La determinación práctica (social e histórica) de todo desarrollo teórico impide pensar a la ciencia y metodología marxista como la reproducción “puramente objetiva” (por fuera de toda concepción del mundo, filosofía o ideología) de las condiciones sociales de existencia. En el proceso de conocimiento de la realidad, como en toda actividad humana, se juegan elementos de la propia subjetividad, elaboraciones e intereses, que condicionan los resultados de éste. No es una mera recepción mecánica de la realidad objetiva. Esta fue, desde sus inicios, la base metodológica que diferenció el materialismo histórico de Marx de las concepciones materialistas anteriores.
Calificadas como vulgares o mecanicistas, en sus críticas a Feuerbach y los economistas burgueses, señaló que éstas conducían a una eternización de las categorías teóricas y, por lo tanto, de las relaciones sociales de las cuales pretenden dar cuenta.
Sin embargo, en la tradición socialista inmediatamente posterior a Marx y Engels, hacia fines del siglo XIX e inicios del XX se produce una suerte de regresión a las concepciones materialistas anteriores. Son las tendencias teóricas que predominarán en el seno de la II Internacional, tanto en las corrientes del revisionismo como en las del llamado “marxismo ortodoxo”1.
En un plano político, este “objetivismo” epistemológico se traducirá en una comprensión gradualista de la historia (economicismo) y antirevolucionaria. Por otro lado, como señalamos en un reciente artículo,2 la legítima reacción frente a esta concepción pasiva de la subjetividad conllevará también al surgimiento de toda una corriente teórico-política que buscará reinterpretar el legado de Marx y Engels en clave “subjetivista-voluntarista”. Llegando, incluso, los sectores más idealistas, a plantear la existencia de “dos Marx”, oponiendo “el humanismo” del joven Marx de los Manuscritos o de El manifiesto, al “economicismo” del Marx maduro de El capital3. El primero, más afín a la tradición humanista, resaltaría el rol de la subjetividad y la acción en la constitución de la propia historia humana. Es el Marx que señala que, “el motor de la historia es la lucha de clases”. Mientras que el segundo, el de El capital, no vería en el hombre más que un productor de bienes materiales, condicionado totalmente por lo económico. Es el Marx “objetivista”, que indica que son las relaciones de producción en choque con las fuerzas productivas las que determinan el curso de la historia y la revolución social.
Promediando la década de 1920 el filósofo húngaro y militante comunista Georg Lukács tuvo la particularidad de ser uno de los principales críticos de las concepciones materialistas vulgares u objetivistas al interior del marxismo, y de las consecuencias prácticas a las que éstas llevaban, pero que, sin embargo, evitó caer en la posiciones subjetivistas, que posteriormente llevaron a la revisión y a la introducción de elementos idealistas en el pensamiento marxista del siglo XX. Nos proponemos en el presente artículo rescatar sus aportes filosóficos y políticos al marxismo, centrándonos en las obras fundamentales de esta época, que si bien son relevantes para entender las desviaciones del economicismo, su riqueza consiste en que también lo son para dar cuenta de los problemas teóricos y políticos de la otra cara de la moneda, las de la reacción subjetivista-voluntarista.
La crítica al economicismo y al mecanicismo objetivista
El mecanicismo objetivista, sumado a una filosofía de la historia que transforma a lo económico en una suerte de espíritu absoluto hegeliano que determina la vida de los hombres sin más, introdujeron una suerte de dualismo metodológico en la teoría marxista hacia finales del siglo XIX. Este dualismo tendrá su manifestación teórico-política en la polémica contraposición entre la teoría del derrumbe del capitalismo de Marx, producto de leyes objetivas del funcionamiento del propio capital, y la teoría de la acción revolucionaria, que entiende a la subjetividad como momento decisivo y determinante para terminar con el capitalismo4. Es una oposición que tendrá como trasfondo epistemológico un tratamiento unilateral, tanto de los llamados elementos objetivos (la estructura y leyes económicas) como de los subjetivos (la acción política y la superestructura).
