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Bancarrotas fiscales, crisis políticas, rebeliones obreras

Una nueva etapa de la bancarrota capitalista


El fracaso de los rescates estatales


 


La bancarrota capitalista internacional ha ingresado, definitivamente, en una fase aún más explosiva que la de septiembre de 2008, cuando la quiebra de Lehman Brothers amenazó con producir un colapso del conjunto de la economía mundial. La gigantesca operación de rescate al sistema bancario que siguió a esa quiebra ha desembocado en una crisis fiscal sin precedentes y en una inminente situación de cesación de pagos de numerosos Estados.


 


Quedaron así al desnudo las limitaciones insalvables de la intervención estatal para rescatar a la economía mundial de la bancarrota capitalista y, concretamente, para recomponer las mismas bases que produjeron su estallido. La gigantesca emisión de moneda, por parte de los bancos centrales, para socorrer al sistema financiero, ha servido para 'apalancar' -o sea, para financiar un nuevo proceso especulativo. Con tasas de interés oficiales cercanas a cero, los fondos financieros se volcaron a las Bolsas, las materias primas y al mercado de títulos públicos para inflar sus balances deteriorados con ganancias especulativas. El sistema fiscal fue forzado a incurrir en un nuevo endeudamiento para absorber los fondos generados por los rescates. Los llamados 'estímulos' del Estado para neutralizar la recesión fueron financiados por medio de este mecanismo especulativo. La deuda pública de Estados Unidos, por ejemplo, pasó del 40 al 100% del PBI y en España, del 30 al 80%. En lugar de 'limpiar' de sus balances los 'activos tóxicos' (incobrables), en especial los créditos hipotecarios en un mercado que sigue cayendo, los bancos incorporaron nuevos activos de esas características -ahora los títulos públicos. La insolvencia fiscal es un producto de este financiamiento parasitario, y no al revés (o sea, que este financiamiento fuera una operación de rescate de Estados insolventes). Basta para demostrarlo la carga enorme de pérdidas que están provocando, en las regiones italianas y los estados norteamericanos o alemanes, los contratos de productos derivados que cargan en sus presupuestos.


 


La bancarrota fiscal se ha fusionado con una nueva crisis financiera: ha crecido el volumen de 'activos tóxicos' en poder de los bancos y el financiamiento a mediano o largo plazo con deuda contraída a corto plazo (conocido como "descalce"). Los planteos de ajuste fiscal constituyen un reconocimiento de la bancarrota. Pero este ajuste fiscal, que apunta a liquidar derechos conquistados por los trabajadores, no se aplica a los gastos juzgados de 'interés nacional' como los militares, que han aumentado. Los bancos centrales han ingresado en una nueva ronda de emisión de moneda para rescatar otra vez a los bancos, ahora de la insolvencia fiscal. Es lo que ocurre con la compra de deuda pública en poder de los bancos por parte del Banco Central Europeo. Los países de la 'zona euro' y del FMI han comprometido 900 mil millones de euros para evitar el 'default'. De este modo, un conjunto de Estados en estado efectivo o potencial de 'default' pretende rescatar a otros que se encuentran en una situación más apremiante. La contradicción que encierra este operativo está demostrada en el hecho de que no se trata de un aporte efectivo a un fondo de rescate, sino de una declaración de garantía para el caso de que tenga efectivamente lugar una cesación de pagos.


En resumen, todos los Estados se siguen endeudando a tasas de interés cada vez mayores, financiados por la emisión de dinero de los bancos centrales.


 


A la bancarrota bancaria se ha sumado la bancarrota fiscal. En lugar de eliminarla o reducirla, la 'pirámide' especulativa del endeudamiento de bancos y Estados ha crecido todavía más. La intervención estatal, en lugar de neutralizar o contrarrestar la bancarrota capitalista, le ha dado un nuevo impulso. Es esta intervención del Estado la que ha sido saludada por el izquierdismo burgués como una reacción al régimen 'neo-liberal' o como una negación estatal del mercado. El Estado, sin embargo, no ha intervenido contra el mercado sino en su socorro; no como un poder exterior al capital sino como otro engranaje de la acumulación capitalista. En lugar de forzar al capital a aceptar una 'quita' sobre sus activos valorizados en forma ficticia, aplica esa 'quita' a los explotados en un intento de rescatar el capital ficticiamente inflado por la especulación. En lugar de liquidar el capital excedente y reordenar las proporciones entre el capital acumulado, de un lado, y la capacidad adquisitiva del consumo, del otro, ha incrementado la desproporción entre uno y otro, mediante el 'estímulo' a nuevos gastos de inversión. Ha autorizado que los bancos contabilicen sus activos incobrables a sus precios de adquisición, y no a los precios desvalorizados de mercado, para mantener una pléyade de 'bancos zombis', sostenidos por fondos públicos o emisión de moneda, y ha bloqueado el mecanismo capitalista de la quiebra y el 'default' y la 'quita' de los Estados. Se trata de un intento de socorro del sistema 'neoliberal', negando los principios básicos del capitalismo y del 'neoliberalismo. Pero al operar de esta manera, impide la recreación del crédito y una salida capitalista a la crisis. Al vetar el default estatal, ha creado 'Estados zombis', que deben ser tutelados como protectorados por otros Estados.


 


Al separar las esferas 'públicas y privadas', como si no fueran dos caras de la misma moneda, ocultando con ello los lazos indisolubles entre ellos en el engranaje de la acumulación capitalista, la izquierda que se reivindica marxista contrabandea un keynesianismo que ha sido completamente refutado en el desarrollo de la propia crisis. El keynesianismo, sin embargo, no pretende prevenir la bancarrota financiera, u ofrecer una salida 'no ortodoxa' a esa crisis, sino que es un planteo para la superación de la depresión económica creada por esa bancarrota, o sea -cuando la bancarrota ya ha sido consumada. La bancarrota capitalista, sin embargo, no puede ser superada, dentro del marco capitalista, sin una depuración del capital sobrante en todas las esferas. El Estado capitalista tiene la posibilidad de proceder a esta depuración mediante nacionalizaciones que impongan una 'quita' al capital excedente y permitan proceder a una reestructuración parcial del capital, apelando al recurso de una planificación igualmente parcial. Pero esta alternativa, que supone que el Estado se coloca en forma excepcional por encima de las clases, lleva la crisis capitalista al plano político: por un lado, porque convierte a la competencia entre capitalistas en una lucha entre Estados rivales y, por otro lado, porque supone una movilización parcial de las masas y una agudización de la lucha de clases (la hija del fascistoide Le Pen acaba de proponer una alianza de Francia, Alemania y Rusia contra Estados Unidos). Por una vía u otra, la crisis capitalista, en especial cuando tiene un alcance mundial, plantea la creación de situaciones revolucionarias. La caracterización del derrumbe capitalista mundial se ha convertido, por su carácter estratégico, en la delimitación política fundamental en el campo de la clase obrera y de la izquierda.


