El 24 de abril de 1916, el Ejército Ciudadano Irlandés, que luchaba por instaurar una república de trabajadores, junto a al ala izquierda de los Voluntarios Irlandeses, organizaron un levantamiento armado contra el Imperio Británico para proclamar la constitución de la República de Irlanda, nación ocupada por el Imperio desde 1169, un sojuzgamiento que los irlandeses bautizaron como “el largo dolor”.
Fue el gran levantamiento antiimperialista durante la Primera Guerra Mundial y caldo de cultivo de la Revolución Rusa, que se produciría poco después. Lo advertiría Lenin, que aclamó la rebelión y polemizo duramente con el ala derecha del socialismo y la socialdemocracia que condenó o despreció el levantamiento como un golpe de estado de la pequeño burguesía: “la dialéctica de la historia es tal que las pequeñas naciones, carentes de poder como factor independiente de la lucha contra el imperialismo juegan su papel como uno de los fermentos, uno de los bacilos que ayudan a la fuerza antiimperialista real, al proletariado socialista, a hacer su entrada en escena” (Lenin, 1960).
Una celebración partida en dos
En otro abril, solo que en 1998, y a instancias del imperialismo, el nacionalismo que se considera heredero de aquel levantamiento firmó la partición de Irlanda, es decir renunció a los objetivos últimos de su lucha, la unidad nacional y la expulsión del opresor colonial inglés. El Sinn Fein -brazo político del Ejército Republicano Irlandés (IRA)- suscribió el mantenimiento de Irlanda del Norte bajo jurisdicción de la Corona. Para eso reformó sus estatutos y derogó la cláusula que prohibía su participación en un parlamento británico. El acuerdo -monitoreado por Bill Clinton y Tony Blair- le garantizó a la minoría unionista (probritánica) un derecho de veto. La “paz” en Irlanda fue, además, un eslabón de la constitución de la Unión Europea, lo que significó el sometimiento del conjunto de Irlanda -nación atrasada- al capital europeo.
Esta bancarrota política explica el carácter esquizofrénico de la celebración de los 100 años. Medio millón de personas se lanzaron a las calles en Dublín, una ciudad que apenas llega al millón. En oposición, el gobierno de coalición ocupó una tribuna en el más absoluto silencio y el presidente se limitó a colocar una ofrenda floral. Irlanda sigue partida. Para Suzanne Breen (una periodista que fue llevada a los tribunales por no facilitar información sobre el IRA) “no importa cuánto se pavoneen (los dirigentes nacionalistas) y su arrogancia, los británicos ganaron la guerra. los líderes de Sinn Fein hicieron todas las cosas que prometieron no volver a hacer”. “Bobby Sands (militante del IRA que perdió la vida por una huelga de hambre contra el encarnizamiento carcelario en 1981) no es ahora más que una máquina de hacer dinero para el Sinn Fein” (Norte de Irlanda, 8/3/2016).
Por qué Irlanda
Irlanda fue el baluarte de los grandes propietarios de tierra ingleses. “La lucha económica se concentra allí en la propiedad territorial, dado que allí esta lucha es, a la vez, una lucha nacional y dado que el pueblo de Irlanda es más revolucionario y está más exasperado que el de Inglaterra”. Si este régimen “se desmorona en Irlanda tendrá que desmoronarse en Inglaterra”, dirá Carlos Marx en 1870, en una comunicación confidencial al Consejo de la Internacional. Allí planteará que “la condición preliminar de la emancipación de la clase obrera inglesa es la transformación de la actual unión coercitiva, es decir, el avasallamiento de Irlanda, en alianza igual y libre si esto fuese posible y, si no, su separación completa” (Marx, 1870).
