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Sobre universitarios, intelectuales, preciosas y ridículos


Prensa Obrera y En Defensa del Marxismo se distinguen de otras publicaciones de izquierda por su atención sistemática a las cuestiones teóricas más generales de la realidad social y la revolución: sus páginas están abiertas, por ejemplo, a debates sobre el arte, el psicoanálisis, las cuestiones históricas, etc. En otras publicaciones de izquierda (y no sólo argentinas) el abordaje de estos temas, cuando existe, es tan rastrero como sus políticas. Esto da amplio margen para la existencia de un gran número de revistas teóricas, en las que esas cuestiones son tratadas con un alto grado de abstracción, pero completamente desvinculadas de la política y de cualquier compromiso militante.


 


Sokal y el ridículo


 


En su Nº 590, Prensa Obrera publicó un artículo de Hernán Díaz (un constante animador de esos debates) sobre la estocada dada por el físico norteamericano Alan Sokal al mundo académico de las ciencias humanas. Jorge Altamira también se refirió al tema, de pasada, en su discurso por la refundación de la IVª Internacional, en el acto internacionalista del 30 de mayo en Argentinos Juniors. ¿Cuál es la importancia de este asunto?


 


Alan Sokal hizo publicar un artículo ridículamente redactado adrede (lo que comenzaba por el propio título) en la prestigiosa revista norteamericana de ciencias sociales Social Text, la que lo aceptó como cosa seria. El procedimiento no era nuevo: en varios 1º de abril (equivalente en el hemisferio norte a nuestro 28 de diciembre) revistas científicas prestigiosas publicaron artículos completamente ridículos en su contenido, pero formalmente serios. Las revistas de gran tirada, habituadas a chupar noticias de aquéllas, reprodujeron a veces estas ridiculeces, revelando en este caso la falta de preparación de periodistas y jefes de redacción. Algunos años atrás, la revista brasileña Veja reprodujo resumidamente un artículo científico en el que el autor sostenía haber descubierto la manera de cruzar genéticamente células animales y vegetales, previendo como un uso posible de ese descubrimiento la producción, directa de la planta, de tomates rellenos. Otra revista descubrió el furcio de Veja y lo comentó jocosamente, ilustrando el comentario con dibujos de tomates emitiendo mugidos…


 


Lo nuevo, en el affaire Sokal, fue que la engañada no era una revista comercial sino científica. Posteriormente, el físico de la Universidad de Nueva York publicó, junto al físico de la Universidad de Louvain (Bélgica), Jean Bricmant, el libro Imposturas intelectuales, cuyo eje es la denuncia del uso indebido, abusivo e ignorante, de conceptos de las ciencias exactas por renombrados representantes de las ciencias humanas, en especial de la corriente posmoderna. Haciendo esto, sin embargo, concluyeron cuestionando la totalidad del discurso de esos papas, al revelarlo como un palabrerío en el que el hermetismo se limita a ocultar la falta de sentido. Esta tendencia de las ciencias humanas se ha acentuado particularmente en los últimos años.


 


Ciencia y alienación


 


Digamos en primer lugar que el cuestionamiento de Sokal y Bricmant no se refiere sólo a representantes más recientes de las ciencias humanas (Deleuze, Lacan, etc.), sino que remonta bien atrás: analizan, por ejemplo, la completa incomprensión de la teoría de la relatividad por Bergson, lo que no impidió a éste criticarla y extrapolar esa crítica hacia el terreno de la filosofía. Sokal y Bricmant no cuestionan la totalidad de las ciencias humanas: "no se trata de un ataque a la filosofía o a las ciencias humanas en general (sino) de un modesto esfuerzo para apoyar a nuestros colegas en esos campos, que hace tiempo denuncian los efectos perniciosos de un jargón oscurantista y del relativismo visceral", afirman.