 


La crisis bancaria se profundiza


 


La crisis bancaria ha generado una crisis fiscal, y no al revés. La crisis fiscal ha acentuado la crisis bancaria y reabierto la crisis monetaria. A pesar de la gigantesca inyección de fondos públicos, la oferta monetaria global -el crédito- ha disminuido. En los últimos meses, los bancos han vuelto a dejar de prestarse entre sí -como ocurriera en septiembre de 2008. Estamos ante el principio clásico de la deflación en un marco, sin embargo, de devaluación de las monedas (como lo prueba la cotización del oro), o sea de inflación. Las dos décadas de crisis de Japón ya han demostrado que la emisión monetaria (la deuda pública de Japón es del 250% de su PBI) no contrarresta la deflación. La deflación agrava la crisis porque revaloriza las deudas y los créditos, o sea que aumenta la insolvencia, es decir que desarrolla nuevos factores de impasse.


 


La declaración de cese de pagos de la deuda pública de Grecia se da por descontada; lo mismo vale para España y Portugal -aunque aquí la prioridad la tienen las quiebras bancarias. Pero la zona euro recibiría un golpe decisivo si se concretaran estos 'defaults'. La crisis fiscal se ha extendido, dentro de las naciones, hacia los Estados locales o regionales -catorce estados en Estados Unidos (en primer lugar California), las entidades autónomas en España, los entes locales en Italia, e incluso algunos estados en Alemania-; existe la posibilidad de la cesación de pagos fiscal, al interior de los Estados nacionales. Los Estados en situación de 'default' evitan usar el paquete de garantías de la zona euro para no delatar esta condición, y para evitar que sus bancos acreedores se vean obligados a dar por perdidos sus créditos y tengan que ir a la quiebra. El paquete, concebido para rescatar los títulos públicos en manos de los bancos, acentúa, sin embargo, potencialmente la quiebra bancaria. Nada muestra esto mejor que la decisión de la Comisión europea de someter a un centenar de bancos a una 'prueba de resistencia' en escenarios de crisis -cuyos resultados, naturalmente, serán falsificados. La utilización del paquete de la Comisión Europea y el FMI por parte de un Estado que caiga en 'default' desplaza los derechos de cobro de los bancos en beneficio de los Estados que han suscripto ese paquete. Además, las deudas entre Estados deben ser pagadas en forma integral, no admiten quitas. Esta prioridad para los Estados prestamistas desvaloriza de inmediato las tenencias en poder de los bancos. El rescate de un Estado que declare la cesación de pagos se convierte en un nuevo episodio de la insolvencia de los bancos. Ese rescate público europeo no es, entonces, tal. En Europa, los bancos con mayor proporción de créditos incobrables son los alemanes, franceses y españoles (los 'activos tóxicos' de los bancos alemanes alcanzan a casi 300 mil millones de euros). O sea que la crisis no está concentrada en la 'periferia' sino en el 'centro'. No sorprende que se encuentre cuestionada la sobrevivencia del euro y de la Unión Europea. Para enfrentar esta posibilidad, la Comisión europea ha lanzado un plan de liquidación de bancos menores o públicos para ser acaparados por los grandes bancos con financiamiento de los bancos centrales. Es lo que ya ocurre con las Cajas, en España, cuya mayor parte será absorbida y transformada en bancos; con los Landesbank en Alemania e incluso con bancos semi-privados en Francia. Cada país debe someterse a una directiva supranational -como lo reiteran cotidianamente el español Zapatero y la CiU, el partido de la gran burguesía de Cataluña, cuyos votos permitieron la aprobación del 'ajuste' en ese país. La Unión Europea va tomando, en forma más definida, el carácter de un protectorado bajo la batuta del capital alemán. Pero esta perspectiva entra en contradicción con la tendencia al 'default' de varios países y la posibilidad de su salida 'transitoria' de la zona euro, y con las crisis políticas que se extienden por las naciones europeas (Francia, Grecia, España, Italia, Alemania) y las luchas crecientes de los trabajadores. La combinación de ambos factores plantea la perspectiva de una disolución de la zona euro y de la Unión Europea. Esta tendencia disolvente se manifiesta ya en los choques al interior de numerosos Estados, entre los gobiernos locales y el nacional -como ocurre con el nonato 'federalismo' de Berlusconi-Bossi; con los Länder, en Alemania, y con la autonomía de Cataluña.


 


El reciente derrumbe del euro, en abril-mayo, ya es considerado el segundo episodio del tipo de Lehman Brothers, el cual, en septiembre de 2008, estuvo a punto de provocar la dislocación del sistema bancario. La repetición de un momento disolvente en el desarrollo de la presente crisis atestigua su carácter sistémico y catastrófico. La remontada posterior del euro y el aparente congelamiento del default de las naciones europeas afectadas han sido el resultado de una intervención pactada de China, que ha salido al socorro de varios bancos españoles (compra de bonos) y de una transferencia, por parte de ella, de activos en dólares a euros (acompañado por la flotación del yuan). China se ha convertido en árbitro de la desvalorización del dólar y el euro, y por eso exige el derecho a comprar empresas industriales. Bien mirado, sin embargo, China, con el rescate del euro, se ha convertido en un rehén de las desvalorizaciones de monedas en las que tiene invertidos más de dos billones de dólares. China ha sido arrastrada aún más a la crisis mundial. Entramos en un estado superior de la crisis: una crisis monetaria generalizada. La superación histórica del impasse de la Europa capitalista es la destrucción de la Unión Europea, que se convierte de cada vez más en un régimen de protectorado, y su reemplazo por los Estados Unidos Socialistas de Europa -desde el Atlántico a Rusia.


