REUNION INTERNACIONAL DE BUENOS AIRES (29 DE MAYO AL 2 DE JUNIO DE 2000)
Las organizaciones reunidas en Buenos Aires realizaron su quinta reunión internacional en condiciones que confirman la base política que dio lugar, en 1997, a su iniciativa de refundar la IV Internacional para dotar a la vanguardia obrera mundial de una orientación marxista revolucionaria frente al agravamiento de la crisis mundial.
La IV Internacional, basada en el método de las reivindicaciones transitorias, es el instrumento indispensable para que la clase obrera supere su crisis de dirección e imponga un desenlace socialista, el único históricamente progresivo, a la crisis en curso.
En la crisis actual, se verifica la bancarrota de la concepción "gradualista", prevaleciente en los más diversos sectores de la izquierda de diferentes países, que aprecian las tendencias del capitalismo de un modo lineal, constatando sus tendencias reaccionarias pero sin concebirlas como un proceso de contradicciones cada vez más explosivas (en las palabras de Marx, "el capitalismo es la contradicción en proceso"), excluyendo, por lo tanto, transformaciones de cantidad en calidad, es decir, rompiendo la conexión entre la descomposición del capitalismo y la tendencia al surgimiento de situaciones revolucionarias. La manifestación cada vez más abierta de las contradicciones del capitalismo, en el cuadro de su crisis histórica, obliga a los trabajadores a adoptar una posición revolucionaria, es decir, a tomar conciencia de esa tendencia a las crisis políticas profundas, a la polarización política y a la acción histórica excepcional de la clase obrera.
La IV Internacional, por su programa y tradición, ha probado ser el instrumento histórico más consecuente y más conciente para preparar, desarrollar y conseguir la victoria de la revolución proletaria: refundarla de inmediato es la obligación primera de todo militante u organización obrera consciente de los deberes y tareas que emergen del presente período político.
Alcance de la crisis mundial
El derrumbe generalizado de las Bolsas de los principales países, en los últimos tres meses, ha puesto en evidencia el límite alcanzado por la recuperación de la llamada crisis asiática, que debutara en Tailandia a mediados de 1997 y culminó con la devaluación brasileña de los primeros meses de 1999. Es que la cadena de devaluaciones monetarias que provocó la crisis en Asia sólo ha servido para acentuar la competencia internacional y para poner de manifiesto el enorme capital excedente que, a nivel mundial, tira hacia abajo la tasa de beneficio del capital, esto a pesar de la reducción de los salarios, del alargamiento e intensificación de la jornada laboral, de la racionalización de los métodos de producción aplicados en las principales ramas industriales y también a pesar de las grandes fusiones capitalistas, es decir de una mayor centralización del capital. El principal motivo del fracaso de las llamadas fusiones y adquisiciones de empresas obedece a que fueron por sobre todo operaciones dirigidas a la obtención de ganancias financieras y a que sólo marginalmente afectaron a la industria, toda vez que la mayor parte de ellas involucró a los grandes grupos económicos de servicios y financieros.
La acentuación de la competencia capitalista internacional provocada por las devaluaciones asiáticas ha frustrado las expectativas de que la racionalización productiva protagonizada por el capitalismo norteamericano pudiera restablecer en términos duraderos el nivel de su tasa de beneficio, así como su nivel internacional. Ha dejado al desnudo, otra vez, el carácter mundial de la tendencia a la baja de la tasa de ganancia capitalista. El déficit comercial norteamericano alcanza ya la cifra de los 400.000 millones de dólares al año y la sobreoferta de mercancías extranjeras ha comenzado a afectar la rentabilidad de los grandes pulpos de los Estados Unidos. La pretensión de que los Estados Unidos puedan absorber, bajo la forma de importaciones, el conjunto de la sobreoferta mundial de mercancías, lo que supuestamente convertiría al déficit comercial norteamericano en un "factor de estabilización" mundial, se basa en una ilusión: que el dólar sería un patrón monetario universal y no, como efectivamente lo es, un instrumento de combate de la burguesía norteamericana contra sus rivales capitalistas. La necesidad de proteger al dólar, mediante el aumento de las tasas de interés, obliga a la burguesía norteamericana a "dispararse en el pie": la elevación de la tasa aumenta, en la misma proporción, la carga de la deuda pública norteamericana, la mayor en el orden internacional.
Esta situación pone un límite a la posibilidad de proseguir con la gigantesca especulación en Wall Street, cebada por una política de emisión monetaria, del 6 al 8% anual en un marco de precios estables, y una reducida tasa de interés. Pero sin esta especulación, el mercado norteamericano se reduciría como cuero a la intemperie, eliminando lo que es en la actualidad el principal mercado para el comercio internacional. Asimismo, como gran parte de esta especulación fue financiada por los capitales ociosos de Asia y de Europa, que son la contrapartida del déficit norteamericano, la acentuación de este déficit provocaría una huida de capitales de Estados Unidos y la devaluación del dólar, lo que a su turno desataría una gran deflación mundial y la posibilidad de un completo dislocamiento del mercado mundial, toda vez que la moneda norteamericana se ha transformado en la única medida (ficticia) de valor del mercado mundial. Esto porque desde la crisis del dólar de 1971, el sistema monetario internacional carece de un ancla fija y reposa en la capacidad del gobierno norteamericano para imponer el orden, en un entrelazamiento de la economía y la política, a nivel mundial.
Las pérdidas multimillonarias sufridas por los mayores fondos especulativos, como el Quantum de Soros o el Tiger Management (el segundo en importancia de Estados Unidos), constituyen apenas un anticipo de la perspectiva de derrumbe de la presente crisis. Los especuladores internacionales se han comenzado a realinear a operaciones a la baja en Wall Street, lo que no dejará de afectar la valuación del dólar, porque tal cosa entraña una salida de capitales. Pero incluso con independencia de esto, afectará profundamemente a la sociedad norteamericana, cuyo consumo e inversión están fuertemente condicionados por las ganancias bursátiles, al extremo que las llamadas empresas de Internet no se financian con capital propio sino mediante emisión de acciones; a que las fusiones se realizan, no con dinero, sino mediante intercambio de acciones; y a que el endeudamiento de las familias se aproxima al 150% de sus ingresos y un 50% de ellas tienen inversiones en fondos bursátiles. Quienes habían enterrado, por enésima vez, a la ley del valor a partir de los milagros de la nueva economía, hoy asisten azorados al derrumbe bursátil del 90% de las empresas tecnológicas y al inicio de quiebras en cadena. El valor de las empresas no está determinado por las llamadas expectativas o por preferencias subjetivas, sino por la capitalización de los beneficios, en última instancia a la tasa media del mercado.
