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El XIII Congreso Mundial del Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional


El XIII Congreso del Secretariado Unificado (SU) de la IV Internacional tuvo lugar en febrero de 1991, esto es, bastante antes de los acontecimientos de agosto de ese año en la URSS. El Congreso retrató una corriente en estado de descomposición: ausente ya una de las principales secciones del SU, el SWP (Socialist Worker‘s Party) norteamericano (pasado con armas y bagages al castrismo, y que rompió explícitamente con la IV Internacional), el Congreso fue puesto en conocimiento de la fusión de algunas secciones europeas con corrientes ex o neostalinistas (Alemania). Sin hablar del estado de postración en que quedó la más tradicional organización del SU (la LCR francesa después de su aventura político-electoral junto a los “renovadores” comunistas (encabezados por Pierre Juquin) pasados después abiertamente hacia el campo de la burguesía. El propio Congreso tuvo que mantener “respeto general y una actitud positiva para los procesos de unificación EMK-LKI (vascas) y MC-LCR (españolas) que incluyen la desafiliación de la LKI y de la LCR de la Internacional, aunque haya habido debates en los cuales se expresaran impresiones y diversos puntos de vistas” (Imprecor N° 86, Madrid, setiembre de 1991, así como las citas que siguen). Estaban presentes dos miembros del CC del PCUS, partido que correría en breve la suerte conocida.


 


Dejando de lado la impresión que puedan causar las numerosas páginas de las resoluciones, en conjunto fueron puestas bajo el influjo de esta idea central, contenida en la resolución internacional: “Terminó la época en que el movimiento obrero internacional se determinaba en función de la victoria y de la degeneración de la revolución rusa. Si ésta, como experiencia fundadora constituye una contribución histórica y programática para todo proyecto de transformación socialista, ya no representa una referencia estratégica central en función de la cual se definen los revolucionarios de todo el mundo”.


 


El SU identifica, por lo tanto, la crisis y el retroceso de las burocracias como retrocesos de la propia revolución (ésta es exactamente la posición del imperialismo). Por otro lado, ¿qué significa la finalización de la etapa histórica abierta por la Revolución de Octubre sino la finalización del ciclo histórico de la revolución?


 


Lo que es peor, la propia impasse de la socialdemocracia europea (agente abierta y declarada del imperialismo) es identificada con la crisis de la propia revolución socialista: “El estancamiento de las políticas reformistas en los países capitalistas y la derrota del sistema burocrático cuestionan todo el proyecto socialista”. Más claro, agua.


¿“Derrocamiento de la burocracia”? Pero el propio SU, que levantó de entrada el fracaso de la revolución, decreta al mismo tiempo la incapacidad de la burocracia en impulsar un proyecto restauracionista: “Los privilegios parasitarios constituyen un fondo de acumulación demasiado limitado para poder transformarse en capital nacional, permitir la compra de empresas ofrecidas para la privatización y hacer de las altas capas de la burocracia una nueva burguesía competitiva frente a sus rivales de Europa Occidental”. La revolución acabó, pero la burocracia es eterna. Queda explicada, entonces, la presencia de representantes del CC del PCUS en el Congreso del SU.


 


El error de este “economicismo” consiste “en creer que los burócratas precisan recursos para transformarse en capitalistas. Lo que precisan es el poder para expropiar la propiedad estatal, y esto depende de su alianza con el capital mundial” (Jorge Altamira, Informe Internacional al V Congreso del PO, reproducido en Prensa Obrera N9 361, Buenos Aires, 16 de julio de 1992).


 


En estas condiciones, el SU se propone “hacer creíble el proyecto socialista”. Pero la lectura de las resoluciones demuestra apenas que el SU ya no cree en el socialismo. Este habría sido derrotado, en la URSS, pero no por la impasse económica y política creada por el dominio burocrático, sino por la concurrencia del capitalismo y de su “economía mundial abierta” (contrapuesta al “socialismo en un solo país”). Ahora, es preciso no saber nada para no saber que la economía capitalista mundial nada tiene de "abierta”, siendo actualmente el teatro de una guerra comercial y proteccionista sin precedentes.


