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El fracaso de la transición en Rusia


La declinación y desintegración de la Unión Soviética marcó el fin de una época histórica. A ello siguieron siete calamitosos años que coincidieron con el reinado de Yeltsin y el intento fogoneado por Occidente de convertir a Rusia al capitalismo clásico. En agosto de 1998 esto concluyó espectacularmente con la caída del rublo y el hundimiento del país, que ya estaba en una profunda crisis económica, en la bancarrota. El crimen y la corrupción rampantes acompañaron lo que se llamó la transición, celebrada en Occidente como la tormentosa ruta hacia la democracia. Dos guerras en Chechenia y, más tarde, unas elecciones fraudulentas…; sólo Pangloss (1) podría decir alegremente que el reinado de la democracia capitalista se ha establecido en Rusia.


 


La transición ha fracasado, y esto es un fracaso de proporciones históricas mundiales. Rusia no es tan importante para la economía mundial, pero su importancia está dada por el hecho de que se suponía que volvía al capitalismo, y fracasó. Esta es la única cuestión que importa y es lo que preocupa al FMI, porque señala que se aleja del mercado. Con Africa en crisis y América Latina al borde de una, la nueva realidad es que no hay una vía para ir hacia el mercado ni tampoco se puede volver atrás. No hay una solución a la vista (para el capitalismo mundial; para nosotros hay una solución: ¡la revolución!).


 


Occidente esperaba a Rusia para hacerla capitalista, y no lo hizo, a pesar de los esfuerzos enormes de la ayuda occidental para contribuir a privatizar los enormes recursos del Estado. La privatización simplemente permitió a un puñado de oligargas enriquecerse, a expensas del pueblo ruso, mientras poco cambió ni en los términos de las relaciones sociales en los lugares de trabajo, ni en la forma en que la producción se lleva a cabo. Al comienzo, la privatización nominal tenía como objetivo contribuir a la creación de capitalistas. En lugar de esto, trabajadores y gerentes se conjugaron en un intento de controlar sus empresas; y así se llevó a cabo un segundo round privatizador, respaldado por cientos de millones de dólares de ayuda norteamericana. Esto equivalió, esencialmente, al robo de la propiedad estatal por los que ya la controlaban. Al mismo tiempo, un intento de monetizar la economía se transformó en su contrario, creando una economía en la que el 75% de las transacciones eran realizadas a través del trueque, mientras la mayoría de los salarios obreros tenían meses de atraso. Las agencias de préstamo occidentales favorecieron al grupo de reformadores que hablaba inglés, vestía trajes finos, hablaba e iba donde aquéllas deseaban *el grupo alrededor de Chubais*. La privatización creó al grupo de oligarcas y les permitió confiscar la riqueza, en lugar de crearla. Esas agencias fracasaron en lograr la creación de riqueza por medio de la inversión en la producción. Al contrario, la economía fue desmonetizada para combatir la inflación y el despojo reemplazó a la inversión productiva. Todo esto fue acompañado por democráticas demostraciones; en otras palabras, mostrar que existe una rudimentaria democracia por existir elecciones; así las canillas se abrían y la ayuda fluía.


 


Para hacer esto exitoso, había que poner en escena a la democracia. Esto se hizo sumamente bien. Hasta se hizo una guerra para ayudar… por ahora todo va bien. Primero, no sólo hubo elecciones apropiadamente, sino que de hecho el gobierno de Yeltsin funcionó por medio de decretos, a veces redactados por los Harvard boys, dictados para ayudar al grupo detrás de Yeltsin a cimentar sus ventajas económicas. Cuando la oposición surgió en la Duma fue etiquetada de comunista y Yeltsin la destruyó. Pero no era más que una oposición leal, nacionalista y favorable al mercado *evidencia de la inmensa batalla dentro de la élite por el control y el acceso a las riquezas. Firmas norteamericanas de relaciones públicas fueron contratadas para convencer a la población de que la privatización era en bien de todos; pero una vez que ingresaron a las fábricas para encontrar historias exitosas de privatizaciones, no pudieron encontrar a ninguna. No había ninguna historia exitosa y hasta en una fábrica sus trabajadores ni siquiera sabían que ¡ya había sido privatizada! Historias como ésta, sumado el rol jugado por los EE.UU. para apuntalar a Yeltsin y especialmente a Chubais *el hombre clave para el FMI, el único al que le darían dinero* daban la impresión de que a EE.UU. sólo le interesaba destruir Rusia, como mucha gente cree, aunque este no es el caso (2). Los EE.UU. necesitaban a Rusia para realizar la transición. Una continua desintegración de Rusia y de su bloque sólo significaría inestabilidad para Europa (y para el mundo), y esto no es lo que Occidente quiere. (Es por esto que la Otan entró a Kosovo; no fue para recolonizar el Este, lo cual sólo traería aparejado una carga económica, sino para tratar de evitar el caos). Si sólo lo vemos como los malvados EE.UU. contra la débil Rusia, perdemos de vista la cuestión clave. El capitalismo la necesita para sobrevivir y mal puede permitirse más agostos del 98 sin que despierten la ira de la población. Cualquiera que conozca Rusia sabe que la paciencia de la clase obrera rusa es inmensa; pero cuando finalmente se mueve, puede hacerlo en forma espectacular.