La rebelión nació de los siglos de opresión nacional sufridos por el pueblo irlandés en beneficio de terratenientes y capitalistas británicos, de la ocupación permanente del ejército inglés, de la inmigración forzosa de irlandeses pobres, de la división (orquestada) entre el obrero inglés y el obrero celta. “El obrero medio inglés odia al irlandés, al que considera un rival que hace que bajen los salarios y su nivel de vida”, acotará Marx. Esta opresión contó con el apoyo de la jerarquía católica, unidos por lazos de interés a la gran burguesía inglesa.
Caracterizar la dirección del levantamiento de Pascua de 1916 remite a su dirigente más lúcido y respetado, James Connolly, quien se reconocía como marxista. Se pronunció contra la traición de los dirigentes socialistas y del movimiento obrero cuando éstos apoyaron la guerra imperialista. Trazó una línea divisoria con la clase capitalista a escala internacional y una delimitación de clase en la lucha nacional: “Estamos por una Irlanda para los irlandeses. Pero, ¿quiénes son los irlandeses? No el casero rentista poseedor de suburbios, no el capitalista sudoroso triturador de beneficios, no el pulcro abogado untado, no el prostituido hombre de la prensa. No son éstos, sino la clase obrera irlandesa, la única base sólida sobre la que se puede alzar una nación libre” (Connolly, 2014).
Connolly era secretario general del Sindicato del Transporte en Irlanda y había organizado el Ejército Ciudadano para defenderse de los ataques de rompehuelgas y policías y como laboratorio de la lucha contra los ocupantes británicos. En alianza con una fracción de los Voluntarios Irlandeses, una fuerza nacionalista de clase media, preparó el levantamiento. Ambas corrientes se proponían el liderazgo de las masas campesinas y obreras, defendían las cooperativas de producción y consumo como una fuerza no solo económica sino política, y se apoyaban fuertemente en la intelectualidad irlandesa republicana y nacionalista.
Los alcances y los límites
El 24 de abril de 1916, una fuerza armada importante (1.600 a 3.000 efectivos) dominó el centro de Dublín, ocupó el edificio de Correos -el equivalente desde entonces a nuestra Plaza de Mayo- e instauró allí el gobierno provisional de la República de Irlanda. La proclama que anunciaba la liberación de Irlanda estaba firmada por siete dirigentes: Connolly, Clark, Plunkett, Mac Donald, Synt, Pears y Mac Dirmede e invocaba “la alianza de todos los irlandeses e irlandesas” (una referencia de género reveladora del papel de la mujer en el movimiento emancipador). Proclamaba la “libertad religiosa y civil, e igualdad de derechos y oportunidades a todos sus ciudadanos” y un gobierno “electo por el sufragio de todos sus hombres y mujeres”. La dirección del levantamiento no se propuso convocar una huelga general, lo que podría haber paralizado al ejército británico.
La actitud del campesinado
Los insurrectos tropezaron de entrada con la posición apática del campesinado, en el que se sentía la influencia de las leyes agrarias de 1903/09. Como parte de la preparación para la guerra, la Corona británica resolvió emprender una reforma agraria radical, que alejara la posibilidad de una insurrección en medio de la contienda. El gobierno conservador hizo votar un crédito de 112 millones de libras esterlinas para rescatar la tierra a los terratenientes y entregarla a los campesinos, pagadera en condiciones accesibles y a largos plazos. El objetivo era “convertir al arrendatario irlandés carente de tierra, revolucionario eterno y natural, en pequeño propietario” (Tarlé, 1960).
Al mismo tiempo, los obreros más pobres miraron con simpatía el movimiento de lucha, pero no se plegaron a él. Sea por miedo, sea por el carácter relativamente conspirativo del movimiento, sea por el peso de las migajas que recibía de las leyes sociales dispuestas por el gobierno británico, previendo el choque con el Imperio Alemán. En este escenario, el ejército inglés demolió edificios y barrios enteros e hizo imposible la resistencia. El 29 de abril se produjo la rendición. La conducta de los dirigentes, todos condenados a muerte, es un capítulo de honra de la lucha revolucionaria de cualquier época. Las ejecuciones y fusilamientos -que el relato oficial presentó luego como ilegítimos- debieron interrumpirse porque la oleada de simpatía popular con el movimiento insurreccional fue creciendo con la represión y la hidalguía de los caídos.
