En los últimos años, vieron la luz un conjunto de planteamientos, iniciativas, conferencias y llamamientos, de las más diversas corrientes políticas, referidos a los problemas que la llamada globalización planteaba al movimiento obrero de los diferentes países.
Entre las corrientes que más activamente se han planteado este problema, está la burocracia de los grandes sindicatos de los países imperialistas; en particular, la burocracia sindical norteamericana. Estas organizaciones enfrentan una persistente caída del número de afiliados como consecuencia de la tercerización y de la llamada exportación de empleos a los países atrasados. Adelantando una conclusión, podemos decir que la preocupación internacionalista de esta burocracia sindical tiene que ver con la necesidad de dar una salida a sus propias organizaciones nacionales.
Los trabajos de Dan Gallin (1) y Kim Moody (2) nos acercan a la manera en que las distintas fracciones de la burocracia de estos grandes sindicatos examinan esta cuestión.
Dan Gallin es un representante oficial de los grandes sindicatos de los países imperialistas. Es secretario general de la Unión Internacional de Trabajadores de la Alimentación y Afines (UITA) y, preside, además, la Federación Internacional de Asociaciones para la Educación de los Trabajadores.
Kim Moody, por el contrario, es un opositor. Es uno de los principales redactores de la revista norteamericana Labor Notes, que forma parte de las oposiciones democráticas y centroizquierdistas y de las burocracias de izquierda, como por ejemplo, la dirección de los Teamsters (camioneros) o la del sindicato de la industria química y atómica. Esta última es una de las principales impulsoras del Labor Party norteamericano.
Más allá de la calidad de sus planteamientos, que analizaremos inmediatamente, se trata de opiniones de peso. Representan a las direcciones de organizaciones que agrupan a decenas de millones de obreros y que están en el centro del alza de las luchas de masas que se registran tanto en Europa como en los Estados Unidos.
Internacionalismo: forma y contenido
Para Dan Gallin, a diferencia del pasado, hoy "no puede existir una política sindical efectiva, ni aún a nivel nacional, que no sea global en su concepción e internacional en su organización".
La perentoria necesidad actual de contar con una "organización sindical global" sería la consecuencia, según Gallin, de la llamada "globalización de la economía mundial" ocurrida a partir de los años 70. En consecuencia, el "internacionalismo" sería una necesidad de origen reciente.
En otras palabras, cuando Gallin reivindica el "internacionalismo" como una necesidad frente a la "economía globalizada", está condenando en bloque (como prematuros o abstractos) todos los intentos de poner en pie organizaciones obreras internacionales anteriores a la década del 70. Para decirlo más claramente, Gallin reivindica en bloque la política nacionalista de la burocracia de las grandes centrales sindicales reformistas del último siglo, que fue responsable de las enormes catástrofes sufridas por la clase obrera mundial.
Derivar, como lo hace Gallin, la necesidad del "internacionalismo" de la "globalización" capitalista es la versión más extrema del reformismo, es decir, del nacionalismo y del anti-internacionalismo. El propio Gallin lo reconoce, una vez de manera implícita; otra, de manera explícita.
"Ahora, dice, es el momento de retomar las cosas donde las dejaron las internacionales serias del pasado". Se refiere, no a la Internacional Comunista o a la IVª Internacional sino a la Internacional Socialista y a la Internacional Sindical de Amsterdam (3). Pero las únicas Internacionales realmente en serio fueron la IIIª (hasta su degeneración) y la IVª, que actuaron como partidos mundiales, es decir como auténticas organizaciones internacionales de la clase obrera. La Internacional Socialista lo mismo que su correlato sindical de Amsterdam nunca dejaron de ser una federación de partidos (o sindicatos) nacionales, los cuales, a inicios de la Primera Guerra Mundial, se subordinaron a las políticas nacionales de cada una de sus propias burguesías y condujeron al proletariado mundial a la masacre en nombre de la defensa de la patria.