 


La mayoría de los rusos hoy están, por lejos, peor que 10 años atrás, y ya entonces no les iba bien. Por otro lado, los EE.UU. actuaron en forma inepta por contraponer sus propios intereses. El impulso de la primera privatización en 1992 fue transferir las empresas a sus empleados y gerentes o a los inversores de afuera. La única cuestión era entonces saber cómo el gobierno ruso controlaría la privatización. Chubais tenía otros planes. El FMI también pensó que darle el control a los trabajadores era un error, especialmente con tanta riqueza minera y petrolífera en juego. Y con el pueblo ruso como dueño de la riqueza, sería improbable su venta a inversores extranjeros. El pensamiento occidental planteaba que podrían tener una posición inversora más fuerte en Rusia, a un precio más bajo, si la riqueza quedaba en pocas manos. Los oligarcas-cleptócratas querían transferir sus fortunas rusas al exterior *esto es lo que buscaban*, para hacer su posición más segura y permanente, dejándolas afuera. Las salidas de capital habían sido más importantes que las entradas por ayuda (¡alrededor de 25 mil millones de dólares por año!). La élite oligárquica-cleptocrática podía hacer esto más facilmente si tenía socios occidentales, y esto fue sellado vendiéndole parte de sus propias acciones a los inversores extranjeros. Los planificadores de la política occidental parecieron creer, ingenuamente, que en cierto punto los oligarcas comenzarían a invertir en Rusia, a pesar de que el dinero fluía hacia fuera tan rápido como entraba. La consecuencia fue la devastación económica, pero esto fue como un daño colateral. La misma historia se repitió muchas veces con los programas de austeridad del FMI, que contraían o liquidaban la economía doméstica, pero unos pocos se enriquecían, y sus amigos recibían buenos dividendos.


 


¿Habrá alguna diferencia con Putin? ¿Durará? Ver cómo conquistó el poder es instructivo: en una elección en la que los politólogos americanos dicen que demuestra los avances rusos hacia la democracia del siglo XXI, Vladimir Putin emergió como el hombre del momento. Detrás de su victoria están los pertrechos de la democracia de nuevo tipo: los medios controlados que denigran a los adversarios y mienten sobre la guerra, periodistas que publican según el precio que se paga por la propaganda gubernamental (un artículo laudatorio se valúa en 4 mil dólares); el patriotismo desenfrenado, y, en caso de que ninguno de estos métodos funcione, llenando listas de votantes con personas muertas.


 


A pesar de la descripción de los medios de una práctica democrática en Rusia, ha habido una masiva abstención desde 1993, a dos años de la nueva era democrática. Ese año Yeltsin bombardeó al parlamento y forzó una Constitución que garantizaba una virtual dictadura presidencial; pero como una concesión a la presión democrática se resolvió que cualquier elección con una concurrencia menor al 50% fuera anulada. La primera anulación debería haberse efectuado en la propia ratificación de la Constitución. Años después de ese plebiscito, surgieron evidencias que echan dudas sobre las cifras de participación de votantes. En forma similar, nuevas evidencias pusieron un signo de interrogación sobre las cifras oficiales de la elección parlamentaria de diciembre de 1999. Incluso tomando las cifras oficiales, es claro que ha habido un incremento de la abstención electoral con cada elección. De hecho, a esto se lo podría llamar fraude electoral pluralista; el sistema ruso de controles y balances.