A fines de 1916, después de la liberación de los prisioneros, la Hermandad Republicana Irlandesa (IRB por sus siglas en inglés), una sociedad secreta comprometida a obtener la independencia de Irlanda mediante la acción directa, pasó a ocupar un lugar de protagonismo en la resistencia. Logró reorganizar a los Voluntarios Irlandeses, duramente golpeados luego de la insurrección y desplazar a la dirección del Sinn Fein, un partido nacionalista pequeño burgués partidario de una independencia fundada en una monarquía conjunta con Inglaterra. En noviembre de 1917, en un escenario signado por la ola revolucionaria que recorría Europa, Eamon de Valera, un republicano, fue elegido presidente tanto de los Voluntarios como del Sinn Feinn.
El nacionalismo burgués y pequeño burgués pasó a ejercer el liderazgo del movimiento de lucha apoyándose en el desplazamiento político del Partido Laborista Irlandés (PLI), por la represión y por los límites de su nueva dirección. James Connolly había insistido en la necesidad de acaudillar la lucha por la libertad de Irlanda defendiendo la independencia política de la clase obrera y en alianza con los mejores nacionalistas, pero esta orientación se quebró con su muerte. El PLI no presentó candidaturas propias en las elecciones generales de diciembre de 1918, las primeras después de la Primera Guerra Mundial. Renunció y llamó a votar a favor del Sinn Fein, que obtuvo 73 de los 106 escaños en disputa levantando la bandera de una República de toda Irlanda. Estos parlamentarios se negaron a ocupar sus escaños en Westminster y organizaron un parlamento (Dail, en irlandés) en Irlanda. En su primera reunión -enero de 1919- este parlamento reafirmó la declaración de la República de Irlanda enarbolada por los insurrectos del Levantamiento de Pascua. A pesar de la sangrienta derrota de 1916 -y también por ella- las masas irlandesas enfrentaron al ejército británico, repudiaron el servicio militar e hicieron encallar una y otra vez el Home Rule -el limitado estatuto autonómico otorgado por la Corona hasta ese momento. La única nación que reconoció la República de Irlanda en estas circunstancias fue la URSS.
La cuestión nacional en Irlanda sufriría, sin embargo, su golpe más profundo dos años después, con el Tratado Anglo Irlandés de 1921, cuando la burguesía inglesa y la mayoría del movimiento nacionalista irlandés pactaron la independencia a cambio de la partición. El norte, en aquella época la parte más rica, quedó en manos de los británicos, quienes utilizaron la cuestión religiosa (católicos versus protestantes) para sostener su dominación.
Lenin, la Gran Guerra y la cuestión nacional
Lenin consideró la rebelión en Irlanda como la refutación, en un escenario histórico imponente, de la tesis según la cual la vitalidad de las pequeñas naciones oprimidas por el imperialismo estaba agotada para la época y que apoyar sus aspiraciones “puramente nacionalistas” -dirá Lenin- no conduciría a nada. Una posición del ala derecha de la socialdemocracia europea y con calado dentro de las propias filas bolcheviques.
En primer lugar, Lenin descorrió el velo sobre un conjunto de sublevaciones nacionales que brotaron tanto en Europa como en las colonias con el desencadenamiento de la Gran Guerra, que fueron celosamente ocultadas por los Estados y los altos mandos militares y que expresaron la crisis del imperialismo. No fue solo Irlanda: hubo una rebelión del ejército hindú en Singapur, intentos de insurrección en el Annan (Indochina) ocupado por Francia, en el Camerún ocupado por Alemania y la lista sigue.