 


Ciertamente, muchos especialistas en ciencias humanas ya percibieron hace tiempo el vacío de ciertos discursos, disimulado tras un oscuro lunfardo cientificoide, cuando no en meros juegos de palabras. Pocos, sin embargo, emprendieron la tarea de demolerlos en su propio campo, tal vez porque casi todos sintieron la misma duda expresada por Sokal y Bricmant en un reciente artículo en la Folha de San Paulo (13/6/98), dirigido contra las críticas que les hiciera un filósofo brasileño: "Cuando tomamos contacto con los textos de Lacan, Deleuze y otros, nos sorprendieron con sus abusos groseros, pero no sabíamos si valdría la pena gastar tiempo para revelarlos".


 


Es cierto, por otro lado, que esa revelación exige un manejo de las ciencias exactas y físico-naturales del que carece la casi totalidad de los humanistas (mientras que, al contrario, no son pocos los científicos familiarizados con los conceptos de las ciencias humanas). Sokal y Bricmant, además, no tienen como referencia teórica al marxismo, sino a la filosofía analítica de la ciencia, que ya posee un retoño marxista, el marxismo analítico de Jon Elster y John E. Roemer, que no viene aquí al caso.


 


Uno puede regocijarse cuanto quiera por la desmitificación demoledora, realizada por los dos físicos, de la elite oscurantista de las ciencias humanas más promocionada por la gran prensa, sin avanzar un milímetro en la comprensión de las causas de su existencia, y en la de sus implicaciones sociales y políticas. Esto no se resuelve planteando el rescate de "lo valioso que (el posmodernismo) haya producido en algunos puntos parciales" (¿qué?).


 


Desde su inicio, la tradición de las "ciencias sociales" Comte, Durkheim, Weber, Parsons, Lévi-Strauss plantea la existencia de un punto ideal desde el que el investigador podría estudiar imparcial y objetivamente los fenómenos sociales, con la condición de librarse de las nociones y prejuicios debidos a su educación. El controvertido sociólogo Pierre Fougeyrollas concluyó, en entrevista a Le Monde de 1987, que eso sería, en la mejor hipótesis, "algo comparable a la cosmología matemática antes de la teoría de la relatividad. Las disciplinas llamadas ciencias sociales produjeron saberes fragmentarios considerables, pero sus teorías globales continúan delimitadas por el horizonte de las sociedades existentes y tributarias de la ideología que garantiza su sustentación… La pretendida conciliación entre ciencias sociales y marxismo es comparable al casamiento del agua con el fuego, que sólo puede resultar en la extinción del fuego… con el marxismo es posible integrar los saberes fragmentarios de las ciencias sociales, mientras que escogiendo las ciencias sociales es completamente imposible integrar el marxismo".


 


Hernán también afirma que "sólo desde el marxismo se podrá reducir a cenizas lo inútil del pensamiento posmoderno (y rescatar lo valioso)": la función de la crítica marxista, sin embargo, no es sólo contraponerse victoriosamente al posmodernismo, sino analizar sus raíces sociales, en la línea de lo que Lucien Goldmann explica en Las ciencias humanas y la filosofía: una teoria sólo puede considerarse superior a otra cuando, además de ser capaz de oponérsele puntual y totalmente, es también capaz de explicarla. Para un marxista, la explicación de fondo es siempre social (de clase).


 


Elitismo y masificación


 


Hernán apunta correctamente al señalar que el elitismo es el objetivo del lenguaje rebuscado de los representantes académicos de las ciencias humanas. Pero es necesario calificar social y políticamente ese elitismo.


 


El elitismo formal de las ciencias humanas aparece, en primer lugar, como la tentativa de preservar artificialmente el carácter elitista de una enseñanza universitaria que se masificó después de la Segunda Guerra Mundial. Los EE.UU. anticiparon el proceso ya en la década dorada de 1920, pasando de 250 mil estudiantes universitarios en 1900, a un millón y medio en 1940 (en la pos-graduación, las cifras respectivas son de 5.800 y… 100 mil): una sextuplicación. En el mismo país había 3 millones de estudiantes universitarios en 1958, y 10 millones en 1974: un crecimiento muy superior al demográfico. La propia enseñanza secundaria creció de 2,5 a 4,8 millones sólo en los años 20 (un crecimiento del 32% al 51% de los jóvenes en edad escolar).