 


Mientras Putin fue electo en marzo de 2000 con la participación del 52% de esos votantes, una mirada de cerca revela obvios problemas. En Chechenia, desgarrada por la guerra, a pesar de la carnicería, las violaciones y el pillaje del ejército ruso, Putin aparece obteniendo más votos que en Moscú. ¡Parecería que las guerrillas bajaron de los cerros para votar por Putin! El 60% de los votos fue para Putin, con una concurrencia del 79,4%. En Ingushetia, muy vecina y vinculada a Chechenia, donde cientos de miles de refugiados de guerra chechenos encontraron refugio, Putin obtuvo más del 80% de los votos. Aunque fueron registrados en los padrones, los votantes de los campos de refugiados de Chechenia e Ingushetia se quejaron porque no les fueron provistas urnas. Asimismo, en las islámicas Tatarstan y Bashkortostan, Putin se anotó más votos que los que obtuvo en las pobladas regiones rusas. Estos resultados afectan la veracidad y el crédito que se le da al pretendido y falsificado voto masivo.


 


Observadores oficiales proclamaron que la elección fue justa, pero los observadores del Partido Comunista y el Yabloko reportaron irregularidades en las repúblicas nacionales, incluyendo el inflado de los sufragios y la impresión de 3,4 millones de votos extras en Tatarstan. La concurrencia oficial de votantes fue del 69%, pero un reporte no oficial ubica ese porcentaje en el 45%, lo cual anularía la elección. Las cosas se veían tan mal que 24 millones de sufragios fueron agregados en los últimos 40 minutos de la elección, para evitar su anulación. Aun así, las encuestas de opinión mostraron consistentemente a Putin obteniendo el voto de alrededor del 50% del electorado, y lo que se coomprobó correcto, aunque los observadores del Partido Comunista informaron que Putin ganó con el 45%, es decir, sin lo suficiente como para evitar la segunda vuelta.


 


Aun si esta hubiese sido una elección libre y justa, las condiciones en que se desarrolló preocuparían. La manipulación de los medios fue evidente por todos lados. Mucho antes de la campaña, los adversarios de Yeltsin-Putin, Primakov y el alcalde de Moscú, Lushkov, fueron sometidos a una sucia operación de los medios. La televisión central rusa y la prensa sostuvieron abiertamente a Putin, incluso al punto de recurrir al antisemitismo y la homofobia contra Yavlinsky, el candidato liberal del Yabloko. (Una conferencia de prensa de los gay que respaldaban a Yavlinsky fue organizada por la red de TV de Berezovsky). Yavlinsky fue el único candidato que se opuso a la guerra en Chechenia. Recibió menos del 6% de los votos.


 


Mientras la propaganda de los medios es una característica de todas las elecciones democráticas, en Rusia esto es mucho peor que en el Occidente desarrollado. El control sobre los medios o el acceso a ellos, a través del dinero o de los contactos, juega un rol considerable en todas las elecciones modernas. En Rusia, con sus ochenta y nueve regiones desplegadas sobre una vasta región geográfica, la televisión y la radio juegan un rol unificador crucial. Sumado a esto el temor que la mayoría de los rusos tiene sobre su futuro y el que dominó su pasado, no es sorprendente que se amoldaran a los deseos expresos de la autoridad.


 


De hecho, la explicación occidental convencional del resultado de estas elecciones es que los rusos quieren un fuerte liderazgo que les asegure orden y seguridad para permitirles progresar, elevando sus condiciones de vida. Desde este punto de vista, los rusos son vistos como un pueblo que ama la autoridad y el orden. Putin, que procede de la KGB y promete la dictadura de la ley, encaja en esa imagen. Putin superó a su adversario Gennady Zyuganov, del PCFR (Partido Comunista de la Federación Rusa), que obtuvo el 29% de los votos a pesar de la propaganda de los medios. Putin imitó a Clinton y se apropió de la postura de su adversario, en este caso presentándose como partidario de una Rusia más grande, que gane guerras. En forma indirecta, él podía defender también un retorno de la industria rusa.