Para Gallin, el primer dirigente sindical que advirtió la necesidad de marchar hacia "la organización internacional de los trabajadores industriales" fue Edo Fimmen, secretario de la socialdemócrata Federación Internacional de Sindicatos de Amsterdam. La idea central de Fimmen, según Gallin, es que "el desarrollo del capitalismo siempre ha determinado la forma de organización de sus oponentes" (4). Gallin, siguiendo a Fimmen y al reformismo clásico de la II° Internacional, considera al internacionalismo como una refracción de la corporación capitalista, a cuya evolución debe adaptarse.
Pero el internacionalismo está dictado, en realidad, por el carácter mundial de la opresión social de la burguesía; o, lo que es lo mismo, por el carácter mundial de la economía del capital y de la relación de los Estados nacionales. No es por casualidad que la Iª Internacional naciera al calor de la lucha por la independencia de Polonia y las amenazas de guerra, y que la IIIª lo fuera como consecuencia de la Primera Guerra Mundial. Es decir, de grandes crisis políticas internacionales.
Las únicas Internacionales serias es decir, las que actuaron conscientemente como organizaciones y direcciones internacionales de la clase obrera fueron las que lucharon por la dictadura del proletariado. Las organizaciones que lucharon contra la dictadura del proletariado es decir, por la dictadura del capital nunca pudieron alumbrar auténticas organizaciones internacionales de la clase obrera sino que dieron lugar a simples federaciones de partidos nacionales, aptas tan sólo para tiempos de paz social. Y no son tiempos de paz social los que tenemos por delante.
Globalización e internacionalismo
¿Cómo es esa "economía global" de la que Gallin deduce, con un razonamiento puramente reformista, la necesidad de una "organización sindical global"?
"La producción internacional, dice, se ha convertido en una característica estructuralmente central de la economía mundial () La fuerza fundamental detrás de este nuevo orden es la integración en la economía global de las nuevas naciones capitalistas y de gran parte del mundo en vías de desarrollo () Las compañías transnacionales (que) son la fuerza motriz de esta integración () están localizando sus funciones centrales en aquel país que sea más efectivo en cuanto a los costos () Esta economía global sin fronteras ha creado un mercado de trabajo mundial ". En apoyo de sus tesis, Gallin brinda una estadística verdaderamente impresionante de transferencias de empleos industriales, de servicios, e incluso de producciones sofisticadas, como software para computadoras desde Estados Unidos y Europa a los países del Tercer Mundo.
Pero Gallin nos pinta una economía mundial indiferenciada, en la que las peculiaridades nacionales han sido barridas, a fuerza de integración y de competencia. Todas las naciones han sido convertidas en víctimas de las omnipotentes compañías transnacionales que, según las propias palabras de Gallin, "están barriendo el planeta, virtualmente sin oposición". Lo que Gallin nos presenta, en definitiva, es un capitalismo sano, pujante, sin oposición y sin contradicciones.
La tendencia a la universalización de la producción y a la extensión mundial, sin embargo, es tan antigua como el capitalismo mismo. La preeminencia de la exportación de capitales sobre la exportación de mercancías que Gallin cita como prueba de la globalización fue señalada como tendencia fundamental del imperialismo por Lenin, hace más de 80 años. Lenin, recordémoslo, señaló también que la época de la descomposición capitalista se caracteriza por la preeminencia del capital financiero, sin el cual el capital carecería de la movilización necesaria para globalizarse, o sea desplazarse de una rama a otra, de un mercado a otro. Gallin lo omite por completo.
Con todo, lo más importante es que Gallin es decir, la burocracia de los grandes sindicatos de los países imperialistas no puede captar el hecho fundamental de que el capitalismo sólo puede tender a la universalización de la producción por medio del agravamiento de todas sus contradicciones internas.
