La crisis de 1929 y la Gran Depresión de la década del ’30

En una nota sobre la llamada "crisis financiera" de 2008, la revista inglesa TheEconomist dijo que, si sustituimos las palabras "acciones" y "activos" por "casas", cualquier descripción de la crisis económica de 1929 podría ser usada para la crisis actual. Las semejanzas, de hecho, saltan a la vista: los bancos, así como en la crisis de 1929, empezaron a rechazar pedidos de préstamos que tengan casas como garantía (en lugar de acciones como en 1929), y con esto muchos tuvieron que vender sus casas para pagar hipotecas que no podían pagar. Con las casas cayendo de precio estalló la "burbuja inmobiliaria" en un corto lapso de tiempo. Pero The Economist tranquilizó a sus lectores: entre 1929 y 1933, el PBI americano cayó más de un cuarto, lo que hoy estaría descartado; el desempleo llegó en la década de 1930 hasta el 25% (con muchos de los empleados trabajando en tiempo parcial y recibiendo un salario también parcial) y, según el autor de la nota, hoy el desempleo podría llegar como máximo sólo al 10%.


 


Expansión y crisis


 


La analogía histórica es útil apenas como una ayuda para entender la especificidad de cada situación concreta. El epicentro de la crisis de 1929 fueron los Estados Unidos, como hoy, pero por razones diferentes: en aquel año, los Estados Unidos culminaban un período histórico de ascenso como potencia capitalista más avanzada. Entre 1870 y 1929, el producto industrial de los Estados Unidos se cuadruplicó: masas enormes de capitales y tecnología avanzada explican eso. Pero también la excepcional disposición de fuerza de trabajo, en primer lugar de origen rural (debido a las crecientes dificultades de la pequeña producción agrícola); y después, inmigratoria (entre 1820 y 1920 ingresaron al país unos 32 millones de inmigrantes).


 


La "burbuja especulativa" de los precios fue la primera señal. Para los análisis estrictamente coyunturales, a partir de marzo de 1928 se inició un boom "puramente especulativo". La ley de la oferta y la demanda regía la Bolsa, pero John K. Galbraith afirmó que la influencia de algunas grandes firmas fue decisiva. Las declaraciones optimistas de los "hombres de negocios" sustentaron el alza especulativa. Los grandes "capitanes de la industria" afirmaban en alta voz su esperanza en el futuro de la actividad económica y, por lo tanto, de las ganancias. Sin embargo, el 12 de junio de 1928 se verificó un primer retroceso de la Bolsa de Nueva York: ese día más de 5 millones de acciones cambiaron de manos. Se registraron caídas de 23 puntos. Pero el alza recomenzó a partir de julio, y la campaña para las elecciones presidenciales se apoyó en promesas de prosperidad: los republicanos afirmaban que la elección del candidato demócrata marcaría "el advenimiento de una depresión en 1929". El republicano Herbert Hoover fue electo por la gran mayoría y la Bolsa acogió la victoria republicana con una nueva alza de los precios de las acciones.


Los corredores de bolsa se ven en la Bolsa de Nueva York en octubre. 25, 1929, uno de los días en que se produjeron fuertes caídas que llevaron a la gran crisis de octubre. 29. | Foto AP


Se hicieron empréstitos en los bancos para comprar títulos en la Bolsa y, ante la creciente demanda, los establecimientos bancarios de Nueva York prestaban a muy corto plazo, a tasas de interés del 12%, tomando prestado al 5% de la Reserva Federal. Todo el mundo ganaba y la euforia se difundía con la credulidad general. Los agentes de cambio prestaban a sus clientes aceptando como garantía los títulos comprados…


 


La crisis de 1929 fue, como la actual, una "crisis anunciada". Después de la Primera Guerra Mundial, hubo un aumento general de la demanda, que concluyó en 1920, cuando los precios comenzaron a caer (llegando al 70% de caída en 1929 en Canadá(1)): 50% el trigo, 40% el algodón, 80% el maíz, en los Estados Unidos. La crisis agrícola golpeaba, especialmente, a los pequeños y medianos agricultores: la renta agrícola cayó de 16 al 9% de la renta nacional. La migración hacia las ciudades se acentuó, los precios industriales aumentan debido a la política proteccionista (generalizada en todos los países industrializados): el marasmo agrícola fue, en los años 20, un factor de desequilibrio de laprosperity americana. Creció también la concentración del comercio minorista: la Great Atlantic Pacific Tea pasó (en seis años) de 5.000 a 17.500 tiendas; las cadenas de tiendas vendían 27% de los alimentos, 30% del tabaco, 27% de la vestimenta. Al final del proceso, ocho grupos financieros detentaban el 30% de la renta nacional: la banca Morgan (que controlaba General Electric, Pullman, US Steel, Continental Oil, ATT, etc.), Rockefeller (6,6 mil millones de dólares en activos), Kuhn y Leeb (10,8 mil millones), Mellon (3,3 mil millones), Dupont de Nemours (2,6 mil millones). Se constituyeron también redes de acuerdos internacionales, especialmente con empresas alemanas: Dupont de Nemours y IG Farben, General Electric con Siemens y Krupp, General Motors y Opel.


 


En la década de 1920, la prosperidad de los Estados Unidos tenía características específicas: la reducción del control estatal sobre la economía llevó al renacimiento del liberalismo económico (que ya estaba muerto en Europa), el aumento en la tasa de acumulación de capitales, el crecimiento demográfico (de 106 millones a 123 millones de habitantes), el estímulo a la expansión del crédito. El crecimiento interno de Estados Unidos fue acompañado por el reforzamiento de su posición hegemónica mundial; en 1926-1929 el país era responsable por el 42,2% de la producción mundial de productos industriales y el primer productor mundial de carbón, electricidad, petróleo, acero y hierro fundido, acumulando superávit en su balance de pagos debido a su condición de primer exportador mundial. Fue durante esa fase de prosperidad que ocurrió también la gran expansión de la exportación del capital norteamericano; aunque la transición del país de deudor a acreedor no fuese tan abrupta, la velocidad con que realizó inversiones en el exterior no tuvo paralelo con la experiencia de ningún otro país acreedor. Gran parte de esto tomó forma de inversiones directas a través o bajo el control de compañías norteamericanas.


 


La prosperidad estaba lejos de ser compartida. Las desigualdades se profundizaron durante la década de 1920, el crecimiento del mercado no acompañó el ritmo de la producción, creando una acumulación de stocks que sólo podrían ser comercializados mediante el recurso cada vez más intenso de financiar el consumo. Los agricultores comenzaron a almacenar cereales. Tuvieron que pedir préstamos a los bancos, ofreciendo sus tierras como garantías. Las industrias se vieron forzadas a desacelerar el ritmo de producción y, consecuentemente, a despedir miles de trabajadores, lo que afectó aún más al mercado de consumo. La tasa de ganancia se mantuvo baja, los capitales se agotaron paulatinamente: la crisis influiría todos los sectores, incluido el mercado de valores. Además, la política de inversión de los Estados Unidos en el extranjero, elemento clave de su expansión en la década de 1920, se asentaba sobre bases precarias. Los significativos préstamos para Europa fueron hechos a largo plazo. Los resultados serían desastrosos para la producción y el comercio exterior, especialmente para Estados Unidos, que se verían al mismo tiempo sin capital y sin clientes para sus exportaciones. Durante la Primera Guerra Mundial, la economía norteamericana estaba en pleno desarrollo. Las industrias de Estados Unidos producían y exportaban en grandes cantidades, principalmente a países europeos. Después de la guerra, el panorama no cambió, porque los países europeos estaban volcados a la reconstrucción de las industrias y ciudades, y necesitaban mantener sus importaciones, principalmente de Estados Unidos. La situación comenzó a cambiar a finales de la década de 1920.


 


Reconstruidas, las naciones europeas disminuyeron drásticamente la importación de bienes industriales y agrícolas de Estados Unidos. Con la disminución de las exportaciones a Europa, las industrias norteamericanas comenzaron a aumentar el stock de productos, porque ya no conseguían vender como antes. Gran parte de estas empresas poseía acciones en la Bolsa de Valores de Nueva York, y millones de norteamericanos habían invertido en estas acciones. Era el llamado "capitalismo popular".