La tendencia alcista de la tasa de interés norteamericana, para contener el desborde especulativo, que ya es de un 50% desde mediados del 98, cuando fue reducida para rescatar al LTCM y a la decena de bancos que lo sostenían; esta tendencia tendrá un efecto depresivo enorme, no sólo a escala de los Estados Unidos sino especialmente en los países periféricos, que cargan con una deuda externa de proporciones confiscatorias.
El capitalismo, tomado en su conjunto, ha llegado hace bastante tiempo a un punto tal de madurez, que el valor, o sea la producción para el cambio y para el beneficio comercial, se ha transformado en una base definitivamente estrecha para desenvolver las fuerzas de producción. Esta es la razón histórica de la falta de salida para la crisis que se arrastra desde hace más de un cuarto de siglo.
Asia
La perspectiva de la crisis mundial tiene su espejo en Japón, que ha entrado en su duodécimo año de depresión, esto a pesar de una inyección de fondos del Estado en la economía, del orden de los dos billones de dólares, y de una tasa de interés negativa. La alternativa a esta depresión podría haber sido que Japón hubiera permitido la quiebra en gran escala de sus monopolios capitalistas para de este modo eliminar del mercado el capital excedente y restablecer la tasa de beneficio y la motivación de la inversión; pero esto simplemente habría adelantado la depresión mundial. Ahora Japón agrega a su continua sobreacumulación de capital, una virtual quiebra financiera de su Estado, que acumula una deuda de 10 billones de dólares contra un producto interno de 4 billones. Si para rescatar al Estado, Japón repatriara su capital invertido en el exterior, con ello sólo aceleraría el derrumbe financiero en Estados Unidos y Europa. Japón se ha visto obligado a abrir su propio mercado, por la presión en especial de los Estados Unidos, y permitir el desplazamiento de algunos de sus monopolios en beneficio de los norteamericanos, en particular en el sector financiero y de servicios, lo que constituye un duro golpe para su expectativa de jugar un papel decisivo en la competencia mundial. Al mismo tiempo, sin embargo, su reciente decisión de crear un sistema asiático de protección financiera, con el apoyo de Corea del Sur y de China particularmente, demuestra que la crisis acentúa la rivalidad internacional entre Estados Unidos y Japón, y tiende a agravarse, con ello, la inestabilidad de toda Asia.
Ninguno de los países golpeados por la crisis del 97/98 ha vuelto a su posición precedente. Tailandia, Indonesia y Filipinas han empeorado y están a las vísperas de un nuevo estallido económico; Corea del Sur ha visto caer la autonomía de sus pulpos autóctonos, en especial los poderosos Hyundai y Daewoo; China enfrenta una quiebra generalizada de sus empresas estatales y una ola de luchas gigantescas contra los despidos que resultan de ella.
La crisis de la Unión Europea
Uno de los síntomas más poderosos de la tendencia disgregadora del capitalismo mundial lo constituye la continua devaluación del euro, que sin embargo había sido concebido para equilibrar el sistema monetario internacional, o sea para dotarlo de una doble ancla, y para ampliar la base financiera, económica y política de la especulación capitalista. Esa devaluación del euro refleja la pérdida de competitividad de la burguesía europea frente a la fuerte racionalización económica de Estados Unidos, lo que acentúa la dislocación de la Unión Europea, debido a los lazos desiguales que tienen sus países con el mercado internacional.
El desequilibrio financiero y monetario internacional está haciendo estragos en Inglaterra, donde la sobrevaluación de la libra, sometida al mismo proceso especulativo del dólar, ha desencadenado una ola de quiebras industriales de las principales firmas internacionales. La noticia de que la Bolsa de Frankfurt va en camino de absorber a la Bolsa de Londres, en lo que se anuncia como la pérdida del último bastión de la burguesía inglesa, anticipa que el balanceo del Reino Unido entre Estados Unidos y Europa, antes de inclinarse hacia algún lado plantea la posibilidad de una gran crisis nacional.
Para colmo de males, la burguesía europea teme, más que a la desvalorización de su moneda, a una devaluación del dólar, que iría naturalmente acompañada por una crisis financiera. Esta alternativa haría saltar de inmediato a la mayoría de los frágiles gobiernos centro-izquierdistas y pondría a la orden del día a los gobiernos de unión nacional con un Haider adentro. En Europa, el enorme debilitamiento político sufrido por la derecha en los últimos años, incluidos sus sectores fascistizantes, plantea en algunos países la posibilidad de una acentuación de la tendencia al frente popular, que esta vez contará con el apoyo de los seudo-trotskistas que se han pasado al campo democratizante.
Esta dislocación se acentúa, a nivel político, con el veto a la integración de los países del Este, con lo que se les cierra a éstos la única vía de salida que les había ofrecido la propia Unión Europea. La restauración capitalista en el Este de Europa se enfrenta ahora a su mayor crisis, ya que para avanzar hacia la integración al mercado internacional deberá ceder todas sus estructuras, inclusive su limitada autonomía política, admitir un vaciamiento económico y, en el caso de algunos de ellos (Polonia), enfrentar la confiscación en masa de sus agricultores.
La decisión de constituir un directorio político europeo comandado por Alemania y Francia, pero en definitiva por la primera, revela que la Unión Europea no son los Estados Unidos de Europa; la UE es un directorio de las burguesías imperialistas más fuertes del continente. La crisis mundial ha vuelto a poner de manifiesto la utopía de los Estados Unidos capitalistas de Europa, así como su carácter reaccionario. La Unión Europea es sinónimo de guerras, de reacción política, de opresión y confiscación de los países atrasados.