Hace medio siglo, polemizando con los que sostenían la existencia de una economía mundial indiferenciada como la que hoy pinta Gallin, Trotsky escribió que "el capitalismo tiene la propiedad de tender continuamente hacia la expansión económica, de penetrar regiones nuevas, de vencer las diferencias económicas, de transformar las economías nacionales y provinciales, encerradas en sí mismas, en un sistema de vasos comunicantes, de acercar así, de igualar el nivel económico y cultural de los países más avanzados y más atrasados () Pero al aproximar económicamente a los países y al igualar el nivel de su desarrollo, el capitalismo obra con sus métodos, es decir, con métodos anárquicos, que zapan continuamente su propio trabajo, oponiendo un país y una rama de la producción a otra, favoreciendo el desenvolvimiento de ciertas partes de la economía mundial, frenando o paralizando el de otras. Sólo la combinación de estas dos tendencias fundamentales, centrípeta y centrífuga, nivelación y desigualdad, consecuencias ambas de la naturaleza del capitalismo, nos explica el vivo entrelazamiento del proceso histórico () A causa de la universalidad, de la movilidad, de la dispersión del capital financiero, que penetra en todas partes, de esta fuerza animadora del imperialismo, éste acentúa aún estas dos tendencias. El imperialismo une con mucha más rapidez y profundidad en uno solo los diversos grupos nacionales y continentales; crea entre ellos una dependencia vital de las más íntimas; aproxima sus métodos económicos, sus formas sociales, sus niveles de evolución. Al mismo tiempo, persigue ese fin, que es suyo, por procedimientos tan antagónicos, dando tales saltos, efectuando tales razzias en los países y regiones atrasados, que él mismo perturba la nivelación de la economía mundial, con violencias y convulsiones que las épocas precedentes no conocieron" (5). La crisis actual, con todo, es mucho más incluso que una de esas gigantescas razzias de las que hablaba Trotsky.
"La llamada globalización es una mistificación, una cobertura ideológica cuya función es ocultar el agudizamiento de la competencia y de la anarquía capitalistas y la violentísima fragmentación y descomposición social provocadas por el agravamiento de la crisis (capitalista)" (6). Como veremos, el planteo sindicalista-internacionalista basado en esta mistificación burguesa es también, él mismo, una mistificación.
Estado-nación e internacionalismo
El grado verdaderamente excepcional de internacionalización que ha alcanzado la producción capitalista es decir, las fuerzas productivas sociales se encuentra en violenta contradicción con el carácter nacional y cada vez más privado de la propiedad capitalista. Conforme el capitalismo se expande y la producción se internacionaliza y socializa, la propiedad del capital se concentra y se centraliza en un número cada vez menor de manos. La llamada globalización del capitalismo es una ficción porque encubre, precisamente, que cuanto más globalizada es la producción capitalista y la reproducción del capital, más exclusivamente nacional es la burguesía que monopoliza ese capital.
Dan Gallin resuelve todas estas contradicciones que amenazan con provocar una catástrofe a cada paso, decretando la "irrelevancia de los Estados nacionales", cuyos "agentes económicos, políticos y sociales no tienen ningún control sobre las fuerzas externas". En otras palabras, los Estados habrían sido reemplazados por la dictadura del mercado global y de las compañías trasnacionales que, a su turno, se habrían liberado de sus ataduras nacionales.
Esto tampoco existe en el mundo real. La Ford no es una empresa trasnacional; es un pulpo imperialista norteamericano, al igual que IBM, Boeing o el Citibank de la misma manera que la Mercedes-Benz es alemana o la Toyota japonesa. El enorme proceso de fusiones que ha acompañado la globalización, y que agudizó y aceleró la concentración y centralización del capital, aumentó el copamiento de unos grupos nacionales por otros.
En los países oprimidos, los Estados nacionales parecen haber perdido sus atributos soberanos como consecuencia de la ofensiva del capital financiero, pero las recientes medidas de Estados como Malasia, que declaró la inconvertibilidad de su moneda, o de Hong Kong, que procedió a intervenir en la bolsa y el mercado de cambio, ponen también de manifiesto los progresos de la centralización y de la burocracia de los diferentes Estados nacionales. Después de todo, ¡son capaces de manejar una deuda externa sin parangón en la historia!
Pero todavía más falso es afirmar que el Estado se ha vuelto "irrelevante" en las naciones opresoras, donde el entrelazamiento entre el aparato estatal y los principales monopolios nacionales se ha vuelto extremadamente íntimo. Pero incluso aquí, el Estado es capaz de arbitrar los procesos de fusiones y en los movimientos especulativos.
