Hoy, 50 años después de la Declaración de Balfour, hay poca gente que sabe exactamente de qué se trata. Los que saben más que el estudiante medio han bebido un trago bastante largo de las varias versiones e interpretaciones que, a través de los años, han ganado aceptación entre el público respecto a la naturaleza de la Declaración, sus orígenes, las circunstancias en que fue elaborada y publicada y los factores y personalidades que la trajeron al mundo. La Declaración fue un gran acontecimiento. Era, al publicarse, generalmente entendida como una promesa hecha por el gobierno británico de restaurar Palestina a los judíos y ayudarles a poner en pie un estado judío – noticias conmovedoras que emocionaban o molestaban, según fuera el caso, a millones de corazones judíos y gentiles. Como muchos de los acontecimientos sobresalientes en la historia, pronto fue embellecido con cuentos y leyendas. En el ambiente que prevalecía en aquel entonces, de idealism o político, con un alto nivel de esperanzas y expectativas de que se extendería la moralidad y la justicia internacionales a las pequeñas naciones, la gente tendía a creer que la Declaración fue hecha para saldar una enorme deuda que la Civilización Cristiana tenía con el pueblo judío, al que había perseguido durante siglos en casi cada país europeo – y el que hasta aquel entonces aún, en algunos países, estaba sujeto a la opresión y a la discriminación. Sin dudas la Declaración puede verse en esta perspectiva. Pero, ¿fue ésta la razón que motivaba al gobierno británico?
La gente versada en política es propensa a ser escéptica. Muchos de ellos, viendo que la Declaración estaba vinculada con la cuestión árabe en Palestina, así como con las relaciones británicas con el mundo árabe y todo el mundo islámico, no pudieron comprender por qué el gobierno se involucraba en semejante complicación. Algunos de ellos incluso sentían que no había necesidad de dar justicia a los judíos de la manera en que la Declaración se lo proponía. Algunos de ellos consideraban que Palestina no era del todo esencial para los intereses de Gran Bretaña, por lo menos no algo por lo cual había que involucrarse en todas las complicaciones de una política sionista. Por una razón u otra, aquellos hombres inteligentes llegaron a la conclusión de que fueron los judíos, y los sionistas en particular, los que envolvieron al gobierno británico en Palestina. Los líderes sionistas, por su lado, parecen haber creído que, después de todo el esfuerzo que había hecho el movimiento desde los días de Herzl para ganarse la simpatía activa de los gobiernos de las potencias hacia la idea sionista, ellos eran quienes habían tenido éxito en convencer al más fuerte de los gobiernos a dar apoyo a la justicia de su ideal y de su reclamo.
En opinión de todos, de protagonistas y antagonistas por igual, la Declaración fue un gran logro. Con los logros históricos, que siempre son dramáticos, sean políticos o militares, la gente tiende a buscar a un héroe o a un villano, según sea el caso. Para la Declaración ya se había encontrado a un héroe, a saber, Jaim Weizmann. Fue Jaim Weizmann, según dijeron, quien obtuvo la Declaración de Balfour, uno de los rectos entre los gentiles; o Jaim Weizmann ganó la Declaración de Lloyd George a cambio de su descubrimiento importante en el campo de la química, tan vital para la industria bélica británica; o fue Jaim Weizmann quien por su inteligencia y simpatía influyó a ambos, Balfour y Lloyd George, y fue él quien trajo la Declaración al pueblo de Israel. Tal vez a través de los años todas estas versiones sirvieron al Yishuv (la colonia judía en Palestina) y a la causa sionista en general. El mismo Weizmann tuvo conciencia del elemento legendario en sus actividades. Una vez, en una conversación privada no conectada con la Declaración, dijo, con ese sentido del humor judío tan especial y con la simpatía que conquistó los corazones de muchos: "La gente dice que soy un gran químico; no es así; pero si eso ayuda al sionismo, entonces que así sea". Con respecto a la Declaración, también, pareciera, permitió que se entretejan las leyendas alrededor de su actividad política. Tal vez pensó que eso ayudaría al sionismo, y no sólo a él mismo. No sirvió a la historia, sin embargo, excepto tal vez en el sentido de que esto alentó a los estudiosos a indagar cómo habían sucedido realmente las cosas.
II
Lo que sí es notable, efectivamente, no es tanto que un acontecimiento tan portentoso como la Declaración quedara envuelto en historias y leyendas, sino que hasta cierto punto siguiera así hasta el día de hoy. La investigación histórica no ha ido lo suficientemente lejos aun para exponer el núcleo del asunto y desnudarlo, de forma tal que cualquiera que quiera pueda verlo en su cruda realidad. Es verdad, algo se había hecho en este sentido hace 30 años por Sir (como lo era en ese momento) Herbert Samuel, el primer Alto Comisionado en la Palestina bajo mandato británico. Samuel no era historiador, pero presentó un trabajo a la Sociedad Histórica Judía de Inglaterra sobre su rol en llevar la cuestión del futuro de Palestina ante el gobierno británico a principios de la guerra. En sus memorias cumplió sobre este trabajo con apuntes y notas que había escrito en su momento. El difunto Dr. N.M. Gelber, que escribió (en hebreo) sobre La Declaración de Balfour y su Historia , tragó las palabras de Samuel, pero no las digirió. El libro contenía mucho material, la mayor parte nuevo en su momento, pero había defectos insignificantes en su presentación; y el cuadro resultante cambió poco de lo que había llegado a la imaginación popular hasta entonces. La Declaración Balfour, de Leonard Stein, es un libro completamente distinto: tenemos aquí una excelente obra de investigación histórica. El autor efectúa un análisis a fondo de la evidencia proporcionada por todo el material a su disposición, un análisis tan sutil como meticuloso y minucioso, y expresa el proceso y los hallazgos de su investigación en un lenguaje que es a la vez tanto rico como reservado y cauteloso al máximo. En la excelencia del trabajo, se encuentran tal vez, algunos de sus defectos. Stein, como regla, no saca conclusiones, y aun su talento para la presentación no es siempre suficientemente fuerte como para que el lector saque la conclusión que cae de maduro de sus palabras. Stein quitó muchas capas para llegar al fondo del tema; aun así, perduran algunas. Muy posiblemente, a pesar de su labor de investigación y redacción, él mismo aun no ve al centro completamente expuesto.
Aquí quisiera agregar una pequeña contribución al tema, haciendo uso del material que se encuentra en el libro de Stein, junto con los documentos de archivos, oficiales y privados, de Israel y de Inglaterra, que he examinado durante los últimos años, antes de la publicación de su libro y después de ello. En esta ocasión me gustaría demostrar, en líneas generales solamente, que los británicos codiciaban a Palestina – y mucho – por sus propios intereses, y que no fueron los sionistas los que los arrastraron al país. Tampoco fueron los sionistas los primeros en traer la cuestión de Palestina y su futuro ante el gobierno británico durante la guerra; y tampoco fueron los sionistas los que iniciaron las negociaciones con el gobierno, sino que fue el gobierno el que abrió negociaciones con ellos. Y no fue Jaim Weizmann el que trajo la Declaración al pueblo judío, ni Arthur James Balfour. De hecho, me parece a mí que la participación de Balfour fue bastante chica. El grado de participación de Weizmann trataremos de examinarlo más adelante. Durante años he estado diciendo a mis alumnos sobre este tema que, si no hubiera existido el sionismo en aquellos días, los británicos habrían tenido que inventarlo. Hace poco me han dicho que algo muy parecido fue expresado por Max Nordau en el momento de la Declaración. Así que estoy bien acompañado. Nordau habló pero no aclaró: yo quisiera también exponer.