La crisis de la UE confirma lo que con mucha anticipación señalamos los marxistas: que la Unión Europea no surgía como un terreno para nuevas conquistas democráticas. Se pone así al descubierto todo el charlatanerismo izquierdista, tanto de origen staliniano como seudo-trotskista, de la "Europa de los derechos democráticos". La decisión de las cumbres europeas de Helsinki (Finlandia) y Sintra (Portugal), de constituir un ejército de la Unión Europea, con 50/60 mil soldados, evidencia el creciente apetito militar de los imperialistas europeos. La constitución de un ejército europeo independiente de la Otan, sin embargo, está descartada por el momento. Por eso, el imperialismo norteamericano, a pesar de sus contradicciones con el imperialismo europeo, no pone obstáculos a la formación de esta fuerza, aunque ésta sea la expresión de una potencial crisis militar interimperialista. La intervención militar europea, en áreas externas a la UE, asume un carácter complementario y subordinado a la intervención norteamericana a través de la Otan. Esto es lo que sucedió con la intervención de las tropas italianas contra la revolución albanesa de 1997. La Unión Europea es la Otan en los Balcanes y la plataforma de nuevas guerras.
Esta es una conclusión de la mayor importancia que los que luchamos por la IV Internacional debemos llevar a los trabajadores europeos. Frente a la Unión Europea belicista, opresiva y explotadora del gran capital, planteamos la destrucción de la Unión Europea, de sus estados e instituciones, y planteamos la oposición socialista a la Europa de la Otan y a la burguesía imperialista. Nos planteamos la realización de una campaña política europea para impulsar el programa de la lucha por los Estados Unidos Socialistas de Europa, del Atlántico a Rusia.
Africa: una muestra de la putrefacción capitalista
La catástrofe de Africa es claramente una expresión aguda y extrema de la crisis mundial. Así lo demuestra el derrumbe de las monedas de Sudáfrica y Zimbabwe, dos economías consideradas modernas en su sector de exportación. Pero lo mismo vale para todo el continente al sur del Sahara y para Etiopía-Eritrea, cuyas guerras civiles e internacionales no responden sino a una despiadada lucha internacional por la apropiación de minerales y materias primas, determinada por la necesidad de controlar un mercado mundial saturado y por el temor a caídas de precios que pueden provocar la ruina de poderosísimos pulpos internacionales (De Beer, la Anglo). Se ha producido en Africa una verdadera pulverización de sus ficticios aparatos estatales, lo que a su turno ha provocado una verdadera calamidad social de hambrunas y enfermedades. La burguesía mundial querrá poner en la cuenta del atraso de Africa, del cual ella es la principal responsable, lo que no es otra cosa que una manifestación despiadada de su propia crisis mundial y de sus propias tendencias destructivas. El nacionalismo negro de contenido burgués o pequeño burgués, como se ve en la conducta de todos sus líderes, desde Mandela a Kabila, ha sido barrido por la crisis mundial; sólo una vasta alianza independiente desde el proletariado de Sudáfrica, Nigeria y Angola, junto al muy minoritario de otros países y a las masas de desheredados, podrá producir un renacimiento africano, en el marco de una movilización socialista a nivel mundial.
América Latina
Un verdadero proceso de ruina ha tomado cuenta de los países periféricos. En América Latina, los llamados ajustes exitosos se han simplemente derrumbado; mencionemos a Bolivia y Perú, a los que se añaden Ecuador, Colombia, Paraguay, Argentina y, contra las apariencias, Brasil, cuya deuda externa como porcentaje del producto bruto ha crecido aun más como consecuencia de la devaluación.
El incremento de la tasa de interés norteamericana ha liquidado para siempre las posibilidades de las políticas de ajuste deflacionario en América Latina. A pesar del enorme incremento que permitieron en la tasa de explotación de las masas latinoamericanas, esos ajustes no sirvieron en absoluto para abrirles a sus economías y a sus burguesías un espacio en el mercado mundial. Han sido esencialmente un negociado para los grandes pulpos internacionales de servicios. Es decir, que fueron una vía limitada para contrarrestar la tendencia al derrumbe del gran capital internacional en su conjunto. La devaluación brasileña y la dolarización ecuatoriana han sido la manifestación más aguda de esta completa crisis del mal llamado modelo neoliberal. Ahora se encuentran en vías de desenlace las crisis de esas políticas económicas en Argentina, Colombia y Perú, en los tres casos combinadas con crisis políticas que se encuentran en diferentes estadios de desarrollo. De conjunto, la crisis ha comprometido la experiencia del Mercosur, que las burguesías latinoamericanas miraban como una perspectiva de desarrollo continental. Un sector creciente de la burguesía norteamericana quiere obtener una nueva posibilidad de inversiones y de especulación transformando al Mercosur en un apéndice monetario de los Estados Unidos, para lo que impulsa una moneda única del Mercosur bajo un régimen de convertibilidad. Una expresión de la presión que se ejerce en esta dirección lo constituye el reclamo para dolarizar la economía argentina. Pero una dolarización inmediata de Argentina, cuando comienza una política deflacionaria en Estados Unidos y en el medio de una fuerte recesión interna, podría llevar a una crisis de características revolucionarias. Sería una variante, a escala muchísimo más grande, de lo que ocurrió en Ecuador a principios del 2000.
La crisis política latinoamericana se agrava al ritmo de la descomposición económica y de las grandes movilizaciones de masas. La insurrección indígena en Ecuador, la "guerra del agua" en Bolivia (dentro de un proceso de sublevación de campesinos y obreros y de la tropa de la policía y el ejército), las ocupaciones de edificios públicos y latifundios por el MST brasileño, las huelgas estudiantiles en México, las movilizaciones campesinas en Paraguay, la crisis política y las movilizaciones contra el fraude en Perú, la abierta descomposición del Estado colombiano, y los cortes de ruta en la Argentina; todo esto es parte de un único proceso continental. En Colombia, las "negociaciones de paz" entre un gobierno que se hunde (no controla la legislatura, ni al ejército, mucho menos a los paramilitares) y la guerrilla son un espejismo que encubre la acelerada preparación de la intervención militar norteamericana. Pero el imperialismo no cuenta, como en el pasado, con la posibilidad de apoyar esa intervención armada en dictaduras militares como las de Onganía o Geisel. El cuadro de libertades democráticas y de organización de las masas latinoamericanas le impone al imperialismo la perspectiva de que una intervención en Colombia provoque crisis políticas generalizadas y levantamientos populares en América Latina.
