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Las elecciones del 27 de abril


La convocatoria a elecciones constituye un intento de la clase capitalista y de sus representantes políticos por reconstruir el poder del Estado y la autoridad gubernamental golpeados por la bancarrota económica y la rebelión popular. El complejo armado que se les ha impuesto, separando las nacionales de las provinciales y escalonándolas hasta octubre, refleja claramente la crisis de la autoridad política del viejo régimen, al mismo tiempo que intenta con este método poner un orden o disciplina en el conjunto del sistema político a partir de la elección de un nuevo presidente. Las elecciones fueron convocadas cuando el gobierno hizo la experiencia, con el fracaso de la masacre de Puente Pueyrredón, de que no podría doblegar al movimiento piquetero y a las otras manifestaciones de la lucha de las masas – como una condición necesaria para reconstruir la quebrada organización capitalista del país. El objetivo estratégico de las elecciones es poner un fin al período de la rebelión popular que tuvo su manifestación histórica fundamental el 19 y 20 de diciembre del 2001.


 


El Fondo Monetario Internacional, el Tesoro norteamericano y el llamado Grupo de los 7 han exigido la convocatoria de elecciones como la condición política necesaria para la reestructuración de la deuda externa y para viabilizar la "recapitalización" de los bancos con dineros del Estado.


 


La reciente "redolarización" de los depósitos, por parte de la Corte, es una gigantesca patraña que pretende reemplazar la deuda "garantizada" del Estado con los bancos por una deuda similar con los ahorristas, o sea pagando en dólares a los banqueros, con la plata de los depositantes, la deuda "defaulteada" del Estado argentino.


 


No son "una farsa"


 


Como se puede ver, estas elecciones están lejos de ser "una farsa"; son endemoniadamente "serias". La mentira de que sean un marco de efectivo ejercicio de la soberanía popular no limita sino que acrecienta la necesidad de desenmascararlas, por medio de la propaganda y la agitación, como un operativo engañoso y pérfido para reconstruir la autoridad política del Estado afectado por acontecimientos de magnitud revolucionaria como lo son, incuestionablemente, la bancarrota generalizada de bancos y capitales, y de las finanzas públicas, la tendencia a la disolución de las relaciones sociales capitalistas y el levantamiento popular.


 


En oposición a esta tentativa de características contrarrevolucionarias, aunque con ropaje democrático, el Partido Obrero planteó la reivindicación de una Asamblea Constituyente con poder por medio de un nuevo Argentinazo. El 20 de diciembre pasado, el país entero vivió la fuerza movilizadora de este planteo (y su efecto "terrorífico" sobre la patota duhaldista) con la concentración de 100.000 trabajadores en Plaza de Mayo.


 


La izquierda democratizante y la centroizquierda, que desde muy temprano se afanaron por nominar candidatos a las elecciones, demostraron con ello (y en esta medida) su irrefrenable afán de integrarse al proceso de reconstrucción del Estado capitalista con la expectativa de recibir las sobras de algunos puestos parlamentarios. Esta es la explicación última del sabotaje de Izquierda Unida a un frente de izquierda con el Partido Obrero.


 


El enorme dislocamiento del justicialismo y de la Ucr, la dispersión del proceso electoral en su conjunto y hasta las manifestaciones de descomposición, como la reciente quema de urnas en Catamarca, constituyen el tributo que la política capitalista debe pagar a la envergadura de la crisis de su régimen social y a la excepcional movilización del pueblo.


 


Es claro, entonces, que las elecciones tienen lugar entre dos etapas de la catástrofe capitalista y entre dos etapas de la rebelión popular. El objetivo de los capitalistas es reconstituir la autoridad de su Estado, hacer refluir la movilización del pueblo y recomponer el capital. El objetivo del pueblo es la victoria de la rebelión popular, acabando con el viejo régimen, eligiendo una representación popular de las masas en lucha, echar al FMI, confiscar a los confiscadores de la banca y poner fin a la miseria social. Desde un punto de vista estratégico son éstas las posiciones de fondo que confrontan en las elecciones, al lado de todas las disputas entre los distintos clanes capitalistas y los partidos pequeñoburgueses.


 


El Partido Obrero interviene en las elecciones para desenmascarar su finalidad política y, por medio de esta clarificación, preparar a los trabajadores para acometer con éxito la segunda etapa de la bancarrota capitalista y de la rebelión popular. Esta preparación consiste en desarrollar un programa, profundizar la organización y poner en el primer plano una dirección realmente revolucionaria. Es por esto que destaca en su fila de candidatos, o sea de propagandistas y agitadores de la campaña electoral, a los luchadores del movimiento piquetero, de las fábricas ocupadas, de las asambleas populares, y de los sindicatos y centros de estudiantes en lucha.


 


La propuesta de una abstención electoral ignora el carácter de la etapa política pero, por sobre todo, las necesidades estratégicas de la rebelión popular, que son desarrollar un programa y una dirección. El planteo de abstención no ha arraigado en ningún sector popular, lo que lo convierte en pura proclama ideológica. Cuando emana de algún sector piquetero expresa su limitación para convertir a los piqueteros en una vanguardia política y en algunos casos oculta el seguidismo a candidatos burocráticos o patronales, como ocurre con la Ccc y su "libertad de voto" a DElía. La inconsistencia del abstencionismo ha salido a la luz con la versión de que Zamora se presentaría como candidato en la Ciudad de Buenos Aires.