Contrariamente a esta posición e influenciado por el contexto revolucionario de la Europa de 1917-1921, el joven filósofo y militante del PC húngaro G. Lukács, comenzará a desarrollar una labor teórica que tendrá como objetivo recuperar para el marxismo la concepción dialéctico-histórica del sujeto/objeto. Su obra fundamental en este período Historia y conciencia de clase (1923), su continuación Lenin (1924) y un descubrimiento reciente titulado Seguidismo y dialéctica (1926) darán cuenta de esta fructífera tarea, independientemente de sus tempranas posiciones políticas de corte voluntarista (ultraizquierdista), asociadas indudablemente a los acontecimientos revolucionarios que dieron lugar a la efímera República Soviética Húngara (1919), y de los giros teóricos y políticos en los que Lukács se verá involucrado a partir de 1930 durante el período estalinista.
Inspirado en la tradición marxista representada por Lenin y polemizando con el economicismo reinante en la II Internacional, Lukács se pregunta: “¿Qué es el leninismo sino la insistencia permanente sobre el rol activo y consciente del momento subjetivo? ¿Cómo podría ser posible, incluso, imaginarse uno la idea básica de Lenin de la preparación y organización de la revolución sin un papel tan activo y consciente del momento subjetivo? Hay momentos clave de la lucha, como el de la insurrección, en donde el momento subjetivo tiene una predominancia decisiva. Son instancias donde todo depende de la conciencia de clases, de la voluntad consciente del proletariado, están implicadas cualidades puramente subjetivas. Aunque esto no signifique que puedan desempeñar un papel de forma independiente del desarrollo social y económico” (Lukács, 2000: 48, 52-62).
En este mismo sentido, pero en un plano epistemológico, Lukács señala en Historia y conciencia de clase que si es el ser social es el que determina la conciencia, y no a la inversa; es decir, cuando el núcleo del ser se ha revelado como acaecer social: “puede aparecer el ser como producto -hasta ahora inconsciente- de la actividad humana y esa actividad misma, a su vez, como elemento decisivo de la transformación del ser (…) las formas sociales mistificadas como si fueran relaciones naturales, en cambio, se contraponen al hombre como datos fijos, ya terminados, esencialmente inmutables, cuyas leyes él puede a lo sumo aprovechar, pero sin conseguir nunca transformarlas. Por otra parte, esa concepción del ser recluye la posibilidad de la práctica dentro de la conciencia individual. La práctica se convierte en forma de actividad del individuo aislado: en ética. El intento de Feuerbach de superar a Hegel fracasó precisamente en este punto: Feuerbach se ha detenido ante el individuo aislado de la “sociedad civil”, igual que el idealismo alemán y mucho más que Hegel” (1985: 97). Aquí Lukács toma la idea de Marx presente en las Tesis sobre Feuerbach, que consiste en entender la “sensibiliad”, el objeto, la realidad, como actividad sensible humana; es decir, como una toma de conciencia del hombre acerca de sí mismo como sujeto y, simultáneamente, objeto del acaecer histórico-social. Por eso cita a Marx cuando señala en la Contribución a la crítica de la economía política que “al igual que en toda ciencia social en general, siempre puede comprobarse en el proceso de las categorías económicas. que las categorías expresan formas de ser, condiciones de existencia”.
Por todo esto, la esencia metódica del materialismo histórico, su conocimiento de la realidad, no puede separarse de la “actividad práctico-crítica” del proletariado: ambos son momentos del mismo proceso de desarrollo de la sociedad. Para Lukács, el planteamiento neopositivista del austromarxismo -de separación metódica de la “pura” ciencia con respecto del marxismo, del socialismo, es un pseudoproblema, como todas las cuestiones análogas: el método marxista, como conocimiento de la realidad, no se consigue más que desde el punto de vista de clase, desde el punto de vista de la lucha del proletariado (1985: 97). El rol de la subjetividad en el proceso de conocimiento tiene que ver con esta determinación práctica de los actos de conciencia, en donde se ponen en juego los intereses y objetivos del sujeto cognoscente.
Esto último no significa, en modo alguno, que el conocimiento de los intereses históricos del proletariado como clase, o la actitud metódica respecto de aquél, se den en el proletariado (y aún menos en el proletariado individual) de un modo natural e inmediato. El papel dirigente del proletariado en la revolución tiene su fundamento objetivo debido al lugar que ocupa en el proceso capitalista de producción. Sin embargo, la conciencia de esta situación, su conciencia de clase, no nace en él de manera progresiva y espontánea, sin tropiezos ni regresiones, como si pudiera desarrollar ideológicamente su misión revolucionaria a partir tan sólo de su posición de clase. Pensar esto último sería aplicar el marxismo de manera mecánica (2004: 32).
