Los ataques sistemáticos del gobierno a los partidos del Frente de Izquierda por la participación de sus militantes y parlamentarios en las luchas obreras más importantes del momento, sirven para constatar que nuestros propios adversarios de clase, sobre todo los “nacionales y populares” que quieren reservarse para sí mismos el ser la expresión de los movimientos populares, advierten la naturaleza del proceso en marcha, que se caracteriza por una tendencia a la fusión del movimiento obrero con la izquierda. Surge, por lo tanto, la necesidad imperiosa de tomar todas iniciativas políticas que tengan por objetivo desarrollar sistemáticamente este proceso.
Como está en juego el desarrollo de las perspectivas abiertas por el Frente de Izquierda y por las luchas obreras contra la ofensiva capitalista, la propuesta de convocar a un Congreso del movimiento obrero y la izquierda va dirigida a las organizaciones políticas, sean o no del Frente de Izquierda, y al conjunto de los luchadores del movimiento obrero y popular. A todos ellos les proponemos realizarlo en común. La amplitud de la convocatoria va acompañada con una estrategia definida: desarrollar mediante el programa y la acción de lucha la independencia política de los trabajadores y las condiciones para un gobierno de los trabajadores.
Se trata de una acción principista que ha podido superar la prueba de la realidad. Mientras la izquierda “plural”, que basó su política en una alianza con el centroizquierda -hoy en un proceso acentuado de disolución-, el Frente de Izquierda, con un programa de independencia de clase y por un gobierno de los trabajadores, se ha transformado en un factor convocante. Retroceder de esto en función de una alianza con figurones centroizquierdistas sería letal y liquidacionista, de igual modo el limitar la acción de la izquierda al plano sindical justo cuando, gracias al Frente de Izquierda, aquella ha logrado superar su marginalidad política. Como lo hemos dicho en reiteradas ocasiones, incluso en Plaza de Mayo en el acto del 1° de Mayo, la lucha de clases adquiere su verdadera dimensión cuando se transforma en lucha política contra el Estado, el gobierno y los partidos capitalistas.
Bancarrota capitalista
Este crecimiento político de la izquierda no se da en el vacío. Coincide con una bancarrota económica de alcance general que tiene múltiples manifestaciones. El parate de la producción se ha acentuado, afectando a todas las ramas de la industria, el comercio y la construcción. Sólo ha quedado a salvo el sistema financiero, que incrementa sus beneficios actuando como prestamista del Estado, lo cual es letal para un modelo que se precia de “productivo”. Hay una fuerte retracción del consumo, como resultado de la pérdida del poder adquisitivo de los trabajadores, y también del sobreendeudamiento de las familias -lo que muestra, de paso, que en la etapa previa el crecimiento de las ventas estaba apalancado por el crédito al consumo y no era el resultado del mayor poder de compra de los salarios. El déficit fiscal -producto del pago de la deuda externa y de los subsidios millonarios que tienen como beneficiario último a los capitalistas- crece a un ritmo vertiginoso y amenaza con llevar a la quiebra al Estado nacional, pero también a provincias y municipios que tienen sus deudas atadas al dólar, mientras caen sus ingresos como resultado de la recesión económica general. La inflación continúa con un ritmo ascendente, a pesar de la recesión y la caída del consumo, lo cual es un síntoma de la explosividad que anida en los desequilibrios económicos que se han acumulado. Esto se agrava con la falta de financiamiento, tanto del Estado como de la clase capitalista. Argentina, otra vez, atraviesa una nueva crisis de deuda, que en este caso se ve potenciada por el hecho de que su monto total duplica al que existía en 2005, cuando se realizó la reestructuración de los bonos en defol. Los 250.000 millones de dólares de deuda pública actual la convierten en la más grande de nuestro bicentenario, aunque incluso podría crecer por encima de los de dólares de contabilizarse las deudas del Banco Central con los bancos privados y las deudas de los Estados provinciales, así como el pasivo que la Anses ha acumulado con los jubilados.
Las medidas adoptadas por Kicillof no han hecho más que agudizar la crisis. La devaluación de enero ha incrementado de manera aún más notable las contradicciones económicas. Ha incrementado el costo de las importaciones de energía, el pago de las deudas nominadas en dólares o atadas a su cotización y acentuado una inflación que ya superaba holgadamente el 20 por ciento anual. Aun así, no ha servido para potenciar las exportaciones, que están en caída, y ha revelado como nunca el carácter parasitario de la “industrialización K”, que se reduce al ensamble de piezas importadas. Ahora que faltan dólares para garantizar dichas importaciones, se agudiza más la tendencia recesiva imperante. El fracaso de la devaluación de enero se expresa ahora en el reclamo de una nueva devaluación, pero de alcance superior, por parte de la inmensa mayoría de los grupos capitalistas. Si el gobierno se resiste a seguir esta orientación podría repetirse una corrida cambiaría y financiera. Quienes negaban que fuéramos a asistir a un proceso clásico de Rodrigazo deben ahora rendirse a las evidencias.