 


La población de Rusia no difiere mucho de la de EE.UU. o América Latina en buscar un gobierno que le ponga freno a la continua declinación de los niveles de vida y las mejore. En las primeras elecciones, los trabajadores toleraron el concepto de mercado, pero hoy se oponen a ese sistema que ha llevado a la mayoría a un implacable desastre. Los salarios promedio en Rusia son hoy de 20-22 dólares por mes. A diferencia de Yeltsin, que defendió al mercado, Putin no formuló un programa. Dejó que se lo conociera como un ruso nacionalista y partidario de un gobierno fuerte. Sacó ventaja del efecto proteccionista de la devaluación masiva del rublo y del crecimiento del precio del petróleo, los cuales coincidieron con su presidencia. Esto hizo aparecer a Putin, al contrario que Yeltsin, como partidario de proteger a la industria rusa, lo cual incrementaría los niveles de vida y el empleo. Desde el momento en que esta fórmula era el programa del PCFR de su competidor Zyuganov, el electorado parecía tener pocas alternativas. ¡De los otros doce candidatos, algunos admitieron que sostenían a Putin! Y a su vez el PCFR deriva del stalinismo y su programa se acerca al fascismo. El PCFR es clasificado como partido de izquierda por los comentaristas de derecha, pero es en verdad un partido de extrema derecha, semifascista, nacionalista, antisemita y populista. La Duma no tiene izquierda en absoluto. Representa solamente a diferentes sectores de la élite.


 


No hubo candidatos de la izquierda. Pero hubo una campaña desde la izquierda *Unión 2000* que llamó a boicotear las elecciones. Ellos consideran que participar de ese ejercicio fraudulento sería legitimar al régimen, cuya maquinaria de propaganda parece un "Ministerio de la Verdad" de proporciones orwelianas. Algunos estaban esperanzados en la anulación de las elecciones, que conduciría a una segunda elección y podría dar lugar a mejores candidatos.


 


Incluso con su victoria electoral, sea como fuere que la logró, esta elección es un revés mayor para Putin. Esperaba una avalancha de votos con una enorme concurrencia electoral, y para conseguirlo se había preparado falseando los resultados. Putin no obtuvo la legitimación que quería, para tener las manos completamente libres para imponer el Estado fuerte que ahora se requiere para proteger a los oligarcas que lo sostienen. Mientras aparecía como independiente, Putin fue cuidadosamente escogido por Berezovsky, y tenía estrechos lazos con Chubais. Si las elecciones hubiesen sido 100% libres y limpias, los resultados no habrían sido muy diferentes. Esto es así porque toda la élite sostenía a Putin y la oposición leal, representada por el PCFR de Zyuganov, no representaba una alternativa. El PCFR no es más que una formación marrón-rojiza, que algunos izquierdistas en Rusia etiquetan como partido semi-fascista con un estandarte rojo. Su dirección quiere estar en el poder para participar de todos los privilegios. No quieren el comunismo.


 


Putin representa un retorno al Estado fuerte, intervencionista, pero con un compromiso hacia el libre mercado, lo que en la práctica significa que se permitirá a los oligarcas proteger sus beneficios mal habidos. Ellos necesitan un Estado ahora, y esto coincide con los deseos de la población de un Estado que la proteja y "se haga cargo". Los controles sobre los individuos están reapareciendo, mientras que la protección del bienestar social ha desaparecido. Putin ha comenzado a reprimir el mayor grupo de periodistas, golpeando a los opositores e invadiendo el Media Most, los mediáticos independientes de Rusia. La televisión de ese grupo ha sido franca investigando la corrupción y revelando algunas verdades acerca de la guerra genocida de Putin en Chechenia. (Para ser justos, el Media Most es propiedad de una oligarquía rival.) Esa represión muestra que Putin recurre a las tácticas soviéticas, suprimiendo abiertamente a los disidentes, en lugar de controlar simplemente los impresos como hacía Yeltsin, falsificando la realidad y sobornando a otros. La prensa independiente está bajo un serio ataque.


 


Yeltsin es popularmente ridiculizado como un fracasado incurable, tanto por sus políticas como por el fracaso de lo que implementó. Y ahora su sucesor proviene del mismo palo. Tanto Anatoly Chubais, el jefe privatizador, como Boris Berezovsky, el principal capitalista, sostienen a Putin. Cualquiera sea su retórica nacionalista y el uso que haga de mecanismos de protección como la devaluación, Putin tiene un compromiso con el mercado y sufrirá sus continuos fracasos. Es interesante ver que en Rusia el apoyo del capital no basta, porque éste por sí mismo es débil. Los órganos represivos del Estado son entonces convocados a actuar.


