1. Crisis mundial
El período transcurrido entre el VIIIº Congreso del PO (diciembre de 1996) y la actualidad (mayo de 1998) está dominado por un agravamiento sin precedentes de la crisis capitalista que ya ha comenzado a provocar explosiones revolucionarias.
El análisis de conjunto del período puede sintetizarse así: en el lapso de los diecisiete meses transcurridos entre uno y otro Congreso, hemos pasado de gruesas manifestaciones de la tendencia a la crisis al estallido de ésta en Asia y, en el plano político, a nuevas acciones revolucionarias de masas, como las que derrocaron a Suharto en Indonesia.
La crisis asiática es infinitamente más grave de lo que están dispuestos a admitir los teóricos del capitalismo. No se trata de una mera crisis bursátil y, mucho menos, de una crisis regional o episódica. Es una crisis económica, financiera, monetaria e industrial que engloba al capitalismo mundial en su conjunto, que se sitúa en el cuadro más amplio de un conjunto de crisis económicas sucesivas (México, Brasil, Argentina, quiebra de pulpos históricos, fusiones), y que tiene por epicentro la inflación bursátil de Estados Unidos y su contenido estallido económico. Es una crisis del sistema capitalista mundial que ha recorrido todo un desarrollo convulsivo desde la declaración de la inconvertibilidad del dólar, en 1971, (inconvertibilidad que es, a su vez, la culminación de todas las contradicciones acumuladas a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial). La crisis en curso pone en evidencia el agotamiento del ciclo abierto en 1989/91 de ofensiva política, ideológica y económica de la burguesía mundial ligado a la resolución transitoria en favor del imperialismo de las crisis revolucionarias en Alemania y la ex URSS.
Asia
La crisis asiática se ha ido extendiendo a un número cada vez mayor de países y de importancia creciente dentro de la economía mundial. Cada vez que se la dio por cerrada, resurgió con mayor fuerza y un poder destructivo superior. Cuando se afirmó que había sido conjurada en Tailandia, estalló en Corea. Luego se trasladó a Indonesia y Malasia. Cuando se anunció que había sido superada en Corea con el acuerdo para la refinanciación de su deuda externa se volvió a agudizar en Japón y a trasladarse a China, donde las presiones deflacionarias se han hecho muy intensas. Hay caída de los precios, de beneficios y desvalorización de los capitales invertidos.
Japón es la segunda potencia imperialista y el primer acreedor mundial. Su sistema bancario está en quiebra (acumula montañas de millones de préstamos incobrables). La economía japonesa se contrae a pesar de los repetidos, y cada vez mayores, paquetes de reactivación. Como consecuencia, Japón acumuló una enorme deuda pública (duplica su PBI). Cuando las posibilidades de una reactivación de la economía japonesa ya estaban agotadas, la crisis de Indonesia le dio otro golpe demoledor: los bancos japoneses son sus principales acreedores.
El papel de China en la economía mundial y en el desenvolvimiento de la crisis se puso en evidencia cuando la Bolsa de Wall Street cayó severamente como consecuencia de la caída de la Bolsa de Hong Kong, que constituye la bisagra entre China y el mercado mundial. También en China, el sistema bancario está en quiebra. Su comercio exterior enfrenta la caída de la demanda de los restantes países asiáticos. Hong Kong, sometida a una fuerte presión devaluatoria, ha conseguido, por ahora, evitarla por el socorro de China, lo que constituye una confiscación de las masas chinas en beneficio de la especulación mundial. Una devaluación en Hong Kong agravaría enormemente la tendencia a la desvalorización de los capitales especulativos, primero, y productivos, enseguida.
Derrumbe ideológico de la burguesía
El estallido de la crisis ha provocado un colapso ideológico en la burguesía.
La burguesía mundial no previó el estallido de la crisis ni tampoco pudo señalar su gravedad, alcances, implicancias, repercusiones y alternativas, cuando la tuvo encima. La crisis ha desmentido violentamente el conjunto de los macaneos neoliberales y pone en evidencia el carácter alienador del mercado.
Según la teoría neoliberal, Japón reunía todos los requisitos del éxito económico: alto ahorro interno, bajos salarios, bajo consumo, alta inversión, gran productividad. Fueron precisamente estos factores los que empujaron a Japón a la crisis, al poner más rápidamente que en otros países las contradicciones de la reproducción del capital: sobreinversión de capital productivo en relación con el consumo de las masas; sobreacumulación de capital en todas sus formas (financiero, ficticio) en relación con las posibilidades de beneficios del capital productivo; hipertrofia de las economías nacionales con relación a la capacidad de consumo internacional; sobreacumulación de capital en relación con los múltiples capitales que se disputaban el mismo mercado mundial.
