Levantamiento nacional y guerra de Independencia de España

Detonante de la emancipación iberoamericana


La ocupación de España por los ejércitos de Napoleón a principios de 1808 y la coronación-imposición de su hermano José como rey de España desató un levantamiento popular de vastísimos alcances que tendrá una gran influencia en la evolución de los acontecimientos de Hispanoamérica. Es notable, sin embargo, la ausencia del análisis sobre este punto en la historiografía oficial de la Revolución de Mayo. A lo sumo se lo considera como un “factor externo”. La línea liberal que inauguró Mitre consideraba a todo lo español como expresión del oscurantismo, absolutismo y fanatismo y ocultó así el fenómeno revolucionario más importante del período de la emancipación de la América Hispana. Incluso sus vertientes más izquierdistas como José Ingenieros y la historiografía estalinista continuaron ocultando este hecho y adjudicando a la España bárbara y feudal el origen de los rasgos más atrasados de los nuevos Estados. ¿Y la revolución española? De eso, ni palabra.


 


Tulio Halperin Donghi, el más reconocido historiador del mundo académico argentino la reduce inicialmente a un drama de corte, para más adelante desmerecer la "movilización popular" y destacar, el carácter "antirrevolucionario (de) sus consignas" 1. El mundo académico no puede o no quiere ver el contenido revolucionario bajo el velo del prejuicio religioso y hasta del fanatismo.


 


Es cierto que algunos, como Norberto Galasso,2 recordaron el planteo de Alberdi, que consideraba la Revolución de Mayo como “un capítulo de la Revolución Hipanoamericana, así como ésta lo es de la Española, y ésta a su vez de la Revolución Europea que tenía por fecha liminar al 14 de julio de 1789 en Francia". Con esto fantasean sobre una presunta unidad hispanoamericana que no fue tal y asocian a Mayo con la revolución española. Como veremos la profundidad de la revolución española en nada se parece a la falta de medidas radicales por parte de las oligarquías criollas. Galasso también pretende contraponer a España con Inglaterra, cuando ésta fue la única aliada que tuvo España en su lucha antinapoleónica al punto que el Consejo de Regencia llegó a nombrar a los generales ingleses como generalísimos de sus ejércitos.


 


Como veremos también, el estudio de la revolución española ilustra el fenómeno más general acerca del carácter de las guerras napoleónicas y la naturaleza de los movimientos nacionales que se le opusieron y que son parte de los antecedentes que van a desembocar varias décadas más adelante en las revoluciones nacionales y democráticas de 1848.


 


También se pueden sacar lecciones muy valiosas sobre la relación entre guerra y revolución y la conducta de las distintas clases y partidos frente a estas cuestiones cruciales.


 


"Bloqueo continental" y ocupación de España


 


La ocupación de la península ibérica por Napoleón fue parte central de la política napoleónica desde fines de 1806, el "bloqueo continental" contra Inglaterra, su gran enemigo. La victoria naval inglesa de Trafalgar (1805) contra la escuadra franco-española había vuelto inalcanzable una invasión a Inglaterra por mar. Los triunfos napoleónicos en el continente contra Austria (1805) y Prusia (1806) permitieron abrigar la expectativa de derrotarla aislándola del continente, arruinando su economía y de paso asegurarle a la industria francesa abastecimiento y mercado.


 


"El bloqueo continental desempeñó un importante papel en la historia del imperio napoleónico y no sólo en la historia de Europa sino también en la de América: fue el eje de toda la lucha económica y por lo tanto, política que tuvo lugar en el curso de la epopeya imperial"3.


 


Tras la capitulación de Rusia (julio de 1807) "todos sabían que Napoleón empezó a preparar un ejército destinado a una expedición que se dirigiría a Portugal pasando por España".4 Un convenio secreto anexo al tratado franco-ruso estipulaba "La dinastía de Borbón en España y la Casa de Braganza en Portugal dejarán de reinar. Príncipes de la Casa Bonaparte recibirán ambas coronas"5.


 


Portugal era un histórico aliado inglés pero España era formalmente aliada de Napoleón y adhería formalmente al bloqueo continental. Pero un activo contrabando permitía a Inglaterra recibir la famosa lana merina española y el algodón de Andalucía e introducir en España las manufacturas inglesas. La tolerancia del gobierno español con el contrabando enfurecía a Napoleón.


 


Las guerras napoleónicas


 


Asegurar el "bloqueo continental" fue el objetivo de la ocupación napoleónica de España. Lejos estaban los tiempos en que los ejércitos franceses defendían y difundían los principios democráticos y revolucionarios de 1789. El código napoleónico era el barniz "democrático" que apenas ocultaba el propósito de asegurar los intereses de la burguesía francesa contra su rival inglesa. Esto volvió a ponerse más de relieve en la campaña de Rusia de 1812, en la cual renunció a decretar la emancipación de los siervos en los territorios ocupados por el ejército francés, pese a haberlo considerado seriamente junto a su Estado Mayor, lo que hubiera cambiado el curso de la campaña, por temor a desatar las fuerzas de la revolución rusa. Los siervos, primero expectantes y luego decepcionados, terminaron favoreciendo a los ejércitos del zar y ejerciendo una implacable guerra de guerrillas contra el invasor.6