Las polémicas contra la II Internacional apuntan justamente a esta imposibilidad de una transformación puramente económica del capitalismo en socialismo. A menudo existe una brecha muy significativa entre la “madurez” de las condiciones objetivas (derrumbe capitalista e intensificación del sufrimiento de las masas) y el nivel de conciencia de la mayoría de los trabajadores que no logra comprender claramente las fuentes de su miseria y qué hacer para acabar con ella. Las malas condiciones de existencia no se reflejan inevitablemente en un cada vez mayor grado de conciencia revolucionaria por parte de los trabajadores. La incomprensión de este problema por parte del marxismo economicista lleva a la conclusión errónea de que la ausencia o el fracaso de la revolución demuestra su imposibilidad debido a que las condiciones “objetivas” de la crisis capitalista no estaban lo suficientemente maduras (2000: 66-8).
Ante esta imposibilidad de una transformación mecánica de las condiciones objetivas en subjetivas, Lukács plantea que Lenin fue el primero en atacar este problema en su dimensión teórica y en su aspecto práctico más importante: el de la organización revolucionaria.
Centrado en este rol activo de la subjetividad, Lukács toma nota de la perspectiva formulada por Lenin durante la crisis de la Primera Guerra Mundial: “Porque no es el caso de que de cada situación revolucionaria se desprenda una revolución, para desembocar en una situación tal es necesario que, además de las condiciones objetivas, se desarrolle el factor subjetivo, a saber, la capacidad de las organizaciones revolucionarias para llevar acciones revolucionarias de masas que sean lo suficientemente fuertes como para acabar con el antiguo régimen, que nunca, ni siquiera en un período de crisis, colapsa, a menos que uno lo haga estallar” (2000: 101, 50-51). La clave del leninismo radica en esta suficiente autonomía relativa del factor subjetivo que incide de manera determinante en la situación objetiva. Existe una dialéctica de los factores subjetivos/objetivos, una interacción que se opone a la inevitabilidad del socialismo del fatalismo objetivista. En este sentido, agrega Lukács, los éxitos o fracasos del movimiento obrero, las acciones subjetivas y sus consecuencias, conforman posteriormente realidades objetivas que condicionan las acciones futuras de la clase obrera, lo que significa que las “causas objetivas eran. previamente subjetivas” (2000: 52, 55). El enfoque marxista no puede sino fundarse en esta compleja interacción concreta de ambos factores.
También contra el subjetivismo y el voluntarismo
Los detractores de Lukács no tardaron en señalar que esta concepción de Lenin que retoma el filósofo húngaro, llevaba a los revolucionarios a separarse de la vida real de su clase, convirtiéndose aquéllos en una secta o grupo de conspiradores (blaquismo-voluntarismo). Sin embargo, la posición de Lenin en ningún momento plantea que “el grupo de revolucionarios deba arrastrar detrás de sí, gracias a su acción independiente y valerosa, a la masa inerte, poniéndola frente al hecho consumado de la revolución. La idea leninista de la organización presupone el hecho objetivo de la revolución, de su actualidad” (2004: 33). Sólo el carácter actual de la crisis del capitalismo y de su contracara, la revolución social, justifica que una organización revolucionaria no se trasforme en una secta. El partido, la organización de combate de tipo bolchevique sólo tiene sentido histórico si estamos en una época de catástrofe capitalista, de guerras imperialistas y revoluciones proletarias como marcaba Lenin.
Pero tal situación no puede ser producto de la mera actividad de la organización revolucionaria, sino de todo un desarrollo histórico de las fuerzas económicas objetivas. La tarea del partido, señala Lukács, es prever el sentido de la evolución de las fuerzas económicas para señalar, en fin, cuál deberá ser la actitud del proletariado ante la situación surgida (2004: 40). La organización debe poder analizar y distinguir las manifestaciones particulares del momento histórico, donde a las situaciones de cierta estabilización pueden sucederse inmediatamente situaciones revolucionarias y viceversa, de la caracterización más general de la época. Porque sólo a través de este análisis de la totalidad histórico-social y del lugar que el proletariado ocupa en ella, puede derivarse, a partir de una intervención sistemática en las luchas concretas (económicas, políticas, etcétera), una conciencia revolucionaria.
