José María Aricó y el grupo Pasado y Presente

“Una rara mezcla de guevaristas togliattianos”

En este artículo se analiza la trayectoria intelectual y política del grupo Pasado y Presente en Argentina, centrándose en su principal representante, José María Aricó (1931-1991). Aunque usualmente se los describe como “los gramscianos argentinos”, el “gramscianismo” del grupo Pasado y Presente, en realidad, era poco más que una cobertura teórica para su conducta política errática, que los llevó del estalinismo al guevarismo, del guevarismo al maoísmo, del maoísmo al peronismo de Montoneros y del peronismo al radicalismo de Alfonsín. Políticamente, su punto más débil fue que se distanciaron del estalinismo empíricamente, debido a la popularidad de foquismo, sin realizar una crítica a fondo del fenómeno estalinista. Esto los hizo vulnerables a la crisis subsecuente del estalinismo, que identificaron con una “crisis del marxismo” sansphrase. Lo que los hizo históricamente significativos fue que supieron articular la radicalización de una capa social en toda América Latina bajo el impacto de la Revolución Cubana, así como su posterior desradicalización y adaptación a la democracia parlamentaria burguesa. El artículo concluye con un análisis del legado intelectual de Aricó, particularmente de su conocido libro Marx y América Latina (1980) y de su crítica al trabajo de Marx sobre Simón Bolívar.

El trabajo editorial del grupo Pasado y Presente

El grupo Pasado y Presente, cuyos miembros principales fueron José María Aricó (1931-1991) y Juan Carlos Portantiero (1934-2007), es ampliamente conocido en América Latina y prácticamente desconocido fuera de ella. La razón de su popularidad en el mundo de habla hispana se debe principalmente a su gran esfuerzo editorial, cristalizado en la serie de libros Cuadernos de Pasado y Presente (98 volúmenes, 65 de ellos publicados en Argentina y 33 en el exilio mexicano) y en los aproximadamente 60 volúmenes de la serie de libros Biblioteca del Pensamiento Socialista, publicado en México por Siglo XXI Editores. Estos proyectos resultaron en nuevas traducciones de El capital y los Grundrisse de Marx. Las series incluyeron también los libros de Karl Kautsky, El camino del poder y La cuestión agraria; los libros de Rosa Luxemburg, Introducción a la economía política y El desarrollo industrial de Polonia, así como una selección de sus escritos sobre La cuestión nacional y la autonomía; el libro La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia, de Otto Bauer; Teoría económica del período de transición y La economía política del rentista (Crítica de la economía marginalista) de Bujarin; La nueva económica,, de Preobrazhenski; Ensayos sobre la teoría marxista del valor, de Isaak Illich Rubin; Revolución política o poder burocrático. I: Polonia (carta abierta a los miembros del Partido Comunista polaco), de Karol Modzelewski y Jacek Kuron; Génesis y estructura de El capital de Marx y Friedrich Engels y el problema de los pueblos ‘sin historia” (La cuestión de las nacionalidades en la revolución de 1848-1849 a la luz de la Neue Rheinische Zeitung), de Roman Rosdolsky; La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista: una teoría de la crisis, de Henryk Grossmann; las biografías de Plejánov, Bujarin y Auguste Blanqui escritas por Samuel Baron, Stephen Cohen y Samuel Bernstein; los documentos Los bolcheviques y la revolución de octubre: Actas del Comité Central del Partido Obrero Socialdemócrata ruso; dos volúmenes de documentos acerca del debate de huelga de masas en el Partido Socialde- mócrata alemán; otros dos volúmenes sobre la Segunda Internacional y el problema nacional y colonial; siete volúmenes de documentos de los siete congresos de la Internacional Comunista; una antología de escritos económicos del Che Guevara, etc.

El alcance del proyecto no tiene precedentes en el mundo de habla española y, de hecho, no tuvo continuadores. Para encontrar algo similar, debemos remitirnos a la Editorial Progreso con sede en Moscú o a Ediciones en Lenguas Extranjeras (las editoriales controladas por el Partido Comunista argentino, tales como Editorial Cartago o Editorial Anteo, tenían normas editoriales notablemente inferiores). La serie de libros Pasado y Presente y la Biblioteca del pensamiento socialista eran otro tipo de proyecto, mucho más amplio, abiertamente iconoclasta y más sensible a las necesidades de sus ávidos lectores locales. La calidad de los volúmenes difiere drásticamente entre unos y otros: las canónicas traducciones al español de El capital y los Grundrisse por Pedro Scaron (quien tradujo Mehrwert como plusvalor en lugar de la más torpe y habitual plusvalía) deben destacarse especialmente, aunque también ellas no están enteramente libres de error1, así como su edición de los escritos de Marx y Engels sobre América Latina (Marx y Engels, 1972). Sin embargo, dada la ausencia de bibliotecas de investigación y de traductores competentes del ruso, los editores de la serie recurrieron a la práctica, lamentablemente habitual en Latinoamérica, de traducir fuentes rusas al español de segunda mano, a través de las versiones en francés, inglés o italiano. En tales casos, el resultado fue (como la edición de Cuadernos de Pasado y Presente de los Ensayos sobre la teoría marxista del valor, de Isaak Illich Rubin), de manera predecible, de baja calidad (Rubin, 1974).

Había una flagrante omisión en la serie: no contenía casi nada sobre León Trotsky, con dos excepciones. La primera fue una colección de artículos de Nicolas Krassó, Ernest Mandel y Monty Johnstone, publicado originalmente en New Left Review en 1967-9, bajo el título de El marxismo de Trotsky (Krassó, Mandel y Johnstone, 1970). La segunda excepción fueron dos volúmenes de documentos acerca del debate de 1924-26 sobre la teoría de la revolución permanente, que consiste en Lecciones de octubre, de Trotsky y en cinco piezas de Zinoviev, Bujarin y Stalin criticando a Trotsky, con una introducción general de Giuliano Procacci (Procacci, 1972a y 1972b, tomados de una edición italiana: Procacci 1970). El grupo Pasado y Presente evitó cualquier forma de asociación con el trotskismo.

¿Los gramscianos argentinos?

Otro rasgo distintivo del grupo de Pasado y Presente fue el carácter errático de su comportamiento político, caracterizado por zigzags agudos del estalinismo al guevarismo, luego al maoísta Partido Comunista Revolucionario, a continuación, a la organización de izquierda peronista Montoneros, que participó en la guerrilla urbana y, finalmente, después de su regreso a la Argentina del exilio mexicano, a la Unión Cívica Radical de Raúl Alfonsín. La tesis doctoral de Raúl Burgos sobre el itinerario de este grupo se titula Los gramscianos argentinos (Burgos, 2004), adoptando acríticamente la propia justificación de los miembros del grupo de sus andanzas políticas como si hubieran sido guiadas por Gramsci, aunque en realidad estuvieron inspiradas, primero, por el foquismo, luego por la Revolución Cultural china, a continuación por el regreso de Perón a la Argentina y, finalmente, por el eurocomunismo italiano y el retorno de la democracia burguesa a la Argentina después de la dictadura militar de 1976-1983.

Intelectualmente, los líderes del grupo fueron José María Aricó y Juan Carlos Portantiero, los cuales fueron, respectivamente, los jefes de sus sucursales en Buenos Aires y Córdoba, esta última originalmente nacida de una escisión en el Partido Comunista. Portantiero fue el autor de dos libros canónicos sobre historia argentina: Estudiantes y política en América Latina: El proceso de la Reforma Universitaria (1918-1938), y Estudios sobre los orígenes del peronismo, este último escrito en colaboración con Miguel Murmis. Estudiantes y política en América Latina es una colección muy interesante de documentos primarios, precedidos por una larga introducción de 130 páginas escrita por Portantiero, sobre el movimiento de Reforma Universitaria, iniciado en Córdoba en 1918, bajo el impacto de la Primera Guerra Mundial y de la Revolución Rusa, para luego extenderse al resto de América Latina. Aunque el miserable estado actual de las universidades latinoamericanas como instituciones de investigación, difícilmente pueda inspirar imitación, el movimiento de Reforma Universitaria, nacida del fracaso de la burguesía local para llevar a cabo sus tareas históricas, en particular la secularización de la educación, fue el punto de partida histórico del régimen de cogobierno que da a los estudiantes universitarios argentinos un grado de participación en los asuntos académicos, inaudito en los países anglosajones, y contribuye en gran medida a su radicalización política -la clase de medio social en el que el grupo Pasado y Presente se desarrolló y prosperó.

Los orígenes estalinistas José María Aricó

José María Aricó nació en la ciudad de Villa María, en la provincia de Córdoba, el 27 de julio de 1931, y murió en la ciudad de Buenos Aires el 22 de agosto de 1991. Se unió al Partido Comunista Argentino (PCA) en 1947, y como activista estudiantil fue encarcelado varias veces durante los dos primeros gobiernos de Perón (1945-55). Después de graduarse de la escuela secundaria, estudió Derecho en la Universidad Nacional de Córdoba, pero pronto abandonó la carrera, ocupando el puesto de secretario de la Federación Juvenil Comunista en Córdoba. A finales de 1950, Aricó conoció a Héctor P Agosti, entonces secretario de cultura del PCA y editor de su revista teórica Cuadernos de Cultura, en la que Aricó comenzó a contribuir. Típico de la producción de Aricó durante su período estalinista es el artículo “¿Marxismo versus leninismo?” (Aricó, 1957). Aricó, que entonces tenía 27 años, cita el libro Fundamentos del leninismo de Stalin un año y medio después del informe de Jrushchov al XX Congreso del PCUS, y no dice nada acerca de la represión soviética de la revolución húngara el año anterior. Por ese entonces, Agosti estaba editando las obras de Antonio Gramsci para la editorial del PCA, Lautaro. Aricó tradujo para esta serie dos colecciones de escritos de Gramsci: Literatura y vida nacional, en 1961, y Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno, en 1962.