III
Primeramente, examinemos la posición de Palestina dentro del complejo de intereses imperiales británicos. Desde por lo menos los tiempos de la ocupación de Egipto (1882), la franja de territorio entre la Bahía de Acre y la frontera de Egipto adquiría cada vez más interés para el sistema imperial británico. Esto encontró expresión, al principio, en la disputa anglo-otomana sobre la frontera egipcia oriental (1892-1906) que solo terminó cuando el gobierno de Londres forzó al Sultán a retirar su frontera del Canal a la línea Rafa-Akaba. Ahora se temía que el Imperio Otomano podría buscar la oportunidad de vengarse mediante un ataque contra Egipto. El interior de Sinai, la Palestina occidental y oriental por lo menos hasta la línea Acre-Dara, por lo tanto adquirió una importancia estratégica. Estudios militares de la península y "las tierras alrededor de Haifa" fueron llevados a cabo en consecuencia para los altos mandos. Por eso, cuando en 1913 el gobierno francés consideraba la construcción de un ferrocarril en el sur de Palestina llegando a El-Arish, Sir Edward Grey, luego de consultar con Kitchener, lo objetó, y el plan fue desechado. Al año siguiente toda Palestina occidental, junto con una parte considerable de Transjordania, fueron reconocidas como parte de la esfera de influencia británica por el gobierno alemán. (1)
Algunos meses después de que los otomanos entraran a la guerra, Asquith nombró un comité de funcionarios de alto rango del Foreign Office (Ministerio de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña), de la Oficina de la India, de la Armada, del Ministerio de Guerra, y del Ministerio de Comercio (Board of Trade), bajo la presidencia de Sir Maurice de Bunsen, para considerar los objetivos (la desiderata) británicos en las posesiones asiáticas del Imperio Otomano. Por el secreto Acuerdo de Constantinopla, a Rusia se le había adjudicado hacía poco una tajada considerable de Turquía; Italia y Grecia tenían sus reivindicaciones en Asia Menor; y Francia, en prosecusión de su conocida política de obtener el control sobre Siria hasta Egipto y el norte de Arabia, reclamó para sí "la Syrie intégrale" – o, como lo expresó Le Matin , La France du Levant – que incluía Palestina. Parecía bastante obvio que en caso de una victoria de los Aliados el Imperio Otomano sería descuartizado. ¿Cuáles eran los intereses especiales que Inglaterra debería esforzarse en asegurarse para sí? Luego de largas deliberaciones el informe estaba prácticamente listo a fines de mayo de 1915. El comité aceptó la opinión, planteada principalmente por Sir Mark Sykes (uno de sus miembros, "nombrado a pedido personal de Lord Kitchener"), que tanto el oeste como el este de Palestina, desde la línea Acre-Dara, aproximadamente, en el norte, hasta la frontera con Egipto y Aqaba en el sur, se encontraban dentro de la esfera de intereses británicos. Por dos razones fundamentales: primero, Gran Bretaña necesitaba el área intermedia entre el Mediterráneo y la Mesopotamia, primordialmente para una comunicación conveniente con el Golfo Pérsico, y para enfrentar el peligro de un posible ataque contra aquel país desde Rusia al norte, cuando sería necesario traer refuerzos militares rápidamente desde Inglaterra; segundo, los británicos "apenas si podían tolerar" – para citar el informe – que los franceses tuvieran la frontera de su esfera de intereses sobre el Canal, la Península Arábiga y el Golfo Pérsico. El Comité, es verdad, tenía plena conciencia del reclamo de Francia hacia Palestina, un obstáculo que probablemente impediría la inclusión del país dentro de la esfera británica. Pero ellos entendían que la acción para lograr los objetivos sugerida en el informe era asunto de estadistas. Fue Mark Sykes quien consistentemente hizo su mejor esfuerzo para guiar el gobierno hacia el logro de esos objetivos. Parece haber recibido, en forma permanente, el apoyo, por lo menos de Kitchener y, más tarde, de Lloyd George y, en general, no haber sido combatido por ningún miembro de los gabinetes durante la guerra.
Con el borrador del informe en su bolsillo, Sykes fue enviado, en junio, por Kitchener "para visitar todo el Medio Oriente"; y durante los siguientes seis meses permaneció tres veces en El Cairo, donde la desiderata y su posible implementación fueron discutidos plenamente con los principales representantes británicos. Luego, en octubre, con la ayuda de sus experimentados consejeros, McMahon escribió – en base a las indicaciones generales y algo ambiguas del secretario de Asuntos Exteriores – la muy conocida carta al Emir de La Meca. Desasociándose de parte del reclamo de Hussain en nombre de la nación árabe de todo el territorio entre el Tauro y el Océano Indico, dio a entender que Palestina también podría no ser incluida dentro de los límites de los territorios respecto a los cuales el Gobierno de Su Majestad estaría dispuesto a reconocer y a apoyar la independencia de los árabes. La redacción de la reserva fue bastante complicada y no muy lúcida. Sharif Hussain – ¿quién podría saberlo? – podría no haber comprendido su significado completamente; o en el caso de que sí lo comprendiera, podría no haber estado de acuerdo. Documentos recientemente descubiertos, sin embargo, confirman la suposición anterior de que el negociador británico en El Cairo tuvo la intención en esa parte crucial del texto de la carta de no prometer Palestina al Emir. El argumento puesto como excusa fueron los intereses del aliado francés de Gran Bretaña – no los de Inglaterra en sí. Cómo veían la posibilidad de que Francia fuera vecino en el Canal, en el Mar Rojo y en Arabia tal como acabamos de ver del informe del Comité de Bunsen.
Habiendo sido rechazados los reclamos árabes sobre Palestina, Siria occidental, y parte de Mesopotamia, Sykes, de regreso de sus viajes, ofreció al Comité de Guerra del Gabinete las razones por los cuales en las negociaciones con los franceses, exigiría Palestina, occidental y oriental. "Es de la mayor importancia, dijo, inter alia, que tengamos un cinturón de territorio controlado por Inglaterra entre el Sharif de La Meca y los franceses" [en Siria]. Kitchener, al apoyarlo, explicó que este territorio era necesario para el resguardo del control británico "sobre el sur". Esto fue en vísperas de las negociaciones de Sykes con Georges-Picot. Aproximadamente 16 meses más tarde, cuando sus contactos con los líderes sionistas ya se encontraban bastante avanzados (y ya podía ver como el gobierno estaba en el proceso de asumir el control sobre Palestina), Sykes reveló en una conversación con un distinguido comentarista de asuntos militares, cuánto de Palestina ya le había sacado a los franceses. Inglaterra, explicó, no quiso que hubiera una potencia europea o árabe al lado de Egipto. No se debe inferir que quiso que los sionistas llegaran precisamente hasta la frontera de Egipto. No lo quiso. Los líderes sionistas parecen no haber tenido conciencia de ello. Es un hecho, sin embargo, y volveremos sobre ello más adelante.
IV
Se deduce pues que los estadistas británicos tenían plena conciencia de la importancia que Palestina tenía para los intereses británicos. Las Actas y el Informe del Comité de Bunsen (junto con los esbozos de Kitchener y de Sykes) generalmente reflejan lo que iba tomando forma en las mentes y en las notas de los estadistas, expertos y departamentos antes de que tuvieran lugar sus deliberaciones – y, de hecho, lo que había sido la política británica básica en el Medio Oriente durante tres generaciones. (2) Por lo tanto no fueron los líderes sionistas los que les enseñaron a los ingleses cuánto necesitaban a Palestina, no fueron ellos que los llevaron al país. Probablemente, tampoco lo fueron las conversaciones de Herbert Samuel con sus colegas sobre el tema, tampoco sus memorándum sobre Palestina enviados al Gabinete. Samuel no había sido sionista, ni tampoco había tenido ningún contacto con Weizmann al comenzar su actividad prosionista en noviembre de 1914. Su propuesta para poner en pie en Palestina, como resguardo para Egipto, un estado judío, o un protectorado británico que permitiera una inmigración y colonización judías extensivas, y que podría desarrollarse como colonia autónoma, debe haber sido recibido por el Foreign Office (si alguna vez llegó allí) con el mismo grado de escepticismo otorgado a un memorándum sobre este tema presentado, a comienzos de 1915, por un joven sionista británico (3), Nahum Sokolow, un miembro del ejecutivo de la Organización Mundial Sionista, que en aquel entonces ni siquiera tuvo el privilegio de una entrevista con el Foreign Office con el fin de plantear el caso sionista. Parece evidente que a comienzos de la guerra el Foreign Office no mostró ningún interés en el sionismo, ni en contactos con los sionistas. En el Informe de Bunsen no figura ninguna mención de sionistas ni del sionismo ni de los intereses judíos en Palestina. Es obvio que este asunto no fue insinuado en la correspondencia entre El Cairo y el Emir de La Meca. Tampoco fueron involucrados los sionistas en las largas negociaciones a fines del 1915 y comienzos de 1916 entre Mark Sykes y Francois Georges-Picot sobre la partición del Imperio Otomano, en que el futuro de Palestina era un hueso duro de contención. No era tampoco que los sionistas discretamente se abstuvieran de intervenir, y que esperaran pacientemente a que finalizaran las negociaciones. Simplemente ignoraban qué pasaba. El destino de Palestina en el Acuerdo Sykes-Picot fue decidido sin ellos y sin ninguna mención de los sionistas o de los judíos. (4) Samuel tal vez tuvi era una vaga idea de lo que se estaba tramando, y tal vez estaba en alerta. No está claro. De todas maneras, no dijo palabra alguna a los sionistas. Y dos meses después de hablar con Samuel y de haber leído su memorándum, Sir Mark no se acercó a Weizmann y a Sokolow, sino que discutió el sionismo con el Dr. Moisés Gaster. Unos seis meses más tarde, conoció a Aharon Aaronson, que había aparecido en Inglaterra a fines de octubre de 1916 para ganar apoyo en círculos del ejército para su proyecto político-militar (según su diario, él tampoco se encontró con los líderes sionistas). Tan sólo a comienzos de 1917 se estableció contacto entre Sykes y Weizmann y Sokolow.