¿Es acaso "irrelevante" el Estado norteamericano, que jugó el papel central en el impulso a la fusión de las empresas aeronáuticas y de la defensa para pulverizar la competencia europea, debilitada, entre otras cosas, porque no responde a un Estado único? Tal es el grado de entrelazamiento entre el Estado y los pulpos norteamericanos de la defensa que es difícil separar, en la política de expansión de la Otan hacia el Este que impulsa el gobierno de Clinton, el interés estratégico del imperialismo norteamericano de cercar a Rusia del interés comercial de la McDonnell-Douglas-Boeing y de la Raytheon de vender sus aviones, misiles y radares a los países del desaparecido Pacto de Varsovia. ¿Puede calificarse como "irrelevante" el papel de un Estado cuyas empresas de defensa son proveedoras de los dos tercios de los ejércitos mundiales?
¿Es "irrelevante" la política monetaria norteamericana, que fue el principal detonante de la crisis en Asia, donde ahora el imperialismo norteamericano está utilizando todos los medios a su disposición económicos, políticos, diplomáticos y hasta militares para derrumbar la resistencia de las burguesías asiáticas y apoderarse de los activos y los mercados de sus competidores quebrados?
Salta a la vista que la llamada globalización no ha tornado "irrelevantes" a los Estados nacionales. Al contrario, la agudización de todas las contradicciones sociales, nacionales, regionales, entre las distintas ramas de la economía propias del capitalismo exigen que el Estado juegue un papel de arbitraje todavía más activo que en el pasado. Se trata de un arbitraje tan brutal que ha derrumbado todos los velos que presentaban a la democracia como la encarnación de la voluntad popular o del bien común para dejarla al desnudo tal cual es, como la dictadura del capital financiero. La conclusión necesaria del reconocimiento del papel del Estado como una dictadura descarnada del capital financiero es la necesidad de acabar con él, es decir, derrocar a la democracia.
¿Por qué Gallin, y muchos con él, repite una tesis que es falsa a todas luces? Porque juega una función política: evitar a toda costa la lucha de las masas contra los Estados nacionales, es decir, contra la burguesía. El propio Gallin lo confirma con todas las letras al plantear, como una de las tesis fundamentales de su trabajo, que "el remedio tradicional, consistente en tratar de conseguir el poder en el contexto nacional () se ha quedado anticuado e ineficaz". Claro que, quien renuncia a tomar el poder, lo deja conscientemente en manos de quienes lo detentan. Así, con la excusa de un supuesto internacionalismo, se veta la lucha de los explotados por el poder político. Este ha sido siempre el papel histórico que han jugado las direcciones contrarrevolucionarias.
Como se ha señalado en el VIII° Congreso del Partido Obrero, "para la izquierda desmoralizada y la burocracia sindical, la mistificación globalizadora es una justificación ad hoc de su política de abandono de la lucha de clases y de su integración al Estado y al orden imperialista" (7).
El verdadero internacionalismo está en las antípodas de desconocer los Estados nacionales y condenar la lucha por el poder político en el marco nacional en nombre de "una política () global en su concepción e internacional en su organización". El internacionalismo es la lucha a muerte en el propio país por el derrocamiento de la propia burguesía y por la instauración de la dictadura del proletariado. Porque sólo así se debilita la dominación mundial de la burguesía y se facilita la lucha de los trabajadores de todo el mundo contra sus propios explotadores.
Democracia e internacionalismo
Gallin demuestra que cuando una empresa transfiere empleos e ingresos del centro a la periferia, no se produce "un honesto intercambio uno por uno": en los países atrasados no se crea el mismo número de empleos (ni con los mismos salarios) que los que son destruidos en los países adelantados. Para Gallin esto obedece a la represión y a las dictaduras de Europa del Este, América Latina y que todavía sufren en el Asia: "lo que ahora estamos contemplando son los efectos de décadas de represión, de violencia armada y de miedo".
El lector atento descubrirá inmediatamente la contradicción en que cae Gallin. La represión es, típicamente, la función del aparato del Estado. ¿Por qué, entonces, el marco del Estado nacional es "inadecuado e ineficaz" para que los trabajadores se defiendan, mediante el ejercicio del poder político, de los ataques de los capitalistas, y no lo es para que los capitalistas ataquen a los trabajadores?
Según Gallin, el dominio de las compañías trasnacionales ha dejado a la "democracia indefensa"; "la amenaza a la democracia es ahora universal y alcanza a todas las regiones y zonas político-económicas (porque) la democracia no puede sobrevivir si el capital trasnacional tiene éxito en imponer sus soluciones económicas a nivel mundial".