 


Estados Unidos, siempre en el centro de la tormenta


 


Aunque la crisis de las deudas soberanas ha convertido a Europa en el centro aparente de la crisis mundial, ese centro sigue localizado en Estados Unidos. Su endeudamiento, nacional e internacional, público y privado, no solamente es creciente: es insuperable. En los meses recientes quedó expuesto el fracaso de su programa de 'estímulos' y subsidios bancarios, ahora hay pronósticos del ingreso a una "doble recesión", luego de la primera, de finales de 2007 a mediados de 2009. La tasa oficial de desocupación, 9,5%, está groseramente subestimada, pues no tiene en cuenta a las personas que han dejado de buscar trabajo, como a aquellas que están forzadas a trabajar tiempo parcial. El dato más contundente del impasse de Estados Unidos frente a la crisis es el continuo derrumbe del mercado hipotecario, lo que desencadenó la crisis, y que fue el objeto de las mayores operaciones de rescate. Las agencias hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac, con alrededor de cinco billones de dólares en garantías hipotecarias, fueron primero nacionalizadas y, recientemente, retiradas de la Bolsa, cuando sus acciones cayeron por debajo del dólar. O sea que estas agencias se encuentran en bancarrota por sumas que superan a la deuda del conjunto de los Estados de la Unión Europea. Pero en ellas están invertidas la mayor parte de las reservas de los países acreedores de Estados Unidos. Una bancarrota formal de F & F llevaría la deuda pública norteamericana a un 140% del PBI; lo mismo ocurre con los sistemas de pensión estatal, que se encuentran completamente desfinanciados. La propuesta del Partido Republicano -privatizar F & F y liquidar los sistemas estatales de pensiones y de salud- no solamente sería un golpe descomunal contra las masas, sino que también obligaría al Estado a hacerse cargo de sus deudas. Informes recientes dan cuenta de que dos grandes bancos, Wells Fargo y Wachovia, absorbidos luego por otros bancos, han estado lavando dinero de los cárteles de México por alrededor de 500 mil millones de dólares -o sea que ni el dinero criminal los ha salvado de la bancarrota.


 


El financiamiento de la deuda pública de Estados Unidos (el mayor del mundo) por parte de capitales internos y externos se torna a cada momento más difícil.


Observadores e historiadores vaticinan el default de su deuda -bajo la forma de una devaluación del dólar, o sea del 70% de las reservas internacionales. El derrame descomunal de petróleo provocado por British Petroleum en el Golfo de México (la prueba del saqueo ecológico por parte del capital, forzado a reducir costos para contrarrestar la caída de su tasa de beneficio) va camino a convertirse en un gran disparador de una nueva etapa de la bancarrota financiera -por un lado, por los efectos que acarreará su quiebra, como los golpes que el derrame ha asestado al conjunto de la industria petrolera mundial. La tendencia que opera a favor del derrumbe del dólar neutraliza la desvalorización de las divisas rivales y puede provocar devaluaciones en cascada y el aumento cualitativo de la guerra comercial. En Estados Unidos, más que en ningún otro lado, el Estado se enfrenta al imperativo de proceder a una quita del capital existente, sea por la vía caótica de la inflación o por un reescalonamiento de la deuda pública -es decir una suerte de 'default'. El período de vencimiento promedio de la deuda pública norteamericana se ha reducido a los seis meses.


 


La crisis mundial, una transición histórica


 


Las contradicciones al interior de Europa no se desglosan de la crisis mundial. La devaluación del euro en el curso de 2010 ha inaugurado una nueva fase de una guerra monetaria que viene desde el derrumbe del dólar en la década de los 70 y el colapso del acuerdo de Breton Woods de 1945.


 


En el centro de la crisis monetaria se encuentra el dólar, debido a las descomunales necesidades de financiamiento fiscal de Estados Unidos. El dólar ha sido respaldado hasta ahora por una continua acumulación de reservas por parte del resto de las naciones. Como se ve, esta acumulación (de la que se jactan los Lula, Kirchner o Correa) no es una señal de solvencia, sino la contrapartida de un derrumbe potencial del dólar. La demanda de dólares que sostiene esta situación es otra forma de subvención estatal al capital atrapado por la crisis. La acumulación artificial de reservas ha convertido a los países que las poseen en rehenes de la política monetaria de Estados Unidos: una devaluación del dólar significaría una descomunal pérdida de valor de las reservas, que suman entre seis y ocho billones de dólares, principalmente en manos de China, Japón y Alemania. La disputa por el destino de estas reservas está asociada a una lucha por un nuevo reparto de mercados. En tanto China quiere convertir sus reservas en activos de capital en el resto del mundo, y en especial Estados Unidos, estos pelean por un acceso en mayor escala en el mercado de China. China, como todos los países con reservas internacionales elevadas, exporta capital en la forma de dinero e importa capital en forma productiva. Las enormes reservas de dólares en China constituyen una garantía oficial de China para esas inversiones extranjeras. O sea que las tenencias financieras en dólares, por parte de China, financian las inversiones norteamericanas en este país. Se trata, en principio, de una relación de dependencia, que la bancarrota capitalista (guerra monetaria por una revaluación de la moneda de China) solamente ha puesto en evidencia. La lucha por la reestructuración del mercado mundial es un aspecto decisivo de la presente crisis mundial. Esta confrontación es una semilla de nuevas guerras.