 


Lenin, en una de sus polémicas con Rosa Luxemburgo acerca de la cuestión nacional señaló al respecto que "las guerras de la gran Revolución Francesa se iniciaron como guerras nacionales y lo fueron. Fueron guerras revolucionarias porque tenían por objetivo la defensa de la gran revolución contra la coalición de monarquías contrarrevolucionarias. Pero cuando Napoleón creó el Imperio francés sojuzgando a varios Estados nacionales europeos constituidos desde hacía mucho tiempo, grandes y plenos de vitalidad, entonces las guerras nacionales se convirtieron en imperialistas y a su vez engendraron guerras de liberación nacional contra el imperialismo de Napoleón".7


 


Insurrección de Madrid y levantamiento nacional en toda España


 


En octubre de 1807 (Tratado de Fointainebleu) la corona española autorizó a los ejércitos franceses a instalarse en España para ocupar Portugal. Francia ocupó Lisboa en noviembre mientras la familia real portuguesa (incluyendo a Carlota, esposa de Juan y hermana mayor de Fernando VII) huyó hacia Brasil en buques ingleses. Las tropas francesas superaban los 100.000 efectivos con una fuerte guarnición en Madrid. En marzo de 1808 una revuelta madrileña reclamó la destitución del líder del gobierno y favorito de la corte, Manuel Godoy acusándolo por la firma del tratado. La revuelta terminó no sólo con Godoy sino con la abdicación de Carlos IV a favor de su hijo Fernando VII que en ese entonces despertaba expectativas en el pueblo de un reinado menos absoluto.


 


abril Napoleón citó a la familia real completa en Bayona (sur de Francia), y utilizó las disputas internas entre Carlos IV y su hijo Fernando VII para obligar a ambos a renunciar al trono y nombra a su hermano rey de España como José I.


 


Cuando las noticias de Bayona llegan a la capital, el 2 de mayo, el pueblo de Madrid se insurrecciona. Murat, mariscal en jefe de las fuerzas francesas desata una feroz masacre. "Murat hizo disparar a boca de jarro contra la multitud, que ni por eso se dispersó. Al huir se encerró en las casas y continuó disparando a través de las ventanas; cuando los soldados franceses penetraron en los edificios para apoderarse de los tiradores, los españoles -agotados sus cartuchos- se batieron a cuchilladas, puñetazos y mordiscones mientras les quedó un soplo de vida"8. "Murat aplastó el levantamiento matando cerca de mil personas, pero cuando se conoció esta matanza, estalló una insurrección en Asturias que muy pronto abarcó a todo el reino. Este primer levantamiento espontáneo surgió del pueblo, mientras las clases "bien" se habían sometido tranquilamente al yugo extranjero… Así ocurrió que Napoleón, quien, como todos sus contemporáneos, consideraba a España un cuerpo sin vida, tuvo una sorpresa fatal al descubrir que, si el Estado español estaba muerto, la sociedad española estaba llena de vida y repleta, en todas sus partes, de fuerzas de resistencia".9


 


Mientras estallaban insurrecciones en Asturias, Andalucía, Galicia y Valencia, Napoleón citó en Bayona a los hombres públicos más prominentes de España a quienes les entrega el 7 de junio un rey y una Constitución. En nombre de los Grandes de España, el más íntimo amigo de Fernando VII le respondió "Señor, los Grandes de España fueron siempre conocidos por su lealtad hacia sus soberanos, y VM. Hallará en ellos la misma fidelidad y afección"10. "Un mes después, la nueva constitución era firmada por 91 españoles de la máxima significación…


 


Integraban el primer ministerio y la primera casa real de José las mismas personas que habían constituido el ministerio y la casa real de Fernando VII… De ese modo, desde el principio mismo de la guerra de la Independencia, la alta nobleza y la antigua administración perdieron toda influencia sobre las clases medias y sobre el pueblo al haber desertado en los primeros días de la lucha. Por un lado estaban los afrancesados y por el otro, la nación".11


Por toda España, "los miembros más eminentes de la antigua administración -gobernadores, generales y otros destacados personajes sospechosos de ser agentes de los franceses y un obstáculo para el movimiento nacional- cayeron víctimas del pueblo enfurecido… la revolución interior era llevada a cabo tal como lo anhelaban las masas, independientemente de la resistencia al intruso"12.


 


Las Juntas Provinciales y la Junta Central


 


La Junta Suprema que Fernando había dejado cuando abandonó Madrid en mayo ya había desaparecido. No existía ningún gobierno central y las ciudades sublevadas formaron juntas propias, subordinadas a las de las capitales de provincia, que eran como gobiernos independientes, cada una de las cuales puso en pie su propio ejército.