El análisis de la crisis no debe reducirse sólo a la descripción de sus elementos constitutivos, sino que debe ser caracterizada desde un punto de vista de clase. Al hacerlo, se pone de manifiesto que la crisis tiene un alcance estratégico, porque expresa el fracaso de la reconstrucción capitalista del país sobre las viejas bases sociales. Es, por lo tanto, el fracaso del nacionalismo de contenido burgués, que el kirchnerismo pretendió encarnar luego de la debacle de 2001-2002. El nacionalismo ha dejado un balance de precarización y pobreza de más de un tercio de la población -o sea, la mitad de los trabajadores-, salarios bajos -condicionados a las horas extras y a los premios de productividad- y jubilaciones de miseria. El nacionalismo ha sido un instrumento de la superexplotación de la fuerza de trabajo, de mayor entrega nacional, de extranjerización de la industria y el agro, y de primarización de la economía.
Kirchnerismo y peronismo
Existe, como no podría ser de otro modo, una conexión directa entre la bancarrota económica y el agotamiento del kirchnerismo, ya sea como gobierno o como movimiento político. Es un dato clave que debe ser resaltado, pues el kirchnerismo ha sido el instrumento de la clase capitalista para reconstruir la autoridad política del Estado luego de la rebelión de diciembre de 2001. Para ello recurrió a recursos políticos audaces, que incluyeron la cooptación de sectores del movimiento popular y un travestismo alevoso, para reinventar a quienes habían sido menemistas y privatistas en los ‘90 como “hijos de las Madres de Plaza de Mayo” y hereros de “la gloriosa JP”. El objetivo del “relato” no era otro que bloquear el desarrollo de la izquierda, que había crecido en protagonismo y visibilidad política al derrumbarse el gobierno de la Alianza. No es casual que esta orientación haya coexistido con un fuerte pacto con la burocracia sindical para reforzar la estatización de los sindicatos y ahogar todo crecimiento de las fuerzas combativas. El nacionalismo burgués tiene como norma constitutiva la estatización de las organizaciones obreras. A tal punto es así que el nacionalismo se vale de los choques parciales con el gran capital internacional para reforzar la estatización de los sindicatos, reclamando a los trabajadores el apoyo incondicional a su política.
El kirchnerismo fue, antes que nada, una respuesta improvisada frente a la crisis. No reúne las condiciones siquiera para la elaboración de un “relato”, cuya admisión supone una concesión indebida. Es que el kirchnerismo debutó planteando la formación de dos bloques políticos en el país, uno de centroizquierda y otro de centroderecha, reclamando para sí la pertenencia al primero. Luego dejó de lado ese planteo para formar la “concertación plural” con un ala de la UCR, por la que cedió la vicepresidencia a Julio Cobos. Cuando el choque con el capital agrario en 2008 dinamitó esa alianza, el kirchnerismo volvió al Partido Justicialista y Néstor Kirchner asumió la presidencia del partido. Del PJ, sin embargo, Cristina Kirchner pasó a Unidos y Organizados, cuya base fundamental es La Cámpora y los movimientos sociales cooptados.
Mediante el camporismo, el kirchnerismo pretendió renovar el interés de las masas por el peronismo y bloquear el ascenso de la izquierda. Como analogía histórica remonta a los ’70, cuando Perón impulsó el desarrollo de la Juventud Peronista y de Montoneros para bloquear el ascenso revolucionario abierto por el Cordobazo. Pero si ese intento fracasó y llevó finalmente al golpe militar del 24 de marzo de 1976, el actual nunca tuvo condiciones de éxito. Los últimos cuarenta años agudizaron la descomposición del peronismo, que parió de sus entrañas la Triple A, la colaboración con la dictadura y el mene- mismo privatizador de los ’90. El propio kirchnerismo ha gobernado apoyándose en el viejo aparato justicialista, que sigue dominando las gobernaciones y las intendencias del conurbano bonaerense. Los Scioli, los Insfrán, los Curto y los Ishii han sido la base real sobre la que reposó el camporismo. El fracaso de esta tentativa estaba cantado de antemano.
La descomposición del kirchnerismo se revela en que ha sido incapaz de armar una sucesión política. Todos los candidatos que tienen alguna posibilidad, dentro del elenco oficial, no forman parte del riñón kirchnerista. Esto vale para Scioli, pero también para Randazzo, Domínguez, Urtubey y compañía. En estas condiciones, el kirchnerismo se debate entre apoyar a un candidato que represente la vuelta a un gobierno pejotista o ir con una lista propia de tipo testimonial. El sector de los trabajadores que tiene tendencia a seguir al nacionalismo burgués se queda sin representación política.