Gallin no oculta la matriz imperialista de la democracia que defiende. Así, sostiene que "el actual ataque contra el movimiento sindical es un intento contrarrevolucionario que se alza contra la revolución democrática que la Resistencia realizó en Europa, contra el New Deal en los Estados Unidos () y también contra la democratización de posguerra en Japón".
Para Gallin, la defensa de esta democracia "debe ser el imperativo categórico del movimiento sindical", sin percibir que todo imperativo categórico, incluso el de la democracia, es totalitarismo.
La defensa de la democracia es la consigna del imperialismo y del gran capital; no del proletariado. Esto es evidente si se considera que la penetración política y económica más profunda del imperialismo norteamericano en América Latina está teniendo lugar bajo la cubierta de la democracia; que la destrucción de la economía estatizada en los países del Este y la privatización en masa y los ajustes estructurales del FMI se hicieron en nombre de la democracia; y que ahora, en Asia, la democracia es la carta que está jugando el imperialismo para enfrentar las crisis mortales de los regímenes de la región y para hacerles pagar a los explotados los costos del derrumbe económico.
La defensa de la democracia imperialista desnuda el carácter crudamente nacionalista del planteo internacional de la burocracia sindical de estos países: para los dirigentes sindicales de los Estados Unidos y Europa, si se extendieran a todo el mundo los regímenes laborales, ambientales y sanitarios que rigen en sus países, se acabaría la competencia desleal del trabajo barato de los países atrasados y se frenaría la exportación de empleos y de ingresos.
Es a todas luces evidente que la clase obrera debe luchar contra las dictaduras. ¿Pero cómo hacerlo sin luchar contra los Estados nacionales de esas dictaduras? Se deja el lugar, en caso de no hacerlo, a los recambios democratizantes.
Más importante todavía. ¿En nombre de qué debemos defender esas conquistas y esas libertades democráticas? ¿En defensa del statu quo? ¿En defensa de un régimen político y social cuya descomposición está arrastrando a la humanidad a la barbarie?
La clase obrera debe defender sus conquistas y sus libertades con sus propios métodos y en nombre de su propio programa, la supresión de la explotación capitalista.
El "movimiento sindical global"
Gallin sostiene que "no estamos en un debate sobre quién tiene las mejores ideas sino en un debate sobre el poder. En consecuencia, el problema es de organización". La superación de la crisis del movimiento obrero mundial vendría, entonces, de "aprender a pensar de modo global" y reorganizar al movimiento sindical, en consecuencia.
En esta dirección, Gallin propone destinar más recursos a las actividades internacionales, fusionar sindicatos pequeños y cambiar el centro de gravedad del movimiento sindical mundial de las centrales sindicales nacionales a las federaciones internacionales por rama industrial.
Saltan a la vista de inmediato las impresionantes limitaciones de este planteo.
En primer lugar, porque la política de fusiones de sindicatos y de mayores recursos que Gallin propone a nivel internacional ya se llevó adelante en la central sindical más importante del planeta: la AFL-CIO norteamericana. La dirección encabezada por John Sweeney ganó la dirección de la central con el programa de destinar mayores fondos para la organización de los trabajadores y de promover las fusiones para crear sindicatos más fuertes. Al cabo de dos años, todo el experimento ha terminado en un fracaso: el propio Sweeney debió despedir al responsable de llevar adelante estas tareas como consecuencia de la oposición que había despertado en el seno de la propia dirección de la AFL-CIO.
En segundo lugar, y por sobre todo, porque si los sindicatos fracasaron en impedir la ofensiva capitalista contra el empleo y las condiciones de trabajo no fue por falta de recursos sino por la sistemática política de colaboración de clases y de subordinación a la burguesía y su Estado la democracia que llevó adelante la burocracia que los dirige.
En definitiva, lo que Gallin nos presenta como salida es una versión global de la misma política.
Kim Moody: los planteos del ala izquierda
¿Cuál es la visión del ala izquierda de la burocracia sindical norteamericana frente a la cuestión de la "organización obrera internacional". El trabajo de Kim Moody, que representa orgánicamente a este sector, presenta una visión del mundo mucho más realista que la de Gallin.