 


Estas tendencias disolventes hacen añicos las pretensiones de "coordinación internacional" de los Estados capitalistas, que arranca de la propia incapacidad del capital y de sus Estados para 'coordinar' sus contradicciones. Se estima que la sobrecapacidad de producción, en el conjunto de la economía mundial, es de cerca de 200 (índice 100), o sea el doble, mientras la capacidad de consumo ha caído, en el curso de la crisis, a alrededor de 70 -es decir que el potencial destructivo de la crisis no tiene paralelo en la historia. Por medio del desarrollo del crédito y, en definitiva, del capital ficticio (que se autonomiza del capital productivo sobre el cual se basa), el capital ha procurado superar sus propios límites para estrellarse, como en el pasado, ante un muro infranqueable de mayor porte económico y de mayor alcance histórico. Ha procurado valorizarse por encima del trabajo socialmente necesario para ello, o sea ficticiamente. La crisis es la manifestación de la vigencia de la ley del valor, que preside todo el desarrollo capitalista. La devaluación del conjunto de los capitales mundiales frente al oro, en el orden del 85% (un proceso que se encuentra en pleno desarrollo), mide el nivel de 'ficticiación' del capital que precedió a la presente crisis. En este sentido, la bancarrota capitalista mundial representa el desenvolvimiento de una transición histórica al socialismo o a la barbarie. Cuando los teóricos del reformismo y del centrismo concluyen que después de la presente crisis "el capitalismo ya no será como era", no sólo baten todos los registros conocidos de frases vacías y exponen su hostilidad al socialismo, sino que además, evitan decir que ese capitalismo ignoto será más bárbaro. Pretenden que podría retornar el capitalismo que siguió a la segunda guerra mundial, es decir una repetición de la historia. Pero el capitalismo de posguerra fue condicionado por la victoria de revoluciones enormes -y, además, duró muy poco, no 'treinta años gloriosos', como dicen sus apologistas, sino apenas doce, desde 1956, cuando se recuperó el nivel de preguerra, hasta 1968, cuando fue declarada la inconvertibilidad de facto del dólar al oro. En el medio, entró en decadencia el imperialismo inglés ya que sus ex colonias enfrentaron crisis revolucionarias y Francia atravesó diferentes crisis de alcance histórico, desde el golpe bonapartista de 1962 hasta el levantamiento de Mayo del '68. La bancarrota capitalista actual es solamente el episodio gigantesco de una crisis mundial que atraviesa el medio siglo.


 


La restauración capitalista y la crisis mundial


 


¿Puede China (y el resto de los llamados Bric -Brasil, Rusia e India-) "salvar al mundo"? Es confundir el número de habitantes de un país con las condiciones de un marco social definido. Si China pudiera abrir un período de realizaciones sociales progresivas del capitalismo, ya los habrían conseguido la India e Indonesia. Lo mismo vale para su capacidad para limitar o atenuar las crisis mundiales; en realidad ha acentuado esta incapacidad. La restauración del capitalismo en China supone, en principio, la apertura de una enorme posibilidad al capital mundial; sin embargo, hasta ahora ha acentuado las tendencias a la crisis, al acrecentar mucho más la capacidad de producción que el desarrollo del mercado para absorberla. La restauración capitalista ha eliminado las posibilidades de una transición económica al capitalismo basada en una clase media agraria (el campo es el mayor mercado potencial de China) -como, salvadas las distancias, ocurrió en Estados Unidos en el siglo XIX. En la transición norteamericana se produjo un reparto de tierras fiscales gratuito; en China hay un proceso de confiscación de tierras inmensamente carísimo para la masa rural que se encuentra en posesión de ellas. El proceso económico de China es confiscatorio de las masas rurales por parte del capital internacional y por parte de la burocracia que transita hacia la condición de clase capitalista intermediaria del capital extranjero. Ha desarrollado prematuramente las características parasitarias propias del capital ficticio (el 60% del crédito está concentrado en la especulación inmobiliaria de lujo); gran parte del capital controlado por el Estado es insolvente. La restauración capitalista enfrenta un mercado mundial en retracción, con relación a la capacidad productiva acumulada. Las fuerzas endógenas, agrarias, son históricamente más débiles, respecto de los protagonistas de procesos similares hace siglo y medio atrás, que las fuerzas externas actuales corporizadas en el capital mundial y que las fuerzas del proletariado (el de mayor concentración del planeta). En definitiva, la transición de China de un Estado transitorio no capitalista hacia una restauración completa del capital tiene lugar en un período de decadencia del capitalismo, no de ascenso. La restauración capitalista se ha de caracterizar, cada vez más, por crisis políticas, luchas de masas agrarias y proletarias, y revoluciones.


 


La crisis mundial se ha desarrollado, desde los años '70, de una manera desigual, y esto ocurre ahora también cuando la crisis tiene un carácter generalizado. Los 'estímulos' fiscales y la inyección de dinero de rescate para los bancos han provocado una reactivación temporal de la economía, que se ha manifestado en forma más acentuada en la mayoría de los 'países emergentes'. Luego de una fuerte recesión en 2008, han logrado recuperar sus niveles económicos a partir de 2009.


Esto ha llevado a los 'analistas' a pronosticar que los 'emergentes' traccionarían al conjunto de la economía mundial. Se trata de un despropósito. Esto no ocurrió ni siquiera en la "gran recesión" de 1873-90, cuando comenzó una ola de inversiones de Europa a la periferia y el reparto del mundo entre las principales potencias. La perspectiva es más bien la contraria: que las metrópolis arrastren a los 'emergentes' a una nueva recesión de mayor alcance que la anterior. Es que la 'bonanza' reciente reposa en los mismos factores especulativos que han entrado en crisis en las naciones desarrolladas. Los precios de las materias primas han comenzado a retroceder, en muchos casos. De otro lado, la reactivación de los 'emergentes' ha sido incentivada por el ingreso de capitales especulativos espoleados por la emisión monetaria en los países centrales. Varias de estas naciones han comenzado a instaurar un control al ingreso de capitales. Estos países están importando la política monetaria de Estados Unidos y Europa. Son objeto de un 'carry trade', que toma prestado a tasas de interés irrisorias para invertir en operaciones que pagan tasas muy superiores. En esta fase ulterior de la crisis mundial, los llamados 'emergentes' están creando la 'burbuja' financiera que hizo estallar la crisis en las metrópolis en junio de 2007. La situación de los 'emergentes' está muy bien definida por el hecho de que la mayor parte de ellos sufre una salida de capitales igual o superior al que ingresa. La especulación inmobiliaria en China o la del crédito al consumo en Brasil, por ejemplo, plantean un episodio bancario en gran escala o la entrada en una nueva recesión. El desarrollo de la crisis mundial ha acentuado la dependencia de los llamados 'emergentes' respecto a los centros del capitalismo mundial. La acumulación de reservas, por parte de los 'países emergentes', no constituye una formación de capital capaz de generar la correspondiente tasa de beneficio, sino un adelanto de riqueza que financia el rescate del capital mundial.