La experiencia democratizante en América Latina en los últimos veinte años se ha dado en el marco de un entreguismo económico sin precedentes, lo cual ha consumido todo el capital político que aún quedaba en los movimientos nacionalistas e incluso izquierdistas, y ha consumido todavía más y a una velocidad impresionante las tentativas pequeño burguesas de remediar ese agotamiento. La experiencia de Chávez, en Venezuela, que para defender el ingreso nacional y poder pagar la deuda externa ha reducido la producción de petróleo, despedido a miles de obreros y desactivado parte del capital estatal en existencia; como las experiencias izquierdistas del Frente Amplio, en Montevideo, o del PT, en Porto Alegre, o del FMLN, en San Salvador, y en general de todas las corrientes que se encuadran en el Foro de San Pablo, que se caracterizan por su servilismo hacia el gran capital y su absoluta incapacidad para satisfacer las más elementales reivindicaciones de las masas; más la del Frepaso en Argentina; todas se consumen, aunque a diferente ritmo, bajo el impacto de la crisis mundial. Asimismo, todas estas experiencias llevan a la misma conclusión de que ninguna tendencia burguesa o pequeño burguesa podrá dar una salida a la crisis histórica en curso; por lo tanto, no podrán bloquear la tendencia a una crisis revolucionaria generalizada, en la que sólo les quedará actuar como bomberos contrarrevolucionarios, que es su única función histórica posible, es decir su función antihistórica inevitable.
Frente a la amenaza de la agresión yanqui a Colombia, a la desintegración económica del continente y a las luchas de masas que van del Río Grande a la Tierra del Fuego, llamamos a una campaña de movilización continental contra la intervención imperialista. Para ello, levantamos el siguiente programa: confiscación de los terratenientes y entrega de la tierra a los campesinos; expulsión del imperialismo; expropiación de la banca; no pago de la deuda externa; control obrero de la producción; por los Estados Unidos Socialistas de América Latina. Para llevar este programa a la victoria es necesario superar las tentativas centroizquierdistas y movimientistas mediante la construcción de partidos revolucionarios y de la IV Internacional.
Una expresión indirecta de la envergadura de la crisis es la aparición en los países imperialistas de una corriente que pretende limitar sus extremos más bárbaros mediante la regulación del capital por la vía impositiva. La suposición de que se podría combatir la crisis capitalista apelando a una política de "redistribución de la riqueza", y en particular mediante la aplicación del llamado "impuesto Tobin" (1% sobre los movimientos internacionales de capital), que serviría para constituir un "fondo de erradicación de la pobreza mundial", no sólo es utópica; es también reaccionaria. En la base de este movimiento, que ha tomado el nombre de ATTAC, se encuentra la suposición de que se puede corregir por medios fiscales la tendencia del capital al parasitismo y a la putrefacción. El planteo de ATTAC desconoce la naturaleza de clase del Estado y del conjunto de los instrumentos de los cuales se sirve, incluidos los fiscales. Ignora también la unidad político-económica de los presupuestos estatales y del Estado y el metabolismo político-económico de éste con la sociedad capitalista sobre la cual se yergue. Desconoce en definitiva que el sistema impositivo, en cualquier variante, es un instrumento del capital, no sólo para apuntalar la acumulación de capital y arrancar plusvalía por medios extraeconómicos, sino también un instrumento de guerra y de opresión. Reivindica al capital productivo, fingiendo ignorar que es un hermano siamés del capital especulativo y que ambos son producto de la extracción de plusvalía al conjunto de los trabajadores e igualmente interesados en la superexplotación.
Bajo la dominación del capital, el sistema impositivo (directo o indirecto) es siempre, en última instancia, un sistema de confiscación de los trabajadores y de los pequeños productores en favor del gran capital. Incluso un "impuesto Tobin" supondría un reforzamiento de los poderes estatales de la burguesía contra la clase obrera y, al mismo tiempo, un aumento de la carga impositiva sobre los productores directos.
Contra esta utopía reaccionaria, defendemos la reivindicación transitoria del programa obrero, desde el Manifiesto del Partido Comunista hasta el Programa de Transición: el impuesto progresivo y confiscatorio al gran capital como una de las medidas de transición del gobierno obrero en la lucha por pasar del capitalismo al socialismo, cualquiera sea su origen (el capital ficticio no es más que la hipertrofia del capital financiero, fusión del capital bancario con el industrial). Para plantear este programa es necesario refundar la IV Internacional.
La salida del capital
La larga duración de la crisis económica capitalista, que con estallidos cada vez más intensos se arrastra desde principios de los 70, a la par que muestra los límites de la burguesía mundial para encontrar una salida, señala las grandes líneas de ésta. Se trata de alcanzar una completa reestructuración de la división del trabajo internacional, bajo la conducción de un directorio de grandes capitales, bajo la hegemonía de Estados Unidos. Pero este proceso de reestructuración entraña, para ser precisamente una salida, una destrucción masiva de los capitales excedentes, la reapropiación de la masa mundial de beneficio por parte de los monopolios restantes, una elevación sin precedentes de la explotación de la fuerza de trabajo mundial y, naturalmente, una internacionalización del mercado a escala colosal. Esto no solamente significa la completa absorción del viejo espacio anticapitalista representado por la ex URSS, China y sus ex bloques; no solamente la liquidación de los restos de autonomía de la periferia, sino, por sobre todas las cosas, una modificación radical de la relación capital-fuerza de trabajo en las propias metrópolis. O sea un período de crisis políticas excepcionales y de luchas inmensas.
Lo que la crisis en curso pone de manifiesto (como ya lo habían puesto de relieve las mayores crisis mundiales precedentes) es que la reapropiación de los ex estados obreros, y aún la colonización completa de los grandes espacios semi-independientes (Brasil, India, Sudáfrica, Indonesia, Australasia), no puede llevarse a término sin la previa reestructuración de las relaciones EE.UU.-Europa-Japón y sin la liquidación de las conquistas sociales históricas de los obreros de las propias metrópolis y de sus libertades democráticas y de organización. Es ilustrativo que el alargamiento de la UE hacia el Este se encuentre condicionado ahora a la previa necesidad de modificar políticamente a la propia UE.
La guerra de la Otan contra los Balcanes ha sido muy instructiva en este sentido, porque la ocupación militar establecida se encuentra empantanada en todos los aspectos; debido, de un lado, a las contradicciones entre Europa y Estados Unidos, que tienen intereses y objetivos diferentes, incluso para Europa, el Medio Oriente y Asia Central, y por el otro lado, a la contradicción entre los recursos políticos que hay que poner en marcha para alcanzar esos objetivos y las relaciones políticas democráticas, constitucionales y de organización popular imperantes en los Estados Unidos y en los países europeos. El rechazo del Pentágono a comprometer tropas de tierra en las zonas en guerra; la oposición de Europa y dentro de Estados Unidos a las iniciativas de defensa antimisiles propuesta por el Pentágono; la nueva rivalidad entre Europa y Estados Unidos en las cuestiones de defensa; y de un modo general la oposición que se ha desarrollado en relación a la crisis económica mundial, los derrumbes bursátiles y las crisis monetarias; todo esto marca un límite insalvable para cualquier tentativa de recolonización mundial en la vieja y en la nueva periferia de las metrópolis capitalistas dentro del marco de las actuales relaciones políticas. Lo prueba la incapacidad del imperialismo para poner en pie un protectorado en Kosovo.