 


Luchemos contra la guerra imperialista


 


Pero las elecciones no solamente tienen lugar en una etapa de transición de la catástrofe capitalista y la rebelión popular de Argentina, sino por sobre todo de transición de la catástrofe capitalista internacional. La guerra contra Irak sacudirá las frágiles estabilidades que aún gozan algunas naciones y barrerá con los intentos de salidas como las que se fabulan en Argentina. El dislocamiento de la Otan y el enfrentamiento entre el bloque dirigido por el imperialismo norteamericano, de un lado, y el germano-francés, del otro, ha dejado al desnudo la precariedad de las instituciones fundamentales con las que el capitalismo ha venido reclamando el derecho a una supremacía eterna. La guerra es la expresión de la incapacidad del capitalismo para enfrentar la crisis mundial con medidas económico-políticas. También a nivel internacional, el capitalismo necesita producir un reordenamiento brutal de las relaciones entre los Estados y entre las clases para imponer a los pueblos sus planes de ajuste en forma masiva, o sea la confiscación en masa de los trabajadores y la completa expropiación de sus conquistas sociales. La guerra contra Irak provocará nuevas guerras y crisis internacionales de mayor envergadura. En este cuadro, las promesas reformistas del izquierdismo y del centroizquierdismo han sido convertidas en cadáveres aún antes de ver la luz.


 


El Partido Obrero lucha contra la guerra, no en defensa de una paz mil veces desmentida e imposible bajo el imperialismo, sino para barrer precisamente con el imperialismo. La guerra inminente es una manifestación del estadio histórico de barbarie alcanzado por el desenvolvimiento capitalista. Apoyamos y nos unimos a todas las expresiones de pacifismo que pongan en primer plano la movilización de masas y el boicot político-militar a la guerra, pero declaramos que el objetivo irrenunciable es aprovechar todas las crisis que la guerra engendrará obligadamente para acelerar el fin del capitalismo y lograr la conquista del poder por los trabajadores. Denunciamos la guerra que el imperialismo y sus agentes ya se encuentran desarrollando en Filipinas, en Chechenia, en Costa de Marfil, en Colombia, en Palestina y que quieren extender a la península de Corea. Denunciamos las reiteradas tentativas golpistas contra el pueblo de Venezuela.


 


Duhalde (y por lo tanto Kirchner) apoya la guerra (además, claro, de Menem, Lopez Murphy, Rodríguez Saá, Ibarra, todos ellos partícipes de la década de "relaciones carnales" del menemismo y la Alianza). Son numerosos los indicios de que Duhalde ha firmado acuerdos secretos con Bush para participar en la ocupación militar de Irak. Los acuerdos que ha firmado con el FMI, el rescate de los bancos norteamericanos y europeos en la Argentina, y el permiso que da a la fuga de capitales; todo esto contribuye decisivamente al financiamiento de la guerra imperialista. Hoy más que nunca vale la consigna de: Fuera Duhalde, por una Asamblea Constituyente soberana. Fuera el FMI. Fuera las bases yanquis en Argentina y América Latina. Por la Unidad Socialista de América Latina.


 


Campaña de la clase obrera piquetera


 


La campaña electoral del Partido Obrero va a ser una campaña de la clase obrera piquetera. Por un lado, va a estar personificada en numerosas mujeres y numerosos hombres y jóvenes del movimiento piquetero. Por otro lado, va a ser la expresión de la perspectiva de rebelión popular que ha desarrollado el movimiento piquetero en lucha contra la miseria social del capitalismo. Por medio de la campaña electoral, las piqueteras y los piqueteros del Partido Obrero se esforzarán por ganar la opinión y la confianza de todas las clases oprimidas y humilladas. Como expresión de la rebelión popular, los piqueteros no pueden ser acantonados a una función reivindicativa y de presión sobre el Estado: la realización plena de sus objetivos exige que se conviertan en una vanguardia política que luche por el gobierno de los trabajadores.


 


La campaña electoral está comprimida a un período de cuarenta días. Pero son cuarenta días de inmensa crisis social e internacional. Las opiniones del electorado serán afectadas por todos los vaivenes de una enorme convulsión política. Veinte años de tentativa constitucional en Argentina han culminado en un gigantesco fracaso. Los partidos históricos de la burguesía argentina, radical y peronista, sufren un desprestigio descomunal y, algo peor, una completa falta de vigencia. El "progresismo" argentino no es más que un grupo de comisionistas de los capitales contratistas.


 


El Partido Obrero se empeñará por explotar todas las circunstancias del momento exc epcional presente para conquistar una influencia creciente y mayoritaria. Advierte, sin embargo, contra una trampa mortal – el apoyo al "mal menor". El Partido Obrero denuncia a los candidatos como Kirchner, Carrió y Rodríguez Saá que se valen del espantajo de Menem para contrabandear sus mentiras y engaños de todo orden, y pondrá toda su energía en desenmascararlos a ellos, en primer lugar. La alianza del santacruceño con Scioli, de la Carrió con el conservador-videlista Gutiérrez y de Rodríguez Saá con Rico, demuestran, si es que hiciera falta, que son representantes reaccionarios de los explotadores criollos que han hundido a la Argentina.


 


La plataforma del Partido Obrero plantea la ruptura con el FMI; el desconocimiento de la deuda pública usuraria con los banqueros; la confiscación de los bancos y de los fondos previsionales bajo control obrero; el aumento del ciento por ciento de los salarios y un salario mínimo igual al costo de la canasta familiar; el reparto de las horas de trabajo entre todos los trabajadores ocupados y desocupados; subsidio a los desempleados igual al salario mínimo; la reestatización de YPF-Repsol sin indemnización, bajo control obrero; un plan económico y político diseñado en un congreso libremente electo de trabajadores.


 


En este marco, el PO plantea más que nunca la movilización para "que se vayan todos" y se entregue el poder a una nueva representación popular, una Asamblea Constituyente soberana. El PO convoca a los pueblos y trabajadores de América Latina a impulsar la Unidad Socialista, la única que puede acabar con los cinco siglos de exterminio y explotación.


 

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