Posiblemente los mismos líderes sionistas tuvieron la culpa de que los círculos oficiales no supieran nada de ellos o los ignoraran. Weizmann percibió claramente las oportunidades políticas abiertas para el movimiento sionista por la guerra y desde su comienzo había iniciado una actividad política en Inglaterra. Pero este trabajo parece haber sido considerado por él como preparatorio para la Conferencia de Paz: no intentaría encontrar la manera de negociar sobre un programa político antes de que el fin de las hostilidades estuviera a la vista, sino que preparaba el terreno para enfrentar tal situación a través de relaciones públicas: conversaciones con las principales personalidades, publicación de folletos sobre temas sionistas, etcétera. También fue necesario unificar el dividido campo del nacionalismo judío – con los sionistas perteneciendo a distintas facciones y los territorialistas – y también intentar juntar los sionistas, los no-sionistas y los antisionistas en un frente único judío. Toda esta importante operación fue comenzada por Weizmann. Cuando Sokolow llegó a Inglaterra, a fines de 1914, se concentró primordialmente en el "frente interno" mientras Weizmann seguía ocupándose principalmente de los contactos, o de la búsqueda de contactos, con estadistas e importantes figuras públicas. Conoció a Balfour, quien, en ese momento, no era miembro del gobierno. Durante una larga y muy interesante conversación hablaron del sionismo en general, y Balfour se conmovió. Cuando al final de la visita Balfour preguntó, como habitualmente preguntan los ingleses corteses, si podía hacer algo por él, Weizmann contestó que vendría para hablar otra vez una vez que finalizara el fuego de las armas – una linda frase que mostraba, sin embargo, su falta de interés en hablar de negocios. Tampoco hizo uso de la oportunidad para pedir a Balfour que le presentara a otros estadistas. Fue sin la ayuda de Balfour que Weizmann conoció a Lloyd George, en aquel momento ministro de Economía. No se sabe nada de fuentes sionistas del contenido de esta conversación – tal vez porque no tenía suficiente importancia. Pero sí sabemos que Lloyd George tenía conocimientos generales del sionismo antes de su encuentro y que había dicho en algunas oportunidades que simpatizaba con el sionismo. Weizmann también mantuvo conversaciones con Herbert Samuel, a solas y también con Gaster y Sokolow. Sin embargo, parece que luego de aquellos encuentros iniciales con Balfour y Lloyd George, no mantuvo ningún contacto regular ni discusiones con ellos durante los años 1915 y 1916. Tampoco nunca entrevistó al ministro de Asuntos Exteriores ni al Primer Ministro, o a ningún otro miembro influyente de los gobiernos de Asquith. No es del todo seguro si hizo algún intento por conocerlos. Si es que lo intentó y no tuvo éxito, esto probaría una vez más que aquellos estadistas no tenían ningún interés en el sionismo o en los sionistas. Además, durante los primeros 28 meses de la guerra, no sólo Weizmann no tuvo contacto con los que formulaban la política exterior (posiblemente Lord Robert Cecil podría mencionarse como la única excepción), sino que los líderes sionistas ni siquiera presentaron ni enviaron un solo memorándum al Foreign Office. Aun cuando fueron informados en la primavera de 1916 de que el gobierno empezaba a mostrar interés en la cuestión sionista y finalmente se decidieron a preparar un memorándum político, el trabajo fue llevado a cabo sin prisas y no estaba terminado hasta fines de ese año.
V
Fue en ese entonces que se tomó la iniciativa de establecer contacto entre el gobierno y los líderes sionistas. Este contacto vino, sin embargo, no de los líderes sino de Mark Sykes. La primera vez que Mark Sykes quiso ponerse en contacto con los sionistas fue a principios de la primavera de 1916, y su interés en el sionismo surgió de su notorio Acuerdo con Georges-Picot, cuyas negociaciones estaban prácticamente concluidas en enero de 1916. El gobierno parece haber quedado poco satisfecho del Acuerdo debido a la gran cantidad de concesiones hechas a Francia, respecto a Palestina, entre otras. Durante las negociaciones, ambos lados parecen haber reclamado el país, y los británicos estaban dispuestos a hacer concesiones sustanciales. Dado que el gobierno francés no hizo ninguna concesión a cambio, lo indicado era un compromiso: administración internacional de una parte de Palestina occidental, con un enclave británico en la Bahía Haifa-Acra; junto con una influencia británica en el territorio al sur de la línea Rafa – punto norte del Mar Muerto al Golfo de Aqaba, hacia abajo, y toda la Transjordania. La situación en el Frente Occidental y el fracaso del ataque británico contra los Dardanelos forzó al gobierno a acercarse mucho más a su aliado francés que lo que habría sido si la campaña Gallipoli hubiera tenido un final feliz – y una solución de compromiso era inevitable. Con todo, el gobierno no estaba contento respecto a ésta y otras concesiones. Conociendo su firme deseo de que Palestina pasase a manos británicas, es de suponer que el propio Sykes debe haber estado insatisfecho.
El memorándum que Georges-Picot y él habían preparado, encarnando los puntos principales de una propuesta de Acuerdo, fue expuesto a graves críticas provenientes de una serie de expertos del gobierno, primordialmente porque Sykes cedía a los franceses demasiado de sus reclamos, y sacrificaba demasiado los intereses británicos. El Director de Inteligencia Naval, Reginald Hall, que emitió los comentarios más graves, cuestionaba incluso si era necesario en absoluto en esa coyuntura un acuerdo con Francia sobre las esferas de influencia en Siria y Mesopotamia. Si el gobierno, sin embargo, llegaba a decidir que lo era, y estaba dispuesto a abandonar todo reclamo por Alejandreta y el área cultivable norteña [de Siria y Mesopotamia], se debería tener en cuenta, protestaba, que "el reclamo de Francia sobre Palestina no se puede justificar. (…) Al sur de Tiro, no posee un reclamo tan firme… como… nosotros," siguió, indicando los intereses vitales que tenía Inglaterra en el país. Luego señaló que los judíos en todo el mundo tenían no sólo "un interés consciente y sentimental" (como se mencionó en el Memorándum) sino "un fuerte interés material y un muy fuerte interés político" en el futuro de Palestina, y con toda probabilidad se opondrían a "una preponderancia árabe en el sur del Cercano Oriente"; y sugirió que "en el Area Marrón se considerara la cuestión del sionismo". (5) Es de suponer que Sykes investigó esta crítica y hasta podría haber discutido con Hall lo que éste había planteado, incluyendo "la cuestión del sionismo"; y Hall lo pudo haber apuntado al memorándum de Samuel – si es que Sykes no lo había conocido de antes – donde se dice claramente que tanto los sionistas como los no-sionistas deseen por igual un protectorado británico sobre Palestina. Sykes no era sionista y los judíos parece que no le gustaban en general; la cuestión judía no le afectaba ni siquiera en el mismo grado que a Balfour, y en general un grano de antisemitismo matizaba sus opiniones. Aun así, y sin que Hall le hubiera remitido al memorándum de Samuel, ambos deben haber comprendido que al alentar al sionismo, el gobierno podría mejorar su posición en el territorio designado en el Acuerdo para control internacional. La idea de rechazar efectivamente el reclamo de Francia sobre Palestina con la ayuda de los sionistas tal vez no había madurado aun en la mente de Sykes. Hasta podría haber pensado en aquel momento – en el caso de que esto realmente no se le hubiera ocurrido antes – que si el gobierno apoyaba la inmigración judía, y la colonización de Palestina, esto aportaría a Gran Bretaña una medida considerable de influencia para equilibrar, en el entorno de la administración internacional, la medida de influencia francesa y rusa, respectivamente sobre los sectores católicos y ortodoxos griegos de la población; mientras además el enclave Acra-Haifa estaría directamente bajo la gobernación británica (según el Acuerdo) con el Negev y Transjordania sujetos a su influencia.
