de Lula y, corriendo a la izquierda la correlación de fuerzas en la sociedad, plantea la posibilidad de conquistar una hegemonía de izquierda socialista y revolucionaria en el propio partido.
Notas:
(*) Walter Pomar es el vicepresidente 3º del Partido de los Trabajadores. Redactó este artículo especialmente para En Defensa del Marxismo
1. Tucano: Partido Social Demócrata, de Cardoso. Pefelista: Partido del Frente Liberal, de derecha, participa del gobierno.