 


El capital significa hoy en día capital financiero. Los gerentes industriales podrían poseer participaciones en sus empresas, pero ellos tendrían que actuar de una manera diferente que el propio capitalismo. Constituyen una sección diferente del grupo dirigente del capital financiero, como Berezovsky. Yeltsin a veces se comprometía con este último grupo, al cual representó el PCFR. Putin indicó que él se comprometerá con ellos también, y lo está haciendo políticamente con su nacionalismo, el proteccionismo y la acción del Estado. Parece, sin embargo, que él va más allá, y es esto lo que abre dudas en opinión de los comentaristas occidentales.


 


Putin proviene de la KGB, ascendió en el escalafón político con ayuda de las reformas de mercado y fue parte del gobierno de Yeltsin. Reclutó a miembros de la policía secreta como empleados de su aparato. La conclusión lógica es que el capital financiero ruso giró hacia los órganos de poder para perseguir su programa. Si el mercado no puede ser introducido a través de formas democráticas, puede hacerse directamente por la fuerza. Desde esta perspectiva, Chechenia tuvo que ser destruida en función de mantener la integridad de Rusia como un país. Encima, Putin no tiene el completo apoyo de la FSB (3), sucesora de la KGB; ¡así corre el riesgo de tener un estado policial sin el apoyo de la policía!


 


La población no quiere el mercado, de modo que éste le será impuesto por la fuerza. Esto no puede ser logrado, pero se lo intentará. La ya sufrida población está en la mayor miseria. Finalmente, el robusto y juvenil Putin se parecerá a Yeltsin *una figura profundamente antipopular, revolcada y quebrada.


 


La historia tiene una manera de quebrar a los que luchan a favor de un grupo social sin lugar en la historia. Como definió un autor, Yeltsin será exitoso por Shmeltsin. Nosotros podemos decir, a su turno, que Putin será exitoso por Schmutin, hasta que los trabajadores tomen la historia en sus propias manos.


 


¿Cuáles señales de oposición?


 


A pesar del masivo manejo del escenario de las elecciones, de las guerras y de las reformas, en Rusia hay pocos que los sostengan, y en cambio está emergiendo una activa oposición, aunque todavía sea pequeña. La juventud se está volviendo contra el sistema (y ésta es una población joven que nunca experimentó el sistema soviético, pero está harta de la corrupción y la falta de oportunidades) y el sistema pinochetista estilo ruso de Putin es mucho menos funcional en la medida en que la policía puede ser sobornada. Pinochet ya tenía un sistema de mercado funcionando, que Rusia no tiene, y el aparato represivo ruso es corrupto y no puede forzar el crecimiento económico.


 


El régimen derechista autoritario de Putin tiene el efecto de empujar a la gente hacia la izquierda. Y los dos últimos años de relativa estabilidad tras la devaluación del rublo y la elevación del precio del petróleo, permitieron una recuperación económica desde agosto del 98 a la primavera de 2000. El colapso del rublo le dio ímpetu al mercado interno, especialmente a la producción de alimentos, en la medida en que las importaciones se volvieron de repente demasiado caras. Este crecimiento se hizo sin inversiones y puede modificarse cuando los precios del petróleo declinen. Pero, con la recuperación, el movimiento de los trabajadores surgió.


 


Ha habido algunas luchas que dan mucho ánimo: en la mina a cielo abierto de Chernigovsky, en Kemerovo (Siberia), los trabajadores bloquearon la entrada a los nuevos propietarios, declarándola empresa del pueblo, y chocaron vigorosamente con la policía. Un enfrentamiento similar ocurrió en la famosa fábrica de porcelanas Lomonosov, en San Petersburgo. Pero la lucha más significativa ha tenido lugar en la fábrica de papel y pulpa de Vyborg, un área industrial al norte de San Petersburgo, cerca de la frontera con Finlandia, que jugó un rol importante en la Revolución Rusa de 1917.


 


La fábrica fue vendida a un empresario de vodka por un valor de entre medio y uno por ciento de su valor real; un caso bastante típico del esquema privatizador. Los salarios no se venían pagando, el propietario se fue y la fábrica llegó al borde de la bancarrota. Se corrió el rumor de que el dueño iba a despedir a los dos tercios de la fuerza de trabajo de dos mil trabajadores; entonces ocuparon la fábrica, la declararon propiedad común y eligieron su propio director.