Si bien las Juntas fueron elegidas por sufragio universal, "generalmente elegían solo a sus superiores naturales: nobles y personas de calidad de la provincia, respaldados por el clero, y rara vez a personalidades salientes de la burguesía. El pueblo tenía tal conciencia de su debilidad, que limitaba su iniciativa a obligar a las clases altas a la resistencia frente al invasor, sin pretender participar en la dirección de esa resistencia… El pueblo, al designar estas autoridades, no pensó en limitar sus atribuciones ni en fijar término a su gestión. Naturalmente, las juntas sólo se preocuparon en ampliar unas y de perpetuar otra. Y así, estas primeras creaciones del impulso popular, surgidas en los comienzos mismos de la revolución, siguieron siendo durante su curso, otros tantos diques de contención frente a la corriente revolucionaria cuando ésta amenazaba desbordarse".13


 


"El hecho de que el poder estuviera dividido entre las juntas provinciales había salvado a España de la primera embestida de la invasión francesa napoleónica. Esto fue así no sólo porque dicha división aumentó los elementos de defensa del país, sino porque también, gracias a ello, el usurpador no tuvo la posibilidad de dar el golpe en una sola dirección. Los franceses se desconcertaron por completo al descubrir que el centro de la resistencia española estaba en todas partes y en ninguna".14


 


En menos de tres meses los franceses sufrieron varios golpes muy duros. Por un lado, la batalla de Bailén (Andalucía), el 19 de julio, acabó con la rendición de una imponente columna francesa con 14.000 efectivos; y, por otro, tras la quiebra del primer sitio de Zaragoza, los franceses debieron evacuar Madrid, retrocediendo al norte del Ebro. "Después de la batalla de Bailén, la revolución llegó a su apogeo".15


 


La continuidad de la guerra y la necesidad de establecer un mando centralizado ante la convicción de que la retirada francesa era provisoria y que retornarían con más tropas; la posibilidad de celebrar tratados con Inglaterra; las relaciones con la América española y la necesidad de un presupuesto y una política económica central; todos estos elementos confluyeron para que se conformara una Junta Central que se reunió por primera vez en Aranjuez el 25 de setiembre.


 


Pero lejos de centralizar las fuerzas de la revolución española la Junta Central se dedicó a sofocarlas, pasando a cumplir un papel reaccionario. "Desde el comienzo, la mayoría de la Junta Central consideró su deber primordial sofocar los primeros intentos revolucionarios… Por eso amordazó a la prensa, nombró un nuevo Inquisidor y ordenó suspender la venta de las propiedades de la Iglesia que ya había comenzado, amenazando con anular los contratos relativos a la venta de bienes eclesiásticos. La Junta reconoció la deuda nacional… no hizo nada para reformar su sistema tributario proverbialmente injusto, absurdo y oneroso, ni para abrir a la nación nuevas fuentes de trabajo productivo, rompiendo los grilletes del feudalismo".16


 


La Junta Central (JC) fue más allá y enfrentó las medidas que habían sido tomadas por las Juntas locales y provinciales e hizo todo lo posible por revertirlas. Cuando mandó "representantes" a las provincias, éstos chocaban y anulaban las medidas locales. En Galicia, por ejemplo, cuando los franceses la evacuaron a fines de 1809, el delegado de la JC "concentró en sus manos toda la autoridad, suprimió las juntas de distrito que se habían multiplicado con la insurrección y persiguió a los patriotas… (Es que) estas juntas habían ordenado un reclutamiento general sin excepciones para clases ni personas, habían impuesto tributos a los capitalistas y propietarios, habían reducido los sueldos de los funcionarios públicos, habían ordenado a las congregaciones religiosas que pusieran a su disposición los ingresos guardados en sus arcas; en una palabra habían adoptado medidas revolucionarias".17


 


La ‘envoltura religiosa' y "el punto decisivo"


 


La historiografía latinoamericana, de modo general, ha desmerecido el alcance revolucionario de los acontecimientos metropolitanos. Uno de los historiadores más destacados -referente principal en los medios académicos de Argentina – los reduce, primero a "un drama de corte, cuyo ritmo gobierna desde lejos Bonaparte"; y luego, tras el estallido de la guerra de liberación antinapoleónica, menciona la "movilización popular" para destacar, el carácter "anturevolucionario de) sus consignas".18


 


Este tipo de análisis oculta lo fundamental. Por eso Marx sostuvo que "no obstante el predominio en la insurrección española de los elementos nacionales y religiosos existió en los dos primeros años una muy resuelta tendencia hacia las reformas sociales y políticas, como lo prueban todas las manifestaciones de las juntas provinciales (las cuales…) nunca se olvidaban de condenar el antiguo régimen y de prometer reformas radicales". Marx destaca la dinámica de la revolución -la 'academia' habitualmente lo olvida – y llama la atención sobre el choque entre las "aspiraciones revolucionarias" de las masas y la labor contra-revolucionaria de los principales dirigentes de la JC.


 


Las dos alas de la JC, la más "radical" de Jovellanos y la mayoría más conservadora que seguía a su presidente Floridablanca, compartían de hecho esta política contrarrevolucionaria. Ambos habían sido altos funcionarios de la monarquía y habían intentado reformas en su momento, pero estaban totalmente sobrepasados por el espíritu revolucionario que anidaba en las masas y se expresaba en las juntas locales y provinciales. "Parece ser que en la Junta Central existía una división del trabajo sumamente original, el partido de Jove- llanos se encarga de proclamar las aspiraciones revolucionarias de la nación, y el partido de Floridablanca se reservaba el placer de darles un rotundo mentís y de oponer a la ficción revolucionaria la realidad contrarrevolucionaria".