No existe tal cosa como un frente único contrarrevolucionario mundial. Lo mismo vale para las fantasías geopolíticas de conquistar el Asia Central para el dominio yanqui o de rodear con un anillo político-militar a Rusia y China; o más aún para la fabulación de crear una Otan donde las funciones de las viejas legiones romanas serían ejecutadas en el futuro próximo por ejércitos nacionales provistos de armamento standarizado e interconectado por un centro operador de satélites de comunicación. El imperialismo mundial no tiene más capacidad de iniciativa que aquella a que lo obliga el desarrollo de la crisis mundial, lo condiciona el nivel de lucha y organización de las masas, y le permite el grado de crisis de dirección de la clase obrera internacional.
La guerra de los Balcanes ha sido, también, un terreno de delimitación política esencial en el campo de la izquierda y brinda conclusiones de la mayor importancia para la lucha por la IV Internacional. Mientras algunos, como el SU, se ubicaron en la guerra en el campo del pacifismo imperialista (¡reclamaban una "salida política" comandada por la Unión Europea!), los que luchamos por la refundación de la Internacional Obrera estuvimos a la cabeza de la lucha por la expulsión del imperialismo de los Balcanes y por la unidad socialista de sus pueblos. Fuimos la única corriente internacional capaz de producir un reagrupamiento internacionalista y revolucionario: la Conferencia Socialista Balcánica Anti-Otan, que ha dado lugar al nacimiento del Centro Christian Rakovsky, del que forman parte partidos y organizaciones de los distintos países balcánicos y de Rusia. Esta Conferencia votó un programa revolucionario e internacionalista frente al desangre de los Balcanes: fuera la Otan, por el derrocamiento revolucionario de las camarillas restauracionistas, autodeterminación de los pueblos, por la Federación Socialista de los Balcanes.
Rusia: la impasse de la restauración capitalista
En esta etapa de la crisis mundial, el imperialismo se vale de las burocracias reconvertidas al capitalismo, para avanzar en la restauración capitalista en los ex estados obreros, en disolución, y en las crisis internacionales. La Otan le impuso al régimen de Yeltsin que se sumara al frente imperialista para obtener la capitulación de Milosevic; ha apoyado igualmente a Putin en la masacre de las aspiraciones nacionales chechenas, porque el régimen restauracionista ha mostrado vocación estabilizadora en la convulsiva región del Cáucaso.
La guerra de Chechenia pone en evidencia las tendencias a la desintegración del Estado ruso, lo que no es otra cosa que una expresión más del empantanamiento del proceso de restauración capitalista ruso tomado en su conjunto. El régimen restauracionista, ahora Putin como antes Yeltsin, ha sido incapaz de reemplazar la centralización burocrático-militar de la periferia rusa propia del stalinismo, por la atracción del progreso que, se suponía, vendría de la mano de la restauración. Al contrario, las regiones pretenden separarse para no hundirse ellas, junto a Rusia también. Chechenia, como otras regiones, sólo se había mantenido unida voluntariamente a Rusia cuando la Revolución de Octubre, removiendo en forma revolucionaria la centralización burocrático-militar zarista, le ofreció a los pueblos del Cáucaso una asociación libre y democrática y la perspectiva de un desarrollo cultural y social en el cuadro de una economía planificada.
La restauración capitalista no puede ofrecer ni lo uno ni lo otro; por eso Putin lanza una guerra de opresión nacional contra la nación chechena, con el apoyo no sólo de la oligarquía rusa sino también del capital financiero mundial. Esto explica la refinanciación de la deuda rusa por el Club de Londres, que ha significado para la oligarquía rusa un perdón de parte de los principales bancos occidentales por decenas de miles de millones de dólares. Y por eso, también, se ha establecido un acuerdo de principios para la firma de un pacto de estabilidad en el Cáucaso, en el marco de la OCDE, que es una réplica del pacto de estabilidad para los Balcanes; es decir, la implantación al costo que sea necesario de la economía de mercado.
Las aspiraciones nacionales de los pueblos del Cáucaso no tendrán vía de realización sino mediante una lucha común contra los imperialismos occidentales y contra la burocracia y la oligarquía rusas. Para el proletariado de Rusia, es preferible la derrota de su nuevo régimen explotador a manos de los movimientos realmente nacionales de su periferia. Estamos contra la guerra de opresión nacional de Putin contra la nación chechena. Sin la victoria del proletariado contra la burocracia restauracionista y el establecimiento de la dictadura del proletariado no habrá libertad para Chechenia o cualquiera de las naciones oprimidas de la ex URSS.
La crisis de agosto de 1998 marcó de nuevo los límites y las enormes convulsiones nacionales y sociales de la penetración capitalista en Rusia. Ocasionó una crisis en la banca mundial, como quedó en evidencia en la quiebra del LTMC y en los fraudes financieros descubiertos en el Republic Bank of New York, en el The New York Bank y en los principales bancos suizos. Las relaciones entre la oligarquía rusa y la burguesía mundial aún enfrentan un período de crisis, del que se busca salir ampliando las fronteras de la restauración capitalista y pasando a la privatización del gigantesco campo ruso. La nueva etapa restauracionista, que tendrá lugar en forma simultánea con una nueva crisis financiera internacional, amenaza crear en Rusia una convulsión milenaria.
La naturaleza social de Rusia
El destino de las transformaciones sociales inauguradas por la Revolución de Octubre de 1917, aún no ha quedado decidido. La burocracia ha destruido el Estado obrero pero está lejos de haber logrado la restauración del capitalismo. El Estado, como factor de coerción, es utilizado por la burocracia para proteger un conjunto de relaciones sociales que procuran establecer el capitalismo. Aun antes de las privatizaciones, el Estado ruso había dejado de ser un Estado obrero porque, bajo el comando de la camarilla restauracionista, la propiedad estatal había perdido todo carácter social para convertirse en una fuente de acumulación privada, si no todavía capitalista, preparatoria del capitalismo, en beneficio de la burocracia. Precisamente esto es lo que sucede actualmente en China.