Sencillamente es posible – parece haber existido una insinuación velada en los archivos – que Sykes abordara el tema con Georges-Picot, quien probablemente no era de mucha ayuda. Pero Sykes, habitualmente optimista, debe haber mantenido alguna esperanza. Algunos días después el Memorándum Picot-Sykes y las críticas que había recibido fueron discutidos por un comité inter-departamental, y la conclusión fue que "ninguna dificultad insuperable fue planteada por ninguno de ellos con respecto al proyecto [del Memorándum]." No es inconcebible que la cuestión del sionismo en el Area Marrón, si es que surgió, también fuera pensado como algo "sin dificultades insuperables." Es interesante notar que en las Propuestas para un Acuerdo y en el Borrador de Acuerdo, ambos redactados en enero, no hay ninguna mención del interés judío en el futuro de Palestina – ni siquiera del "interés conciente y sentimental" del judaísmo mundial, o de "los deseos concientes… del judaísmo… respecto a la situación de Jerusalén" apuntado en el Memorándum Picot-Sykes. "La cuestión de la Tierra Santa [sic ]", informó Grey al embajador en Petrogrado, "fue omitida para una futura discusión entre las Potencias". Sykes, y tal vez Grey también, puede haber pensado que esta "futura discusión", junto con la "forma de administración internacional" en el "Area Marrón", que tampoco había sido discutido todavía entre Rusia y los otros Aliados, podría aun brindar la ocasión para llamar la atención a "la cuestión del sionismo".
En ese preciso momento surgió otro asunto judío en el Foreign Office que empalmaba con una posibilidad de esa naturaleza. Los gobiernos británico y francés, que intentaban lograr la participación de los Estados Unidos en la guerra, a su lado, tenían graves preocupaciones por el hecho de que los judíos norteamericanos no sólo estaban a favor de la neutralidad de su país, sino que hasta mostraban una actitud hostil hacia los Aliados, particularmente por su socio ruso, actitud ésta que tuvo su influencia en la opinión pública general. Alguien en Wisconsin abordó la idea, en forma privada, y llegó al Foreign Office, de remediar esta situación por medio de "una declaración en nombre de los Aliados a favor de los derechos de los judíos en todos los países… y una sugerencia muy velada respecto a la nacionalización [sic] en Palestina." Lucien Wolf, que solía estar en contacto con el gobierno sobre ciertos asuntos judíos específicos, fue llamado al Foreign Office para dar una opinión sobre este importante problema. Wolf era un buen patriota inglés y deseaba brindar toda la ayuda posible. Pero él, un judío asimilado que rehusaba reconocer el nacionalismo judío, descubría para su horror que gente ubicada en altas esferas del Foreign Office tendía a creer que todos los judíos se rendían cuentas entre sí, y temían que la furia del gobierno se descargaría contra los judíos de Inglaterra también. Fue tal vez primordialmente esta consideración que lo hizo a él, el amargamente antisionista, admitir en el curso de una larga carta (16 de diciembre de 1915) a Lord Robert Cecil que la idea del sionismo conquistaba cada vez más los corazones de las masas judías, y que el sionismo se tornaba un factor de peso entre el público judío norteamericano. Por ende sería posible, acordaba, movilizar la simpatía de los judíos en Norteamérica y en todo el mundo, del lado anglo-francés, mediante una "declaración pública" de carácter sionista. Cecil parece haber remitido ésta y otras sugerencias de Wolf a la atención de Grey y también escribió al embajador en Washington para recabar su opinión; pero no pareciera que el asunto pasara por el departamento que tenía a su cargo los asuntos del Levante, y Sykes tal vez lo ignoraba. Sin embargo, una sugerencia similar, llevada al Ministerio algunas semanas más tarde, causó un enorme revuelo.
Fue recibido, en un despacho de McMahon, el mismo día (23 de febrero de 1916) en que fue enviado el cablegrama de Grey informando a Buchanan que "la cuestión de la Tierra Santa fue dejada para una futura discusión entre las Potencias". Edgar Suares, dirigente de la comunidad judía de Alejandría, presentado como italiano y antisionista, estaba bastante seguro (el despacho seguía registrando) que "con el trazo de una pluma, casi, Inglaterra podría adquirir para sí el apoyo activo de los judíos en todo el mundo neutro, si tan solo los judíos supieran que la política británica estaba de acuerdo con sus aspiraciones en Palestina". Ahora se interesó la Oficina de inmediato. Precisamente lo que pasó entre las personas que asistían al concilio, es imposible establecer, pero es un hecho que Sykes habló con Samuel y leyó (¿otra vez?) su memorándum. Estaba surgiendo rápidamente un esquema de lo que se podría llamar una política sionista. Parecería que Grey había sido consultado, antes de que el asunto se hiciera responsabilidad de un funcionario de más rango, Hugh OBeirne, para luego formar parte de una minuta presentada en el Ministerio, ya que Sykes estaba por viajar a Rusia para continuar las negociaciones respecto a las partes del Acuerdo todavía pendiendes.
En su minuta OBeirne planteó la sugerencia de que el ofrecimiento a los judíos de "un arreglo completamente satisfactorio a las aspiraciones judías frente a Palestina" tendría "tremendas consecuencias políticas"; y dio algunos detalles del proyecto sionista que tenían algún parecido a lo dicho sobre este punto en el memorándum de Samuel. Grey, en un intento de ganar al embajador francés a su lado, instruyó a Nicolson a "contarle a M. Cambon que el sentir judío que es ahora hostil [a los Aliados] y que favorece un protectorado alemán sobre Palestina podría cambiarse totalmente si un protectorado norteamericano fuera favorecido con el objeto de restaurar a los judíos a Palestina". Cecil, creyendo que "no era… fácil exagerar el poder internacional de los judíos", mostró su apoyo por el "arreglo". Así hizo también Crewe, que comentó que "abraza posibilidades extraordinarias". Cambon, sin embargo, no escucharía las explicaciones de Nicolson. "Era de esperar", notó OBeirne; pero no cedería. Urgió a sus jefes en otra minuta a proseguir con el asunto, señalando que "el proyecto Palestino contiene posibilidades políticas de gran alcance". Crewe, que ahora reemplazaba a Grey, no aceptó el consejo de Nicolson de "dejar el asunto así". Ofreció hablar a Cambon él mismo; y más tarde observó: "tengo bastante claridad que este asunto no debería ser dejado de lado y creo que Sir E. G[rey] es de la misma opinión… Deberíamos proseguir con el tema, ya que la ventaja de conseguir la buena voluntad judía en el Levante y en Norteamérica difícilmente pueda ser sobreestimada en absoluto, tanto en el momento actual como al término de la guerra".
En ese tiempo, Lucien Wolf escribió otra vez, esta vez adjuntando un borrador de lo que desde su punto de vista podría hacer las veces de una declaración pública sionista. La idea en sí misma atraía al Ministerio. No así la fórmula sugerida. Se consideraba insuficiente. Una mejora fue propuesta para hacerlo más sustancial, "mucho más atractivo a la mayoría de los judíos". Sir Edward Grey y la Oficina, que antes de las últimas fases de las negociaciones con Francia y la llegada de la sugerencia de Suares, no había mostrado ningún interés ni en el sionismo ni en los sionistas, ahora estaban dispuestos a hacer ante los gobiernos de Francia y de Rusia una propuesta para una declaración, de la cual los judíos sacarían sin duda la comprensión de cómo, con el apoyo de los Aliados, Palestina podría eventualmente tornarse algo así como una comunidad judía autónoma.
VI
Sykes pudo haber conversado con Grey sobre la propuesta respecto al sionismo planteado por Hall; y, como Grey quería verlo con el propósito de instruirlo sobre su misión a Rusia, pudieron haber discutido la sugerencia de Suares y el proyecto emergente sobre Palestina. De todas maneras, ambos hombres deben haber esperado que un acuerdo con los judíos que respetara a Palestina podría tener un valor propagandístico con más posibilidades de ser aceptado por los franceses, que la propuesta aparentemente altruista de hacer algo para el sionismo en el "Area Marrón". Si fuera aceptado, podría, como fue sugerido, hacer que el judaísmo mundial favoreciera a los Aliados. Deben haber creído que el arreglo podría, además, lograr más que eso. Con los sionistas pro-británicos establecidos crecientemente en Palestina la posición de Inglaterra, si el país estuviera en poder de un régimen internacional, estaría más fortalecida. Pero los sionistas y los judíos en general, con su "poder internacional" y más especialmente en Norteamérica – donde se creía que gozaban de considerable influencia – podrían oponerse fuertemente a una administración internacional y reclamar un protectorado británico o una administración de soberanía compartida. Aun la consideración sincera de un protectorado norteamericano (tal como fue sugerido a OBeirne por Grey), o una administración belga (según lo escrito por Sykes a Samuel), esto también era mejor para Gran Bretaña que un régimen internacional, especialmente con los franceses como socios. Por ende es muy probable que fueran estas consideraciones las que impulsaron al Ministerio a tomar como base la fórmula de Wolf y ofrecer en una declaración a los judíos un proyecto sobre Palestina que tendría las mejores posibilidades de ser aceptable para los sionistas.