En abril de 1963, Aricó comenzó a editar, junto con un grupo de jóvenes miembros de PCA de Córdoba (Oscar del Barco, Héctor Schmucler y Samuel Kicszkovsky, entre otros), la revista Pasado y Presente, de la cual aparecieron nueve números hasta septiembre de 1965. Aunque el objetivo de la revista fue la renovación política y teórica del PCA y no una crítica revolucionaria al estalinismo, fue considerada lo suficientemente poco ortodoxa por la dirección del partido para expulsar al grupo por desviacionismo maoísta. Más o menos al mismo tiempo fue expulsado en Buenos Aires un grupo de jóvenes activistas del PCA dirigidos por otro discípulo “gramsciano” de Agosti, Juan Carlos Portantiero, quien creó una organización efímera llamada Vanguardia Revolucionaria (1963-64) (González Canosa, 2012a: 121-6). A diferencia del grupo de Portantiero, el de Aricó decidió no crear una nueva organización política, pero entre ambos se estableció una relación que duraría varias décadas y sobreviviría violentos zigzags políticos. Otro grupo expulsado en la ciudad de Rosario, que incluía al historiador José Carlos Chiaramonte, también desarrolló vínculos con el grupo Pasado y Presente.

Además de la revista Pasado y Presente, la serie de libros del mismo nombre comenzó a aparecer en Córdoba bajo el título Cuadernos de Pasado y Presente, de los que se publicaría un millón de copias en quince años. Además, Aricó colaboró con la editorial La rosa blindada, editada por José Luis Mangieri, la cual publicó los libros de Gramsci en español y más tarde pasó a ser controlada por la organización guerrillera PRT-ERP.

La fase guevarista del grupo Pasado y Presente

Después de dejar el Partido Comunista, el grupo Pasado y Presente desarrolló fuertes vínculos con Jorge Ricardo Masetti, el “Comandante Segundo” del Che Guevara en Argentina, y con su Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP), una organización guerrillera que operaba en la provincia norteña de Salta a fin de preparar el terreno para el retorno del Che a la Argentina. De acuerdo con Jon Lee Anderson, Masetti envió Ciro Bustos para establecer una red de apoyo en las ciudades para las guerrillas rurales del EGP:

En Córdoba, se acercó a un intelectual de izquierda que conocía desde la infancia, Oscar del Barco, el cofundador y editor de la revista académica Pasado y Presente. Bustos dio a conocer su misión y pidió ayuda. En el lapso de un día, Del Barco había reunido un grupo de personas, la mayor parte de ellas intelectuales y disidentes del Partido Comunista como él, quien había trabajado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Córdoba. Bustos delineó el plan de acción del EGP francamente. Les dijo que el proyecto tenía el apoyo del Che, que el grupo central se había entrenado en Cuba y Argelia, y que los fondos no eran un problema. Lo que él necesitaba eran hombres, hogares seguros, contactos urbanos y provisiones -en pocas palabras, infraestructura urbana nacional clandestina.

Era por esto que estos intelectuales habían estado luchando -una “acción revolucionaria”; una posición que les había significado la expulsión del establecido Partido Comunista Argentino. En cuestión de días, comenzaron a organizar entusiastamente, y en breve, fundaron una pequeña pero bien coordinada red en media docena de ciudades y pueblos a lo largo del país, desde Buenos Aires a Salta, con Córdoba como epicentro (Anderson, 2010: 574).

Según la monografía de Gabriel Rot sobre el EGP: “El propio Aricó subirá al monte para entrevistarse con Masetti y establecer una logística entre ambos grupos. Aricó realizará el viaje junto a Armando Coria -amigo de Aricó y otrora uno de los responsables del Partido Comunista cordobés, desplazado por el codovillismo-, pero este último renunciará rápidamente a continuar la caminata por su completo agotamiento físico” (Rot, 2010: 194). En el diario del capitán de la guerrilla Hermes Peña, con fecha 8 de diciembre de 1963, se lee al respecto: “Venía Pancho en representación de la fracción del partido para hablar y trabajar en conjunto con el EGP Después que estuvo tres días se fue con gran entusiasmo a trabajar a Córdoba y a reunirse con los representantes de las distintas fracciones del partido y de las distintas provincias que, como representante del EGP que quedaba, él se encargaba con el gordo de organizar Córdoba” (Rot, 2010: 195). Rot concluye que, a pesar de sus críticas al “comportamiento errático” de Masetti, “el grupo cordobés continuará siendo el lazo más sólido de Masetti en la Argentina. No sólo enviaba hombres, recursos varios y alimentos; le aportará también una red importante de juristas que en breve tendrán que actuar defendiendo a los guerrilleros que serán apresados por la Gendarmería” (Rot, 2010: 196). En efecto, según el artículo editorial de Pasado y Presente N° 4 (enero-marzo de 1964), las masas campesinas explotadas del noroeste, el lugar que Guevara había elegido para el EGP debido a la combinación de campesinos, sierra y selva, era “el eslabón más débil de la corriente de dominación burguesa”. Sin embargo, para el momento en que apareció dicho número, en marzo-abril de 1964, el EGP ya había dejado de existir y Masseti estaba muerto o a punto de morir.

Pero el compromiso del grupo Pasado y Presente con la estrategia de guerrilla rural de Guevara continuó después de la debacle de Salta. Aricó fue a Cuba con Ciro Bustos para una reunión con el Che:

Para su reunión en La Habana con el Che, Bustos viajó con Pancho Aricó, editor de Pasado y Presente y mentor ideológico del grupo de apoyo de Córdoba. Aricó era el único que había ido a ver a Masetti en las montañas. Desde entonces, se había convencido -como también sus colegas, Oscar del Barco y Héctor ‘Toto’ Schmucler- de que la teoría del foco del Che no funcionaría en Argentina. “Pancho fue a Cuba a ver al Che, llevando nuestra mirada crítica, nosotros pensábamos que la guerrilla rural no iba a funcionar tácticamente”, recordaba Schmucler. “Pero cuando llegó a allí, no pudo abrir la boca. El Che habló por dos o tres horas, y Pancho no dijo nada”. Después, Aricó le dijo a sus amigos que una vez que se había sentado en frente del Che, se vio abrumado por la fuerza de la presencia y argumentos del Che y se intimidó demasiado como para contradecirlo en algo. “Era el Che”, decía (Anderson, 2010: 599).

La conexión del grupo Pasado y Presente con el proyecto foquista de Guevara continuó durante al menos otro año. Pasado y Presente N° 5-6, que apareció en septiembre de 1964, incluía un artículo del Che sobre la planificación socialista (Ernesto Guevara: “La planificación socialista: Su significado”), mientras que el N° 7-8, publicado en marzo de 1965, reproducía el ensayo de Régis Debray, “El Castrismo: la gran marcha de América Latina” y, en una especie de complemento teórico a la lucha de Guevara en el Congo, incluía por primera y última vez un dossier sobre Africa.

La fase maoísta

En Pasado y Presente N° 9, publicado en septiembre de 1965, el grupo cerró su desvío guevarista, abandonó su enamoramiento con el campesinado y regresó a la clase obrera como sujeto de la revolución, en un retorno a la realidad, ya que por entonces las fábricas de automóviles de la ciudad industrial y proletaria de Córdoba eran escenario de luchas sin precedentes, y menos de cuatro años después, en mayo de 1969, la ciudad sería testigo del levantamiento de masas dirigido por la clase obrera conocida como el Cordobazo (Brennan, 1994). Este giro político no fue ni discutido ni reconocido y, de hecho, ni siquiera se menciona en la historia del grupo escrita posteriormente por Aricó: La cola del diablo: Itinerario de Gramsci en América Latina (Aricó, 1988). Por lo tanto, no tenemos manera de evaluar los motivos de su ruptura con el proyecto guevarista, que evidentemente tuvo lugar antes de la muerte del Che el de octubre de 1967.

Tras el cierre de la revista a finales de 1965, el grupo de Aricó organizó, junto con la Federación Universitaria de Córdoba, la Editorial Universitaria de Córdoba (Eudecor), que debió enfrentarse a problemas económicos y a los efectos de la proscripción política durante el dictadura del general Juan Carlos Onganía (1966-1970). Después de haber sido comprada por un hombre de negocios de Córdoba, Eudecor finalmente fue disuelta en 1968. En 1970, Aricó fundó junto con Héctor Schmucler, Santiago Funes, Juan Carlos Garavaglia y Enrique Tandeter la compañía Editorial Signos, que en 1971 se fusionaría con la rama argentina de la editorial Siglo XXI mexicana.

En 1968, el grupo Pasado y Presente estableció vínculos políticos con el Partido Comunista Revolucionario (PCR), maoísta, a través de uno de sus principales intelectuales, el historiador José Ratzer, con el fin de integrar sus liderazgos -un proyecto que finalmente fue frustrado. El PCR fue fundado en diciembre de 1969 como consecuencia de una escisión dentro del Partido Comunista de la Argentina, pero sus raíces se remontan al Comité Nacional de Recuperación Revolucionaria (CNRR), una tendencia dentro del PCA establecida en febrero de 1968, que contaba con el apoyo de unos 4.000 miembros de su sección juvenil (Grenat, 2011: 131-64; Andrade, 2005). Después del congreso de fundación del PCR, los partidarios de la guerrilla urbana se separaron del partido para formar las Fuerzas Argentinas de Liberación (FAL). Según Horacio Crespo, un miembro del grupo Pasado y Presente que más tarde se unió al PCR en 1967-8, Aricó se negó decididamente a ocupar una posición de liderazgo en el partido naciente, aunque su participación fue exigida con vehemencia por sus ex compañeros y amigos.

En lugar de militar en la construcción de un nuevo partido, Aricó decidió lanzar la serie de libros Cuadernos de Pasado y Presente, que comenzó a aparecer en marzo de 1968 con una edición crítica de la Introducción general a la crítica de la economía política (1857) de Karl Marx, traducida por Aricó y Jorge Tula.