 


Una crisis anunciada


 


En 1929, en vísperas de la gran crisis, 200 sociedades tenían el 50% del capital comercial e industrial, apenas 2.000 individuos controlaban el 20% de la riqueza nacional. El "taylorismo" había aumentado la productividad industrial de 25 a 30% durante la década. El costo de la mano de obra, por lo tanto, cayó a pesar del aumento de los salarios reales (que aumentaron en promedio un 22% entre 1922 y 1929). Una política de altos salarios en las industrias más concentradas amplió el mercado de consumo. En los años ’20, también se generalizó la venta a crédito, que ya abarcaba el 15% del comercio minorista en 1929. La publicidad y la propaganda se convirtieron en un "departamento" de producción separado, con un consumo, en del 2% de la renta nacional. Estados Unidos creó, ya en la década de 1920, el tipo de capitalismo que se generalizaría en el mundo después de la Segunda Guerra


Mundial.


 Edificio de la bolsa de Nueva York en Wall Street.


En la década de 1920, también, Estados Unidos se transformó en el gran acreedor mundial, mediante la suscripción de más de 5 mil millones de dólares en títulos extranjeros. Al mismo tiempo, tenía 3 mil millones de dólares en inversión directa en el extranjero (de los cuales 602 millones fueron realizados sólo en 1929), con filiales en el extranjero de las grandes empresas, e incluso la formación de sociedades que operaban en el exterior y de participación en empresas extranjeras. En 1925, Estados Unidos sustituye a Inglaterra como el- gran centro financiero internacional.


 


La década fue expansiva: la producción de carbón aumentó un 20%, la de petróleo 80%, 100% la electricidad. El índice de producción industrial aumentó, de 58 en 1921, a 99 en 1928, la renta nacional de los Estados Unidos pasó de 59,5 mil millones de dólares a más de 87 mil millones de dólares entre 1921 y 1928, con saltos espectaculares en algunos sectores: automóviles (con la producción de 5,3 millones de unidades al año: 26 millones de los 35 millones de automóviles del mundo se encontraban en Estados Unidos), cuya industria empleaba a más del 7% de los asalariados y pagaba casi el 9% de los salarios (sin incluir las estaciones de gasolina, talleres, garajes, etc.); la industria de equipos eléctricos se triplicó, con la radio se pasó de un ingreso de 10 a 412 millones de dólares entre 1922 y 1929; la construcción aumentó en un 200% (la mitad sólo en Nueva York); se duplicó la industria química; la del caucho aumentó un 86%; el hierro y el acero, el 70%. La concentración aumentó aún más rápido, de 89 fusiones en 1919 a 221 en 1928. En 1926, la US Steel controlaba el 30% de la producción de acero; en 1903 había 181 fabricantes de automóviles, en 1926 sólo 44: las tres principales (Ford, General Motors, Chrysler) controlaban el 83% de la producción. La distribución de los ingresos acompañó el proceso: 1% de la población poseía el 14,5% de la renta nacional y el 5% tenía el 26% del ingreso (entre 1923 y 1929); el PBI también aumentó en este período el 23% y la rentabilidad del capital aumentó un 62%.


 


A partir de 1925, a pesar de toda la euforia, la economía norteamericana comenzó a tener problemas serios. Mientras que la producción industrial y agrícola se desenvolvía a ritmo acelerado, los salarios quedaban desfasados. Como resultado de la progresiva mecanización de la industria y la agricultura, el desempleo fue creciendo considerablemente. Y después de recuperarse de las pérdidas de la guerra, los países europeos empezaron a comprar cada vez menos a Estados Unidos y a competir en los mercados internacionales. Por falta de clientes externos e internos, comenzaron a "sobrar" enormes cantidades de mercancías en el mercado norteamericano, diseñando así una crisis de sobreproducción.


 


Los síntomas de la crisis ya habían aparecido a principios de 1929 (con una leve caída de la Bolsa de Nueva York), la producción industrial americana había comenzado a caer a partir de julio de ese año, causando un período de recesión económica leve. En septiembre ocurrió la caída de la Bolsa de Valores de Londres. En agosto, la tasa de interés fue elevada del 5 al 6%, en un intento de reducir el volumen de crédito, pero ya era demasiado tarde. La orgía de ganancias estalló, finalmente, el 24 de octubre de 1929: las cotizaciones de la Bolsa de Valores de Nueva York se hundieron un 50% en un solo día. Estos precios se estabilizaron a lo largo del fin de semana, para caer en picada nuevamente el miércoles 28 de octubre. Muchos inversores entraron en pánico. De repente, unas 16,4 millones de acciones se pusieron a la venta el jueves 29 de octubre, el "Jueves Negro". El exceso de acciones para la venta y la falta de compradores hicieron que los precios de las acciones cayeran en un 80%. Hasta el fin del mes siguieron nuevos derrumbes de precios y una ola de quiebras. Miles de accionistas perdieron, literalmente de la noche a la mañana, grandes sumas de dinero. Muchos perdieron todo lo que tenían.


 


El 17 de mayo de 1930, el gobierno de los Estados Unidos aprobó el acta tarifaria de Smoot-Hawley, que aumentaba los aranceles a cerca de 20 mil artículos no perecederos del extranjero. El Congreso norteamericano votará una ley a favor del aumento impositivo. Una petición, firmada por un millar de economistas, solicitó al Presidente que rechazara este aumento. Sin embargo, Hoover firmó la ley. El Congreso y el Presidente decían que esto podría reducir la competencia de productos extranjeros en el país. Sin embargo, otros países respondieron mediante la adopción de leyes y actos similares, lo que causó un descenso brusco en las exportaciones americanas, desencadenando una guerra comercial.


 


De esta "guerra" surgirán las devaluaciones competitivas de las monedas y los controles de cambio. En 1931-1932, Inglaterra, Canadá, los países escandinavos y Estados Unidos abandonaron el patrón oro; en 1936 se unieron a ellos Holanda y Bélgica, y, finalmente, Francia. Los países del bloque oro se negaron, después de 1933, a recurrir a la devaluación, a pesar de un estancamiento más pronunciado de sus economías, en relación con aquellas regidas por la libra esterlina o el dólar. Sólo adoptaron políticas deflacionarias que tendían no solamente a reducir los costos de producción, sino también a profundizar la depresión o retrasar la reactivación económica. El resultado fue, por lo tanto, aún más brutal. El fracaso de la Conferencia de Londres, que mostró solamente la ausencia de la cooperación internacional, abrió la puerta a las devaluaciones en serie. Cuando éstas se mostraron incapaces de frenar el éxodo de capitales, se recurrió al control de cambio. Como ha señalado Maurice Niveau: "La marcha hacia la economía de guerra estaba iniciada".


 


Pero la devaluación no solamente se mostraba incapaz de detener la fuga de capitales sino, inclusive, la reforzaba. En Europa, varios países se sumaron a la devaluación y al control de cambio. La Alemania de Hitler decretó subvenciones diferenciales para la exportación, acuerdos con derogación de la paridad, etcétera. Pudo así mantener una moneda sobrevaluada, que imponía generalmente sus condiciones en los acuerdos bilaterales concertados con los países de Europa central. El comercio exterior de Alemania disminuyó, sin embargo, entre 1929 y 1935. Después de haber permanecido fiel al oro y teniendo, por tanto, una moneda sobrevaluada, Francia no podía recurrir al control de cambio, pero fijó cuotas para las importaciones a fin de reducir el desequilibrio externo. La disminución del comercio exterior fue, con todo, del mismo orden que para Alemania, pero mucho más importante para el mundo.