 


"Considerado a grandes rasgos, el movimiento parece más bien dirigido contra la revolución que en favor de ella: el movimiento es nacional por la proclamación de la independencia de España respecto de Francia, pero, sin embargo y al mismo tiempo, dinástico, al oponer a José Bonaparte el 'deseado' Fernando VII; es reaccionario al oponer las viejas instituciones, costumbres y leyes a las racionales innovaciones de Napoleón; y es supersticioso y fanático en su defensa de la 'Santa Religión' contra lo que se llamaba el ateísmo francés o la destrucción de los especiales privilegios de la Iglesia romana".19


 


"Para nosotros, empero -concluye Marx- el punto decisivo consiste en probar, basándonos en las mismas afirmaciones de las juntas provinciales cerca de la Central, el hecho tan a menudo negado de la existencia de aspiraciones revolucionarias en la época del primer movimiento español".20


 


Marx no se privó tampoco de señalar las limitaciones de la minoría revolucionaria frente a los prejuicios de la masa popular. Afirmaba entonces que si bien el movimiento nacional estaba formada en su mayoría por campesinos, habitantes de los pueblos "y numerosos ejército de mendigos, con o sin hábito, todos ellos profundamente imbuidos de prejuicios religiosos y políticos… también contaba con una minoría activa e influyente para la cual el alzamiento contra la invasión francesa era la señal de la regeneración política y social de España… La minoría revolucionaria, con objeto de excitar el espíritu patriótico del pueblo, no reparó en apelar a los prejuicios nacionales de la vieja fe popular. Por muy ventajosa que pareciera esta táctica desde el punto de vista de los fines inmediatos de la resistencia nacional, no podía dejar de ser funesta para dicha minoría cuando llegó el momento favorable para que los intereses conservadores de la vieja sociedad se parapetasen detrás de esos mismos prejuicios y pasiones populares, con vistas a defenderse de los ulteriores planes de los revolucionarios".21


 


Guerra y Revolución


 


Si después de la batalla de Bailén, durante el predominio de las Juntas provinciales, la revolución llegó a su apogeo, en el curso del año siguiente, la consecuencia de la política contrarrevolucionaria de la JC fue un retroceso abrumador. Los franceses volvieron a ocupar Madrid (diciembre 1808). La JC se retiró a Sevilla. A pesar de la colaboración de los ingleses -habían desembarcado en Portugal y desde allí acosaban a los franceses-, las derrotas españolas se suceden. A principios de 1810 cae Sevilla en manos francesas y la JC debe abandonarla y retirarse a Cadiz. En uno de sus últimos actos la JC publica la convocatoria a Cortes Constituyentes y dicta las normas para la elección de sus delegados. Tras la disolución de la JC (fines de enero de 1810), su lugar lo ocupará en Cádiz (prácticamente único asiento de la soberanía española) el Consejo de Regencia que representó un giro aún más derechista que la propia JC.


 


La caída de Sevilla y de la JC en enero de 1810 fue el detonante que generaliza la formación de Juntas en toda Hispanoamérica. Entre abril y diciembre de 1810 se conforman casi todas ellas que liderarán mayoritariamente las oligarquías criollas del continente con una muy amplia diversidad tanto en su composición como en sus políticas.


 


Uno de los más importantes historiadores de la España contemporánea, el catalán Josep Fontana (enfrentado a las corrientes historiográficas de la derecha española y defensor de la tradición liberal y republicana), sostiene que "La Junta Central, que se había visto obligada a retirarse a Sevilla, se encontraba en la imposibilidad de llevar con éxito la dirección de la guerra, ante la superioridad de las tropas francesas, la ineptitud de buena parte de los mandos militares españoles y la carencia de armas y recursos. Esta situación, que no era culpa de los hombres de la Junta (subrayado nuestro), sino del desastroso estado en que habían recibido el país, fue usado contra ella por sus enemigos: todos los que hubiesen querido que les cediese el poder y los que temían las reformas que podía introducir".22


 


La tesis es absolutamente conservadora, porque echarle la culpa al Antiguo Régimen por los fracasos de la revolución es anular la función de una revolución que es justamente remover las trabas que ese Antiguo régimen representa y liberar las energías revolucionarias del pueblo movilizado. Es en definitiva, absolver de responsabilidades a la JC y a su dirección timorata y reaccionaria. Esto, como vimos no sólo es desmentido por toda la evidencia histórica sino que fue rebatido hace más de 150 años por los trabajos de Marx (que Fontana no puede desconocer, aunque ni siquiera los cita ni los responde).