Otra evidencia del derrumbe ideológico de la burguesía es su caracterización de la crisis, limitada al modelo asiático. Es decir, que pretende dar una explicación parcial, particular, regional, circunscripta, a una crisis que estalla después de quince años de una globalización, que habría barrido a las economías nacionales y creado una única e indivisible economía global.
Lo que se denomina como peculiaridades asiáticas la extrema fusión entre el capital bancario e industrial; el entrelazamiento profundo entre el capital privado y el Estado es una refractación de la tendencia general del capitalismo mundial a la centralización del capital por medio de fusiones, adquisiciones y reestructuraciones. Se trata de una tendencia tan poderosa que la prensa imperialista señala que cualquier intento del gobierno norteamericano de ponerle un límite, por la monopolización que entraña, provocaría inmediatamente una deflación mundial. La llamada crisis asiática sólo puede ser caracterizada como una expresión concentrada de la crisis mundial del capitalismo.
Anarquía y sobreproducción
La sobreinversión del capital productivo es la consecuencia de la intensa racionalización capitalista operada en las últimas dos décadas.
En su lucha por sobrevivir en mercados cada vez más saturados de mercancías, los capitalistas están obligados a invertir para obtener sistemáticas ganancias de productividad para desplazar a sus competidores, incluso en aquellos mercados donde la capacidad de producción excedente es manifiesta.
Lo característico de la racionalización capitalista es que el capital que destruye para sustituirlo por técnicas y métodos de organización más rentables, puede ser mayor que las inversiones nuevas. La inflación de los capitales en acciones reforzó, además, esta sustitución, porque permitió a los capitalistas financiar en forma más barata sus nuevas inversiones.
Los métodos de la racionalización capitalista explican que, junto al constante reemplazo de capital productivo viejo por nuevo, aumentan, al mismo tiempo, las tasas de desocupación y el valor de la masa de capital desplazado de la producción.
La anarquía inherente al modo de producción capitalista se convierte, de esta manera, en un factor que incrementa excepcionalmente el exceso de inversiones y la sobreproducción. Lo racional para el capitalista considerado aisladamente, es absolutamente irracional para el capitalismo tomado en su conjunto; en otras palabras, la racionalidad del capitalista desnuda la completa irracionalidad del capitalismo.
El dólar y la economía mundial
El factor que detonó la crisis asiática es la contradicción, cada vez más aguda y manifiesta, entre la tendencia a la internacionalización de las fuerzas productivas y la incapacidad del capitalismo para superar al particularismo nacional.
Desde 1971, con la disolución del sistema monetario internacional vigente, el dólar norteamericano pretendió convertirse en patrón monetario internacional, pero sin dejar de ser nunca la moneda nacional de los Estados Unidos, regulada por los intereses del capital norteamericano.
Al lado de esta contradicción, se ha desarrollado otra. La sobreacumulación de capital en todas sus formas no solamente infló el valor del capital en acciones, también lo hizo con las monedas vinculadas a esa inflación de capitales. La sobrevaluación así producida del dólar le dio a Estados Unidos un privilegio especial para apoderarse de los mercados de capitales de otros países a valores relativos ventajosos. Con el tiempo, este proceso produjo una valorización general de las monedas atadas al dólar, esto respecto del oro y respecto de las monedas que estaban fuera de la órbita especulativa impulsada desde Estados Unidos.
Esta valorización especulativa, sin embargo, no demoró en entrar en contradicción con las necesidades comerciales de las naciones involucradas, las que para ello necesitan un abaratamiento de sus exportaciones y, por lo tanto, la desvalorización de sus monedas. La contradicción entre la valorización especulativa y la necesidad de una desvalorización comercial estalló cuando Tailandia decidió devaluar porque ya no le cerraba el déficit de su comercio exterior. Esto desencadenó un proceso de devaluaciones, o mejor dicho, desnudó el carácter ficticio de la valorización de capitales, que había superado largamente sus posibilidades de reproducción.
La contradicción entre el desarrollo internacional que han alcanzado las fuerzas productivas y el carácter nacional de los capitales, las monedas y los Estados está en la base de la crisis actual, que revela así su carácter mundial, no de modelos o políticas sino del régimen social capitalista. Esta contradicción es insuperable bajo el capitalismo porque todo intento de crear una moneda mundial significa darle un carácter internacional a una determinada moneda nacional, es decir, equivale a llevar esta contradicción al paroxismo.