 


Si la crisis de 1929 era sólo coyuntural, contrariamente a las crisis anteriores, asumía proporciones y acarreaba consecuencias totalmente nuevas. La crisis de la Bolsa de Wall Street acarreó inexorablemente el desmembramiento de todo el aparato de crédito sobre el cual vivía la economía americana. Al mismo tiempo, el retiro de los créditos norteamericanos de corto plazo resultó, en 1931, en un desmoronamiento financiero de Europa central y la imposibilidad para Gran Bretaña de honrar sus compromisos externos. Las altas tasas de interés en Estados Unidos fueron uno de los factores que extendieron la Gran Depresión a Europa. Los países europeos, especialmente aquéllos que utilizaban el patrón oro para mantener un tipo de cambio fijo con Estados Unidos, se vieron obligados a aumentar drásticamente sus propias tasas de interés, dando lugar a una reducción del gasto de los consumidores, con grandes caídas en la producción industrial.


 


De la crisis a la depresión


 


El comercio mundial se vino abajo, se redujo a un tercio de su valor entre 1929 y 1933. El colapso fue debido, en parte, a la caída a la mitad de los precios oro mundiales. Los índices de producción industrial en los principales países cayeron en la misma proporción (50%). De eso resultó un número enorme de desempleados: de 12 a 15 millones en los Estados Unidos, 6 millones en Alemania, 3 millones en Gran Bretaña, en Checoslovaquia había casi un millón de desempleados en una población de 13 millones de habitantes. La situación fue peor, aunque no mensurable en cifras tan precisas, en los países menos conocidos que vivían de la exportación de materias primas, ahora invendibles. La crisis de 1929 difería de una crisis cíclica del tipo clásico en que no se resolvería "por sí sola", como las precedentes, y llegará a profundizarse al punto de constituir una preocupación esencial de los gobiernos y ser muy influenciada en forma directa por las diferentes políticas nacionales.


desempleados compiten por puestos de trabajo en oficina de empleo de la Legión Americana en los Angeles.


Las quiebras bancarias efectivas en la época del colapso de la Bolsa de Valores fueron escasas, una vez que las diferentes instituciones financieras trataron de ampararse mutuamente contra las consecuencias de la contracción. Pero estas medidas dependían de la buena voluntad tácita de todos los interesados y la extensión y duración de la crisis tendían a socavar esta inclinación supuestamente "altruista". Más allá de eso, la estabilidad del sistema dependía de la cooperación internacional. Alemania, en particular, necesitaba la ayuda y la indulgencia de otros países y, en la década de 1930, ya no podía contar con una asistencia sustancial. Además de la dificultad creada por los problemas de sus propios acreedores, había desconfianza en la estabilidad política de Alemania, y la negativa de Francia de aliarse a Estados Unidos e Inglaterra para apuntalar las finanzas y la economía alemanas.


 


Las primeras medidas realmente eficaces contra la depresión fueron adoptadas en diferentes países a partir de 1932-1933. Estas políticas económicas, adoptadas casi al mismo tiempo por Roosevelt en Estados Unidos y por Hjalmar Schacht en la Alemania nazi, fueron, años más tarde, teorizadas por Keynes en su obra clásica Teoría general del empleo, el interés y el dinero. Como dice Michel Beaud: "Ante una salida capitalista a la crisis que imponía enormes sacrificios a la clase obrera y corría el riesgo de dar lugar a enfrentamientos perturbadores, Keynes proponía otra salida capitalista que, mediante una reanudación de la actividad, posibilitase reducir el desempleo, sin diluir el poder adquisitivo de los trabajadores. En ese sentido, treinta años después del Five Dollars Day de Ford, Keynes esbozó una teoría económica que permitirá justificar las nuevas políticas, a través de las cuales se procuraba, y en parte conseguía, la integración del mundo del trabajo en la sociedad capitalista".


 


Las diversas políticas poseían un fondo común: la intervención del Estado para resolver los problemas económicos, el fortalecimiento de su papel en donde la intervención ya era tradicional (Alemania y Japón) y su intervención donde persistía una tradición liberal, como en Estados Unidos e Inglaterra. A pesar de que las variantes de la política de intervención fuesen de carácter nacional, algunas medidas fueron comunes: el proteccionismo aduanero, la devaluación monetaria, los subsidios gubernamentales a empresas privadas y el aumento del gasto público. En Estados Unidos, específicamente, el New Deal significó una serie de medidas intervencionistas para paliar la crisis, atendió a varios sectores y poseyó un sentido de urgencia, no de cambios estructurales, como expresó claramente Roosevelt. Su aplicación hizo a la economía norteamericana retornar a sus niveles anteriores a 1929, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, aunque el desempleo no fue extinguido, y persistió una cifra de más de ocho millones de desempleados en 1940. Esto sólo se resolvería con el pasaje a una economía de guerra.


 


Más allá de su motivación inmediata, más o menos inconsciente, estaba en curso un cambio, o mejor, un redireccionamiento de la función del Estado capitalista, ante el cual el pensamiento marxista se inclinaría posteriormente. Para enfrentar los efectos perjudiciales, el Estado posterior a 1929 ya no se podría limitar a garantizar y proteger sino que debía imponerse directamente la tarea de universalizar la forma de mercancía, como la única condición de estabilidad de los dos componentes fundamentales de la sociedad capitalista: la "política" y la "economía".


 


Hubo otro factor "nuevo" en 1929. Las crisis industriales del pasado asumían mayor gravedad cuanto mayor era el lugar ocupado en la economía por el sector industrial. En una nación todavía agrícola, buena parte del personal de la industria conservaba sus vínculos rurales y, en los días "malos", podría volver al campo. Ahora, sin embargo, no sólo el sector agrícola estaba demasiado restringido para actuar como una válvula de seguridad, sino que la propia agricultura, trabajando cada vez más para el mercado y no para sustentar directamente a la población agrícola, era la actividad más sacudida por la depresión. Un aspecto original de la crisis de 1929 constituyó el alcance y la agudeza de la depresión agrícola. La transformación capitalista del campo lo hizo entrar de lleno en la crisis, con repercusiones generales: la situación de los bancos se vio agravada por el hecho de que muchos de ellos habían prestado grandes sumas de dinero a los agricultores. Después del inicio de la crisis, estos agricultores se volvieron incapaces de pagar sus deudas, lo que provocó la caída de los beneficios de los bancos. Entre 1929 y 1933, los precios de los productos manufacturados no perecederos cayeron un 25%. El precio de los productos agrícolas cayó cerca de un 50%, a causa del excedente de producción, especialmente de trigo(2). Los depositantes, temiendo una posible quiebra de sus bancos, retiraron sus depósitos. Un total de 14 mil bancos cerraron durante toda la década.


 


Las acciones estaban sobrevaloradas, el crecimiento reciente había sido especulativo. Los enormes desequilibrios se habían acumulado entre la capacidad de producción y la de consumo, en el comercio con el resto del mundo (especialmente en Europa), y la exacerbación de la crónica crisis agraria.


 


Los bancos redujeron el crédito. Miles de empresas entraron en quiebra (22.900 en 1929,31.800 en 1932). La venta a crédito desapareció. La producción industrial cayó un 45% (69% en las industrias básicas). Resultado: los beneficios se hundieron, en Estados Unidos, de 2,9 mil millones de dólares en 1929 a 657 millones en 1932; el ingreso nacional bajó de 87,4 mil millones de dólares en 1929 hasta 41,7 mil millones en 1932; la masa salarial cayó de 50 a 30 mil millones de dólares; los precios cayeron un 30% en promedio (50% los precios agrícolas); los ingresos agrícolas cayeron un 57% entre 1929 y 1932; el desempleo se disparó de 1,5 millones en 1929 a 12,8 millones en 1933, cuando alcanzó el 25,2% de la fuerza laboral. Con una caída en el comercio exterior que rondaba el 70%, Estados Unidos no fue, sin embargo, el único país que sufrió un desempleo masivo. A nivel mundial, los desempleados se calculaban en 10 millones en 1929, 30 millones en 1932 (una cifra que se duplicaría si se considera el subempleo); Alemania pasó de 2,5 millones de desempleados en 1929 a 6 millones en 1932. El capitalismo reveló un sistema de destrucción de las fuerzas productivas incompatible con la supervivencia física de la mayoría de la población.