El Cordobazo del 29 de mayo de 1969 encontró al grupo Pasado y Presente completamente desprevenido. Según uno de sus miembros, Oscar del Barco: “Ni siquiera en lo del Cordobazo tuvimos nada que ver, ¡nosotros, que éramos de Córdoba! Recuerdo que Pancho y yo estábamos en Buenos Aires y en el viaje de vuelta nos agarra lo del Cordobazo en Villa María. Estaba cortado el camino. Así que nos fuimos a comer a la casa de una tía de Pancho” (entrevista realizada en Córdoba, diciembre de 1996, citado en Burgos, 2004: 138).

El desarrollo de una tendencia antiburocrática clasista en los sindicatos de Córdoba, en particular en los sindicatos de la empresa Fiat Sitrac- Sitram, condujo al grupo Pasado y Presente a coquetear brevemente con la noción de “obrerismo”, como lo muestra un dossier no publicado de 1971 (Schmucler, Malecki y Gordillo, eds., 2009).

La fase peronista

En ese momento, Aricó ya estaba en Buenos Aires, adonde se había trasladado en 1970. Ese mismo año, la organización armada peronista Montoneros hizo una entrada en la vida pública con el secuestro y ejecución, el 1° de junio de 1970, del ex presidente de facto de Argentina, el general Pedro Aramburu. El “Comunicado N° 4”, emitido en esa fecha, ilustra el carácter ideológico de la nueva organización, católica y nacionalista: “Perón vuelve. Al pueblo de la nación: La conducción de Montoneros comunica que hoy a las 7:00 horas fue ejecutado Pedro Eugenio Aramburu. Que Dios Nuestro Señor se apiade de su alma ¡Perón o Muerte! ¡Viva la Patria! Montoneros”. Montoneros, más tarde, entraría en conflicto con Perón y se convertiría en la organización más grande propulsora de la guerrilla urbana en Argentina (Gillespie, 2011; Lanusse, 2005).

El grupo de Aricó desarrolló relaciones con la nueva organización a través de Roberto Quieto, un ex miembro del Partido Comunista y luego de Vanguardia Revolucionaria de Portantiero. La revista Pasado y Presente, segunda serie, reapareció, después de un lapso de ocho años, en junio de 1973 (es decir, después del fin del régimen militar y de la victoria electoral del peronismo), con un editorial en el que se manoseaba a las categorías marxistas con el fin de justificar su adhesión al partido peronista, arguyendo que la mayoría de los trabajadores argentinos lo apoyaban, y que la revolución ya no podía ser el producto de la “vanguardia organizada de la clase” obrera (Pasado y Presente, 1973a: 7). Puesto que al poder sólo se podría acceder luego de una “larga marcha”, la tarea de la hora era “partir de la fábrica para elaborar una estrategia socialista” y fortalecer la “autonomía obrera” a través de una “red de comités y de consejos”, los cuales, “en cuanto órganos de democracia directa puedan ser controlados por las masas”, a diferencia de los sindicatos burocratizados (Pasado y Presente, 1973a: 14, 16 y 17). Para apoyar esta argumentación, el mismo número de la revista incluye un largo artículo de Gramsci titulado “Democracia obrera y socialismo” (Pasado y Presente, 1973a: 103-40).

Esta nueva línea política de Pasado y Presente fue desarrollada en el segundo (y último) número de la segunda serie, publicada en diciembre de 1973. Allí se lee: “Sobre los grupos revolucionarios del peronismo recae hoy una gran responsabilidad política, por cuanto constituyen el núcleo originario de constitución de una dirección del proceso revolucionario en la Argentina” (Pasado y Presente, 1973b: 188). Una vez más: “Hoy la posibilidad del socialismo atraviesa el movimiento peronista y sobre las espaldas de los peronistas revolucionarios recae la posibilidad de que esa posibilidad no se frustre” (Pasado y Presente, 1973b: 192). Nuevamente: “la lucha por la hegemonía obrera en el movimiento nacional pasa en lo político centralmente en el interior del peronismo” (Pasado y Presente, 1973b: 202). La razón de estas sorprendentes declaraciones radica en la unificación de los dos principales organizaciones guerrilleras peronistas, Montoneros y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) en octubre de 1973 (González Canosa, 2012b). En las propias palabras del grupo:

La reciente unificación de FAR y Montoneros, las dos más importantes organizaciones político-militares, desarrolladas y fogueadas paralelamente con la profundización de la conciencia de la clase obrera y de los trabajadores, y más particularmente de la juventud, constituye un hecho destinado a tener una profunda significación en la historia futura de la lucha de clases en Argentina. Su trascendencia reside en que, por primera vez, aparece un polo organizativo revolucionario sostenido sobre una propuesta estratégica correcta y una gravitación ponderable en las masas (Pasado y Presente, 1973b: 192).

Dado que era imposible construir cualquier cosa sobre una base política tan endeble, la segunda serie de la revista duró sólo dos números, de julio a diciembre de 1973.

En resumen, el grupo Presente y Pasado cambió de posición, en el espacio de una década, del estalinismo al guevarismo, del guevarismo al maoísmo, y de allí al peronismo, todo en nombre del “gramscianismo”. Pero este tercer giro no estaba destinado a ser el último: habría todavía un cuarto, inspirado por un nuevo golpe militar, el exilio del grupo en México y el posterior retorno de la democracia burguesa a la Argentina de la mano del presidente de la Unión Cívica Radical, Raúl Alfonsín, en 1983.

La fase radical

Después del golpe militar de marzo de 1976, la dictadura cerró la sección argentina de la Editorial Siglo XXI, encarcelando a algunos de sus miembros. En mayo de 1976, Aricó se exilió en México. Allí retomó su papel más importante: traductor y editor de textos marxistas. Trabajó hasta 1984 para la editorial mexicana Siglo XXI, donde puso en marcha la ya mencionada Biblioteca del Pensamiento Socialista. Además, colaboró con Ricardo Nudelman en la creación de la Editorial Folios, la cual publicó las obras de autores como Max Weber, Carl Schmitt y Karl Korsch, y trabajó como profesor en la Universidad de Puebla y en la sede mexicana de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso).

Políticamente, el período del exilio mexicano se caracterizó por un giro cerrado a la derecha, mediado por la influencia del eurocomunismo y en particular del Partido Comunista italiano, cuyo líder Enrico Berlinguer había adoptado una política de apoyo a gobiernos burgueses conocido como el “compromiso histórico”, que duró desde octubre de 1973 hasta noviembre de 1979. En octubre de 1979, Aricó lanzó, junto con Jorge Tula y Portantiero, la revista de izquierda peronista Controversia para el examen de la realidad argentina, caracterizado por la aceptación sin tapujos de la democracia parlamentaria burguesa. Este giro a la derecha del grupo de Pasado y Presente también estuvo marcado por la publicación, en 1981, del libro de Arthur Rosenberg Democracia y socialismo: historia política de los últimos ciento cincuenta años 1789-1937 (1938), que subsume la historia del marxismo en la historia de una “democracia” supraclasista (Rosenberg, 1981). En 1980, un año después del lanzamiento de Controversia, Aricó publicó su libro principal, Marx y América Latina, donde trató de fundamentar teóricamente la nueva línea política del grupo Pasado y Presente.

De vuelta en Argentina tras el regreso de la democracia burguesa en 1983, el grupo Pasado y Presente proporcionó asesores e ideólogos para el primer gobierno posdictadura encabezado por Raúl Alfonsín. En julio de 1984, Aricó, Portantiero y Jorge Tula crearon el Club de Cultura Socialista, estrechamente vinculado con Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano y el grupo alrededor de la revista Punto de vista; en agosto de 1986, puso en marcha la revista La ciudad futura, tomando el nombre que Gramsci dio a una fugaz publicación de febrero de 1917, La città futura. La nueva revista defendía “la construcción de una democracia social avanzada” (La ciudad futura, número 1, agosto de 1986: 3). Publicó documentos de la Internacional Socialista y de los partidos social- demócratas de Europa y, en 1989, declaró abiertamente: “En verdad nos consideramos como reformistas y lo asumimos” (La Ciudad Futura N° 17-18, 1989: 4).

La influencia de la socialdemocracia europea en esta fase final de derecha del grupo Pasado y Presente es evidente, por ejemplo, en el simposio Caminos de la Democracia en América Latina, organizado en 1983 por la Fundación Pablo Iglesias en España, y en el congreso “Karl Marx en Africa, Asia y América Latina”, organizado por la Fundación Friedrich Ebert en marzo del mismo año. Quizá debido a esta influencia, la posición política adoptada por el grupo se describe generalmente como “socialdemócrata”, aunque estrictamente hablando esto no es cierto. Raúl Alfonsín fue elegido presidente en 1983 por la lista de la Unión Cívica Radical, uno de los dos principales partidos burgueses de Argentina. Mientras que el peronismo mantuvo firmemente en control del movimiento obrero organizado, a través de sus vínculos con la burocracia sindical y, por lo tanto, podría quizá ser visto como la versión local de la socialdemocracia europea, el radicalismo de Alfonsín contaba con el apoyo de la pequeña burguesía y su programa económico en 198389 era puramente liberal: no hubo nacionalizaciones ni seguro universal de salud, ni seguro de desempleo ni, de hecho, un Estado de bienestar de ningún tipo, a menos que la distribución de paquetes de alimentos a una población hambrienta sea considerada como tal. Incluso en los “derechos humanos”, el gobierno de Alfonsín tuvo un récord miserable, con la adopción, después de la rebelión de algunas unidades militares, de las leyes conocidas como leyes de Punto Final (oficialmente Ley de Extinción de Causas, 1986) y Obediencia Debida (1987), que otorgaron inmunidad a los responsables de la tortura y el asesinato de 30.000 activistas políticos durante la dictadura militar. Después de algunos gruñidos iniciales, el grupo Pasado y Presente terminó respaldando al gobierno de Alfonsín en nombre de la “preservación de la democracia”.