 


Crisis políticas generalizadas


 


Esta nueva etapa de la bancarrota capitalista se caracteriza también, junto al estallido de la crisis fiscal, por una secuencia de crisis políticas en las naciones centrales, que van desde Japón a Estados Unidos, con centro en la Unión Europea. Estas crisis están acompañadas con movilizaciones populares crecientes. En Italia, España y Grecia se discute el adelantamiento de las elecciones parlamentarias. El eje de estas crisis es la implementación del 'ajuste' fiscal en detrimento de los gastos y derechos sociales, y de los rescates bancarios, toda vez que Alemania impulsa la liquidación de la mediana banca europea en beneficio de la banca alemana y sus asociados. Con independencia del carácter por el momento más o menos limitado de estas crisis políticas, sirven para demostrar que la bancarrota capitalista no se limita a un fenómeno económico, incluida la crisis fiscal. Esa bancarrota mina las bases financieras del Estado, se convierte en una crisis de dominación política y altera la orientación prevaleciente de cada una de las clases sociales. Lo subjetivo emana de lo objetivo; la conciencia social se modifica con las alteraciones que sufre la existencia social; el encadenamiento de los seres humanos a sus propias condiciones entra en crisis con la crisis de estas condiciones.


Estamos ante otro gran punto de delimitación en la izquierda, para la cual la crisis mundial es inocua para el proceso político, al cual entiende como un enfrentamiento (abstracto) entre posiciones alternativas abstractas, que son ajenas al carácter histórico (transitional) de la crisis capitalista.


 


En Francia y en Italia están en proceso de desintegración dos alternativas que emergieron para modificar el régimen político vigente e instaurar formas de dominación bonapartista, o sea antiparlamentarias. La izquierda centrista y reformista, en Italia y Francia, había caracterizado las victorias de Berlusconi y de Sarkozy, respectivamente, como un retroceso histórico de la clase obrera y una derechización de las masas que abría el camino a un bonapartismo estructural, ignorando en esta caracterización a las distintas manifestaciones de rebeldía popular. Resulta obvio que habían excluido, en esa caracterización, la labor disolvente de la crisis mundial. Ahora, sus propios partidos se encuentran divididos, en especial en Italia, mientras pululan en ellos las conspiraciones por su derrocamiento (Fini, Villepin). Sarkozy y Berlusconi son acosados por sus propias burguesías, con la imputación de incapacidad para hacer el 'ajuste' fiscal (incluido el remate de las propiedades culturales y la privatización) y atacar a fondo las condiciones laborales. La posibilidad de un adelantamiento electoral en Grecia responde a la intención oficial, luego de llegar al gobierno con un programa de progreso social, de obtener un nuevo mandato de las urnas, ahora de apoyo al programa de la Unión Europea, para oponerlo a la resistencia de los trabajadores al ignominioso 'ajuste' de los gastos sociales. En España, Zapatero ha prolongado por un tiempo su agónico gobierno gracias al apoyo provisorio de la gran burguesía de Cataluña a su plan de 'ajustes' y, en lo fundamental, al esfuerzo político de la burocracia de los sindicatos por controlar una rebelión popular. En los años '30, la crisis mundial derribó en España no solamente al gobierno sino a la propia monarquía. El destino de los Papandreu, Zapatero, Berlusconi y Sarkozy depende de la crisis mundial. Al margen de estas crisis evidentes, se procesó otra más explosiva -la del gobierno de Merkel, en Alemania, que ha quedado en minoría en el Senado al perder las elecciones recientes en el Estado de Renania del norte. En la casi totalidad de los países europeos, la crisis política de los gobiernos enfrenta una crisis política mayor de las oposiciones de turno. Esto caracteriza a una crisis de régimen. Basta señalar que el opositor mejor cotizado de Sarkozy, en Francia es el director general del FMI o, en Italia, el presidente de la Cámara berlusconiana. Hace pocas horas, la mayor manifestación independista en la historia de Cataluña expulsó de la cabecera a los representantes socialistas y nacionalistas, o sea a todos los representantes de esa nación. Este hecho, lejos de representar una ausencia de alternativas, plantea la necesidad y ofrece la posibilidad de una alternativa obrera y socialista. Las vísperas de una crisis revolucionaria se caracterizan siempre por el extremo inmovilismo del régimen de turno.


 


Asistimos a una crisis política del conjunto de la Unión Europea, como lo testimonió la dilación para intervenir en la crisis griega, lo que llevó a una duplicación del paquete de rescate a Grecia y al establecimiento de otro paquete para toda la zona euro. El acuerdo para ese rescate fue impuesto por la intervención de Obama, cuya prioridad en ese momento era evitar la caída de Zapatero. Se volvió a manifestar, en el curso de la crisis, la dependencia de la Unión Europea con Estados Unidos. La crisis política y los planes de austeridad ponen de manifiesto la actualidad de la reivindicación planteada por la CRCI en su congreso de fundación: "Abajo los gobiernos del capital, por un gobierno de trabajadores para los Estados de Europa".