Estados Unidos y Asia
El imperialismo norteamericano y el europeo son el factor más dinámico y activo de la crisis.
En el transcurso de la crisis, el FMI y el Tesoro norteamericano no salieron al rescate de ninguno de los grupos capitalistas o países en quiebra. Al contrario, bloquearon sus posibles salidas, como la pretensión de Japón de establecer una especie de FMI asiático (para aislar la fluctuación de las monedas asiáticas frente al dólar) o la posibilidad de una estatización de la deuda privada coreana que impidiera la quiebra de sus principales grupos industriales. Estados Unidos (y también Europa) impulsaron la crisis a fondo, y la hicieron más aguda y violenta para apoderarse de los despojos de sus competidores quebrados. En este sentido, puede decirse que el FMI fue el factor más revolucionario en la crisis asiática, como lo prueba el hecho de que forzó al gobierno indonesio a decretar el aumento de combustibles que desató la rebelión popular que terminó derrocándolo.
Quien se suponía que debería actuar como prestamista de última instancia, se presentó, en la realidad de la crisis, como un acreedor que viene a la ventanilla de cobro. El imperialismo norteamericano agrava la crisis, incluso artificialmente, para despedazar a sus competidores, para copar sus mercados, para monopolizar sus fuentes de materias primas y apoderarse de sus activos. Está incluso obligado a hacerlo aun a riesgo de desatar como en Indonesia revoluciones o reacciones nacionalistas porque el vacío que él no ocupe lo ocuparán sus competidores.
Estados Unidos: el corazón de la crisis
El punto que separa al Partido Obrero de la inmensa mayoría de los que analizan la crisis mundial es la caracterización de que, para nosotros, el corazón de la crisis está en los Estados Unidos.
La crisis mundial al mismo tiempo que disimula por un corto tiempo la crisis económica norteamericana acelera su explosión. Con el derrumbe de los mercados asiáticos, de Rusia, de Europa del Este, de América Latina, los capitales se refugian en los Estados Unidos. Así, los Estados Unidos aparecen como un factor de estabilización. La Bolsa de Wall Street sube porque las demás bajan; los capitales norteamericanos se valorizan porque los demás se desvalorizan; el capital norteamericano progresa a nivel mundial provocando el derrumbe del capital asiático y europeo. Pero precisamente por esto, Estados Unidos es el mayor factor de desestabilización económica mundial.
Como consecuencia de la fenomenal valorización de la Bolsa de Wall Street, Estados Unidos es el país que sufre el mayor exceso de capital en todo el mundo. Las cotizaciones de la Bolsa no guardan ninguna relación con los rendimientos que obtienen las empresas norteamericanas: la relación porcentual de esos beneficios con relación al valor de sus acciones, es irrisoria, lo que significa que el capital norteamericano es el más sobrevaluado de todo el planeta.
La Reserva Federal alimenta la especulación mediante una política emisionista. Actúa como un conductor que ha sobrepasado todos los límites de velocidad, pero está obligado a seguir apretando el acelerador. Debe actuar así porque si se cae la especulación bursátil norteamericana, las quiebras del Asia se extenderán a todo el mundo, y en particular, a los Estados Unidos. Además, Estados Unidos cuenta con superávit fiscal gracias a los impuestos que gravan los beneficios ficticios derivados de la valorización ficticia de las acciones; una caída bursátil llevaría a una crisis fiscal de envergadura.
El ingreso de capitales refugiados está revalorizando el dólar frente a las demás monedas, lo que lleva a los Estados Unidos a sufrir el mismo proceso que hasta hace poco él mismo provocó en los países del Asia: el déficit comercial sube, sube y sube, lo que desata las protestas de los capitalistas ligados al mercado interno y a las exportaciones. Esto ha provocado un agravamiento de las divisiones en la burguesía norteamericana, que se manifiesta en las polémicas sobre el aporte de 18.000 millones de dólares al FMI, las críticas al Nafta y la negativa del Congreso a darle a Clinton los poderes especiales necesarios para negociar un acuerdo de libre comercio con los países latinoamericanos. Una victoria de la banca de inversión y del capital internacionalizado, que defienden la política de valorización del dólar (para proceder a una recolonización norteamericana del Asia a precios de regalo), provocaría una inundación de exportaciones asiáticas a los Estados Unidos (complemento de la apertura de los mercados financieros asiáticos a los norteamericanos) y un paralelo retroceso de la burguesía industrial norteamericana. Estas divergencias se manifiestan en el plano estratégico: la oposición de la banca de inversiones internacionalizadas a una cartelización de la economía mundial (división de zonas entre países imperialistas) que restrinja las posibilidades de penetración del capital norteamericano.