 


En Francia, el efectivo universitario pasó de 150 mil estudiantes en 1956 a 605 mil en 1967, siendo creado entonces un ministerio exclusivo para las universidades. Las cifras de la ex-URSS son mucho más espantosas que las de los EE.UU. y Europa. En América Latina, también, en 1950 había 75 universidades con 270 mil alumnos (2% de los jóvenes en edad universitaria) y 25 mil profesores. En 1988, ya había 450 universidades y 2.000 instituciones de enseñanza superior, con más de 6 millones de alumnos para las primeras (un millón y medio sólo en Brasil, que tenía apenas 100 mil en 1960) y 500 mil profesores: entre 10% y 15% de los jóvenes en edad correspondiente (porcentaje muy inferior al de los EE.UU., Europa y Japón). En la década perdida (1980-90), las universidades crecieron un 5% anual, a pesar del retroceso económico.


 


Paralelamente, se desarrolla lo que Ernest Mandel, en El capitalismo tardio, denominó la "constitución de la investigación (producción de conocimientos) en una rama independiente de la producción". Las inversiones en ciencia y tecnología crecieron 15 veces en los EE.UU. entre 1947 y 1967, mientras el PBI sólo lo hizo 3 veces. En América Latina, el proceso fue desigual, dado que 50 de las 450 universidades concentran el 80% de la investigación (en Brasil, las 3 universidades públicas paulistas concentran, en un universo superior a 200 universidades, casi 60% de la investigación). Aquí tenemos la base de un elitismo exacerbado. En la universidad fue desplazada la figura del "profesor" por la del "investigador que da clases" (últimamente, y en la medida de la exacerbación de la desigualdad, la última está siendo desplazada por la del "gerente de recursos económicos y humanos" que, a veces, da clases).


 


Proletarización


 


Las razones del proceso descripto se encuentran, parcialmente, en la necesidad de calificación de mano de obra de un capitalismo en expansión (1945-1970), y en las concesiones hechas por el capital para evitar desarrollos revolucionarios en la inmediata posguerra, o lo que es lo mismo, en las presiones de los trabajadores y de la población explotada (factor decisivo este último en las recientes décadas de contracción económica). Clases y capas sociales, antiguamente marginadas de la universidad, pasaron a tener acceso a ella.


 


Las consecuencias del proceso universitario, y educacional en general, son múltiples. Por un lado, la proletarización del profesorado (que deja de ser un sector de elite) lo que lo lleva a adoptar los métodos de organización y lucha de la clase obrera: en Francia se constituye la central FEN (Federación de la Educación Nacional) que compite con las centrales sindicales; surge la CTERA en Argentina y el poderoso sindicalismo educacional en el Brasil y en México, así como las centrales continentales y mundiales (CEA, CMOP, IE, etc.). Surge en todas partes un inédito sindicalismo universitario, y el sector profesoral en general pasa del "asociacionismo" (de características a-clasistas y corporativas) hacia el sindicalismo de clase.


 


Podría decirse que, así como las nacionalizaciones burguesas son la negación de la propiedad privada en el cuadro de su afirmación, la expansión educacional (y, sobre todo, la generalización de la aspiración a una enseñanza media y superior) manifiestan la tendencia a la negación de la división entre trabajo manual e intelectual en el cuadro de su agudización. Parafraseando a Walter Benjamin, que entendía que la principal consecuencia para la obra de arte de "la era de su reproductibilidad técnica" era la pérdida de su aura, podría afirmarse que la enseñanza universitaria perdió su aura sagrada del pasado, sin perder la base de su alienación: en el campo de las ciencias humanas, el ignorante expresándose en sociologués (o filosofés o antropologués, da lo mismo) es la consecuencia caricatural de ese proceso, tal vez la más inofensiva.