 


Decía Marx que la JC "estaba en las más favorables condiciones para llevar a cabo lo que ella misma había proclamado… ‘en la terrible crisis que atravesamos no podemos dar un solo paso hacia la independencia sin que al mismo tiempo no nos acerquemos hacia la libertad'. No había reforma social conducente a transferir la propiedad y la influencia de la Iglesia y de la aristocracia a la clase media y a los campesinos que no hubiera podido llevarse a cabo alegando la defensa de la patria común. Había cabido a la JC la misma suerte que al Comité de Salud Pública francés, es decir, la coincidencia de que la convulsión interior se veía apoyada por las necesidades de la defensa contras las agresiones del exterior. Al comienzo de la actuación de la Junta, los franceses no dominaban ni tan solo una tercera parte del país. Las antiguas autoridades, o estaban ausentes, o postradas a sus pies, por hallarse en connivencia con el invasor, o se dispersaron a la primera orden suya. Además, tenía ante sí el ejemplo de la audaz iniciativa a que ya habían sido forzadas ciertas provincias por presión de las circunstancias. Pero no satisfecha con actuar como un peso muerto sobre la revolución española, la JC trabajó realmente en sentido contrarrevolucionario, restableciendo las autoridades antiguas, volviendo a forjar las cadenas que habían sido rotas, sofocando el incendio revolucionario en los sitios en que estallaba, no haciendo nada por su parte e impidiendo que los demás hicieran algo. Se ha hecho notar en alguna parte que España sufrió todos los males de la revolución sin adquirir energía revolucionaria. De haber algo de cierto en esta afirmación, esto constituye una abrumadora condena de la JC… La JC fracasó en la defensa de su país porque fracasó en su misión revolucionaria".23 para mayor evidencia, Marx cita una nota del conservador gobierno inglés dirigida a la JC el 20 de julio de 1809 protestando enérgicamente contra su rumbo contrarrevolucionario "temiendo que eso pudiera ahogar el entusiasmo del pueblo"24.


 


Como lo demuestran todos los ejemplos históricos y la guerra antinapoleónica de España 1808-1812 no es una excepción, para triunfar en la guerra nacional es necesario impulsar a fondo la revolución. Sólo de este modo las masas españolas que dieron muestra de un heroísmo impresionante podrían llegar a derrotar al invasor. Que Fontana afirme lo contrario es muy significativo teniendo en cuenta el debate fundamental en España sobre el balance de la guerra civil española de 1936-39. Los razonamientos de Fontana conducen a absolver a la dirección republicana-estalinista que ahogó a la revolución española, reprimió las acciones revolucionarias en las provincias y mandó a sus "representantes" a reprimir las iniciativas revolucionarias de las masas en lo que pareció un calco de la conducta de la JC en 1808-1810. Y si Marx se ocupó de criticar agudamente la política reaccionaria de la JC tocó a Trotsky denunciar a la camarilla republicana-estalinista que ahogó a la revolución española de 1936 y la entregó al fascismo.


 


Impacto del levantamiento español en Europa


 


El vigor y la pujanza del levantamiento español, la tenaz resistencia popular a la invasión francesa tuvo un hondo impacto en toda Europa, porque contrastaba con la impotencia y la descomposición de las monarquías reaccionarias que una tras otra habían sido derrotadas por Napoleón. "La capitulación (francesa de Bailén) causó una impresión considerable en Europa. Las tropas invencibles del imperio francés habían sufrido una derrota indiscutible, aunque fuese parcial".25


 


Aunque Napoleón encabezó la reocupación de España con un gigantesco ejército, la resistencia popular se multiplicaba a pesar de la política reaccionaria de la JC. "La ciudad de Zaragoza, sitiada por los franceses, resistió varios meses hasta que al fin cayeron las fortificaciones exteriores y el 27 de enero entraron en la ciudad, donde se produjo un acontecimiento jamás visto durante ningún sitio. Cada casa se convirtió en una fortaleza y fue preciso tomar por separado cada cobertizo, cada caballeriza, cada sótano, cada granero. Esta atroz carnicería se prolongó durante tres largas semanas. Los soldados franceses masacraban a todo el mundo indiscriminadamente, hasta a las mujeres y los niños, puesto que las mujeres y los niños daban muerte a los soldados en la primera ocasión. Los franceses mataron a 20.000 hombres de la guarnición y a más de 32.000 personas de la población civil… El sitio y la ruina de Zaragoza fueron como una conmoción para Europa, sobre todo para Austria, Prusia y los otros estados alemanes. La comparación entre la actitud de los españoles y la docilidad de esclavos de los alemanes emocionaba, desconcertaba e inspiraba vergüenza".26 España "recién aplastada por un pogrom militar (Zaragoza) reavivó el fuego de la insurrección popular y el incendio se propagó a todo el país. Inalcanzable y sin conocer el miedo surgía de bajo tierra este fugaz enemigo que seguía inmovilizando en España la mitad del gran ejército: 300.000 hombres de las mejores tropas".27


 


El contraste fue abrumador. En febrero Austria le declaró la guerra a Napoleón pero duró un suspiro. El 6 de julio fueron derrotados en Wagram en forma tan aplastante como antes en Austerlitz. España quedó como la única pesadilla para los ejércitos imperiales. "El ejército regular español, aunque derrotado en todas partes, se presentaba en todos sitios. Dispersado más de veinte veces, siempre estaba dispuesto a hacer de nuevo frente al enemigo, y a menudo reaparecía con renovadas fuerzas después de una derrota… El reclutamiento general, sin consideración a privilegios ni excepciones y la facilidad otorgada a todos los españoles para obtener cualquier grado en el ejército fue obra de las juntas provinciales y no de la JC… La desastrosa batalla de Ocaña (noviembre de 1809) fue la última gran batalla campal de los españoles. A partir de entonces se limitaron a la guerra de guerrillas… las guerrillas constituían la base de un armamento efectivo del pueblo".28