Pero son precisamente los bancos los que enfrentan las peores contradicciones ya que, como consecuencia de la crisis, el gran capital financiero norteamericano presenta un potencial de quiebra que no tiene parangón en el mundo entero.
El monto de los llamados contratos derivativos que sirven para asegurar a los capitalistas contra las fluctuaciones de las monedas o las tasas de interés y que les sirve mucho más para especular contra las monedas y las políticas monetarias de los diferentes países y que durante 25 años crearon la ilusión de un sistema monetario equilibrado que tienen anudados los bancos norteamericanos se estima en 25 billones de dólares. En consecuencia, los 25 mayores bancos norteamericanos han acumulado un riesgo crediticio potencialmente incobrable muy superior a sus propios capitales.
El conjunto de las contradicciones económicas que acumula el capitalismo norteamericano como consecuencia de la crisis mundial empalma con un colosal agravamiento de las contradicciones sociales, que se manifiestan en el crecimiento de la pobreza, la caída salarial, la precarización, la política de destrucción de la seguridad social y el incremento de la población carcelaria.
El capitalismo es un régimen social que ha agotado hace mucho tiempo sus posibilidades históricas. La crisis actual no es un punto de partida; al contrario, se desenvuelve en el marco de un régimen social que, en las crisis pasadas, en las guerras pasadas o en las catástrofes pasadas, ha ido exacerbando la oposición entre las relaciones de producción y el desarrollo de las fuerzas productivas, y agotando su capacidad de resolverlos con métodos que no sean infinitamente más bárbaros que en el pasado.
2. El re-comienzo de la revolución
El proceso de la crisis capitalista está dando lugar a manifestaciones y estallidos revolucionarios.
En Albania, el hundimiento de la especulación financiera llevó al derrocamiento revolucionario de un gobierno derechista por la acción de las masas, que desarmaron a la policía. Con la intervención imperialista y las elecciones, solamente ha culminado una etapa. El comienzo de la revolución albanesa fue un factor fundamental del estallido de la crisis en Kosovo y, consecuentemente, de la desintegración del régimen de Milosevic y de las perspectivas de levantamientos de los albaneses en Macedonia. Es decir, reabrió la crisis revolucionaria en los Balcanes, que la burguesía europea no tiene condiciones políticas ni militares de resolver.
En Indonesia, las manifestaciones populares encabezadas por los estudiantes provocaron la caída de Suharto e iniciaron una revolución. Por cierto, la revolución puede estancarse o disolverse, pero esto no es probable. De todos modos, las masas han intervenido frente a la crisis económica y política para derribar al régimen existente.
La revolución indonesia no tiene un origen puramente nacional sino que es la consecuencia del excepcional agravamiento de la crisis asiática. Hace pocos meses, Indonesia mostraba un crecimiento económico excepcional y su régimen político, aunque cargado de contradicciones, parecía no tener nada que temer. La caída de Suharto responde a un proceso internacional. Los acontecimientos de Indonesia, de Albania, de Kosovo y de Corea están marcando el debut de una crisis revolucionaria internacional.
El inicio de la revolución indonesia tiene lugar en un cuadro caracterizado por una crisis económica y social descomunal: las industrias están quebradas, el sistema bancario y la moneda han desaparecido, lo mismo que los abastecimientos; la miseria de las masas es pavorosa; el continente está sacudido por la crisis; la lucha interimperialista por apoderarse de los despojos de la economía asiática es mortal. Se trata, por lo tanto, de una situación enormemente volátil.
El movimiento de masas que derrocó a Suharto estuvo constituido fundamentalmente por los estudiantes; aunque los obreros participaron de la movilización, no lo hicieron con sus banderas, su programa o sus propias organizaciones.
El proceso político que empieza a desenvolverse presenta rasgos comunes con otros países: comienza a desenvolverse una dirección política mejor dicho, un proyecto de dirección política de carácter pequeñoburgués y centroizquierdista, proveniente de los restos del viejo nacionalismo indonesio. Se trata de una dirección débil y dispersa, que se está desarrollando al calor de los acontecimientos.