La apropiación indebida de Gramsci y el descubrimiento de la “democracia”

Todo esto se hizo en nombre del “gramscianismo” y, de hecho, le dio un mal nombre (la edición española de los Quaderni del carcere de Gramsci por Aricó, en seis volúmenes, data de este período: Gramsci, 19861990). De acuerdo con James Petras, por ejemplo: “En Argentina, los revisionistas gramscianos brindaron la defensa intelectual para el régimen de Alfonsín, el mismo que redujo los ingresos de los trabajadores en un 50 por ciento, aplicó las medidas de austeridad del FMI y las políticas de libre mercado y exoneró de culpas a cientos de oficiales policiales y militares implicados en crasas violaciones de los derechos humanos” (Petras, 1990). Y de acuerdo con Daniel Campione, que reivindica a Gramsci contra sus exégetas locales:

Así, el nombre de Gramsci estuvo predominantemente asociado, en ese período, a lo que en esa época fue peyorativamente denominado “posibilismo”. En esa corriente, el pensamiento de Gramsci jugaba, en buena medida, el papel de pasaporte de salida desde la tradición revolucionaria hacia posiciones cada vez menos identificadas con el marxismo y con cualquier posición efectivamente anticapitalista. Se apoyaba decididamente lo que se llamaba “transición democrática”, a partir de entender la sangrienta derrota de los ‘70 como demostración de la necesidad de aceptar la pervi- vencia del sistema capitalista, revalorizando la democracia parlamentaria como la forma política más apta para promover reformas de sentido “progresista”, vistas como único modo viable de transformación social en un sentido positivo (Campione, 2004: 11).

El descubrimiento de la “democracia” fue acompañada de una crítica al modelo de construcción del partido del grupo Iskra, plasmado en el libro de Lenin ¿Qué hacer? (1902). Las polémicas del grupo Pasado y Presente con Lenin se remontan a la publicación en 1969 de Cuadernos de Pasado y Presente números 7 y 12 (Cerroni, Magri y Johnstone, 1969; Bensai’d, Nair, Luxemburgo, Lenin y Lukács, 1969). Otro peldaño importante fue la traducción del ensayo “La concepción del partido revolucionario de Lenin” de Antonio Carlo en el N° 2/3 de la revista Pasado y Presente, publicada en diciembre de 1973 (Carlo, 1973). Por último, Portantiero publicó en 1977 su ensayo “Los usos de Gramsci”, el cual sostenía que el modelo de organización de Gramsci hace posible “el diseño de una estrategia no reformista ni insurreccionalista de la conquista del poder”. Esto era necesario porque “el poder debe ser concebido como ‘una relación de fuerzas sociales a ser modificada’, y no como una institución que debe ser ‘tomada’” (Portantiero, 1977: 20, 22). En este libro, toda la batería de shibboleths gramscianos (hegemonía, bloque histórico, clases subalternas, revolución pasiva, guerra de posiciones, etc.), tomados de los Cuadernos de la cárcel, es utilizada para criticar a la teoría marxista del partido y de la revolución. Además de la evidente deshonestidad del autor, toda esta argumentación revela una profunda ignorancia del rol de Gramsci en la así llamada “bolchevización” del Partido Comunista italiano, durante la cual, a instancias de Zinoviev, removió por medios burocráticos a su ala izquierda liderada por Amadeo Bordiga, denunciado como “trotskista”.2

El libro de Aricó Nueve lecciones sobre economía y política en el marxismo (1977)

Los principales escritos de Aricó son, en orden cronológico, sus conferencias de 1977 sobre “Economía y política en el análisis de las formaciones sociales”, publicadas póstumamente como Nueve Lecciones sobre economía y política en el marxismo, y Marx y América Latina (1980), La hipótesis de Justo: Escritos sobre el socialismo en América Latina (1981) y La cola del diablo: Itinerario de Gramsci en América Latina (1988), a los que hay que añadir una colección de entrevistas (1999b) y las numerosas presentaciones y artículos escritos para la serie de libros y revistas que editó.

El rechazo de la definición de Marx de su teoría como Wissenschaft (ciencia) es el leitmotiv de las conferencias que Aricó impartió en 1977, publicadas póstumamente con el título Nueve lecciones sobre economía y política en el marxismo. Aricó contrapone el marxismo como “teoría crítica” a “lo que se puede llamar la ciencia”, con el argumento de que “no tiene sentido hablar de una antropología marxista, ni de una sociología marxista, ni de una biología proletaria, ni de una física marxista, etc.” (Aricó, 2012: 11) -confundiendo de esta manera las ciencias sociales y naturales. En su rechazo de las ciencias sociales, Aricó atribuye a Marx un repudio del racionalismo en general. Por ejemplo, sostiene que Marx “tenía una perspectiva general que nacía del rechazo, fundamentalmente, de toda la tradición racionalista” (Aricó, 2012: 24, énfasis en el original), aunque el libro de Plejanov, Esbozos de historia del materialismo, muestra claramente que la teoría de Marx es un desarrollo de las ideas de los pensadores materialistas conscientes de la Ilustración, como Helvétius y d’Holbach (Plejanov, 1893).

Aricó luego procede a contraponer Engels a Marx, argumentando que “en el campo de la crítica de la economía política, por ejemplo, es evidente que Engels tenía una concepción distinta a la de Marx sobre la teoría del valor” (Aricó, 2012: 50) -una distinción que aparentemente pasó desapercibida a los estudiosos más importantes de los escritos económicos de Marx, como Rudolf Hilferding e Isaak Illich Rubin. Más tarde, Aricó sostiene que, a diferencia de Marx, quien tendía a hacer hincapié en la palabra “crítica”, Engels tendía a enfatizar el término “origen”, lo que revela “una concepción de una u otra manera positivista o evolucionista” (Aricó, 2012: 59), una generalización sin fundamento basada en una referencia casual al título de una obra de Engels (El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado).

Habiendo contrapuesto Marx a Engels, Aricó procede a contraponerlo a sus discípulos: “Me atrevería a decir que el conocimiento de la obra de Marx que tienen la Segunda y la Tercera Internacional es un conocimiento que ignora la verdadera naturaleza del proyecto de Marx” (Aricó, 2012: 58). Aricó alaba, sin embargo, a uno de los discípulos de Marx de la época de la Segunda Internacional: el revisionista Eduard Bernstein. Según Aricó, “Bernstein fue más marxista que muchos otros que se consideraban ‘ortodoxos’” (Aricó, 2012: 68). “Puesto que Bernstein tuvo una visión premonitoria de la nueva fase de desarrollo del capitalismo en Europa, sigue siendo mucho más actual que los Kautsky, los Plejanov y el resto de los pensadores socialistas” (Aricó, 2012: 86). Tres años más tarde, Aricó publicó la edición española del libro de Bernstein, Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia (1899), precedido por la serie de artículos en Die neue Zeit que dio origen a la controversia revisionista, llamada “Problemas del socialismo” (Bernstein, 1982). Es de una mala traducción al español de la introducción de Lucio Colletti al libro de Bernstein que Aricó sacó el término despectivo cientificidad para referirse al ‘marxismo de la Segunda Internacional’. Colletti cita una carta de Bernstein a August Bebel del 20 de octubre de 1898 que contiene la palabra Wissenschaftlichkeit, la cual significa “carácter científico”.3 Aricó rechaza la obra de los discípulos de Marx como “cientificismo positivista fuertemente influido por las concepciones darwinianas” (Aricó, 2012: 93).

Aricó tomó esta desestimación del ‘marxismo de la Segunda Internacional’ en general, y de Karl Kautsky en particular (a partir de generalizar en forma anacrónica la polémica de Kautsky con Rosa Luxemburg en 1910, la cual dio origen al “centro” kautskiano, y más tarde la polémica de Kautsky con los bolcheviques), del escritor ultraizquierdista Karl Korsch, a quien Aricó elogió como una “de las inteligencias más lúcidas” de su tiempo (Aricó, 2012: 236). La crítica de Korsch al libro de Kautsky Die materialistische Geschichtsauffassung (1927) se hizo popular en los círculos académicos después de la publicación del libro de Erich Matthias Kautsky und der Kautskyanismus: Die Funktion der Ideologie in der deutschen Sozialdemokratie vor dem ersten Weltkrieg (1957). Marek Waldenberg, en su biografía de Kautsky (Waldenberg, 1980), ofrece abundantes materiales para refutar dicha tesis, la cual no fue compartida por Lenin ni por Trotsky, los cuales siempre recomendaron los escritos del período revolucionario de Kautsky a los trabajadores comunistas.

Aricó luego procede a realizar un contraste artificial entre Lenin, quien presuntamente se centró en el segundo volumen de El capital, y Kautsky, quien presuntamente se quedó en el primer volumen de El capital y en el Anti-Dühring de Engels: “Cuando apareció el tomo en todos los periódicos de la socialdemocracia apenas mereció un comentario de cinco o seis líneas, nunca fue analizado ni comprendido” (Aricó, 2012: 69). En la página siguiente nos enteramos de que “a Kautsky esta obra de Marx apenas le mereció cinco líneas, mientras que Lenin basó en ella todos los llamados Escritos económicos” (Aricó, 2012: 70, una referencia a la edición que Fernando Claudín hizo de las obras económicas de Lenin, ver Lenin, 1974). En realidad, cuando el segundo tomo de El capital apareció, Kautsky dedicó 10.213 palabras a reseñarlo en Die neue Zeit, junto con la primera edición alemana del libro Miseria de la filosofía, originalmente escrito por Marx en francés (Kautsky, 1886, la revisión del segundo volumen de El capital aparece en las págs. 117-29, 157-65).

Según Aricó, el segundo volumen de El capital permitió a Lenin a colocarse “fuera de la concepción del materialismo histórico que había caracterizado las posiciones anteriores” (Aricó, 2012: 146) y exhumar el concepto de ökonomischen Gesellschaftsformation (formación socioeconómica), supuestamente olvidado por los teóricos de la Segunda Internacional, como un instrumento analítico adecuado para el estudio de sociedades concretas, que Aricó contrapone al modelo supuestamente abstracto implícito en el concepto de Produktionswesen (modos de producción) (Aricó, 2012: 175). Todo esto a pesar de que el Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política muestra claramente que, para Marx, los dos conceptos eran sinónimos: “A grandes rasgos, podemos designar, como otras tantas épocas de progreso, en la formación económica de la sociedad (als progressive Epochen der ökonomischen Gesellschaftsformation), el modo de producción asiático, el antiguo, el feudal y el moderno burgués (asiatische, antike, feudale und modern bürgerliche Produktionsweisen)” (ver Bosch Alessio y Catena, 2013).