 


La política francesa en la España ocupada


 


Muy lejos estuvo José Bonaparte de granjearse la voluntad de las masas españolas, de afirmar los principios de la "democracia" que decía encarnar. Por el contrario, al comienzo de su reinado toda su política se dirigía a ganar la voluntad de los "grandes de España", es decir del viejo régimen. Pero a medida que la resistencia popular se agigantaba y que los "grandes" se revelaban impotentes para contenerla, José comenzó a tomar medidas que atacaban parcialmente sus privilegios.


 


Al reocupar Madrid a fines de 1808, Napoleón anunció los decretos de Chamartín (abolición del feudalismo, supresión de la Inquisición, reducción de los conventos). En el curso de 1809, José promulga un arreglo de la deuda que hace posible la venta de bienes pertenecientes a la iglesia, corona, nobleza, etc. y finalmente "suprime los consejos del Antiguo Régimen y la grandeza de España, y disuelve las órdenes monacales y mendicantes".29


Este "reformismo" impotente de la mano del invasor terminó por dejar descontentos a todos. A la nobleza y el clero porque vieron peligrar sus privilegios; al pueblo, las clases medias y los campesinos porque no pudieron realmente disfrutar de ninguna mejora.


 


Esto sin embargo actuó como un desafío hacia las Cortes Constityentes que, convocadas por la JC en enero de 1810, se terminaron reuniendo finalmente en la Isla de León, frente a Cádiz en setiembre de ese año. Los franceses denunciaban a los españoles insurrectos "como algo producido enteramente por las intrigas y los sobornos de Inglaterra, con ayuda de los frailes y la Inquisición". La retórica respuesta de la JC al convocar a las Cortes fue denunciar que "Nuestros enemigos dicen que hemos combatido para defender los antiguos abusos y los defectos inveterados de nuestro gobierno venal. Demostrad que lucháis por el bienestar y la independencia de vuestro país, que no estáis dispuestos a depender de los deseos indefinidos y del humor variable de un solo hombre" (M, 310).


 


Las cortes y la Constitución de Cádiz de 1812


 


Las Cortes que comenzaron a sesionar en setiembre de 1810 terminaron su tarea en marzo de 1812 y aprobaron la que fue conocida como Constitución de Cadiz. Fue atacada por la reacción europea (y española) como la "más incendiaria invención del jacobinismo". Es que, en lo formal, la constitución de 1812, tomando la tradición de los viejos fueros españoles, los reinterpreta a la luz de la revolución francesa. En ese sentido expresaba del clima de liberalismo extremo en las cuales sesionaron las cortes, con el pueblo radicalizado de Cádiz impulsando las normas más audaces. Hay que tener en cuenta que tras los fracasos de la JC, la elección de los diputados para las cortes se corrió hacia la izquierda y que provincias ocupadas por los franceses no pudieron elegir sus diputados libremente con lo cual sus representaciones fueron asumidas por emigrados residentes en Cádiz de orientación más liberal.


 


Pero aun en ese clima la Constitución terminó siendo un compromiso entre las ideas liberales de la Ilustración con las tradiciones clericales españolas. Así, por ejemplo (artículo 12), "la religión del pueblo español es y será siempre la católica, apostólica y romana, que es la única religión verdadera. El pueblo la defiende con leyes prudentes y justas y prohíbe la práctica de otras religiones". Aún las medidas que suprimían los privilegios feudales, dejaban la puerta abierta para que los señores los transformen "en títulos de propiedad plena de la tierra, despojando a los campesinos; una libertad de imprenta que no tocaba la esfera de lo religioso" (F, 16).


 


Pero las Cortes estaban lejos de controlar el país. "Acorraladas en un punto lejano de la península, separadas durante dos años del núcleo fundamental del reino por el asedio del ejército francés -dice Marx-, representaban una España ideal, en tanto que la España real se hallaba ya ocupada o estaba combatiendo. ¿Cómo explicar, por otra parte, la súbita desaparición de esta misma Constitución, desvaneciéndose como una sombra al entrar en contacto con un Borbón de carne y hueso?"30 (cuando retornó al país Fernando VII en 1814).