 


La clase obrera levanta la cabeza


 


La novedad más importante de esta nueva etapa de la crisis mundial son, sin lugar a dudar, las movilizaciones generalizadas de trabajadores en Europa y, por sobre todo, las huelgas en las grandes fábricas del sur de China. Los paros generales de 24 horas resueltos por las burocracias sindicales han sido impuestos por la presión de la crisis y el descontento general de la población. Se trata de un método que no puede llevar a la victoria. Los seis paros generales en Grecia no han torcido el brazo al gobierno 'socialista" de Papandreu; y lo mismo vale para las movilizaciones cada vez más numerosas en Francia. La burocracia de los sindicatos procura, por esta vía, encauzar la rebeldía popular y preservar a los gobiernos de turno. Ni siquiera plantea el retiro sin condiciones de los planes de austeridad, sino su negociación, como si esto no fuera otra cosa que una capitulación disfrazada. Precisamente en Italia, las tres centrales derechistas aceptaron (e incluso promovieron) el plan de flexibilidad de Marchione-Fiat en la planta de Pomigliano, con el pretexto de que sería la vía para recuperar puestos de trabajo. La victoria del plebiscito convocado con este fin por la patronal demostró el terreno ganado por la burguesía.


 


A pesar de la enorme presión ejercida por el conjunto de las fuerzas políticas de la burguesía y por las centrales obreras burocráticas, casi el 40% de los trabajadores de la Fiat de Pomigliano han tenido el coraje, sin embargo, de responder con un "No" al acuerdo. Esto es más significativo incluso en la medida en que la propia central de "izquierda", la CGIL (que había criticado el acuerdo), llamó abiertamente a votar por el Sí en el referéndum. En este punto se contrapuso a su "sindicato de rama", la Fiom, que rechazó el acuerdo y apareció como la verdadera triunfadora política de la confrontación con la patronal. La satisfacción de la clase obrera por el resultado, tan grande como inesperado, del "No" se reflejó en la amplia y combativa participación del proletariado de las fábricas, en primer lugar las metalmecánicas, en las movilizaciones asociadas a la huelga general convocada por la CGIL contra la política del gobierno, apenas tres días después de la realización del referéndum. Pero, a pesar del rechazo a las propuestas de la Fiat y el enfrentamiento con la dirección de la CGIL (implícita en Pomigliano y explicita en el reciente congreso de la confederación), ni siquiera la dirección de la Fiom ha sido capaz de ofrecer una dirección y una perspectiva a la combatividad obrera.


Para la patronal de Italia, el acuerdo flexibilizador es la única vía para generalizar el plan Marchione al conjunto de la clase obrera. La necesidad que tiene la burguesía de contar con el concurso de la burocracia sindical, es una manifestación indirecta de la resistencia de los trabajadores. Los sindicatos europeos han llamado a una jornada de protesta para una fecha tan lejana como el 29 de septiembre. En este marco, la huelga indefinida del metro de Madrid, votada en asamblea general apenas conocida la rebaja de sueldos decidida por las autoridades, ha puesto de relieve el factor de fondo de todas las movilizaciones obreras, a saber: el desencadenamiento de la fuerza elemental del proletariado, la única que puede barrer, tanto a los planes de austeridad como a la burocracia de los sindicatos. Los planes encuadrados de la burocracia sindical son desafiados por la acción directa de las masas. El giro que se ha producido en la resistencia popular en Europa queda en evidencia cuando se la compara con las movilizaciones de los Fórums Sociales contra la globalización, que en ningún momento lograron involucrar a la clase obrera como tal.


 


Contrariamente, con la generalización de las luchas obreras, el movimiento antiglobalizador ha desaparecido como factor político. Su principal reclamo, una tasa impositiva al movimiento financiero, ha sido tomado ahora por una fracción de éste para establecer un fondo de rescate para los bancos que quiebran. Los partidos y representaciones de los Fórums Sociales se han desintegrado en el curso de la crisis y la mayor parte de ellos se han pasado al campo del capital y de sus gobiernos. El desarrollo de la crisis y de la lucha de clases ha dejado al desnudo los límites insalvables de los movimientos pequeño-burgueses que reivindican el anticapitalismo sobre la base de las relaciones sociales capitalistas.


 


El desencadenamiento de la fuerza elemental del proletariado tuvo su manifestación contundente en las recientes huelgas en China y en otras naciones de Asia.


No sorprende, porque se trata de un proletariado joven, de reciente emigración rural, que no ha pasado por una secuela histórica de derrotas ni por la domesticación de la burocracia de los sindicatos. Cuenta, sin embargo, con una tradición histórica revolucionaria relativamente reciente, y viene de las filas de insurrecciones rurales contra las expropiaciones de la burocracia estatal. Emerge en una sociedad convulsionada por la restauración del capitalismo y en un período de transición entre diversas formas de explotación social. Esas huelgas han producido enseguida comités de fábrica, en el marco de una dictadura que castiga en forma severa cualquier manifestación independiente. El reclamo del establecimiento de convenciones colectivas de trabajo y sindicatos independientes del Estado es incompatible con el régimen político vigente, y su desarrollo implicaría un principio de doble poder. En las filas de los huelguistas ya han aparecido todos los matices de la oposición típicamente obrera: desde el planteo socialdemócrata de un régimen laboral en el marco de un régimen político que inserte en su seno formas semi-representativas de gobierno (una tendencia que se emparenta con la oposición dentro del Partido Comunista, que reclama una acentuación de los límites a la restauración capitalista, con el alegato de que llevaría a un retorno del status semicolonial de China), hasta una oposición obrera francamente revolucionaria. La dialéctica entre Rusia y América, que permitió a los socialistas del siglo XIX pronosticar la inminencia de una revolución en Rusia, se reproduce ahora con China (pero esta vez para sustentar una perspectiva revolucionaria también en América, tanto por su simbiosis económica con China como por los desafíos revolucionarios en su patio trasero).