La idea de ganar al judaísmo mundial al bando de los Aliados mediante una declaración sionista generosa y la noción que tenía Hall de alentar al sionismo, se manifestaron en el Foreign Office casi en forma simultánea, cuando el gobierno empezó a sentirse insatisfecho con el acuerdo que concluía con Francia por la división de poderes en Palestina. La idea de Hall parece ser la más temprana cronológicamente; y por su naturaleza, por fortalecer la presencia de Inglaterra en Palestina mediante el apoyo a la causa del sionismo, tenía la posibilidad de echar del todo a Francia de compartir el control sobre el país. Esta idea, tanto en su primera etapa como en su eventual desarrollo, hacía que el gobierno británico fuera dependiente en un grado no menor de la ayuda de los sionistas, y lo siguió haciendo durante varios años, por lo menos hasta el Tratado de San Remo. Se lo puede considerar como el eje principal y determinante en el enfoque del gobierno británico hacia el sionismo y hacia los sionistas.
La otra idea, la de una declaración sionista para asegurarse "el apoyo activo de los judíos de todo el mundo neutral", fue cronológicamente la segunda cuando finalmente fue adoptada por el Foreign Office. En tanto fue concebida como una ayuda para el conjunto de la Alianza, puede considerarse como una medida de guerra, de valor inmediato por cierto, pero de duración limitada. Sin embargo, facilitó una nueva dimensión para la primera idea, y allí yace, en parte, su atractivo. El valor propagandístico del "proyecto palestino" ahora podría usarse como poderoso argumento a la hora de convencer a los gobiernos de Francia y de Rusia. Por ende, podría facilitar la eventual posesión de Palestina por Gran Bretaña, meta que Sykes, Samuel, Kitchener y Lloyd George (así como Hall y algunos otros hombres de influencia), aunque sea por razones no del todo idénticas, tenían en mente y buscaban lograr. En este sentido, desde el punto de vista británico, además de ser una medida de guerra, la idea tenía un interés de largo plazo. Más que un interés de este tipo puede leerse en los francos comentarios marginales efectuados (citado anteriormente) por Crewe. El pensamiento de que, con la ayuda de los sionistas apoyados por "el poder internacional de los judíos", Gran Bretaña posiblemente podría superar los reclamos franceses sobre Palestina no se puede descartar. Se habría tratado de personas mucho menos inteligentes, perceptivas y hábiles en política que Grey, Crewe y Cecil, si no se percibiera esto. Se le ofreció a los gobiernos de Francia y de Rusia un dispositivo que, en la superficie tenía la intención de servir a la causa Aliada de conjunto mientras a largo plazo fue diseñado para ser valioso sólo Gran Bretaña. En este sentido (tanto como en otros) – si se nos permitiera otra reflexión más – existe una similitud interesante entre la diplomacia de Inglaterra en la cuestión sionista y en su alianza con el Sharif Hussain: la negativa de Hussain de participar en la Jihad y su rebelión contra el Sultán supuestamente servían a la causa de los Aliados en general, pero debido a su alianza con él, Inglaterra pretendía beneficiarse en el largo plazo.
Sin embargo, debido a los dos intereses británicos principales (los de corto y de largo alcance) el Secretario de Asuntos Exteriores tenía la voluntad y estaba dispuesto en marzo de 1916 a hacerse amigo de los sionistas y de atraer a los judíos a Palestina. Grey no era ni sionista ni pro-sionista; tenía, parecería una cierta simpatía convencional por el sionismo, o por algo cercano. Con el tema de la declaración, o bien él, o Crewe, debían haber consultado a Asquith, ya que la propuesta estaba a punto de ser enviada a los gobiernos de Francia y de Rusia y, si tuviera el acuerdo de ellos, sería obligatoria para el gobierno londinense. En cuanto a Asquith, no tenía ni siquiera aquella escasa simpatía por el sionismo que tenía Grey. Igualmente, ambos estaban dispuestos a llevar a cabo un acto de política sionista. Aquí está la raíz y la fuente de la política pro-sionista de los gobiernos británicos hasta la Declaración Balfour, el "Hogar Nacional" y el Mandato. La política y la motivación para ella existía ya en forma embrionaria en marzo de 1916. Durante el año siguiente sus rasgos se volvieron cada vez más claros simplemente por el hecho de que el futuro de Palestina estaba entonces en proceso de ser decidido por un ejército británico muy grande, y había un Primer Ministro resolutivo y enérgico para llevar a cabo lo que él pensaba sería ventajoso y correcto como curso de acción para Gran Bretaña. Pero en su política sionista Lloyd George y Balfour son en realidad los continuadores de Grey y de aquellos de sus ayudantes y colegas que tuvieron algo que ver con su formulación o bien optaron por no oponerse a ella; mientras que Mark Sykes parece ser el hombre que forjó la política y que construyó un puente entre ambos gobiernos.
El lado irónico del intento de Grey consiste en que las sugerencias más contundentes a favor de una acción dentro de una política pro-sionista fueron formuladas por dos antisionistas; y especialmente la recomendación a favor y el borrador de una declaración sionista que vino de Wolf, un "inglés de la persuación mosaica", quien estaba poco dispuesto al sionismo y a los sionistas. Otro lado irónico es que los líderes sionistas, quienes deseaban tanto algún logro político, que deseaban tanto mantener negociaciones con los estadistas británicos y que aspiraban a una sociedad con el gobierno británico, carecían por completo de cualquier información sobre los esfuerzos que se estaban llevando a cabo a favor del sionismo y de los sionistas. Nadie les preguntó y nadie los tenía en consideración; como si no existiesen. Cuando Sykes abordó el tema después de su retorno de Rusia los fueron a buscar.
VII
Dado a que el gobierno ruso se inclinaba a "ver la propuesta de colonización judía en Palestina con simpatía"; la tarea que enfrentaba ahora Sykes no era precisamente la de averiguar si los sionistas estarían de acuerdo en principio con una política sionista por parte de los gobiernos aliados, sino primero y principalmente, la de atraerlos del lado de su gobierno y a la lealtad hacia los británicos. (Información en los papeles del Foreign Office sobre la actitud de los judíos de los EE.UU. parece sugerir que los representantes franceses allí podrían haber estado intentando acercarse a los sionistas.) Del Dr. Gaster, Sykes averiguó que los sionistas se oponían a un co-dominio con los franceses en Palestina, y que no reclamaban un estado judío. Debe haber averiguado más, pero qué exactamente aun no lo sabemos. Sin embargo, los contactos no perduraron, ya que el gobierno de París rehusó tomar en consideración la declaración propuesta y, un poco después, Sharif Hussain levantó la bandera de la rebelión; y Sykes no le vio sentido a seguir las conversaciones, y prefirió esperar para ver cómo las cosas iban a resultar. Pasaron algunos meses y Sykes no buscaba a los sionistas, ni ellos lo buscaban a él. A fin de año fue impulsado a buscarlos nuevamente.
Precisamente por qué eligió hacerlo es incierto. Sus conversaciones, en noviembre, con Aharon Aaronson, de quien averiguó sus planes para un movimiento clandestino judío pro-británico en Palestina, y la disposición del Ministerio de Guerra de apoyarlo, deben haber fortalecido su deseo de incluir a los sionistas en la cuestión Palestina. La razón principal para su ardua búsqueda de líderes sionistas en enero de 1917 parece, sin embargo, estar fuertemente relacionada con la situación en el frente del Sinai. A fines de noviembre los turcos fueron prácticamente expulsados de la península; el Ejército Británico se encontraba ahora en el umbral de Palestina; y se decidió, después de algunas semanas, que una ofensiva vigorosa debía llevarse a cabo, con el objetivo de ocupar el país. Esta fue la línea política en relación al futuro de Palestina que había sido anticipada por Sykes, Kirchener y Lloyd George, y decidida por el Comité de Guerra del Gabinete un año atrás, cuando apenas habían comenzado las conversaciones con Francia. Ahora, hacia fines de diciembre de 1916, los franceses fueron persuadidos a aceptar que los británicos marcharan a través de la frontera palestina. También fue acordado que, cuando las tropas británicas entraran en Palestina, "un oficial político francés debería acoplarse al comandante en jefe británico"; y el 1° de enero de 1917 el Foreign Office fue notificado que Georges-Picot "representaría al gobierno de Francia en la futura administración de Palestina." La cuestión palestina claramente se volvía una realidad. Era hora de que Sykes actuara para incluir a los sionistas. Quería que ellos participaran en la administración desde el mismo comienzo.