Lenin polemizó abiertamente con Karl Radek, dirigente bolchevique que había calificado la sublevación en Irlanda como un putsch sin perspectiva, desde el momento que “el problema irlandés era un problema agrario”. Los campesinos recibieron su tierra por las leyes del Reino Unido que buscaban un apaciguamiento que cuidara las espaldas del régimen frente a la guerra en ciernes y, a partir de allí -sigue Radek- el movimiento nacionalista quedó reducido a “un movimiento netamente urbano, pequeño burgués, detrás del cual, pese al gran ruido que produce, hay muy poco desde el punto de vista social”. Una posición de cuño similar a la de los representantes de la burguesía imperialista.
Lenin opondrá a la caracterización de putsch, que identifica la acción aislada de un círculo de conspiradores, la larga trayectoria del movimiento nacional irlandés. Pero insistirá en el vínculo de los levantamientos de las naciones oprimidas con la revolución en gestación: “creer que es concebible la revolución social sin sublevaciones de las pequeñas naciones en las colonias y en Europa, sin estallidos revolucionarios de una parte de la pequeña burguesía, con todos sus prejuicios, sin el movimiento de las masas políticamente no conscientes, proletarias y no proletarias, contra la opresión terrateniente, clerical, monárquica, nacional, etc., creer eso equivale a renegar de la revolución social” (Lenin, 1960. Cursivas del autor).
Lenin va a ir más allá, denunciando la hipocresía de los socialdemócratas dentro de la propia Rusia, que no vacilan en proclamar la autodeterminación de las naciones pero se niegan a luchar por la libertad de separación para las naciones oprimidas por el zarismo. Quien actúa así, dirá Lenin, “es de hecho un imperialista y un lacayo del zarismo”.
Los obreros no tienen patria
En el mismo año del Levantamiento de Pascua, Lenin respondió en una carta al interrogante que le planteó Inessa Armand sobre la aparente contradicción entre el planteo del Manifiesto Comunista -referido a que los obreros no tienen patria- y la defensa de la cuestión nacional.
Responde Lenin: “”Los obreros no tienen patria”; esto significa que a) su situación económica (la del salariat) no es nacional, sino internacional; b) que la unidad internacional de los obreros es más importante que la nacional.
¿¿Quiere esto decir que haya que llegar, partiendo de ahí, a la conclusión de que no se debe luchar cuando se trata de sacudir el yugo de una nación extranjera’??
¿¿Sí o no??
¿La guerra de las colonias por su liberación?
¿La guerra de Irlanda contra Inglaterra?
¿Y acaso no entraña la defensa de la patria la insurrección (nacional)?”” (Lenin, 1960b: 249)
Las cursivas, las negritas, el énfasis, es de Lenin.
Irlanda: viraje en Marx
Mucho antes, los escritos de Marx sobre Irlanda a partir de 1867 constituyen un capítulo decisivo en la concepción sobre la revolución proletaria.
En el Tomo I de El Capital, en un apartado del capítulo XXIII en el que ilustra la ley general de la acumulación capitalista, la cuestión irlandesa hace su aparición. Aquella Hermandad Republicana Irlandesa, los fenianos (una expresión que remonta a una mitológica banda de guerreros formada para proteger Irlanda) protagonizó un alzamiento en 1867, que tuvo características profundamente desiguales y fue finalmente derrotado y duramente reprimido. En septiembre de ese año, con el fin de liberar a dos de sus dirigentes, los fenianos atacaron a un carro policial y mataron a uno de los efectivos. El gobierno inglés respondió con el juicio sumario, sin proceso previo, y la condena a muerte de cinco irlandeses. Durante los procesos judiciales, y antes y después de las ejecuciones, la deliberación política se instaló en Irlanda e Inglaterra y conmovió a la Internacional y a las trade unión inglesas. Marx tuvo que responder ante la emergencia de un movimiento revolucionario no obrero y definir sus alcances y perspectivas. En una carta a Engels, el 2 de noviembre de 1867, Marx planteó: “antes creía que era imposible separar a Irlanda de Inglaterra. Ahora lo considero inevitable” (Marx y Engels, 1973).