La burguesía no confía en ella (por eso ha preferido poner en el gobierno al vicepresidente de Suharto, respaldado por el Ejército). Tampoco el propio centroizquierda de Indonesia parece confiar en sí mismo, como se desprende de sus planteos timoratos y del apoyo que dan al presente gobierno (al que las masas repudian en la calle) y de su reclamo para elecciones recién dentro de un año. Lo más probable es que en Indonesia se produzca una variante militar bonapartista antes de que llegue la oportunidad del centroizquierda.
¿Qué solidez tiene este retoño de dirección centroizquierdista? La profundidad y extensión de la crisis la pondrán rápidamente a prueba. ¿Qué se hará con la industria en quiebra? ¿Se la nacionalizará? ¿Qué precio pretenden cobrar los yanquis para salvar la situación? ¿La burguesía indonesia está dispuesta a pagar ese precio? ¿Cómo reaccionarán los competidores imperialistas de los Estados Unidos frente al copamiento norteamericano de Indonesia? La enorme volatilidad de la situación política no sólo pondrá a prueba al centroizquierda: el ejército, por el papel que está jugando, será obligadamente golpeado por el desarrollo de la crisis política.
Corea puede ser un anticipo de los desarrollos de la situación indonesia. En diciembre de 1997, ganó las elecciones una dirección centroizquierdista que formó un gabinete que incluye desde representantes directos del imperialismo hasta burócratas sindicales.
Este gobierno centroizquierdista, que está llevando adelante la política dictada por el imperialismo norteamericano, les impuso a los sindicatos el paquete que el anterior gobierno derechista no había podido imponer: despidos, ataques a las condiciones laborales. Pero el agravamiento de la crisis como consecuencia del hundimiento del acuerdo de refinanciación de la deuda externa hizo fracasar el pacto que habían establecido el gobierno centroizquierdista y los burócratas centroizquierdistas. El gobierno se vio obligado a ir más allá del acuerdo en el ataque a las condiciones de vida de los trabajadores y los sindicatos se vieron obligados a salir a la huelga general. Es decir que, en el momento en que el centroizquierdismo comienza a desarrollarse en Indonesia como consecuencia de la crisis, en Corea comienza a romperse la maniobra centroizquierdista… como consecuencia del agravamiento de la crisis.
La evolución de la crisis mundial, por lo tanto, jugará un papel decisivo en el desarrollo de la crisis indonesia y en las posibilidades del centroizquierda. Si Japón se hunde todavía más, si China devalúa, o si la lucha interimperialista por los despojos de Indonesia, aceleran el ritmo de la crisis y de la guerra comercial, se plantearía un rápido fracaso de la experiencia centroizquierdista. Si ello no ocurre, si la crisis mundial se desarrolla a un ritmo más lento, crecen las posibilidades de un ensayo parcial y temporario del centroizquierda en Indonesia ya sea como apoyatura civil de un gobierno militar o, más difícil, incluso como gobierno.
Las posibilidades del retoño centroizquierdista indonesio están determinadas por la marcha de la crisis mundial que tiene todavía por delante un largo período de acentuación hasta llegar plenamente a los Estados Unidos y por la respuesta de los explotados a la acentuación de esa crisis.
3. Rusia
Rusia enfrenta la mayor crisis desde la caída de Gorbachov. Hay un precario proceso huelguístico que empalma con una agudísima crisis financiera, con una reforma de gabinete en la que se han fortalecido los sectores más proimperialistas y con la completa impasse del proceso restauracionista.
El monumental déficit fiscal del Estado ruso que fue la excusa para la especulación salvaje contra el rublo y la fantástica fuga de capitales que se ha desatado en las últimas semanas concentra la impasse en que se encuentra el proceso restauracionista en Rusia.
Los burócratas rusos se apoderaron de las fábricas y los yacimientos y acumularon fabulosos beneficios que sistemáticamente fugaron al exterior, pero han sido incapaces de crear una economía monetaria: en Rusia, la circulación económica tiene lugar por medio del trueque. Desde el punto de vista de una economía monetaria, la economía rusa se encuentra en una etapa de regresión respecto de cuando estaba en vigencia el rublo soviético. Esta moneda de cuenta burocrática no ha sido todavía reemplazada por ningún valor mercantil. Pero el Estado que no puede financiarse mediante el trueque está obligado a recurrir a un endeudamiento exponencialmente creciente para hacer frente a sus obligaciones.
El volumen que ha alcanzado la deuda pública pone en evidencia que las posibilidades de sostener la circulación económica mediante el trueque se han agotado. La crisis mundial al provocar la caída internacional del precio del petróleo ha hecho todavía más patente este agotamiento.