 


La presión de la economía capitalista mundial sobre la URSS es tan vieja como la tendencia de la burocracia a adaptarse a esa presión, tendencia expresada en los múltiples acuerdos económicos, en el endeudamiento creciente de la URSS y del Este europeo, y en la política de “coexistencia pacífica”. El retroceso de las burocracias es, por eso, un aspecto de la crisis mundial capitalista y su derrumbe por las masas, un acontecimiento revolucionario que, lejos de enterrar la revolución, la potencia en un nivel nunca antes alcanzado.


 


Pero para el SU, siguiendo a su ideólogo Mandel, la crisis del capitalismo no pasa de una ilusión, toda vez que este sistema, a través de la “revolución tecnológica permanente” habría descubierto la fórmula de la expansión permanente de sus fuerzas productivas, el fin de sus contradicciones y sus crisis: “Los cambios en los procesos productivos y las transformaciones en los modos de financia-miento de la economía favorecerán la reconstitución de las ganancias”. Es lo que los teóricos del capitalismo repiten cotidianamente, ocultando, por motivos ideológicos (de clase) que “el proceso de valorización mundial del capital creó un capital excedente extraordinario, que no encuentra lugar en el mercado. El estancamiento industrial no sólo es característico de las naciones atrasadas y de los países socialistas, sino también de regiones y ramas enteras de los países desarrollados. La desvalorización del capital bancario y financiero o de industrias como la automotriz, la siderúrgica y sectores enteros de la electrónica supera en envergadura todo el capital de los Estados Obreros, un desnivel que se encuentra ocuíu) debido a la gigantesca privatización de la propiedad estatal realizado en los últimos cinco años por la burocracia” (Informe Internacional, Prensa Obrera, N-361).


 


No sólo el capitalismo y sus crisis, sino el propio imperialismo desaparece de la perspectiva del SU. El Congreso se realizó en pleno ataque imperialista contra Irak, que el SU condenó por la razón que “no constituía una guerra de liberación nacional, ni tampoco una guerra por la emancipación de los pueblos (!) sino un acto brutal de rapiña equivalente al del propio régimen iraquí (sic). O sea, la guerra sólo es condenable por motivos pacifistas, toda vez que Irak (nación oprimida) y el imperialismo son puestos en el mismo plano.


 


¿Qué puede tener de sorprendente que el SU se refiera a la sangría de América Latina por la deuda externa como “la transformación de América Latina en exportadora de capital” (sic) ¿América Latina se habrá vuelto imperialista (es decir, exportadora de capitales)? Hasta la terminología del SU es la misma de los que reivindican que América Latina vuelva a su vieja condición de importadora de capitales, o sea, que se restaure la “normalidad” imperialista. No se trata de exportación de capitales sino de capitalización de los superbeneficios por la extracción de plusvalía monopolizada.


 


He aquí por qué el SU transformó el internacionalismo proletario, expresión de unidad militante de la clase obrera mundial, en un concepto democratizante de “solidaridad internacional”', y nos dice que “el internacionalismo comienza en el propio país (¿la lucha contra la burguesía en su Estado?). ¡No!: “La lucha contra los preconceptos retrógrados, la defensa intransigente de los trabajadores y de los emigrados de las comunidades oprimidas, de sus derechos políticos, de sus culturas y lenguas. La lucha por los derechos de las nacionalidades a disponer de sí mismas”. El internacionalismo proletario queda reducido a solidaridades con las minorías, y subordinado a principios nacionales (lo que sería bueno que el SU recordase, no en el plano de las generalidades abstractas, sino en el de la guerra del Golfo).


 


Estamos en presencia de una tendencia internacional que rompió con los principios más elementales del marxismo y de la militancia en el movimiento obrero.^ Nada tiene de sorprendente, por lo tanto, que la agencia brasileña del SU (la Democracia Socialista) se comporte como aliada de la dirección integrada al Estado burgués, se encuentre en un proceso de disolución en aquélla y actúe como policía de las tendencias de izquierda (para las que votó la expulsión del PT, en un notable ejemplo de democracia socialista”).


 


Queda clara la caracterización del Partido Obrero: el SU “es una corriente completamente podrida, dominada por la pequeño burguesía de Europa Occidental, de los medios universitarios. Ha perdido el filón revolucionario y ha sido tragada por la profunda descomposición de la sociedad imperialista” (“La crisis mundial”, Prensa Obrera, N5 361).


 

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