 


La fábrica pronto encontró clientes para su producción y durante 18 meses trabajó como una cooperativa, pagando sus deudas, pagando a los trabajadores 1.500 rublos por mes *un ingreso alto para los niveles rusos*, y organizó un programa de apoyo social para el pueblo, que incluía la provisión gratuita de leche y electricidad, peluquería y vacaciones gratuitas, y ayuda financiera para los pensionados. La fábrica incluso pagaba sus impuestos.


 


Los dueños volvieron, contrataron gangsters y a la policía para reconquistar la fábrica. Fue una batalla a tiros, y dos trabajadores fueron muertos. Fue llevada al lugar una fuerza de tareas especial antimotines y la policía tomó rehenes para sacar a los trabajadores. Los trabajadores de Vyborg se endurecieron, pero en enero la planta fue vendida a una firma británica, Alcem. Uno de los líderes de la cooperativa firmó un trato con Alcem entregando el control de la fábrica a cambio de la garantía de un aumento en los pagos, de beneficios sociales para el pueblo y de que no habrá despidos. Putin condecoró a los policías que participaron de la reconquista de la fábrica como héroes nacionales.


 


Pero los trabajadores se están agitando. Entre los conflictos más importantes figura el de las mujeres del gremio de la alimentación que trabajan para los restaurantes de McDonalds, que han emprendido una batalla impresionante para sindicalizarse (¡McDonalds no permite sindicatos en ninguna parte!); y estas mujeres no tenían ninguna experiencia sindical previa. Los trabajadores están buscando su voz y están presionando a sus nuevos empleadores reclamando un mejor trato.


 


Los oligarcas querían a Putin para que sea un Pinochet ruso, y él apela al nacionalismo y al racismo para consolidarse. Putin representa el retorno del capital financiero a la escena política, pero bajo el nuevo eje del nacionalismo. El nacionalismo sirve a sus intereses políticos porque pueden mantener el control político a través de elecciones democráticas. El nacionalismo sirve a sus intereses económicos porque sufrieron serios reveses financieros o la bancarrota a través de su deuda con Occidente durante la devaluación de 1998. El nacionalismo sirve a sus intereses sociales porque ha llevado a mayores niveles de empleo, a mayor demanda interna y al crecimiento de la industria nacional.


 


Aunque los trabajadores no tienen voz en el proceso electoral, su descontento fuerza a la élite a adoptar una línea nacionalista para encauzar el descontento y la oposición a las fallidas reformas económicas. No hay reforma de mercado que se pueda introducir y mejore la situación. El nacionalismo es su última carta. Y la última vez que se usó tan abiertamente llevó a la Revolución Rusa de 1917. (!Hoy de nuevo, hay una solución-revolución!).


 


 


(*) Texto de la intervención de Suzi Weissman, en la sesión sobre "La restauración del capitalismo en Rusia" del Seminario Internacional, realizado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (30 de mayo de mayo de 2000).


 


1. Personaje del Cándido de Voltaire, encarnación del optimismo [Nota del traductor].


 


2. El esquema privatizador fue conocido como préstamos por acciones, cuando un puñado de oligarcas adquirió muchas joyas industriales al precio que esas acciones salieron en subasta. Esta fue la segunda privatización, después que la privatización por bonos fracasó en crear capitalistas.


 


3. De acuerdo a Boris Kagarlitsky, sólo el 11% de la FSB apoyó a Putín.


 


Estadisticas


 


La población rusa ha disminuido de 148 millones en 1990 a alrededor de 138 millones hoy.


 


La tasa de suicidios se ha elevado un 60% desde 1989.


 


La expectativa de vida había caído 7 años, y luego subió 3, o sea que cayó 4 años.


 


El 75% de todos los embarazos tienen serias patologías; la infertilidad se ha incrementado a razón del 3% anual.


 


La tasa de mortalidad excede la de nacimientos en un 70%.


 


En una encuesta de 1998, los rusos de 18 años destacaban la prostitución o trabajar como asesinos, por encima de científicos, ingenieros o investigadores, como carreras atractivas para elegir.


 

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