No ver la situación objetiva de la descomposición del capitalismo (guerra imperialista y revoluciones proletarias), como característica fundamental de la época, entendiendo que esta situación sólo puede ser generada por la subjetividad, nos puede llevar a dos errores: el primero ya señalado, el ultraizquierdismo (voluntarismo ético), que lleva al aislamiento; el segundo, el del oportunismo, que plantea que los factores subjetivos todavía no se han desarrollado y se limita a una intervención que va a la saga de los acontecimientos, ya sean los políticos como los de la lucha económica.
El culto de la subjetividad se aleja del marxismo porque subestima el condicionamiento sobre ésta de las condiciones materiales de existencia. Al no haber un anclaje en las condiciones objetivas del desarrollo del capitalismo en su conjunto, las de su decadencia histórica y tendencia al derrumbe, la subjetividad, a pesar de los subjetivistas, no escapa a los condicionamientos objetivos de la sociedad burguesa; es decir, los que ejercen la política y la economía burguesa, cuyo rol principal es reproducir y perpetuar la sociedad existente.
En referencia a esto, tanto Lenin como Lukács señalan que “si los compromisos y las transacciones de la política cotidiana (realpolitik) no se hacen en relación directa y lógica con el carácter actual de la revolución, se pierde de vista el objetivo. El verdadero revolucionario es el que es consciente que vivimos en una época revolucionaria y extrae las consecuencias prácticas de ello, considerando siempre el conjunto de la realidad histórico-social. Siempre hay que aprovecharse de toda tendencia, aunque sea temporalmente, que favorezca la revolución o que, por lo menos, debilite a sus enemigos. Y siempre teniendo en cuenta el punto de vista dialéctico acerca de que las tendencias que hoy pueden favorecer a la revolución, mañana pueden serle funesta, y viceversa” (2004: 90).
Por otro lado, el rechazo a intervenir en la política burguesa por cuestiones de principio equivale siempre a evadirse de las luchas decisivas, implicando un derrotismo respecto de la revolución. Lenin calificaba a estos de “oportunistas de izquierda”, aludiendo a la común perspectiva con los reformistas, quienes ven, por el contrario, en la transacción un principio de realpolitik opuesto al principismo dogmático (ídem). Lo mismo vale para aquéllos que haciendo culto de las “subjetividad obrera” dada, limitan su intervención a sus luchas económicas, pretendiendo, al igual que el economicismo-objetivista, que de ésta se desprenda su conciencia revolucionaria sin más. Todas estas políticas oportunistas coinciden en una caracterización pesimista respecto de la proximidad y actualidad de la revolución; es decir, como el rasgo que distingue a la tendencia primordial de la época.
La “última instancia” de lo económico, la subjetividad revolucionaria y la organización
En Seguidismo y Dialéctica, Lukács hace una distinción entre la conciencia revolucionaria de la clase obrera y la conciencia real de los trabajadores. Aquí el partido, señala, juega un papel esencial en el establecimiento y difusión de la conciencia de clase verdadera. Pero, se pregunta “¿qué es lo que hace que una conciencia sea más verdadera o correcta que otra? La respuesta es simple: porque una conciencia corresponde a la posición económica y social de la clase en su totalidad, mientras que la otra se queda en la inmediatez de los intereses particulares y temporales” (2000: 71-72).
La perspectiva, entonces, que implica una visión más exhaustiva de los hechos -es decir, una visión de conjunto (histórica) de la realidad social y del lugar que se ocupa en ella- ofrece pautas más adecuadas para la acción. Por esto mismo, para Lukács, un nivel de conciencia tal no puede surgir espontáneamente sino que debe implicar un cierto grado de deliberación y compresión por parte de la vanguardia obrera. Si no hay comprensión de la situación objetiva en su totalidad, la realidad se me impone, como al empirista los hechos, y no hay subjetividad transformadora sino contemplativa.