 


Cuando los franceses se retiraron de España, entre 1813 y 1814, y retornó Fernando VII, lejos de jurar la Constitución como imaginaban los liberales, conspiró con la derecha y el ejército para dar un golpe de estado en mayo de 1814 que disolvió las cortes, anuló la constitución y encarceló o desterró a los líderes más liberales. Al momento de promulgar la constitución, con Fernando ausente, "los diputados liberales se abrazaban, llorando de emoción, con los mismos hombres que estaban fraguando una contrarrevolución y que tenían preparadas las listas de los que debían ser encarcelados. No se daban cuenta de la debilidad de su situación. No habían querido hacer una revolución social, y omitieron aquél género de reformas más profundas que hubieran podido poner de su lado a las masas campesinas… Los diputados liberales seguían creyendo que iban a convencer a todos con la excelencia de unos proyectos de reforma moderada, que resultaban excesivos para los explotadores del viejo sistema e insuficientes para los explotados".31


 


Para Marx, las "Cortes fracasaron, no porque fueran revolucionarias, sino porque sus predecesores habían sido reaccionarios y no habían aprovechado el momento oportuno para la acción revolucionaria… (porque) en la época de la Junta Central era preciso que se diera una debilidad, una incapacidad y una mala voluntad singulares por parte del gobierno supremo para trazar una línea divisoria entre la guerra de independencia y la revolución española".32


 


Las colonias y la Constitución de Cádiz


 


Las medidas del Consejo respecto a las colonias no podían menos que reflejar la descomunal crisis que se había abierto con ellas y el intento por retenerlas, coqueteando con sus clases dirigentes. Una de sus primeras medidas (14 de febrero de 1810) fue convocar a la elección de diputados a las Cortes en las "provincias americanas". La caída de la Junta Central había desencadenado el proceso juntista en Hispanoamérica. Las Juntas tenían características muy diversas, aunque casi todas invocaban a Fernando VII pero desconocían al Consejo. Este buscó 'contener' este proceso y designó a 40 "americanos" residentes en la península como representantes suplentes ante el retraso (y las impugnaciones) que se produjeron en la elección de los titulares en las colonias. Los debates y las resoluciones en torno a la cuestión colonial son muy reveladores.


 


Se destacan varias características: a) la mayoría de los representantes de las colonias tiene origen clerical33; b) la paulatina asimilación de éstos al grupo de los diputados liberales; c) la conformación de un bloque virtual de delegados coloniales que busca desde un principio la aprobación del proceso juntista hispanoamericano "para apagar el fuego que abrasa a las Américas" (como dice un planteo común que suscribieron el 1/8/1811). No lograron ni una cosa ni la otra. Muchos de estos delegados serán encarcelados en España tras el retorno del monarca.


 


En torno a la cuestión colonial las contradicciones y limitaciones que señala Marx respecto al proceso constitucional en su conjunto se expresan más agudamente. Aunque para algunos las Cortes fueron 'radicalizadas' merced a la intervención de los "americanos", sus resoluciones al igual que la Constitución liberal de marzo de 1812 no satisfacían ni las demandas de las masas españolas ni menos aún las aspiraciones americanas (por limitadas que éstas fueran).


 


Como representantes de las oligarquías criollas americanas, sus "representantes" lejos estuvieron de reclamar la abolición de la esclavitud. Pidieron sólo derechos ciudadanos "a los descendientes de los padres y abuelos libres que habiten en los dominios españoles, independientemente de su linaje o ascendencia"34, pero ni esto les fue concedido. El artículo 22 de la Constitución sólo plantea otorgarla a aquellos descendientes de africanos nacidos libres que "las Cortes decidieran recompensarlos por servicios importantes"35. Por el artículo 91 se niega el reclamo de los "criollos" de que los representantes de las colonias a las Cortes peninsulares sean "sólo los naturales de cada provincia residentes en ella". De este modo alcanza con que sean "mayores de 25 años y con siete años de radicación en la provincia donde resultan electos, aunque no hubieran nacido en ella. Así, abren el camino para que en las colonias puedan ser elegidos peninsulares avecindados y no exclusivamente criollos".36


 


Tampoco prospera el reclamo de mayor autonomía para las provincias americanas sancionando una "diputación provincial". De este modo "la Constitución de Cádiz defrauda la mayor parte de las aspiraciones de los diputados mexicanos"37, la más importante del continente y la que llevó la voz cantante en nombre de los reclamos de éste.


 


1820: Sublevación de Riego, "trienio liberal" y fin del dominio español


 


Tras cinco años de gobierno absolutista de Fernando VII, el clima social y político era de gran descontento con el gobierno. La crisis potenciada por la pérdida de los mercados coloniales americanos, el descontento campesino agobiado por nuevas contribuciones, hicieron revivir a los liberales.


 


A fines de 1819 se concentró en Cádiz una gran expedición para reconquistar las colonias americanas. "Las expediciones precedentes contra América española -caracterizó Marx- habían sido dirigidas de la manera más indignante e irreflexiva, y habían terminado por hacerse sumamente odiosas al ejército y por ser consideradas como medio disimulado para desembarazarse de los regimientos des- contentos".38


 


El 1° de enero de 1820, Riego, uno de sus comandantes se subleva proclamando la Constitución de 1812. Aunque tras dos meses de marchas y contramarchas la sublevación de Riego parecía agotada, estallaron sucesivas insurrecciones en Galicia, Valencia, Zaragoza, Barcelona y Pamplona que llevaron al rey (para evitar males mayores) a jurar la constitución de 1812 en Madrid el 9 de marzo de 1820 y posponer definitivamente el envío de una expedición para reconquistar América. Comienza lo que se conoce en la historia española como el trienio liberal de 1820-1823 cuyo final va a coincidir con el de la dominación española en América.