En condiciones aún más precarias que en el pasado, el gobierno vuelve a intentar bloquear el ascenso de la izquierda. El planteo de “patria o buitres” no es otra cosa que un chantaje a los trabajadores para que depongan sus propias reivindicaciones en favor de un falso frente nacional contra los buitres. El sentido de la campaña se revela con los ataques de los máximos funcionarios del gobierno a la izquierda y, en particular, al Partido Obrero. Cuando el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, dice que el PJ es el “verdadero partido obrero”, deja en claro lo que está en juego en la presente situación histórica de Argentina: la superación del peronismo por la izquierda revolucionaria. Es la preocupación que muestran las palabras de Cristina Kirchner, cuando afirma que “a mi izquierda está la pared”.
La burocracia sindical
El agotamiento histórico del peronismo tiene su principal expresión en la aguda descomposición de la burocracia sindical. Esta, en el pasado, se valía del prestigio del peronismo para disimular la usurpación que ejercía de las organizaciones obreras en su propio beneficio. Ahora, en cambio, al no contar con ese recurso político queda expuesto que su dominio de los sindicatos se basa en el respaldo que le dan las patronales, el gobierno y las patotas con las que atacan a las fuerzas combativas y clasistas. La burocracia sindical es una casta completamente consciente de que sus intereses chocan con la masa obrera. El carácter crecientemente empresarial que ha ido asumiendo refuerza la falta de democracia en las organizaciones obreras y las patotas contra la oposición.
El crecimiento de una nueva generación de activistas en las fábricas, quienes luchan por expulsar a la burocracia sindical, va de la mano del crecimiento de la influencia política del Frente de Izquierda. No se puede pasar por alto un dato históricamente relevante: en las últimas elecciones, los candidatos del Frente de Izquierda superaron ampliamente a los que postuló la burocracia sindical, sean estos Piumato, Venegas o Plaini. Esto significa que los trabajadores les han dado la espalda a sus propios dirigentes sindicales y, en grado creciente, han brindado el apoyo a un frente de grupos trotskistas como el Frente de Izquierda. Es imposible no reconocer en este hecho político una manifestación de la transición política en curso.
La influencia creciente de la izquierda cambia las coordenadas de la acción en los sindicatos. Ya no se trata del trabajo artesanal sindical seguido por muchos grupos de izquierda, que consideraban a la cuestión política como un monopolio del peronismo. Ahora, los activistas que enfrentan a la burocracia cuentan con un respaldo político de orden general, e incluso con un sector de los trabajadores de base que ya ha votado por la izquierda en las elecciones. Quien reconoce este cambio histórico es la propia burocracia sindical, que pasó de afirmar que los “sindicatos son de Perón” a reclamar que la “izquierda no haga política en los sindicatos”. La conclusión que surge de esta constatación es que debemos valernos del impulso del Frente de Izquierda para desarrollar una alternativa política que postule la expulsión de la burocracia sindical, la independencia del Estado de las organizaciones obreras y su recuperación para que actúen sobre la base de los principios de la lucha de clases.
El “progresismo” y la izquierda democratizante
Otro dato relevante de la situación política es el hundimiento del llamado “progresismo”. Si en el pasado éste había postulado la necesidad de construir una tercera fuerza independiente del bipartidismo peronista-radical, ahora, en cambio, ha sido subsumido entre las variantes patronales tradicionales. Toda un ala del “progresismo” -como el ibarrismo en la Ciudad de Buenos Aires- hace las veces de cuarto violín del kircherismo, mientras tanto Pino Solanas y Proyecto Sur se han integrado a un armado político defensor de los monopolios petroleros y mineros. El sabbatellismo ha sido el instrumento para la cooptación del Partido Comunista al gobierno. La bandera de la democratización de los medios, sin embargo, concluyó en un fracaso rotundo y en el encubrimiento de un gobierno representante de los monopolios telefónicos y de los grupos capitalistas amigos que subsisten gracias a la millonaria pauta oficial.
La izquierda democratizante ha sido furgón de cola de las variantes del “progresismo”. La vieja Izquierda Unida, por ejemplo, se ha escindido entre los que respaldan al gobierno, como el PC, o quienes se movilizaron con el capital agrario y fueron detrás de Pino Solanas, como el MST. Esta evolución de la izquierda democratizante permite una mirada retrospectiva sobre las divisiones de la izquierda de los últimos veinte años. Su rechazo a concretar una alianza con el Partido Obrero tenía motivaciones estratégicas de fondo. Esta evolución fue anticipada por nuestro partido luego de que fracasara el Seminario de la Izquierda en el año 2006. En esa oportunidad, señalamos que el rechazo de la izquierda a plantear el gobierno de los trabajadores y su independencia política la candidateaba a sumarse a alguna variante de cooptación del régimen.