 


Pero la crisis comercial y bancaria, aunque sea el punto de partida (o más bien, la evidencia) de la crisis, es el aspecto subordinado. En principio, el capital comercial y el bancario crecen con el volumen de la producción capitalista y median en el proceso de reproducción del capital. Pero, como elementos de circulación de capital, ellos no desarrollan la creación de valor, sólo lo realizan, de modo que son estructuralmente dependientes del capital industrial, son simples extensiones de éste, que se autonomizan externamente. La aceleración del comercio y la fiebre en tiempos de bonanza económica conduce a la multiplicación de la compra, venta y crédito, así como al estímulo de la función de medio de pago de dinero. La autonomía externa de los capitales comercial y bancario hace que se movilicen los límites impuestos por la reproducción del capital industrial, violando la dependencia interna que guardan en relación con éste. Por eso la conexión interna es restablecida mediante una crisis comercial y bancaria (o financiera), formas aparentales de la crisis económica real, que son aprehendidas por los economistas como contradicciones que ocurren exclusivamente en el ámbito de la circulación monetaria, lo que en verdad resulta de la anarquía del proceso global de reproducción del capital industrial, unidad de su tiempo, de producción y circulación.


 


Descomposición social y estado de emergencia


 


En 1929, el valor total de los productos industriales fabricados en Estados Unidos fue de 104 mil millones de dólares. En 1933, esta cifra había disminuido a 56 mil millones de dólares. La producción de acero se redujo en un 61% entre 1929 y 1933, la producción de automóviles se redujo en un 70% durante el mismo período. En Toledo (Estados Unidos) había 75 mil trabajadores activos en marzo de 1929, pero sólo 45 mil en enero de 1930. La Ford (Detroit) contaba con 128 mil trabajadores a principios de 1929, 100 mil en diciembre de ese año, 84 mil en abril de 1930, 37 mil en agosto. Y los trabajadores estaban sufriendo no sólo el desempleo, sino también la reducción de los salarios y las horas de trabajo (que se redujeron en un 29% en General Motors).


 


Surgirán las villas de emergencia, las "sopas populares", los "refugios" para las personas sin hogar se llenaron; en Chicago, la basura era revisada y reaprovechada por una enorme masa de pobres. En se estimaba que un millón y medio de jóvenes habían formado parte de "bandas errantes". Muchos de los jóvenes de las zonas rurales abandonaron sus fincas y sus familias, y probaron suerte en las ciudades: junto a los desempleados urbanos, viajaban de ciudad en ciudad, "colándose" en trenes de carga en busca de algún empleo. En Canadá, los dueños de automóviles ya que no tenían cómo adquirir combustible, utilizaban sus vehículos como carros tirados por caballos u otros animales.


 


La malnutrición produjo un brote de tuberculosis, los matrimonios se redujeron en un 30%, los nacimientos el 17%, con 10 millones de niños nacidos con alguna discapacidad. La ofensiva contra los salarios fue mundial. Los grupos étnicos minoritarios y los inmigrantes de los países más afectados eran discriminados por "competir" con la "población nativa" por los empleos. La discriminación fue alentada por los grupos nacionalistas de derecha.


 


La explicación "economicista" ignora por qué la crisis económica se volvió crisis política, debido a la agudización de la lucha de clases. Antes de marzo de1933, en el ápice del pánico bancario, el presidente republicano Herbert Hoover trató de acercarse al oponente demócrata, Franklin D. Roosevelt, quien ya proponía el New Deal. Hoover había sondeado la posibilidad de declarar el "estado de emergencia", pero se precisaba para ello del consenso bipartidista. Roosevelt rechazó cualquier acuerdo que estrechara los márgenes para el New Deal y tomó ventaja del hecho de que la responsabilidad por el desastre ya estaba cayendo sobre Hoover.


 


Una vez que Roosevelt asumió el cargo, el 4 de marzo de 1933, también apostó a la carta de los poderes presidenciales de emergencia, a expensas del Poder Legislativo: Roosevelt consideró la posibilidad de "eludir" el Congreso para la Ley de Emergencia sobre los bancos. Los gobernadores aconsejaron al Presidente pedir al Congreso que le concediese "poderes tan amplios como sea necesario" para enfrentar la crisis. Entre los asesores del Presidente, Walter Lippmann sugirió tomar un "poder dictatorial". La posesión de Roosevelt, con su discurso "de viraje", se produjo exactamente un día antes que Adolf Hitler, en Alemania, consiguiera "poderes totales" para gobernar por decreto. La crisis enterraba a las "democracias".


 


Como medida se proclamó el cierre de todos los bancos. Durante el feriado bancario, el Tesoro estableció la Emergency Banking Act, negociada con los grandes monopolios, para contrarrestar el peso del ala intervencionista del gobierno, que reclamaba la nacionalización de todo el sistema de crédito. Sometida a la Cámara y al Senado, seis días después del cierre bancario, la ley fue aprobada en… ocho horas. Roosevelt obtuvo una serie de leyes que, ante la insistencia de él mismo, fueron nombradas New Deal, fortaleciendo la prestación de asistencia social a las familias y personas necesitadas, y la creación de puestos de trabajo a través de asociaciones entre el gobierno, las empresas y los consumidores. En los años siguientes, varias agencias del gobierno fueron creadas para administrar los programas de asistencia social.


 Depositantes preocupados en un banco con problemas de Nueva York en 1929| Foto CORBIS BETTMAN


El papel del régimen de Roosevelt era "salvar" temporalmente al capitalismo. En función de este objetivo se abandonó la tradicional doctrina del laissez-faire. Este utilizó los recursos financieros del Estado para rescatar a las empresas y los bancos comerciales e hizo votar leyes que restringieron la competencia, dando lugar al aumento de los precios, favoreciendo al capital monopolista. Al mismo tiempo, controló el descontento de las masas trabajadoras urbanas y rurales mediante una política de concesiones limitadas, a menudo ilusorias y con promesas demagógicas: aprobó un sistema de jubilación y de seguros al desempleo bajo el control del gobierno. El empleador tenía la opción de hacer recaer los costos sobre los consumidores. Formalmente, el derecho de los trabajadores a organizarse fue reconocido y el gobierno cultivó la amistad de los dirigentes sindicales. Los movimientos de huelga fueron quebrados de modo sutil, por los mediadores del gobierno, o brutalmente, por gangsters privados, la policía o la milicia. El capitalismo norteamericano, auxiliado por el Estado "democrático", se alivió momentáneamente de la crisis en la medida en que la producción se elevó por encima del nivel de 1932 y pudo haber nuevamente ganancias en ciertas ramas. La renta agraria, que fue de 15 mil millones y medio de dólares en 1920, cayó a cerca de 5 mil millones de dólares en 1932. Aumentó nuevamente en 1935, pero a 8 mil millones de dólares, un 40% por debajo del nivel de 1920. El volumen de producción de los objetos de consumo en 1935 casi alcanzó el nivel de 1929; pero el volumen de los materiales de construcción fue menos de la mitad, así como también lo fue para la industria de los medios de producción. Este repunte se debió más al gasto público que a una recuperación real de la industria privada. En consecuencia, el crecimiento de la producción no tuvo un efecto proporcional en el desempleo. El número de desempleados se mantuvo entre 10 y 12 millones de personas, y no disminuyó de forma apreciable en la segunda mitad de la década del 20.


 


El número de personas socorridas aumentó de 22 a 25 millones entre 1935 y 1936. El comercio exterior se mantuvo inferior a la mitad del nivel de 1929. La deuda federal era de 31 mil millones de dólares. La abundancia de oro continuó siendo un obstáculo para la recuperación del comercio exterior, la estabilización de la moneda y una amenaza de inflación. El gobierno de Roosevelt también redujo los aranceles aduaneros sobre algunos productos extranjeros, estimulando así el comercio interior. Pero la lucha por los mercados, especialmente en América Latina y Asia, contra Gran Bretaña, Japón y Alemania, se intensificó.