¿Cómo se plantea el imperialismo resolver la impasse de la restauración y poner en pie una economía mercantil y monetaria? Con los mismos métodos que en Indonesia y Corea: agudizando la crisis a fondo y profundizando la dislocación provocada por el proceso de la restauración para apoderarse de los despojos de la industria rusa. Esta es la política que exigen el Banco Mundial y el FMI y que aplica el gobierno del recientemente asumido Kiriyenko: despidos en masa de empleados públicos, reforma laboral, eliminación de los subsidios a las empresas y a los alquileres, ley de quiebras, reforma impositiva para exigir el pago de impuestos a las empresas privadas, reforma fiscal para descargar el peso de la deuda sobre las repúblicas y regiones de Rusia, respeto de los derechos de los accionistas extranjeros (de manera tal que la deuda pública rusa pueda ser pagada con acciones de las empresas).
Todo esto plantea que la lucha popular habrá de adquirir características todavía más profundas y lo mismo sucederá con la crisis política.
Al ritmo de la crisis y del empantanamiento de la restauración, la clase obrera rusa deberá procesar y agotar una experiencia política con los democratizantes, que en Rusia son restauracionistas. El movimiento huelguístico de las últimas semanas que paralizó las principales cuencas mineras y se extendió a varios sectores de la industria y a los trabajadores de la salud y la educación indica que la clase obrera marcha en esta dirección. Por primera vez se planteó la posibilidad de una huelga general nacional en el inmenso territorio ruso. En la mayor parte de los centros huelguísticos se eligieron comités de huelga, pasando por encima de la burocracia de los sindicatos (dirigidos por los yeltsinianos). En forma mayoritaria los huelguistas reclamaron la dimisión inmediata de Yeltsin.
Esta no es, sin embargo, la única expresión de este proceso político al interior de la clase obrera rusa: el manifiesto de los trabajadores de la fábrica ZIM de Samara en huelga por tiempo indeterminado contra su cierre plantea la necesidad de luchar "contra los comunistas y los demócratas" (es decir, por una dictadura proletaria) y por la expropiación de las fábricas, por el derrocamiento de Yeltsin y por el traspaso del gobierno a un congreso de los comités de huelga.
La impasse del proceso restauracionista en Rusia confirma la caracterización del PO de que la crisis de los regímenes burocráticos forma parte del proceso mundial de la crisis capitalista, que sólo podrá ser resuelto en la arena de la lucha de clases internacional.
4. Frentes populares y centroizquierda
El agravamiento de la crisis mundial capitalista, de una extensión y profundidad incomparables con las del pasado (engloba incluso la impasse de la restauración capitalista en los antiguos Estados Obreros, burocratizados) reafirma la plena vigencia del ciclo histórico abierto por la Revolución de Octubre. El choque actual entre revolución y contrarrevolución no surge tan sólo de los problemas creados por el capitalismo en los últimos años sino de sus contradicciones acumuladas a lo largo de toda la era imperialista, generadoras de un impasse histórico que comenzó a ser resuelto por la revolución de 1917. La expropiación del capital en un amplio conjunto de países iluminó el carácter mortal de las contradicciones capitalistas y la madurez histórica del proletariado para derrotar el capital y echar las bases del socialismo. Esto no se ha revertido.
La reafirmación del ciclo histórico de la revolución no tiene un carácter ideológico; corresponde, antes que nada, a una caracterización del momento histórico presente: significa que está planteada con más fuerza que nunca la alternativa de revolución o contrarrevolución, socialismo o barbarie. Significa también que en la actual etapa no está planteada la reconstitución del movimiento obrero revolucionario a partir de la nada, sino a partir de las tradiciones y referencias, organización y programa, ya creadas en un siglo de luchas contra la explotación y la barbarie capitalistas y la burocratización de las organizaciones obreras.
La crisis de dirección del proletariado mundial condenó a la revolución al aislamiento durante un largo período y concluyó, provisoriamente, con la desintegración de los Estados obreros. El fracaso del proletariado en acabar con el capitalismo cuando éste hizo evidente su agotamiento histórico, lo condenó a sufrir su podredumbre en una escala inaudita. Durante un largo período también, las políticas de Frente Popular, al enajenar la independencia clasista de la clase obrera, fueron el instrumento privilegiado del stalinismo y otras direcciones contrarrevolucionarias para contener la revolución, en alianza con el cadáver político de la burguesía imperialista, bautizado de progresista.