En la lección número seis, el nombre real de Parvus (Israel Lazarevich Gelfand) es transliterado como “Elfam” (Aricó, 2012: 190), mientras que la lección número siete es una discusión de la “teoría del colapso” no libre de anacronismos (Heinrich Cunow es identificado como un “reformista de derecha” en 1898). Curiosamente, Aricó alaba el libro de Henryk Grossmann, La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista, el cual fue editado por el grupo Pasado y Presente dos años más tarde para la Biblioteca del pensamiento socialista (Grossmann, 1979).4

La lección número ocho sobre “Gramsci y la teoría política” es significativa en dos aspectos. En primer lugar, porque Aricó respalda la contraposición de Gramsci entre la “guerra de posición” y la teoría de la revolución permanente. Aricó sostiene que la “polaridad entre guerra de posición y guerra de movimiento” corresponde a “una nueva etapa de la sociedad capitalista, para la cual la concepción de la revolución permanente, enunciada por Marx en su directiva a la Liga Comunista en 1848” (en realidad fue formulada por primera vez en la circular del Comité Central a la Liga de los Comunistas de marzo de 1850) “había sido superada por las circunstancias” (Aricó, 2012: 268).5 En segundo lugar, Aricó describe el concepto de hegemonía de Gramsci como “el ejercicio de la democracia”, que “rompe con la separación entre democracia y socialismo” (Aricó, 2012: 272-273). Estas líneas prefiguran su posterior adaptación al alfonsinismo en nombre del “gramscianismo”. En el mismo sentido, Aricó describe el dominio de la burocracia estalinista sobre la sociedad soviética como “un proceso de revolución pasiva” llevado a cabo desde arriba (Aricó, 2012: 274). Aricó atribuye a Gramsci una concepción nacionalista de la clase obrera “como clase nacional; o sea una clase que representa al conjunto de la nación y en la medida en que lo representa es la prosecución del proceso de constitución histórica de un pueblo” (Aricó, 2012: 290).

En la lección final, Aricó rechaza la “falsa teoría de la estructura y de la infraestructura” de Marx (Aricó, 2012: 253), porque ésta supuestamente convierte los procesos políticos y culturales en “simples epifenómenos” de la economía, mientras que Aricó quiere establecer “la primacía de la política” a partir de “la superación del economicismo como traba fundamental para la constitución de la teoría marxista” (Aricó, 2012: 329). Rechaza, de esta manera, la idea fundamental del materialismo histórico, definido epigramáticamente por Marx en su carta a Engels del 7 de julio de 1866 de la siguiente manera: “Nuestra teoría de que la organización del trabajo está determinada por los medios de producción…” (“Unsre Theorie von der Bestimmung der Arbeitsorganisation durch das Produktionsmittel”) (Marx-Engels, Werke, 1956, Band 31: 234.)6

Es en este contexto que el libro Marx y América Latina debe ser leído, como un ajuste de cuentas de Aricó con su pasado marxista, que se volvió cada vez más una carga para el próximo giro político del grupo Pasado y Presente: “la larga marcha a través las instituciones, que deben ser cuestionadas en su funcionamiento desde su propio interior” (Aricó, 2012: 338).

El libro de Aricó, Marx y América Latina (1980)

En Marx y América Latina, Aricó pretende explicar lo que él llama “el olvido o el soslayamiento, o, si se quiere, el menosprecio por la realidad de América Latina en la obra de Marx” (Aricó, 2010: 272). Se centra en particular en el artículo sumamente crítico de Marx sobre Simón Bolívar para la New American Cyclopaedia. Aricó descarta como inexactas lecturas anteriores, que buscaban explicar la interpretación supuestamente errónea de Marx sobre América Latina como producto de falta de información o de “eurocentrismo”. Por el contrario, argumenta Aricó, Marx prestó mucha atención a la periferia del capitalismo, como lo demuestra su cambio de opinión sobre la cuestión irlandesa (ver la carta de Marx a Engels del 11 de diciembre de 1869) y su carta a Vera Zasulich afirmando que la comuna rural podría permitir a Rusia evitar la expropiación capitalista del campesinado (ver la carta de Marx, marzo de 1881). Aricó luego pasa a argumentar que el análisis de Marx del “caso irlandés” dio lugar a un “cambio estratégico”, que implicaba “una extensión al conjunto de las capas proletarizadas del mundo del concepto restrictivo de ‘proletariado industrial’ como único soporte de las transformaciones sociales en un sentido socialista” (Aricó, 2010: 114). Este supuesto giro de Marx hacia el campesinado fue “motivada básicamente en la defección histórica del proletariado europeo de su misión revolucionaria” (Aricó, 2010: 46, énfasis en el original). Por la misma razón, “la calificación despectiva inicial [de Marx] acerca del “idiotismo de la vida rural” cede su lugar a una revalorización del papel del campesinado” (Aricó, 2010: 135). En el mismo espíritu, Aricó alaba a Bujarin por haber tenido, supuestamente, “una mayor comprensión del problema campesino” que los otros líderes soviéticos y por haber elaborado “el concepto estratégico del asedio de las ‘ciudadelas’ del capitalismo por el ‘campo’ mundial de los países dependientes y colonizados, concepto que, como hemos tratado de ver, estaba en proceso de maduración en el Marx de los últimos años” (Aricó, 2010: 114).

Si los párrafos antes citados eran residuos de los lazos de Aricó con las guerrillas campesinas del Che Guevara, otros pasajes del libro muestran la influencia del nacionalismo peronista. Por ejemplo, el famoso pasaje de Marx sobre la ley general de la acumulación capitalista -“La acumulación de riqueza en un polo es al propio tiempo, pues, acumulación de miseria, tormentos de trabajo, esclavitud, ignorancia, embrutecimiento y degradación moral en el polo opuesto; esto es, donde se halla la clase que produce su propio producto como capital” (Marx, 2011, Vol. 3: 805)- es transformada por Aricó de un antagonismo de clase en un antagonismo nacional: “la acumulación de riqueza en un pueblo significa contemporáneamente acumulación de miseria, torturas laborales, ignorancia, embrutecimiento y degradación moral en el pueblo opuesto” (Aricó, 2010: 104).

Aricó luego procede a castigar a Marx por no “abandonar por completo la herencia filosófica hegeliana” (Aricó, 2010: 114), en particular el concepto de “pueblos sin historia” (Aricó, 2010: 165-8), que supuestamente dio lugar a “la oclusión marxiana de la realidad de América Latina” (Aricó, 2010: 117).7 Esto se refleja sobre todo, según Aricó, en el artículo de Marx sobre Bolívar: “es en el exacerbado antibonapartismo de Marx donde es posible situar las razones políticas que provocaron la resurrección de la noción [de ‘pueblos sin historia’] y esa suerte de escotoma sufrido por el pensamiento marxiano” (Aricó, 2010: 150). Aricó reivindica la figura de Napoleón III contra Marx, a quien acusa de “xenofilia” (Aricó, 2010: 167). Según Aricó: “En la Europa de la segunda mitad del siglo XIX, fue precisamente Napoleón III el gobernante que más comprometido estuvo en el proceso de despertar y de acceso al mundo político y cultural europeo por parte de las naciones latinoamericanas” (Aricó, 2010: 150). Es cierto que plumíferos bonapartistas hicieron circular el concepto de “l’Amérique latine’’ como parte de la propaganda “panlatinista” de Napoleón III, pero describir al organizador de la segunda intervención francesa en México como un líder político comprometido con el despertar latinoamericano va un poco demasiado lejos.8 Según Aricó, el antibonapartismo de Marx nubló su visión sobre Bolívar -al cual Aricó se refiere como “el Libertador”, con mayúsculas- y de América Latina en general, lo que llevó a Marx a “menospreciar la dinámica nacional de nuestros países” (Aricó, 2010: 155).9 Dada la gravedad de la acusación, un tratamiento completo de este tema requeriría un ensayo separado, pero vamos a limitarnos a unas pocas indicaciones en la siguiente sección.

Aricó cierra su libro con una contraposición artificial entre un lado hegeliano y un lado libertario en el pensamiento de Marx, y con un llamado a descartar el primero -lo cual no es sorprendente ya que, tres años antes, había declarado que “la supuestas leyes de la dialéctica, en cuanto principio explicatorio (sic) de los hechos, son vacuas y estériles” (Aricó, 2010: 112).

El “Epílogo a la segunda edición” es una larga disquisición sobre la “crisis del marxismo” -es decir, del estalinismo, que Aricó, debido a su “oclusión” de la crítica de Trotsky del estalinismo, identificaba con el marxismo. Pero tal vez más sorprendente es el grado en que el lenguaje de Aricó había adquirido tonos posmodernos. Habla de la aparición de “una nueva forma de la modernidad”, argumentando que “se vincula a una crisis más general de racionalidad” (Aricó, 2010: 258-59). El marxismo es ahora considerado por Aricó, “ante todo, crítica del concepto de teoría como fundamento de proyectos enciclopédicos, como meta- lenguaje de las ciencias especializadas” (Aricó, 2010: 260).10 Aricó por lo tanto, aboga por un “marxismo laico”, ya que “¿qué es la democracia sino esta laicización del poder?” (Aricó, 2010: 271 y 276, nota). Toda referencia al contenido de clase real de la democracia parlamentaria como una de las variantes de la dominación burguesa había sido para entonces abandonada.

El artículo de Marx sobre Bolívar para la New American Cyclopaedia (1858)

En su libro, Aricó hace mucho ruido acerca del artículo de Marx sobre Bolívar para la New American Cyclopaedia: el último capítulo de Marx y América Latina se llama “El Bolívar de Marx” y el libro incluye como anexo una edición española del artículo de Marx, escrito originalmente en inglés en 1858.