 


De poco sirve afirmar que el hermetismo subjetivo y estetizante de las ciencias sociales en la actualidad "se ha alejado del sentido que dio origen a la misma ciencia social": en su origen, la sociología (creada por A. Comte en su búsqueda del orden social, y que sólo mereció breves frases de desprecio absoluto por parte de Marx) o la antropología, vinculada a la explotación de los pueblos coloniales, eran objetivamente (y subjetivamente) mucho más elitistas que actualmente, así como la propia universidad. La actual crisis mundial capitalista, con su necesidad de supresión en gran escala de fuerzas y potencial productivo, hace de la educación una cuestión explosiva, debido a la acumulación de conquistas sociales en ese plano: la ciencia, inclusive la social, se mueve en el cuadro de esa contradictoriedad explosiva.


 


Ciencia y crisis


 


Las consecuencias que más nos interesan, sin embargo, son aquí otras, y de éstas Sokal y Bricmant casi no tienen idea. Con la expansión universitaria, los intelectuales tuvieron, por primera vez en su historia moderna, un público masivo sin poner siquiera un pie fuera de su institución (la universidad). El carácter sobre-alienante de ese proceso fue agudizado conscientemente por la burguesía, por ejemplo en los EE.UU., donde los campus fueron construidos exprofeso alejados de toda concentración urbana: la alienación intelectual asumió contornos hasta físicos, y esto no dejó de tener consecuencias en su producción, tal como lo estudió el marxista Russell Jacoby, justamente para el caso de los EE.UU., en su libro Los últimos intelectuales. Esta es una de las bases sociales de lo denunciado por Sokal.


 


La masificación de la enseñanza universitaria implicó una caida de su calidad, no como una consecuencia automática del "número" (ésa es la explicación capitalista reaccionaria), sino por el carácter capitalista, y cada vez más alienado, de aquélla. La contradicción entre ese proceso y la preservación de la calidad asumió formas económicas (la construcción de sectores de punta o de excelencia, contrapuesta a la masa de universidades, consideradas fábricas de diplomas); institucionales, como la construcción de un doble sistema universitario en diversos países (las grandes écoles ENA, ENS, Politécnica, EHESS, Collëge de France contrapuestas a las universidades, en Francia; las cinco grandes Harvard, Yale, Stanford, Princeton y Cornell y el resto, en los EE.UU.); y epistemológicas, en especial en el sector de la producción científica en que la tendencia alienante se contrapone más frontalmente al propio objeto de estudio (la realidad humana y social), lo que se resuelve en la constitución de un jargón exclusivista e insignificante, preservante de la independencia del sector, y para consumo de cretinos (en el sentido literal y no peyorativo del término).


 


Como marxistas, no podemos ser deterministas. La base económica crea un proceso alienante a través del cual se expresa la decadencia histórica del capitalismo. En el campo científico, esto se manifiesta como proceso de fragmentación del conocimiento que lo segmenta profundamente de la realidad y de sí mismo (lo que Hernán percibe al referirse al "discurso que prevalece sobre los hechos, la forma que prevalece sobre el contenido", y a "la infinidad de sectas académicas que coexisten sin debate ni intercambio alguno entre ellas y con el resto de las ciencias"). Esto quiere decir que, también en este plano, la institucionalidad capitalista tiende a transformarse en un factor de bloqueo absoluto de las fuerzas productivas de la humanidad.


 


Ese fenómeno no es privativo de las ciencias humanas, y es posiblemente más grave (por sus consecuencias) en el caso de las ciencias exactas, físico-naturales y biológicas. El editor del British Medical Journal (una de las publicaciones más relevantes de ese área), Richard Smith, acaba de declarar que "apenas 5% de los artículos publicados (en las publicaciones médicas) tienen el patrón mínimo de eficiencia científica y relevancia clínica", y esto es bastante más peligroso que un papagayo balbuceando el dialecto ridículo que le impartió un filósofo posmoderno.