En un análisis retrospectivo, Marx denunció al Estado británico como un instrumento de los terratenientes ingleses. Apreció en el fe- nianismo una originalidad histórica: “el movimiento solo echó raíces (y tiene todavía su verdadera base) en las masas populares, en las clases inferiores”, mientras que antes “el pueblo solo seguía la dirección de aristócratas o burgueses y siempre a los curas católicos”. La opresión inglesa, caracterizó, es aniquiladora: “cada vez que Irlanda estaba a punto de desarrollarse industrialmente, se la reprimía y se la volvía a convertir en un país meramente agrícola”. Por eso, concluyó, la opresión inglesa no deja otra salida que “la emancipación voluntaria de Irlanda por parte de Inglaterra o la lucha a muerte” (Marx y Engels, 1979).
Cuando el movimiento por la amnistía a los presos y procesados de Irlanda tomó un carácter de masas, en 1869, Marx escribió a Engels, al fin de ese año. Reflexionó sobre su creencia, hasta ese momento, de que “era posible derribar al régimen irlandés mediante el ascenso de la clase obrera inglesa”. “Un estudio más profundo me ha convencido de lo contrario. hay que poner la palanca en Irlanda” a partir de la aparición de “la clase los obreros agrícolas contra la clase de los agricultores”, el objetivo es siempre “la revolución mundial” (Marx y Engels, 1973).
La conclusión había sido anticipada en la carta del 30 de noviembre de 1867 a Engels: “desde 1846 el contenido económico y, en consecuencia, también el objetivo político del dominio inglés en Irlanda ha entrado en una fase completamente nueva”. Los obreros ingleses debían incorporar como un capítulo de su programa de lucha la abolición de la Unión impuesta por Inglaterra. Los irlandeses, por su parte, luchar por un gobierno autónomo e independiente de Inglaterra, la revolución agraria y aranceles proteccionistas frente a Inglaterra (ídem anterior).
Vigencia
El ejercicio de la memoria histórica es, también en este caso, un acto de subversión. La lucha por la independencia de Irlanda debe librarse contra la burguesía irlandesa, interesada en la división; contra la monarquía británica, el viejo amo opresor y contra la Unión Europea, cárcel de pueblos, oponiéndole la Unión de Repúblicas Socialistas de Europa.
Bibliografía
“Suzanne Breen afirma que Bobby Sands es ‘sólo una máquina de hacer dinero para el Sinn Féin’”, nortedeirlanda.blogspot.com.ar, 8 de marzo de 2016.
Connolly, James (2014), La causa obrera es la causa de Irlanda, Ediciones Txalaparta.
Lenin, V.I. (1960), “Balance de una discusión sobre el derecho a la autodeterminación”, Obras Completas, T. XXII, Editorial Carta- go, Buenos Aires.
Lenin, V.I (1960b), “A Inessa Armand”, Obras Completas, T. XXV, Editorial Cartago, Buenos Aires.
Marx, Karl y Friedrich Engels (1973), Obras Escogidas, Tomo 8, Editorial Ciencias del Hombre, Buenos Aires,.
Marx, Karl y Friedrich Engels (1979), Imperio y Colonia, Escritos sobre Irlanda, Pasado y Presente, México.
Marx, Karl y Friedrich Engels (1870), “Extracto de una comunicación confidencial”, www.marxists.org
Tarlé, E. (1960), Historia de Europa, Editorial Futuro, Buenos Aires.
Jens Christian Rath es dirigente del Partido Obrero. Colaborador habitual de Prensa Obrera y En defensa del marxismo, es autor también de El convenio Fiat-Smata (1996, junto a Julio Magri), Trabajadores, tercerización y burocracia sindical. El Caso Mariano Ferreyra (2011) y La revolución clausurada, Mayo de 1810-Julio de 1816 (2013, junto a Andrés Roldán).