Marx consideraba a Bolívar como un hipócrita, un cobarde y un farsante, el epítome de la clase social que conduciría a los países latinoamericanos a doscientos años de atraso. El tedioso debate posterior acerca de si Bolívar fue efectivamente un fraude, tal como Marx lo creía ha ocultado la cuestión más importante de si las guerras de independencia de América Latina, de las que Bolívar se convirtió en la figura más prominente, también fueron revoluciones burguesas que allanaron el camino para el desarrollo capitalista -en la medida en la que esto era posible en sociedades nacidas de un proceso de asentamiento colonialista realizado bajo un régimen político absolutista, que resultó en un régimen latifundista de propiedad territorial.11

La reciente biografía de Bolívar de John Lynch, el decano de los latinoamericanistas británicos, es reveladora, ya que combina una descripción positiva, a veces incluso acrítica, de su personalidad, con una evaluación sombría de la herencia social de las guerras de independencia de América Latina.12

Según Lynch, la burguesía o, como él dice, la élite urbana no era una fuerza poderosa en las nuevas naciones. La retirada de los españoles, el dominio comercial de los empresarios extranjeros y la importancia política de la nueva base de poder -la hacienda-, todo se combinó para reducir el poder y la riqueza de la élite urbana y disminuir el papel de las ciudades. El poder político ahora sería ejercido por aquéllos que tenían el poder económico, y éste estaba basado en la tierra, un activo que se mantuvo firmemente en las manos de un grupo relativamente pequeño de criollos que comenzó a movilizar a la mano de obra aún más eficazmente que sus predecesores coloniales. En efecto, Bolívar presidió sobre una ruralización del poder en la que sus colaboradores inmediatos jugaron un papel de liderazgo (Lynch, 2007, p. 147).

Lynch reconoce que “el modelo de gobierno de Bolívar, diseñado en torno a la presidencia de por vida, era atractivo para los militares, pero por lo demás hizo pocos amigos” (Lynch, 2007: 287), y como cripto- monarquía no estaba destinada a movilizar a las masas alrededor de instituciones democráticas, sino a asegurar la estabilidad social. Operando en sociedades de castas raciales con altos niveles de mestizaje como las de América Latina, Bolívar “quería reclutar gente de color, liberar a los esclavos e incorporar a los pardos, con el fin de inclinar la balanza de las fuerzas militares hacia la república, pero no propuso movilizarlas políticamente” (Lynch, 2007: 105). En efecto, “la revolución hispanoamericana fue ambigua sobre la esclavitud; estaba dispuesta a abolir la trata de esclavos, pero era reacia a liberar esclavos en una sociedad libre” (Lynch, 2007: 288). Aunque Bolívar liberó a sus propios esclavos, la esclavitud no fue abolida hasta 1854 en Venezuela y hasta 1855 en el Perú, cuando se convirtió en económicamente conveniente para las clases altas convertir a los esclavos libertos en “peones ligados a las haciendas por las leyes contra la vagancia o por un régimen agrario coercitivo” (Lynch, 2007: 288).

La situación en lo que respecta a los nativos era aún peor: “Básicamente los indios fueron los perdedores de la independencia” (Lynch, 2007: 288). Su emancipación formal, que los liberó del pago del tributo y de la obligación del trabajo forzoso, no era necesariamente bienvenida, porque los indios del Perú, Ecuador y Bolivia “veían en el tributo una prueba legal de su derecho a las tierras de cuyo excedente pagaban sus contribuciones” (Lynch, 2007: 288). Las leyes promulgadas por las nuevas repúblicas estaban destinadas a dividir sus “tierras comunales entre los propietarios individuales, teóricamente entre los indios mismos, pero en la práctica entre sus vecinos más poderosos” (Lynch, 2007: 289). En los hechos, “sus tierras comunitarias se quedaron sin protección y, finalmente, se convirtieron en una de las víctimas de la concentración de la tierra y de la economía de exportación” (Lynch, 2007: 289).

Tampoco fue mejor la situación de los mulatos. La revolución “no logró llegar a los indios y esclavos, de la misma manera que tampoco llegó a las razas mixtas” (Lynch, 2007: 289). La elite criolla blanca se había resistido a la política española que introdujo por primera vez algún elemento de movilidad social para los pardos a mediados del siglo XVIII. “Ahora los criollos estaban en el poder; las mismas familias que habían denunciado la apertura de las puertas de la universidad, la Iglesia, y los cargos civiles y militares a los pardos. Para la masa de los pardos, la independencia fue, en todo caso, una regresión” (Lynch, 2007: 289).

Lynch llega a la conclusión sombría de que “los sectores populares en general fueron los parias de la revolución” (Lynch, 2007: 289). Mientras que los campesinos y los trabajadores rurales sufrían “la concentración de la tierra, la legislación liberal en favor de la propiedad privada y el ataque renovado contra la vagancia”, en las ciudades, “la industria local declinó”, incapaz de soportar la competencia británica (Lynch, 2007: 289). Los artesanos y los campesinos pobres “eran considerados como elementos extraños a la nación política” (Lynch, 2007: 289).

Según el historiador venezolano Germán Carrera Damas, la política de Bolívar era, en efecto, una variante de la política de la elite criolla (Carrera Damas, 2006; publicado originalmente como Carrera Damas, 1984). Tal como la resume Lynch, esta interpretación sostiene que (…) las élites criollas tenían un objetivo primordial: preservar la estructura interna del poder en Venezuela, es decir el poder predominante de las clases poseedoras blancas, formadas en la colonia y ahora amenazadas por las convulsiones sociales desatadas por la guerra. Para conservar su poder en medio de estas tensiones, y para hacer frente a las demandas de libertad de los esclavos y de igualdad social de los pardos, los criollos estaban dispuestos a hacer concesiones mínimas, abolir la trata de esclavos y declarar la igualdad jurídica de todos los ciudadanos. Pero este cambio controlado y pacífico fue roto brutalmente por el levantamiento de los esclavos en 1812 y 1814, la rebelión de los pardos en 1811, 1812 y 1814, la guerra a muerte [contra los españoles entre 1812 y 1820] y la casi destrucción de la clase dominante blanca (Lynch, 2007: 290).

Bolívar compartía los objetivos de la clase dominante de blancos latifundistas a la que pertenecía, pero no estaba de acuerdo con ellos acerca de las políticas necesarias para alcanzar esos objetivos:

Temiendo el riesgo de que la guerra social se convirtiera en una guerra racial, [Bolívar] se comprometió permanentemente con la abolición absoluta de la esclavitud. La abolición eliminaría la amenaza que representaba la lucha de los esclavos por la libertad y le permitiría reconstruir y preservar la estructura de poder interna. Pero quedaba otro peligro, las demandas insatisfechas de los pardos. [Bolívar] se enfrentó a éstas a través del carácter centralista y aristocrático de sus proyectos constitucionales, los de Angostura y la Constitución de Bolivia, y a través de su parcialidad hacia la monarquía, al final de su vida, todo diseñado para restaurar la estructura de poder interna. En cuanto a las formas republicanas, éstas amenazaban [según Bolívar] con convertirse en vehículos de la pardocracia; [por lo que] desde 1821 criticó la eficacia de las instituciones republicanas y el liberalismo democrático, viéndolos como obstáculos para el restablecimiento del orden en Venezuela (Lynch, 2007: 291).

Según Aricó, en Marx y América Latina, Bolívar estaba tratando de repetir en la América española lo que la monarquía portuguesa había logrado hacer en Brasil; es decir, “la formación de una nacionalidad geográficamente extendida” y “el establecimiento del orden político y social” (Aricó, 2010: 176). Bolívar jugó un papel histórico progresista porque la única posibilidad de lograr la organización nacional “residía en la imposición de un poder fuertemente centralizado” (Aricó, 2010: 176). Marx “volvió a soslayar el problema de la lucha bolivariana por impedir la balcanización de América para sólo considerar sus veleidades imperiales” (Aricó, 2010: 176, nota), ya que no podía ver que los estados latinoamericanos sufrieron “un proceso al que gramscianamente podríamos definir como de revolución ‘pasiva’” (Aricó, 2010: 180). Sin embargo, en Brasil, “la formación de una nacionalidad geográficamente extendida” bajo una monarquía no significó una mayor independencia política o económica de Gran Bretaña, o cualquier desarrollo progresivo en el sentido burgués, ya que el régimen de latifundio se mantuvo intacto y la esclavitud fue abolida recién en 1888.

A esta acusación fundamental contra Marx, Aricó agrega un adicional: en la serie de artículos de Marx sobre la España revolucionaria, publicada originalmente en el New York Daily Tribune en 1854, los movimientos de independencia de América Latina fueron vistos “desde la perspectiva de su supuesta o real función de freno de la revolución española” (Aricó, 2010: 292). El ensayo de Hal Draper sobre Bolívar que, al igual que Aricó, utiliza el artículo de Marx con fines políticos contemporáneos (para criticar al régimen de Castro), al menos muestra que Marx no consideraba en absoluto a las guerras de independencia latinoamericanas como movimiento reaccionario, ni cuestionaba la progresividad y la legitimidad de esa lucha (Draper, 1968). Marx criticó al bonapartismo y el autoritarismo de Bolívar porque, al privar a las masas de derechos democráticos, socavaban la movilización política de masas y, por tanto, la lucha por la independencia, así como la transformación posterior de las relaciones sociales en un sentido burgués y, por tanto, el desarrollo de las fuerzas productivas. Siguiendo esta línea de razonamiento, los análisis marxistas pioneros de la historia de América Latina, como los realizados por Germán Avé-Lallemant y Milcíades Peña en Argentina y por José Carlos Mariátegui en Perú, fueron teorizaciones del atraso que intentaron descubrir sus raíces históricas en la incapacidad de las clases dominantes locales para llevar a cabo revoluciones democrático-burguesas reales, como lo muestra la preservación del régimen latifundista de propiedad de la tierra, la opresión de casta de los nativos, el sometimiento feudal-católico de la mujer, el desarrollo industrial raquítico y la consiguiente aglomeración de masas urbanas desempleadas en villas miseria, y el sometimiento económico y político al imperialismo (Avé-Lallemant, 1890; Mariátegui, 2007; Peña, 2012).