 


Elitismo


 


Está claro que la tendencia apuntada se verifica en las ciencias humanas, en una economía que privilegia el análisis subjetivo y el enfoque micro, hasta transformarse en psicología de tercera categoría; en una sociología que deja de investigar las relaciones sociales objetivas para concentrarse en el "análisis del discurso"; en una filosofía que se recicla como una creciente especulación acerca del lenguaje y sus límites (o sea, no sobre la cosa sino sobre el nombre de la cosa); en una historia que desdeña los procesos objetivos en favor de sus reflejos literarios, hasta transformarse en (mala) historia de la literatura.


 


El argumento formal y elitista tuvo una gran expresión cuando, hace dos décadas, Jacques Lacan decidió disolver como un papa su Cause Freudienne, que se había vuelto "demasiado popular" para su gusto: dijo entonces, en una carta-compendio del ridículo para consumo de confundidos, "je dis la dis, la dis-solution y jai pas besoin de beaucoup de monde, et il y a du monde dont jai pas besoin" ("no tengo necesidad de mucha gente, y hay gente de la que no necesito"). Ni saliendo de la universidad consiguió Lacan alejarse de la "contaminación popular", de una universidad diferente de aquella que Trotsky describió a principios de siglo: "La universidad es la última etapa en la educación estatalmente organizada de los hijos de las clases poseedoras y dominantes, de manera análoga a como el cuartel es la institución educativa final de la joven generación de obreros y campesinos. El cuartel educa los hábitos psicológicos de subordinación y disciplina necesarios a las funciones sociales de los mandos subalternos. La universidad, en principio, prepara para funciones de administración, dirección y poder" (Sovremienni Mir, 1910). Lo máximo que se puede decir hoy es que se esfuerza en ese sentido, en condiciones cada vez más difíciles.


 


El marxismo, expresión teórica del proletariado revolucionario, tiene una batalla a librar en este campo, a condición de no proponerse luchar contra molinos de viento. Tomemos como ejemplo la polémica suscitada por la publicación del artículo "Freud y Lacan", de Pierre Fougeyrollas, en En Defensa del Marxismo Nº 16, de marzo de 1997.


 


Psicoanálisis e idealismo


 


En 1977, el entonces lambertista Fougeyrollas publicó un libro (Contra Lévi-Strauss, Lacan y Althusser. Tres ensayos sobre el oscurantismo contemporáneo) donde, en la parte referida al psicoanálisis, planteaba argumentos semejantes a los del artículo arriba citado: la noción de "inconsciente", que en Freud permanece abierta a una interpretación materialista, se transforma en Lacan en idealismo cuando éste pretende que "el inconsciente está estructurado como un lenguaje", o sea que el lenguaje precede al inconsciente, esto es, al ser humano, es decir, que "en principio era el Verbo, y el Verbo se hizo carne". Lacan, por otro lado, escribió que "es de hecho el verbo el que está al principio", y aun que "es el mundo de las palabras el que crea el mundo de las cosas" (sic).


 


Trotsky, como es sabido (aunque no citado por Fougeyrollas), fue pionero en el análisis de la contradictoriedad de la teoria psicoanalítica, al decir que ella "conjuga el realismo fisiológico con un análisis casi literario de los fenómenos psíquicos. El psicoanálisis se basa en que el proceso psicológico constituye una superestructura compleja, fundamentada en procesos fisiológicos que la subordinan". Fougeyrollas sostendría, básicamente, que el lacanismo es el desarrollo unilateral del segundo aspecto, idealista, del psicoanálisis.


 


Cualquiera que sea el juicio acerca del libro mencionado, o de la tesis en cuestión, se trataba de una audaz intervención en el campo ideológico. El mundo académico reaccionó con desdén, y Le Monde le dedicó un comentario totalmente despectivo, recordando que Fougeyrollas "ya había hecho cosas mejores" (refiriéndose a la obra de Lacan mientras era miembro del PC francés, con el que rompió en 1956 Fougeyrollas fue miembro del maquis anti-nazi o aun como independiente en la década posterior).