Llegado a este punto, es importante remarcar, entonces, que para el Lukács de los años 20, claramente influenciado por el pensamiento de Lenin, la recuperación de la subjetividad frente al economicismo de la II internacional no implica la negación de la supremacía de las fuerza objetivas materiales que condicionan en conjunto el proceso histórico. En Lenin señala claramente: “Los acontecimientos y situaciones que van sucediéndose son, de todos modos, fruto de las fuerzas económicas de la producción capitalista, fuerzas cuya influencia determinante acontece de manera ciega, como sucede con las leyes de la naturaleza. Pero tampoco de manera mecánica y fatalista” (2000: 40). En este período de su pensamiento nunca abandona el materialismo epistemológico que es una piedra fundacional del pensamiento marxista. El rol de la subjetividad se inserta siempre en una relación concreta de lo subjetivo/objetivo, que para el marxismo puede resumirse en la conocida frase del 18 Brumario: “Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado”. Estas circunstancias son el resultado de todo un desarrollo histórico que es preciso develar científicamente para poder actuar en función de una transformación de dichas circunstancias.
Aquí vale la apreciación de Lukács acerca de que la escisión del movimiento obrero tiende, cada vez más, a adoptar la forma de una controversia en torno de la caracterización general de la época. Controversia sobre si ciertos fenómenos económicos (concentración del capital, colonialismo, etcétera) son sólo estadíos cuantitativamente superiores de la evolución normal del capitalismo o vienen a insinuar, por el contrario, la inminencia de una nueva época del capitalismo (imperialismo). Controversia en torno de si las guerras, cada vez más frecuentes, han de ser consideradas como algo episódico o bien han de ser consideradas como signos de un período en el que irán desarrollándose guerras cada vez más violentas. En función de una u otra caracterización de las condiciones objetivas es que se derivarán distintos métodos de lucha del proletariado (2004: 48 y ss).
La conciencia revolucionaria se desarrolla, entonces, a través de la experiencia de una lucha de conjunto, no limitada a la discusión del precio de la fuerza de trabajo, sino de una lucha política contra el Estado y el conjunto de la organización social capitalista. Hay una unidad metodológica entre la idea de que el capitalismo ya no puede dar ninguna salida positiva a las necesidades más elementales de las masas (derrumbe) y la conciencia revolucionaria.
Este tipo de análisis no puede surgir espontáneamente y, en consecuencia, Lukács reivindica la idea de Lenin del ¿Qué hacer? acerca de que la conciencia revolucionaria sólo puede ser introducida en los trabajadores desde afuera; es decir, desde las organizaciones de revolucionarios que dan una lucha sistemática por derrotar al capitalismo. Esta tesis de Lenin, muchas veces criticada como elitista, sin embargo, está en la génesis misma del marxismo, ya que, después de todo, la extracción social de Marx y Engels era no proletaria. La cuestión consiste, en realidad, en explicar por qué es posible un desarrollo teórico como el de Marx y Engels. Lukács señala que los que acusan a Lenin, en realidad, no ven la “interrelación dialéctica entre el ‘desde afuera’ y ‘la clase obrera’”. Ya que “aunque Marx y Engels provengan de la clase burguesa, el desarrollo de su doctrina es, sin embargo, un producto del desarrollo histórico de la clase obrera”. Y también, agrega, “de la confluencia en la figura de Marx de lo mejor del pensamiento de la época: la filosofía alemana, la economía inglesa y la política francesa (Hegel, Ricardo y los historiadores socialistas franceses)” (2000: 82). Una doctrina que es el resultado de todo un desarrollo histórico, de la clase obrera y del pensamiento social de la época, pero que, a la vez, se enriquece y prosigue su desarrollo en estrecho contacto con el movimiento obrero real.
Los fundadores de la I internacional pueden introducir su doctrina en el movimiento obrero porque ya existía un movimiento obrero que comenzaba organizarse y a dar batalla contra el capitalismo. Y la doctrina elaborada por Marx y Engel rápidamente mostró toda su realidad cuando comenzó a dar forma y expresión a esas luchas, marcando una perspectiva y un programa como salida: la lucha por el poder y el socialismo. Es importante señalar aquí que entre las condiciones “objetivas” siempre hay que considerar la evolución política de la clase obrera; un punto imposible de abordar sin la intervención de la vanguardia organizada como partido. En este punto, lo “subjetivo” toma las formas de la acción objetiva y viceversa, esta última se expresa como voluntad y práctica colectiva de los sujetos.