La burguesía mundial y la burocracia restauracionista se encuentran muy lejos de haber impuesto en Rusia una sociedad capitalista. La burocracia se ha apropiado de las empresas pero no ha creado un proceso de acumulación y de reproducción, lo que supone un conjunto de relaciones sociales estructuradas en términos de mercados. Las empresas privatizadas carecen de mercados externos porque incluso la venta de materias primas al exterior tiene características precarias. Rusia carece de sistema bancario, de moneda, de un sistema legal y de un régimen impositivo. En Rusia todavía no existe un mercado laboral, por lo cual el trabajo abstracto no constituye la medida de valor de la riqueza social. La burocracia restauró la propiedad privada pero no las relaciones sociales propias de los regímenes basados en la propiedad privada.
La clase obrera rusa es una fracción de la clase obrera mundial. La actual generación obrera no conoció la victoria bolchevique, ni la contrarrevolución stalinista; incluso no ha pasado por la experiencia de la guerra contra el nazismo. Pero, a poco de encarar la lucha más elemental por sus reivindicaciones apremiantes, la clase obrera rusa se ve obligada a revivir la conciencia de la Revolución de Octubre, que es la cuestión histórica no resuelta de Rusia. Por eso reaparecen, setenta años después, Trotsky y Stalin como figuras de discusión política cotidiana. Putin, al elogiar a Stalin para promover la centralización burocrática del Estado, ha introducido un factor de clarificación política respecto del período yeltsiniano, en el cual los restauracionistas aparecían como la izquierda. Esto es la manifestación, ahora desde el punto de vista subjetivo, de la conciencia de las masas, de que el destino de las transformaciones sociales inauguradas por la Revolución de Octubre de 1917 aún no ha sido zanjado.
El destino final de las transformaciones inauguradas por la Revolución de Octubre será objeto todavía de una gigantesca lucha de clases, incluso en el plano internacional. Como explicó Trotsky en La Revolución Traicionada, la Revolución de Octubre sigue viviendo en la crisis mortal del capitalismo.
Nos planteamos sumar a la perspectiva de lucha por refundar la IV Internacional a los grupos y militantes que luchan contra la restauración capitalista en toda Europa Oriental.
Lo mismo vale para China. Su ingreso a la Organización Mundial del Comercio (OMC) significa el compromiso de la burocracia de cerrar y privatizar (esto ya ocurre) miles de empresas y minas obsoletas y de abrir la economía china a una penetración sin precedentes del capital financiero. Para el imperialismo, la masiva entrada de capitales a China debería servir para monopolizar ramas industriales enteras. El ingreso de China a la OMC significa el principio de una tendencia a convertirse en semicolonia y a sufrir una desintegración similar a la que provoca en Rusia la penetración del capitalismo internacional.
El proceso restauracionista en China ha profundizado a una escala sin precedentes todas las desigualdades (sociales, regionales, entre el campo y la ciudad, de género), creando una aguda tensión social. Con el cierre y privatización de las empresas estatales, establecidos en el acuerdo con Estados Unidos, serán despedidos varios millones de obreros, que se sumarán a la masa de cien millones de desocupados rurales. Esto ya ha comenzado a provocar huelgas, manifestaciones, cortes de ruta y ocupaciones de fábrica en una escala nunca vista en el mundo. La burguesía mundial muestra una muy viva preocupación por el desarrollo de los acontecimientos en China.
La crisis capitalista mundial, con los métodos que le son propios, ha alargado el espacio histórico de la revolución socialista mundial en una escala que no guarda ningún precedente.
Centroizquierda y Frente Popular
El ascenso de gobiernos frentepopulistas de centroizquierda no sólo acompaña la emergencia de grandes luchas de masas (y hasta de situaciones revolucionarias) en América Latina, Asia y Africa. Es también un fenómeno generalizado en Europa, cuna del imperialismo, y tal vez lo sea en breve incluso en Japón. Esto significa que el recurso del frente popular, bajo la forma de centroizquierda o de izquierda unida, que en su momento fue el recurso principal de la contrarrevolución en España, Francia (1936) y Chile (1970/73), está siendo utilizado ahora incluso en un estadio todavía primario de la polarización política y del desarrollo político de las masas, como una especie de frente popular preventivo. Se trata de un indicador seguro del progreso de la crisis y del temor del imperialismo frente a sus potenciales consecuencias revolucionarias.
El rápido agotamiento político de la pequeña burguesía democratizante y progresista y de sus aliados de izquierda en el poder, puede abrir una alternativa revolucionaria si es aprovechada para que la clase obrera saque conclusiones claves: la necesidad del partido de clase, del gobierno obrero y campesino, de la unidad proletaria internacional. La condición para esa aceleración es la existencia de una vanguardia revolucionaria, cuartainternacionalista, organizada en partido de clase, y es para esto que hay que proceder a la refundación lo más rápido posible de la IV Internacional.
La afirmación de que el centroizquierdismo y el frente popular son apenas la antesala del retorno de la derecha delata una visión contemplativa, verborrágica y derrotista. También puede abrir el camino hacia la revolución, a condición de que exista una vanguardia revolucionaria que actúe. Los partidos que aseguran que el centroizquierda, por su política, prepara el camino a la derecha, tienen una comprensión lineal de la crisis política y dejan abierta la conclusión de que la única salida sería que los gobiernos centroizquierdistas se corrigieran. Esto es exactamente lo que plantean, de palabra y de hecho, el PCF y la LCR, y en general el SU y todos los stalinistas reconvertidos.
Las organizaciones que luchan por la refundación de la IV Internacional llamamos a Lutte Ouvrière a romper con su actitud pasiva en el plano internacional y a intervenir decididamente en el proceso de discusión y organización para refundar la IV Internacional.