Para ese entonces, el gobierno había cambiado, Lloyd George se había convertido en Primer Ministro y pretendía, como sabemos, tomar en sus propias manos no sólo la conducción de la guerra sino también la elaboración de la política exterior. Sykes se había incorporado al secretariado del Gabinete, y sobre la cuestión Palestina parece haber estado, en general, por lo menos durante algunos meses más, más en contacto con el Primer Ministro que con el ministro de Asuntos Exteriores, Balfour. Lloyd George era un "oriental". Es más, no estaba satisfecho con el Acuerdo Sykes-Picot, ni tampoco quería que los franceses tuvieran un punto de apoyo en Palestina. "No le importan un comino los judíos, ni su pasado, ni su futuro" así escribió Asquith en marzo de 1915 respecto al apoyo de Lloyd George al memorándum de Samuel – "sino que piensa que sería un ultraje que los Lugares Santos pasen a manos de la "Francia atea y agnóstica". Asquith parece haber cometido una injusticia con su colega galés. Lloyd George tenía real simpatía por la causa sionista, deseaba que los judíos retornaran a Palestina. Venía de los protestantes fundamentalistas que no sólo se consideraban los cristianos verdaderos y guardaban hostilidad hacia los católicos, sino que también poseían la creencia de que el retorno a Israel estaba "a mano" y que era el destino de Inglaterra ayudarles. Sin embargo, Lloyd George quería que Inglaterra ganara algún beneficio material mientras ayudaba al propósito del Señor. Quería, por lo menos tan tempranamente como a comienzos de 1915, que Palestina estuviera dentro de la esfera de la influencia exclusiva de Gran Bretaña, en razón de los intereses imperiales y de prestigio internacional, y debido a sus propios sentimientos religiosos. Deseaba y esperaba que el Ejército Británico ocupara el país, creyendo que esto se constituiría en base firme para su reclamo respecto a sus posesiones. La ocupación, junto con el apoyo a la causa sionista, fue la forma más nítida, más conveniente y aceptable para forzar a Francia a abandonar su participación en Palestina. Este fue casi exactamente el enfoque de Sykes. El conservador católico Mark Sykes encontró un simpatizante entusiasta para su política sutil en el radical protestante Lloyd George. Ambos eran grandes patriotas británicos e imperialistas declarados, con mentes fecundas y, a veces, formas de ser arteras, que una lengua lista y refinada, abundante oratoria, además de bastante encanto personal, permitieron esconder.
Forzado por estas circunstancias y con este telón de fondo, Sykes una vez más se dirigió a los sionistas. Esta vez encontró a Weizmann y a Sokolow y al grupo de sionistas británicos que les ayudaban en su trabajo. Los contactos entre los sionistas y las autoridades, para todo propósito práctico, comenzó, entonces, no cuando las armas cesaron de tronar, sino cuando recién empezaban a rugir con toda su fuerza en las fronteras de Palestina; no como resultado directo de la actividad política de los líderes sionistas, sino cuando Sykes y el Primer Ministro pensaron que era el momento para iniciar las conversaciones. Lloyd George tal vez no haya sido informado por anticipado del acercamiento de Sykes a Weizmann. Una vez que empezaron las conversaciones parece haber sido mantenido informado.
VIII
Este no es el lugar para contar en detalle los contactos, conversaciones y discusiones, sólo indicaré los hechos más sobresalientes. Sykes quería saber qué buscaban lograr los sionistas. Lord Rothschild hablaba de un Estado judío, y Harry Sacher – de un grupo de jóvenes sionistas británicos que ayudaban a Weizmann, de mente independiente y lúcido – hablaba de una manera parecida. Los mismos líderes no hicieron mención de un Estado. Para la reunión con Sykes entregaron un memorándum en cuya elaboración muchos participaron, pero su autor principal era Sokolow y su corrector y editor era Herbert Samuel. El memorándum hablaba de Palestina como un Hogar Nacional Judío (un término creado por Sokolow, aparentemente) con derechos iguales para todos los ciudadanos del país, y autonomía para la población judía en cuestiones concernientes a religión y educación; y de una Carta que recibirían los sionistas de Inglaterra para la colonización y desarrollo del país. Sin embargo, los sionistas aclararon a Sykes que ellos querían un gobierno británico en el país, no un gobierno internacional ni un gobierno francés. Sykes contestó que, como su gobierno no podía plantear esto al gobierno francés, tal vez los sionistas podrían decidir hacerlo por sí mismos; él podía organizar un encuentro con sus representantes en Londres. Sokolow fue elegido para cumplir la misión. Ahora surge una especie de triángulo en las negociaciones: Sokolow-Weizmann con Sykes, Sokolow con Weizmann en una reunión con Georges Picot, Sykes con Georges Picot. Sokolow explicó largamente a Georges Picot el ideal sionista, sus fuentes y sus metas, y la admiración y gratitud que sentían los judíos hacia la nación francesa, junto con la aprehensión de los sionistas debido a la tendencia manifiesta en la historia colonial francesa a imponer su cultura entre los nativos. Por esta razón, dijo, los sionistas prefirieron que Gran Bretaña fuera la potencia bajo cuya protección la población judía viviría y se desarrollaría en Palestina. Georges Picot comprendió, por supuesto, a dónde apuntaba esto, pero fue impresionado por la diplomacia de Sokolow. Sykes continuaba presionando. En una carta larga, que parecía franca por fuera (pero que era bastante astuta bajo de la superficie) explicó a Georges Picot lo que querían los sionistas; cómo Sokolow le había explicado (a él, Sykes) sus programas de colonización y el alcance de estos planes, y cómo le parecía a Sykes que, ya que tanto Francia como Gran Bretaña deseaban ganar el apoyo del judaísmo mundial y alentar a los sionistas, era esencial cumplir con sus demandas; y que, finalmente, tal vez podría encontrarse algún gobierno, que no fueran ni Francia ni Inglaterra, que estuviera dispuesto a asumir la protección de Palestina.
Después de esto, Sykes aconsejó a los sionistas seguir las negociaciones con el gobierno francés, y Sokolow fue enviado a París. A esa altura en Londres se creía que el Ejército Británico ocuparía muy pronto por lo menos una pequeña parte de Palestina; las negociaciones preliminares con los sionistas habían concluido para todo propósito práctico; Sykes viajaba a Egipto para servir como Oficial Político adjunto al Comandante en Jefe, y Weizmann estaba a punto de unirse con él allí. El Primer Ministro pensaba que era hora salir al ruedo con su política sobre Palestina. Durante una reunión de Gabinete el 3 de abril instruyó a Sykes que era importante asegurarse "de que Palestina fuera sumada al área británica [en el Acuerdo Sykes-Picot]" y asegurar el desarrollo del movimiento sionista "bajo los auspicios británicos". Apenas vio Sykes a Georges Picot le indicó "la importancia de cumplir con las demandas judías" y preparar "a la mente francesa para la idea de la administración británica en Palestina con consentimiento internacional".
Los líderes sionistas tal vez no supieron nada sobre las instrucciones, pero el telón de fondo militar y diplomático que el gobierno francés enfrentaba calmó las cosas, hasta cierto punto, para Sokolow. De todos modos, durante las numerosas y largas conversaciones mantenidas por Sokolow con ministros y altos funcionarios, los franceses defendían sus derechos en Palestina y se mostraron muy difíciles de manejar. Al final logró obtener una garantía de "simpatía" francesa "para su causa". Por consejo de los franceses y de Sykes, Sokolow fue también a Roma. Italia era socio de Gran Bretaña y de Francia en la división del Imperio Otomano y era correcto, por supuesto, informarle lo que estaba sucediendo con Palestina. Hubo, sin embargo, otras razones aparte de las exigencias del buen comportamiento. Las razones francesas aun no están suficientemente claras; mientras que Sykes, el católico, parece, pretendía atraer al lado británico tanto a Italia como al Vaticano, quienes no estaban satisfechos con la posición muy influyente de Francia respecto a todo lo conectado con los Santos Lugares. El apoyo del gobierno italiano y del Vaticano a los sionistas afectos a Inglaterra, debe haber pensado, ganaría para Gran Bretaña un aliado importante contra Francia en la cuestión palestina; y, a cambio, Italia podía contar con Inglaterra para que ésta alentara la influencia italiana, a expensas de la de Francia, sobre las instituciones católicas en Palestina y respecto al Vaticano en general. En sus conversaciones con los ministros y con el Vaticano, Sykes allanó el camino para Sokolow, que habló sobre el sionismo con el Papa, con el Primer Ministro y con altos funcionarios, hasta que finalmente quedó asegurado el beneplácito y muestras de simpatía del gobierno italiano.