 


Curiosamente, pero no tanto, un anónimo escriba de Informaciones Obreras, el periódico de la OCI lambertista, también apuntó sus baterías contra el libro (previamente ensalzado por el propio IO), acusándolo de "idealismo" por suponer que "el marxismo podría librar al psicoanálisis de su muleta idealista", esto porque "una ciencia del hombre es imposible en la sociedad capitalista" (re-sic). Esto porque "los hombres, en esta sociedad, están alienados, truncados; sus relaciones toman, en la sociedad mercantil, la forma de relaciones fantasmagóricas entre las cosas. La imposibilidad de una ciencia humana no reside en una dificultad teórica articular marxismo y psicoanálisis sino práctica. La utilidad del marxismo es la de ser una guía para la acción para ayudar a la clase obrera a abolir las relaciones capitalistas, y a emanciparse emancipando a toda la humanidad. Antes de ese salto cualitativo toda ciencia del hombre es imposible". Muy marxista todo esto (Marx y Hegel, y tantos otros deben haber sido un producto del feudalismo).


 


A estas verdades absolutas y revolucionarias, en las que la realidad y sus contradicciones no entraban ni con vaselina, Fougeyrollas se vio obligado a responder que ello no impedía que bajo el capitalismo hubiese enfermos mentales (tal vez pensando en el articulista de IO), que fuese necesario ocuparse de ellos, y que el psicoanálisis ya habia dado pruebas de su utilidad en ese sentido.


 


Ignocracia


 


Quizás por tener una experiencia política más larga y variada, sobre todo en lo referente a burocracias, que otros intelectuales lambertistas (Broué, Just, Chesnais), Fougeyrollas se la vio venir, y al poco tiempo se retiró silenciosamente del lambertismo. Los otros tuvieron que pasar por procesos inquisitoriales (después de haberlos encabezado, inclusive contra PO, que por haber afirmado una posición independiente sobre los sindicatos latinoamericanos fue acusado por el lambertismo de "agente de Videla y Pinochet"), procesos en los que fueron calificados de agentes de los más diversos y oscuros poderes (incluyendo la monarquía francesa, ya no recuerdo si los Orléans o los Bourbons), lo que llevó a uno de los últimos de la lista, P. Carrasquedo (el vasco de la dirección lambertista) a declarar de entrada que él no era un agente del arzobispo de Bilbao…


 


Ya que Hernán adopta un tono de confesión personal, séame permitido imitarlo. En 1977-78 representé al PO en el Comité de Coordinación del CORCI (Comité de Organización por la Reconstrucción de la Cuarta Internacional, compuesto básicamente por PO, el POR boliviano y la OCI francesa). En ese período, presencié la sonrisa irónica con que el responsable internacional de la OCI recibía a Fougeyrollas, que venía a plantear problemas del trabajo africano (al que se encontraba vinculado), mientras el sub-responsable, dueño de un currículum político muy inferior al de Fougeyrollas (y de un currículum intelectual igual a cero) se ubicaba a sus espaldas, para hacer ademán, pese a los numerosos testigos presentes, de introducirle un paraguas, justamente en el lugar en que las espaldas cambian su nombre. Al sub en cuestión le agradaba repetir el gesto iconoclasta con Gérard Bloch, éste un ex-prisionero del campo de concentración de Buchenwald. Nada que ver con algún desprecio proletario por los intelectuales que no existe sino apenas la reacción patológico-alérgica provocada en los burócratas (o en los pichones de burócratas) por cualquier tipo de actividad cerebral.


 


Ya la lectura de la otrora importante La Vérité, órgano teórico lambertista, se había transformado en un penoso ejercicio de acompañar los esfuerzos de una serie de militantes por no apartarse de la línea pensada es una manera de decir por el jefe máximo. Aprovecho la ocasión para reivindicar la republicación de un artículo publicado en ¡Adelante!, substituta temporal de Política Obrera bajo la dictadura militar, a mediados de 1976, de Pierre Fougeyrollas, sobre la "muerte de un filósofo de la muerte" (Martin Heidegger), en el que se adelantan algunos ejes de análisis de los vínculos existentes entre la filosofía de Heidegger y su militancia en el partido nazi, por el que fue rector universitario (¡esto sí que era elitismo!), que tornaron recientemente célebre al filósofo germano-chileno Víctor Farías (Heidegger y el Nazismo).