 


La transición a la barbarie


 


La bancarrota capitalista no solamente es la expresión más aguda de un largo período de crisis capitalista; también irrumpe en una sociedad inmersa en guerras y rebeliones populares, en catástrofes y barbaries. La bancarrota internacional potencia la descomposición del capitalismo que la precede. Representa una carga adicional para las masas y para los propios Estados. La finalización de la 'guerra fría' no ha resultado en una pacificación internacional, sino en el incremento potencial de las guerras imperialistas contra las naciones más débiles. Este solo hecho refuta la pretensión de que la disolución de la URSS y la restauración capitalista en los países de economía estatizada representen un paso progresivo en el desarrollo social. Desde la guerra contra la ex Yugoslavia, las guerras se han ido desencadenado de unas a otras y ahora amenazan con un holocausto contra Irán y la limpieza étnica final contra la nación palestina. Mientras somete a los pueblos a horrores infinitos, el capitalismo mundial va cavando más hondo su propia tumba. El imperialismo no cuenta con la fortaleza histórica y el aval social para desatar una tercera guerra mundial. Antes deberá someter a las masas con el método de la fascistización. La posibilidad de ganar estas guerras en forma aséptica, con economía de recursos materiales y humanos, apelando a la guerra aérea y a la conscripción militar voluntaria ha fracasado. La Otan se encuentra empantanada en todos los terrenos en que se ha desplegado: la ex Yugoslavia, Irak, Afganistán y la ex Asia soviética. Es claro, en esta disposición de fuerzas, que el objetivo estratégico es la colonización del ex espacio soviético y de China, para lo cual cuenta con la complicidad parcial de las burocracias restauracionistas. Pero la palabra de orden del imperialismo ante este impasse es: "surge" (incremento militar). La crisis de la empresa bélica del imperialismo norteamericano ya ha sumido al gobierno de Obama en una crisis insuperable; y lo mismo ocurre con los gobiernos 'aliados', que se ven obligados a retirar tropas tanto por la crisis económica como por la resistencia popular, en especial en Europa. La CRCI plantea convertir a todas estas guerras en una tumba del imperialismo para acelerar, de este modo, el proceso de la revolución social. Urge impulsar movilizaciones por el retiro militar incondicional del imperialismo de todos los países, y apoyar a las fuerzas nacionales que lo combaten al mediante la movilización y la lucha armada de las masas. En estas condiciones, repite su crítica al terrorismo político, que de un modo general tiene un carácter sectario y golpea sobre todo a las masas populares.


 


La izquierda en el laberinto de la bancarrota


 


La bancarrota capitalista ha dejado expuesta la bancarrota de la izquierda democratizante en todo el mundo. Luego de transitar por los gobiernos de Prodi-Bertinotti y de Lula, el llamado "Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional" acaba de votar favorablemente, junto al Bloque de Izquierda de Portugal (integrado, además, por reformistas y maoístas), la contribución de este país al fondo de rescate y el plan de austeridad de la Comisión europea para Grecia. El pretexto ofrecido para esta traición política es que el 'default' de Grecia sería un mal mayor que la austeridad impuesta contra los trabajadores. Del rechazo a la caracterización catastrofista de la bancarrota capitalista (creación de situaciones revolucionarias), la izquierda democratizante se ha pasado a la adaptación al capitalismo en crisis y al apoyo al sistema de protectorados dentro de la Unión Europea, con la diáfana intención de impedir el desarrollo de esas situaciones revolucionarias.


 


La posición del Bloque de Izquierda de Portugal pone en evidencia que la crítica democratizante al catastrofismo se apoya en la confianza de que las instituciones capitalistas tienen la capacidad para neutralizar la crisis mundial y que los rescates bancarios e industriales, y los planes de ajuste, son la manifestación de esa capacidad. Instalada en las instituciones del Estado, o procurando desarrollarse bajo su sombra, la izquierda democratizante tiene horror al catastrofismo y espanto por una crisis de poder; el temor a una situación revolucionaria la atrae como un imán hacia el campo del capital. Otra manifestación de esta adaptación al capital es el rechazo, en Grecia y en toda Europa, a la reivindicación del no pago de la deuda externa. La izquierda democratizante de Grecia, que también reclama para sí el mote de 'anticapitalista', ha lanzado una iniciativa, por intermedio de los así llamados "Economistas y Académicos de Izquierda" -compuesta principalmente por una frágil coalición de miembros de una fracción del NAR (Nueva Corriente de Izquierda, escisión del PC ), algunos miembros de Antarsya (un "frente amplio anticapitalista" formado por el NAR con otros centristas y la sección del Synap- sismos/Syriza, que es un frente de antiguos miembros del PC, de eurocomunistas, maoistas y centristas)- que reclama al gobierno de Papandreu la declaración de una moratoria de la deuda griega, su renegociación parcial o total y el retiro de la zona euro, pero no de la Unión Europea. Reivindica explícitamente la 'solución Kirchner' para la crisis griega. Propicia, de este modo, una salida negociada con el imperialismo, no la ruptura con el capital financiero internacional (una posición similar ha adoptado el PC griego, con el argumento de que es necesario que primero haya un gobierno obrero y popular en Grecia para encarar la salida adecuada a la deuda externa). La moratoria ya ha provocado una escisión en los Economistas de Izquierda de Grecia, cuya mayoría adhiere a Siryza, aunque también cuenta con adherentes de la izquierda del partido del Gobierno. La declaración de moratoria y la negociación con la banca opera como máscara de una devaluación monetaria y un retorno a la vieja moneda, la dracma.


 


Se trata de una de las salidas que proponen los voceros del imperialismo (como el actual asesor de Obama y ex asesor de Reagan, Martín Feldstein), con el añadido de establecer un sistema de dos monedas -el euro, para pagar la deuda externa, y la dracma, para los salarios y las transacciones corrientes.


 