Movimientismo contrarrevolucionario o partidos revolucionarios y IV Internacional
En las vísperas de nuevas y mayores convulsiones económicas y políticas a nivel internacional, el imperialismo no cuenta ni remotamente con el auxilio de burocracias obreras o de izquierda con la fuerza y la autoridad que tenían en el pasado. La socialdemocracia es una palidísima sombra de lo que fue; el stalinismo es un cadáver defectuosamente sepultado; los nacionalismos de distinto signo se han convertido en bandas de depredadores. Por este motivo el imperialismo dedica gigantescos recursos para prevenir la polarización política. Mientras se ve obligado a ir a la guerra o a dejar que la represión haga su trabajo sucio de despeje, mantiene en cartera la política democratizante, que bien se adapta a la situación internacional que va paralela a la disolución de la URSS y a la circunstancia de que el propio imperialismo concentra un tesoro monetario sin precentes en la historia de los Estados. También es la que mejor se adapta aún a su control de los medios de comunicación y de las distintas iglesias y cofradías, y a la completa falta de una dirección revolucionaria del proletariado. Esto último le permite al imperialismo contemporizar incluso frente a los movimientos guerrilleros más desarrollados. Ningún movimiento auténticamente revolucionario puede ignorar la importancia que tiene el recurso democrático como instrumento de contención, control y disipación del movimiento de masas por parte del imperialismo. Es necesario ayudar a los trabajadores a superar este obstáculo en el curso de su experiencia cotidiana, siguiendo a rajatablas la regla de que la historia puede saltarse etapas pero el partido revolucionario no puede saltarse las etapas de la evolución de la conciencia de los explotados.
El medio democratizante y la aguda diferenciación social entre una fracción de la pequeña burguesía, de un lado, y las masas desesperadas, del otro, constituyen el ámbito en que ha progresado el movimientismo de izquierda, que se nutre del stalinismo, del nacionalismo, en parte de la socialdemocracia y en mucha mayor parte del intelectualismo académico. El movimientismo resume todas las lacras contrarrevolucionarias que se anidaron en el movimiento obrero en el pasado; una, el movimiento práctico lo es todo, el objetivo estratégico no es nada; otra, la lucha de partidos y de tendencias debe ser sustituida por el pluralismo recíprocamente cómplice (se opone a la discusión política y plantea en su reemplazo el sistema de compadrazgo político); otra más, la voluntad popular es el 51% de los votos, no el proletariado arrastrando en la lucha a las capas medias; una cuarta, abajo la dictadura del proletariado *dentro de la democracia todo, fuera de la democracia nada*; finalmente, el movimientismo se declara a favor de una organización sin contornos, por lo tanto en contra de una organización centralizada para el combate. Desde que Engels advirtió que la democracia pura sería el bastión último de la contrarrevolución, pasando por el frente popular, el movimientismo es el programa contra la independencia de clase, contra la construcción de una dirección política de la clase obrera, es decir que es el programa contra la revolución socialista y contra la salida socialista a la crisis mortal del capitalismo.
En América Latina, el movimientismo se manifiesta en el Foro de San Pablo, que está unido por múltiples lazos al imperialismo. Pocos años atrás reunió en México a Lula, al Chacho Alvarez, a Cuauhtémoc Cárdenas y a varios ex guerrilleros, bajo la égida del mexicano Jorge Castañeda pero fundamentalmente por inspiración del Partido Demócrata norteamericano. Los principales partidos del Foro sostienen a los gobiernos de turno de la región, se trate del uruguayo Batlle, del brasileño Cardoso o del derechista nicaragüense Aleman. En Brasil, la dirección oficial del PT ha salido a enfrentar las ocupaciones de edificios por parte del Movimiento de Trabajadores Sin Tierra. En Argentina, Alvarez y gran parte de quienes estuvieron en el comité central del PC hasta la formación del Frepaso, integran el gobierno represor y proimperialista de la Alianza. El Foro de San Pablo ata con un cordón umbilical al Secretariado Unificado de la IV Internacional con el imperialismo, lo que hoy se revela en forma desvergonzada en la participación del SU en el gobierno de Rio Grande do Sul, en Brasil. La sección oficial del Foro en Argentina es Izquierda Unida, que también está integrada por el trotskista MST.
La importancia que asignamos al Foro de San Pablo obedece a que en América Latina se siente más la proximidad de las convulsiones revolucionarias. Por eso ha servido como el laboratorio más claro para las posiciones políticas que sustentan tanto el Foro como sus diversas tendencias pluralistas.
Diversos sectores de izquierda europeos han encontrado el modo de practicar un seudo-internacionalismo a través de su adhesión al movimiento ATTAC que, con el pretexto de "lucha contra la mundialización", propone una solución a la crisis en los marcos del capitalismo imperialista (la aplicación del impuesto Tobin). No podía ser de otra manera, pues el origen de ATTAC se encuentra en sectores del imperialismo europeo y de sus portavoces tradicionales, incluyendo publicaciones que han abierto generosamente sus páginas a una izquierda revolucionaria a la que antes repudiaba.
Las limitaciones políticas de la gran movilización de Seattle se deben a la influencia política de estos sectores. El llamado "libre comercio y la OMC" es una ficción, porque el tratado de la OMC tiene muy poco de libre y ha sometido al comercio mundial a una reglamentación inédita en el pasado, que refleja el interés del monopolio capitalista (su sistemática violación es, por otra parte, una expresión de la lucha interimperialista y de la crisis mundial). Pero combatir el "comercio" no lleva a ningún lado; es incluso reaccionario. El poder del capital se concentra en el Estado, incluidas en el Estado las relaciones entre Estados, para su mutua protección contra la revolución social. La lucha contra los Estados que organizan los ataques contra los trabajadores y contra las naciones oprimidas es la única base posible para el verdadero internacionalismo, que comienza con el combate contra el enemigo dentro del propio país. Es, en definitiva, una política de presión y de "reforma" de la burguesía. Con la perspectiva opuesta, es decir con una perspectiva obrera independiente, llamamos a realizar una campaña en los Estados Unidos, que culmine con una conferencia en una importante ciudad norteamericana.
El movimientismo es realmente un recurso último de la contrarrevolución para combatir la formación de partidos revolucionarios, o sea para combatir la plena formación histórica de la clase obrera. Cuando fracasan las contenciones del Estado burgués, queda como una última variante de disipación de la energía de la clase obrera *falta de programa, falta de política, falta de organización y de dirección. El movimientismo no vacila en transformarse en organización vertical cuando debe enfrentar a una dirección revolucionaria con apoyo popular (es lo que ocurrió con todo el movimientismo nacionalista en América Latina desde 1930 en adelante), aunque es más probable que se desintegre antes como consecuencia de sus contradicciones, de la crisis política y, por supuesto, del avance del socialismo revolucionario. Entre el movimientismo y el partido, oscilan en forma centrista los que proclaman la necesidad de construir el partido revolucionario y la IV Internacional, pero nunca ven la necesidad de concretar el propósito.