Para Moody, la globalización no ha creado una economía mundial indiferenciada: "el capitalismo es ahora global, pero la economía mundial continúa fragmentada y altamente desigual () la antigua división Norte-Sur se ha profundizado en términos de ingresos para la mayoría". Tampoco el capitalismo globalizado es todopoderoso: "los contornos del capitalismo globalizado son ahora evidentes, como lo son también sus puntos débiles". Ni es "irrelevante" la lucha contra los Estados nacionales: "El Estado no ha desaparecido; a lo sumo ha cambiado de dirección () El más básico carácter distintivo de un efectivo internacionalismo para este período es la capacidad de la clase obrera de oponerse a toda la agenda del capital trasnacional y sus políticos en sus propios patios traseros ()".
La verdadera superioridad del trabajo de Moody, sin embargo, radica en otro lado: su revista de las luchas obreras de la década del 90, algo que está por completo ausente del análisis de Gallin.
Para Moody, "hay signos de que ha comenzado una rebelión contra la globalización capitalista, sus estructuras y sus efectos. En los Estados Unidos, en 1996, las estadísticas de huelgas, aunque todavía muy bajas, crecieron por primera vez en años; el número de huelgas de más de 1.000 trabajadores pasó de 195 en 1995 a 237 en 1996. En España, Italia, Francia, Alemania y Gran Bretaña hay ahora un significativo crecimiento en los niveles de acción sindical. La rebelión tiene lugar, en distintos niveles, a ambos lados de la división Norte-Sur () Los empleados públicos, que tienen una mayor proporción de mujeres, engrosaron las huelgas de masas en muchos países, reflejando el nuevo papel de las mujeres, tanto en la clase obrera como en los sindicatos () En el centro de la rebelión, está la clase obrera y sus organizaciones más elementales, los sindicatos".
"El retorno a la acción sindical en los 90, continúa Moody, se diferencia del levantamiento obrero de 1967/75 de varias maneras. Mientras todavía no tiene la escala de los 60, no es todavía un levantamiento, pero es más general, afectando no sólo a las naciones más desarrolladas sino también a muchas de las naciones más industrializadas del Tercer Mundo. Como el proceso que impulsa a más trabajadores a la acción, la propia rebelión es más auténticamente global que en cualquier época del pasado () Globalmente, el sindicalismo independiente ahora agrupa a un mayor número de trabajadores que en cualquier otro momento de la historia () Esto señala una de las más sugestivas ideas estratégicas del período: el potencial para una acción común entre los viejos sindicatos del Norte y el movimiento social en las naciones del Sur".
Esta "rebelión internacional en perspectiva", señala Moody, es tanto más notable cuanto que "los dirigentes oficiales de los sindicatos son luchadores a disgusto () obligados a pelear batallas que no hubieran querido dar". Moody denuncia que "muchos de los principales dirigentes sindicales son partidarios de un nuevo realismo que dice que hay que adherir a las consideraciones empresariales, que la cooperación con las gerencias es el medio para tal fin y que la asociación con el capital nacional o regional es la vía para la estabilización del empleo () Lo que estos dirigentes tienen en común es su compromiso con la flexibilidad en las empresas y en el mercado de trabajo". Esta burocracia, continúa Moody, se sostiene por la verticalización de los sindicatos: "la falta de democracia y de responsabilidad de los dirigentes () es una seria debilidad ahora que los sindicatos vuelven a la lucha. La lucha por la democracia sindical debería convertirse en parte de la agenda para el cambio, si los sindicatos quieren jugar un papel efectivo".
En resumen, para Moody, la situación del movimiento obrero mundial se caracteriza por la contradicción, creciente e insuperable, entre la tendencia de las masas explotadas a luchar contra el capitalismo y sus gobiernos, que se desarrolla internacionalmente, y la política de las direcciones sindicales, de cooperación con los capitalistas de sus países y sus Estados. Lo que está en debate, en consecuencia, "no es acerca de jurisdicciones o de estructuras sino acerca de orientación"; es decir, acerca de la política que deben seguir las organizaciones obreras. ¿Qué plantea el ala izquierda de la burocracia sindical norteamericana?