Mientras los democratizantes de Portugal justifican su apoyo al ajuste griego en la necesidad de evitar la catástrofe de la devaluación, sus colegas de Grecia promueven esa devaluación sin importar la catástrofe que representaría para las masas griegas – a igual título de lo que representó para el pueblo de Argentina a principios de 2002. Desde las propias filas democratizantes, François Chesnais (uno de los voceros teóricos de esta izquierda) acaba de denunciar lo que llama la "timidez" de la izquierda europea frente a la deuda externa, aunque admitiendo haberla promovido hasta el momento. No se trata, como es obvio, de una "timidez", sino del lineamiento de una capitulación política ante el imperialismo. La "timidez" está en la crítica, toda vez que no plantea, conjuntamente, la nacionalización sin pago de los bancos, ni tampoco deriva el carácter revolucionario del planteo del no pago de la deuda. Mientras tanto, el paquete de salvataje para Grecia está permitiendo, como ocurrió en Argentina, que los bancos se deshagan de la deuda externa para inmunizarse de un default inevitable. El "no pago" es rechazado por la izquierda democratizante, cuando podría servir como reivindicación para unir a las masas de Europa contra los bancos y el capital financiero en una movilización política supra-nacional. La misma postura ha adoptado el grupo Lutte Ovrière, cuyos editoriales periodísticos se empeñan en reclamar que el pago de la deuda corra por cuenta de las ganancias de los capitalistas ("s'en prendre aux profits"). Se trata, al fin y al cabo, de una salida impositiva (gravar las ganancias) del tipo de la reclamada por el movimiento antiglobalizador con respecto a los movimientos financieros. Estamos en presencia de un caso vergonzoso de respeto por las deudas contraídas por gobiernos 'democráticos' y votadas en sus parlamentos. Se trata, también, de un ejercicio de culto y respeto reverencial ante las clases medias propietarias o semi-propietarias, con dinero en los bancos, como si ellas no se encontraran al borde de la confiscación por parte del capital financiero por medio de la corriente fuga de capitales, el default y finalmente la devaluación. A pesar de esto, la izquierda democratizante comparte la visión ilusoria de la pequeña burguesía de que la protección de sus ahorros pasa por la protección del capital financiero. Conectado con el tratamiento que da a la deuda externa, la izquierda democratizante no plantea la ruptura política con la Unión Europea (y de la Unión Europea) para poder construir una unión política de otro contenido social, los Estados Unidos Socialistas de Europa (gobierno de trabajadores), incluida la Federación Rusa.


 


Dentro de este marco de capitulación ante la salida capitalista a la crisis mundial, se encuadra el retroceso político del neonato Nuevo Partido Anticapitalista de Francia, que enfrenta fuertes tendencias a la disolución. La manzana de la discordia la constituye la fuerte presión interna para formar un frente democratizante con el Partido Comunista y el Partido de Izquierda, que derivará inevitablemente en un acuerdo con el Partido Socialista francés -una agencia de la gran burguesía gala. Esta orientación frentista democratizante pone de relieve que la estrategia del NPA no está determinada por la crisis mundial y la tendencia a la rebelión de los trabajadores, sino por la aspiración a obtener una presencia parlamentaria en los comicios de 2012 que, según las encuestas, ganaría un frente de los verdes y los socialistas. Pero como los apetitos son mayores que las bancas en disputa, el NPA enfrenta un camino duro para satisfacer los suyos. A la luz de todo esto, es claro que la disolución de la Liga Comunista Revolucionaria para parir el NPA no le ha abierto ningún camino promisorio a la 'vieja guardia' de aquella, que por eso mismo se encuentra dividida por primera vez.


 


Un caso especial en la izquierda democrática europea podría estar representado por el partido Die Linke, pero no porque tenga una política independiente del imperialismo, puesto que integra gobiernos burgueses en varios Estados. La peculiaridad de los Linke es que han abierto una expectativa de cambio en una parte de la clase obrera e incluso de la burocracia sindical descontenta con el SPD (Partido Socialista) y la mayoría del aparato sindical. Se encuentra posicionada como una estación de paso del descontento de las masas. Bajo este tipo de presiones, un partido como Die Linke podría radicalizarse y desarrollar en su interior tendencias revolucionarias. Esta posibilidad pone a la orden del día el reclamo de que Die Linke rompa por completo con los gobiernos burgueses regionales, se movilice por el retiro de todos los planes de austeridad y reivindique un gobierno de trabajadores.


 


La Cuarta Internacional


 


El agotamiento de las tentativas de desarrollo de la izquierda, por medio de la adaptación a lo que ha caracterizado como nuevas circunstancias históricas incompatibles con el 'paradigma bolchevique de la Revolución de Octubre', es completo. Para que ese 'paradigma' (que nunca fue un dogma sino un método) hubiera podido ser superado, habría sido necesario que el capitalismo dejara de ser una organización social históricamente determinada, contradictoria, inmune a la tendencia a la bancarrota y a la catástrofe social. León Trotsky, en 1936, en lo más duro del terror staliniano, fundamentó "la vigencia de la Revolución de Octubre… en la crisis mundial del capitalismo". Esa vigencia plantea también el 'paradigma' del Partido Bolchevique, o sea una Internacional proletaria fundada en un programa de reivindicaciones transitorias. Varias corrientes trotskistas han caído en el ridículo de impulsar una Quinta Internacional promovida por el chavismo -o sea, por el jefe de las fuerzas armadas de Venezuela, cuyos aliados son Kirchner, Lula, Mugabe y Amadihneijad, el verdugo teocrático del pueblo iraní y de su naciones oprimidas, como el pueblo kurdo. En oposición a todas estas adaptaciones, la CRCI ha pronosticado en forma sistemática la tendencia a la bancarrota capitalista, señala que ella conduce a la creación de situaciones revolucionarias y ha desarrollado una propaganda en esa dirección. Desde su fundación, la CRCI ha dejado en claro que la reconstrucción de la IV Internacional sobre la base de la proclamación de una fracción que la reivindica es inviable; que ella requiere un trabajo preparatorio y un reagrupamiento de fuerzas que reivindique su programa histórico y su función revolucionaria. A la luz de la crisis mundial, y de las movilizaciones generalizadas e incluso las rebeliones de los trabajadores, la CRCI llama a volcarse de lleno a desarrollar estas movilizaciones y rebeliones; a combatir a la burocracia sindical y a sus partidos y, por sobre todo, a reclutar a la vanguardia obrera de estas luchas. La caracterización de la crisis mundial capitalista y las tareas que se desprenden de ella son el eje de delimitación política en la izquierda y el trotskismo. Sin otras condiciones que esta base teórica y la correspondiente acción práctica, reiteramos nuestro planteo de refundar la Cuarta Internacional, cuya misión histórica no ha sido todavía cumplida. El método para esta construcción es el centralismo democrático. El terreno histórico de la revolución socialista mundial ha ganado una amplitud sin paralelo.




 


Resolución política del Secretariado Internacional de la Coordinadora por la Refundación de la Cuarta Internacional


 


10 de julio de 2010


 

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