Después que Sokolow había trabajado y logrado tanto, en beneficio también de los intereses británicos, era el turno del gobierno británico de hacer pública su actitud hacia los sionistas. Sokolow (Weizmann estaba afuera en su misión a Gibraltar) se sentó con el comité político elegido por los líderes para trabajar sobre la redacción de un borrador que se presentaría al Gabinete. A diferencia de los borradores de algunos de sus colegas que intentaban asegurar un gobierno judío en una Palestina íntegra, Sokolow argüía que tales demandas no serían aceptadas por el gobierno. La fórmula de Sokolow fue adoptada; debe haberlo discutido previamente en líneas generales con un alto funcionario del Foreign Office . Alrededor de mediados de julio fue entregado como propuesta para su confirmación por el Gabinete.
Balfour, que era sionista tanto por convicción como por su visión del problema, parece haber estado dispuesto a aceptar, en líneas generales, la fórmula de Sokolow, que hablaba de Palestina como el Hogar Nacional reconstituido del pueblo judío, sin ninguna reserva de importancia – todas los cuales fueron agregadas más tarde. Pero hubo una oposición proveniente de otros sectores. En particular fueron planteadas fuertes protestas y críticas por el secretario de Estado para la India, Edwin Samuel Montagu, un judío violentamente antisionista. Posiblemente Sykes, al igual que otros, consideraba que era justo después de todo ofrecer garantías en la Declaración para los derechos de las comunidades no-judías en Palestina. De todas maneras, comenzó el trabajo de revisión y tanto ministros como funcionarios del Secretariado del Gabinete y del Foreign Office hicieron un intento de probar, examinar y alterar. El fruto de este trabajo grupal es el texto de la Declaración tal como es conocido por nosotros, que Balfour presentó en reuniones del Gabinete durante el mes de octubre. De hecho, ya a comienzos de setiembre Cecil urgió al Gabinete a decidir sobre una política definitiva a favor del movimiento sionista, haciendo hincapié en que "sería de la mayor utilidad para los aliados" tener a los sionistas "de nuestro lado". Ya en octubre, al presentar el tema a sus colegas, Balfour expresó la inquietud de que el gobierno alemán podría "capturar la simpatía del movimiento sionista". Luego, durante otra reunión del Gabinete, explicó que una declaración favorable a los ideales del sionismo sería un instrumento de "propaganda extremadamente útil tanto en Rusia como en Norteamérica". Porque algunas personas en el Foreign Office pensaban que bajo la influencia provechosa de la Declaración el público judío en Rusia presionaría a su gobierno para que continuara en la guerra y para que se opusiera a un tratado por separado con Alemania. No se dijo palabra alguna en las reuniones sobre la justicia de la causa sionista en sí, o sobre el derecho de los judíos, ni tampoco el de ninguna nación, a tener un Hogar Nacional propio. No hubo, por supuesto, ninguna mención de la intención de estafar a Francia y quitarle su parte de Palestina. De tales asuntos los ingleses no tienen costumbre de hablar abiertamente, especialmente en público. Aun así, debe haber estado entendido o sabido, y aceptado, entre los miembros del Gabinete, o por lo menos algunos de ellos, durante un tiempo apreciable. La última discusión del Gabinete, el 31 de octubre, da la impresión de haber sido una mera formalidad; ya que Montagu estaba en el exterior y el resto de los participantes eran conocidos simpatizantes de la medida, con la posible excepción de uno, Lord Curzon, quien mostró más bien una falta de simpatía. Pero aun cuando fuera él el más crítico, sus colegas sabían que no tenía el hábito de oponerse.
IX
Hemos visto, entonces, los grandes pasos dados por los sionistas y por los británicos, el uno hacia el otro y ambos juntos; y me parece que, en cuanto a la consideración de la Declaración, no tiene ningún significado la cantidad de veces que Weizmann o que Sokolow visitaron al Foreign Office y a Sykes, y cuantas veces se encontraron con ministros, funcionarios, periodistas y personalidades en Inglaterra, Francia e Italia, o quien visitó más o se encontró o conversó más frecuentemente. Uno podría atreverse a ir más lejos y afirmar que para el propósito de la política sionista del gobierno, no era tan importante lo que los sionistas hicieran o dejaran de hacer, ni tampoco había necesidad de Weizmann o de Sokolow, en particular; de la misma manera en que también carecían de importancia el sionismo de Balfour, de Lloyd George, de Milner y de Smuts, o el del Gabinete de Guerra que aprobó la Declaración. Asquith, Grey, Lloyd George y Churchill – como ejemplo – no habían tenido ninguna simpatía anterior por el Movimiento Nacional Arabe; por lo menos, nadie se había enterado de ello. Sin embargo, el gobierno de Asquith acordó con el famoso proyecto de contactarse con árabes y negociar y concluir una suerte de alianza con ellos, y los británicos hasta encontraron a los hombres a quienes, en cierta medida, trasformaron en líderes del Movimiento. En el caso de la Declaración, los motivos convincentes y decisivos fueron los mismos que impulsaron a Inglaterra a acercarse a Palestina y a los sionistas, y las circunstancias especiales en los que dichos motivos fueron activados. Si el gobierno de Lloyd George quería Palestina sólo para Gran Bretaña y se esforzó por desembarazarse de los socios franceses en Palestina, y deseaba ganar el apoyo de las masas judías en los Estados Unidos junto con las de otros países beligerantes y también neutrales, con el propósito de influir para que los gobiernos y los pueblos se pusieran del lado británico, entonces la existencia o no de simpatía por las ideas sionistas sería un asunto de poca monta en cuanto a la Declaración concierne, y la presencia de éste o aquel líder sionista haría poca diferencia. Ya hemos visto que la iniciativa a favor de la declaración nació de hombres que en su actitud hacia el sionismo tenían diferencias con Balfour y con Lloyd George; que el tema fue llevado adelante sin el conocimiento de los líderes sionistas; y que la fórmula sugerida, en líneas generales, para tal declaración fue más específica y alentadora, desde el punto de vista sionista, que el texto del "Gabinete sionista" de Lloyd George. (Uno no puede decir, por supuesto, qué habría pasado con la fórmula si hubiera existido un acuerdo en principio con el gobierno de Francia.) Supongo que uno también podría decir con bastante certeza, que la simpatía por sí sola de Balfour y Lloyd George por la causa sionista no habría convencido al Gabinete de aceptar la Declaración. Y si hubiera existido, por su parte, solo la simpatía y no los intereses, o (como en el caso de Balfour) la falta de una argumentación apuntando a los intereses materiales, es casi seguro que no se habría planteado para nada la cuestión sionista en el Gabinete. Sin los intereses de Gran Bretaña, tanto en Palestina como hacia los sionistas, o con interés en Palestina pero no en los sionistas, no es difícil llegar a la conclusión de qué habrían logrado los sionistas en la Conferencia de Paz. Sería oportuno utilizar para los propósitos del análisis, el caso paralelo de la cuestión armenia y la propuesta a favor de un Estado armenio en la misma conferencia.
Por lo tanto, el motivo decisivo para que el gobierno viera con aceptación y se decidiera a prestar apoyo a las aspiraciones sionistas, era el interés puro en todos sus aspectos. Sin embargo, uno debe admitir que era bueno, conveniente y agrad able que Balfour, Lloyd George, Smuts, junto con algunas personalidades en general en las altas esferas, guardaran simpatía con la causa sionista. Esta actitud tuvo bastante importancia, sobre todo, después de la Declaración. Por otro lado, fue bueno y útil que los sionistas – quienes en realidad habían pensado que las negociaciones con el gobierno iban a ser posibles sólo al finalizar la guerra – hicieron algunas preparativos con anticipación, al principio a partir de la iniciativa de Weizmann y, más tarde, bajo la guía y control del conjunto con Sokolow. Era, además, conveniente que supieran más o menos lo que querían, o mejor dicho, lo que no querían reclamar del gobierno (aunque pareciera que no hubo una planificación adecuada en el trabajo preparatorio para la reconstrucción del país y para su desarrollo, ni tampoco en cuanto a los problemas políticos importantes).