Movimientismo e internacionalismo
La superación de la contradicción entre las tendencias combativas de las masas y las tendencias reaccionarias de las direcciones sindicales pasa, según Moody, por la promoción de una nueva dirección y un nuevo modelo sindical: el "sindicalismo del movimiento social" o "sindicalismo movimientista".
"En el sindicalismo movimientista, ni los sindicatos ni sus afiliados son pasivos de manera alguna. Los sindicatos toman un activo liderazgo en las calles y en la política. Se alían con otros movimientos sociales, pero ofrecen una visión y contenido de clase que provee un cemento mejor que el que usualmente mantiene unido a las coaliciones electorales o temporales. El sindicalismo movimientista implica una activa orientación estratégica que usa lo más fuerte de los explotados y oprimidos de la sociedad, generalmente los trabajadores organizados, para movilizar a aquellos que son menos capaces de sostener una movilización propia: los pobres, los desempleados, las organizaciones vecinales () La idea del sindicalismo movimientista es un movimiento sindical cuyas bases se extienden mucho más allá de las puertas de la fábrica y cuyas reivindicaciones incluyen amplios cambios sociales y económicos". Como ejemplo de este "sindicalismo movimientista", Moody presenta a los sindicatos de Brasil, donde la CUT articula con el Movimiento Sin Tierra y "otros movimientos populares urbanos".
Para Moody, "sobre todo, el sindicalismo movimientista es una perspectiva a ser peleada en una escala internacional" y, en consecuencia, "es necesaria una corriente internacional para defender las ideas y la práctica del sindicalismo movimientista".
¿Qué clase de orientación política es el movimientismo sindical? O, más exactamente, ¿qué contenido de clase tiene la orientación movimientista que defiende la oposición sindical norteamericana?
Detrás del planteo de la necesidad de un amplio movimiento social subyace la tesis fundamental de que la agenda obrera, como tal, se ha agotado y que la propia división de la sociedad en clases, que defienden intereses irreconciliables, ha sido superada por la aparición de nuevos actores sociales. El programa obrero debe ser reemplazado, entonces, por programas amplios, que representarían a un grupo heterogéneo de diversos sectores y actores sociales, que superen la vieja agenda obrera del derrocamiento de la burguesía, de la toma del poder por la clase obrera, de la expropiación del capital, de la dictadura del proletariado (como punto de partida para la reorganización de la sociedad sobre nuevas bases). En resumen, lo que ha sido superado son los objetivos históricos del proletariado como clase. Pero en la misma medida en que renuncia a los intereses históricos del proletariado, el movimientismo renuncia al internacionalismo y se encierra en el particularismo de los diferentes actores sociales de cada país.
El movimientismo sindical levanta como programa un conjunto de reivindicaciones plenamente compatibles con la propiedad capitalista y con la dominación social de la burguesía. Por ejemplo, Moody plantea lanzar "una campaña internacional por la efectiva reducción de la jornada de trabajo" (para combatir el desempleo).
Ya hemos señalado en otros trabajos que "pretender que la desocupación puede ser eliminada bajo el capitalismo por la reducción de la jornada de trabajo es una ilusión reformista, o mejor dicho, un reformismo iluso. Sólo sería posible si se cumplieran, al mismo tiempo, dos condiciones, ambas irrealizables bajo el capitalismo. La primera, que no hubiera posibilidad de progreso técnico que permita compensar la reducción de las horas trabajadas mediante la elevación de la productividad y la intensificación del trabajo. La segunda, que la burguesía fuera incapaz de aumentar la oferta de trabajo mediante el fomento de la inmigración u otras medidas y, en consecuencia, de agudizar la competencia entre los obreros. La reducción de la jornada nunca ha servido para terminar con la desocupación; y nunca lo hará" (8).
La historia no sólo demuestra que la dominación social de la burguesía es perfectamente compatible con la reducción de la jornada de trabajo. Demuestra también que estas reducciones fueron conseguidas, siempre, como un subproducto de la acción revolucionaria de las masas, cuando éstas pusieron en cuestión el poder político de la burguesía. En última instancia, fue la Revolución de Octubre, y el temor de la burguesía a su extensión, lo que la llevó a aceptar la jornada de ocho horas.