Toda la cháchara de los ideólogos izquierdistas o derechistas acerca de la nueva era democrática inaugurada por la caída del Muro de Berlín, se viene abajo cuando, frente a la generalización de la insurgencia popular, se reflota el viejo recurso político del Frente Popular, en los más diversos países. Que éstos mantengan su antiguo nombre (Frente Amplio, Frente Brasil Popular) o que sean rebautizados como alianzas de centroizquierda, no altera su contenido político: un recurso contra la revolución.
En las condiciones inéditas de la actual crisis mundial capitalista, los Frentes Populares no pueden cometer sus traiciones en nombre de la Revolución de Octubre o de la defensa del campo socialista. Por otro lado, la ideología reformista y la verborragia social de otrora son sustituidas por políticas antipopulares de austeridad, contención de gastos y privatizaciones (pues ésta es la condición que el imperialismo les pone para tolerarlos y hasta impulsarlos). Generalmente, debutan como continuadores de las políticas derechistas, en condiciones de extrema crisis de éstas, y hasta pudiendo ir más lejos que la derecha.
Donde la opinión vulgar ve una victoria ideológica del neoliberalismo, existe en realidad una contradicción explosiva: los gobiernos de centroizquierda que reemplazan a gobiernos de derecha que caen como consecuencia de su descomposición, de su fracaso en dominar las condiciones de la crisis y de la furia popular no pueden seguir un camino alternativo que les permita encauzar esa furia popular. No pueden actuar como contención política, porque la pequeño burguesía, como consecuencia de la crisis, ya no tiene los resortes políticos del pasado.
La aparición de regímenes de centroizquierda o frentepopulistas es un síntoma del agravamiento de la lucha de clases. No sólo en Corea o quizás más tarde en Indonesia sino también en la propia Europa. A partir de las grandes movilizaciones francesas de 1995 contra la destrucción de la seguridad social, asistimos a un salto cualitativo de la lucha de clases en el Viejo Continente, como se verifica en las huelgas de los camioneros y las movilizaciones de los desocupados franceses, o la huelga general dinamarquesa. Jospin, Prodi y Blair son los gobiernos del imperialismo francés, italiano y británico contra las masas de sus respectivos países y contra los pueblos que ellos oprimen directa e indirectamente.
A falta de un socialismo para defender, la defensa de la democracia se transforma en su eje ideológico y político, a través del cual han ido convergiendo con el imperialismo. La democracia es un recurso general del imperialismo frente a las crisis políticas, el hundimiento de regímenes y los estallidos revolucionarios provocados por la crisis. El imperialismo elaboró su política democratizante para salir del retroceso político que le impuso su derrota en Vietnam, la crisis de sus gendarmes militares en América Latina, Asia, Africa y Medio Oriente, y para zapar las bases de los Estados Obreros burocratizados. La democracia ha sido, además, el vehículo político de la penetración financiera del imperialismo en los países atrasados.
Compensando su debilidad congénita, el eje democrático cuenta con el respaldo de la nueva izquierda (y hasta de cierta extrema izquierda) surgida en la década del 70, e inclusive el de sectores oriundos del trotskismo, que comenzaran su actual trayectoria transformando a Trotsky, en nombre de la democracia socialista, en un vulgar opositor democrático de la dictadura stalinista. Al abrazar la democracia burguesa, es decir al abandonar la lucha por la dictadura del proletariado, esta izquierda y estos trotskistas han pasado por entero al campo de la contrarrevolución.
Los gobiernos de Lionel Jospin, Tony Blair o Romano Prodi cumplen plenamente esta función contrarrevolucionaria en Europa, que lo fue también hasta hace poco del gobierno de Felipe González en España, y lo es la de las coaliciones socialdemócratas de Europa Oriental y varios países de la ex URSS. La Autoridad Nacional Palestina, o el gobierno de Nelson Mandela en Africa del Sur, echan mano a todos sus recursos en ese sentido. El centroizquierda en la oposición, como el Frente Amplio uruguayo, la Alianza argentina, el frente Lula-Brizola en Brasil, o el frente democrático de Domingo Laino en Paraguay, cumplen desde ya ese papel contrarrevolucionario, al boicotear las movilizaciones populares, endosar las políticas antiobreras (como la reforma laboral en Argentina), anunciar que respetarán las privatizaciones ya realizadas (y hasta anunciar otras) y boicotear e incluso reprimir donde ocupan cargos en el aparato del Estado las grandes luchas obreras y populares como la huelga general paraguaya, las ocupaciones de tierras en el Brasil, los cortes de ruta de los desocupados o la huelga minera de Río Turbio en Argentina.