 


La generalización de la depresión económica mundial tornó desesperante la situación de los trabajadores en todas las economías industriales. En el peor período de la depresión (1932-1933), el desempleo alcanzó al 23% de los trabajadores británicos y belgas, al 24% de los suecos, al 27% de los estadounidenses, al 29% de los austríacos, al 31% de los noruegos, al 32% de los daneses y nada menos que al 44% de los alemanes. La recuperación después de 1933 no logró reducir el desempleo promedio de la década de 1930, por debajo del 16 ó 17% en Inglaterra y Suecia. El único Estado occidental que logró eliminar el desempleo fue la Alemania nazi, entre 1933 y 1938.


 


El sindicalismo tradicional de Estados Unidos se reveló insuficiente para enfrentar esos problemas: el 6 de marzo de 1930, un millón de desempleados se manifestaron (100 mil en Nueva York, otro tanto en Detroit). La iniciativa fue del Partido Comunista de Norteamérica (PCA), que creó el Consejo Nacional de los Desempleados, el Partido Socialista (SPA), a su vez, creó la Alianza Obrera. El ex pastor A. J. Muste creó la Liga Nacional de Desempleados (con 10 mil miembros sólo en Seattle, que llegó a ser llamada "ciudad soviética"); Muste fusionó posteriormente sus fuerzas con los trotskistas. En algunas regiones hubo "guerra de guerrillas" con ataques a tiendas de alimentos y auto-defensa contra la expulsión de los hogares.


 


Crisis y clase obrera


 


Hasta 1930, el capitalismo estadounidense había logrado separar al grueso del proletariado de la militancia de clase a causa de la ilusión creada en el american way of life. Pero con la Gran Depresión el panorama cambió. Los millones de desempleados aumentaban sin cesar. Y el "fantasma comunista", tan agitado durante la última década, podía convertirse en realidad montándose sobre la ola de desesperación y amargura.



 


El objetivo principal del New Deal fue salvar el sistema de su colapso. En esencia, su programa no existió. Toda su acción se apoyó en una serie de avances y retrocesos impuestos por la experiencia de cada día. Sin embargo, en todas estas idas y venidas hubo dos constantes: una fue el papel central que desempeñó el Estado y las medidas económicas que propiciaba; la otra, el énfasis permanente puesto en el problema social del país. El New Deal debía responder a un núcleo bien definido y restringido de intereses que se beneficiaban con el aumento del consumo de los sectores populares; la política de Roosevelt debía orientarse a lograr ese aumento y, una vez alcanzado, mantenerlo en la medida de lo posible. El gobierno financió programas de socorro y obras públicas, dando trabajo a 4 millones de desempleados. Estas medidas le valieron el apoyo de las masas. Por otro lado, las medidas de "protección del trabajo" se vieron compensadas por la racionalización productiva de primera magnitud, que extendió sus efectos más allá de la depresión.


 


La industria se había recuperado parcialmente en 1933, pero en 1935 casi un tercio de su capacidad permanecía ociosa. Para empeorar las cosas, la fase favorable del ciclo económico no se aproximaba y los fabricantes no invertían. Para fortuna de la oposición, liderada por las grandes finanzas, los principales problemas continuaban existiendo. La salida del gobierno fue movilizar a la clase obrera a luchar por su derecho, negado durante tanto tiempo, de organizarse en sindicatos industriales. Se daba, por tanto, un objetivo preciso a la lucha de los trabajadores, y se rodeaba y controlaba a las masas con organismos que podían ser "institucionalizados". En un punto, esta solución coincide con los objetivos específicos del New Deal: la mayoría de los obreros trabajaban en las fábricas de industria pesada; para promover su organización, el gobierno golpeó en el corazón de su principal oponente.


 


En el momento más profundo de la crisis, la clase obrera norteamericana había sido en gran parte pasiva. Esto fue resultado, por una parte, de la violencia de los golpes a los cuales fue expuesta después de un largo período de prosperidad y, por otro lado, al hecho de entrar en la crisis con organizaciones pequeñas y débiles, tanto en el terreno de la política como en lo económico.(3) La decadencia de la AFL (American Federation of Labor) y la proliferación y crecimiento de los sindicatos de empresas, no relacionadas entre sí y totalmente al servicio de la patronal, que alcanzaron a más de 1.500.000 trabajadores, tienen su mejor explicación en la necesidad del capitalismo de liquidar los sindicatos que, de acuerdo con la afirmación de Gramsci, luchaban "por la propiedad del trabajo contra la libertad industrial. El sindicato obrero norteamericano es más la expresión corporativa de la propiedad de los oficios calificados que otra cosa, y por eso su destrucción tiene un lado progresista, ideada por los industriales, tiene un aspecto progresista".


 


Desde 1933, sin embargo, la historia de la clase obrera norteamericana se ha caracterizado por una actividad y una militancia casi ininterrumpida. Tentativas obstinadas y persistentes intentos de organización, a menudo culminan en huelgas emprendidas por los trabajadores, incluyendo aquellos en sectores clave como acero, automóviles, caucho, empresas de servicios públicos y de navegación, donde en el pasado el movimiento sindical nunca había sido capaz de echar raíces.


 


Aunque el número de afiliados a los sindicatos aumentó en un millón después de 1932, los trabajadores en las industrias clave siguieron desorganizados en su mayoría. Todos los intentos de organización sindical en esas industrias fueron rotos por la colaboración de los patrones, los organismos gubernamentales de arbitraje y los burócratas sindicales, a menudo antes de que se haya llegado al punto culminante de una huelga. Pero no disminuyó la voluntad de los trabajadores a organizarse, ni su combatividad, a pesar de los intentos de la burocracia sindical por ponerlos en guardia contra el "peligro rojo". El Partido Comunista de Estados Unidos (PCA), luego de las exageraciones aventureras del "tercer período", pasó a llevar adelante una política groseramente oportunista, apoyando incondicionalmente a los burócratas sindicales "progresistas" e, incluso, colaborar con los elementos reaccionarios de los sindicatos. Inauguraron la colaboración con los partidos capitalistas con aires "progresistas", atacando al Partido Republicano como la única agencia "real y directa" del fascismo y la guerra. Esto ayudó a Roosevelt que, al amparo de un liberalismo demagógico (en la acepción americana del término), se constituyó en agente del imperialismo de Estados Unidos y de sus preparativos de guerra.


 


El Partido Socialista Americano (SPA) no contaba con más de 16 mil miembros, la mitad de los del PC de Estados Unidos, aunque en muchas elecciones obtuvieron muchos más votos que éste. Durante varios años, el SPA fue dominado por la "vieja guardia" conservadora. Sin embargo, la crisis impulsó a los elementos jóvenes del SPA, y a otros con ellos, a desarrollar nuevas tendencias, debido tanto a las condiciones de Estados Unidos como a las derrotas de la clase obrera en Alemania, Austria e Italia.


 


Los efectos de esta nueva etapa de desarrollo del capitalismo estadounidense y la presión de las masas se reflejan en la controversia dentro de la AFL. En medio del clima de "apoyo estatal para el movimiento obrero", en 1935, John L. Lewis, de la United Mine Workers, se retiró de la AFL y formó el CIO, Committee of Industrial Organizations, que abogó por el criterio de la organización sindical por ramas de las industrias y no por oficio (como defendía la AFL). Esta división puso en evidencia la existencia de sindicatos por industria, como el de los mineros, que la AFL no reconocía, a pesar de que existían en su seno. Y también la existencia de cambios importantes en la base obrera, en la organización, en la combatividad y en la militancia, con reflejos claros en las huelgas de 1933-34. Roosevelt, para obtener el apoyo político del movimiento obrero, prestó apoyo a la formación del CIO. Dentro del CIO, y respondiendo a la política del Frente Popular, defendida por la Internacional Comunista desde 1935, el PCA tendría un lugar importante en su liderazgo y organización. El respaldo del movimiento obrero fue uno de los fundamentos de la reelección de Roosevelt en 1936.