Por lo tanto, para Lukács, la teoría, el programa, el análisis de las condiciones objetivas y la lucha de clases del proletariado no se desarrollan a lo largo de dos líneas paralelas que sólo se reúnen en un sentido externo; por el contrario, forman una unidad de interacción. Lukács insiste en la idea de Lenin de que la conciencia de clases revolucionaria (socialista) va más allá de la simple confrontación entre obrero y patrones en los lugares de trabajo. “La lucha espontánea del proletariado no se convertirá en verdadera lucha de clases hasta que la lucha del proletariado esté dirigida por una fuerte organización de revolucionarios” (2000: 83). Esto no significa, sin embargo, asignar el liderazgo a los intelectuales que provienen de la burguesía, como tampoco plantear a los intelectuales y a los trabajadores como categorías distintas, como elementos separados. Dentro del partido revolucionario, toda dualidad entre intelectuales y obreros, entre programa y acción, entre teoría y movimiento obrero, deben cancelarse y fusionarse en una acción común en función de los intereses de clase y el socialismo.
La comprensión metodológica de esta interacción entre lo subjetivo y lo objetivo lleva al marxismo a la conclusión de que la lucha contra el enemigo de clase implica una lucha de conjunto y una comprensión del rol del proletariado en la totalidad social capitalista y de su evolución política en ella y, por lo tanto, no puede prescindir ni desarrollarse independientemente de la elaboración estratégica y organización que implica la lucha política de partidos.
Diego Bruno es filósofo y profesor de la Universidad de Buenos Aires. Integrante del comité editorial de la revista Hic Rodhus. Crisis capitalista, polémica y controversias y del programa de investigación Ubacyt “Explotación del trabajo y crisis capitalista”.
NOTAS
1. En ese sentido, ver críticas a Bernstein, Cunow, Adler y Hilferding en Georg Lukacs, Historia y conciencia de clase, ed. cit., pp. 78, 83-85, 93.
2. Diego Bruno: “Sebastiano Timpanaro y la reivindicación del materialismo en la obra de Marx y Engels”, En defensa del marxismo Nº XXX, noviembre de 2014.
3. Desde su publicación completa en 1932, los Manuscritos de 1844 generaron una gran polémica, despertando originalmente el interés de diferentes teóricos socialdemócratas, quienes subrayan su humanismo, considerando el texto como representativo del “auténtico marxismo”. Después de la Segunda Guerra Mundial fue abordado por los filósofos católicos neotomistas y por los filósofos existencialistas, como Jean Paul Sartre, Jean Hyppolite o Maurice Merleau-Ponty, también en la línea de hacer de Marx un humanista o un moralista, a partir de la concepción del hombre de los Manuscritos. Esa interpretación apuntaba con toda claridad a contraponer el joven Marx al Marx de la madurez, reivindicando al primero para desvalorizar el segundo, y postulando al primero como el verdadero Marx. Ejemplos de esta perspectiva humanista abstracta, en E. Fromm, Marx y su concepto del hombre, México, FCE, 1970, y M. Rubel, Karl Marx, Ensayo de biografía intelectual, Buenos Aires, Paidós, 1970. Críticas a estos autores, en A. Sánchez Vázquez, Filosofía y economía en el joven Marx. Los manuscritos de 1844, México, Grijalbo, 1982 y E. Mandel, La formación del pensamiento económico de Marx, México, Siglo XXI, 1968.
4. Sobre esta polémica, ver Pablo Rieznik, “¿Qué es la teoría del derrumbe del capitalismo? (Y cómo son las cosas)”, en Hic Rhodus N° 6, junio de 2014.
Bibliografía de Georg Lukács
-1985 (1923): Historia y conciencia de clase, trad. Por Manuel Sacristán, Sarpe.
-2004 (1924): Lenin. La coherencia de su pensamiento, trad. Por Jacobo Muñoz. La Rosa Blindada.
– 2000 (1926): A Defence of History and Class Consciousness: Tailism and the Dialectic, translated by Esther Leslie, London: Verso