 


Una vez más los liberales repiten la misma política impotente de 1808-1812. Las insurrecciones populares terminaron llevando a la cabeza al mismo liberalismo timorato, temeroso de ser acusados de pretender una salida a la "francesa". En abril de 1823 la Santa Alianza monárquico-feudal envía a España, por pedido de Fernando VII, a los ejércitos franceses de Luis XVIII, los "Cien Mil Hijos de San Luis" para acabar -una vez más- con los liberales y la Constitución de 1812.


 


Pero para entonces la pérdida de las colonias americanas era un hecho irreversible. Ya no se prepara ninguna nueva expedición y las últimas tropas españolas se rinden en Ayacucho en 1824. Debemos tener presente de todos modos que Cuba y Puerto Rico siguieron siendo posesiones españolas hasta finales del siglo XIX.


 


Impacto en la América Hispana


 


Las consecuencias del levantamiento español y la guerra nacional sobre la América Hispana fueron enormes. En primer lugar resquebrajaron profundamente toda la estructura social y política de España y debilitaron su capacidad de retener el dominio de sus colonias americanas. El ejército fue reconstruido una y otra vez incorporando sectores populares que jamás lo hubieran integrado bajo el Antiguo Régimen. Aun las expediciones enviadas para recuperar América, tras la restauración de Fernando VII en 1814, estaban atravesadas por las contradicciones emergentes del período de la guerra contra los franceses. La sublevación de Riego en 1820 fue el golpe final a un Imperio en decadencia.


 


También significó un viraje abrupto del contexto de alianzas internacionales que afectaban a América. Cuando Inglaterra preparaba su tercera invasión hacia el Río de la Plata, las noticias de la insurrección de Madrid de mayo de 1808, la obligaron a cambiar de rumbo. España pasó a ser la principal aliada de Inglaterra en su enfrentamiento con la Francia napoleónica y por extensión de su aliada Portugal, sus tradicionales rivales en América. La diplomacia inglesa con base en Rio de Janeiro, con Lord Strangford como protagonista, pasó a buscar el consenso entre los "patriotas", los españoles y los portugueses.


 


La desarticulación del régimen español dio lugar a la aparición del fenómeno juntista en la América Española. Desde Buenos Aires, pasando por Santiago de Chile, Asunción, el Alto Perú, Nueva Granada, Caracas y Méjico, Juntas de lo más diversas tomaron el poder en cada una de las colonias españolas, con correlaciones de clase diferentes y a veces antagónicas entre ellas. Algunas incluso se levantaron frente al temor de que las disposiciones liberales de la Constitución de Cadiz se aplicaran en América e hicieran peligrar los privilegios de las oligarquías locales. El destino diferente de ellas tuvo más que ver con las diversas aspiraciones, apetencias y capacidades de las oligarquías peninsulares y criollas que las protagonizaron, que con los recursos con que contaba la monarquía española para retenerlas.


 


 


Notas:


 


1Tulio Halperin Donghi: Historia Contemporánea de América Latina, Alianza Ed.


 


2Norberto Galasso: La Revolución de Mayo y Mariano Moreno.


 


3Eugenio Tarle: Napoleón, Editorial Problemas, 1943, pág. 203.


 


4Idem, pág. 234.


 


5C. Marx: La revolución en España, OE TVI, pág. 287.


 


6Tarle, ídem, págs. 330-334.


 


7Lenin: "Acerca del Folleto de Junius", 1916, Obras Completas Tomo XXII.


 


8Tarle, ídem, pág. 242.


 


9Marx, ídem, pág. 286.


 


10Idem, pág. 287.


 


11Idem, 288.


 


12 Idem.


 


13Idem, pág. 291.


 


14Idem.


 


15Idem.


 


16Idem.


 


17Idem, pág. 297.


 


18Tullo Halperin Donghi: Historia Contemporánea de América Latina, Alianza


 


19Idem.


 


20Idem.


 


21Idem.


 


22Josep Fontana: La crisis del Antiguo Régimen 1808-1833, Grijalbo, pág. 15.


 


23Marx, ídem, pág. 299.


 


24Idem.


 


25Tarle, pág. 242-243.


 


26Idem, pág. 249.


 


27Idem.


 


28Marx, pág. 301.


 


29Fontana, pág. 221-224


 


30Marx, op. cit.


 


31Marx, op. cit.


 


32Fontana, pág. 21.


 


33Marx, pág. 299.


 


34De los 33 delegados hispanoamericanos titulares que en agosto de 1811 firman el reclamo común (indicado en el


punto c) 13 representan al Virreinato de Nueva España (México) -su inmensa mayoría clérigos; 5 al del Perú, 3 al del Río de la Plata y 2 del de Santa Fe (Nueva Granada); 6 representan a la Capitanía de Guatemala, 2 a la de Chile y 1 cada uno por Cuba y Puerto Rico.


 


35En México un pueblo en la historia, "La revolución de Independencia", artículo de Elsa Gracida y Esperanza Fujigaki, Ed. Nueva Imagen, 1983.


 


36Idem anterior.


 


37Idem anterior.


 


38Idem anterior.


 


39Marx, pág. 315.

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