Por una delimitación política revolucionaria
El llamado Secretariado Unificado (SU) ha conseguido realizar una síntesis de todas las políticas anti-revolucionarias existentes en la izquierda, y lo ha hecho en nombre de la IV Internacional. La IV Internacional debe ser refundada también para acabar con esa ficción política.
Después de repudiar la dictadura del proletariado en nombre de la "democracia" y de disolver sus principales secciones en el frentepopulismo, el SU ha pasado a ser parte del frente teórico y práctico internacional del movimientismo, propugnándolo como alternativa a la construcción de un partido y, lógicamente, como alternativa de la Internacional; el SU no es un partido, es un bloque de arribistas que se dedican a hacer entrismo en todos los movimientismos existentes.
Un reciente frente del SU, en Portugal, la coalición "Política XXI", reivindica "históricamente" al "ya muerto" socialismo por haber contribuido a "humanizar" al capitalismo y, por lo tanto, a hacerlo viable. En la reivindicación del "pluralismo democrático" contra el "autoritarismo de izquierda" ya se contenía el principio de la disolución partidaria en el movimientismo, que se basa en el muy antidemocrático principio de que las divergencias políticas no deben ser explicitadas ni discutidas, sino ocultadas en función de la "pluralidad de opiniones". El movimientismo es un bloqueo al desarrollo de la conciencia política de los trabajadores.
La reivindicación explícita del capitalismo y el movimientismo van de la mano, pues el segundo es un instrumento del primero. En Brasil, la participación dirigente del SU en el gobierno de Río Grande do Sul y en la intendencia de Porto Alegre (capital de ese estado) ha puesto en evidencia sus características contrarrevolucionarias. El SU no sólo practica una política capitalista (respetando y aumentando los subsidios al gran capital creados bajo el gobierno anterior, destruyendo la previsión social con una política peor que la del gobierno nacional, derechista, de Fernando Henrique Cardoso) sino que es un factor de derechización del gobierno del PT. El SU ha echado mano a todos los instrumentos políticos y represivos del Estado para combatir y derrotar la poderosa huelga de profesores y maestros de Rio Grande do Sul. ¿Qué tiene de extraño que el reparto burocrático de migajas del "presupuesto participativo", teorizada principalmente por el SU, sea una política oficialmente recomendada por el Banco Mundial?
El SU ha avanzado mucho en el camino de los planteos antirrevolucionarios. Su sección francesa, la Liga Comunista Revolucionaria, se apresta a abandonar el nombre de "comunista" y repudia a Lenin, a Trotsky y a la Revolución de Octubre (a los que identifica como los precursores del stalinismo). Se trata del remate lógico de una larga degeneración política.
No se trata de ejemplos aislados sino de aspectos centrales de una política internacional, que ofrece el singular peligro de practicar una política de salvataje capitalista en nombre del internacionalismo. El SU no sólo ha apoyado sino que también ha teorizado sobre el "pacto de estabilidad" comandado por el imperialismo para Yugoslavia y los Balcanes, y lo ha hecho desde prestigiosos medios de prensa del gran capital. Lo mismo ha sucedido con su apoyo a la intervención "humanitaria" (¿?) del imperialismo, a través de la ONU, en Timor Oriental.
Para los militantes revolucionarios y combativos del SU no queda otra salida que la denuncia de esta política y la ruptura, con vistas a sumar esfuerzos en la lucha por refundar la IV Internacional, impidiendo que la histórica bandera de León Trotsky sea usada como ariete para una política antiobrera.
Por una campaña por la refundación de la IV Internacional
La reunión internacional de Buenos Aires reafirma su apreciación acerca del carácter histórico de la presente crisis capitalista y la pertinencia de su planteo de refundar la IV Internacional, para superar la crisis de dirección del proletariado internacional. Reafirmamos las declaraciones de las anteriores cuatro reuniones y los cuatro puntos programáticos de la Declaración de Génova, de 1997, y comprobamos su acierto en la práctica de nuestra lucha.
Entendemos que es necesario, sin embargo, hacer un avance más decisivo en la campaña mundial por la refundación de la IV Internacional, que consiste en una acción práctica y organizada: en un plan de acción. Esta campaña debe profundizar el método político establecido en la reunión de Buenos Aires: mesas redondas, agitación y actos públicos de masas. Debe servir para atraer nuevas organizaciones a la lucha refundacionista y para desarrollar entre los trabajadores y las masas oprimidas de los países donde militamos la conciencia de la necesidad de una Internacional Obrera y Revolucionaria.
Para eso impulsamos una coordinación más estrecha y organizada de los partidos adherentes a la Declaración de Génova.
El progreso del planteamiento de la refundación de la IV Internacional exige de sus participantes la mayor claridad política y organizativa. Esto significa que colocamos la consigna de la refundación de la IV Internacional y las actividades relacionadas con las campañas votadas en el centro de la actividad política de los partidos que la sostienen. Por eso nos comprometemos a impulsar en la prensa de nuestras organizaciones, que debe tener un carácter regular, una campaña sistemática por la refundación de la IV Internacional. Para esto incorporamos un quinto punto a los cuatro de la declaración constitutiva de Génova: que todos los miembros del movimiento por la refundación de la IV Internacional se comprometen a editar publicaciones regulares, en las que se deberá hacer campaña sistemática por la refundación de la IV Internacional.
Con estos planteamientos políticos y organizativos, llamamos a preparar una conferencia internacional con delegados elegidos por las bases de cada uno de los partidos y organizaciones intervinientes, que sirva para elaborar definitivamente el programa y los métodos de organización y de intervención en la lucha de clases internacional de nuestros partidos, como un verdadero partido mundial, como una verdadera internacional, como la IV Internacional.
Buenos Aires, 31 de mayo de 2000
Partido Obrero (Argentina), Partido de los Trabajadores (Uruguay), Oposición Trotskista (Bolivia), Partido de la Causa Operaria (Brasil), Comité Constructor del Partido Obrero (Chile), Colectivo En Defensa del Marxismo (España), Partido Revolucionario de los Trabajadores (Grecia), Liga Marxista de los Trabajadores (Turquía)
PLAN DE ACCION INTERNACI0NAL
La reunión internacional de Buenos Aires resuelve impulsar las siguientes actividades, como parte del plan de acción para la refundación de la IV Internacional:
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