La tarea reaccionaria es realizada de modo perfectamente conciente, como lo demuestra la articulación continental de esos sectores mediante las reuniones de la izquierda latinoamericana con representantes del Partido Demócrata y del Departamento de Estado de los EE.UU., o en el llamado Foro de San Pablo, que congrega a la mayoría de la izquierda de América Latina (al cual se integra el castrismo en correlato con la política restauracionista que desarrolla en Cuba).
La debilidad política de estas coaliciones, sin embargo, pesa más que los cuantiosos recursos puestos a su disposición. El margen de su campo de maniobra depende del estadio de desarrollo político de las masas y de la presencia militante de una vanguardia revolucionaria.
Las bases programáticas de esa vanguardia ya han sido puestas y reafirmadas por la historia: la vigencia de la dictadura del proletariado, de la revolución mundial y de la Internacional Obrera y la necesidad de movilizar a las masas con un programa de reivindicaciones transitorias; es decir, con un programa de salida a la catástrofe capitalista que, por eso mismo, crea las condiciones de la dictadura del proletariado.
5. Refundar la IVª Internacional
Desde el VIIIº Congreso del Partido Obrero (diciembre de 1996), el PO y un conjunto de organizaciones trotskistas de diversos países han lanzado sobre la base de un programa común una campaña internacional por la refundación de la IVª Internacional.
En sus reuniones, estos partidos elaboraron un conjunto de planteamientos políticos que marcan una trayectoria que puede ser verificada prácticamente:
La caracterización de que el principal problema que enfrenta el movimiento obrero mundial, ante el agravamiento de la crisis y las perspectivas todavía más catastróficas que se desprenden de ella, es la ausencia de una dirección revolucionaria centralizada y organizada en el plano internacional. La tarea ineludible ahora es desenvolver las enseñanzas de los acontecimientos, exponer sus leyes internas y ofrecer un programa y un eje de reagrupamiento que permitan refundar el Partido Obrero Mundial.
Los rasgos principales de esas lecciones son:
Aunque con la disolución de la URSS, la caída del Muro de Berlín, la anexión de la ex RDA y la profunda penetración del capitalismo en China, se abría para el capitalismo una hipotética oportunidad de salida sobre la base de la liquidación de las conquistas de la clase obrera en esos países, para ello habría sido necesario un aplastamiento efectivo de sus clases obreras y de la clase obrera de los principales países. A diez años del comienzo de este proceso, en cambio, la restauración capitalista está empantanada y tienen lugar crisis bursátiles generalizadas, caídas generales de los valores, una desocupación en masa, luchas y revueltas y crisis internacionales explosivas.
El hundimiento de los regímenes burocráticos aparece así como un aspecto inseparable de la crisis capitalista mundial. El fracaso de la política de integración pacífica de los Estados obreros a la economía mundial ha abierto así un período de lucha de clases de una agudeza incomparablemente superior a las de cualquier otra época.
La crisis revolucionaria continúa presente en forma real o potencial en todos los Estados obreros en disolución, caracterizados por la existencia de aparatos estatales y regímenes políticos burgueses que no han logrado establecer relaciones sociales plenamente capitalistas.
Existe una tendencia internacional típica de un período de crisis a la formación de gobiernos de centroizquierda o de frente popular, abiertamente agentes del imperialismo.
El último período ha confirmado plenamente este conjunto de caracterizaciones y planteos programáticos.
Por una Conferencia Internacional Obrera y de Izquierda
La crisis mundial y el fuerte resurgimiento de las luchas obreras, incluso en Estados Unidos, y de las revoluciones, esto en el marco de la descomposición sin parangón del nacionalismo pequeñoburgués, la socialdemocracia y el stalinismo reconvertido, ponen a la orden del día refundar la Internacional revolucionaria. Con relación a este objetivo, el SU (y el lambertismo) son un obstáculo mortal, pues se han pasado al democratismo de centroizquierda. El PO le propondrá a los partidos y organizaciones que luchan por la refundación de la IVª Internacional, la convocatoria de una Conferencia Obrera y de Izquierda Internacional para discutir un programa político y desarrollar una campaña internacional, para que las organizaciones obreras rompan con la burguesía y la pequeña burguesía, para que los sectores más combativos rompan con los democratizantes de izquierda y para formar partidos obreros independientes y revolucionarios en cada país y refundar la IVª Internacional.
Mayo de 1998