Sin embargo, una muestra de pasividad quedó demostrada del lado sionista: no sólo cuando de repente, sin ninguna iniciativa de parte de sus líderes, el gobierno Briátnico empezó a buscarlos, sino también después que los contactos se habían establecido. Es cierto que nunca existe una pasividad absoluta en los contactos, aun del lado de la entidad pasiva. El carácter pasivo del lado sionista es evidente, sin embargo, principalmente por el hecho de que no logró obligar al otro a aceptar el programa que había preparado. En un asunto tuvo éxito Sokolow: al desbaratar lo que aparece como la intención de Sykes de intentar limitar la colonización judía a regiones específicas, mantener a los sionistas lejos de Jerusalén, y fijar el centro de las operaciones sionistas alrededor de Haifa. Por otro lado, los interesados nunca alcanzaron la etapa de una discusión vinculante sobre las fronteras de aquel mismo Hogar Nacional sobre lo cual se había dicho tanto. Posiblemente, Lloyd George parece haber dado a entender, durante un encuentro fortuito y apurado con Weizmann, que el sionismo tendría que restringirse al lado occidental de Palestina. Pero hacia el norte, ¿hasta dónde? Y hacia el sur, ¿hasta dónde? Alguien – no está claro si fue Sokolow o Lloyd George – dejó caer la frase "desde Dan hasta Beersheba". Para los sionistas, esto significaba por lo menos toda la franja occidental de Palestina, desde Letanía hasta Wadi el-Arish. Pero aparentamente, los británicos quisieron decir "hasta Beersheba" y nada más. Los líderes sionistas no estaban al tanto de esto. (Tampoco se les puede acreditar la restitución del Neguev a las fronteras del Hogar Nacional. Esto les fue donado a los sionistas por la revuelta en Egipto en la primavera de 1919 cuando fue decidido por los británicos que no valía la pena anexar el Neguev a la península de Sinai y a Egipto, ni tampoco a ningún territorio oriental. Los líderes no parecen haber estado al tanto tampoco de esto.) En pocas palabras, sobre la cuestión de las fronteras, así como de todas las cuestiones que afectaban directamente al futuro del Yishuv [la colonia judía en palestina] y de la colonización, no se llegó a ningún acuerdo, y los británicos no se comprometieron a nada en concreto. Los líderes sionistas acordaron, tal vez por consejo de Sykes, posponer las negociaciones sobre todas las cuestiones prácticas, creyendo que éstas llegarían a buen puerto en la etapa siguiente. Se contentaban, por el momento, con "una declaración" – algo que aparentamente no se les había ocurrido antes. Una declaración que – como Sokolow señaló cuando se discutió la redacción del borrador – consistía en "una aprobación en general de los objetivos sionistas, muy corta y lo más fecunda posible".
X
En realidad, la Declaración – como Weizmann escribió después de su publicación – tiene un carácter de principio. Es decir, el gobierno reconoció en principio al nacionalismo judío junto con el derecho de los judíos de re-establecer su propio centro político en Palestina, y prometió en principio prestar ayuda para la realización de este objetivo. Todos estos aspectos de la Declaración tenían una expresión más plena, más amplia y más vinculante en la fórmula sugerida por Sokolow. Sin embargo, los líderes sionistas pensaban que el principio seguía vigente también en el texto aprobado por el Gabinete. Más que esto era tal vez imposible obtener de los británicos. Si esto es correcto, justifica la posición de Weizmann y de Sokolow que lo comprendieron y se fiaron del principio en sí. Sobre la base de este principio, creyeron, sería posible alcanzar un acuerdo con el gobierno que lo comprometiera a llevar a la práctica los reclamos de los sionistas. No está claro aun si, durante aquellos meses de discusión con Sykes y con el Foreign Office, los líderes entendían que los británicos los necesitaban y por qué. Según parece, más allá de su comprensión de esto y de tener seguridad con respecto a ello, pusieron sus esperanzas en Balfour y en Lloyd George y en el grupo de ingleses con quienes trabajaban, y tal vez también en los británicos en general, y contaron con la Declaración como un pronunciamiento con el carácter de un acuerdo de caballeros: a cambio de esa promesa por parte del gobierno británico para ayudarles a encontrar un Hogar Nacional, harían todo lo que pudieran para garantizar que solo Gran Bretaña gobernaría en Palestina. Porque así como no había ninguna garantía de que el Gobierno de Su Majestad estaría obligado a ayudar en el establecimiento de un Hogar Nacional viable dentro de las fronteras históricas de Palestina, como estaba previsto en el programa sionista, así tampoco había ninguna garantía que estipulara que sólo Gran Bretaña iba a tomar el control del país. Los sionistas y los británicos seguían necesitándose después de la Declaración. Entonces vino la gran hora de Weizmann.
Dentro de esta política de principios – sería mejor que lo tengamos en cuenta al resumir – fue el gobierno británico el que tomaba la iniciativa: en base al memorándum de Samuel, así como sobre la base de los planteos de Lucien Wolf, Suares y de otros en lo que se refiere a la conveniencia de una declaración sionista – un planteo que ganó la aprobación de Lord Robert Cecil, que simpatizaba con el sionismo, de Lord Crewe y de Sir Edward Grey, así como de varios de los funcionarios del Foreign Office. El arquitecto de la política sionista del gobierno fue Mark Sykes, con las nociones sugestivas que provinieron de Reginald Hall y posiblemente también de Fitzmaurice y OBeirne del Foreign Office. Y de modo de hacer hincapié y exagerar ligeramente uno podría tal vez hablar de la "Declaración Sykes" – aunque el giro que tomaba la política durante 1917 aparentemente no era lo que él preveía. Weizmann y Sokolow fueron, de alguna manera, los más comprometidos con esa política. Sus constructores fueron todos los que ayudaron a crearla, algunos más, otros menos. Mucho del trabajo de construcción fue llevado a cabo por Harry Sacher, Leon Simon, Lord Rothschild, Smuël Tolkovsky, Herbert Sidebotham, Israel Sieff y Aqiva Ettinger: sobre todo, por Herbert Samuel, quien guió, dirigió y aconsejó siempre que se lo pedían los sionistas, y ayudó mucho aun cuando no le fue requerido; y por C.P. Scott, que puso a Weizmann en contacto con las personalidades importantes, recomendaba el caso sionista a Lloyd George y a otras personalidades, y sirvió a Weizmann y al sionismo fielmente y incansablemente; y por Achad Haam, cuya gran cautela a veces demoraba el progreso de la construcción pero cuya sabiduría profunda ayudó en general. La parte de Balfour no parece haber sido grande. La de Lloyd George fue mayor; parece haber estado realmente más adelantado con su política sionista que Sykes, que parece haber estado algo indeciso. Mientras tanto, Sokolow también fue un gran constructor. Su participación en las conversaciones y negociaciones con Sykes fue considerable. Las discusiones y las negociaciones con los franceses y con los italianos fueron mucho más difíciles de manejar que las que se llevaron a cabo con los británicos; y en éstas actuaba sin Weizmann. El fue, también, el autor principal del memorándum sobre los "reclamos" sionistas presentado a Sykes, y de la fórmula para la declaración presentada a Balfour. La parte de Weizmann en el trabajo de construcción y en la actividad incesante para su ejecución fue seguramente muy grande. Particularmente su iniciativa de tantear a los ministros y figuras pública británicas importantes, tanto judíos como no judíos, y la de establecer relaciones con ellos, junto con las conversaciones con Sykes, Balfour, Lloyd George, Cecil, Smuts y muchas figuras de menor rango en el Ministerio Asuntos Exteriores, en el Ministerio de Guerra y en el Secretariado del Gabinete; y al perseverar con la Declaración. Pero no es fácil decidir si su participación fue más grande que la de Sokolow. La cuestión de "Weizmann el líder" no afecta directamente el tema. Aquí estamos hablando sobre todo de la naturaleza de sus actividades hasta la Declaración. En relación con su participación y su valor uno podría, tal vez, utilizar las palabras de Smuts: "Fuimos persuadidos [dijo él] de que la política encarnada en la Declaración debería ser aprobada, pero fue Weizmann el que nos persuadió". No sé precisamente qué quiso decir Smuts. A mí me hace acordar del cuento de la dama que – como se dice – tenía ganas y solo quería que la sedujeran. Gran Bretaña, de la misma manera, tenía ganas de Palestina, quería a los sionistas y los buscó. Weizmann justo apareció en el camino, le habló para que aceptara a los sionistas y los acompañara a Palestina, como si fuera solo a ella que deseaban y sólo a ella que le serían fieles. Gran Bretaña se dejó seducir. Estaba dispuesta de dejarse seducir por cualquier sionista de estatura.
Notas:
1. CAB 16/4; Informes y minutas de evidencia de un Subcomité Imperial de Defensa; 1907/1909.
2. CAB 27/1; Minutas e informes del Comité sobre Turquía asiática; junio 1915.
3. Se refiere al memorándum "Inglaterra y el asentamiento judío en Palestina", redactado por Norman Bentwich en enero de 1915.
4. Memorándum de Georges-Picot y Sykes del 5 de enero de 1916, redactado aparentemente por Sykes.
5. Comentarios del capitán W. Reginald Hall, 12 de enero de 1916.
El "Area Marrón" comprendía, en el Acuerdo Sykes-Picot, con la excepción de la zona de Haifa y Acre, a la Palestina occidental entre (las líneas) Ras Nakura-Tiberias y Rafa-norte del Mar Muerto. El status establecido en el Acuerdo para esta área era el de una administración internacional.