 


Pero en la misma elección, la participación política organizada de los trabajadores en la Labor Non-Partisans League -Liga Laborista No Partidista (LNPL)— presentó una ruptura con la vieja escuela de la práctica política. En el pasado, la burocracia sindical se limitaba a aprobar a éste o aquel "amigo" en las fórmulas políticas capitalistas. En las elecciones presidenciales de 1936, y las municipales y estatales más tarde, hubo por primera vez un esfuerzo sistemático para organizar y movilizar el poder político de los trabajadores como una fuerza independiente. Este nuevo movimiento, representado por LNPL, fue un paso en el desarrollo del movimiento obrero en contra de la sumisión completa de los partidos del gran capital y por un partido independiente de los trabajadores.


 


La "normalización"


 


En el segundo período de Roosevelt, sin embargo, se produjo la "normalización" del CIO. El desplazamiento a la derecha del CIO, una vez consolidado éste (con 3.727.000 afiliados en 1937, contra 3.440.000 de la AFL), comenzó con un movimiento de acercamiento con sus antiguos enemigos.


 


Para Trotsky, el surgimiento del CIO, no era sólo un "viraje", sino un índice general de la crisis capitalista: "fue la primera crisis de 1929-33 la que da el empuje inicial y desemboca en la creación del CIO, pero recién se había organizado cuando el CIO tuvo que enfrentar la segunda crisis, la de1937-38 (…) los sindicatos precisaron de mucho tiempo para organizarse en Estados Unidos, pero ahora seguirán la misma evolución que los sindicatos ingleses. Eso quiere decir que en las condiciones actuales de declinación del capitalista, serán forzados a volcarse a la acción política".


 


Ya en noviembre de 1937, los dirigentes del CIO, John Lewis y Homer Martin intervinieron contra los huelguistas de Pontiac. En 1940, el líder sindical Walter Reuther, de General Motors, llamó a "aceptar lo peor de los acuerdos por el bien del país". Reuther abandonó el SPA para apoyar al gobernador Murphy para el Senado; Philipp Murray invitó al Congreso de la SWOC (Steel Workers Organizing Comittee), al alcalde de Chicago (Kelly) -responsable de la "Masacre del Memorial Day" de1937—en el contexto de apoyo a la tercera elección de Roosevelt. Detrás de este proceso se encontraba una nueva recaída del capitalismo estadounidense, a partir de 1937. Desde agosto de ese año, la recesión reapareció: la producción cayó un 27% en cuatro meses.


 


Los desempleados superaron los 11 millones en 1938, y todavía eran 10 millones en 1940. El índice de producción industrial de 110 en 1929 había descendido a 58 en 1932. Con su política inflacionaria, Roosevelt fomentó la recuperación; pero a partir de agosto de 1937 la recesión reapareció. Esto sólo se pudo superar con el inicio de la Segunda Guerra Mundial y con la aprobación del presupuesto de defensa más grande de Estados Unidos en tiempos de paz. El cuadro sólo sería revertido en 1942, tras el ataque japonés a Pearl Harbor, cuando la máquina de guerra de Estados Unidos comenzó a funcionar a todo vapor, revitalizando la economía del país, teniendo, además, un control monopólico sin precedentes en la historia del capitalismo. La entrada del país en la guerra terminó con los efectos negativos de la Gran Depresión, la producción industrial en Estados Unidos aumentó de manera dramática y las tasas de desempleo cayeron. Al final de la guerra, sólo el 1% de la fuerza laboral norteamericana estaba desempleado.


 


El inicio de la Segunda Guerra Mundial encontró a la clase obrera estadounidense con bases bastante firmes para la lucha: la producción industrial revivió bajo el estímulo de los créditos (Lenlease) y el rearme. Los trabajadores organizados en el CIO comenzaron una huelga por aumento de salarios, dirigida directamente contra Roosevelt y el Comité de Mediación de la Defensa. En la vanguardia estaban los mineros y su sindicato. Ford y Bethlehem, los más importantes patrones anti-CIO, cedieron en 1940 a las demandas del sindicato automotor y del comité de organización de los trabajadores del acero. Los piquetes en masa volvieron a ser métodos de lucha, especialmente en la huelga de la Ford. A pesar de que la represión fue en aumento, el clima general del verano-otoño de 1941 tuvo un impulso que recordaba el "espíritu de 1937", apagado por la ofensiva patriótica que siguió a la entrada en Estados Unidos en la guerra.


 


Depresión y nazismo


 


En Alemania, la crisis agravó los resultados de la hiperinflación de 1923, después de una relativamente corta "prosperidad". Dentro de la burguesía, sólo los grandes industriales y banqueros han sobrevivido: la pequeña y mediana burguesía, arruinada por la alternancia de la inflación y la deflación, acabó subproletarizada. Los campesinos, los menos afectados por la crisis, eran una minoría en un país industrializado. Los trabajadores industriales sufrían, con el desempleo masivo, una pobreza densa y la búsqueda de empleo parecía interminable. La juventud carecía de toda perspectiva de trabajo o vida "normal". Cuando la recesión alcanzó su punto álgido en 1932, la República de Weimar perdió toda credibilidad ante la población alemana. Fenómenos de descomposición social se desarrollaron a gran escala (drogas, alcoholismo, prostitución). La desesperación y la ira se volvieron contra los gobiernos de la República de Weimar, a menudo ocupados por los socialistas (SPD). Toda esperanza, "todo chivo expiatorio" eran aceptados: el nazismo, en una escala mayor que el fascismo italiano, fue capaz de movilizar a la pequeña burguesía desesperada (aprovechándose de su miedo a la proletarización).


 


Nacido en los márgenes del ejército, el partido nazi (NSDAP) fue tímidamente financiado en un principio por sectores de la burguesía: el editor de Bruckham, el fabricante de pianos Bechstein. Con la crisis de 1929, la causa nazi recibió el apoyo de los Konzern (Kirdorf, del carbón; Vorgler y Thyssen, del acero; IG Farben; el banquero Schroeder; etc.), los carteles alemanes. Sus posibilidades de agitación y propaganda, confianza en sí mismos y, sobre todo, su capacidad para sobornar (policía, jueces, militares) permitieron un crecimiento geométrico. A la clase media desesperada, los nazis le proponían remedios contra la angustia: la xenofobia, el racismo, el nacionalismo extremo, acompañados de una demagogia anticapitalista que apuntaba contra los judíos.


 


Los nazis ofrecían una salida inmediata para los jóvenes desempleados, el empleo en sus filas: un uniforme, las milicias armadas, las SA (tropas de asalto) y luego las SS (Schutzstafel, destacamento de guardia, pero en verdad guardia privada de élite de Hitler, conocidas como los "camisas negras"). Empleo, salario, uniforme, daba a los jóvenes lo que ellos pensaban que la sociedad les negaba. La militancia nazi pasó entonces de 176 mil a finales de 1928 a más de un millón en 1932.


 


El factor decisivo, sin embargo, fue el rechazo de los partidos de izquierda para realizar un frente único contra los nazis. En el SPD había un millón de miembros, cinco millones de afiliados sindicales, cientos de miles de organizados en la organización de autodefensa. En septiembre de 1930, en plena crisis económica, todavía tenía 8,5 millones de votos (143 escaños en diputados) frente a 6,4 millones (107 diputados) del partido nazi. Pero el SPD buscaba un "camino intermedio" entre el nazismo y el "bolchevismo": su política era la "defensa de la República (de Weimar)", reclamaban leyes represivas contra los nazis, la acción de la policía en los tribunales. Por último, apoyó la política deflacionista del canciller Brühning (generador de pobreza), la suspensión del Reichstag, el gobierno por decreto-ley, y llamaron a votar por el mariscal Hindenburg para la presidencia.


 


Los votos del SPD se redujeron a 7,96 millones en julio de 1932 y a 7,25 millones en noviembre de ese año. Los partidarios del Frente Único Obrero en el SPD fueron excluidos: ellos constituyeron el SAP (Partido Socialista Obrero), con decenas de miles de miembros; fue el partido que en 1933 (tras el ascenso de Hitler) firmaría junto a los partidarios de Trotsky (la Liga Comunista Intemacionalista) y dos partidos de la izquierda holandeses, RSP y OSP, una declaración en favor de la IV Internacional.