Los escritos posteriores de Aricó

El libro de Aricó, La cola del diablo: Itinerario de Gramsci en América Latina (1988), traza la historia del grupo Pasado y Presente, presentando sus zigzags políticos como una línea recta política guiada por una ideología “gramsciana” coherente. La cola del diablo es un libro revelador sobre todo por el pasaje citado en el título de este artículo, que dice:

Reconociendo la potencialidad revolucionaria de los movimientos ter- cermundistas, castristas, fanonianos, guevaristas, etc., tratábamos de establecer un nexo con los procesos de recomposición del marxismo occidental que para nosotros tenían su centro en Italia. Eramos una rara mezcla de guevaristas togliattianos. Si alguna vez esta rara combinación fue posible, nosotros la expresamos (Aricó, 1988: 75).

De hecho, el “giro mexicano” hacia la democracia burguesa del grupo Pasado y Presente es extrañamente reminiscente de la restauración de la política de frente popular por el dirigente del Partido Comunista italiano Palmiro Togliatti, conocida como la svolta di Salerno. Según Paul Ginsborg, “Togliatti fue capaz de hacer uso de los escritos teóricos de Antonio Gramsci, que había muerto en 1937 después de muchos años de prisión. En 1944, los Cuadernos de la cárcel de Gramsci estaban todavía sin publicar, pero Togliatti había tenido acceso a ellos en Moscú”. Como Togliatti, Aricó y Portantiero también “aplazaron cualquier posible conexión entre la ‘guerra de posición’ y la ‘guerra de maniobra’, hasta que la última finalmente desapareció” (Ginsborg, 2003: 44-45). Pero allí la analogía termina, porque a pesar de que Togliatti era, en palabras de Tobias Abse, un “leal servidor de Stalin” (Abse, 2003), aun así quería preservar la organización de la clase obrera en un partido político independiente -aunque sólo fuera porque él lo controlaba. La invocación de Gramsci por el grupo Pasado y Presente estaba destinada, no a organizar a los trabajadores en un partido político independiente, sino a subsumirlos en un bloque de “clases populares” -incluyendo, por supuesto, a la burguesía “nacional”- con el propósito de permitir la “realización nacional”.

Según una entrevista concedida por Aricó en noviembre de 1984, “el eurocomunismo, o más bien las nuevas elaboraciones teóricas y políticas que encara el comunismo italiano a partir del reconocimiento del reflujo del movimiento social y de las lecciones que podían extraerse de la derrota de Allende, fue un intento, todo lo insuficiente que se quiera pero el único, de dar una respuesta teórica a la altura de la crisis” (Aricó, 1999: 35).

Dado que no todos los lectores deben estar familiarizados con los vaivenes del estalinismo tardío (conocido como eurocomunismo por el libro del líder del Partido Comunista español, Santiago Carrillo, Eurocomunismo y Estado, publicado en 1977), nos tomaremos la libertad de realizar una breve digresión para explicar la así llamada línea de “compromiso histórico” adoptada por el Partido Comunista italiano. En octubre de 1973, en una serie de artículos en Rinascita, el secretario general del Partido Comunista italiano, Enrico Berlinguer, lanzó la idea de llegar a un “compromiso histórico” entre los tres principales partidos políticos de la época, el PCI, la Democracia Cristiana y el Partido Socialista. Su punto de partida era la necesidad de evitar que se repitieran en Italia los recientes acontecimientos en Chile, donde el gobierno de Salvador Allende había sido derrocado por un golpe militar. Desde 1969, Berlinguer argumentó que esta tendencia era evidente en Italia. La militancia obrera y estudiantil había sido contrarrestada por la “estrategia de la tensión”, la movilización de la extrema derecha y una situación económica en deterioro. Con el fin de oponerse a estas tendencias, Berlinguer propuso una nueva gran alianza como la que las fuerzas antifascistas habían creado en el período 1943-7; es decir, un nuevo frente popular. Los demócratas-cristianos nunca aceptaron al PCI en el gobierno, prefiriendo a los socialistas como socios más flexibles, y Berlinguer dejó caer el proyecto en noviembre de 1979. Sin embargo, los años intermedios fueron testigos de los llamados “gobiernos de Solidaridad Nacional” o “non sfiducia “ (“no desconfianza”) de Giulio Andreotti, basado en la abstención de los partidos de la oposición. Los comunistas y socialistas no formaron parte de estos gobiernos, pero acordaron no provocar su caída.

Según el principal historiador de la Italia de posguerra, Paul Ginsborg, “el ‘cambio profundo en las estructuras económicas y sociales’, que Enrico Berlinguer había previsto como una consecuencia del ‘compromiso histórico’ no aparece por ninguna parte en el registro de la reforma para los años 1976-78” (Ginsborg, 2003: 394). De hecho, concluye Ginsborg, “la cooperación Andreotti-Berlinguer tenía paralelismos desconcertantes con la cooperación entre De Gasperi y Togliatti (no en vano Andreotti había sido el subsecretario de De Gasperi). En ambas ocasiones, los comunistas tenían la tarea difícil de tratar de introducir reformas desde una posición subordinada; pero en ambas ocasiones se dejaron engañar y desviar de sus objetivos por las maniobras de sus adversarios” (Ginsborg, 2003: 400). Perry Anderson llegó a la misma conclusión sobre la base de los resultados electorales: “Cuando llegaron las elecciones en 1979, el PCI perdió un millón y medio de votos, y fue nuevamente abandonado por sus ex asociados. El compromiso histórico no le había proporcionado nada, aparte de la desilusión de sus votantes y un debilitamiento de su base” (Anderson, 2009: 337). Así, el “compromiso histórico” italiano no tiene nada que mostrar en términos de logros históricos reales y, de hecho, sólo representa una etapa en la transformación de los partidos estalinistas de Europea occidental en partidos burgueses reformistas.

Este renacimiento de la política de frente popular coincidió con el exilio mexicano del grupo Pasado y Presente, y fomentó su adaptación a la democracia burguesa en nombre de Gramsci. Burgos sostiene que un papel importante en este proceso fue jugado por un taller realizado en 1980 en Morelia, Michoacán, dedicado a la discusión de la utilidad metodológica y política del concepto de hegemonía, cuyo contenido fue publicado en el libro Hegemonía y alternativas políticas en América Latina (Labastida y del Campo, 1985). Según Burgos, muchos elementos de esta “nueva visión del pensamiento revolucionario en América Latina estaban ‘en obra’ en la revolución sandinista”.

Asimismo: “La influencia de las discusiones originadas en Europa en torno de las corrientes políticas eurocomunistas y de las corrientes teóricas denominadas pos- estructuralistas es también evidente en las discusiones del seminario” (Burgos, 2007).

El último libro de Aricó, La hipótesis de Justo (1999), es una crítica de Juan B. Justo, el líder histórico del Partido Socialista de Argentina -no, sin embargo, del reformismo de Justo, sino de su lado fuerte; es decir, de la organización de la clase obrera en un partido político independiente. Aricó critica “el rechazo por parte de Justo de cualquier propuesta de colaboración de clase que implicara la subordinación del proletariado a otras fuerzas políticas y sociales” (Aricó, 1999a: 88). Como consecuencia de esa política de clase: “El bloque eventual de las clases subalternas era de hecho fragmentado en dos sectores antagónicos y en relación de competencia según un abstracto criterio de modernidad que dejaba fuera un reconocimiento acertado de la naturaleza real del conflicto de clases” (Aricó, 1999a: 117). Una vez más, la terminología gramsciana se utiliza para poner en entredicho la independencia política de la clase obrera.

Conclusión

José María Aricó y el grupo Pasado y Presente tuvieron todas las virtudes y todos los defectos de la intelectualidad local, ambos exacerbados por la profundidad del proceso revolucionario que Argentina y América Latina experimentaron durante los años sesenta y principios de los setenta, y por el grado de reacción subsiguiente. Fue precisamente este carácter típico lo que constituye su significado histórico, ya que supieron articular la radicalización de una capa social en toda América Latina bajo el impacto de la revolución cubana, así como su subsiguiente desradicalización, de manera similar a lo que los intelectuales de Nueva York de fama trotskista habían hecho en una generación anterior (Wald, 1987). Su “gramscianismo” era poco más que una cobertura teórica para su comportamiento político errático, que los llevó del estalinismo al guevarismo, del guevarismo al maoísmo, del maoísmo al peronismo, y del peronismo al radicalismo. Políticamente, su punto más débil fue que se distanciaron del estalinismo empíricamente, debido a la popularidad de foquismo, pero sin realizar una crítica a fondo del estalinismo. Esto los hizo vulnerables a la posterior crisis del estalinismo, que identificaron con una “crisis del marxismo” sans phrase, lo que condujo a su adaptación a la democracia parlamentaria burguesa. A pesar de todo, el grupo dejó un legado positivo en la serie de libros que editó; de hecho, los Cuadernos de Pasado y Presente y la Biblioteca del Pensamiento Socialista están aún a la espera de un continuador.

Daniel Gaido es historiador y profesor de la Universidad Nacional de Córdoba, autor o coautor, entre otros libros, de Theories of Business Cycles and Capitalist Collapse: The Second International and the Comintern Years; The Mass Strike Debate in German Social Democracy y The Formative Period of American Capitalism: A Materialist Interpretation.

 

Constansa Bosch Alessio es historiadora y docente en la Universidad Nacional de Córdoba. Se especializa en historia de la izquierda y prepara actualmente su tesis de doctorado sobre la obra de Liborio Justo.