Otro tanto puede decirse de la campaña internacional que propone Moody por "la cancelación de la deuda (externa) del Tercer Mundo", lo cual debería producir un acuerdo mundial entre deudores y acreedores, es decir entre el imperialismo y las burguesías nacionales. Veamos exactamente lo que dice Moody: "en el dominio de la política internacional, la renegociación de los acuerdos comerciales debe ser parte de un programa de largo alcance. Pero en términos de la política (internacional) del momento, hay un objetivo que puede atraer más que cualquier otro como nivelador hacia arriba: la cancelación de la deuda del Tercer Mundo". En otras palabras, la consigna de la deuda está inscripta en una estrategia de largo plazo de acuerdos mundiales entre las potencias, es decir entre los burgueses del Norte y los del Sur.
El objetivo estratégico del movimientismo sindical es, en última instancia, la incorporación de cláusulas sociales en el Nafta, en el Mercosur y en la Organización Mundial de Comercio. La política del ala izquierda de la burocracia sindical norteamericana aparece así como el complemento social de la política internacional del capitalismo norteamericano.
No es casual que el sindicalismo movimientista que plantea Moody, en nombre de la burocracia opositora, tenga enormes puntos de contacto con los planteos que hace Gallin. Dice Gallin: "un elemento esencial en la estrategia internacional del movimiento obrero (es) la construcción de amplias coaliciones populares, con el movimiento sindical en su centro, pero aunando muchos grupos cívicos, movimientos específicos y otros colectivos populares". Semejantes amplias coaliciones sólo pueden jugar el papel, en el plano de cada país, de base de apoyo para los gobiernos de izquierda como los de Jospin, Blair y, eventualmente, de Lula, es decir, convertirse en la pata social de los gobiernos del gran capital.
Por la refundación inmediata de la IVª Internacional
La agenda que se agotó es la que durante medio siglo impusieron las burocracias y las direcciones contrarrevolucionarias al movimiento obrero mundial: la colaboración de clases, las mejoras en el cuadro capitalista, la subordinación política al Estado capitalista democrático. Esta política ha llevado a la destrucción de todas las "organizaciones obreras internacionales" existentes. Es imposible, por lo tanto, construir una "organización obrera internacional" con nuevas versiones de la antigua política.
La construcción de una "organización obrera internacional" equivale a reconstruir la agenda obrera, es decir el programa político del proletariado. Su punto de partida será entonces, inevitablemente, la independencia política del proletariado respecto de los explotadores y sus Estados y el método de las reivindicaciones transicionales que partiendo de las necesidades imperiosas de las masas y de su actual nivel de conciencia, las llevan a plantearse la cuestión del poder político.
Los planteamientos internacionales de la burocracia sindical, tanto oficialista como opositora, son mortalmente hostiles al internacionalismo proletario. Una organización obrera verdaderamente internacional por su organización, por sus objetivos y por su papel efectivo en la lucha de clases es inseparable de un programa auténticamente internacionalista, es decir, del programa de la IVª Internacional.
Notas:
1. Dan Gallin, "Marcando las líneas de batalla"; en Revista de Trabajo, junio de 1995. En todos los casos, los diferenciados son nuestros.
2. Kim Moody, "Hacia un sindicalismo internacional del movimiento social"; en The New Left Review, junio de 1997. En todos los casos, los diferenciados son nuestros.
3. Federación Internacional de Sindicatos de Amsterdam
4. Edo Fimmen, "La alternativa laboral. Los Estados Unidos de Europa o Europa SA"; citado por Dan Gallin, diferenciados nuestros.
5. León Trotsky, "Crítica al programa de la Internacional Comunista"; en Stalin, el gran organizador de derrotas; Editorial El Yunque, Buenos Aires, 1974 (diferenciados nuestros).
6. "Resolución sobre la situación internacional. Aprobada por el VIII° Congreso del PO", En Defensa del Marxismo, N° 16, diciembre de 1996.
7. Idem.
8. Luis Oviedo, "La crisis capitalista y la política social de la burguesía"; En Defensa del Marxismo, N° 20, mayo/junio de 1998.