La izquierda democratizante se mueve al compás de los grandes bloques capitalistas. Una parte de ella está a la espera de una división del Unen, como resultado de que una parte de sus partidos se alíe con Macri, replantea las posibilidades de un frente de centroizquierda con Pino Solanas y aun con Binner. Ya en el pasado, el MST y el PCR votaron por Binner en Santa Fe y, en el caso del primero, por Juez en Córdoba, que llevaba como candidato a un alto gerente de Fiat. El kirchnerismo residual que conforma Patria Grande (Marea Popular y una parte de la Corriente Darío Santillán) también oscila por estas variantes. Están tan dispuestos a sumarse a un desprendimiento del oficialismo, como el Movimiento Evita, o a un frente centroizquierdista con De Gennaro y Lozano. Su objetivo de fondo es reaccionario: bloquear el ascenso del Frente de Izquierda.
Por un Congreso de la izquierda y el movimiento obrero
Todos los elementos de la situación política empujan en la dirección de reforzar la perspectiva abierta por el Frente de Izquierda: la bancarrota económica, la disolución del kirchnerismo, el agotamiento del peronismo como movimiento histórico, el desprestigio de la burocracia sindical y la debacle del progresismo y la izquierda democratizante. En este cuadro político, un recambio de gobierno -sea mediante elecciones anticipadas o no- será un episodio hacia una profundización de una crisis general. La explosividad en la situación social y el alcance de la bancarrota económica serán una hipoteca inmensa para el próximo gobierno.
Los 1.300.000 votos obtenidos por el Frente de Izquierda en 2013, el triunfo del Partido Obrero en la capital de Salta, el 25% en Caleta Olivia, también del PO, o el 15% del Frente en Mendoza (para citar sólo algunos ejemplos) no son sólo un fenómeno electoral, sino la expresión de que una parte del proletariado argentino ha dejado de seguir al nacionalismo burgués y tiende a fusionarse con la izquierda. Se ha llegado a este resultado luego de una batalla política de principios contra el nacionalismo, pero también gracias a una delimitación sistemática de la izquierda democratizante. A la izquierda del kirchnerismo no “hay una pared”, como dice Cristina Kirchner, sino un bloque político que se desarrolla en la lucha en los sindicatos, los centros de estudiantes y todos los movimientos populares, así como también -crecientemente- en el plano electoral.
El desafío para la izquierda es desarrollar de manera sistemática esta tendencia, que ella misma construyó mediante la lucha política, para ser la expresión consciente de la lucha internacional de la clase obrera y los trabajadores. Para ello, todo el esfuerzo debe concentrarse en convertir a la clase obrera en protagonista política. Esta tarea estratégica requiere rechazar toda pretensión de limitar la acción al sindicalismo despolitizado, que desconoce el valor de la agitación y la propaganda política en la creación de una conciencia de clase, y mucho más cuando este sindicalismo es la excusa para traficar un polo político antagónico al Frente de Izquierda con dirigentes reciclados del centroizquierdismo. También requiere delimitarse del faccionalismo y el sectarismo, que tienen en común el poner por delante los intereses de un grupo, por sobre los intereses generales de la clase obrera, creando reyertas en vez de debates de principios.
Nuestra propuesta de convocar a un Congreso del movimiento obrero y la izquierda atiende a una situación histórica concreta. Parte de reconocer que se ha ampliado en forma considerable el campo de acción de la izquierda, tanto en el movimiento obrero como en el conjunto del pueblo. La delimitación que debemos desenvolver requiere presentar un amplio programa de reivindicaciones populares, que concentre las necesidades mayoritarias de la población, en oposición a los partidos políticos de la clase capitalista. La emergencia de luchas, que con toda seguridad se intensificarán, debe ser preparada con una campaña política por el reparto de las horas de trabajo, la prohibición de los despidos y suspensiones, la anulación del impuesto al salario, la reactualización salarial mensual según el índice de inflación, un plan de obras públicas para combatir la desocupación, el repudio a la deuda externa, la nacionalización de la banca, el comercio exterior y los recursos naturales fundamentales.
La convocatoria al Congreso del movimiento obrero la izquierda se la dirigimos a las organizaciones de izquierda, integren o no el Frente de Izquierda, al movimiento obrero combativo, al movimiento estudiantil y a todo el movimiento popular bajo las banderas del gobierno de los trabajadores y la independencia política de los trabajadores. Mediante asambleas, la deliberación colectiva y las resoluciones de acción vamos capacitando a la izquierda y a los trabajadores para ser una alternativa de poder ante el retroceso del nacionalismo burgués y del conjunto de los partidos patronales.
Gabriel Solano es dirigente del Partido Obrero, escribe regularmente en Prensa Obrera y En defensa del marxismo