 


El KPD (Partido Comunista) avanzó: 3,27 millones de votos en 1928, 4,59 millones en 1930,5,37 millones en julio de 1932,5,98 millones en noviembre de ese año. Junto al SPD habría tenido todas las posibilidades de detener a los nazis, pero su política de división (denuncia al SPD como "socialfascista") era tal, que llevó al historiador R. T. Clark a afirmar: "Es imposible leer literatura comunista de la época sin sentir escalofríos ante el desastre que lleva a un grupo de hombres inteligentes a negarse a usar esa inteligencia de forma independiente." El KPD insistía en la búsqueda de temas comunes con los nazis, hasta utilizar una terminología similar: "revolución popular".(4) Llegó a afirmar que antes de combatir al "fascismo", era preciso combatir al "socialfascismo" (el SPD), y a continuación propuso un "frente único de la base" a los trabajadores socialdemócratas. De conjunto, su política era definida por el dirigente de la Internacional Comunista Manuilsky: "El nazismo será la última etapa del capitalismo antes de la revolución social". En julio de 1932, los partidos obreros obtenían alrededor de 13.300.000 votos (pero los nazis ya obtenían 13.779.000). En noviembre de ese año, el SPD y el KPD (Partido Comunista de Alemania), juntos obtenían 13.230.000 votos, y el NSDAP 11.737.000: fue cuando se diseñaba la debacle política del nazismo, cuando el presidente Hindenburg (elegido con el apoyo social) llamó (en enero de 1933) al líder del partido nazi, Adolf Hitler, a ocupar la Cancillería del Reich.(5)


 


Hitler llegó al poder sin resistencia obrera y con el apoyo de la burguesía, apoyo mediado por el ex ministro de Finanzas del gobierno centrista de Stressemann, Hjalmar Schacht, quien llegó a un acuerdo con el NSDAP a través del banquero Schroeder. Rápidamente, los nuevos dueños del poder pasaron a organizar un nuevo régimen, no sin antes montar una provocación contra el KPD a través de la quema del Reichstag, el Parlamento alemán, el 27 de febrero de 1933. Con 3 millones de marcos proporcionados por las grandes empresas, más el terror de las SA, los nazis crecieron en las elecciones de del 33 al 44% de los votos. El 23 de marzo, el Reichstag votó los plenos poderes para Hitler, contra el voto de la bancada del SPD (y con el KPD ya en la ilegalidad), pero con el voto afirmativo del Partido Zentrum católico. El Partido Comunista Alemán (KPD) había sido expulsado desde el incendio del Reichstag, que fue oportunamente atribuido a los dirigentes del KPD y, en particular, a George Dimitrov, jefe de la Internacional Comunista. El 2 de mayo, después de un 1° de Mayo transformado en festividad nazi (pero donde participaba el SPD), los sindicatos alemanes fueron disueltos y sus bienes confiscados. El 10 de mayo, Goering ordenó ocupar todos los edificios del Partido Socialdemócrata, se confiscaron sus fondos y se prohibió su prensa. El 14 de julio de 1933 (el aniversario de la Revolución Francesa), los partidos políticos fueron disueltos, el NSDAP fue proclamado "partido único", el Estado nazi, la criatura más monstruosa de la historia política, estaba en marcha. El ascenso de Hitler al poder fue acompañado de la destrucción del movimiento obrero. Goebbels escribió en su diario: "Cuando los sindicatos estuvieron en nuestras manos, los otros partidos y organizaciones no aguantaron mucho tiempo…".


 


Revolución o barbarie


 


Antes de tomar el poder del Estado, el nacionalsocialismo prácticamente no tenía acceso a la clase obrera. Incluso la gran burguesía, hasta la que apoyó el nacionalsocialismo, no veía aquel partido como suyo. La base social sobre la que los nazis se apoyaron para su ascenso fue la pequeña burguesía, arrasada y empobrecida por la crisis en Alemania. Fue en ese medio que los mitos antisemitas encontraron su campo más fértil de propagación. El capitalismo atravesó en los años 20 y 30 un largo proceso de reorganización, proceso que fue el resultado del fracaso del ascenso revolucionario y de la oportunidad que tuvo la burguesía para dominar el mundo por un nuevo período histórico. "La situación política mundial en su conjunto se caracteriza principalmente por una crisis histórica del proletariado", dijo Trotsky. Esto significa no sólo que la burguesía procedía a la reorganización de la economía mundial a través del desempleo, la pobreza, la opresión política y la guerra, sino también que podría seguir haciendo eso mientras la crisis no encontrase un principio de solución. En 1934, Trotsky ya consideraba que la guerra mundial estaba en la agenda política internacional: "Las mismas causas, inseparables del capitalismo moderno, que provocaron la última guerra imperialista, alcanzaron ahora una tensión infinitamente mayor que la de mediados de 1914”. Era la forma a través de la cual el imperialismo buscaba un nuevo equilibrio, la destrucción y la carnicería de decenas de millones de hombres.



A diferencia de Alemania, la "democracia" se salvó en Inglaterra, pero no por razones revolucionarias. Después de la crisis de 1929, una Comisión de Reorganización tomó las decisiones sobre la producción y la exportación, y un Consejo Central favoreció la reorganización y fusión de empresas. En el acero, el Comité de Reorganización permitió en 1932 la fusión de dos mil empresas del trust British Iron and Steel. Estas políticas fueron impulsadas por el representante de los "trabajadores".


 


La Gran Depresión llevó al Partido Laborista al gobierno. El primer ministro Ramsay MacDonald aceptó el informe de una comisión anticrisis formada por el rey Jorge V Cuando esta comisión presentó su informe, en julio de 1931, sugirió que el gobierno debería reducir sus gastos en 97millones de libras, incluidas las prestaciones de subsidios por desempleo. La dirección laborista aceptó el informe, pero cuando el asunto fue discutido por el gabinete, la mayoría votó en contra de las medidas sugeridas por el Comité. Con esta derrota, MacDonald renunció. Mientras tanto, el rey Jorge V convenció a MacDonald para formar un nuevo gobierno de coalición, esta vez apoyándose en los liberales y los conservadores. MacDonald formó un nuevo gabinete con ellos y fue expulsado del Partido Laborista.


Con la formación del gobierno de "unidad nacional" se aplicaron las políticas antipopulares sugeridas por el Comité del rey Jorge V. Para contener la crisis económica hubo más recortes en los salarios y en los programas de asistencia social, y se aumentó el impuesto sobre la renta.


 


La situación económica en Inglaterra se había tornado extremadamente grave, pero la estructura política del país estaba totalmente atrasada con respecto a los cambios que tuvieron lugar en la base económica. Antes de recurrir a nuevas formas y métodos políticos, todas las clases de la nación inglesa trataron de encontrar algo en el antiguo granero. En Inglaterra, a pesar de una terrible decadencia nacional, no había ningún partido revolucionario importante ni su antípoda, un partido fascista. Fue gracias a esto que la burguesía tuvo la posibilidad de movilizar a la mayoría del pueblo bajo la bandera "nacional". Inglaterra pasó por un período prolongado de demagogia radical, democrática, socialista y pacifista, que duró hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial.