 


Intelectuales y Revolución


 


En el artículo anteriormente citado, Trotsky afirmaba que "en los obreros, la diferencia entre padres e hijos es simplemente de edad. En la inteliguentsia, además, es social. El estudiante, en contraste con su padre y con el joven obrero, no cumple ninguna función social, no siente sobre él la dependencia inmediata del capital o del Estado y al menos objetivamente, si no subjetivamente es libre para discernir el bien y el mal. En ese período todo bulle en él, sus prejuicios clasistas están aún poco formalizados como sus inclinaciones ideológicas, los problemas de conciencia se le presentan con especial fuerza, su pensamiento se abre por primera vez a grandes generalizaciones científicas, y para él lo extraordinario es casi una necesidad fisiológica. Si el colectivismo es capaz, en general, de conquistar su conciencia, es ahora, y precisamente por el noble carácter científico de su fundamentación y el contenido cultural universal de sus objetivos, y no como cuestión prosaica de cuchillo y tenedor".


 


En las condiciones de inicios de siglo, no obstante, Trotsky constataba que "el paso de la inteliguentsia al lado de la social-democracia, en los marcos del régimen burgués, se hace tanto menos posible cuanto más tiempo pasa". Esto porque no sólo aquélla, "sino también su retoño estudiantil no muestran, decididamente, inclinación alguna por el socialismo. Entre el partido obrero y la masa estudiantil hay una muralla. Explicar esto unicamente por los defectos de la propaganda, que no sabe abordarla por el lado conveniente, significa ignorar la historia de las relaciones recíprocas entre el estudiantado y el pueblo, equivale a ver en el estudiantado una categoria intelectual y moral, y no un producto histórico y social. Cierto que la dependencia material de la sociedad burguesa no se expresa en el estudiantado más que de manera indirecta, a través de la familia, y por tanto débilmente. Pero, en cambio, en el estudiantado se reflejan a toda potencia, exactamente como en una cámara de resonancia, los intereses y aspiraciones sociales generales de las clases en las que es reclutado. En el curso de toda su historia tanto en sus mejores momentos heroicos, como en los períodos de completa atonía moral el estudiantado europeo no fue más que el barómetro sensible de las clases burguesas".


 


Ciertamente, la universidad continúa siendo una institución de la sociedad burguesa, pero en completa crisis, debido a la propia crisis de esa sociedad, incomparablemente más profunda que la de la época en que Trotsky escribía las líneas citadas. La situación actual precisa cuál es la tarea planteada en defensa del marxismo: la denuncia y el análisis del oscurantismo posmoderno como una tentativa desesperada (de crisis) de justificar un papel independiente para la intelectualidad en la sociedad, al margen de la lucha entre las clases fundamentales, pero en definitiva por cuenta de la burguesía. No es por casualidad que distinguidos posmodernos y posmarxistas hayan cumplido un papel fundamental de asesoría de gobiernos burgueses reaccionarios en la etapa reciente, desde Lyotard en Francia hasta Portantiero en Argentina, para no hablar del gobierno brasileño actual, literalmente compuesto casi exclusivamente por tránsfugas de las universidades públicas de San Pablo.


 


En la universidad y en el sistema educacional en general, también, el capitalismo ha creado sus propios sepultureros, bajo la forma de la organización sindical (obrera) de docentes y funcionarios, y de un movimiento estudiantil con un peso inédito y susceptible de adoptar posiciones revolucionarias. Esto amplía la base de la lucha por el poder obrero, a cuyo servicio debe estar la lucha ideológica. Sólo la reorganización socialista de la sociedad podrá salvar a la ciencia de su destrucción (o de su esterilización elitista) irreversible por el capital. No se trata de contraponer la ciencia proletaria a la ciencia burguesa, sino de organizar a intelectuales y estudiantes junto al partido de la clase obrera, por la ciencia y por el socialismo. Y que siga el debate.


 

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