NOTAS

1. Rolando Astarita ha señalado (Astarita, 2012) que en la traducción de Scaron de El capital, vol. I, capítulo IX, titulado “Tasa y masa del plusvalor”, se lee: “Del hecho de que la masa de la mercancía producida se determine por los dos factores, tasa de plusvalor y magnitud del capital variable adelantado, resulta una tercera ley” (Marx, 1975, p. 371). Aquí “mercancía” es una traducción errónea de lo que se debería haber traducido como “plusvalor”. El original en alemán dice: “Ein drittes Gesetz ergibt sich aus der Bestimmung der Masse des produzierten Mehrwerts durch die zwei Faktoren, Rate des Mehrwerts und Größe des vorgeschoßnen variablen Kapitals” (Marx y Engels, 2005, p 324). En español: “Una tercera ley resulta de la determinación, a través de los dos factores, la tasa de plusvalor y la magnitud del capital variable adelantado, de la masa del plusvalor producido”.

2. El mejor análisis marxista de la política de Gramsci es Paris, 1974. Sobre su rol en la implantación de la política de “bolchevización” de Zinoviev en Italia, ver también Souvarine, 1925; Rosmer, 1925 y Bates, 1976. La mejor exégesis marxista de los Cuadernos de la Cárcel es Anderson, 1978.

3. La carta dice: “Vergiß nicht, daß das Kapital“ bei aller Wissenschaftlichkeit doch in letzter Instanz Tendenzschrift war und unvollendet geblieben ist, nach meiner Ansicht deshalb unvollendet, weil der Conflikt zwischen Wissenschaftlichkeit und Tendenz Marx die Aufgabe immer schwerer machte” (Adler, 1954, p. 261). Mal traducido al español como: “No debe olvidarse que El capital, con toda su cientificidad, en último término era un escrito tendencioso y que quedó inacabado, e inacabado, a mi modo de ver, precisamente porque el conflicto entre cientificidad y tendenciosidad ha hecho cada vez más difícil la tarea de Marx” (Colletti, 1975: 77-78).

4. El grupo Pasado y Presente también publicó una versión española de la antología originalmente editada por Lucio Colletti y Claudio Napoleoni, Il futuro del capitalismo: crollo o sviluppo? en dos volúmenes (Colletti, 1978; Napoleoni, 1978). Aricó editó y, de hecho, añadió textos, a la primera parte de la antología, titulada El marxismo y el “derrumbe” del capitalismo, que contiene textos de Marx, Bernstein, Cunow, Schmidt, Kautsky, TuganBaranowski, Lenin, Hilferding, Bauer, Luxemburgo, Bujarin y Grossmann (Colletti, 1978).

5. El pasaje original de Gramsci en los Quaderni del carcere, no menos erróneo que la exégesis de Aricó, dice: “la formula quarantottesca della «rivoluzione permanente» viene elaborata e superata nella scienza politica nella formula di «egemonia civile». Avviene nell’arte politica ciò che avviene nell’arte militare: la guerra di movimento diventa sempre piú guerra di posizione” (Q13, §28; Gramsci 1975, p. 1566).

6. Una comparación con la definición más extensa ofrecida en el famoso Prólogo de la Contribución a la crítica de la economía política (1859) muestra que en esta definición Marx utiliza el término organización del trabajo (Arbeitsorganisation) como sinónimo de relaciones de producción (Produktionsverhältnisse) y el término fuerzas productivas (Produktivkräfte) como sinónimo de medios de producción (Produktionsmittel).

7. El grupo Pasado y Presente publicó una traducción al español del libro de Roman Rosdolsky, Friedrich Engels y el problema de los pueblos ‘sin historia’, en el mismo año en el que apareció el libro de Aricó, Marx y América Latina. Los escritos de Engels sobre los pueblos eslavos del sur, que Rosdolsky atribuye arbitrariamente a una supervivencia de la filosofía hegeliana (el concepto de “pueblos sin historia” en la Filosofía de la mente o del espíritu de Hegel) fueron motivados por el papel reaccionario jugado en las revoluciones de 1848-49 por los croatas, bajo la dirección de su ban Josip Jelačić, el cual apoyó la monarquía de los Habsburgo contra el gobierno revolucionario de Lajos Kossuth en Hungría y en contra de la insurrección de octubre de 1848 en Viena, aplastado por Windischgrätz, inmediatamente después de la represión de la revolución de los eslavos de Praga. Engels sospechaba (no del todo erróneamente, como lo demostró más adelante la “confesión” de Bakunin al zar Nicolás I) que los paneslavistas estaban siendo utilizados como instrumentos de la política exterior zarista. Rusia era entonces, antes de la abolición de la servidumbre en 1861, el bastión de la reacción en Europa: envió a Austria los 200.000 soldados que permitieron el emperador austriaco aplastar al ejército revolucionario de Kossuth (sobre el libro de Rosdolsky, ver Haberkern, 1999).

8. Sobre este tema ver el ensayo seminal de John Phelan (1968) y el más reciente tratamiento por Leslie Bethell (2010). “Los defensores de la idea de ‘América Latina’ -señala Bethell- consideraban que los Estados Unidos eran su enemigo. La anexión de Texas en 1845, la guerra con México (1846-8), la fiebre del oro en California, el interés estadounidense en una ruta interoceánica a través del Istmo de Panamá, las constantes amenazas con ocupar y anexar Cuba y, sobre todo, la invasión de Nicaragua por William Walker en 1855, todos confirmaron su creencia de que Estados Unidos sólo podría cumplir su “destino manifiesto” a expensas de América Latina”. Pero, agrega Bethell, la propaganda ‘latina’ no era más que una tapadera para la intervención francesa y española en lo que consideraban como sus propios patios coloniales en América: “En la década de 1860, como resultado de la intervención de Francia en México en 1861, de la anexión española de Santo Domingo en 1861-5, y de las guerras de España con el Perú (1864-66) y Chile (1865-66), Francia y España se sumaron a Estados Unidos como el enemigo. Fue por esta razón que algunos estadounidenses españoles prefirieron verse a sí mismos como parte de ‘América Española’, ‘Hispanoamérica’ o simplemente ‘América del Sur’ en lugar de ‘América Latina’. Para ellos, la latinidad representaba conservadurismo, antiliberalismo, anti-republicanismo, catolicismo y, no menos importante, lazos con la Europa latina -es decir, con Francia y España” (Bethell, 2010: 459-60).

9. Según Aricó, un factor que contribuyó a la supuesta “ceguera teórica” de Marx fue su resistencia “a reconocer en el Estado una capacidad de ‘producción’ de la sociedad civil y, por extensión, de la propia nación” (Aricó, 2010: 168), ya que, debido a “su oposición teórica al concepto estatal hegeliano”, Marx se negó a “reconocer el momento político en su autonomía” (Aricó, 2010: 173). Así, Marx es acusado por Aricó tanto de retener ciertas categorías hegelianas -por ejemplo, el concepto de ‘pueblos sin historia’- como de rechazar otras.

10. El texto de Lyotard de 1979, La condición postmoderna, es una diatriba contra la “metanarrativa” marxista y su objetivo de emancipar a la clase obrera de la esclavitud asalariada: “En origen, la ciencia está en conflicto con los relatos. Medidos por sus propios criterios, la mayor parte de los relatos se revelan fábulas. Pero, en tanto que la ciencia no se reduce a enunciar regularidades útiles y busca lo verdadero, debe legitimar sus reglas de juego. Es, entonces, cuando mantiene sobre su propio estatuto un discurso de legitimación, y se la llama filosofía. Cuando ese metadiscurso recurre explícitamente a tal o tal otro gran relato, como la dialéctica del Espíritu, la hermenéutica del sentido, la emancipación del sujeto razonante o trabajador, se decide llamar «moderna» a la ciencia que se refiere a ellos para legitimarse”.

11. La distancia muy estrecha entre el ala “progresista” y las alas más reaccionarios de las clases dominantes de América Latina se desprende de los planes de reforma agraria del más progresista de los caudillos producidos por el desmembramiento del Virreinato del Río de la Plata, José Gervasio Artigas, el padre fundador de Uruguay. El Reglamento provisorio de 1815 o Reglamento de tierras de Artigas distribuía 7.500 hectáreas (cuatro suertes de estancia: 1/2 legua de frente por 1,5 de fondo) a cada familia para que se dedique a la ganadería, independientemente de su raza (Barran y Nahum, 1977: 282). Por supuesto, incluso esas unidades eran latifundios. En comparación, la Ley de Asentamientos Rurales estadounidense (Homestead Act de 1862), aprobada durante la Guerra Civil, asignaba 65 hectáreas a cada familia de colonos, con las que podía vivir una familia dedicada a la agricultura, y el StockRaising Homestead Act de 1916, para las zonas no aptas para la agricultura, les otorgaban 260 hectáreas (para 1934 se habían entregado más de 110 millones de hectáreas de tierras públicas). Esto revela que la economía de las colonias españolas y portuguesas no sólo no era capitalista, como lo afirmaba Sergio Bagú (así como Nahuel Moreno y Milcíades Peña), sino que en gran parte ni siquiera era feudal -era una economía pre-feudal, pastoril. Por supuesto, si cada familia ocupaba una superficie de 7.500 hectáreas, era imposible desarrollar un mercado interno adecuado para el desarrollo industrial.

12. Por ejemplo, describiendo la ejecución de Manuel Piar, un caudillo pardo (mulato) que ascendió al rango de general en jefe del ejército de la independencia por decreto del mismo Bolívar, Lynch escribe: “Bolívar confirmó la sentencia y lo hizo ejecutar públicamente por un pelotón de fusilamiento en la plaza principal de Angostura por ‘proclamar los principios odiosos de guerra de colores… instigar a la guerra civil; convidar a la anarquía; aconsejar el asesinato, el robo y el desborde’ [Bolívar, 5 de agosto de 1817]. La sentencia puede haber sido deficiente en términos legales, pero Bolívar había calculado cuidadosamente al ejecutar a Piar. Piar representaba el regionalismo, el personalismo y la revolución Negra. Bolívar representaba el centralismo, el constitucionalismo y la armonía racial [?]” (Lynch, 2007: 107).

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