 


Sin revolución, el mundo estaba en una situación sin salida, y eso implicaba penurias y sufrimientos cada vez mayores. Bajo la presión creciente de la desintegración del capitalismo, los antagonismos imperialistas entran en un callejón sin salida, al final del cual el choque aislado y las convulsiones sangrientas localizadas se fundirían en una conflagración a escala mundial. El pasaje de las reivindicaciones inmediatas a la lucha por el poder dependería solamente del ritmo de organización y preparación de la clase obrera; el proletariado enfrentaba la perspectiva de la barbarie, no una etapa de crecimiento capitalista. Este gran período de crisis no significaba que el capitalismo estuviese estancado: "La tecnología es hoy infinitamente más poderosa que al final de la guerra de 1914-1918", constataba Trotsky. Pero no podía encontrar la forma de aplicarla a la producción, incluso en forma limitada, y las fuerzas motrices del sistema imperialista "asumen un carácter cada vez más destructivo". El punto en que confluyen las necesidades objetivas del capitalismo, su reorganización a través de la miseria y la guerra, y la situación histórica del movimiento obrero, es resuelto negativamente, en el momento, por la capitulación de la socialdemocracia y el estalinismo. La burguesía, aunque fragmentada, fue capaz de mantener la iniciativa y preparar su salida de la crisis mundial.


 


La prueba de fuerzas decisiva entre revolución y contrarrevolución tuvo a España por escenario, en la sangrienta Guerra Civil que dejó un millón de muertos. La clase trabajadora europea, en las condiciones dramáticas de la década, no pudo superar el reformismo (ahora contrarrevolucionario) de la socialdemocracia ni la bancarrota de la Tercera Internacional, que comenzó con la traición a la revolución china de 1927-28, tomará forma con la claudicación del PC alemán en 1932-34 y se consolidará con la alianza entre la burocracia rusa y la aristocracia europea, y de éstas con la "sombra" de la burguesía mediante los frentes populares y la cristalización del reformismo y del "etapismo" de los partidos comunistas, operada en la década de 1930. Esta política fue directamente responsable por la derrota del proletariado francés en 1936 y de la Revolución Española en 1931-39. La Internacional Comunista fue directamente responsable de la desastrosa derrota de la revolución en Alemania.


 


En ausencia de un resultado revolucionario, la mayor crisis, hasta entonces, del capitalismo a escala mundial fue superada de modo contrarrevolucionario, en un enfrentamiento bélico mundial que provocó una destrucción sin precedentes de las fuerzas productivas sociales, restauró un precario equilibrio para la acumulación de capital, mediante el sacrificio de millones de vidas, la mayor catástrofe experimentada por la civilización humana. La tríada guerra-barbarie-revolución, que irrumpió en la guerra de 1914-1918, volvió a aparecer en Europa (y el mundo) con la Segunda Guerra Mundial. Pero la guerra de 1939-1945 no fue una repetición de la Primera Guerra Mundial; fue una continuación, una secuencia, como escribió León Trotsky en su texto de 1940: "La guerra mundial es la continuación de la última guerra. Pero continuación no significa repetición. Como regla general, una continuación significa un desenvolvimiento, una profundización, una acentuación". La Segunda Guerra Mundial dejó un rastro de sangre y muerte mayor que la Primera, en un escenario mundial ampliado considerablemente.


 


Sesenta millones de hombres en armas, entre 45 y 50 millones de muertos (en su mayoría civiles) como resultado directo de la lucha, u 80 millones de personas, si se cuentan también los que murieron de hambre y enfermedades como consecuencia directa de la guerra, ocho veces más que en la Primera Guerra Mundial: en total, alrededor del 4% de la población mundial de la época, y todo en apenas seis años. Los números de la Segunda Guerra Mundial son, en primer lugar, los de la barbarie desenfrenada.


 


En el desafío actual para la humanidad trabajadora, las lecciones y conclusiones expuestas por el derrumbe de 1929 y la crisis mundial de 1930 conservan toda su vigencia histórica. La alternativa contra la barbarie continúa siendo la revolución anticapitalista (socialista) ahora en una escala histórica inédita.


 


 


Notas


 


1. El principal producto de exportación de Canadá era el trigo, el pilar de la economía. En 1922, Canadá fue el mayor exportador de trigo en el mundo, y Montreal, el mayor puerto exportador de trigo. Entre 1922 y 1929, Canadá fue responsable del 40% del trigo comercializado en el mundo. Las exportaciones de trigo contribuyeron a hacer de Canadá uno de los líderes mundiales en el comercio internacional, con más de un tercio de su PBI originado en el comercio internacional. La Primera Guerra Mundial había devastado la producción agrícola en los países europeos y la Revolución de 1917 mantuvo a los rusos fuera del mercado mundial de trigo. Alrededor de 1925, la recuperación de la economía y la agricultura en Europa occidental, y la nueva política económica en Rusia, hizo que la producción mundial de trigo aumente en el mundo, provocando la reducción del precio del producto. En espera de un rápido retorno a los altos precios, los agricultores y comerciantes canadienses almacenaron la producción su trigo, en lugar de reducir su producción. La introducción de maquinaria, especialmente tractores, llevó al crecimiento de la producción. Todos estos factores provocaron una caída de los precios del trigo en junio de 1929, destruyendo la economía de Alberta, Saskatchewan y Manitoba, afectando gravemente a la economía de Ontario y Quebec. Aparte de los Estados Unidos, Canadá fue el país más afectado por la Gran Depresión.


 


2. El caída del comercio internacional afectó violentamente a los países dependientes de las exportaciones primarias. Australia, que dependía de la exportación de trigo y algodón, fue uno de los países más gravemente afectados por la depresión. Los efectos de la crisis provocada en algunos de estos países hicieron que los grandes terratenientes pasaran a invertir su capital en la industria manufacturera, acelerando una semi-industrialización, llamada "sustitución de importaciones", especialmente en Argentina y Brasil. También Asia se vio afectada por la Gran Depresión, debido a la dependencia de su economía en la exportación de productos agrícolas a Europa y América del Norte.


 


3. El movimiento obrero "apolítico" y "amarillo", representado por la AFL (American Federation of Labor, Federación Estadounidense del Trabajo) ya estaba en crisis en la década de prosperidad (1920), mucho antes de la crisis de 1929 y el consecuente desempleo en masa. Desde 1920, cuando alcanzó el máximo de afiliación de su historia, el retroceso de la AFL se mantuvo constante. El número de conflictos disminuyó en forma dramática: de más de 4.000.000 de huelguistas en 1919 cayó a 330.000 en 1926 y de 1927 a1931 el promedio anual de huelguistas era 275.000. Las derrotas recaían sobre las movilizaciones de los trabajadores y desmoralizaban a las bases y líderes. Hubo muchos medios empleados contra el sindicalismo. La complicidad de lostribunales de Justicia brindó la posibilidad de una mala interpretación de las leyes. Las leyes se aplican a los trabajadores como "la Sherman Act", promulgada inicialmente para evitar las prácticas monopolísticas. El método no era nuevo, pero la frecuencia en que fue usado hizo que prácticamente no hubiese huelgas que fuesen legales, en las cuales los dirigentes que las liderasen no corriesen peligro de ir presos. La falta de leyes laborales también permitió la política de open shop ( taller abierto), en el que cada planta tiene derecho a contratar a trabajadores fuera de los sindicatos y la práctica de contratos de no-afiliación (yellow dogs contraéis -contratos carneros), que legalmente impedían a sus miembros la afiliación a los sindicatos.


 


4. En abril de 1931, el KPD llama, junto al partido nazi, a votar en contra del SPD para derrocar al gobierno socialista de Prusia, el "referéndum rojo" (los nazis los llamaban "referéndum negro"). En noviembre de 1932 se alió con los nazis contra los "bonzos" socialdemócratas en la huelga de transportes en Berlín. Como resultado de estos posicionamientos ocurrieron las crisis políticas que derrumbaron sucesivamente al gobierno centrista de Brühning, el gabinete de von Papen, en noviembre de 1932, y luego al gobierno del general von Schleicher, hasta el llamado a Hitler para convertirse en canciller el 30 de enero 1933.


 


5. Sin llegar a la polarización de Alemania, en Gran Bretaña, por ejemplo, tanto el Partido Comunista como el Partido Fascista británico recibieron un considerable apoyo popular. Lo mismo ocurrió con el Partido Comunista de Canadá. Otros partidos prometían retirar al país o a la región de la crisis económica. El Partido del Crédito Social de Canadá, de cuño conservador, ganó gran apoyo popular en Alberta, la provincia canadiense severamente afectada por la Gran Depresión.



 


 


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